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ArribaAbajoCarta VII

Al mesmo ilustrísimo Sr. D. Sancho Dávila


Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra merced. Si supiera que estaba vuestra merced en ese lugar, antes hubiera respondido a la carta de vuestra merced que lo deseaba mucho, para decir el   —26→   gran consuelo que me dio. Páguelo la divina Majestad a vuestra merced con los bienes espirituales, que yo siempre le suplico.

2. En la fundación de Burgos han sido tantos los trabajos, y poca salud, y muchas operaciones, que poco tiempo me quedaba para tomar este contento. Gloria sea a Dios, que ya queda acabado aquello, y bien. Mucho quisiera ir por donde vuestra merced está: que me diera gran contento tratar algunas cosas en presencia, que se pueden mal por cartas. En pocas quiere nuestro Señor que haga mi voluntad: cúmplase la de su divina Majestad, que es lo que hace al caso. La vida de mi señora la marquesa deseo mucho ver. Debió de recibir tarde la carta mi señora la abadesa su hermana, y por leerla su merced, creo no me la ha enviado. Con mucha razón ha querido vuestra merced quede por memoria tan santa vida. Plegue a Dios la haga vuestra merced de lo mucho que hay en ella que decir, que temo ha de quedar corto.

3. ¡Oh Señor! ¡Y qué es lo que padecí, en que sus padres de mi sobrina la dejasen en Ávila, hasta que yo volviese de Burgos! Como me vieron tan porfiada, salí con ello. Guarde Dios a vuestra merced que tanto cuida de hacerles merced en todo; que yo espero, que ha de ser vuestra merced su remedio. Guarde Dios a vuestra merced muchos años, con la santidad que yo siempre le suplico. Amén. De Palencia, 12 de agosto de 1582.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra merced.

Teresa de Jesús.


Notas

1. En esta carta apenas hay que advertir. Es para el mismo prelado el Illmo. Sr. D. Sancho Dávila, antes que lo fuese; y bien se conoce cuál había de ser después, quien ya entonces era coronista de las virtudes de su madre. No se ha debido de estimar esta vida: a lo menos, yo no la he visto estampada, sino en las virtudes de este gran prelado, que le conocí, y visité en Sigüenza.

2. Hace mención en el número segundo, de lo que padeció en la fundación de Burgos, en donde el señor arzobispo de aquella santa iglesia la mortificó mucho a la Santa, y a sus religiosas, dilatándole la licencia, estando ya dentro de la misma ciudad. Cuéntalo la Santa en sus fundaciones con grandísima gracia, y entre otras cosas dice (Fundaciones, libro V, c. 4 y 5): Que les daba la licencia; pero que era con tales condiciones, que parecían todas imposibles. Después se la dio antes de partir la Santa, y con gran gusto. Fue un prelado observantísimo: llamábase D. Cristóbal Vela.

3. El valor de la Santa también se conoce en el número tercero, al defender para Dios a su sobrina, y procurar que anduviese con el consejo de san Gerónimo: Per calcatum Patrem, et calcatam Matrem (D. Hier. in Epist. ad Heliodor.), y a buscar la esposa a su eterno Esposo. Esta   —27→   sobrina suya, que la Santa instó con sus padres, para que la dejasen en Ávila, hasta que volviese de la fundación de Burgos, fue, como se colige de otra carta de la Santa, doña Beatriz de Ahumada, hija de su hermana doña Juana de Ahumada, que muerta la Santa, tomó el hábito de Carmelita descalza en el convento de Alba, habiéndolo antes profetizado, y llamose Beatriz de Jesús. Fue priora de las Carmelitas descalzas de Madrid, donde yo la traté, y comuniqué, y era religiosa sumamente espiritual, y perfecta. Diome una imagen de Cristo nuestro Señor crucificado, que ella trujo consigo más de cuarenta años; y yo por eso, y principalmente por quien es, la traigo conmigo, o él me trae consigo, que es lo más cierto, más ha de diez y siete. Murió en Madrid año de 1639 con opinión de santidad.






ArribaAbajoCarta VIII

Al Illmo. Sr. D. Alonso Velázquez, obispo de Osma


Jesús

1. Reverendísimo padre de mi alma: por una de las mayores mercedes que me siento obligada a nuestro Señor, es por darme su Majestad deseo de ser obediente; porque en esta virtud siento mucho contento, y consuelo, como cosa que más encomendó nuestro Señor.

2. V. S. me mandó el otro día, que le encomendase a Dios: yo me tengo en esto cuidado, y añadiómele más el mandato de V. S. Yo lo he hecho, no mirando mi poquedad, sino ser cosa que mandó V. S. y con esta fe espero en su bondad, que V. S. recibirá lo que me parece representarle, y recibirá mi voluntad, pues nace de obediencia.

3. Representándole, pues, yo a nuestro Señor las mercedes que le ha hecho a V. S. y yo le conozco, de haberle dado humildad, caridad, y celo de almas, y de volver por la honra de nuestro Señor; y conociendo yo este deseo, pedile a nuestro Señor acrecentamiento de todas virtudes, y perfección, para que fuese tan perfecto, como la dignidad en que nuestro Señor le ha puesto pide. Fueme mostrado, que le faltaba a V. S. lo más principal que se requiere para esas virtudes; y faltando lo más, que es el fundamento, la obra se deshace, y no es firme. Porque le falta la oración con lámpara encendida, que es la lumbre de la fe; y perseverancia en la oración con fortaleza, rompiendo la falta de unión, que es la unción del Espíritu Santo, por cuya falta viene toda la sequedad, y desunión, que tiene el alma.

4. Es menester sufrir la importunidad del tropel de pensamientos, y las imaginaciones importunas, e ímpetus de movimientos naturales, ansí del alma, por la sequedad, y desunión que tiene, como del cuerpo, por   —28→   la falta de rendimiento que al espíritu ha de tener. Porque aunque a nuestro parecer no haya imperfecciones en nosotros, cuando Dios abre los ojos del alma, como en la oración lo suele hacer, parécense bien estas imperfecciones.

5. Lo que me fue mostrado del orden que V. S. ha de tener en el principio de la oración, hecha la señal de la cruz, es: acusarse de todas sus faltas cometidas después de la confesión, y desnudarse de todas las cosas, como si en aquella hora hubiera de morir: tener verdadero arrepentimiento de las faltas, y rezar el salmo del Miserere, en penitencia dellas. Y tras esto tiene de decir: A vuestra escuela, Señor, vengo a aprender, y no a enseñar. Hablaré con vuestra Majestad, aunque polvo, y ceniza, y miserable gusano de la tierra. Y diciendo: Mostrad, Señor, en mí vuestro poder, aunque miserable hormiga de la tierra. Ofreciéndose a Dios en perpetuo sacrificio de holocausto, pondrá delante de los ojos del entendimiento, o corporales, a Jesucristo crucificado, al cual con reposo, y afecto del alma, remire, y considere parte por parte.

6. Primeramente considerando la naturaleza divina del Verbo eterno del Padre, unida con la naturaleza humana, que de sí no tenía ser, si Dios no se le diera. Y mirar aquel inefable amor, con aquella profunda humildad, con que Dios se deshizo tanto, haciendo al hombre Dios, haciéndose Dios hombre: y aquella magnificencia, y largueza con que Dios usó de su poder, manifestándose a los hombres, haciéndoles participantes de su gloria, poder, y grandeza.

7. Y si esto le causare la admiración que en una alma suele causar, quédese aquí: que debe mirar una alta tan baja, y una baja tan alta. Mirarle a la cabeza coronada de espinas, a donde se considera la rudeza de nuestro entendimiento, y ceguedad. Pedir a nuestro Señor tenga por bien de abrirnos los ojos del alma, y clarificarnos nuestro entendimiento con la lumbre de la fe, para que con humildad entendamos quién es Dios; y quién somos nosotros; y con este humilde conocimiento podamos guardar sus Mandamientos, y consejos, haciendo en todo su voluntad. Y mirarle las manos clavadas, considerando su largueza, y nuestra cortedad; confiriendo sus dádivas, y las nuestras.

8. Mirarle los pies clavados, considerando la diligencia con que nos busca, y la torpeza con que le buscamos. Mirarle aquel costado abierto, descubriendo su corazón, y entrañable amor con que nos amó, cuando quiso fuese nuestro nido, y refugio, y por aquella puerta entrásemos en el arca, al tiempo del diluvio de nuestras tentaciones, y tribulaciones. Suplicarle, que como él quiso que su costado fuese abierto, en testimonio del amor que nos tenía, dé orden, que se abra el nuestro, y   —29→   le descubramos nuestro corazón, y le manifestemos nuestras necesidades, y acertemos a pedir el remedio, y medicina para ellas.

9. Tiene de llegarse V. S. a la oración con rendimiento, y sujeción, y con facilidad ir por el camino que Dios le llevare, fiándose con seguridad de su Majestad. Oiga con atención la lección que le leyere: ahora mostrándole las espaldas, o el rostro, que es cerrándole la puerta, y dejándoselo fuera, o tomándole de la mano, y metiéndole en su recámara. Todo lo tiene de llevar con igualdad de ánimo: y cuando le reprendiere, aprobar su recto, y ajustado juicio, humillándose.

10. Y cuando le consolare, tenerse por indigno dello: y por otra parte aprobar su bondad, que tiene por naturaleza manifestarse a los hombres, y hacerlos participantes de su poder, y bondad. Y mayor injuria se hace a Dios, en dudar de su largueza en hacer mercedes, pues quiere más resplandecer en manifestar su omnipotencia, que no en mostrar el poder de su justicia. Y si el negar su poderío, para vengar sus injurias, sería grande blasfemia, mayor es negarle en lo que él quiere más mostrarlo, que es en hacer mercedes. Y no querer rendir el entendimiento, cierto es querer enseñarle en la oración, y no querer ser enseñado, que es a lo que allí se va; y sería ir contra el fin, y el intento con que allí se ha de ir. Y manifestando su polvo, y ceniza, tiene de guardar las condiciones del polvo, y ceniza, que es de su propia naturaleza estarse en el centro de la tierra.

11. Mas cuando el viento le levanta, haría contra naturaleza, si no se levantase; y levantado, sube cuanto el viento lo sube, y sustenta: y cesando el viento, se vuelve a su lugar. Ansí el alma, que se compara con el polvo, y ceniza, es necesario que tenga las condiciones de aquello con que se compara: y ansí ha de estar en la oración sentada en su conocimiento propio: y cuando el suave soplo del Espíritu Santo la levantare, y la metiere en el corazón de Dios, y allí la sustentare, descubriéndole su bondad, manifestándole su poder, sepa gozar de aquella merced con hacimiento de gracias, pues la entrañiza, arrimándola a su pecho, como a esposa regalada, y con quien su Esposo se regala.

12. Sería gran villanía, y grosería, la esposa del rey (a quien él escogió, siendo de baja suerte) no hacer presencia en su casa, y corte el día que él quiere que la haga, como lo hizo la reina Vasthi (Esth. c. 1, v. 12), lo cual el rey sintió, como lo cuenta la santa Escritura. Lo mesmo suele hacer nuestro Señor con las almas, que se esquivan dél; pues su Majestad lo manifiesta, diciendo: Que sus regalos eran estar con los hijos de los hombres (Prov. 8, v. 31). Y si todos huyesen, privarían a Dios de sus regalos, según este atributo, aunque sea debajo de color   —30→   de humildad, lo cual no sería, sino indiscreción, y mala crianza, y género de menosprecio, no recibir de su mano lo que él da; y falta de entendimiento del que tiene necesidad de una cosa para el sustento de la vida, cuando se la dan, no tomarla.

13. Dícese también, que tiene de estar como el gusano de la tierra. Esta propiedad es, estar el pecho pegado a ella, humillado, y sujeto al Criador, y a las criaturas, que aunque le huellen, o las aves le piquen, no se levanta. Por el hollar se entiende, cuando en el lugar de la oración se levanta la carne contra el espíritu, y con mil géneros de engaños, y desasosiegos, representándole, que en otras partes hará más provecho; como acudir a las necesidades de los prójimos, y estudiar, para predicar, y gobernar lo que cada uno tiene a su cargo.

14. A lo cual se puede responder, que su necesidad es la primera, y de más obligación, y la perfecta caridad empieza de sí mesmo. Y que el pastor, para hacer bien su oficio, se tiene de poner en el lugar más alto, de donde pueda bien ver toda su manada, y ver si la acometen las fieras; y este alto es el lugar de la oración.

15. Llámase también gusano de la tierra; porque aunque los pájaros del cielo le piquen, no se levanta de la tierra, ni pierde la obediencia, y sujeción, que tiene a su Criador, que es estar en el mesmo lugar que él le puso. Y ansí el hombre ha de estar firme en el puesto que Dios le tiene, que es el lugar de la oración; que aunque las aves, que son los demonios, le piquen, y molesten con las imaginaciones, y pensamientos importunos, y los desasosiegos, que en aquella hora trae el demonio, llevando el pensamiento, y derramándole de una parte a otra, y tras el pensamiento se va el corazón; y no es poco el fruto de la oración sufrir estas molestias, e importunidades con paciencia. Y esto es ofrecerse en holocausto, que es consumirse todo el sacrificio en el fuego de la tentación, sin que de allí salga cosa dél.

16. Porque el estar allí sin sacar nada, no es tiempo perdido, sino de mucha ganancia; porque se trabaja sin interés, y por sola la gloria de Dios: que aunque de presto le parece que trabaja en balde, no es ansí, sino que acontece a los hijos, que trabajan en las haciendas de sus padres, que aunque a la noche no llevan jornal, al fin del año lo llevan todo.

17. Y esto es muy semejante a la oración del Huerto, en la cual pedía Jesucristo nuestro Señor, que le quitasen la amargura, y dificultad, que se hace para vencer la naturaleza humana. No pedía que le quitasen los trabajos, sino el disgusto con que los pasaba; y lo que Cristo pedía para la parte inferior del hombre, era, que la fortaleza del espíritu se   —31→   comunicase a la carne, en la cual se esforzase pronta, como lo estaba el espíritu, cuando le respondieron, que no convenía, sino que bebiese aquel cáliz: que es, que venciese aquella pusilanimidad, y flaqueza de la carne; y para que entendiésemos, que aunque era verdadero Dios, era también verdadero hombre, pues sentía también las penalidades, como los demás hombres.

18. Tiene necesidad el que llega a la oración de ser trabajador, y nunca cansarse en el tiempo del verano, y de la bonanza (como la hormiga) para llevar mantenimiento para el tiempo del invierno, y de los diluvios, y tenga provisión de que se sustente, y no perezca de hambre, como los otros animales desapercibidos; pues aguarda los fortísimos diluvios de la muerte, y del juicio.

19. Para ir a la oración, se requiere ir con vestidura de boda, que es vestidura de Pascua, que es de descanso, y no de trabajo: para estos días principales todos procuran tener preciosos atavíos; y para honrar una fiesta, suele uno hacer grandes gastos, y lo da por bien empleado, cuando sale como él desea. Hacerse uno gran letrado, y cortesano, no se puede hacer sin grande gasto, y mucho trabajo. El hacerse cortesano del cielo, y tener letras soberanas, no se puede hacer sin alguna ocupación de tiempo, y trabajo de espíritu.

20. Y con esto ceso de decir más a V. S., a quien pido perdón del atrevimiento, que he tenido en representar esto, que aunque está lleno de faltas, e indiscreciones, no es falta de celo, que debo tener al servicio de V. S. como verdadera oveja suya, en cuyas santas oraciones me encomiendo. Guarde nuestro Señor a V. S. con muchos aumentos de su gracia. Amén.

Indigna sierva, y súbdita de V. S.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta está impresa en las Obras de la Santa, y es de las más discretas, y espirituales, que hay en todo este epistolario; y creo, que la reservó nuestro Señor entera, por el grande fruto que ha de causar, señaladamente a todo género de prelados. Y supuesto que es importantísima, y enderezado a un señor obispo de la Iglesia que yo estoy indignamente sirviendo, pido licencia para dilatarme algo en las notas.

2. En la carta que escribí al padre general en razón de estas epístolas, y está en el principio de este libro, dije quién era este señor prelado. Ahora añadiré dos cosas, para el crédito de su virtud, que hacen al intento de la grandeza del espíritu de santa Teresa, la cual le estaba dando lición espiritual en esta carta, siendo él su confesor, como si fuera a un novicio suyo; y las sé de quien las oyó a un secretario, que le sirvió, prebendado de esta santa iglesia.

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3. La primera es, que después de haber servido este gran prelado esta santa iglesia de Osma, estando sirviendo la de Santiago, propuso al señor rey Felipe segundo, que ni su majestad, ni él cumplían con su conciencia, si no la dejaba, por las graves enfermedades, que con la gota le habían sobrevenido. Y después de diversas réplicas, vino bien su majestad en que la dejase; pero con la calidad, de que él mismo primero propusiese dos sujetos, para que de ellos escogiese su majestad el que le pareciese, para sucederle en su iglesia: y así se hizo, y escogió su majestad uno de ellos. Tanto fiaba aquel prudente rey del espíritu, virtud, y juicio de este prelado.

4. La segunda, que habiéndole dicho su majestad que viese qué renta se quería reservar para sus alimentos, respondió, que le bastaban mil ducados para sí, dos criados, y dos capellanes; y le señaló doce mil ducados, y se fue a Talavera a morir. Era natural de Tudela de Duero (Fundaciones, lib. 5, c. 3). De este prelado habla la Santa en sus fundaciones, como de varón apostólico; y bien se ve, pues dice, que visitaba a pie este obispado: y así por aquí se verá cuál era la maestra, de quien tanto prelado era, su discípulo. Vamos ahora a las notas.

5. En el número primero, y segundo de la carta, salva la Santa la censura, a que estaba sujeta, enseñando una mujer a un prelado, y una hija de confesión a su confesor, con decir: Que lo hace por obediencia, de quien ella es muy enamorada. Y tiene razón de serlo, por ser esta virtud el reposo, y quietud de espíritu, y en quien sólo descansa. Los que obedecen, escriben con regla, y así pueden formar las líneas derechas. ¡Ay de los que mandamos, si obramos como quien manda, y no como quien obedece a las reglas, que a nosotros nos mandan!

6. En el número tercero dice, que es de Dios cuanto le escribió, que eso significa el Fueme mostrado: se me ha dado a entender. Y así lo creo, y que no sólo es de Dios, porque era de santa Teresa, sierva suya, sino de Dios, porque lo trató primero con Dios en la oración, que es por donde Dios se comunica a las almas, o que tuvo sobre ello revelación: y así esta carta, en mi opinión, tiene tanto más de Dios, cuanto es de la Santa, y de su oración, u de alguna revelación.

7. En el mismo número tercero, dice una cosa que puede hacer temblar a todos los prelados de la Iglesia católica: yo a lo menos no hallo a donde esconderme. Y es, que le dijo Dios a santa Teresa: Que teniendo este prelado humildad, y celo de almas, y de volver por la honra de Dios, le faltaba lo más principal, que se requiere para estas virtudes. Aquí he de parar un poco, con licencia de quien me leyere.

8. ¿Qué es esto? A quien tiene caridad, ¿qué le falta, siendo esta virtud el seminario de todas las virtudes? A quien es obispo, y tiene celo de las almas, ¿qué le falta, siendo éste el heroico ejercicio de su ministerio? A quien mira por la honra de Dios, ¿qué le falta, siendo éste el más soberano fin del obispo? Y todavía le dijo Dios a santa Teresa que le faltaba a este obispo lo mejor, teniendo todo esto. Pero luego lo dijo Dios a la Santa, y la Santa al obispo. Oigámoslo todos los prelados eclesiásticos, y sacerdotes con suma atención.

9. Faltábale la oración con fortaleza, y tal, que rompiese la falta de unión; y esta unión es la unción del Espíritu Santo: y sin unión interior   —33→   del Espíritu santo, todo vive arriesgado, y sujeto a desunión entre el alma y Dios: ¡y ay del alma sin unión con Dios!

10. Aquí debemos los prelados aprender a formar dictamen, de que ni basta el celo, ni basta la caridad, ni basta el deseo de la honra de Dios, sin la oración. No porque estas virtudes en sí no basten para salvarnos, sino por el riesgo que corren, de que no duren en nosotros sin la oración, y se aparten de nosotros, por no tenerla; y en ausentándose de nosotros ellas, por no tenerla a ella, nos condenaremos, y perderemos nosotros sin ella, y sin ellas.

La razón es clara. ¿Cómo ha de durar la caridad, si no da Dios la perseverancia? ¿Cómo la dará Dios, si no la pedimos? ¿Cómo la pediremos si no hay oración? ¿Cómo se ha de hacer este milagro grande sin ella? Derribadas las canales, y las influencias del alma a Dios, y de Dios al alma, no teniendo oración, ¿por dónde ha de correr esta agua del Espíritu Santo? Luego sin la oración, ni hay comunicación de Dios, para conservar las virtudes adquiridas, ni para adquirir las pérdidas, ni hay medio para lo bueno, y no sé si diga, ni remedio.

11. Esto clamaba con repetidos clamores san Bernardo al pontífice Eugenio, su hijo espiritual; y siendo vicario de Cristo el uno, y un religioso pobre el otro (que parece harto a la interlocución de esta carta de santa Teresa, entre la oveja, y su pastor) le dice: Timeo tibi, Eugeni, ne multitudo negotiorum, intermissa oratione, et consideratione, te ad cor durum perducat, quod devotione non incalescit, compassione non mollescit, compunctione non scinditur, et se ipsum non exhorret, quia non sentit. Témote mucho, Eugenio, que la multitud de los negocios, dejando tú la oración, y la consideración por ellos, no te lleven a la dureza de corazón; y que de tal suerte te lo pongan, que ni lo caliente la devoción, ni lo ablande la compasión, ni lo rompa la compunción, ni tengas horror de ti, por hallarte en estado, que no llegas a sentir la perdición, que hay dentro de ti.

¡Oh qué palabras estas de aquel dulce, y fuerte espiritual Bernardo, órgano animado del Espíritu Santo! ¡Cómo debemos aplicar a ellas el oído, y el corazón los prelados!

12. ¿Qué mayor desdicha de un obispo, o superior, o cura, o sacerdote, que tener el corazón de manera, que arroje de sí, por su dureza, la devoción, y la prontitud de acudir a todo lo bueno, y santo? ¿Qué le queda a esta alma, sino perderse para siempre en lo malo? Quod devotione non incalescit. Pues esto lo causa el no tener oración.

13. ¿Qué mayor desdicha, que no compadecerse un prelado, o superior de las necesidades espirituales, y temporales de sus súbditos, y mirarlas con ojos serenos, y duro corazón? Quod compassione non mollescit. Pues esto lo causa el no tener oración.

14. ¿Qué mayor desdicha, que teniendo el pecho de bronce, y el corazón de hierro un prelado, resistirse a las lágrimas, y a la compunción? Quod compunctione non scinditur. Pues esto lo hace el no tener oración.

15. ¿Que mayor desdicha, que siendo un superior el monstruo, que propone san Bernardo en otro lugar, que hace pies de la cabeza, prefiriendo lo temporal a lo eterno, ojos del cocodrilo, mirando al gozo presente,   —34→   y no a la cuenta en lo venidero, y hace pecho de las espaldas, dando estas a lo bueno, y aquel a lo malo, y las demás monstruosidades, que pondera allí el santo, mirarse a sí el prelado, y no tener horror de sí mismo? Et se ipsum non exhorret. Pues esto lo causa el no tener oración.

16. ¿Qué mayor desdicha, que llegar con esta enfermedad mortal a estado, que no llegue a sentir el enfermo, ni su muerte, ni su enfermedad? Quia non sentit. Pues esto lo causa el no tener oración.

Esta es la pieza, que dijo Dios, que le faltaba al arnés de las excelentes virtudes de que estaba armado este santo obispo, y esta es la que le avisó de su parte santa Teresa, para que la procurase; porque, aunque algún tiempo pueden estar las virtudes sin la oración, y las tenía entonces, pero (como dice san Bernardo) poco a poco en dejándola, puede llegar a endurecerse el corazón, y a desarmarse de ellas; y desarmado el soldado de las virtudes, y de la oración, ¿qué te queda, sino ser triunfo, y trofeo de sus enemigos?

17. Y debe advertirse, que como parece en este número tercero, ya este santo prelado tenía oración; pero faltaba tal vez en ella la perseverancia: y ya fuese, como lo insinúa la Santa, por las ocupaciones del oficio, o las molestias de las tentaciones, y tribulaciones, no perseveraba, y Dios no le pasaba esta partida, ni quería que tuviese sólo algunos días oración, sino constante, frecuente, fervorosa: continua oración, e instante, como dice san Pablo: Semper gaudete, sine intermissione orate (2, Thes. 5, v. 17, Luc. 11, v. 9). Y como dice el Señor: Llamando, instando, rogando, importunando: conque nos enseña la Santa, que prelado sin oración, no es prelado, sino desdicha, tentación, o perdición.

18. En el número cuarto cada palabra merecía, no una nota, sino un dilatado comento. Es sin duda, que este santo prelado tenía oración; pero persuádele, que no se canse de tenerla, y que venza con la perseverancia a los enemigos ordinarios de la oración, que son la vagueación, y distracción, inquietud, y otras tentaciones, y miserias, a que estamos sujetos; que unas veces proceden del cuerpo mal mortificado, y otras del ánimo distraído; y otras, y muchas, de la voluntad de Dios, que las permite para probar a los suyos, para ver si los halla dignos de sí: Ut digni habeamini Regno Dei, si forte inveniet dignos se (2, Thes. v. 5).

Todas estas se vencen con una humilde perseverancia; porque hemos de asentar, que todo un infierno entero de demonios se juntarán, para estorbar a una alma sola la oración, ¿cuánto más a la de un prelado, fiadora de tantas almas? Y por la resistencia, que ellos hacen al que ora, se conoce bien su importancia.

19. Sobre toda Alejandría, ciudad populosísima, no había más que un demonio, que tentase, como se ve en las vidas de los padres del Oriente; y aun decía el santo, que lo vio en figura de hombre dormido, y descuidado. Pero sobre la ermita de un pobre anacoreta, que estaba cerca de Alejandría, y se hallaba orando, había cien mil demonios. ¿Para qué había menester Alejandría tentadores, siendo ella, y sus habitadores la misma culpa, y la misma tentación? Al que ora, envía el diablo los tentadores, y allí está su cuidado, donde está su daño.

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Pero ¿qué son los demonios, sino trasgos, sombras, y musarañas, cuando Dios está con el orador, y con el obispo, que le adora, y ora, y lo llama, y le ruega por sí, y por todas sus ovejas? ¿Qué son sino perros sin dientes? Que como dice san Agustín, no les queda sino la facultad de ladrar, pero no la de morder: Latrare potest, mordere omnino non potest (D. Aug. Serm. 197 de Tempo. circa medium).

20. Desde el número quinto comienza esta celestial maestra, después de haberle a este prelado embarazado el escudo de la paciencia, y perseverancia en la oración, a decirle, cómo ha de pelear, y orar, limpiando ante todas cosas la conciencia; pues ponerse a hablar con Dios, sin mirarse a sí primero, ni podrá verlo, ni oírlo, ni aun hablarlo: Ut noverim me, et noverim te (D. Aug.), decía san Agustín, que le pedía a Dios. Haced, Señor, que me conozca, para que os conozca. Como si dijera: Si mis pasiones me hacen ruido, ¿cómo oiré a Dios? Y si mis pasiones me enmudecen, por no llorarlas, ¿cómo podré hablar mudo a Dios? Y si mis pasiones me ciegan, ¿cómo veré la luz de Dios? Y así, lo primero es purificarse, y limpiarse, y luego llegarse a Dios.

21. La oración, que aquí le enseña santa Teresa a este prelado, para comenzar a orar, donde dice: A vuestra escuela vengo, Señor, a aprender, y no a enseñar. Hablaré con vos, aunque polvo, ceniza, y miserable gusano de la tierra. Mostrad, Señor, en mí vuestro poder, aunque miserable hormiga; es casi toda de la Escritura, y muy a propósito, para que todos lo digamos al entrar en la oración; y dudo mucho, que haya otra más discreta, espiritual, ni más al intento en todas sus Obras; y para que se note, la he repetido en este número.

22. Al fin del número quinto le pone la Santa a este prelado delante al Señor crucificado, materia dulcísima, y utilísima a la meditación, pues todo nuestro bien nos ha venido de allí; y no conociera nuestra ceguedad a su divinidad, si no nos hubiera redimido su humanidad. Y si no hubiera dado el cuerpo a la cruz, y el alma a las penas, y sus méritos a nuestras almas, ¿cómo sacudiéramos de nosotros las culpas? Allí hemos de buscar el remedio, donde estuvo el remedio a nuestro daño; y vencer la serpiente, que nos mordió por la culpa, y ocasionó nuestra muerte, mirando el madero de la eterna salud. En él hemos de hallar la vida, pues en él está nuestra vida pendiente.

23. En el número sétimo advierte, que si la admiración le suspende al considerar a un Dios crucificado por nuestro remedio, y amor, y aquella divina naturaleza, unida a nuestra bajeza, se detenga; porque no es el fin de la oración meditar, sino amar, y después servir: y al servir, y amar, no tanto discurrir, cuanto unirse por la caridad con Dios; y si el discurso me ha causado admiración, la admiración me causará amor; y es el amor todo el fin de la oración.

24. Desde el número sétimo en adelante, le va poniendo las meditaciones por los miembros sagrados de Jesucristo bien nuestro. Deme licencia el santo fray Pedro de Alcántara, y su altísimo espíritu. Deme licencia la elocuencia cristiana del venerable fray Luis de Granada, admiración de estos siglos, que yo no hallo, que a este pedacito de estilo de santa Teresa, que contiene este número sétimo, y el octavo, y aun a todas sus Obras, ni en el modo, ni en la sustancia haya otro, que le haga ventaja.

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25. En el número nono, ¡con qué dulzura lleva a este prelado a la oración! ¡Con qué santa confianza, que dispone su ánimo a lo que Dios hiciere con él! Y dentro de la confianza, ¡con qué suavidad lo alienta, para que padezca constante! ¡Cómo le persuade, que mire con el mismo amor las espaldas, que el rostro del divino Esposo, cuando este le niega, y aquellas le dan! Como quien dice: Haga Dios lo que quisiere de mí, como yo haga lo que quiere Dios.

26. En el número décimo, después de haberle dado medicina para las tribulaciones, le da consejo para los favores de Dios. El primero, humillarse: el segundo, adorar su bondad: el tercero, engrandecer su largueza: el cuarto, no dudar de su omnipotencia. Como quien dice: Si es bueno Dios, si es amante, si es poderoso, y en todo esto es infinito, ¿qué no hará un infinitamente amante, bueno, y poderoso, con el alma a quien ama, y con la alma que le ama?

27. Al fin de este número décimo, y en todo el siguiente, propone con raro espíritu, y gracia la comparación del polvo en el que ora; y porque no falte cosa, ni a su elocuencia, ni a su discreción, es la misma que puso en la oración en el número 5, diciendo: Soy polvo. Como quien dice: Como polvo, déjate llevar del viento del Espíritu Santo, a donde él te llevare. Si con favores, como polvo humillado: si con tribulaciones, como polvo pisado. Ya en el suelo, o ya levantado hasta el cielo, siempre te has de quedar polvo, conociendo, que no eres más que un poco de polvo: Cum sim pulvis (Gen. 18, v. 27), decía Abrahán: de polvo nos hicieron, polvo somos, y polvo nos hemos de reducir: Et in pulverem revertemur.

28. En el número duodécimo, con la misma eminencia, que el mayor expositor de la sagrada Escritura lo podía hacer, trae lugares admirables del libro de Ester, para probar la atención, y humildad resignada, y obediencia humilde, con que se han de recibir los favores del Esposo, y cuán villana es la correspondencia de la esquiva esposa; porque cuando están de su parte las obligaciones, también de su parte han de estar las finezas. Pues ¿qué cosa más ajena de toda razón, que estar de mi parte la deuda, y no estar de mi parte la paga? ¿Que debiéndole yo a Dios ser, por la creación, de naturaleza; el ser de gracia, por la vocación; el perseverar en ella, por la conservación; el todo cuanto hay, por la redención, sea mi alma la desenamorada, y sólo Dios el enamorado, y el fino? ¡Oh no lo permitáis, Señor!

29. Desde el número decimotercero, hasta el decimosexto, sigue admirablemente la comparación del gusano; y con tanta claridad, que es echarlo a perder añadir cosa alguna. Y con razón puede tener por honra el alma el llamarse gusanillo delante de Dios, cuando en figura del Señor dijo David: Que era el gusano, y el oprobio del mundo: Ego autem sum vermis, et non homo: opprobrium hominum (Sal. 21, v. 7). ¿Quién con esta humildad, no se humilla? ¿Quién a vista de esta humildad se ensoberbece?

30. En el número decimotercero satisface a la tentación, que ofrece el demonio a los prelados, de que es mejor trabajar, que no orar; y que para qué gasta el tiempo en orar, que debe gastar en gobernar.

A esto dice la Santa en el número decimocuarto, que su necesidad   —37→   es la primera en el prelado. Y es santísima respuesta, y es de san Gregorio, y de san Bernardo, y de todos cuantos han escrito Pastorales. Pues si el prelado no tiene oración, ni podrá, ni sabrá, ni querrá trabajar. No podrá, porque le faltarán fuerzas: no sabrá, porque le faltará luz: no querrá, porque le faltará espíritu, y todo su trabajo será faltarle la oración, que es el alivio de todos los trabajos.

31. Puédese ponderar esto sobre aquellas palabras de san Pablo: Attendite vobis, et universo gregi. Primum vobis, deinde gregi (Act. 20, v. 28). Atended (dice san Pablo) a vosotros, y a vuestro ganado. Primeramente a vosotros, y luego a vuestro ganado, pues si anda el pastor perdido, perdido andará el ganado.

Y san Ambrosio dice, que los negocios se han de hacer con diligencia, pero no con congoja: Diligenter, non anxie (D. Ambros.). Como quien dice: No nos impidan el orar, porque me impide lo más importante para el logro del mismo trabajo. Y añade con san Bernardo en otra parte, que salga de la oración el alma del obispo al trabajo, despidiendo centellas, recibidas en la misma oración: Memento, quod omnia debent servire spiritui: et post Orationem igneant, maneant cineres æstuantes ad tempora negotiorum (Ubi sup.).

32. Por todo eso, hablando el mismo san Bernardo con el pontífice Eugenio, llama malditas ocupaciones a las que quitan del todo la oración al prelado, aunque sean de su mismo oficio; porque le quitan la luz, y el calor, y la gracia, para servir bien el oficio. Y así, ponderando este daño, le dice: Ad hoc (esto es al corazón duro) te trahent maledictæ istaæ occupationes, si totum te dederis illis, nihil tibi relinquens (D. Bern. lib. 1, de Confid. ad Eug. Pontíf.). Harante el corazón duro estas malditas ocupaciones, si todo te entregas a ellas, todo descuidado de ti.

Todo esto lo enseña admirablemente santa Teresa, donde dice: Que desde lo alto de la oración se ve todo el obispado. Porque con la luz de Dios ve el que ora al obispo, y a su obispado; y sin oración, ni ve al obispado, ni ve al obispo; porque no ve sin oración el obispo.

33. Adviértase en el número decimoquinto, donde habla de las sequedades, que dice: Llevando el pensamiento divertido por una parte, y otra, y tras el pensamiento se va el corazón, y con todo eso no es poco el fruto de la oración; no quiere decir la Santa allí, que se va el corazón; esto es, el consentimiento en las tentaciones; porque no habla sino de la parte inferior, y sensitiva, resistiendo la superior.

Y así esto se ha de entender en dos casos. El primero, cuando los pensamientos que en la oración se ofrecen no son malos, sino fuera del intento, y distraen; como ocupaciones honestas, o otros negocios indiferentes, o cuidados, que en ese caso, tal vez se le aplica el corazón, y entonces no se peca.

El segundo, cuando son pensamientos, y tentaciones malas, y pecaminosas; y en ese caso, decir que se le va tras ellos el corazón, no es decir, que consiente la voluntad, sino que las inclinaciones de la voluntad, y los primeros movimientos del corazón mal mortificados quisieran irse tras ellas, si no hallasen la resistencia por la gracia en lo superior de la voluntad, perseverando, y negándose a ellas en la oración: y así ha de entenderse este lugar de la Santa.

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34. En el número decimosexto pone la excelente comparación del hijo que trabaja sin jornal, y después se lo lleva todo al cabo del año, que es lo que advirtió el padre de los dos hijos, obediente, y pródigo, diciendo al obediente: Hijo, todo es tuyo, cuanto es mío: a este he menester cobrar, que andaba perdido (Luc. 45, v. 31).

35. En el número decimoséptimo aplica la oración del Huerto a la de los atribulados, manifestando cuán alto, y puro espíritu enseñaba a la Santa en la teología mística, escolástica, y expositiva, que allí derrama, tratando de la parte superior, e inferior del alma de Cristo bien nuestro: declarándonos, cuán poco se padece en la oración, a vista de lo que el Señor padeció por nosotros en ella.

36. En el número decimoctavo, trae la comparación de la hormiga, para que andemos, no sólo ajustados, sino próvidos, y prevenidos en la oración. Esto es, que tengamos trabajado mucho en la oración en el tiempo desocupado, advirtiendo que a esto nos guía el Espíritu Santo, cuando remite al perezoso a la hormiga: Vade ad formicam, o piger (Prov. 6, v. 6). Para que como ella entroja en el verano para el invierno trigo, entrojemos nosotros oración en el desembarazado, para el de la ocupación.

Por eso advierte san Pascasio, abad, que oró tres veces el Señor en el Huerto, para suplir los tres días, que había de estar en el sepulcro: Ter rogat in oratione Dominum, quia tribus diebus futuros erat in corde terræ (S. Pasch. in Matth. c. 26, lib. 12). Pero en las tres horas de la cruz oró mucho más fuertemente; pues si en el Huerto oró, y sudó sangre, para vencer la aprensión de estos dolores, aquí oró, la derramó por todo su cuerpo, para vencer los dolores, que causaron, y despertaron la aprensión.

37. En el número décimo nono, para decir la limpieza con que se ha de estar en la oración, y al comunicarse con Dios, propone cortesanamente la comparación de los que van a bodas; y en esto imita al Señor, que la puso, para explicar la limpieza con que ha de ser recibido sacramentado: y lo que el Señor aplica al misterio Eucarístico, pide la Santa, que tengamos para el Señor adorado, y reverenciado por la oración. ¿Pues quién es el que va a la audiencia del rey, que no se componga, se limpie, y disponga? ¿Y qué ha de causar la presencia divina en el alma, sino pureza, y limpieza interior?

38. En el número vigésimo, luego después de haber enseñado, como un serafín a este santo lo que debe hacer, se despide dél con cien mil humildades: y no sabe donde ponerse, para ser deshecha, la que no sabemos donde ponerla, para ser venerada.

39. También debe advertirse, que siendo las virtudes de que se compone el ministerio pastoral, tantas, y tan multiplicadas, no le habló a este señor obispo, sino de la oración. Lo primero, porque era señal, que tenía todas las demás. Lo segundo, por la modestia singular de la Santa, que sólo trató de su profesión. Lo tercero, porque con la oración juzgó, que le aplicaba el remedio de todos los daños, y el fomento de todas las virtudes; pues de ella se puede decir lo que el Espíritu Santo dice de la sabiduría: Et venerunt mihi omnia bona pariter cum illa (Sapient. 7, v.11).

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40. Finalmente, no acierto a despedirme de esta celestial carta, y siento hallarme atado con la rigorosa clausura de notas; aunque en éstas me he dilatado sobradamente, y casi he llegado a comento. Pero merécelo la intención de la Santa, y nuestra necesidad; y más la mía, y la importancia de que tengamos oración los prelados. Y así verdaderamente esta carta, y sus vivas razones, no habían de estar estampadas sólo en el papel, sino en los corazones de los que servimos en este importante, y peligroso ministerio de almas.






ArribaAbajoCarta IX

A la Illma., y Excma. señora doña María Henríquez, duquesa de Alba


Jesús

1. La gracia del espíritu Santo sea siempre con vuestra excelencia. Mucho he deseado hacer esto, después que supe estaba vuestra excelencia en su casa. Y ha sido tan poca mi salud, que desde el jueves de la Cena, no se me ha quitado calentura, hasta habrá ocho días; y tenerla era el menor mal, según lo que he pasado. Decían los médicos, se hacía una postema en el hígado: con sangrías, y purgas ha sido Dios servido de dejarme en este piélago de trabajos. Plegue a su divina Majestad se sirva de dármelos a mí sola, y no a quien me ha de doler más que padecerlos yo. Por acá ha parecido, que se ha hecho muy bien el remate de los negocios de vuestra excelencia.

2. Yo no sé qué decir, sino que quiere nuestro Señor, que no gocemos de contento, sino acompañado de pena: que ansí creo la debe vuestra excelencia de tener en estar apartada de quien tanto quiere; mas será servido, que su excelencia gane ahora mucho con nuestro Señor, y después venga todo junto el consuelo. Plegue a su Majestad lo haga como yo se lo suplico, y en todas estas casas de monjas, que con grandísimo cuidado se hace. Sólo este buen suceso las he encargado tomen ahora muy a su cuenta; y yo, aunque ruin, ordinariamente le traigo delante: y ansí lo haremos, hasta tener las nuevas que yo deseo.

3. Estoy considerando las romerías, y oraciones, en que vuestra excelencia andará ocupada ahora; como muchas veces le parecerá, era vida más descansada la prisión. ¡Oh válame Dios, qué vanidades son las deste mundo! ¡Y cómo es lo mejor no desear descanso, ni cosa dél! Sino poner todas las que nos tocaren en las manos de Dios, que él sabe mejor lo que nos conviene, que nosotros lo pedimos.

4. Tengo mucho deseo de saber cómo le va a vuestra excelencia de salud, y lo demás; y ansí suplico a vuestra excelencia me mande avisar. Y no se le dé a vuestra excelencia nada, que no sea de su mano; que como   —40→   ha tanto, que no veo letra de vuestra excelencia, aun con los recaudos, que me escribía el padre maestro Gracián de parte de vuestra excelencia, me contentaba. De a dónde estaré, cuando estuviere para partirme deste lugar, ni de otras cosas, no digo aquí; porque pienso irá por allá el padre Fr. Antonio de Jesús, y dará a vuestra excelencia cuenta de todo.

5. Una merced me ha de hacer ahora vuestra excelencia en todo caso, porque me importa se entienda el favor, que vuestra excelencia me hace en todo. Y es, que en Pamplona de Navarra se ha fundado ahora una casa de la Compañía de Jesús, y entró muy en paz. Después se ha levantado tan gran persecución contra ellos, que los quieren echar del lugar. Hanse amparado del conde Estable, y su señoría los ha hablado muy bien, y hecho mucha merced. La que vuestra excelencia me ha de hacer es, escribir a su señoría una carta, agradeciéndole lo que ha hecho, y mandándole lo lleve muy adelante, y los favorezca en todo lo que se les ofreciere.

6. Como ya sé, por mis pecados, la aflicción que es a religiosos verse perseguidos, helos habido lástima; y creo gana mucho con su Majestad quien los favorece, y ayuda: y esto querría yo ganase vuestra excelencia, que me parece será dello tan servido, que me atreviera a pedirlo también al duque, si estuviera cerca. Dicen los del pueblo, que lo que ellos gastaren, ternán menos: y hace la casa un caballero, y les da muy buena renta, que no es de pobreza; y cuando lo fuera, es harto poca fe, que un Dios tan grande les parezca, que no es poderoso para dar de comer a los que le sirven. Su Majestad guarde a vuestra excelencia, y la dé en esta ausencia, tanto amor suyo, que pueda pasarlo con sosiego; que sin pena, será imposible.

7. Suplico a vuestra excelencia, que a quien fuere por la respuesta desta, mande vuestra excelencia dar esta, que le suplico. Y ha de ir, que no parezca carta ordinaria de favor, sino que vuestra excelencia lo quiere. ¡Mas qué importuna estoy! De cuanto vuestra excelencia me hace padecer, y ha hecho, no es mucho me sufra ser tan atrevida. Son hoy 8 de abril. Desta casa de san José de Toledo. Quise decir, de mayo 8.

Indigna sierva de vuestra excelencia, y súbdita.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta la escribió la Santa en Toledo el año de 1580. Y parece para la excelentísima duquesa de Alba, mujer del gran duque D. Fernando de Toledo, grande en todo con eminencia; grande en la sangre, grande soldado, y el primer general de aquellos tiempos, y de los del señor emperador Carlos V. Grande en la sabiduría, y el primer ministro   —41→   de Estado; grande en el gobierno, y mayordomo mayor del señor rey D. Felipe II.

2. En el número primero insinúa la Santa, que tuvieron buen fin sus trabajos de esta gran señora. Y sin duda fueron los de la prisión, que padeció el duque, por orden de su majestad el señor Felipe II, sobre el casamiento de su hijo, que lo hizo sin pedir licencia a este prudentísimo rey.

El fin que aquí dice la Santa, fue sacarlo de la prisión, para que fuese a allanar, con un grande ejército, las diferencias de la agregación de Portugal a esta corona. Y he oído decir, que aceptando esta orden, y empresa, respondió: Que obedecía; porque se dijese, que tenía su majestad vasallos, que arrastrando cadenas, le adquirían reinos; aludiendo a los sentimientos, que tenía de su prisión.

3. Y que aludiese la Santa a esta prisión, se declara más en el número tercero, y en las oraciones, que ofrece en el número segundo por la empresa, y en el cuidado de encomendarlo a Dios, y en el darle esperanzas de su buen suceso. Así fue, pues lo allanó todo en aquel reino, y con poca sangre, aunque con suma prudencia, y valor. Allí coronó sus victorias este grande, y valeroso señor, asentando la espada, acabando de allanar un reino tan grande.

4. Murió en Lisboa, en edad tan anciana, que pasaba de ochenta años. Y para que alargase algo la vida, lo mandaron los médicos, que mamase la leche de una mujer moza; y él lo hacía así. Y he oído a un antiguo cortesano, que cuando esto hacía, solía dejar el pecho, y sintiendo la flaqueza en sí, que lo iba llevando a la muerte, y mirando a su ama, le decía con grandísima gracia: Ama, mucho temo, que habéis de dar mal cobro de esta cría.

Ejemplo memorable de la debilidad de nuestra naturaleza, y de los triunfos, y trofeos del tiempo, ver un capitán general, a quien temió Alemania, de quien tembló Italia, y que acababa de allanar aquel reino, pendiente, como un niño, de los pechos de un ama, para dar cuatro días más a una vida tan esclarecida, y tan útil al público estado.

5. Al fin del número sexto escribe la Santa una razón muy discreta: Dios dé a V. Excelencia (dice) tanto amor suyo, que pueda en esta ausencia pasarla con sosiego; que sin pena, es imposible. De suerte, que junta la Santa en un corazón el sosiego, y la pena; y esto no puede hacerse sin grande amor de Dios, el cual pacifica lo que la pena en el corazón inquieta. Y cuando los sentimientos de la parte inferior le perturban, las luces, y calor del Espíritu Santo le sosiega; y de tal manera se obra, que se padece el sentimiento; pero que no gobierna al corazón. El sentimiento se siente; pero no se consiente: conque se juntan el dolor, y la paciencia. Como quien dice: Forzoso es el padecer; pero séalo también el sufrir. Así dice el filósofo moral: Non sentire mala sua, saxi est: non ferre, fæminæ (Séneca). No sentir sus males, es de peña: de mujer no tolerarlos. Y la Santa quería a esta señora, ni mujer, ni peña; sino hombre valeroso, que siente, y sufre.

6. Al fin de la carta, desde el número quinto, escribe la Santa a esta gran señora, pidiéndola una de favor para los padres de la Compañía, sobre la fundación de Pamplona, solicitando que el señor condestable de   —42→   Navarra su cuñado (de quien entró, según creo, aquella ilustre casa de los Beamontes en la de Alba) amparase a estos padres en su fundación. Y pídelo ardientemente la Santa: porque ardientemente amaba a esta religión fervorosa; retornándole en sus fundaciones, lo que sus hijos le ayudaron a ella en las suyas; y con vivas razones suplica, que no sea de cumplimiento la intercesión, manifestando, que no era de cumplimiento su amor, y deseo.

7. Luego en el número sétimo hace la Santa una refleja muy cortesana, acusándose, y diciendo: Mas ¡qué importuna que estoy! De cuanto V. Excelencia me ha hecho padecer, no es mucho que me sufra ser tan atrevida. Y es que habría hecho muchas penitencias la Santa por el buen suceso del duque; y reconviénela que pague su trabajo con otro trabajo; y su sufrimiento con otro sufrimiento; y esto con tal discreción, que obligara a un enemigo a hacer lo que pide, cuanto más a una devota suya tan grande, como esta gran señora. Rara fue esta Santa sin duda; y se ve a cada paso, que no la adornó Dios de una sola, sino de muchísimas gracias.






ArribaAbajoCarta X

A la ilustrísima señora doña Luisa de la Cerda, señora de Malagón


1. Jesús sea con V. S. Ni lugar, ni fuerzas tengo para escribir mucho; porque a pocas personas escribo ahora de mi letra. Poco ha escribí a V. S. Yo me estoy ruin. Con V. S. y en su tierra me va mejor de salud, aunque la gente desta no me aborrece, gloria a Dios. Mas como está allá la voluntad, ansí lo querría estar el cuerpo.

2. ¿Qué le parece a V. S. cómo lo va ordenando su Majestad tan a descanso mío? Bendito sea su nombre, que ansí ha querido ordenarlo por manos de personas tan siervas de Dios, que pienso se ha de servir mucho su Majestad en ello. V. S. por amor de su Majestad, ande intentando haber la licencia. Paréceme no nombren al gobernador, que es para mí, sino para casa destas Descalzas: y digan el provecho, que hacen donde están (al menos por las de nuestro Malagón no perderemos, gloria a Dios) y verá V. señoría, que presto tiene allá esta su sierva, que parece quiere el Señor no nos apartemos. Plegue a su Majestad sea ansí en la gloria, con todos esos mis señores, en cuyas oraciones me encomiendo mucho. Escríbame V. señoría cómo le va de salud, que muy perezosa está en hacerme esta merced. Estas hermanas besan a V. señoría las manos. No puede creer los perdones, y ganancias, que hemos hallado para las fundadoras desta Orden: son sin número. Sea el Señor con V. señoría. Es hoy día de santa Lucía.

Indigna sierva de V. S.

Teresa de Jesús, Carmelita.

  —43→  
Notas

1. Esta carta es para la ilustrísima señora doña Luisa de la Cerda, mujer de Arias Pardo, señor de Malagón, que hoy son marqueses de aquel estado.

Fue este caballero sobrino del Eminentísimo señor cardenal don Juan Tabera, arzobispo de Toledo, inquisidor general, gobernador de los reinos de España (que todo esto ocupó a un mismo tiempo, en el del señor emperador Carlos V) y era tan prudente este prelado, que cuando murió, dijo el señor emperador: Háseme muerto un viejo, que mantenía en paz todos mis reinos.

Era esta señora, a quien escribe la Santa, muy devota suya, hermana del duque de Medina-Cæli. En cuya casa estuvo santa Teresa muchos días, siendo monja de la Encarnación, antes de fundar el convento de san José, cuando aguardaba los despachos de Roma para ello. Entonces no se guardaba la clausura, que ahora después del Breve de Pío V.

2. Puédese advertir en esta carta el estilo lacónico, y breve con que en ella escribe, que admira, pues cada tres palabras, parece que forman un período entero. Y es, que debía de estar ocupada, y se ceñía al escribir, para ocuparse en obrar: en que se conoce, cuán señora era la Santa de la lengua castellana.

3. Con esta ocasión, no puedo dejar de advertir, que habiendo leído yo algunas cartas de la santa reina doña Isabel la Católica, gloriosa princesa, y de las mayores, que han visto los siglos, he reparado, que se parecen muchísimo los estilos de esta gran reina, y de la Santa; no sólo en la elocuencia, y viveza en el decir, sino en el modo de concebir los discursos, en explicarlos, y en las reflejas, en los reparos, en dejar una cosa, tomar otra, y volver a la primera sin desaliño, sino con grandísima gracia.

Y porque puede ser, que me haya engañado en esto, lea quien quisiere, y examine este reparo en las dos cartas, que se hallan de esta esclarecida reina en la corónica elegante de la Orden de san Gerónimo, escrita por el reverendo, elocuente padre fray José de Sigüenza; y las escribió a aquel grande, y espiritual prelado, arzobispo de Granada, el ilustrísimo don fray Hernando de Talavera, de la misma Orden, su confesor: y podrá ser, que aprueben mi dictamen, y son dignas de leerse, y venerarse por muchas razones; y desearía que se imprimiesen al fin de estas cartas.

4. Yo confieso, que cuando las leí habrá como seis años, hice concepto de que eran tan parecidos estos dos naturales entendimientos, y espíritus de la señora reina Católica, y de santa Teresa, que me pareció, que si la Santa hubiera sido reina, fuera otra Católica doña Isabel; y si esta esclarecida princesa fuera religiosa (que bien lo fue en las virtudes), fuera otra santa Teresa: y habiendo vuelto ahora a leerlas, por sí me he engañado, me he confirmado en el mismo dictamen.

5. En el número segundo insinúa la Santa, que estaba detenida en Valladolid, de a donde la llamaron para fundar en Toledo; y a eso mira   —44→   el decir: Que había ordenado Dios las cosas a su descanso, pues la había de ver con ocasión de la fundación. Y pide a esta señora, que no pida la licencia para ella, sino para sus conventos; porque entonces debía de andar su opinión, y nombre atribulado, y perseguido, y no quería, que por él se impidiese el negocio. O puede ser (y es lo más cierto), que hablase de la fundación de Toledo, en donde vivía esta señora, a quien se endereza la carta, y era el gobernador, de quien habla, el del arzobispado. El cual lo gobernaba en ausencia del ilustrísimo, y reverendísimo señor don fray Bartolomé de Carranza y Miranda, arzobispo de Toledo, de la, Orden de Predicadores, que al presente estaba en Roma; donde, después de cinco años de prisión, con que probó Dios su paciencia, murió con opinión de santidad en el convento de la Minerva, de la Orden de santo Domingo el año de 1576.

6. Lo que dice de los perdones, que han hallado para las que fundan conventos, débelo decir, para las que dan su hacienda para fundarlos, y son pairones de ellos. Y si eso ganan los que los fundan, ¿qué ganarán los que fundan las religiones, y las reforman, como lo hizo la Santa?






ArribaAbajoCarta XI

Al ilustrísimo señor D. Diego de Mendoza, del Consejo de Estado de su majestad


Jesús

1. Sea el Espíritu Santo siempre con V. S. Amén. Yo digo a V. S. que no puedo entender la causa, porque yo, y estas hermanas, tan tiernamente nos hemos regalado, y alegrado con la merced, que V. S. nos hizo con su carta. Porque aunque haya muchas, y estamos tan acostumbradas a recibir mercedes, y favores de personas de mucho valor, no nos hace esta operación, conque alguna cosa hay secreta, que no entendemos. Y es ansí, que con advertencia lo he mirado en estas hermanas, y en mí.

2. Sola una hora nos dan de término para responder, y dicen se va el mensajero: y a mi parecer ellas quisieran muchas; porque andan cuidadosas de lo que V. S. les manda: y en su seso piensa su comadre de V. S. que han de hacer algo sus palabras. Si conforme a la voluntad con que ella las dice, fuera el efeto, yo estuviera bien cierta, aprovecharan; mas es negocio de nuestro Señor, y sólo su Majestad puede mover: y harta gran merced nos hace en dar a V. S. luz de cosas, y deseos; que en tan gran entendimiento, imposible es, si no que poco a poco obren estas dos cosas.

3. Una puedo decir con verdad, que fuera de negocios, que tocan al señor obispo, no entiendo ahora otra, que más alegrase mi alma, que ver a V. S. señor de sí. Y es verdad, que lo he pensado, que a persona tan valerosa, sólo Dios puede henchir sus deseos; y ansí ha hecho su   —45→   Majestad bien, que en la tierra se hayan descuidado los que pudieran comenzar a cumplir alguno.

4. V. S. me perdone, que voy ya necia. Más que cierto es serlo los más atrevidos, y ruines; y en dándoles un poco de favor, tomar mucho.

5. El padre fray Gerónimo Gracián se holgó mucho con el recaudo de V. S. que sé yo tiene el amor, y deseo, que es obligado, y aun creo harto más de servir a V. S. y que procura le encomienden personas de las que trata (que son buenas) a nuestro Señor. Y él lo hace con tanta gana de que le aproveche, que espero en su Majestad le ha de oír; porque según me dijo un día, no se contenta con que sea vuestra señoría muy bueno, sino muy santo.

6. Yo tengo mis bajos pensamientos: contentarme ya con que V. S. se contentase con sólo lo que ha menester para sí solo, y no se extendiese a tanto su caridad de procurar bienes ajenos: que yo veo, que si V. S. con su descanso sólo tuviese cuenta, le podía ya tener, y ocuparse en adquirir bienes perpetuos, y servir a quien para siempre le ha de tener consigo, no se cansando de dar bienes.

7. Ya sabíamos cuando es el santo, que V. S. dice. Tenemos concertado de comulgar todas aquel día por V. S. y se ocupará lo mejor que pudiéremos.

8. En las demás mercedes, que V. S. me hace, tengo visto podré suplicar a V. S. muchas, si tengo necesidad; mas sabe nuestro Señor, que la mayor que V. S. me puede hacer, es estar a donde no me pueda hacer ninguna desas, aunque quiera. Con todo, cuando me viere en necesidad, acudiré a V. S. como a señor desta casa.

9. Estoy oyendo la obra que pasan María, Isabel, y su comadre de V. S. para escribir. Isabelita, que es la de san Judas, calla, y como nueva en el oficio no sé qué dirá. Determinada estoy a no enmendarles palabra, sino que V. S. las sufra, pues manda las digan. Es verdad, que es poca mortificación leer necedades: ni poca prueba de la humildad de V. S. haberse contentado de gente tan ruin. Nuestro Señor nos haga tales, que no pierda V. S. esta buena obra, por no saber nosotras pedir a su Majestad la pague a V. S. Es hoy domingo, no sé si veinte de agosto.

Indigna sierva, y verdadera hija de V. S.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta es para aquel gran caballero, ministro, y discreto cortesano, D. Diego de Mendoza, el que escribió con elocuente pluma, y estilo la rebelión de los moros de Granada: que sin duda esta obra, y   —46→   la vida de Pío V, escrita por Fuen-Mayor, es de lo más primoroso, y mejor, que está escrito en lengua castellana.

Fue este gran caballero en todo de los primeros sujetos de su tiempo. Gran ministro de Estado en Italia, y por cuyo singular juicio se consiguieron grandes empresas; y en la corte de los primeros políticos, y sin duda el más discreto, y mayor cortesano. Fue consejero de Estado del señor rey Felipe II.

Todas estas partes, que tenía este gran caballero en lo político, y las de santa Teresa en lo espiritual, debió de hacerles, que emparentasen, y se correspondiesen. Y en esta carta la Santa escribe con gran discreción, acomodando su estilo, y su espíritu al sujeto a quien la escribía. Y yo creo, que debía de disponer el alma de este caballero a alguna grande resolución de dejar el mundo. Y esto se conoce en los reparos siguientes, que iremos haciendo por los números.

2. En el número primero, le va ganando con el gusto, que se tuvo en el convento con su carta; y que fue mayor, que con otras de grandes sujetos. Y luego en el número segundo insinúa el cuidado con que ella, y sus hijas (principalmente una de ellas, a quien este entendidísimo cortesano, puede ser que por ser ella muy niña, y él muy anciano, la llamase comadre) encomendaban, y pedían a Dios, que le moviese su corazón, pues su divina Majestad sólo lo podía hacer: y que no era posible, que se dejasen de lograr oraciones, que se enderezaban a que un grande entendimiento fuese alumbrado de Dios. Conque como él era tan entendido, dábale diestramente la Santa por su comer, y cogíale para Dios la voluntad con las alabanzas de su entendimiento.

3. Vuelve otra vez en el número tercero a darle otra batería con lo que le ama; y que sólo al señor obispo ama más: (y puede ser que fuese el ilustrísimo señor D. Álvaro de Mendoza, obispo de Ávila, de quien ya hemos mención, que juzgo fue su hermano) con lo cual cautivaba, y ganaba con aquella santa lisonja, y con la verdad a su hermano; y quedábase con entrambos la Santa, para darlos a Dios.

4. Luego, porque fue gran soldado este caballero, lo iba persuadiendo para Dios por la parte del valor, insinuándole, que para emprender el seguirlo, le convidaban su valor, y su entendimiento; pues un caballero valeroso, y entendido, ¿qué aguardaba, para lograr todo su entendimiento, y valor en servir a Dios?

5. Es muy discreta razón la que dice: Que se alegraba de verle señor de sí; diciéndole lo que sentía, por lo que deseaba. Y no hay duda, que no es señor de sí el que sirve al mundo, sino siervo del mundo, y esclavo de sí. Por esto cuando se dice: Los señores del mundo, es equivocación; porque no se ha de decir sino los siervos del mundo, pues no son los señores del mundo sino los siervos de Dios, que con una santa humildad dejaron, y pisaron el mundo, y siguieron a Dios. Pero los señores seglares son los siervos del mundo, pues cuando parece que lo mandan, lo sirven.

6. Aun el filósofo moral gentil, y bien gentil moral, dice: Magna servitus est magna fortuna (Séneca): grande servidumbre, es gran fortuna; porque el más poderoso en figura de mandar, y de poder, y de gobernar, sirve a pasiones propias, y ajenas.

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También el valor se lo acomoda la Santa al saberse vencer; pues es más valeroso el que sabe vencerse, que el que vence a los otros: Fortior est qui se, quam qui fortissima vincit.

7. En el número cuarto, conociendo la Santa, que le iba tocando en lo vivo, dando documentos a un entendido (que es temeraria empresa) para suavizar la materia, le dice: V. S. me perdone, que voy ya necia. Más que cierto es serlo los más atrevidos, y ruines, y en dándoles un poco de favor, el tomarse mucho.

¡Oh qué tal era la Santa en lo natural, y en lo sobrenatural! ¡Qué dones, y gracias de Dios, que llovían sobre ella! Imputa al favor de este gran ministro el atrevimiento; y haciéndolo liberal, sobreentendido, y valeroso, abre más caminos a su desengaño, y ofrece más esfuerzos, y estímulos a la vocación.

8. Vuelve con otra batería a rendirle el alma para Dios, diciendo en el número quinto, lo que el padre Gracián esperaba dél, que lo quería santo; porque un entendido, valeroso, y liberal, ¿por qué no ha de ser para Dios, como es para todos? Valeroso, al seguirle en la cruz; entendido, al escoger el camino seguro; liberal, al darse a quien todo se debe, y se dio por su amor: y si esto hiciese, ya sería ser santo.

9. Pero en el número sexto, con un arte discreto, y espiritualísimo, dice la Santa: Que aunque el padre Gracián lo quiere santo, ella se contenta con menos; y es, que consiga este caballero lo que ha menester para sí solo en la vida del espíritu. Y siendo esto muchísimo, se lo propone en figura de poco: con que lo primero no lo espanta con los temores de la vida interior que piden la santidad, y miedos, que a tantos han retardado el seguir el camino de Dios.

Lo segundo, lo llama primero por su conveniencia; porque sabe la Santa, que después Dios lo llevará a más altos grados de gracia.

Lo tercero, no le quiere principiante predicador, que es cosa imperfecta. Y por eso dice, que se contenta con que él para sí sea bueno y santo, y deje a otros, que hagan a los otros santos, y buenos.

10. En el mismo número le dice a quien debe servir, que es al que sólo puede hacer que duren los premios, y sean eternos. Porque el que sirve al mundo, consigue temporal, y breve el gozar, eterno, y sin fin el padecer.

También le abre los ojos con lo que se olvidan de sus servicios, y que Dios lo permite, cerrándole las puertas del mundo, para que se entre por las del cielo.

11. Habla ahora en el número sétimo de algún santo, de quien era devoto este discreto cortesano, y dice la Santa: Que comulgarán aquel día, que todo esto manifiesta, que debían de tener entre manos alguna gran mudanza de vida a estado de este caballero.

12. En el octavo le escribe la Santa una razón discretísima. Porque le debió de ofrecer su amparo, y socorro este caballero, y responde: Que lo que desea es, que esté donde no le pueda ayudar, que es señal, que lo quería fuera de la corte, y de sus lazos, y donde, pisando al mundo, le faltase lo que era del mundo, y sólo tuviese a Dios.

13. Luego para dejar su ánimo alegre, sobre tantos documentos, y luces, y que no huyese de la disciplina, le dice en el número nono,   —48→   cuán afanadas andaban sus religiosas, respondiendo a sus cartas: conque le manifiesta su amor, y lo que ella se contenta de esto, ganándolo más para sí, para llevarlo rendido a ser triunfo, y trofeo de Dios.

Poco después con su grandísima gracia, le vuelve la materia, reconociéndolo por gran cortesano, y ministro, diciendo: Es verdad, que es poca mortificación leer necedades; ni poca prueba de la humildad de V. S. haber gustado de gente ruin. Como si dijera: ¿Qué han de decir a un discreto, y tan gran ministro unas simples religiosas, sino necedades? ¿Y qué prueba no es de humildad el leerlas con gusto un varón tan entendido?

Pero la Santa me perdone, que de nada tienen menos, que de necias sus hijas; porque parece, que las dejó herederas forzosas de su discreción, y con ella de su misma gracia, y espíritu. Sino que sobre todo nadaba su grande humildad, y de toda santa retórica se valía, para llevar las almas a Dios.

14. Vuelve luego al principal negocio la Santa, pidiendo a Dios, que no se pierda la resolución por no saberla pedir con sus hijas. Conque pone en su lugar la recreación espiritual, que con aquellas siervas de Dios tenía aquel gran sujeto.

Finalmente, toda esta carta tiene de lo dulce, de lo útil, y de lo entendido; y se ve vivamente practicado el lugar de san Bernardo, donde enseña: Que es útil la moderación de la lengua; pero que ha de ser tal, que no excluya la gracia de la familiaridad: Utilis est custodia oris, quæ tamen affabilitatis gratiam non excludat (D. Bern. lib. 4 de Confid. ad Eug. Pontif. cap. 6.). Y sin esta dulzura, suavidad, y familiaridad discretísima, ¿cómo pudiera esta virgen prudente haber llevado tantas almas a Dios, no sólo viviendo, sino después que vive en la gloria, con la gracia de sus escritos enseñando?






ArribaAbajoCarta XII

A la ilustrísima señora doña Ana Henríquez. En Toro


Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra merced siempre. Harto consuelo fuera para mí hallar a vuestra merced en este lugar; y diera por bien empleado el camino, por gozar de vuestra merced con más asiento que en Salamanca. No he merecido esta merced de nuestro Señor: sea por siempre bendito. Esta priora se lo ha gozado todo: en fin, es mejor que yo, y harto servidora de vuestra merced.

2. Harto me he holgado haya tenido vuestra merced a mi padre Baltasar Álvarez algunos días, porque haya alivio de tantos trabajos. Bendito sea el Señor, que tiene vuestra merced más salud que suele. La mía es   —49→   ahora harto mejor, que todos estos otros años; que es harto en este tiempo. Hallé tales almas en esta casa, que me ha hecho alabar a nuestro Señor. Y aunque Estefanía cierto es a mi parecer santa, el talento de Casilda, y las mercedes que el Señor la hace, después que tomó el hábito, me ha satisfecho mucho. Su Majestad lo lleve adelante, que mucho es de preciar almas, que tan con tiempo las toma para sí.

3. La simplicidad de Estefanía para todo, si no es para Dios, es cosa que me espanta, cuando veo la sabiduría, que en su lenguaje tiene de la verdad.

4. Ha visitado el padre provincial esta casa, y ha hecho elección. Acudieron a la mesma, que se tenían; y traemos para supriora una de san José de Ávila, que eligieron, que se llama Antonia del Espíritu Santo. La señora doña Guiomar la conoce: es harto buen espíritu.

5. La fundación de Zamora se ha quedado por ahora, y tornó a la jornada larga que iba. Ya yo había pensado de procurar mi contento, con ir por ese lugar, para besar a vuestra merced las manos. Mucho ha que no tengo carta de mi padre Baltasar Álvarez, ni le escribo: y no cierto por mortificarme, que en esto nunca tengo aprovechamiento, y aun creo en todo, sino que son tantos los tormentos destas cartas; y cuando alguno es sólo para mi contento, siempre me falta tiempo. Bendito sea Dios, que hemos de gozar dél con seguridad eternalmente; que cierto acá con estas ausencias, y variedades en todo, poco caso podemos hacer de nada. Con este esperar el fin, paso la vida: dicen, que con trabajos, a mí no me lo parece.

6. Acá me cuenta la madre priora del mi guardador, que no le cae en menos gracia su gracia, que a mí. Nuestro Señor le haga muy santo. Suplico a vuestra merced dé a su merced mis encomiendas. Yo le ofrezco a nuestro Señor muchas veces, y al señor don Juan Antonio lo mesmo. Vuestra merced no me olvide por amor del Señor, que siempre tengo necesidad. De la señora doña Guiomar, ya nos podemos descuidar, según vuestra merced dice, y ella encarece. Harto gustará de saber algún principio de tan buen suceso, para atinar a lo que es, por gozar de contento, el que vuestra merced tiene. Désele nuestro Señor a vuestra merced en el alma esta Pascua, tan grande como yo se lo suplicaré.

7. Este día de santo Tomé hizo aquí el padre fray Domingo un sermón, a donde puso en tal término los trabajos, que yo quisiera haber tenido muchos; y aunque me los dé el señor en lo por venir. En extremo me han contentado sus sermones. Tiénenle elegido por prior: no se sabe si le confirmarán. Anda tan ocupado, que le he gozado harto poco, mas con otro tanto que viera a vuestra merced me contentara. Ordénelo   —50→   el Señor; y dé a vuestra merced tanta salud, y descanso, como es menester para ganar el que no tiene fin. Es mañana víspera de Pascua.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra merced.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta escribió la Santa en Valladolid. Es para la señora doña Ana Henríquez, de la excelentísima casa de los Henríquez de Toro, marqueses de los Alcañices. Era muy espiritual esta señora, y santa Teresa estrecha amiga suya. Y conócese que era espiritual, así en esto, como en ser muy hija del padre Baltasar Álvarez, varón admirable en espíritu, y de los primeros, y más espirituales de su religión.

Fue este santo religioso de la Compañía de Jesús, confesor de la Santa, y de los que gobernaron su espíritu, y la supo mortificar, y guiar, como muy alumbrado de Dios.

2. He entendido, que en una ocasión, cuando la Santa andaba más fervorosa en sus fundaciones, le escribió un papel en un grave negocio, que tocaba a ellas, para que la aconsejase; y pedíale con encarecimiento en él, que le respondiese luego, porque con la dilación se aventuraba la fundación. Y este espiritual padre, para probar, y mortificar a la Santa, le respondió al instante; pero cerró el papel, y se lo remitió poniendo en el sobrescrito: No lo abra en dos meses, y así lo tuvo cerrado la Santa, hasta que le escribió, que lo abriese. Buena prueba en un natural vivo, eficaz, activo, vehemente en el servicio de Dios, como el que tenía la Santa, y muy discreta mortificación.

3. En el número segundo, y tercero alaba, y hace juicio de dos religiosas suyas, hijas del convento de Valladolid (Tom. 1, lib. 2, c. 17, n. 5). La una se llamaba Casilda de san Angelo, como lo refieren las Corónicas; y fue tan espiritual, que se dice en ellas, que recibió de Dios grandes mercedes: no siendo las menores el heroico acto que hizo de chupar con sus labios la podre, y materia, que salía de la llaga de una religiosa, manifestando, que bien bebería del costado de Cristo bien nuestro, la que por su amor hacía un acto tan excelente de caridad, y de mortificación.

4. Esta santa religiosa vio un día en un arrobamiento una luz, que bajaba del cielo al convento, y le hacía todo uno; y oyó una voz, que dijo: Vere locus iste sanctus est; acreditando la observancia de aquel santo convento, y que estaba hecho un cielo por medio de la luz de la oración.

En un día de los Reyes, cuando (conforme a su costumbre) se renuevan los votos por las religiosas, vio esta sierva de Dios al niño Jesús en las manos de la prelada, que los recibía. Y esto también yo lo vi. Pues ¿cómo es posible, que dejase de estar en sus manos al recibir tantas virtudes, y actos heroicos, como allí le ofrecían? De la misma se refiere en las Corónicas otras admirables revelaciones (Tom. 1, lib. 2, c. 18, n. 2).

5. De Estefanía de los Apóstoles (que así se llamaba la otra, de quien   —51→   con grande gracia dice la Santa: Que sabía mucho en su lenguaje) (Loc. proxim. cit.), dicen las corónicas que fue penitentísima. Y en una ocasión que se trataba de elección de priora (y pudo ser que fuese de la que habla la Santa en el número cuarto, en que fue reelegida la madre María Bautista, sobrina de la Santa), estando en el coro orando con la comunidad, vio que del sagrario salía una mano hermosísima, y blanquísima, y se fue a echar la bendición sobre la cabeza de una de las religiosas, y aquella salió después por priora. Y según el acierto con que se gobiernan estos santos conventos de Descalzas, y el de Valladolid, aunque no se ve la mano en cada una de las que se eligen por prioras, sin duda debió de ser esta bendición para todas las de la Orden, que eran, y serían para siempre jamás; y así gobiernan alegres con el espíritu de esta bendición.

6. En el número quinto habla otra vez del padre Álvarez, manifestando cuanto es suya, y lo que se mortifica en no poderle escribir.

En el sexto, donde dice de su guardador, juzgo que sería algún hijo de esta señora, que quería ser custodia de la Santa; y no excluye estas gracias, por ver si con eso los gana, y los lleva a la gracia.

7. En el sétimo dice, que oyó predicar de los trabajos al padre fray Domingo Báñez su confesor, de tal manera, que se holgaría haberlos tenido. Porque cuarenta años de trabajos la dejaron con sed de trabajos: manifestando cuál es su importancia, por lo que los deseaba, y que no hay camino seguro, sino el de la cruz, y de los trabajos; y que éste hace cielo a los mismos conventos, como vio aquella religiosa, y se refiere en el número cuarto.






ArribaAbajoCarta XIII

Al reverendísimo padre, el maestro fray Juan Bautista Rubeo de Rávena, general que fue de la Orden de nuestra Señora del Carmen


Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra paternidad. Amén. Después que llegué aquí a Sevilla, he escrito a vuestra paternidad tres, o cuatro veces; y no lo he hecho más, porque me dijeron estos padres, que venían del Capítulo, que no estaría vuestra paternidad en Roma, que andaba a visitar los mantuanos. Bendito sea Dios, que se acabó este negocio tan bien. Allí daba a vuestra paternidad cuenta de los monasterios, que se han fundado este año, que son tres, en Veas, en Caravaca, y aquí. Tiene vuestra paternidad súbditas en ellos harto siervas de Dios. Los dos son de renta, y el deste lugar de pobreza. Aún no hay casa propia; mas espero en el Señor se hará. Porque tengo por cierto, que algunas destas cartas habrán llegado a manos de vuestra paternidad, no le doy más particular cuenta en ésta de todo.

  —52→  

2. Allí decía, cuán diferente cosa es hablar a estos padres Descalzos (digo al padre maestro Gracián, y a Mariano), de lo que por allá yo oía. Porque cierto son hijos verdaderos de vuestra paternidad, y en lo sustancial, osaré decir, que ninguno de los que mucho dicen que lo son, les hace ventaja. Como me pusieron por medianera, para que vuestra paternidad los tornase a su gracia (porque ellos ya no lo osaban escribir), suplicábalo a vuestra paternidad en estas cartas con todo el encarecimiento, que yo supe: y ansí se lo suplico ahora. Por amor de nuestro Señor, que me haga vuestra paternidad esta merced, y me dé algún crédito; pues no hay por qué yo no trate, sino toda verdad: dejado que ternía por ofensa de Dios no la decir, y a padre que yo tanto quiero; aunque no fuera ir contra Dios, lo tuviera por gran traición, y maldad.

3. Cuando estemos delante de su acatamiento, verá vuestra paternidad lo que debe a su hija verdadera Teresa de Jesús. Esto sólo me consuela en estas cosas; porque bien entiendo debe haber quien diga al contrario; y ansí en todo lo que yo puedo, lo entienden todos, y entenderán mientras viviere, digo los que están sin pasión.

4. Ya escribí a vuestra paternidad la comisión que tenía el padre Gracián del Nuncio, y cómo ahora le había enviado a llamar. Ya sabrá vuestra paternidad, cómo se la tornaron a dar de nuevo, para visitar a Descalzos, y Descalzas, y a la provincia de Andalucía. Yo sé muy cierto, que esto postrero rehusó todo lo que pudo, aunque no se dice ansí; mas esta es la verdad, y su hermano el secretario tampoco lo quisiera, porque no se sigue, sino gran trabajo. Mas ya que estaba hecho, si me hubieran creído estos padres, se hiciera sin dar nota a nadie, y muy como entre hermanos, y para esto puse todo lo que pude; porque dejado que es razón, desde que estamos aquí nos han socorrido en todo: y como a vuestra paternidad escribí, hallo aquí personas de buen talento, y letras; y quisiera yo harto las hubiera ansí en nuestra provincia de Castilla.

5. Yo soy siempre amiga de hacer de la necesidad virtud (como dicen), y ansí quisiera, que cuando se ponían a resistir, miraran si podrían salir con ello. Por otra parte no me espanto, que están cansados de tantas visitas, y novedades, como por nuestros pecados ha habido tantos años. Plegue al Señor nos sepamos aprovechar dello, que harto nos despierta su Majestad; aunque ahora, como es de la mesma Orden, no parece tan en deslustre della. Y espero en Dios, que si vuestra paternidad favorece este padre, de manera que entiendan está en gracia de vuestra paternidad, que se ha de hacer todo muy bien. Él escribe a vuestra paternidad, y tiene gran deseo de lo que digo, y de no dar a vuestra paternidad ningún disgusto, porque se tiene por obediente hijo suyo.

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6. Lo que yo torno en ésta a suplicar a vuestra paternidad por amor de nuestro Señor, y de su gloriosa Madre (a quien vuestra paternidad tanto ama, y este padre lo mesmo, que por ser muy su devoto entró en esta Orden) es, que vuestra paternidad le responda, y con blandura, y deje otras cosas pasadas, aunque haya tenido alguna culpa, y le tome por muy hijo, y súbdito; porque verdaderamente lo es: y el pobre Mariano lo mesmo, sino que algunas veces no se entiende. Y no me espanto escribiese a vuestra paternidad diferente de lo que tiene en su voluntad, por no saberse declarar, que él nunca confiesa haber sido (en dicho, ni en hecho) su intención de enojar a vuestra paternidad. Como el demonio gana tanto en que las cosas se entiendan a su propósito, y ansí debe haber ayudado, a que sin querer hayan atinado mal a los negocios.

7. Mas mire vuestra paternidad, que es de los hijos errar, y de los padres perdonar, y no mirar a sus faltas. Por amor de nuestro Señor suplico a vuestra paternidad me haga esta merced. Mire, que para muchas cosas conviene; que quizá no las entiende vuestra paternidad allá, como yo que estoy acá; y que aunque las mujeres no somos buenas para consejo, alguna vez acertamos. Yo no entiendo, qué daño pueda venir de aquí; y como digo, provechos puede haber muchos, y ninguno entiendo que haya en admitir vuestra paternidad a los que se echarían de muy buena gana a sus pies, si estuvieran presentes, pues Dios no deja de perdonar: y que se entienda gusta vuestra paternidad de que la reforma se haga por súbdito hijo suyo, y que a trueco deste, gusta de perdonarle.

8. Si hubiera muchos a quien lo encomendar, vaya; mas pues al parecer no lo hay con los talentos, que este padre tiene (que cierto entiendo si vuestra paternidad lo viese, lo diría ansí) ¿por qué no ha de mostrar vuestra paternidad, que gusta de tenerle por súbdito? ¿Y de que entiendan todos, que esta reforma (si se hiciere bien) es por medio de vuestra paternidad, y de sus consejos, y avisos? Y con entender vuestra paternidad gusta desto, se allana todo. Muchas más cosas quisiera decir en este caso. Suplico a nuestro Señor dé a entender a vuestra paternidad lo que esto conviene; porque de mis palabras ha días vuestra paternidad no le hace. Bien segura estoy, que si en ellas yerro, no yerra mi voluntad.

9. El padre fray Antonio de Jesús esta aquí, y no pudo hacer menos; aunque también se comenzó a defender como estos padres. Él escribe a vuestra paternidad, quizá terná más dicha que yo, que vuestra paternidad crea como conviene para todo esto que digo. Hágalo nuestro Señor como puede, y ve que es menester.

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10. Yo supe la acta que viene del Capítulo general, para que yo no salga de una casa. Habíala enviado aquí el padre provincial fray Ángel al padre Ulloa, con un mandamiento, que me notificase. Él pensó me diera mucha pena; como el intento destos padres ha sido dármela en procurar esto, y ansí se lo tenía guardado. Debe haber poco más de un mes, que yo procuré me lo diesen; porque lo supe por otra parte.

11. Yo digo a vuestra paternidad cierto, que a cuanto puedo entender de mí, que me fuera gran regalo, y contento, si vuestra paternidad por una carta me lo mandara, y viera yo era doliéndose de los grandes trabajos, que para mí (que soy para padecer poco), en estas fundaciones he pasado; y que por premio me mandaba vuestra paternidad descansar. Porque aun entendiendo por la vía que viene, me ha dado harto consuelo poder estar en mi sosiego.

12. Como tengo tan gran amor a vuestra paternidad, no he dejado como regalada de sentir, que como a persona muy desobediente, viniese de suerte, que el padre fray Ángel pudiese publicarlo en la corte antes que yo supiese nada, pareciéndole se me hacía mucha fuerza; y ansí me escribió, que por la Cámara del Papa lo podía remediar, como si no fuera un gran descanso para mí. Por cierto, aunque no lo fuera hacer lo que vuestra paternidad me manda, sino grandísimo trabajo, no me pasara por pensamiento dejar de obedecer: ni me dé Dios tal lugar, que contra la voluntad de vuestra paternidad procure contento.

13. Porque puedo decir con verdad (y esto sabe nuestro Señor) que si algún alivio tenía en los trabajos, desasosiegos, aflicciones, y murmuraciones que he pasado, era entender hacia la voluntad de vuestra paternidad, y le daba contento; y ansí me lo dará ahora hacer lo que vuestra paternidad me manda. Yo lo quise poner por obra: era cerca de Navidad, y como el camino es tan largo, no me dejaron, entendiendo, que la voluntad de vuestra paternidad no era aventurase la salud, y ansí me estoy todavía aquí, aunque no con intento de quedarme siempre en esta casa, sino hasta que pase el invierno; porque no me entiendo con la gente de Andalucía.

14. Y lo que suplico mucho a vuestra paternidad es, que no me deje de escribir a donde quiera que estuviere, que como ya no tengo negocios (que cierto me será gran contento) he miedo, que me ha de olvidar vuestra paternidad, aunque yo no le daré lugar para esto; porque aunque vuestra paternidad se canse, no dejaré de escribirle por mi descanso.

15. Por acá nunca se ha entendido, ni se entiende, que el concilio, y Motu propio quita a los perlados, que puedan mandar, que vayan las monjas a casas, para bien, y cosas de la Orden, que se pueden ofrecer   —55→   muchas. No lo digo esto por mí, que ya no estoy para nada (y no digo yo estarme en una casa, que me está tan bien tener algún sosiego, y descanso; mas en una cárcel, como entienda doy a vuestra paternidad contento, estaré de buena gana toda la vida), sino porque no tenga vuestra paternidad escrúpulo de lo pasado: que aunque tenía las patentes, jamás iba a ninguna parte a fundar (que a lo demás claro está que no podía ir) sin mandamiento por escrito, o licencia del perlado; y ansí me la dio el P. Fr. Ángel para Veas, y Caravaca, y el P. Gracián para venir aquí; porque la mesma comisión tenía entonces del Nuncio, que tiene ahora, sino que no usaba della. Aunque el P. Fr. Ángel ha dicho vine apóstata, y que estaba descomulgada, Dios le perdone. Vuestra paternidad sabe, y es testigo, de que siempre he procurado esté vuestra paternidad bien con él, y darle contento (digo en cosas, que no eran descontentar a Dios) y nunca acaba de estar bien conmigo.

16. Harto provecho le haría, si tan mal estuviese con Valdemoro. Como es prior de Ávila, quitó los Descalzos de la Encarnación con harto gran escándalo del pueblo: y ansí traía aquellas monjas (que estaba la casa, que era para alabar a Dios) que es lástima el gran desasosiego que traen. Y escríbenme, que por disculparle a él, se echan la culpa a sí. Ya se tornaron los Descalzos, y según me han escrito, ha mandado el Nuncio no las confiesen otros ningunos de los del Carmen.

17. Harta pena me ha dado el desconsuelo de aquellas monjas, que no les dan sino pan; y por otra parte tanta inquietud: háceme gran lástima. Dios lo remedie todo, y a vuestra paternidad nos guarde muchos años. Hoy me han dicho, que viene acá el general de los Domínicos. Si me hiciese Dios merced, que se ofreciese el venir vuestra paternidad; aunque por otra parte sentiría su trabajo. Y ansí se habrá de quedar mi descanso para aquella eternidad, que no tiene fin, a donde verá vuestra paternidad lo que me debe.

18. Plegue al Señor, por su misericordia, que lo merezca yo. A esos mis reverendos padres, compañeros de vuestra paternidad, me encomiendo mucho en las oraciones de sus paternidades. Estas súbditas, y hijas de vuestra paternidad, le suplican les eche su bendición: y yo lo mesmo para mí. De Sevilla, etc.

De vuestra paternidad indigna hija, y súbdita.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta para el padre general, que fue de la religión de nuestra Señora del Carmen, el R. P. M. Fr. Juan Bautista Rubeo de Rávena, es   —56→   muy dilatada; y para proceder con discreción, cuando son largas las cartas, habían de ser breves las notas, porque no se haga pesada con lo que se añade en la nota la dulzura de lo que se escribe en la carta; pero nada basta para ser breve en sus alabanzas. Es amor a santa Teresa.

De las quejas que los padres Calzados daban de los Descalzos, nació el disgusto del padre general, y de este, algunas órdenes de tan gran prelado, que mortificaban a los unos, y alegraban a los otros: unos, y otros tendrían sana, y buena intención. Sobre esto escribe la Santa. Véanse las corónicas en el lib. III desde el cap. 44 y 45.

2. Este reverendísimo padre general fue muy siervo de Dios, y devotísimo de la Santa, y la conoció en España, y trató mucho, y animó a que fundase la reforma. Pero después le hicieron tales relaciones los contrarios, que a la Santa, y al P. Gracián, y al P. Mariano, les mortificó, como parece por esta carta, y por otra, que luego veremos, que es la 27.

3. Toda ella se encamina, desde el número quinto, a pedir por estos dos religiosos, a los cuales, como a autores de novedades quería castigar el padre general. Valos defendiendo la Santa con una blandura, y suavidad grandísima, enterneciendo el ánimo de su prelado con tan indiscretas razones, que al leerlo me parece que estaba oyendo la plática de la sabia, y entendida Abigail, que salió al camino a David, para que perdonase a Nabal su marido, cuando venía contra él con la espada en la mano (1, Reg. 25, v. 23).

4. Porque no se pone la Santa derechamente a decir, que tienen ellos razón, aunque sabía bien que la tenían, porque eso fuera arriesgarse, e irritarle a su prelado; pues negarle la razón a un superior, aunque nunca la tenga, es una empresa dificultosísima, sino que torció la Santa el camino a la otra mano, que es la del perdón. Porque es más difícil en nuestros ánimos, amigos siempre de la libertad, el dar que el pagar. Y no quería la Santa poner al superior en la congoja de que pagase la deuda de la razón a estos dos religiosos, sino en el gusto de que diese, y mostrase su generosidad con el perdonar; y así ellos los culpa, y dice: Que habrían errado; pero que no de intención. Y el pobre Mariano (dice la Santa) no se sabe explicar.

5. Finalmente, lea el curioso la oración que le hizo Abigail a David, y esta de santa Teresa a su prelado, que cualquiera dirá, que la trasladó de allí, en el modo, en las palabras, y en los discursos: conque se conoce, que un espíritu gobernaba en tan distantes tiempos a estas dos discretísimas santas.

Y siendo así, que estaba enojado el padre general con la Santa, como con ellos, de ninguna manera se dio ella por desfavorecida de su prelado, sino que antes bien en fortuna de atribulada hacia oficios de muy favorecida, y valida; y esto con grandísimo juicio, y espíritu. Lo primero, porque con eso no ponía en desconfianza a su general del antiguo amor que le tuvo.

6. Lo segundo, porque con eso mismo hizo menor el agravio, que le hacía a ella en mortificarla; pues con los poderosos nunca al recibir los agravios los perseguidos, para que cesen contra ellos, han de ponderarlos, sino minorarlos; porque se rinde mejor obligado el poder de la paciencia,   —57→   que irritados, y embravecidos de la queja. Por eso es adagio español, y muy discreto, y práctico: Dando gracias por agravios, negocian los hombres sabios; y esto se acerca más al espíritu de la Iglesia, que manda al cristiano, que ame a sus enemigos (Matth. 5, v. 44).

7. Lo tercero, porque sobre aquella confianza en la antigua amistad, y olvido del moderno agravio, fundaba la Santa abrir medio para la defensa de los religiosos, que no tenían otro recurso con su general, que el amparo de esta prudente, y discreta virgen.

Y debe notarse, que primero trató la Santa la causa ajena con su general, que la propia. En que se conoce que no la gobernaba el dolor, sino la caridad; y que nunca quiso perder la opinión de valida con su general, porque fuera hacer con la desconfianza más terrible la llaga.

8. El decirle en el número tercero, y en el decimosexto: Que en el cielo sabría lo que le debía, aludiría a algún bien que este prelado consiguió de Dios por su intercesión. Y confiadamente podía tenerse por dichoso este grande prelado, si llegaba a aquel lugar de verdades a averiguar una profecía, para él tan útil, y tan necesaria.

9. Cuando habla de su queja la Santa, le dice con grandísima discreción, y cortesanía, ponderando tan amorosamente su mortificación, que no hay duda, que ablandaría el ánimo de su prelado con el rendimiento, y obediencia resignada, con que le obligaba, como Abigail el del enojado, y valeroso David.






ArribaAbajoCarta XIV

Al reverendo padre maestro fray Luis de Granada, de la Orden de santo Domingo


Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra paternidad. Amén. De las muchas personas que aman en el Señor a vuestra paternidad, por haber escrito tan santa, y provechosa doctrina, y dan gracias a su Majestad, y por haberle dado a vuestra paternidad para tan grande, y universal bien de las almas, soy yo una. Y entiendo de mí, que por ningún trabajo hubiera dejado de ver a quien tanto me consuela oír sus palabras, si se sufriera conforme a mi estado, y ser mujer. Porque sin esta causa, la he tenido de buscar personas semejantes, para asegurar los temores, en que mi alma ha vivido algunos años. Y ya que esto no he merecido, heme consolado de que el señor D. Teutonio me ha mandado escribir esta; a lo que yo no hubiera atrevimiento. Más fiada en la obediencia, espero en nuestro Señor me ha de aprovechar, para que vuestra paternidad se acuerde alguna vez de encomendarme a nuestro Señor: que tengo dello gran necesidad, por andar con poco caudal, puesta en los ojos del mundo, sin tener ninguno para hacer de verdad algo de lo que imaginan de mí.

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2. Entender vuestra paternidad esto, bastaría a hacerme merced, y limosna; pues tan bien entiende lo que hay en él, y el gran trabajo que es, para quien ha vivido una vida harto ruin. Con serlo tanto, me he atrevido muchas veces a pedir a nuestro Señor la vida de vuestra paternidad sea muy larga. Plegue a su Majestad me haga esta merced, y vaya vuestra paternidad creciendo en santidad, y amor suyo. Amén.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús, Carmelita.

El señor D. Teutonio, creo es de los engañados en lo que me toca. Díceme quiere mucho a vuestra paternidad. En pago desto, está vuestra paternidad obligado a visitar a su señoría, no se crea tan sin causa.


Notas

1. Esta carta es para el venerable padre maestro fray Luis de Granada, honra de la religión sagrada de santo Domingo, y gloria de España, y aun de la universal Iglesia, que tanto puede alegrarse con un tan ilustre hijo.

2. Su vida escribió la espiritual, y discreta pluma del licenciado Luis Muñoz, mi grande amigo, ministro en el consejo de Hacienda, y de excelente juicio, y espíritu; y así, aquí sería superfluo hablar de este venerable varón, justamente venerado, y reverenciado en todos los siglos. Sus obras dicen sus virtudes: y las almas que ha llevado a Dios, la fuerza eficaz, que lo comunicó la gracia divina a aquella elocuentísima pluma. De su alma se dice, que se apareció a una persona de señalada virtud, con una capa de gloria, sembrada de innumerables estrellas; y que le dieron a entender, que eran aquellas las almas, que había llevado a la gloria con sus santos escritos.

A este espiritual varón escribe santa Teresa, porque siempre se buscan los buenos, y lo han menester, para defenderse de los que siempre se buscan, y los persiguen los malos.

3. En el número primero dice lo que deseara verle: y no me admiro, ¿pues quién no deseara ver la persona, y oír en lo hablado a quien alegra el leerle el alma en lo escrito? Pues no hay quien no desee oír al que consuela, y aprovecha al leer. Y si hacían grandes jornadas los oradores para oír a los que leían, ¿cuánto más los grandes santos, para oír de sus labios lo que tanto mueve por sus escritos? Siendo así, que en el orador hallaban una lengua elocuente, pero una vida las más veces relajada; mas en el santo orador hallan lo santo, y lo orado.

4. Esta diferencia hay de los santos, y santas, que son entendidos a los que aunque sean santos para sí, no se explican para otros; porque a los que escriben, y hablan con espíritu, y discreción, y tienen opinión de santos, se puede buscar por oírlos, y verlos: a los que no tienen sino al obrar la opinión, sólo por verlos, mas no para oírlos: y así a santa   —59→   Teresa, si ahora viviera, yo la fuera a ver muy de lejos; porque cuando no la hallara santa, la hallaba entendida, y me podía aconsejar lo mejor; pero a otra que no tuviera su entendimiento, y gracia, si no la hallara santa, era en balde todo mi camino, porque ni la hallaba entendida, ni santa.

5. Por esto mismo desearía aquella Santa ver al venerable fray Luis de Granada; y por eso mismo lo fue a ver a su celda el prudentísimo Felipe II, cuando estuvo en Lisboa, porque deseaba ver, y oír al que se holgaba tanto de leer.

6. En el número segundo explica su humildad la Santa, así con pedirle oraciones, por conocerse de ello necesitada, como con pedirle, que no crea al señor D. Teutonio, sino que lo desengañe; porque siempre tenía sed de oprobios, y tribulaciones, y le congojaban el alma las alabanzas: y esta es la más clara indicación de seguro espíritu, hacer amistad con las afrentas, y abierta enemistad, y guerra a las honras.






ArribaAbajoCarta XV

Al reverendo maestro fray Pedro Ibáñez, de la Orden de santo Domingo, confesor de la Santa


Jesús

1. El Espíritu Santo sea siempre con vuestra merced. Amén. No sería malo encarecer a vuestra merced este servicio, por obligarle a tener mucho cuidado de encomendarme a Dios, que según lo que he pasado en verme escrita, y traer a la memoria tantas miserias mías, bien podía; aunque con verdad puedo decir, que he sentido más en escribir las mercedes que nuestro Señor me ha hecho, que las ofensas, que yo a su Majestad.

2. Yo he hecho lo que vuestra merced mandó en alargarme, a condición, que vuestra merced haga lo que me prometió, en romper lo que mal le pareciere. No había acabado de leerlo después de escrito, cuando vuestra merced envía por él. Puede ser vayan algunas cosas mal declaradas, y otras puestas dos veces; porque ha sido tan poco el tiempo que he tenido, que no podía tornar a ver lo que escribía.

3. Suplico a vuestra merced lo enmiende, y mande trasladar, si se ha de llevar al padre maestro Ávila; porque podría conocer alguno la letra. Yo deseo harto se dé orden como lo vea; pues con ese intento lo comencé a escribir: porque como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, que no me queda más para hacer lo que es en mí.

4. En todo haga vuestra merced como le pareciere: y vea está obligado a quien ansí le fía su alma. La de vuestra merced encomendaré yo   —60→   toda mi vida al Señor: por eso, dese priesa a servir a su Majestad, para hacerme a mí merced, pues verá vuestra merced por lo que aquí va, cuán bien se emplea en darse todo (como vuestra merced lo ha comenzado) a quien tan sin tasa se nos da. Sea bendito por siempre, que yo espero en su misericordia nos veremos a donde más claramente vuestra merced y yo veamos las grandes, que ha hecho con nosotros, y para siempre jamás le alabemos.

Indigna sierva y súbdita, de vuestra merced.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta se halla impresa con las Obras de la Santa al fin del libro de su Vida, y antes de unos papeles de favores, que la Santa recibió de nuestro Señor, recogidos por el doctísimo maestro fray Luis de León, uno de los primeros sujetos, que en estos tiempos ha tenido la esclarecida Orden de san Agustín, y que fue de los primeros, que con bien elegante pluma aprobó la Vida, y Obras de santa Teresa, para que se diesen a la estampa.

2. Escribe esta carta la Santa al padre presentado fray Pedro Ibáñez, hijo de la religión sagrada de santo Domingo, que fue su confesor, y el primero, que habiendo oído de los labios de la Santa su maravillosa vida, hizo alto juicio de ella, y le mandó que la escribiese, y a quien debe la Iglesia el haber sido medio para que se manifestase este gran tesoro, que tantas almas ha dado a la gloria.

3. También a este docto, y venerable religioso se le debe la resolución última que tomó santa Teresa en emprender la reforma. Porque según refiere la Corónica (Tom. 1, lib. 1, c. 37, n. 5), habiéndose juntado la Santa con doña Guiomar de Ulloa, y una sobrina de la misma Santa, que fue doña María de Ocampo, seglar que entonces era en el convento de la Encarnación, y de allí pasó a ser religiosa en el de san José, y llamose María Bautista, a quien siendo priora de Valladolid, escribió la Santa muchas cartas, en que muestra la perfección de su vida; y en su muerte (que fue en Valladolid) mereció, que se hallasen a su cabecera los piadosísimos reyes don Felipe III, y doña Margarita, pidiéndola favores del cielo para sus hijos, y reinos. Después de haber platicado las dificultades de la empresa, se resolvieron de hacer lo que les dijese el padre presentado fray Pedro Ibáñez; porque el padre Baltasar Álvarez, su confesor de la Santa, aunque deseaba lo mismo, hallaba tantas dificultades, que las tenía por insuperables; y le mandó, que no hiciese diligencia en ello. Y habiéndoselo santa Teresa comunicado a este santo religioso, y lo que parecía a su confesor, pidió ocho días de término para encomendarlo a Dios, y después de ellos volvió, y la animó, y la alentó a que lo emprendiese, como lo refiere la Santa en el cap. 31 de su vida, y las corónicas donde tratan de esta fundación: y la Santa por no ir contra el parecer de su confesor, no quiso hacer por entonces diligencia hasta tener licencia.

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4. Yo confieso, que no me admiro, que el padre Baltasar Álvarez tuviese por imposible empresa tan ardua; porque para eso había infinitas razones. Ni tampoco que le pareciese posible a un varón docto, y espiritual, como el padre maestro fray Pedro Ibáñez; porque pudo Dios darle luz de que sería posible. De lo que me admiro es, de ver a tres mujeres encerradas en un aposento del monasterio de la Encarnación de Ávila, que se reducían a una pobre monja, que era santa Teresa, y a una viuda seglar, principal de la ciudad de Toro, que se llamaba dona Guiomar de Ulloa, y a una doncella seglar, sobrina a de la misma Santa, ponerse a discurrir muy de espacio en reformar una religión, como la de nuestra Señora del Carmen, doctísima, antiquísima, nobilísima, llena de canas, y de varones sabios, y santos, e ilustres en todo género de virtudes. Dice la Corónica (lib. 1, c. 35, n. 6), que la doncella seglar, sobrina de la Santa, porque no se desanimase la ofrecía mil ducados, y aquella señora viuda seglar la prometía hacer todo su poder en ello. Véase, qué eran mil ducados, y el poder de una honesta viuda, para una empresa tan grande, e insuperable.

5. Si entonces se pusieran todas las universidades del mundo, y aplicaran el oído a la junta, y consulta de estas tres mujeres, ¿qué hombre docto no dijera, que, o andaban perdidas de juicio, o que las dividiesen, y cada una se fuese a su profesión? ¿Santa Teresa a su celda, la viuda a su casa, la doncella a la de su madre, sin que se hablase más en ello? Y después de eso, de esta junta (para el mundo devaneo, y misterio para Dios), sacó su sabiduría, y poder, y levantó un espiritual edificio, tan grande, y tan admirable, que apenas cabe en los términos del mundo, y están sembrados por toda esa Europa, no monasterios, sino estrellas, y luceros clarísimos, que alumbran en la vanidad del mundo, y desvanecen sus rayos tan repetidos engaños.

6. ¿Quién dirá, que no es éste aquel grano de mostaza, que siendo el menor de todas las semillas, se hizo después el mayor de todos los árboles de la tierra? ¿Quién dirá, que no es lo que dijo san Pablo: Infirma mundi elegit Deus, ut confundant fortia? (Matth. 23, v. 31, 1, Cor. 1, v. 27). ¿Escogió lo más frágil, y que parece imposible que venza, para vencer lo más fuerte, que parece imposible que lo venzan?

7. ¿Quién dirá, que no cayeron sobre esto las gracias que daba el Hijo a su Eterno Padre, cuando decía: Confiteor tibi Pater, quia abscondisti hæc a sapientibus, et revelasti ea parvulis? (Matth. 21, v. 25). Confiésote, Padre mío, que no alumbraste a los sabios, ¿y alumbraste a los pequeños?

8. Estas son las victorias, y los triunfos de la gracia. Este es el dedo invisible de su omnipotencia. Estos son los méritos del Crucificado, que por manos frágiles consigue empresas insuperables, labrando con lo frágil lo fuerte, y haciendo con lo pequeño lo grande, para que conozca, y reconozca el mundo, de que no es esto de la naturaleza, sino sólo de la gracia: para que se humille la humana sabiduría, y acabe de entender, que sin Dios todo es ignorancia: para que se postre la humana grandeza a esta humildad fuerte, santa, y soberana. Y no solamente este padre de la Orden de Santo Domingo animó a santa Teresa, sino que la aseguró, que había de conseguir esta empresa. Y dícelo con estas   —62→   palabras la Santa: El santo varón domínico, no dejaba de tener por tan cierto como yo, que se había de hacer: y como yo no quería entender en ello, por no ir contra la obediencia de mi confesor, negociábalo él con mi compañera, y escribían a Roma, y daban trazas (Santa Teresa, lib. de su Vida, c. 33). De este mismo religioso, dice la Santa otra vez: Vi estar a nuestra Señora poniéndole una capa muy blanca, y díjome, que por el servicio que le había hecho en ayudar a que se hiciese esta casa (era la de las Carmelitas de san José de Ávila) (Santa Teresa lib. de su Vida, c. 38), le daba aquel manto: en señal, que guardaría su alma limpia de allí adelante, y que no caería en pecado mortal. Y añade la Santa: Yo tengo cierto, que ansí fue; porque desde ha pocos años murió: y lo que vivió fue con tanta penitencia, y la vida, y la muerte con tanta santidad, que a cuanto se puede entender, no hay que poner duda. Díjome un fraile, que había estado a su muerte, que antes que espirase, le dijo, como estaba con él santo Tomás. Después me ha aparecido algunas veces con muy gran gloria, y díchome algunas cosas. Tenía tanta oración, que cuando murió, que con la gran flaqueza la quisiera escusar, no podía. Escribiome poco antes que muriese, qué medio tenía; porque como acababa de decir misa, se quedaba con arrobamiento mucho rato, sin poderlo escusar. Diole Dios al fin el premio de lo mucho que le había servido. Estas palabras son todas de santa Teresa: por donde se verá la grandeza de espíritu de este docto, y santo religioso.

9. Aunque es así, que la Santa escribió su vida esta primera vez, a instancia de este padre Presentado, su confesor, la escribió segunda vez con división de capítulos, y añadidas algunas cosas, más de diez años después, por obediencia que tuvo para ello de otro padre domínico, su confesor, llamado fray García de Toledo, varón docto, y espiritual, hijo de la casa de Oropesa: conque una, y otra Vida se debe a estos dos grandes hijos de esta ilustre religión.

10. En el número primero dice la Santa: Que ha sentido más verse escrita en las mercedes que Dios le ha hecho, que no en sus culpas. Es razón muy espiritual, y discreta, porque al ver sus culpas, no podía resultarle sino humillación, y era humilde la Santa, y deseaba verse humillada; pero al verse favorecida de Dios temía, y mucho el ser ensalzada: y la alma que camina en verdad, quiere para la eternidad los favores, para esta vida las penas: quiere que todos la persigan, y lastimen, que no la estimen, que la alaben, y la sigan.

11. En el número segundo le ruega, que rompa cuanto le pareciere de lo escrito, en no pareciéndole que es del servicio de nuestro Señor. No errara quien obrare siempre con esta resignación a un docto, y espiritual padre de su alma, como lo era este santo varón.

12. En el número tercero le pide, que lo remita al padre maestro Juan de Ávila, un lucero clarísimo, que alumbraba en Andalucía en aquellos tiempos, no sólo a España, sino a toda la Iglesia; cuya vida también se la debemos estampada al licenciado Luis Muñoz, mi amigo; y por ella se verá cuánto buscaba la verdad la Santa, pues se ponía en las manos de aquel varón de espíritu, y de verdad. Y dice, que con su censura no le queda más que hacer para quietarse; porque después de   —63→   haber hecho una alma lo que conviene para asegurar su camino, es menester que cese el cuidado, y que comience el consuelo, y fiar de Dios, que no desamparará a quien hace lo que puede por buscarlo en verdad: Fidelis autem est Deus, et non patietur vos tentari supra id quod potestis (1, Cor. 10, v. 13).

13. En el número cuarto se pone en sus manos, y lo reconviene con la obligación de lo que debe un padre espiritual a quien sencillamente se le rinde. Y porque no sabe su fervor, y caridad ardiente contentarse en sí misma, le pide, que sea muy santo. Ella nació para maestra de espíritu en el mundo, y Dios la crió para ello: y no me admiro, que la lleve desde el espíritu humilde de aprender, al celoso y santo de alumbrar, y de exhortar.






ArribaAbajoCarta XVI

Al reverendo padre maestro fray Domingo Báñez, de la Orden de santo Domingo, confesor de la santa


Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra merced y con mi alma. No hay que espantar de cosa que se haga por amor de Dios, pues puede tanto el de fray Domingo, que lo que le parece bien, me parece, y lo que quiere, quiero; y no sé en qué ha de parar este encantamiento.

2. La su Parda nos ha contentado. Ella está tan fuera de sí de contento, después que entró, que nos hace alabar a Dios. Creo no he de tener corazón para que sea freila, viendo lo que vuestra merced ha puesto en su remedio; y ansí estoy determinada a que la muestren a leer, y conforme a como le fuere, haremos.

3. Bien ha entendido mi espíritu el suyo, aunque no la he hablado: y monja ha habido, que no se puede valer, desde que entró, de la mucha oración que le ha causado. Crea, padre mío, que es un deleite para mí cada vez que tomo alguna, que no trae nada, sino que se toma sólo por Dios; y ver que no tienen con qué, y lo habían de dejar por no poder más: veo que me hace Dios particular merced, en que no sea yo medio para su remedio. Si pudiese fuesen todas ansí, me sería gran alegría; mas ninguna me acuerdo contentarme, que la haya dejado por no tener.

4. Hame sido particular contento, ver cómo le hace Dios a vuestra merced tan grandes mercedes, que le emplee en semejantes obras, y ver venir a ésta. Hecho está, padre, de los que poco pueden: y la caridad, que el Señor le da para esto, me tiene tan alegre, que cualquier cosa haré por ayudarle en semejantes obras, si puedo. Pues el llanto de la que traía consigo, que no pensé que acabara. ¿No sé para qué me la envió acá?

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5. Ya el padre visitador ha dado licencia, y es principio para dar más con el favor de Dios: y quizá podré tomar ese lloraduelos, si a vuestra merced le contenta, que para Segovia demasiado tengo.

6. Buen padre ha tenido la Parda en vuestra merced. Dice, que aún no cree, que está acá. Es para alabar a Dios su contento. Yo le he alabado de ver acá su sobrinito de vuestra merced que venía con doña Beatriz: y me holgué harto de verle. ¿Por qué no me lo dijo?

7. También me hace al caso haber estado esta hermana con aquella mi amiga santa. Su hermana me escribe, y envía a ofrecer mucho. Yo le digo, que me ha enternecido. Harto más me parece la quiero, que cuando era viva. Ya sabrá, que tuvo un voto para prior en san Esteban: todos los demás el prior; que me ha hecho devoción verlos tan conformes.

8. Ayer estuve con un padre de su Orden, que llaman fray Melchor Cano. Yo le dije, que a haber muchos espíritus como el suyo en la Orden, que pueden hacer los monasterios de contemplativos.

9. A Ávila he escrito, para que los que le querían hacer no se entibien, si acá no hay recaudo, que deseo mucho se comience. ¿Por qué no me dice lo que ha hecho? Dios le haga tan santo como deseo. Gana tengo de hablarle algún día en esos miedos que trae, que no hace sino perder tiempo: y de poco humilde, no me quiere creer. Mejor lo hace el padre fray Melchor, que digo, que de una vez que le hablé en Ávila, dice le hizo provecho; y que no le parece hay hora, que no me trae delante. ¡Oh qué espíritu, y qué alma tiene Dios allí! En gran manera me he consolado. No parece, que tengo más que hacer, que contarle espíritus ajenos. Quede con Dios; y pídale, que me le dé a mí, para no salir en cosa de su voluntad. Es domingo en la noche.

De vuestra merced hija y sierva.

Teresa de Jesús.


Notas

1. De esta carta, y de otra se halla el sobrescrito, y dice: Al reverendísimo señor, y padre mío, el maestro fray Domingo Báñez, mi señor. Que dice bien el amor, y veneración que la Santa tenía a este religiosísimo padre.

Fue éste gran maestro, e insigne varón catedrático de Prima de teología de Salamanca; y sus escritos dicen la profundidad de sus letras, y su opinión, y la carta de la Santa, la de su espíritu, y santidad.

2. Este grave religioso, fue el primero que defendió en Ávila, en oposición de todos los religiosos, y seglares de aquella ciudad, la primera casa de Descalzas, que es el convento de san José, que fundó la   —65→   Santa: y con una docta plática, que trae la Corónica (tom. 1, lib. 1, c. 45, n. 3), contuvo él solo la resolución de echar por el suelo el convento, por no haberse hecho con el consentimiento de toda la ciudad.

Aquí se conoce, que esta santa reforma se debe en gran parte, si no en todo, en sus santos principios, a la ilustre religión de santo Domingo, que con aquel espíritu soberano, que la comunica Dios, conoció desde luego, cuán crecido fruto se esperaba a la Iglesia, de que este árbol creciese, y se lograse, y no lo cortase por el tronco impróvidamente la segur de la contradicción.

3. Este mismo padre, siendo su confesor, ordenó a la Santa, que escribiese el tratado admirable del Camino de la perfección: y a él le debemos aquella enseñanza del cielo, en la cual, no sólo se lee, sino que se ve, y se recibe, y aprende la perfección del tratado, sólo con leer el Tratado de la perfección.

4. Santa Teresa fue tan devota de esta religión doctísima, que decía con harta gracia, hablando de sí: Yo soy la domínica in passione, para decir, que era domínica, y hija de esta Orden de todo su corazón, y con pasión grandísima: equívoco muy propio de su agudeza, y gracia.

Y no me admiro, porque ¿quién no ha de amar, y ser, no sólo la dominica in passione, sino todas las domínicas del año, venerando a una religión, que es muralla firmísima, y maestra universal de la fe; fiscal constante en defensa de las católicas verdades contra los herejes, luz de la teología escolástica, y dogmática; fuente de toda buena ciencia moral, que desnuda, santa, y desasida de todo humano interés, comunica repetidos rayos de enseñanza, y doctrina a las almas? Yo confieso, que abstrayendo, que santo Domingo, aquel apóstol de España, fue prebendado de la santa Iglesia de Osma, que estoy indignamente sirviendo, sólo por lo que le parecen sus hijos al santo, deben ser amados, imitados, y reverenciados.

5. Esta carta está llena de laconismos, y de concisiones, y de una maravillosa brevedad de estilo. Parece que la escribió la Santa estando en Segovia, y en ocasión, que recibió sin dote a una monja, por intercesión del padre maestro Báñez: y a esa llama su Parda, o porque lo era en el color del rostro, o en el vestido, o en el apellido.

6. En el número primero parece que insinúa, que por su parecer hacía algún ejercicio interior, al cual le rindió su obediencia; y hácele cargo, de que hace por él lo que hace por Dios, y que parece cosa de encanto hallarse tan rendida en todo a su parecer. Con qué como Santa, se humilla, conociendo su propia voluntad; y como a espiritual maestro le pide el remedio, manifestando su resignación.

7. En el número segundo, dice: Que le ha contentado la novicia, y que no quiere que sea lega (que eso quiere decir freyla) y que está contenta con el hábito, y con el convento. Y bien cierto es que profesará, la que estando contenta, tiene también contenta a tan santa prelada.

8. En el número tercero pondera el gozo grande, que es remediar una alma, y cuán poco se ha de reparar en dinero, para que logre el precio inestimable de la redención. Y así había de ser siempre; pero no siempre puede ser lo que siempre había de ser.

9. En el número cuarto pondera lo que se alegra la Santa de que este   —66→   espiritual, y docto padre haga estas obras tan buenas, y se lo agradece, y estima. Y cuando él ha de agradecer a la Santa el que ella la reciba sin dote, le agradece ella a él el que se la traiga sin dote. Explicando de esta manera esta grande maestra de espíritu, y de fundaciones, cuánto más importan las virtudes, que no los dineros en los monasterios.

10. Al fin habla de la que acompañó a la novicia, que no acababa de llorar, y según muestra con harta gracia en el número quinto, no lloraba la compañera porque se le quedaba la amiga allá dentro, sino porque ella se quedaba acá fuera; pues después dice la Santa, que verá si puede recibir a aquella Lloraduelos.

Lo que habla en el número sétimo de la elección de san Esteban de Salamanca, convento gravísimo, y espiritualísimo, no se entiende fácilmente, ni importa mucho el entenderlo.

11. En el número octavo habla del reverendísimo padre maestro fray Melchor Cano; y no fue el ilustrísimo, y doctísimo obispo de Canaria, de esta sagrada religión, y de este mismo nombre, sino otro del mismo nombre, sobrino suyo, varón espiritual, y de los más ilustres en santidad, que en aquellos tiempos tuvo su sagrada Orden, de quien hacen mención sus corónicas en el tom. 4, lib. 4, cap. 31, a donde remitimos al lector.