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ArribaAbajoCarta XVII

Al muy reverendo padre prior de la Cartuja de las Cuevas de Sevilla


Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra paternidad. Padre mío, ¡qué le parece a vuestra paternidad de la manera que anda aquella casa del glorioso san José! ¿Y cuáles han tratado, y tratan a aquellas sus hijas, sobre lo que ha muchísimo tiempo, que padecen trabajos espirituales, y desconsuelos con quien las había de consolar? Páreceme, que si mucho los han pedido a Dios, que les luce. Sea Dios bendito.

2. Por cierto, que por las que están allá, que fueron conmigo, yo tengo bien poca pena, y algunas veces alegría, de ver lo mucho que han de ganar en esta guerra, que les hace el demonio. Por las que han entrado ahí, la tengo; que cuando habían de ejercitarse en ganar quietud, y deprender las cosas de la Orden, se les vaya todo en desasosiegos; que como a almas nuevas, les puede hacer mucho daño. El Señor lo remedie. Yo digo a vuestra paternidad, que ha hartos días, que anda el demonio por turbarlas. Yo había escrito a la priora comunicase con vuestra paternidad todos sus trabajos. No debe de haber osado hacerlo. Harto gran consuelo fuera para mí poder yo hablar a vuestra paternidad claro; mas como es por papel, no oso: y si no fuera mensajero tan cierto, aun esto no dijera.

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3. Este mozo vino a rogarme, si conocía en ese lugar quien le pudiese dar algún favor con abonarle, para que entrase a servir; porque por ser esta tierra fría, y hacerle mucho daño, no puede estar en ella, aunque es natural de aquí. A quien ha servido, que es un canónigo de aquí, amigo mío, me asegura, que es virtuoso, y fiel. Tiene buena pluma de escribir, y contar. Suplico a vuestra paternidad por amor de Dios, si se ofreciere cómo le acomodar, me haga esta merced, y servicio a su Majestad; y en abonarle destas cosas que he dicho, si fuere menester, que de quien yo las sé, no me dirá sino es toda verdad.

4. Holgueme cuando me habló, por poderme consolar con vuestra paternidad, y suplicarle dé orden, como la priora pasada lea esta carta mía, con las que son de por acá, que ya sabrá vuestra paternidad cómo la han quitado el oficio, y puesto una de las que han entrado ahí, y otras muchas persecuciones que han pasado, hasta hacerlas dar las cartas que yo las he escrito, que están ya en poder del Nuncio.

5. Las pobres han estado bien faltas de quien las aconseje; que los letrados de acá están espantados de las cosas que les han hecho hacer, con miedo de descomuniones. Yo le tengo de que han encargado harto sus almas (debe ser sin entenderse) porque cosas venían en el proceso de sus dichos, que son grandísima falsedad; porque estaba yo presente, y nunca tal pasó. Mas no me espanto las hiciese desatinar; porque hubo monja, que la tenían seis horas en escrutinio; y alguna de poco entendimiento firmaría todo lo que ellos quisiesen. Hanos acá aprovechado, para mirar lo que firmamos; y ansí no ha habido qué decir.

6. De todas maneras nos ha apretado nuestro Señor año y medio; mas yo estoy confiadísima, que ha de tornar nuestro Señor por sus siervos, y siervas; y que se han de venir a descubrir las marañas, que ha puesto el demonio en esa casa. Y el glorioso san José ha de sacar en limpio la verdad, y lo que son esas monjas que de acá fueron: que las de allá no las conozco; mas sé que son más creídas de quien las trata, que ha sido un gran daño para muchas cosas.

7. Suplico a vuestra paternidad por amor de Dios no las desampare, y las ayude con sus oraciones en esta tribulación, porque a sólo Dios tienen; y en la tierra no a ninguno con quien se puedan consolar. Mas su Majestad, que las conoce, las amparará, y dará a vuestra paternidad caridad, para que haga lo mesmo.

8. Esa carta envió abierta, porque si las tienen puesto precepto, que den las que recibieren mías al provincial, dé vuestra paternidad orden como se la lea alguna persona, que podrá ser darles algún alivio ver letra mía.

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9. Piénsase las querría echar del monasterio el provincial. Las novicias se querían venir con ellas. Lo que entiendo, es, que el demonio no puede sufrir haya Descalzos, ni Descalzas, y ansí les da tal guerra; mas yo fío del Señor, le aprovechará poco.

10. Mire vuestra paternidad que ha sido el todo para conservarlas ahí. Ahora que es la mayor necesidad, ayude vuestra paternidad al glorioso san José. Plegue a la divina Majestad guarde a vuestra paternidad para amparo de las pobres (que ya sé la merced que ha hecho vuestra paternidad a esos padres Descalzos) muy muchos años, con el aumento de santidad, que yo siempre le suplico. Amén. Es hoy postrero de enero.

Si vuestra paternidad no se cansa, bien puede leer esa carta que va para las hermanas.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta la escribió la Santa en el tiempo más atribulado de la segunda persecución del convento de Carmelitas descalzas de la ciudad de Sevilla. Y puede hallarse aquel santo monasterio contento con la primera, y segunda tribulación, que luego referiremos, pues las hizo ricas de coronas, y merecimientos, y de cartas de santa Teresa; porque la mayor parte de este epistolario, que escribió a sus religiosas, fueron para las de este convento religiosísimo. El cual tengo por cierto, que resplandece en perfección entre los demás, pues el demonio puso tanto en deshacerlo. Porque a este, y al primero de san José de Ávila, asestó todos los principales cañones de su batería.

2. Dos persecuciones, como parece por las corónicas, se levantaron contra aquel convento. La primera, cuando lo fundó la Santa, y despidiendo a una novicia, que no era a propósito, las acusó a la Inquisición de que se confesaban unas con otras; porque hacía el capítulo de culpas, se arrodillaban a pedir consejo a sus preladas.

Esta tempestad se serenó luego, con reconocer el santo tribunal la verdad, y pureza de las religiosas, y los designios de la novicia: y fue más tolerable este trabajo, porque estaba presente la Santa, que confortaba a las atribuladas, y desengañaba a los engañados, y satisfacía a tan santos ministros.

3. La segunda fue, cuando en su ausencia los padres Calzados (a quien visitó el V. P. Gracián después que él salió de la Andalucía), recobrando ellos su jurisdicción, entraron en aquel convento de Carmelitas descalzas, que aún no estaban del todo exentas de ellos. Quitaron priora: pusieron a otra: recibieron información contra el P. Gracián, y contra algunas de sus religiosas, y contra la Santa; y ya fuese con buen celo, ya con alguna pasión, a que está sujeta esta carne humana mortal, hicieron cierta información, que después remitida al ilustrísimo señor Nuncio, levantó una polvareda grandísima contra la Santa, y una recia persecución   —69→   contra toda la Descalcez; y de esta información, y persecución habla diversas veces la Santa, y muy particularmente en esta carta, y en otra. Pero todo se serenó con hacerse otra por el señor Nuncio, y por el Consejo, y otros tribunales, con que venció a la calumnia la pureza, y luz de la verdad, y perfección de obrar de la Santa, y de sus religiosas, y del V. P. Gracián, y de los demás Descalzos.

4. Esto presupuesto, esta carta es para el padre prior de las Cuevas de Sevilla, convento religiosísimo de la Cartuja de aquella ciudad; y como hijo de tan espiritual religión, y con la luz que comunica a sus religiosos el vivir sepultados al mundo, sólo vivos, y entregados a Dios, desde el principio ayudó mucho a la Santa. Llamábase Pantoja por el apellido de su sangre, y era de Ávila, según refiere la Santa en sus fundaciones (lib. IV, cap. 5), donde pondera mucho lo que les amparó este religiosísimo padre, y prelado.

5. En el número primero propone el trabajo la Santa con grande dolor. En el sexto dice la confianza que tiene en sus hijas, y que su inocencia las sacará de aquella tempestad a puerto de quietud, y de honor; y porque él siempre andaba turbado, no se atreve a escribirle con claridad. Trabajoso tiempo, cuando pone en prisiones a la libertad la malicia del tiempo.

6. En el tercero habla de una intercesión; y luego pasa al cuarto, y vuelve a explicar su trabajo, y el de las religiosas: y dice cómo les hicieron dar las cartas de la Santa, para ponerlas en el proceso: y yo aseguro, que fueron éstas las que dieron más luz al desengaño de estas calumnias; porque nunca escriben los santos de suerte, que no convenga que les cojan las cartas.

7. Luego en el número quinto le dice los rigores a que se llegó, y que les hicieron firmar cosas, que la Santa sabía que no habían sucedido. Para hacer un proceso ajeno de lo sucedido, aunque sea con buena intención, y más con mujeres, no es menester más que un poquito de enojo en el que pregunta, y un poquito de deseo de probar lo que quiere en el que escribe, y otro poquito de miedo en el que atestigua, y con estos tres poquitos sale después una monstruosidad, y horrenda calumnia. Así puede ser que sucediese aquí, pues tan aprisa constó de todo lo contrario.

8. Advierte al fin de este número la Santa una cosa, que debe abrir los ojos a todos, para que miremos lo que firmamos; pues a ella la hizo cauta este suceso, y a sus religiosas, para mirar bien, y leer de allí adelante lo que firmaban.

9. De esta atención prudente es buen ejemplo el de santa Pulqueria, emperatriz de Grecia, hermana del emperador Teodosio, a quien escribió san León Magno algunas cartas; y esta virgen fue prudentísima. Y viendo que su hermano firmaba sin leer, hizo poner entre los despachos una carta de venta, por la cual el emperador, por cien mil escudos de oro, vendía a la emperatriz su mujer a un mercader rico de Constantinopla; y firmándola Teodosio, después fue el mercader, estando la santa presente, a cobrar su compra: y el emperador admirado, y viendo que había firmado aquel desatino, reparó más en ello; y así deben hacerlo todos los superiores. Es verdad, que en el concurso de innumerables   —70→   despachos, es preciso que lo más se libre por los reyes, y supremas cabezas en la confianza de los secretarios, que es lo que generalmente gobierna este mundo.

10. En los números siguientes todo es poner a sus hijas en la protección de este prelado de las Cuevas, el cual como hijo espiritual de san Bruno, dio buen cobro de ellas, como se vio; venciendo, y triunfando las Carmelitas descalzas en la persecución que contra ellas se levantó.






ArribaAbajoCarta XVIII

Al padre Rodrigo Álvarez, de la Compañía de Jesús, confesor de la Santa


Jesús

1. Son tan dificultosas de decir, y más de manera que se pueden entender estas cosas interiores, cuanto más con brevedad, que si la obediencia no lo hace, sería dicha atinar, en especial en cosas tan dificultosas. Poco va en que desatine; pues va a manos, que otros mayores habrá entendido de mí. En todo lo que dijere suplico a vuestra merced entienda, que no es mi intento pensar es acertado, porque yo podré no entenderlo; mas lo que puedo certificar es, que no diré cosa, que no haya experimentado algunas, y muchas veces. Si es bien, o no vuestra merced lo verá, y me avisará dello.

2. Paréceme, que será dar a vuestra merced gusto comenzar a tratar del principio de cosas sobrenaturales, que devoción, ternura, lágrimas, y meditación, que acá podemos adquirir con ayuda del Señor, entendidas están.

3. (Qué es oración sobrenatural). La primera oración, que sentí, a mi parecer sobrenatural (que llamo yo lo que con industria, ni diligencia no se puede adquirir, aunque mucho se procure; aunque disponerse para ello sí, y debe de hacer mucho al caso), es un recogimiento interior, que se siente en el alma, que parece ella tiene otros sentidos, como acá los exteriores, que ella en sí, parece se quiere apartar del bullicio de estos exteriores: y ansí algunas veces los lleva tras sí, que le da gana de cerrar los ojos, y no oír, ni ver, ni entender, sino aquello en que el alma entonces se ocupa, que es tratar con Dios a solas. Aquí no se pierde ningún sentido, ni potencia, que todo está entero; mas estalo para emplearse en Dios. Y esto a quien lo hubiere dado, será fácil de entender; y a quien no, no; al menos será muchas palabras, y comparaciones.

4. (Oración de quietud, qué es). Deste recogimiento viene muchas veces una quietud, y paz interior, que está el alma que no le parece le   —71→   falta nada; que aun el hablar le cansa, digo el rezar, y meditar; no querría sino amor: dura rato, y aun ratos.

5. (Sueño de las potencias, en qué consiste). Desta oración suele proceder un sueño, que llaman de las potencias, que ni están absortas, ni tan suspensas, que se pueda llamar arrobamiento; ni es del todo unión.

6. (Qué es unión de sola la voluntad). Alguna vez, y muchas veces entiende el alma, que es unida sola la voluntad, y se entiende muy claro (digo claro, a lo que parece) que está toda empleada en Dios, y que ve el alma la falta de poder estar, ni obrar en otra cosa; y las otras dos potencias están libres para negocios, y obras del servicio de Dios: en fin andan juntas Marta, y María. Yo pregunté al padre Francisco si sería engaño esto. Porque me traía abobada; y me dijo, que muchas veces acaecía.

7. (Qué es unión de todas las potencias. En esta unión ama la voluntad más que entiende el entendimiento). Cuando es unión de todas las potencias, es muy diferente; porque en ninguna cosa pueden obrar, porque el entendimiento está como espantado. La voluntad ama más que entiende; mas ni entiende si ama, ni qué hace, de manera que lo pueda decir. La memoria, a mi parecer, que no hay ninguna, ni pensamiento, ni aun por entonces no son los sentidos despiertos, sino como quien los perdió, para más emplear el alma en lo que goza, a mi parecer; porque aquel breve rato se pierde, y pasa presto.

8. En la riqueza, que queda en el alma de humildad, y otras virtudes, y deseos, se entiende el gran bien que le vino de aquella merced; mas no se puede decir lo que es: porque aunque el alma se dé a entender, no sabe cómo lo entender, ni decirlo. A mi parecer esta (si es verdadera) es la mayor merced de las que nuestro Señor hace en este camino espiritual; al menos de las grandes.

9. (Qué es arrobamiento, y cómo se distingue de la suspensión). Arrobamiento, y suspensión, a mi parecer, todo es uno, sino que yo acostumbro a decir suspensión, por no decir arrobamiento, que espanta: y verdaderamente también se puede llamar suspensión esta unión que queda dicha. La diferencia que hace el arrobamiento della, es esta.

10. Que dura más, y siéntese más en esto exterior, que se va acortando el huelgo, de manera que no se puede hablar, ni los ojos abrir; y aunque esto más se hace en la unión, es acá con mayor fuerza (porque el calor natural se va no sé yo a dónde) que cuando es grande arrobamiento. En todas estas maneras de oración hay más, y menos.

11. Cuando es grande, como digo, quedan las manos heladas, y algunas   —72→   veces extendidas como unos palos, y el cuerpo, si le toma en pié, ansí se queda, o de rodillas: es tanto lo que se emplea en el gozo de lo que el señor le representa, que parece se olvida de animar al cuerpo, y lo deja desamparado. Y ansí, si dura, quedan los miembros con sentimiento.

12. Paréceme que quiere aquí el Señor, que el alma entienda más de lo que goza, que en la unión; y ansí se le descubren algunas cosas de su Majestad aquel rato muy ordinariamente: y los efectos con que el alma queda, son grandes: y el olvidarse a sí, por querer que sea conocido, y alabado tan gran Dios, y Señor. Y a mí me parece, que si es Dios, no puede sino quedar un gran conocimiento de que ella allí no puede nada, y de su miseria, e ingratitud de no haber servido a quien por sola su bondad le hace tan grandes mercedes; porque el sentimiento, y suavidad es tan excesivo de todo lo que acá se puede comparar, que si aquella memoria durase, y no se le pasase, siempre habría asco de contentos de acá; y ansí viene a tener todas las cosas del mundo en poco.

13. (Diferencia entre el arrobamiento, y arrebatamiento). La diferencia que hay de arrobamiento a arrebatamiento es, que el arrobamiento va poco a poco muriéndose a estas cosas exteriores, perdiendo los sentidos, y viviendo a Dios. El arrebatamiento viene con sola una noticia, que su Majestad da en lo íntimo del alma, con una velocidad, que parece que le arrebata lo superior della: a su parecer se le va del cuerpo; y ansí es menester ánimo a los principios, para entregarse en los brazos del Señor, que la lleve donde quisiere. Porque hasta que su Majestad la pone en paz a donde quiere llevarla (digo llevarla, que entienda cosas altas) cierto es menester a los principios estar bien determinada a morir por él; porque la pobre alma no sabe qué ha de ser aquello.

14. A los principios quedan las virtudes, a mi parecer, desto más fuertes; porque déjase más, y dase más a entender el poder deste gran Dios, para temerle, y amarle; pues ansí, sin ser en nuestra mano, arrebata el alma, bien como señor della, y queda con grande arrepentimiento de haberle ofendido, y espanto de cómo osó ofender a tan gran Majestad, y grandísima ansia, porque no haya quien le ofenda, sino que todos le alaben. Pienso que deben venir de aquí estos deseos grandísimos de que se salven las almas, y de ser alguna parte para ello, y para que este Dios sea alabado como merece.

15. (Qué sea vuelo de espíritu). El vuelo de espíritu, es un no sé cómo le llame, que sube de lo más íntimo del alma: sola esta comparación se   —73→   me acuerda, que puse a donde vuestra merced sabe, que están largamente declaradas todas estas maneras de oración, y otras; y es tal mi memoria, que luego se me olvida. Paréceme que el alma, y el espíritu deben ser una cosa: sino que como un fuego, si es grande, y ha estado dispuesto para arder; ansí el alma de la disposición que tiene con Dios, como el fuego, ya de que presto arde, echa una llama, y sube a lo alto, aunque este fuego es como lo que está en lo bajo, y no porque esta llama suba deja de quedar fuego: ansí le acaece al alma, que parece que produce de sí una cosa tan de presto, y tan delicado, que sube a la parte superior: va a donde el Señor quiere; que no se puede declarar más que esto. Y verdaderamente parece vuelo, que yo no sé otra comparación más propia: sé que se entiende muy claro, y que no se puede estorbar.

16. Parece que aquella avecita del espíritu se escapó de la miseria desta carne, y cárcel deste cuerpo, y desocupada dél puede más emplearse en lo que la da el Señor. Es cosa tan delicada, y sutil, y tan preciosa, a lo que entiende el alma, que no le parece hay en ello ilusión, ni aun en ninguna cosa destas. Cuando pasa, después quedan los temores, por ser tan ruin quien lo recibe, que todo le parecía habría razón de temer, aunque en lo interior del alma quedaba certidumbre, y seguridad, con que se podía vivir; mas no para dejar de poner diligencia, para no ser engañada.

17. (Qué sea ímpetu de espíritu). Ímpetus llamo yo un deseo que da al alma algunas veces, sin haber precedido antes oración, y aun lo más contino una memoria, que viene de presto, de que está ausente Dios; u de alguna palabra que oye, que vaya a esto. Es tan poderosa esta memoria, y de tanta fuerza algunas veces, que en un instante parece que desatina: como cuando se da a una persona unas nuevas de presto, que no sabía, muy penosas, o un gran sobresalto, o cosa ansí, que parece quita el discurso al pensamiento para consolarle, sino que se queda como absorta. Ansí es acá, salvo que la pena es por tal causa, que queda al alma un conocer, que es bien empleado un morir por ella. Ello es que parece que todo cuanto el alma entiende entonces, es para más pena, y que no quiere el Señor, que todo su ser le aproveche de otra cosa, ni que pueda tener consuelo, ni aun acordarse que es voluntad suya que viva, sino parécele que está en una tan grande soledad, y desamparo de todo, que no se puede escribir; porque todo el mundo, y las cosas dél le dan pena, y ninguna cosa criada le parece le hará compañía.

18. No quiere el alma sino al Criador; y esto velo imposible, si no muere: y como ella no se puede matar, muere por morir. De tal manera, que verdaderamente es peligro de muerte: y vese como colgada   —74→   entre el cielo, y la tierra, y no sabe qué hacer de sí. Y de poco en poco dale Dios una noticia de sí, para que vea lo que pierde, de una manera tan extraña, que no se puede decir, ni esta pena encarecer; porque ninguna hay en la tierra, al menos de cuantas yo he pasado, que le iguale. Baste, que de media hora que dure, deja tan descoyuntado el cuerpo, y tan abiertas las canillas, que aún no quedan las manos para poder escribir, y con grandísimos dolores.

19. Desto ninguna cosa siente, hasta que se pasa aquel ímpetu. Harto tiene que hacer en sentirlo interiormente, ni creo sentiría graves tormentos; y está con todos sus sentidos, y puede hablar, y mirar: andar no, que la derrueca el gran golpe del amor. Esto aunque se muera por tenerlo, si no es cuando lo da Dios, no aprovecha. Deja grandísimos efectos, y ganancia en el alma. Unos letrados dicen uno, otros otro: nadie lo condena. El padre maestro Ávila me escribió, que era bueno; y ansí lo dicen todos: el alma bien entiende que es grande merced del Señor: a ser a menudo, poco duraría la vida.

20. El ordinario ímpetu es, que viene este deseo de ver a Dios una gran ternura, y lágrimas por salir deste destierro; mas como hay libertad para considerar el alma, que es la voluntad del Señor que viva, con eso se consuela; y le ofrece el vivir, suplicándole, que no sea para sí, sino para su gloria: con esto pasa.

21. (Herida de amor). Otra manera harto ordinaria de oración es una manera de herida, que parece al alma verdaderamente como si una saeta la metiesen por el corazón, o por ella mesma. Ansí causa un dolor grande, que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase. Este dolor no es en el sentido, ni tampoco se ha de entender que es llaga material, que no hay memoria deso, sino en lo interior del alma, sin que parezca dolor corporal; sino que como no se puede dar a entender, sino por comparaciones, pónense estas groserías, que para lo que ello es lo son; mas no sé decirlo de otra suerte. Por eso no son estas cosas para decir, ni escribir; porque es imposible entenderlo, sino quien lo ha experimentado, digo a donde llega esta pena; porque las penas del espíritu son diferentísimas de las de acá. Por aquí saco yo cómo padecen más las almas en el infierno, y purgatorio, que acá se puede entender por estas penas corporales.

22. Otras veces parece que esta herida del amor saca de lo íntimo del alma los afectos grandes; y cuando el Señor no la da, no hay remedio, aunque más se procure: ni tampoco dejarlo de tener, cuando él es servido de darlo. Son como unos deseos de Dios tan vivos, y delgados, que no se pueden decir; y como el alma se ve atada para no gozar como   —75→   querría de Dios, dale un aborrecimiento grande con el cuerpo. Parécele como una gran pared, que la estorba para que no goce su alma de lo que entiende entonces a su parecer que goza en sí, sin embarazo del cuerpo. Entonces ve el gran mal que nos vino por el pecado de Adán en quitar esta libertad.

23. Esta oración antes de los arrobamientos, y los ímpetus grandes que dije se tuvo, olvideme de decir, que casi siempre no se quitan aquellos ímpetus grandes, sino es con un arrobamiento, y regalo grande del Señor, a donde consuela el alma, y la anima, para vivir por él.

24. Todo esto que está dicho no puede ser antojo, por algunas causas, que sería largo de decir: si es bueno, o no, el Señor lo sabe. Los efectos, y cómo deja aprovechada el alma, no se puede dejar de entender a todo mi parecer.

25. Las personas veo tan claro ser distintas, como vi ayer, cuando hablaba a vuestra merced y al padre provincial, salvo que ni veo nada, ni oigo, como ya a vuestra merced he dicho; mas es una certidumbre extraña, aunque no ven los ojos del alma, y en faltando aquella presencia, sabe que falta: el cómo, yo no lo sé; mas muy bien sé, que no es imaginación: porque aunque después yo me deshaga para tornarlo a representar ansí, no puedo, que harto lo he probado; y ansí es todo lo demás que aquí va, a cuanto yo puedo entender, que como ha tantos años, hase podido ver, para decirlo con esta determinación. Verdad es (y advierta vuestra merced en esto), que la persona que habla siempre, bien puedo afirmar lo que me parece que es: las demás no podría afirmarlo. La una bien sé que nunca ha sido: la causa jamás la he entendido, ni yo me ocupo jamás en pedir más de lo que el Señor quiere; porque luego me parece me habría de engañar el demonio: ni tampoco le pediré ahora, que había temor dello.

26. La principal paréceme que alguna vez ha sido; mas como ahora no me acuerdo muy bien, ni lo que era, no lo osaré afirmar. Todo está escrito a donde vuestra merced sabe, y esto muy largamente; y aquí va, aunque no debe de ser por estas palabras. Aunque se dan a entender estas personas distintas por una manera tan extraña, entiende el alma ser un sólo Dios. No me acuerdo haberme parecido que habla nuestro Señor, sino es la humanidad: ya digo, esto puedo afirmar que no es antojo.

27. Lo que dice vuestra merced del agua, yo no lo sé, ni tampoco he entendido a dónde está el Paraíso terrenal. Ya he dicho, que lo que el Señor me da a entender, que yo no puedo escusar, entiéndolo porque no puedo más; mas pedir yo a su Majestad que me dé a entender alguna cosa, jamás lo he hecho, ni osaría hacerlo: luego me parecería que yo   —76→   lo imaginaba, y que me había de engañar el demonio. Ni jamás, gloria a Dios, fui curiosa en desear saber cosas; si se me da nada, digo de saber más: harto trabajo me ha costado lo que sin querer, como digo, he entendido, aunque pienso ha sido medio que tomó el Señor para mi salvación, como me vio tan demasiada de ruin, que los buenos no han menester tanto para servir a su Majestad.

28. (Presencia de Dios habitual). Otra oración me acuerdo, que es primero que la primera que dije, que es una presencia de Dios, que no es visión de ninguna manera, sino que cada, y cuando (al menos cuando no hay sequedad) de que una persona se quiere encomendar a su Majestad, aunque sea rezar vocalmente, le halla. Plegue a él que no pierda yo tantas mercedes por mi culpa, y que haya misericordia de mí.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra merced.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Esta carta más parece alguna parte de un tratado, y razón que daba de sí al padre Rodrigo Álvarez, su confesor, que no carta.

2. El padre Rodrigo Álvarez, a quien escribía la Santa, fue uno de los primeros, y principales sujetos en letras, espíritu, y opinión de santidad, que tuvo en sus principios la sagrada Compañía de Jesús. Y quien quisiere leer sus clarísimas virtudes, las hallará en los Claros varones de otro varón tan claro, y esclarecido, como el padre Rodrigo Álvarez, que es el reverendísimo padre Juan Eusebio Nieremberg, a quien yo amo con afecto ternísimo. El cual, entre otros insignes escritos con que está alumbrando, encaminando, y enriqueciendo las almas, como un río caudaloso de doctrina espiritual, que riega toda la Iglesia, formó estos cuatro tomos grandes, en los cuales apenas caben las vidas de los hijos insignes desta santa, y sagrada religión: y aquí está también la vida de este espiritual padre, de quien hace diversas veces mención en sus Obras santa Teresa, con grande calificación de sus heroicas virtudes.

3. La materia que aquí trata la Santa, es todo de oración sobrenatural; y escusado estoy, y aun imposibilitado de escribir en ello, siendo sobrenatural, y no habiendo entrado aún en los primeros umbrales de la oración natural; y más cuando la misma Santa confiesa aquí, y en diversas partes, que no basta que tenga el alma esta oración, ni estos favores, y gracias de Dios para darlos a entender, sino que después de habérselas dado, le ha de hacer otro favor, y gracia particular, para saber declararlos: y el explicarlos, y tenerlos, a raras almas lo ha dado. Y pues vemos que a san Pablo no le comunicó este favor, por lo menos cuando fue llevado al tercer cielo, porque no llegó a entender si fue con el alma, o con el cuerpo: Sive in corpore, sive extra corpus, nescio, Deus scit (2, Cor. 22, v. 2). Si yo estaba allá con el cuerpo, o en el alma, eso sólo Dios lo sabe. Pues esto pasó así, no hay que admirar, que otras almas no sepan aquello que pasa en sí.

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4. Todavía, porque las notas son deudoras de declarar lo dudoso, y hacer lo dificultoso fácil, la que yo no percibo de estas cosas soberanas, remitiré al lector a quien a escrito mucho de ellas, que será la misma Santa, y el venerable padre fray Juan de la Cruz en sus tratados místicos, porque hallen la interpretación en los autores del texto.

Qué sea oración sobrenatural, lo enseña la Santa en su Morada 4, cap. 3. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en el libro 2 de la Noche escura, cap. 5, vers. En una noche escura.

5. Qué sea oración de quietud, la Santa en el Camino de perfección, cap. 30 y 31. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz lib. 2, de la Subida del Monte Carmelo, cap. 12.

Del sueño de potencias, la Santa en la Morada 5, cap. 2. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en la Noche escura, lib. 2, cap. 15 y 16.

6. Qué sea unión de sola la voluntad, la Santa en su Vida, cap. 17. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en la Subida del Monte Carmelo, lib. 2, cap. 5, y en la Llama de Amor viva, Canción 3, §. 3.

7. Qué sea unión de todas las potencias, la Santa aquí. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en la Subida del Monte Carmelo, lib. 2, cap. 5, y en la Llama de Amor viva, Canción 3, §. 3.

Que la voluntad pueda amar más que entiende el entendimiento, la Santa aquí. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en el tratado Llama de Amor viva, Canción 3, §. 10.

Qué sea arrobamiento, y cómo se diferencia de la suspensión, la Santa lo explica aquí, y a cada paso en su Vida.

8. Diferencia entre arrobamiento, y arrebatamiento, la Santa en el cap. 20 de su Vida, y en la Morada 6, cap. 5.

Qué sea vuelo de espíritu, la Santa en su Vida, cap. 20, Moradas 6, cap. 5.

Qué sea ímpetu de espíritu, la Santa Moradas 6, cap. 20.

9. Qué sea herida de espíritu, la Santa aquí. Y el venerable padre fray Juan de la Cruz en el tratado Llama de Amor viva, Canción 2, vers. 2. En estos dos maestros místicos de la vida espiritual, hallará quien quisiere entender esta materia, la luz que busca; aunque aquí lo explicó la Santa de manera, y con tal propiedad, y tan vivas comparaciones, y modos, que parece que sobra toda ajena explicación.

10. Pero porque es nuestra naturaleza tan ambiciosa de todo lo grande, y más si toca en divinidades, desde que les puso al oído la serpiente a nuestros primeros padres el Eritis sicut dii (Gen. 3, v. 5), cuando había de ser ambiciosa santamente de lo pequeño, y humilde, para ser con eso grande; y se han visto muchas desdichas espirituales en almas que han querido subir por sí mismas a estos grados altísimos de oración; y cuando a ellas les parecía subían a las estrellas, iban bajando hasta los mismos abismos: me ha parecido hacer sobre esto unos muy breves apuntamientos, no para explicar lo que la Santa explicó, sino para que no se dejen llevar las almas del ansia de tener, y gozar estos favores, con alguna interior, y secreta presunción, que las despeñe de la vida espiritual, cuando van caminando con pasos santos por ella.

11. Lo primero advierto, que todo esto que hizo Dios en santa Teresa, y ha hecho en diversos santos de la Iglesia, no es necesario para   —78→   ser el alma sumamente espiritual, pues sin ello lo será cualquiera que ame, y sirva a Dios muchísimo: conque aquello que no es precisamente necesario en la vida del espíritu, es superfluo, y aun tal vez temeridad pretenderlo.

12. Lo segundo, que esto se conoce en que el hijo eterno de Dios en el mundo nunca anduvo estático, ni arrobado, ni absorto; y si esto fuese necesario para la perfección, ya que no siempre, por lo menos muchas veces se habría arrobado el Redentor de las almas.

De la Virgen se saben sus soberanas virtudes, su humildad, su santidad; pero no hay evangelista que refiera sus raptos, sus éxtasis, sus arrobos.

A san Pedro, y a san Pablo dos veces los vemos estáticos, y arrobados; pero infinitas los vemos castigados, azotados, afrentados, perseguidos, atribulados, y presos.

Lo mismo se ha de decir de los demás Apóstoles, y santos, que a cada paso los vemos ejercitando virtudes, y raras veces recibiendo estos favores; y bien se ve, que estos fueron los mayores santos.

13. Lo tercero que de aquí resulta es, que para ser santa, y santísima una alma, el verdadero camino es la oración, la devoción, las virtudes de su estado, y profesión, y el ejercitarse en ellas, y el padecer trabajos con paciencia, y humildad, y en esto imitar más al Señor, que en los arrobos; y así aquello habemos de desear, y procurar para salvarnos, que se acerca más a su santísima imitación.

14. Lo cuarto, que lo que nos toca a nosotros, no es lo que hace Dios en nosotros, sino lo que nosotros habemos de hacer con Dios; y en lo que hemos de trabajar, y sudar, es en el elegir, proponer, disponer, y ordenar medios proporcionados, y santos para servirle, agradarle, y tenerle con nosotros, y en nosotros: y esto no es el camino de los éxtasis, los raptos, y los arrobos; porque no está en nuestra mano, sino el guardar sus Mandamientos, y consejos, y el tener las conciencias limpias, puras, desasidas de todo afecto desordenado, y ejercitarse en la oración, y mortificación, y todo lo demás dejarlo a su voluntad. Mire yo bien aquello que hago con Dios, que Dios hará lo que gustare de mí, y en mí.

Y así es menester quitar, no sólo del corazón del espiritual, sino de la imaginación, el deseo de que haga Dios cosas grandes deste género en el alma, ni pensar que en ella hay cosa que pueda inclinar a Dios a que haga exaltaciones sobre ella; porque pensar el alma, que se halla en disposición, que Dios haga en ella grandes cosas, ya es muy soberbio pensar, y está muy cerquita de caer, si ya no está caída, con tal pensar.

15. Lo quinto, que por eso el rey David le decía a Dios: Señor, si yo he pensado de mis cosas maravillosas, y grandes; y si no pensaba humildemente de mí, no me deis retribución (Sal. 130, v. 2). Como si dijera: ¿Qué hay en mí, Señor, sino culpas? Y sobre este fundamento, ¿qué podréis edificar sobre mí, sino castigos? Este modo de pensar de David han de tener las almas de sí, si quieren por buenos medios, y fines tener a Dios consigo siempre, y en sí.

16. Lo sexto, que de aquí resulta, que si yo hubiera de explicar estos   —79→   favores al modo perfecto de obrar, y agradar a Dios las almas, y no a las interioridades, y secretos soberanos que no entiendo, yo lo explicaría desta suerte con mi rústico modo de percibir, y entender, al fin como un grosero, y relajado pastor: y desta suerte querría que obrase mi alma, y las que están a mi cargo.

17. (Qué sea oración sobrenatural en el sentido práctico). Lo primero, que sea oración sobrenatural. Dijera yo que esa es, o por lo menos sería tener frecuentemente la natural, y con profunda humildad muchas veces al día ponerse en la presencia divina, todo el día andar en su divina presencia; y dando el tiempo determinado a la oración, salir el alma a obrar con cuidado, diligencia, y perfección; y hecho esto, deje que obre Dios en ella, venga, o no venga la oración sobrenatural, teniendo, y ejercitando con fervor la natural.

18. (Oración de quietud). De la oración de quietud, dijera yo, que procure, y pida a Dios saque de su atina los deseos de lo criado, que son la misma inquietud: y sólo ponga deseos de Criador. Y para esto procure no salir a desear, a pedir, a procurar, ni a querer más de aquello que es muy preciso a su estado, y profesión: y guárdese de llenar el alma de propiedades, y deseos, ya sean grandes, ya pequeños, ya naturales, ya morales, ya místicos; porque si son deseos con propiedad, ni para sí, ni para otros serán buenos, si no vaya cada día vaciando su alma cuanto pudiere de todo lo que no es Dios, por Dios, y para Dios. Y aquello que no pudiere quitar, pida a Dios que se lo quite; verá que con eso tendrá oración santísima de quietud: y no sólo en la oración, sino afuera en la acción, y en todas partes vivirá con alegría, y quietud, porque los deseos son las espinas, y los cardos, e inquietud del corazón, y el carecer de deseos es la quietud, alegría, y gozo del corazón.

19. (Sueño de potencias). Del sueño las potencias dijera, que procure tenerlas dormidas a esto transitorio, y temporal; y despiertas a lo eterno, conociendo que es sueño breve esta vida, que te despierta dél con la muerte a eterna vida, o condenación: y que atienda el espiritual, que si vive despierto, y amando a lo temporal, morirá para padecer eternamente en lo eterno. Y al revés, si vive dormido a lo temporal, y despierto a lo eterno, y celestial, asegura lo celestial, y lo eterno. Porque allá nos juzga Dios cómo vivimos acá. ¿Viviste muy dormido a mi servicio? Pues yo te despertaré con el eterno castigo. ¿Viviste muy dormido a ofenderme, y muy despierto al servirme? Yo te coronaré con eterno premio. Y así las potencias, el entendimiento, la memoria, y la voluntad anden dormidas al mundo, y muy despiertas a Dios; y este es sueño excelente, de potencias.

20. (Unión de voluntad). La unión de la voluntad del alma con Dios, dijera yo, que será en todo el hacer su voluntad, y desear, y procurar no apartarse un punto de su santa voluntad. Y si por nuestra flaqueza, advertida, o inadvertidamente, nos desviáremos de aquella divina regla; confesarnos, y recibir al Señor, y humillarnos, hacer penitencia, llorar, y pedir a Dios piedad, y procurar que nos vuelva a su camino, y huir como del fuego de todas aquellas ocasiones, que me echaron del camino: y en lo poco, y en lo mucho procurar constantemente el no salir jamás de su voluntad, y navegar en esta vida por ella, y en ella, como navega   —80→   en su navío el navegante; que no se atreve a sacar del navío el cuerpo, ni aun el pie: porque conoce, que al instante se ha de ahogar, si saliere del navío. Así nosotros hemos de ir navegando desde el destierro a la patria en la voluntad de Dios, sin sacar, ni dejar salir nuestra voluntad de su santa voluntad: suponiendo, que en saliendo della en lo leve, levemente nos perderemos; y si saliéremos en lo grave, para siempre nos ahogamos: y esta es famosa unión de la voluntad con Dios, de Dios con la voluntad.

21. (Unión de potencias). La unión de las potencias, diría yo, que es no querer, ni pensar, ni buscar, ni desear el alma, sino aquello que Dios quiere, con todos sus sentidos, facultades, y potencias. Y pues son tres mis potencias, memoria, entendimiento, y voluntad, y una esencia, esto es, un alma; y son tres personas de la santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, y una esencia, esto es, un Dios, le dé el alma a su divina Majestad sus tres potencias; y que el entendimiento no discurra, sino en lo que quiere el Padre; y la memoria no piense, sino en lo que quiere el Hijo; y la voluntad no ame, sino lo que quiere que ame el Espíritu Santo; y que así anden unidas las potencias con las obras, y deseos, palabras, y pensamientos: y todo esto con la presencia, y la voluntad de Dios; y esta es muy buena unión de las tres potencias.

22. (Si ama más la voluntad de lo que entiende el entendimiento). En cuanto a amar más la voluntad de aquello que entiende el entendimiento, no se meta el ánima en averiguarlo en esta vida: déjelo para la eterna, si no navegue dentro de su navío de la voluntad de Dios, amando, sirviendo, agradando, y adorando a Dios; y no cese de adorar, de servir, de amar a Dios; y sirva su entendimiento a su amor; y su amor se deje abrasar del amor divino, y allí arda su entendimiento, su memoria, y voluntad: y del amar salga luego al servir; y del servir, volverse luego al amar; y por decirlo mejor, sirva sin dejar de amar, y ame sin dejar de servir: y luego lo demás déjeselo todo a Dios, y aguarde a verlo, cuando veamos a Dios, suplicándole, que el entender se lo dé a santa Teresa, o a otros santos, a quien sea servido de ilustrar desta manera, para altos fines de mejorar a su Iglesia, y a nosotros nos dé en esta vida el amarlo, y el servirlo, y en la otra el entenderlo, y gozarlo.

23. (De la suspensión, y arrobamiento). En cuanto a la suspensión, y arrobamiento, yo dijera, que es excelente suspensión procurar suspender todo lo malo para no hacerlo jamás; y hacer muy prontamente lo bueno, para estarlo siempre haciendo. Y en cuanto al arrobamiento, si es forzoso arrobamiento, es muy bueno no pretenderlo, ni desearlo jamás, como enseña en tantas partes la Santa. Y si Dios le mortifica con este género de trabajos, tenerlo por grandísimo trabajo; y pedirle a Dios, que le dé los arrobos en el cielo, y las penas, y los méritos, y la paciencia, y la gracia en la tierra: y estos arrobos que nos los dé por arrobas su infinita piedad, y misericordia, y los otros, ni por onzas. Y si otra cosa le dieren de arrobos, que se humille: y este humillarse, y confundirse, y tener todo esto por peligroso, y apartarse todo lo posible dello, es seguro arrobamiento.

24. (Del arrebatamiento, o rapto). En la diferencia del arrobamiento al arrebatamiento, que quiere decir la Santa rapto, y lo explica maravillosamente,   —81→   como todo lo demás; yo en mi lengua rústica, como grosero pastor, que no entiendo, diría, que es rapto utilísimo en el alma, el dejarse arrebatar de los deseos del cielo, y del amor divino, y de aquello que ha de durar para siempre, y de una gloria que nunca se ha de acabar, y de la ansia de agradar, de amar, y servir a Dios: y que de tal manera se arrebate desto, que aunque tiren el demonio, mundo, y carne para sí, y contra esto, ella esté firme en su rapto, en su amor, y en su deseo de morir, antes que ofender a Dios; y de no amar cosa que no sea Dios, o por Dios; de no tener en su alma otro amor, sino el de Dios; y este es excelente rapto, y arrebatamiento.

25. (Del vuelo del espíritu). En cuanto al vuelo del espíritu, diría yo, que es el vuelo del espíritu volar con el espíritu a Dios, y esto siempre con un eficaz deseo de agradarle, y de servirle, y no amar cosa terrena, sino andar sobre la tierra con el deseo volando a Dios, sin parar; y dejándola a ella, y despreciándola a ella, y cuanto hay humano, terreno, corruptible, y temporal en ella, sólo por buscar a Dios.

26. Y de la manera que los vencejos, cuando vuelan, y se quieren sustentar, y comer, no se paran en la tierra; porque como tienen las alas grandes, y los pies muy pequeños, si pararan, no se podrían después levantar, ni volar; así el alma no ha de tocar, ni tomar de la tierra con el deseo cosa alguna de tierra, sino lo menos que puede ser; y todo su deseo, y su ansia, y su vuelo ha de encaminarse al cielo. Y si alguna vez, por su flaqueza, y necesidad, deseare algo del suelo, y hubiere de tomar algo de tierra, déjelo con el deseo luego, y vuelva a volar, sin perder de vista al cielo; y viva en el suelo con el cuerpo, y en el cielo con el alma.

27. Y así como hemos dicho del vencejo, que para comer no se para, sino que despunta hasta la tierra, toma el grano, o el gusano, y luego corre volando a volar, y anda comiendo, y volando; así nosotros tomemos del mundo lo menos que puede ser, y demos a Dios lo más que pudiese ser: y nuestra ansia sea de volar por la vida espiritual sin descansar, y huir volando de comer, y de holgarse, y gozar de esta vida corruptible, y temporal con espacio: procurando abrazar aquí el penar, y dejar para la gloria el gozar; y tratar sólo de ir volando a gozar las coronas del penar: y este, en mi opinión, es excelente vuelo del espíritu en las almas.

28. (Del ímpetu de espíritu). Del ímpetu de espíritu, diría mi rusticidad, que es una fuerza grande, que ha de hacer el alma siempre para oponerse a lo malo, y seguir constantemente lo bueno, y dar la vida por no ofender al Señor, y ofrecerse a la muerte por agradarle, y servirle: y aquel valor, perseverancia, y entereza para no volver atrás, teniendo la mano en el arado, sin volver a las espaldas la cara, ni mirar a Sodoma, y Gomorra, cuando va huyendo de sus incendios: y sin descaecer, ni descansar en el camino del espíritu, penar, caminar, y proseguir adelante alegremente con la cruz sobre los hombros, siguiendo al Señor en cruz: y el decirse a sí mismo el varón espiritual, cuando le afligen tibiezas, o sequedades, con el Señor en el Huerto al ir a tomar sobre sí tan intolerables penas, por mis culpas: Surgite, eamus hinc (Joan. 14, v. 31): Ea, levantaos, potencias, facultades, y sentidos,   —82→   vamos de aquí a penar, a padecer, a servir, y a agradar, y a hacer la voluntad de Dios: y en todo, y por todo animarse, y alentarse para no volver atrás, y caminar adelante sin parar.

Este ánimo, este esfuerzo, este aliento, este ímpetu con que le anima la gracia a esta nuestra flaca, y débil naturaleza, y le dice: Pelear hasta morir, y morir para gozar, ánimo, alma, porque el reino de Dios padece fuerza, y sólo le ganan los valerosos: Regnum Cælorum vim patitur, et violenti rapiunt illud (Matth. 11, v. 12); este es ímpetu utilísimo de espíritu en el alma.

29. (De la herida del espíritu). En la herida del espíritu, dijera yo, que hay dos géneros de heridas: una del amor divino al alma: esta ya la explica divina, y sentidamente la Santa, como quien tenía, y padecía estas sabrosas heridas. Otras, las de la culpa, que son de las que yo entiendo, por mis grandísimas culpas, son cuando las culpas lastiman, y hieren al alma, y sacan sangre del alma por el pecado, y la culpa. Y no es lo peor herir al alma, o al espíritu, sino que hieren también al Redentor de las almas: que esto es lo que hemos de llorar con lágrimas incansables las almas, que le ofendemos.

Estas heridas del espíritu pueden ser en tres maneras, y todas (¡ay de mí!) las tengo experimentadas.

30. La primera, es herida de culpa grave, y mortal: y para esta herida, no hay sino irse luego, luego llorando a la confesión sacramental, y a recibir, después de la medicina, al médico celestial, y llorar, y llorar, y penar, y padecer sin cesar, y hacer penitencia de lo ofendido, y pecado: y este llorar ha de ser delante del Señor, a quien hirió con pecar: y pensar el pecador, que puede con su gracia, y por su sangre preciosa levantarse más sano, desde el dolor, de lo que estaba antes de pecar, muy confiado en su amor.

Y no huya del herido, por la herida, sino busque el remedio de la herida en el herido. Porque David, si flaco cayó, penitente se levantó a mayor trato de Dios del que tenía inocente. Antes bien tanto más ha de amar, buscar, y servir a Dios, cuanto ve lo que perdió en haber perdido a Dios. Y ha de amar con dos amores el penitente: el uno de amante, y el otro de perdonado: aquel muy puro, pero este mucho más ardiente, más tierno, y reconocido.

31. La segunda herida del espíritu, es de las culpas veniales: y estas, si son de advertencia, u de costumbre, entibian la caridad, y son pasos que lo divierten del amor, y de la gracia, no matan, pero lastiman: no sacan toda la sangre del alma con el golpe, pero la azotan, y dejan muy gruesos en ella los cardenales.

En este caso ha de pugnar el espiritual por defenderse destas heridas, y guardar con gran valor las guarniciones de afuera, y pelear en la antemuralla, antes que llegue el enemigo, y pelee en la muralla. Y tenga presente lo que dice el Espíritu Santo: Que el que desprecia lo poco, él incurrirá en lo mucho: Qui espernit modica, paulatim decidet (Eclesiastici 19, v. 1). Y ponga delante la vida, exponiéndola a la muerte por no ofender al Señor en lo grave, ni en lo leve.

32. La tercera herida de espíritu es, cuando va descaeciendo el alma en los ejercicios santos de perfección, y de supererogación; y poco a   —83→   poco va dejando lo perfecto, y se acerca a lo imperfecto, y ya no es tanta la oración, y son menos las disciplinas, confesiones, y comuniones; y como dice el Profeta, va mudando el buen color: Mutatus est color optimus (Jerem. Thren. 4, v. 1, Daniel. 2, v. 32); y habiendo comenzado la estatua por la cabeza de oro, poco después va ya descaeciendo a la plata, y de allí puede ser que pase al bronce, y dél al hierro, y luego cae toda la estatua al suelo, por haber llegado a labrarle los pies de barro, y cieno.

Contra todo esto se oponga el espiritual, y se defienda destas heridas con la oración, y el fervor: y animarse, y alentarse con el ímpetu de espíritu, y volver a sus ejercicios, doblarlos, y redoblarlos, y huir de las criaturas, y buscar al Criador, y humillarse, acusarse, y confundirse, y pedir todo su remedio a Dios.

33. Finalmente, de las segundas, y terceras heridas se quejaba el alma santa, cuando decía: Que la habían hallado en la calle los que velaban (que son los demonios, que siempre velan en nuestro daño) y que la habían maltratado: Invenerunt me custodes, qui circumeunt Civitatem: percusserunt me, et vulneraverunt me (Cant. 5, v. 7). Si ella se estuviera en casa, y dentro de la voluntad divina, y no saliera a la calle de su propia voluntad, y la ocasión, nunca la hubieran herido. Y así almas, huir de las ocasiones, donde se dan las heridas; porque es mejor prevenirlas, que curarlas.

Cuidemos, pues, de que no esté herida el alma con la culpa, que si esto hacemos, y con pureza buscamos constantemente al Señor; yo aseguro, que bien presto se halle herida, sino muerta, por su amor.

34. Acaba la Santa su discurso celestial, subidísimo, y altísimo en el número vigésimo segundo, diciendo: Que esta herida del amor saca de lo íntimo del alma los afectos grandes; y cuando el Señor no la da, no hay remedio, aunque más se procure. Y es cierto, que como todo aquello lo hace Dios en el alma, sólo padece lo que hace Dios; y esto es lo que decía san Dionisio: Pati divina (S. Dionysius.), como hemos dicho otra vez: más es recibir lo que hace, que no obrar.

35. Pero yo también en mi pastoril, pastoral, y rústico modo de discurrir añado a mi natural, y moral explicación con la Santa, que todo lo que he dicho, si no lo hace Dios sólo en el alma, anda del todo perdida: esto es, que nada dello, siendo bueno, puede hacer la naturaleza sin la gracia; y que después de haber sudado, y trabajado la naturaleza, todo lo debe a la gracia, pues es quien da fuerzas a nuestra naturaleza.

Y así, que el alma esté siempre muy asida de Dios, y con Dios, y por Dios, y en Dios por medio de la oración, y siempre dependiente de su gracia, para que la tenga de su santa mano Dios; porque infalible verdad es, que no podemos servir a Dios sin Dios: Nemo potest dicere, Dominus Jesus, nisi in Spiritu Sancto (1, Cor. 12, v. 3).

36. Y finalmente, para las almas a quien Dios llevare por el camino que llevó a la Santa, que es tan subido, superior, y soberano, yo les diera un consejo; pero a los que Dios llevare por el camino de esta mi rústica explicación, les diera tres.

Para los que padecen todo lo que padeció la Santa, arrobos, éxtasis, raptos, vuelos de espíritu, revelaciones, y lo demás, sea el consejo:   —84→   Hacer lo que hizo la Santa, humillarse cada día más y más. Viene un arrobo, humillarse: viene un rapto, humillarse: viene una herida de espíritu, humillarse: viene un vuelo del espíritu, humillarse, que si ella anda en humildad, confíe en Dios, que andará en seguridad.

37. Para los arrobados de mi explicación, que no tienen esas soberanías, ni alturas, y no son menos seguros, y puede ser que sean tan meritorios, yo les diera por consejo los tres, que escribió santa Teresa en la carta vigésima tercera, núm. 6, al padre Gracián, que son: oración, obras, y buena conciencia.

Oración, porque por allí nos viene todo lo bueno, y perfecto. Ande humilde, resignada, instante, y perseverante en la oración, que de ella saldrá a obrar, penar, y servir, teniendo presente a Dios; y con eso, ni ella dejará de amar a Dios, ni Dios a ella.

Las obras se crían en la oración, y se enderezan a tres fines. El primero, a la limpieza del alma, y apartarse de lo malo. El segundo, a ejercitarse en lo bueno. El tercero, a promover, y procurar lo mejor: que es lo que dijo el Profeta: Diverte a malo, et fac bonum: inquire pacem, et persequere eam (Sal. 33, v. 15). Apártate de lo malo, y haz lo bueno: busca la paz, y reposa en ella; porque la paz del alma en Dios, es de lo bueno lo mejor.

38. Para lo primero, que es apartarse de lo malo, es la penitencia, y la mortificación: y esta es la vía purgativa. Y si esta deja, presto dejará todo lo bueno, y no pasará adelante, o se volverá a lo malo.

Para lo segundo, que es buscar lo bueno (que es la vía iluminativa), conviene ejercitarse incesantemente en las virtudes, y meditaciones de la Pasión del Señor: y si destas, y aquellas huye, falsa es su oración, vana, y sin fruto su mortificación.

Para lo tercero, que es la paz del alma (y es la vía unitiva), conviene el actuarse en la presencia de Dios, y hacer actos heroicos de caridad, y de amor: y en todo obrar con amor, y por amor, con Dios, en Dios, y por Dios.

39. Cuanto a la buena conciencia (que es el tercer remedio, y nace de los dos primeros, oración y obras) se tengan tres atenciones. La primera, de limpiarla de culpas graves. Para esto huir de las ocasiones, y frecuentar los Sacramentos, orar, y vivir en la divina presencia.

La segunda, evitar las culpas leves: y destas, como hemos dicho, el remedio es huir dellas, como si fueran muy graves; pues aunque no lo son en lo malo, en siendo apartarse de la voluntad de Dios, nada ha de tener por leve a su amor, el que es buen espiritual.

La tercera, procurar que no haya asimientos, ni deseos en su alma: y para esto, poner sólo en Dios su amor, y negarlo a todo lo criado, y que todo el corazón se lo ocupe el Criador. De suerte, que ha de procurar, no sólo que esté limpia de lo malo, sino llena de lo bueno, y que no nazca apenas la propiedad, ni el asimiento a cosa criada, ni otra mala yerba alguna, que no procure desarraigarla al nacer.

40. Esto lo conseguirá pidiéndolo a Dios, y con la propia observación, y con recibir al Señor frecuentemente con grandísimo fervor, comulgando a aquel intento, y volando, como el animal de Ezequiel, lleno de ojos por afuera, y por adentro, guardando que no entre adentro cosa   —85→   imperfecta de afuera: cuidando que por afuera no se haga cosa, que no corresponda al amor, que arde allá dentro.

41. Desta suerte, viviendo el alma atenta, vigilante, diligente, y humillada, espere el espiritual lo que quisiere hacer Dios, en todo, y por todo, de su alma.

Y esta es doctrina repetida infinitas veces de la Santa: la cual en todos sus favores, sus peligros, sus trabajos, sus alturas, ya tribulada, ya honrada, y favorecida, en todo, y con todo se humillaba, y se dejaba llevar por donde Dios la llevaba: como quien tenía presente lo que dice san Agustín: Que es la humildad la medicina de todos los males, la fiadora de todos los riesgos, la curación de todas las heridas, el remedio de todos los daños; y quien la tiene, vive seguro; y a quien le falta, camina perdido: O humilitatem (dice el santo) medicinam omnibus consulentem, omnia tumentia comprimentem, omnia superflua resecantem, omnia depravata, corrigentem (D. Aug. Ep. 58).

Finalmente, como dice san Gregorio: Todo lo bueno, santo, perfecto, y soberano se pierde, si la humildad no lo guarda, y defiende: Periit omne quod agitur, si non humilitate custoditur (D. Greg. lib. 8, Moral).






ArribaAbajoCarta XIX

Al mesmo padre Rodrigo Álvarez, de la Compañía de Jesús


Jesús

1. Esta monja ha cuarenta años, que tomó el hábito, y desde el primero comenzó a pensar en la Pasión de Cristo nuestro Señor por los misterios algunos ratos del día, y en sus pecados, sin nunca pensar en cosa que fuese sobrenatural, sino en las criaturas, o cosas de que sacaba, cuan presto se acaba todo; en mirar por las criaturas, la grandeza de Dios, y el amor que nos tiene.

2. Este le hacía mucha más gana de servirle; que por el temor nunca fue, ni le hacía al caso. Siempre con gran deseo de que fuese alabado, y su Iglesia aumentada. Por esto era cuanto rezaba, sin hacer nada por sí; que le parecía, que iba poco en que padeciese, aunque fuese en muy poquito.

3. En esto pasó como veinte y dos años en grandes sequedades, y jamás le pasó por pensamiento desear más; porque se tenía por tal, que aun pensar en Dios le parecía no merecía, sino que le hacía su Majestad mucha merced en dejarla estar delante dél rezando, leyendo también en buenos libros.

4. Habrá como diez y ocho años, cuando se comenzó a tratar del primero monasterio que fundó de Descalzas, que fue en Ávila, tres años, o dos antes (creo que son tres) que comenzó a parecerle, que le hablaban   —86→   interiormente algunas veces, y a ver algunas visiones, y revelaciones, interiormente en los ojos del alma (que jamás vio cosa con los ojos corporales, ni la oyó: dos veces le parece oyó hablar, mas no entendía ninguna cosa). Era una representación, cuando estas cosas veía interiormente, que no duraban sino como un relámpago lo más ordinario; mas quedábasele tan imprimido, y con tantos efectos, como si lo viera con los ojos corporales, y más.

5. Ella era entonces tan temerosísima de su natural, que aun de día no osaba estar sola algunas veces. Y como aunque más lo procuraba, no podía escusar esto, andaba afligidísima, temiendo no fuese engaño del demonio; y comenzolo a tratar con personas espirituales de la Compañía de Jesús.

6. Entre los cuales fueron el P. Araoz, que era comisario de la Compañía, que acertó a ir allí; y al P. Francisco, que fue el duque de Gandía, trató dos veces; y a un provincial, que está ahora en Roma, llamado Gil González; y aun al que ahora lo es en Castilla, aunque a este no trató tanto; al P. Baltasar Álvarez, que es ahora rector en Salamanca, y la confesó seis años en este tiempo; y al rector que es ahora de Cuenca, llamado Salazar; y al de Segovia, llamado Santander; al rector de Burgos, llamado Ripalda; y aun éste lo hacía harto mal con ella, de que había oído estas cosas, hasta después que la trató: al Dr. Paulo Hernández en Toledo, que era consultor de la Inquisición; al rector, que era de Salamanca, cuando le hablé; al Dr. Gutiérrez, y otros padres algunos de la Compañía, que se entendía ser espirituales, como estaban en los lugares, que iba a fundar, los procuraba.

7. Al P. Fr. Pedro de Alcántara, que era un santo varón de los Descalzos de san Francisco, trató mucho, y fue el que muy mucho puso en que se entendiese era buen espíritu. Estuvieron más de seis años haciendo hartas pruebas, como más largamente tiene escrito, como adelante se dirá: y ella con hartas lágrimas, y aflicciones, mientras más pruebas se hacían, más tenía suspensiones, y arrobamientos hartas veces, aunque no sin sentido.

8. Hacíanse hartas oraciones, y decíanse hartas misas, porque el Señor la llevase por otro camino; porque su temor era grandísimo, cuando no estaba en la oración, aunque en todas las cosas que tocaban a estar su alma mucho más aprovechada, se veía gran diferencia, y ninguna vanagloria, ni tentación della, ni de soberbia; antes se afrentaba mucho, se corría de ver que se entendía: y aun si no eran confesores, o persona que le había de dar luz, jamás trataba nada; y a éstos sentía más decirlo, que si fueran graves pecados; porque le parecía se habían de   —87→   burlar della, y que eran cosas de mujercillas, que siempre las había aborrecido oír.

9. Habrá como trece años, poco más, o menos (después de fundado san José, a donde ella ya se había pasado del otro monasterio), que fue allí el obispo, que es ahora de Salamanca, que era inquisidor, no sé si en Toledo, y lo había sido en Sevilla, que se llamaba Soto. Ella procuró de hablarle para asegurarse más. Diole cuenta de todo. Él le dijo, que no era cosa que tocaba a su oficio; porque todo lo que veía ella, y entendía, siempre la afirmaba más en la fe católica, que siempre estuvo, y está firme, con grandísimos deseos de la honra de Dios, y bien de las almas, que por una se dejará matar muchas veces.

10. Díjole, como la vio tan fatigada, que lo escribiese todo, y toda su vida, sin dejar nada, al maestro Ávila, que era hombre que entendía mucho de oración, y que con lo que escribiese, se sosegase. Ella lo hizo ansí, y escribió sus pecados, y vida. Él la escribió, y consoló, asegurándola mucho. Fue de suerte esta relación, que todos los letrados, que la habían visto, que eran mis confesores, decían, que era de gran provecho para aviso de cosas espirituales; y mandáronla, que la trasladase, y hiciese otro librillo para sus hijas (que era priora) a donde les diese algunos avisos.

11. Con todo esto a tiempos no le faltaban temores, pareciéndole, que personas espirituales también podían estar engañadas, como ella. Dijo a su confesor, que si quería tratase algunos grandes letrados, aunque no fuesen muy dados a la oración; porque ella no quería sino saber, si era conforme a la sagrada Escritura lo que tenía. Algunas veces se consolaba, pareciéndole, que aunque por sus pecados merecía ser engañada, que a tantos buenos, como deseaban darla luz, que no permitiría el Señor se engañasen.

12. Con este intento comenzó a tratar con padres de la Orden del glorioso padre santo Domingo, con quien antes destas cosas se había confesado: no dice con estos, sino con esta Orden. Son estos los que después ha tratado. El P. Fr. Vicente Barrón la confesó año y medio en Toledo, que era consultor entonces del santo Oficio, y antes destas cosas la había tratado muchos años. Era gran letrado. Este la aseguró mucho, y también los de la Compañía, que ha dicho. Todos la decían, que, si no ofendía a Dios, y si se conocía por ruin, ¿de qué temía?

13. Con el P. Fr. Pedro Ibáñez, que era lector en Ávila. Con el padre maestro Fr. Domingo Báñez, que ahora está en Valladolid por regente en el colegio de san Gregorio, me confesé seis años, y siempre trataba con él por cartas, cuando algo se le ha ofrecido. Con el maestro   —88→   Chaves. Con el P. M. Fr. Bartolomé de Medina, catedrático de Salamanca, que sabía que estaba muy mal con ella; porque había oído decir estas cosas, y pareciole, que éste le diría mejor, si iba engañada, que ninguno, por tener tan poco crédito. Esto ha poco más de dos años. Procuró confesarse con él, y diole gran relación de todo el tiempo que allí estuvo, y vio lo que había escrito, para que mejor lo entendiese. Él la aseguró tanto, y más que todos, y quedó muy su amigo.

14. También se confesó algún tiempo con Fr. Felipe de Meneses, cuando fundó en Valladolid, que era el rector de aquel colegio de san Gregorio; y antes había ido a Ávila (habiendo oído estas cosas) a hablarla, con harta caridad, queriendo saber si iba engañada para darme luz; y si no para tornar por ella, cuando oyese murmurar, y se satisfizo mucho.

15. También trató particularmente con un provincial de santo Domingo, llamado Salinas, hombre espiritual mucho; y con otro presentado, llamado Lunar, que era prior en santo Tomás de Ávila: en Segovia con un lector, llamado Fr. Diego de Yangües.

16. Entre estos Padres de santo Domingo, no dejaban algunos de tener harta oración, y aun quizá todos. Y otros algunos también ha tratado, que en tantos años, y con temor ha habido lugar para ello, especial como andaba en tantas partes a fundar. Hanse hecho hartas pruebas, porque todos deseaban acertar a darla luz; por donde la han asegurado, y se han asegurado. Siempre estaba sujeta a lo que la mandaban; y ansí se afligía, cuando en estas cosas sobrenaturales no podía obedecer. Y su oración, y la de las monjas que ha fundado, siempre es con gran cuidado, por el aumento de la fe; y por esto comenzó el primer monasterio, junto con el bien de su Orden.

17. Decía ella, que cuando algunas cosas destas la inducieran contra lo que es fe católica, y ley de Dios, que no hubiera menester andar a buscar letrados, ni hacer pruebas, que luego viera que era demonio. Jamás hizo cosa por lo que entendía en la oración; antes cuando le decían sus confesores que hiciese lo contrario, lo hacía sin ninguna pesadumbre, y siempre les daba parte de todo. Nunca creyó tan determinadamente que era Dios (con cuanto le decían que sí) que lo jurara, aunque por los efectos, y las grandes mercedes que le ha hecho en algunas cosas le parecía buen espíritu; mas siempre deseaba virtudes, más que nada: y esto ha puesto a sus monjas, diciéndoles, que lo más humilde, y mortificado, sería lo más espiritual.

18. Lo que está dicho que escribió, dio al padre maestro fray Domingo Báñez, que es el que está en Valladolid, que es con quien más   —89→   tiempo ha tratado, y trata. Él los ha presentado al santo Oficio en Madrid, a lo que se ha dicho. En todo ello se sujeta a la fe católica, e Iglesia romana. Ninguno le ha puesto culpa: porque estas cosas no están en mano de nadie, y nuestro Señor no pide lo imposible.

19. La causa de haberse divulgado tanto es, que como andaba con temor, y ha comunicado a tantos, unos lo decían a otros; y también un desmán, que acaeció con esto que había escrito. Hale sido grandísimo tormento, y cruz, y le cuesta muchas lágrimas: dice ella, que no por humildad, sino por lo que queda dicho. Parecía permisión del Señor para atormentarla; porque mientras uno decía más mal de lo que los otros habían dicho, dende a poco decía más bien.

20. Tenía extremo de no se sujetar a quien le parecía, que creía era todo de Dios; porque luego temía los había de engañar a entrambos el demonio. A quien veía temeroso, trataba su alma de mejor gana; aunque también le daba pena, cuando por probarla del todo despreciaban estas cosas: porque le parecían algunas muy de Dios; y no quisiera, que pues veían causa, las condenaran tan determinadamente; tampoco como si creyeran, que todo era de Dios. Y porque entendía ella muy bien, que podía haber engaño, por esto jamás le pareció bien asegurarse del todo en lo que podía haber peligro.

21. Procuraba lo más que podía en ninguna manera ofender a Dios, y siempre obedecía: y con estas dos cosas se pensaba librar, con el favor de Dios, aunque fuese demonio.

22. Desde que tuvo cosas sobrenaturales, siempre se inclinaba su espíritu a buscar lo más perfecto; y casi ordinario tenía gran deseo de padecer. Y en las persecuciones (que ha tenido hartas) se hallaba consolada, y con amor particular a quien la perseguía; y gran deseo de pobreza, y soledad de salir deste destierro, por ver a Dios. Por estos efectos, y otros semejantes, se comenzó a sosegar, pareciéndole, que espíritu que la dejaba con estas virtudes, no sería malo; y ansí lo decían los que la trataban, aunque para dejar de temer no, sino para no andar tan fatigada.

23. Jamás su espíritu le persuadía a que encubriese nada, sino que obedeciese siempre. Nunca con los ojos del cuerpo vio nada, como está dicho; sino con una delicadeza, y cosa tan intelectual, que algunas veces pensaba a los principios, si se le había antojado: otras no lo podía pensar. Estas cosas no eran continas, sino por la mayor parte en alguna necesidad, como fue una vez, que había estado unos días con unos tormentos interiores incomportables, y un desasosiego en el alma de temor, si la traía engañada el demonio, como muy largamente está en   —90→   aquella relación (que tan públicos han sido sus pecados, que están allí como lo demás) porque el miedo que traía, le ha hecho olvidar su crédito.

24. Estando ansí con esta aflicción, tal que no se puede encarecer, con sólo entender estas palabras en lo interior: Yo soy, no hayas miedo; quedaba el alma tan quieta, y animosa, y confiada, que no podía entender de dónde le había venido tan gran bien: pues no había bastado confesor, ni bastaran muchos letrados con muchas palabras, para ponerle aquella paz, y quietud, que con una se le había puesto. Y ansí otras veces, que con alguna visión quedaba fortalecida; porque a no ser esto, no pudiera haber pasado tan grandes trabajos, y contradicciones, junto con enfermedades, que han sido sin cuento, y pasa, aunque no tantas; porque jamás anda sin algún género de padecer. Hay más, y menos: lo ordinario es siempre dolores, con otras hartas enfermedades, aunque después que es monja la apretaron más, si en algo sirve al Señor. Y las mercedes que le hace, pasan de presto por su memoria, aunque de las mercedes muchas veces se acuerda; mas no se puede detener allí mucho, como en los pecados; que siempre están atormentándola lo más ordinario, como un cieno de mal olor.

25. El haber tenido tantos pecados, y el haber servido a Dios tan poco, debe ser la causa de no ser tentada de vanagloria. Jamás con cosa de su espíritu tuvo cosa que no fuese toda limpia, y casta; ni se parece (si es buen espíritu, y tiene cosas sobrenaturales) se podría tener; porque queda todo descuido de su cuerpo, ni hay memoria dél: toda se emplea en Dios.

26. También tiene un gran temor de no ofender a Dios nuestro Señor, y hacer en todo su voluntad: esto le suplica siempre. Y a su parecer está tan determinada a no salir della, que no la dirían cosa, en que pensase servir más al Señor los confesores que la tratan, que no lo hiciese, ni lo dejase de poner por obra, con el favor del Señor. Y confiada en que su Majestad ayuda a los que se determinan por su servicio, y gloria, no se acuerda más de sí, y de su provecho, en comparación desto, que si no fuese: en cuanto puede entender de sí, y entienden sus confesores.

27. Es todo gran verdad lo que va en este papel, y se puede probar con ellos, y con todas las personas que la tratan de veinte años a esta parte. Muy de ordinario la movía su espíritu a alabanzas de Dios, y querría que todo el mundo entendiese esto, y aunque a ella le costase muy mucho. De aquí le viene el deseo del bien de las almas: y de ver, cuán basura son las cosas deste mundo, y cuán preciosas las interiores, que no tienen comparación, ha venido a tener en poco las cosas dél.

  —91→  

28. La manera de visión, que vuestra merced quiere saber es, que no se ve ninguna cosa, interior, ni exteriormente, porque no es imaginaria. Mas sin verse nada entiende el alma lo que es, y hacia donde se representa, más claramente que si volviese. Salvo, que no se representa cosa particular; sino como si una persona sintiese, que esta otra cabe ella, y porque estuviese a escuras no la ve, mas cierto entiende que está allí. Salvo, que no es comparación esta bastante; porque el que está a escuras, por alguna vía, oyendo ruido, va viendo la vista, antes que entienda que esta allí, o la conoce de antes. Acá no hay nada deso, sino que sin palabras exteriores, ni interiores, entiende el alma clarísimamente quién es, hacia qué parte está, y a las veces lo que quiere significar. Por donde, o cómo lo entiende, ella no lo sabe; mas ello pasa ansí: y lo que dura, no puede imaginarlo. Y cuando se quita, aunque más quiera imaginarlo como antes, no aprovecha; porque sabe que es imaginación, y no representación: que esto no está en su mano; ansí son todas las cosas sobrenaturales. Y de aquí viene no tenerse en nada a quien Dios hace estas mercedes, sino muy mayor humildad que antes; porque ve, que es cosa dada, y que ella allí no puede quitar, ni poner. Y queda más amor, y deseo de servir a Señor tan poderoso, que puede lo que acá no podemos aún entender. Como aunque más letras tengan, hay letras que no se alcanzan. Sea bendito el que lo da. Amén, para siempre jamás.


Notas

Esta relación segunda, que hizo santa Teresa de su espíritu al padre Rodrigo Álvarez, parece que fue ocasionada, y como consecuencia de la primera; porque al fin de ella en el número vigésimo octavo dice la Santa: La manera de visión que vuestra merced quiere saber, es, etc. En esto se reconoce, que habiendo hecho la Santa la primera relación, le debió de ordenar que hiciese otra, en la cual refiriese lo historial de los pasos, modo, y forma cómo se gobernó en su vocación, y qué maestros tuvo, para darla con la otra a la Inquisición.

2. Paréceme cierto, que es de los más discretos papeles de la Santa, y la relación mas sucinta (y no sé si diga la más útil) de las que yo he visto suyas; porque tiene tres cosas muy particulares. La primera, ser breve, y clara; que no es cosa muy fácil, aunque sean los mayores ingenios.

La segunda, mezclar en ella (como diamantes, y piedras preciosas, engastadas en papel de gran precio) admirables documentos para las almas, a quien Dios ha dado espíritu particular.

La tercera, seguir la orden de los tiempos cronológicamente, diciendo a sus confesores, que no lo tienen de esta manera las demás. Y añadamos la cuarta: El ser una breve, y discretísima instrucción de cómo se   —92→   han de gobernar, no sólo las almas a quien Dios escoge para vocación tan alta, sino sus confesores con ellas.

3. Quisiera yo harto entender estas cosas de espíritu, y tener gracia para hacer las notas de esta relación. Porque verdaderamente las habían de hacer los mismos varones, a quien la escribía, y de quien trata en ella, que sin duda eran muy espirituales; o la misma Santa comentarse a sí misma. Pero en mi modo rústico, y sencillo, diré simplemente en cada número lo que se me ofrece.

4. En el primer número comienza su relación diciendo, como si hablara de otra (lo cual observa en toda relación para no ser conocida, aunque algunas veces se descuida, y habla en primera persona): Esta monja (y podíamos añadir nosotros: Y muy buena monja) ha cuarenta años que tomó el hábito. Débese entender desde que entró en la Encarnación de Ávila. De aquí se colige, que es muy cierto, que esta relación la hizo en Sevilla en tiempo de las persecuciones, y cuando la delataron al tribunal de la Inquisición, por la novicia melancólica, que le revolvió la casa.

Estoy pensando, que por la perfección con que padecieron aquella persecución entonces la madre, y las hijas del Carmelo, les ha dado Dios por don particular, desterrar de toda la Orden la melancolía. Porque tal alegría como tienen los hijos, e hijas de santa Teresa, en medio de su penitencia, clausura, y austeridad, no es bastantemente ponderable.

5. En este mismo número dice: Que desde el primer año comenzó a pensar en la Pasión de nuestro Señor, y en sus pecados. Tres cosas utilísimas enseña con esto a las almas. La primera, que comiencen temprano a tener oración; porque si no lo hacen, podrá ser que no la tengan tarde, ni temprano, ni jamás.

La segunda, que no se pongan luego en divinidades, sino que comiencen por la Pasión, y la humanidad, si quieren llegar a la divinidad; porque de los pies se ha de subir a la cabeza, y no de la cabeza a los pies.

6. La Madalena llegó a ser tan santa, porque comenzó por linda parte: Ex quo intravit (dice el Señor) non cesavit osculari pedes meos. Y poco después: Unguento unxit pedes meos. Y poco antes: Capillis suis tersit pedes meos (Luc. 7, v. 45). Comenzó la santa por los pies. Conque casi se puede decir, que en su esfera, por comenzar por los pies, fue cabeza, y maestra de penitentes.

Gran vanidad es comenzar por lo más: de esa manera suele acabarse en lo menos. Grande acierto el comenzar por lo menos, para llegar a lo más; y más con Jesucristo bien nuestro, en quien lo menos de su más, es infinito. ¡Oh Bien eterno! ¡Sabiduría del Padre! ¿Quién es tan loco, que aparta sus labios de vuestros pies en la cruz?

7. La tercera advertencia utilísima la da en donde dice: Que pensaba en la Pasión del Señor, y en sus pecados. Como quien dice: Pensaba en mi remedio, y mi daño. Pensaba en la enfermedad, y en la medicina. Pensaba en el veneno de la culpa, y en el antídoto de la gracia. Cuando veía mis maldades, me iba huyendo a la Pasión; y cuando contemplaba de Jesús en la Pasión, le suplicaba con lágrimas perdonase mis maldades.

8. El beato Alberto Magno dice, que en media hora que se piense en   —93→   la Pasión del Señor, se merece más que en un año entero de penitencia. Entiendo que lo dice por dos cosas. La primera, porque la Pasión del Señor es el principio, medio, y fin de nuestros merecimientos. La segunda, porque con media hora cada día de meditación de la Pasión del Señor, no sólo hará el alma un año de penitencia, sino una vida penitente, santa, y mortificada. ¿Pues quién ve, y contempla a Jesús crucificado, que no desee morir crucificado con Jesús? ¿Quién ve con llagas su cuerpo, que no desee ver el suyo con ellas, para curar las del alma? Y como decía san Agustín, y con él san Bernardo: Si no es volviendo los ojos a Jesús crucificado, y herido con él, ¿quién abrazará las heridas? Quis enim cor suum vulnerari permitteret, nisi prius amoris illius vulnus percepisset? (D. Aug. D. Bern. Tract. de Passione Dñi., c. 3, circa finem). Mucho nos vamos deteniendo, pero la materia es dulce.

9. Dice en el mismo número: Que pensaba en las criaturas; y que de allí sacaba cuán presto se acaba todo. Sólo para esto es bueno pensar en las criaturas. Toda carne es heno, dice el espíritu Santo: es una flor la vida, que a la mañana nace, y a la tarde se deshace: Omnis caro fænum, et omnis gloria ejus, quasi flors agri (Isaiæ 40, v. 6). ¡Qué desatinado que es quien piensa de otra manera!

También dice: Que miraba por las criaturas la grandeza de Dios, y el amor que nos tiene; porque son las criaturas vivo espejo de su Criador, y debe amarse a Dios en sus mismas criaturas, y sólo a sus criaturas por Dios. ¡Oh si aprendiésemos esta ciencia altísima de la Santa! ¡Qué poco embarazarían a nuestro corazón las criaturas! ¡Y qué lleno estaría de Dios nuestro corazón!

10. En el número segundo, dice: Que no la llevó Dios por el camino del temor, tanto como por el del amor. Fue este un don soberano. Poner al alma en amor de Dios, ¡oh qué dicha! Todo se lo facilita, y suaviza, y todo se lo halla hecho. No he visto quien comience, y camine por amor, que no persevere; aunque caiga, se levanta. No desconfíen los que caminaren por temor: prosigan; pero pidan siempre amor. No se queden en el medio, sin llegar al fin.

11. Añade: Que toda su ansia era de que Dios fuese alabado, y su Iglesia aumentada, y que por esto rezaba, sin hacer nada por sí. Nada dice que hacía por sí, cuando todo lo hacía por Dios; y todo lo que hacía por Dios, era por sí, y para sí. Puso Dios a esta alma santa, muy en sus principios, en raro desasimiento; pues aun de sus oraciones no quería tener propiedad, y todas las quería dar a la Iglesia, y a Dios. Pues cierto, almas, que no era simple la Santa. Aprendamos de esta desnudez, y entendamos, que cuanto damos a Dios, eso tenemos; y que el tenerlo sin darlo, es ya negárselo a Dios, y que tanto va entrando de Dios en nosotros, cuanto fuere saliendo de nosotros, ofeciéndoselo a Dios.

12. Dice también: Que tenía en poco el padecer ella en el purgatorio, como Dios fuese más alabado. ¡Oh qué arte tan sutil de no padecer después el purgatorio! Esto, con licencia de la Santa, más parece acabar, que comenzar en la vida espiritual. Por donde suelen acabar los santos, es por este desasimiento; y comienza santa Teresa, por donde otros santos acabaron. ¿Cuáles serían los fines, de quien tuvo estos principios?

  —94→  

13. En el número tercero, dice: Que veinte y dos años pasó de grandes sequedades, sin desear otra cosa. No fue tanto el padecerlo, como el padecer tanto tiempo. Pero el no desearla, lo podía asegurar cualquiera, aunque no lo dijera la Santa; porque para levantar un edificio tan alto de perfección suya, y de su religión, que llegase, como llega, con sus capiteles hasta el cielo, conveniente era ahondar veinte y dos años enteros en formar sus cimientos con la tribulación.

No hay cosa como padecer. ¡Oh las almas santas! Sequedades, y trabajos; porque esas tinieblas, son luz: ese bajar, es subir; ese penar, levantar. Por la Pasión, se llega a la Resurrección: por la Resurrección, a la Ascensión; por la Ascensión, a la gloria.

14. Añade la Santa: Que se tenía por tal, que aun pensar en Dios le parecía que no merecía. Y aunque tenía razón, porque no hay quien merezca tan merced, si Dios no aplica sus méritos; pero era soberano modo de pensar de Dios, y utilísimo de pensar de sí.

Esto es lo que pedía san Agustín, cuando decía (y dijimos en las notas de la carta VIII, núm. 20): Dadme, Señor, Ut noverim me, et noverim te. Dadme, Señor, quo me conozca, y os conozca. En estos dos polos estriba, vuelve, y revuelve la suma de la perfección.

15. En todo el número cuarto, va refiriendo las misericordias, que Dios le iba haciendo, después de veinte y dos años de tribulaciones, con las luces, locuciones, visiones, y revelaciones. Veinte y dos años quiso Dios que padeciese, para que después la favoreciese, y fuese capaz de sus favores; porque navegarse segura al ser favorecida, con el lastre que le pusieron al ser atribulada.

¿Mas si estos favores fueron sin penas? Bien cierto es que fueron con ellas: y estoy por decir, que de otra manera no fueran favores. Creedme, almas, que en esta vida son peligrosos los favores sin penas.

16. En el número quinto lo dice. Porque luego comenzó a temer, y a temblar, si era Dios, o el demonio el que le hablaba. ¡Oh qué distancia tan grande, y tan terrible! ¡Y qué pena, no saber el alma de quién es tan desigual, y opuesta correspondencia!

Dice también, que era temerosísima de suyo la Santa, y esto lo permitió Dios, para que se reconociese su poder en hacer después tan valerosa, a la que era de suyo tan temerosa.

17. En el número sexto nombra a sus padres espirituales de la Compañía de Jesús: crédito grande de esta sagrada religión haber tenido por discípula a santa Teresa, ilustre maestra de la vida espiritual.

Aunque creería yo, que el enseñarla fue inmediatamente de Dios: el examen, y muy espirituales instrucciones, que le darían, y registrar si era de Dios; sería estos varones de espíritu, y de los demás, que luego va nombrando en esta relación. Por eso la Santa decía muchas veces lo que debía a la Compañía de Jesús, y con razón; porque es la mayor deuda aquella que se contrae en el comercio del espíritu, y en los socorros del alma, y en asegurar el camino de la vocación.

También se reconoce, cuán grande fue el número, y cuán alto el espíritu de los primitivos operarios de esta religión sagrada; pues sólo en este número sexto nombra diez la Santa, con quien comunicó su espíritu con grande utilidad de su alma: y claro está, que también había comunicado otros   —95→   (como insinúa) según en las partes en que se hallaba.

18. En el número sétimo refiere, como también pasó su espíritu por la censura de aquella luz de la religión cristiana, honor de la seráfica religión, y de su Descalcez, vivo desengaño de la vanidad del mundo, el beato fray Pedro de Alcántara, que fue de los que más aprobaron, aseguraron, y defendieron su espíritu.

19. Refiere en el número octavo: Que se hacían oraciones, y se decían misas para que Dios la llevase por otro camino. ¡Raras son nuestras peticiones! Jamás estamos contentos. Siendo el mejor camino aquel, que era el que quería Dios, buscaban otro camino: y no era esta imperfección, porque ese mismo camino que buscaban, se lo pedían a Dios.

Otra cosa fuera si el alma se resistiera a los caminos de Dios, y no acudiera a Dios con su petición, y camino: aquello sí que fuera andar sin camino. Pero decirle el alma a Dios: Señor, no me deis visiones, ni revelaciones; dadme penas, y virtudes. El serviros sea para esta vida, y el veros para la eterna. El camino de la cruz sea mi cruz, y camino. Escojo para el destierro el Calvario; reservo para la gloria el Tabor. Quien resignadamente hiciere esta oración, y petición, aunque diga misas por ello, no tiene que recelar, sino asegurarse con santa Teresa, que no va por mal camino.

20. En el mismo número octavo, dice: Que no tenía tentaciones de vanagloria con las visiones; y sin duda fue muy singular don de Dios. A lo cual ayudaba la Santa, pensando más en sus culpas, que no en sus revelaciones; que es el mejor medio, y modo para escusar las tentaciones de la vanidad. Porque en poniéndose el espiritual delante de Dios en figura de reo, y de perdonado, conociendo que todo su bien depende de su piedad, huye toda su presunción.

21. Concluye este número con decir: Que temía se burlasen de ella, por parecerle el andar en revelaciones cosa de mujercillas. No hay duda, que andar en revelaciones sin virtudes, o andar a caza de revelaciones, olvidada el alma de las virtudes, no es de las mujeres fuertes de los Proverbios; sino de mujercillas sin espíritu, ni seso (por grandes hombres que sean los que esto hacen), pues dejan lo sustancial, y buscan lo accidental: dejan lo cierto, y se van a lo dudoso.

22. En el número nono dice: Que también dio cuenta de sí a un obispo, que es ahora de Salamanca; y entonces era inquisidor, y que este le remitió al padre maestro Juan de Ávila. A quien podemos llamar apóstol de Andalucía; pues Dios lo dio a aquella provincia para su reformación, y criar en el clero grandes discípulos, y varones de oración.

Este gran maestro de espíritu, dice: Que la consoló, y alentó mucho. Grande gozo para un alma atribulada hallar quien la consuele, rodeada, y acosada de temores de perder a Dios.

23. La relación que refiere aquí la Santa, que envió al padre Juan de Ávila, es casi toda la vida de la Santa, que anda impresa, y dice: Que habiéndola visto grandes letrados, dijeron, que hacía grande provecho el leerla. Mejor lo podemos decir nosotros, después de muerta la Santa, pues tantos han enmendado su vida, con su Vida.

Este señor inquisidor, que la encaminó al padre maestro Ávila, fue don Francisco de Soto, y Salazar, natural de Bonilla de la Sierra en   —96→   tierra de Ávila. Corrió la carrera de buen eclesiástico en todos los puestos de aprobación; provisor de los señores obispos de Astorga, y Ávila; canónigo en aquella santa iglesia, e inquisidor de Córdoba, Sevilla, y Toledo, y de su Consejo supremo, comisario general de la Cruzada, obispo de Albarracín, Segorbe, y Salamanca. Murió año de 1576 en Mérida, no sin sospecha de haberle dado veneno, por haber castigado los alumbrados de aquella ciudad, y de Llerena: con lo cual, siendo tan acreditada su vida, fue mucho mejor su muerte.

24. En el número undécimo, dice: Que con todo esto no la faltaban temores; y que dijo a su confesor: Si quería tratase algunos grandes letrados. Aun con todas estas aprobaciones no se podían curar, ni quietar sus temores; y así de lo místico, quería apelar a lo dogmático.

Raro entendimiento tuvo la Santa, y admirable luz de Dios. Su discurso era: Cuantos me han examinado, son varones místicos; ¿qué se yo si dirían lo que los místicos, los letrados? Si yo no peco, no me daña el padecer. El demonio no me puede hacer pecar. Aseguremos el punto de la fe, y de la gracia, que sobre estos fundamentos, no permitirá Dios que sea engañada en la caridad.

25. Para este examen eligió a los hijos de santo Domingo; y como quien se ha de graduar de santa, después de haber cursado, y hecho actos en diversas academias, y universidades, pasó de los místicos a los doctos de la religión de santo Domingo, y no parece que reposó su espíritu hasta que llegó allí.

Aprobación es insigne del espíritu de la Santa, salir bendita, y acreditada con la censura acendrada, y pura de esta sagrada religión, que en materias de doctrina, y espíritu no sabe, ni quiere (iba a decir, ni puede) disimular cosa alguna; porque parece, que no le deja su celo libertad para lo malo.

26. Nombra a excelentes religiosos de esta apostólica orden, y de ellos hemos hablado en diferentes partes. Pero en el número duodécimo es digna de atención la sentencia, conque concluían en favor de la Santa consolándola, diciendo: Que si no ofendía a Dios, y se tenía por ruin, ¿qué temía?

Es discretísima conclusión, por ser como si dijera: Quien tiene pureza de conciencia, y humildad, ¿que tiene que temer? Huye el demonio de la humildad, no puede entrar donde está la pureza; ¿qué hay que temer al demonio, soberbio, e impuro, quien se halla armada de humildad, y de pureza? La pureza sin la humildad, puede correr riesgo; porque aunque no haya culpa grave, puede haber alguna presunción secreta, que con el tiempo haga muy grave lo leve. Cuando hay humildad, pero sin pureza, más se puede llamar pusilanimidad, que humildad; pero donde hay verdadera humildad, y pureza, no basta el demonio, ni todo el infierno junto. Y así cuantas almas quisieren vivir en espíritu, y verdad, hagan frecuentemente interior examen, y miren bien, si viven en verdadera humildad, y pureza.

27. En los números siguientes hasta el decimosexto, va refiriendo los ilustres padres de espíritu, que tuvo la sagrada orden de santo Domingo, y las pruebas, que lucieron de su espíritu. Todas eran bien   —97→   menester, para que saliese más acreditado el que había de enseñar tan universalmente en la Iglesia, como el de santa Teresa.

28. Dice en este número décimo sexto: Que se afligía, cuando en estas cosas sobrenaturales no podía obedecer. En donde se manifiesta claramente, que no siempre cumplía, ni ejecutaba lo que le ordenaban sus confesores; porque no siempre lo podía ejecutar, ni cumplir: o por decir mejor, ella lo cumplía; pero no sucedía.

La razón de esto es, porque los confesores pueden mandar en la esfera de lo natural; pero en llegando a la de sobrenatural, expiró su jurisdicción. Mandaríale algún confesor a santa Teresa, que no se arrobase, ni tuviese visiones, ni revelaciones: ¿qué importa que mande eso el confesor, si quiere otra cosa Dios? Podrá desear la Santa lo que su confesor; pero no conseguir, si no lo quiere Dios.

29. De esto, dice la Santa, que se afligía; porque deseaba ella más ser obediente, que favorecida. Pero el Señor queríala acreditada, y mortificada, y por otra parte obediente; porque pues deseaba serlo, lo era, aunque no sucediese lo que mandaban sus confesores: pues no estaba en su mano, sino que corría por la de Dios, que es la mano que manda todas las manos.

De aquí aprendan los maestros de almas a no tener por mal espíritu a la que juzgan que no obedece, cuando no está en su mano el obedecer. Porque no siempre Dios quiere, que las operaciones sobrenaturales, que obra su espíritu en el alma, se gobiernen por los naturales preceptos del confesor. Algunas veces sucede, y se ha visto; pero no es preciso que esto sea siempre, como se ve en lo que aquí escribe santa Teresa. Cuando no obedecen las almas a su confesor en lo que pueden de lo natural, y que está en su mano, eso sí que es señal de mal espíritu.

30. Esto se conoce con lo que dice la Santa en el número décimo sétimo, donde dice: Que no hacía cosa por lo que entendía en la oración, cuando le decían sus confesores que hiciese lo contrario. En que se ve, que donde ella podía obedecer, que era en lo natural que obraba, obedecía; pero en lo sobrenatural que ella no obraba, sino que obraban en ella, no podía obedecer, aunque quisiese; porque entonces gobernaba, y mandaba mayor precepto en su alma, que el de su confesor.

31. E el mismo número dice: Que nunca se atreviera a jurar que era Dios el que la gobernaba. Y en no atreverse a eso, se conoce que la gobernaba Dios. Porque la proposición, o presunción de sentir, o decir: Dios me gobierna (cuanto más jurarlo) nadie, en carne mortal, puede lícitamente decirla, ni sentirla, sin divina revelación; porque sin ella: Nescit homo utrum amore, an odio dignus sit (Eccles. 9, v. 1). Ninguno sabe, si es digno de odio, o de amor. Puede esperar que está en gracia, mas no jurar que está en gracia.

Dice también: Que siempre deseaba más virtudes, que favores. Esta es otra señal de buen espíritu. Aprendamos todos de esta señal, y sigámosla todos, que es de la santa cruz.

32. En el número décimo nono dice la causa, por que se divulgaron tanto sus visones, y revelaciones, y la pena que le daba. Y no me admiro, porque si la alababan, lo sentía el alma; y si la murmuraban, la   —98→   naturaleza: y así de una manera, o de otra había de andar penando, o la parte superior, o la inferior.

El desmán, que dice sucedió, es bien gracioso. Porque fue el caso, que una gran señora de más calidad, que discreción, a quien la Santa deseaba para Dios, le pidió que le mostrase el cuaderno, que le había mandado hacer su confesor. Resistiose la Santa por extremo; enojábase la señora, como señora. Por quietarla se lo entregó la Santa, con que no lo viese nadie.

Esta señora a campanada tañida lo fue leyendo en los estrados de las señoras, en los cuales dicen algunos mal acondicionados (será con temeridad), que no pasa fácilmente en algunas ocasiones el lenguaje del espíritu, y de Dios. Comenzaron con eso a hacer burla, y risa de todas las revelaciones; conque se le levantó a la Santa una persecución, como de santa. De todo sacaba provecho Dios; y en la Santa le era fácil. No sé si sacó tanto su divina Majestad de los estrados.

33. En el número vigésimo dice: Que no se sujetaba con tanto gusto a los que tenían por cierto, que era todo de Dios cuanto le sucedía, como a los que le temían. Grandísima prueba era esta de perfección, y de alto espíritu, andar siempre bien asida del santo temor de Dios.

34. En el número vigésimo primero dice: Que procuraba no ofender a Dios, y obedecer; y con eso no temía al demonio. Con eso a todo el infierno junto no tenía que temer. Almas, con obediencia, y pureza sólo a Dios hay que temer, y eso con temor filial y reverencial.

35. En el siguiente refiere los afectos, que le quedaban en el alma de las visiones, y revelaciones, y puede notarse, que ninguno propone de saber más, sino de obrar mejor; porque no de balde dice el Señor, que por la fruta se conoce el árbol: Ex fructu arbor agnoscitur (Matth. 12, n. 22). Y son las obras la fruta de este árbol espiritual.

36. En el vigésimo tercero habla de sus visiones, y de sus tribulaciones, y dice: Que el miedo la había hecho olvidar su crédito. Como si dijera: El miedo de ofender a Dios me hacía olvidar todos los demás temores, como cuando se olvida un trabajo pequeño con otro mayor.

En sus tempestades dice, que hallaba toda su seguridad sólo con cinco palabras, que Dios lo decía en el centro del alma, que son: Yo soy; no hayas miedo. Quien con otras dos palabras cría el mundo, fácil le es sosegar una alma con estas cinco.

Con la palabra: Yo soy: Ego sum (Joan. 18, v. 4), echó el Señor a rodar los escuadrones hebreos en el Huerto. Con la palabra: No hayáis miedo: Nolite timere (Matth. 14, v. 17), quietó la tempestad de los ánimos, y de las ondas del Apostolado en la mar de Galilea. No era mucho, que con estas palabras quietase a santa Teresa.

Cuando los consuelos nacen de lo interior a lo exterior, sosiegan de lleno en lleno a las almas; y estos son consuelos de Dios. No así los del mundo, que por lo exterior no pueden bien sosegar a lo interior.

Añade: Que no sólo la quietaban, sino la confortaban las palabras de Dios. ¿Qué mucho, qué mucho, que conforten, alumbren, y quieten, si es Dios su palabra?

37. En el número vigésimo quinto dice: Que de los favores divinos no le resultaba vanagloria. No me admiro deso, porque eran divinos. Si fueran humanos los favores, fuera vanagloria todo.

También insinúa en este mismo número, que no tuvo cosa que no fuese casta, y limpia en su espíritu, y añade: Ni le parece, si es buen espíritu, y tiene cosas sobrenaturales, se podría tener; porque queda todo descuidado de su cuerpo, ni hay memoria dél. Son palabras estas, que necesitan de declaración.

No quiere decir la Santa, que es señal de no buen espíritu padecer tribulaciones contra la castidad, porque el incurrirlas, y rendirse a ellas, es lo malo: pero no el padecerlas, y resistirlas.

38. El espíritu de Dios habitaba en san Pablo, cuando se quejaba, diciendo: Datus est mihi stimulus carni meæ angelus Satanæ, qui me colaphicet (2, Cor. 11, v. 7). Y en san Benito, cuando buscaba a las zarzas por remedio: y en san Francisco, cuando la nieve, y el fuego: y en otros infinitos santos, que casta, y santamente padecieron insignes tribulaciones.

Lo que la Santa insinúa aquí es, que de las revelaciones, y visiones nunca le resultaba este género de tentaciones, sino olvido del cuerpo, y memoria de Dios; porque el espíritu divino es casto, y produce pureza.

Otra cosa sería, si hubieran sido ilusiones, que Dios permitiera en la Santa, no consentidas, sino padecidas; que en este caso es sin duda, que la dejaría el enemigo con tribulaciones, y tentaciones impuras.

También creería, que después que Dios fue favoreciendo con dones tan altos a santa Teresa, la eximió de padecer este género de fatigas contra la castidad; porque es muy conforme a lo que en diversas partes refiere la Santa de sí.

39. En el número vigésimo sexto dice la determinación, que Dios le daba de servirle, sin acordarse de sí, sino de la honra, y gloria de Dios. Y eso era verdaderamente acordarse de sí; pues nunca más en la memoria nos tenemos, que cuando de nosotros por Dios nos olvidamos.

40. En el siguiente asegura: Que todo lo que escribe, es verdad. Y bien cierto es que lo sería, habiéndolo escrito, y firmado una alma, que siempre andaba en espíritu, y en verdad.

41. En el número vigésimo octavo, y final, le hace relación a este padre del modo de las visiones que tenía, y de los buenos efectos, que le dejaban en el alma: y por ellos, mejor que por ellas, se pueden conocer que eran de Dios las visiones.

Entre los demás era el mejor, dejarla humilde; y bien cierto es, que lo fueran de Dios, si la dejaran soberbia. Esto por dos razones muy claras. La primera, porque Dios es la misma perfección, y Jesús bien nuestro, la misma humildad; ¿qué puede, pues, dejar en el alma Jesús, sino lo mismo que es?

La segunda, porque Dios es luz, y en alumbrando a el alma, le da conocimiento muy subido de lo que es Dios, y de lo que es ella. Con eso ve en sí infinitas imperfecciones, y que si hay algo bueno, es todo de Dios. En Dios ve infinitas perfecciones. ¿Cómo, pues, no ha de ser humilde, quien esto ve? Reconociendo lo que decía san Pablo: Quid habes quod non accepisti? Si autem accepisti, quid gloriaris, quasi non acceperis? (1, Cor. 4, v. 7). ¿Qué tienes, alma, que no hayas recibido? Y si   —100→   todo lo has recibido, ¿de qué te glorías, como si fuera tuyo lo mismo que has recibido?






ArribaAbajoCarta XX

Al muy reverendo padre provincial de la Compañía de Jesús de la provincia de Castilla


Jesús

1. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra paternidad. Amén. Una carta de vuestra paternidad me dio el padre rector, que cierto a mí me ha espantado mucho, por decirme vuestra paternidad en ella, que yo he tratado, que el padre Gaspar de Salazar deje la Compañía de Jesús, y se pase a nuestra Orden del Carmen; porque nuestro Señor ansí lo quiere, y lo ha revelado.

2. Cuanto a lo primero, sabe su Majestad, que esto se hallará por verdad, que nunca lo deseé, cuanto más procurarlo con él. Y cuando vino alguna cosa desas a mi noticia, que no fue por carta suya, me alteré tanto, y dio tan grande pena, que ningún provecho me hizo para la poca salud, que a la sazón tenía; y esto ha tan poco, que debí de saberlo harto después que vuestra paternidad, a lo que pienso.

3. Cuanto a la revelación, que vuestra paternidad dice, pues no había escrito, ni sabido cosa desa determinación, tampoco sabría si él había tenido revelación en el caso.

4. Cuando yo tuviera la desvelación, que vuestra paternidad dice, no soy tan liviana, que por cosa semejante había de querer hiciese mudanza tan grande, ni darle parte dello; porque gloria a Dios de muchas personas estoy enseñada del valor, y crédito que se ha de dar a esas cosas: y no creo yo, que el padre Salazar hiciera caso deso, si no hubiera más en el negocio; porque es muy cuerdo.

5. En lo que dice vuestra paternidad, que lo averigüen los perlados, será muy acertado, y vuestra paternidad se lo puede mandar; porque es muy claro, que no hará él cosa sin licencia de vuestra paternidad, a cuanto yo pienso, dándole noticia dello. La mucha amistad que hay entre el padre Salazar, y mí, y la merced que me hace, yo no la negaré jamás; aunque tengo por cierto, le ha movido más a la que me ha hecho el servicio de nuestro Señor, y su bendita Madre, que no otra amistad; porque bien creo ha acaecido en dos años no ver carta el uno del otro. De ser muy antigua, se entenderá, que en otros tiempos me he visto con más necesidad de ayuda; porque tenía esta Orden solos dos padres Descalzos, y mejor procurara esta mudanza que ahora: que gloria   —101→   a Dios hay, a lo que pienso, más de doscientos, y entre ellos personas bastantes para nuestra pobre manera de proceder. Jamás he pensado, que la mano de Dios estará más abreviada para la Orden de su Madre, que para las otras.

6. A lo que vuestra paternidad dice, que yo he escrito, para que se diga que lo estorbaba, no me escriba Dios en su libro, si tal me pasó por pensamiento. Súfrase este encarecimiento, a mi parecer, para que vuestra paternidad entienda, que no trato con la Compañía, sino como quien tiene sus cosas en el alma, y pondría la vida por ellas, cuando entendiese no desirviese a nuestro Señor en hacer lo contrario. Sus secretos son grandes: y como yo no he tenido más parte en este negocio de la que he dicho, y desto es Dios testigo, tampoco la querría tener en lo que está por venir. Si se me echare la culpa, no es la primera vez que padezco sin ella; mas experiencia tengo, que cuando nuestro Señor está satisfecho, todo lo allana. Y jamás creeré, que por cosas muy graves permita su Majestad, que su Compañía vaya contra la Orden de su Madre, pues la tomó por medio para repararla, y renovarla, cuanto más por cosa tan leve. Y si lo permitiere, temo que será posible, lo que se piensa ganar por una parte perderse por otras.

7. Deste Rey somos todos vasallos. Plegue a su Majestad, que los del Hijo, y de la Madre sean tales, que como soldados esforzados sólo miremos a donde va la bandera de nuestro Rey, para seguir su voluntad: que si esto hacemos con verdad los Carmelitas, está claro, que no se pueden apartar los del nombre de Jesús, de que tantas veces soy amenazada. Plegue a Dios guarde a vuestra paternidad muchos años.

8. Ya sé la merced que siempre nos hace, y aunque miserable, lo encomiendo mucho a nuestro Señor: y a vuestra paternidad suplico haga lo mesmo por mí, que medio año ha que no dejan de llover trabajos, y persecuciones sobre esta pobre vieja; y ahora este negocio no le tengo por el menor. Con todo doy a vuestra paternidad palabra de no se la decir, para que lo haga, ni a persona que se la diga de mi parte, ni se la he dicho. Es hoy diez de febrero.

Indigna sierva, y súbdita de vuestra paternidad.

Teresa de Jesús.


Notas

1. Confieso, que deseaba ya ver enojada a la Santa. Porque documentos de suavidad, de caridad, y de discreción, de fervor, de valor, y paciencia, muchos nos ha dado; pero es menester, que nos los comunique de saber defenderse de una calumnia, y responder, y satisfacer a ella:   —102→   y que sepamos los pecadores, que también saben enojarse, y defenderse, no sólo los santos, sino las santas.

Ignorancia grande sería pensar que es imperfección enojarse con razón los varones de espíritu, cuando Dios, que es la misma perfección, y origen de la santidad, tantas veces se muestra enojado en los libros sagrados.

2. Yo estoy pensando, que aquellas palabras del Génesis: Et septimo die requievit (Gen. 2, vers. 2), no sólo se entienden del descanso de la operación de la creación del mundo (que no costó fatiga a su omnipotencia), sino que nos insinúa, que aquel sólo día descansó Dios con los hombres, después que crió a los hombres; porque desde entonces no le hemos dejado una hora de descanso, irritando a su justicia divina, con repetidas culpas, y pecados la malicia humana.

Bien se ve esto, cuando tan poco después que nuestros primeros padres fueron criados, ya le enojaron con la transgresión del precepto: y desterrados del Paraíso, a vista de su penitencia, y lágrimas, un hijo alevoso mató a su hermano Abel inocente (Gen. 4, v. 9, Gen. 7, v. 7). Y de allí se fueron multiplicando las culpas en el género humano; de manera, que viendo Dios que los pecadores las cometían, y no las lloraban, los ahogó su justicia con el agua (que faltaba a los ojos) de la culpa; y sólo salvó ocho personas, reservadas de aquel universal naufragio.

3. ¿Es verdad que el Verbo eterno, Hijo de Dios coeterno, no se enojó también en carne mortal? (Matth. 21, v. 13, Joan. 2, vers. 15, Act. 5, v. 5 et 10, Actor. 8, vers. 20). Díganlo los Escribas, y Fariseos, reprendidos severamente en sus pláticas por aquellas calles, y plazas de Jerusalén. Díganlo las dos veces azotados, tan codiciosos Numularios en el templo.

¿Pero san Pedro, su vicario universal, no se enojó? Respondan Ananías, y Zafira, muertos con el aliento de sus palabras: y Simón Mago, maldito en Palestina, y precipitado después por la oración del santo en medio de Roma.

4. No ha habido varón de Dios, que si trae, y llama con la dulzura, y la suavidad, y la caridad, no espante también con el celo, y el valor, porque la caridad desarmada del celo, más fuera relajación, que no caridad. Y terrible cosa sería, que se le pidiese a una santa, descendiente por su profesión del santísimo, y celosísimo Elías, que no se enojase alguna vez, y con tanta razón.

5. ¿Por qué no había de enojarse, y defenderse santa Teresa, si la ponían en cuestión, y pleito el amor que tenía a una religión tan santa, como la Compañía de Jesús? ¿Por qué no ha de enojarse, si le imputan, que con una mano se valía de sus hijos para las fundaciones, y con otra la despojaba de sus mayores, y mejores hijos? ¿Por qué no había de enojarse, y defenderse, si hacían de corazón doblado a un corazón tan santo, ingenuo, y sencillo, como el de la Santa? ¿Por qué no ha de enojarse, privándola con eso de la estrecha correspondencia con una religión tan docta, y tan santa?

6. Esta no era calumnia para cocerla en el horno de su caridad, sino para postrarla, y vencerla, y oponerse a ella con la espada en la mano de su celo. No era para disimularla con la tolerancia, sino para deshacerla, y destruirla con la luz de la misma verdad.

  —103→  

¿Fuera mejor, que acreditando la sospecha el silencio, creciese lo falso, y pusiese en prisiones a lo cierto, y a lo verdadero? ¿Fuera mejor, que no saliendo al encuentro con la satisfacción, creciese la emulación, y el disgusto entre dos religiones tan santas?

¿Fuera mejor, que por no deshacer la Santa esta imposición, y ahogarla al nacer, dos religiones, que produjo de un parto la Iglesia, para el bien del mundo, y alegría universal de los fieles, naciesen luchando, como Jacob, y Esaú? ¿O con una emulación ambiciosa sobre la primogenitura, como Zarán, y Fares? Harto mejor lo entendió la santa, que salió al encuentro con grande valor al engaño, y lo deshizo, y ahuyentó, y postró con la espada de su espíritu, verdad, valor, y sinceridad.

7. El caso lo propone al principio de esta carta la Santa, en el número primero, breve, y ceñidamente, como la que se desembarazaba aprisa dél, para entrar en la batalla espiritual, y vencer, y atropellar la calumnia.

Parece, que el padre Gaspar Salazar, varón espiritual en esta sagrada religión de la Compañía, y uno de los mejores, y mayores de ella, y el primero que de estos padres trató, y confesó a la Santa en Ávila, y por esto muy conocido, y devoto suyo: y ya sea con esa ocasión, ya por algún chisme, que suele tal vez poner el demonio al oído de los muy espirituales, para ver si puede inquietarlos: dijeron a este padre, a quien la Santa responde (que era el padre Juan Suárez, que por los años de 1577 gobernó la provincia de Castilla de la sagrada Compañía de Jesús, como consta de una carta que en esta ocasión escribió él mismo al padre rector de Ávila) que el padre Gaspar de Salazar quería hacerse Carmelita descalzo, y que sobre esto había habido revelación; ya fuese al padre Salazar, ya fuese a Santa Teresa.

8. Este padre, creyéndolo, o recelándolo, sintió justamente esto. Lo primero, porque cualquiera mudanza era descrédito de su religioso; y este lo era muy santo, y espiritual, y así tanto era mayor el descrédito. Lo segundo, porque también lo era de la religión: pues ¿por qué había de dejar a una maestra, y madre tan santa por buscar a otra madre, aunque él la tuviese por santísima? Ningún valor espiritual desampara a su madre, ni halla otra en el mundo, por quien la quiere trocar, sin particularísima vocación.

9. Lo tercero, el que se dijese, que esta mudanza era por divina revelación, hacia más grave la injuria; pues acreditaba la religión que abrazaba, y desacreditaba en alguna manera a la que dejaba.

Lo cuarto, era más viva la queja, haciendo la Santa el tiro sobre tanta amistad, y correspondencia, no sólo de persona a persona, sino de religión a religión: y era cosa terrible, que los padres de la Compañía ayudasen a la Santa a hacer su religión, y la Santa, con llevárseles los sujetos de la Compañía, dispusiera el deshacer la suya.

10. Pero la Santa, como en ello se hallaba inocente, tanto más lo sentía, y debía sentir, cuanto estaba más inculpable, y le parecía a ella todo esto peor, por ser ajeno, y contrario; no sólo de su espíritu, sino de su trato noble, y generoso, y sencillo, que con todos había conservado. Con esto para defender la verdad, y su honor, y que con una batalla brevísima se asegurase entre estas dos religiones una larga, y   —104→   constante paz, que es con lo que se justifican las guerras, se defiende, satisface, y convence valerosamente, y de tal manera, que se conoce que sabía muy bien amparar su celo, y poner en salvo a su caridad.

11. Porque desde el número primero, después de haber referido, y ceñido brevemente el caso, pasó luego al segundo a dar la satisfacción. Lo primero, asegurando delante de Dios, que nunca la Santa lo deseó; y si no lo deseó, ¿cuán lejos estaría de procurarlo? Lo segundo, que cuando supo algo de esto, no lo llegó a entender por el padre Salazar, y claro está, que si la Santa lo procurara, había de ser con él, que es quien había de ejecutarlo. Lo tercero añade, que cuando lo supo, se alteró muchísimo; así por lo que sentiría ver mudanza en un sujeto tan firme en el espíritu, como porque puede ser, que recetase se le había de imputar a su inocencia tan extraña resolución. Y luego dice, que ha poco que lo supo, y aun después que el padre provincial; y si della hubiera nacido, claro está, que fuera quien primero lo debía saber.

12. Pasa luego en el número tercero a afear, que de ella se crea, que se había de mover por revelaciones, que el padre provincial picantemente llamó desvelaciones; y la Santa, repitiendo el desdén, o la injuria, le advierte, que no se guía por ellas, hallándose tan enseñada de grandes maestros de lo que debe de referirse a su crédito en estas materias: y que así no había de obrarse por ese motivo una mudanza tan grande, y extraordinaria; pues si no fuera cierta la revelación, salía liviana la vocación, y venía a ser tentación: y que así, ni de ella, ni del padre Salazar debía creerse esto: conque no sólo se defiende, y lo defiende, sino que pasa también a un poco de queja, de que esto se crea de entrambos.

13. En el quinto número se acomoda con gusto a que se averigüe (como lo dice el padre), porque la inocencia nunca llegó a temer la justicia; y como tiene toda su seguridad allá dentro, no le espantan las diligencias, que se hacen afuera.

Luego pasa a poner en salvo la Santa la correspondencia del padre Salazar, y la suya, por pura, por antigua, y por desapegada. Por pura, pues sólo por Dios se mantuvo: por antigua, pues tuvo su principio desde antes que la Santa comenzase a fundar (con que se conoce, que cuando escribió esta carta, se hallaba en los fines de su vida): y por desapegada, pues sucedía que en dos años no se escribían; con lo cual es señal, que no tuvo parte en esta mudanza.

14. Luego acaba con una santa jactancia, de que tampoco se hallaba necesitada de este sujeto, aunque era tan santo; pues tenía su reforma más de doscientos, a propósito para su pobre manera de vivir. Como si dijera: Si hubiera de solicitar que el padre Salazar se pasase a nuestra religión, no había de ser cuando estoy rica de sujetos, sino cuando estaba pobre, y necesitada de ellos.

15. En el número sexto, creciendo la defensa con la herida, responde la Santa a otra calumnia, que le impusieron: y fue, que no sólo le averiguaron a este espiritual prelado, que ella solicitó, que pasase el padre Gaspar de Salazar a la Descalcez, sino que le escribía al mismo padre Salazar, que dijese, que ella era la que lo estorbaba: y viendo que se le imputaba una traición tan fea, y una fealdad tan traidora, contra el modo   —105→   sencillo, y santo de obrar, que Dios puso en su alma, defendiendo la honra de Dios con la suya (pues eso es defender la verdad) como otro Moysén, o como otro Elías, dice: No me escriba Dios en su libro, si tal me pasó por el pensamiento.

16. Y viendo que el dictamen de la razón, y de, la verdad, y del celo, y la honra de Dios la habían obligado a hacer un juramento execratorio, que ella no acostumbraba, aunque justamente, y puede ser no hubiese hecho otro en toda su vida, satisface santamente a esto, diciendo: Súfrase este encarecimiento a mi parecer (esto es, súfrase este juramento tan grande), para que vuestra paternidad vea, que no trato con la Compañía, sino como quien tiene sus cosas en el alma, y pondría la vida por ellas. Sólo este amor de la Santa a la Compañía, manifestado en medio de su enojo, podría templar toda la amargura, y sentimiento de la carta.

17. Pero luego hace una santa limitación a la regla, diciendo: Cuando entendiese no desirviese al Señor en hacer lo contrario. Como si dijera: Moriré por la Compañía de Jesús: moriré; pero como no desirva en ello al Jesús de la Compañía. Porque si quiere Jesús otra cosa, aquello quiere Teresa de Jesús, que quiere Jesús que obre con su Compañía.

18. Y esta limitación la hizo con grande juicio, y espíritu: pues no hay estado, no hay dignidad, no hay profesión, no hay parentesco, no hay obligación, no hay vínculo en esta vida de culpas, y de miserias, al cual no deba darse el amor limitadamente: y sólo a Dios nos hemos de dar sin limitación alguna. Amo a mis padres, y moriré por ellos, y haré cuanto me mandaren; pero ha de ser poniendo primero que en ellos, en Dios mi amor, y mi voluntad, por si se desvían dél al mandarme algo mis padres.

Haré cuanto quisiere mi prelado; pero con calidad de que no me mande cosa contra la ley de Dios mi prelado. Amaré a una religión (dice el obispo) y en todo me conformaré con ella; pero como ella no me pida lo que no puede conceder el obispo. Amará la religión al obispo, y hará cuanto le pidiere; pero como no le pida lo que no conviene a su santa religión. Y así el amor de esta vida a las criaturas, es amor con miedo, amor con condiciones, amor con limitaciones, amor con esquinas. Sólo el amor de Dios ha de ser sin condiciones, ni limitaciones, ni miedos, ni recelos de amar, ni de obedecer: pues aquí no hay que temer riesgo alguno, donde está la suma seguridad. Todo es justo cuanto manda Dios: todo es justo cuanto quiere Dios: todo es lleno de razón cuanto nos manda Díos.

19. Luego, volviendo la Santa a afirmar con juramento, que no había tenido parte en este negocio, dice: Que tampoco querría tenerla en lo que está por venir; esto es, en las dependencias, que a él podían seguirse. Y que si otra cosa se entiende de ella, estando sin culpa, Dios la defenderá, pues es único fiador de los inocentes.

20. De allí con alto, y soberano espíritu, como una celestial profetisa, comienza, y prosigue una plática espiritual sobre pacificar los ánimos, y unirlos, y enlazarlos entre sí con la caridad: y son las razones tales, que podían oírlas en pié, y descubiertos, no sólo todos los hijos de estas dos tan grandes, y tan santas religiones, sino los demás estados de la cristiandad; pues promueve con raro fervor, y palabras de grandísimo   —106→   peso, y ponderación, la común conservación de la paz, y unión, con que debe obrar, y vivir entre sí la congregación universal de los fieles, y de toda la Iglesia.

21. Últimamente, como un san Gerónimo, escribiendo a san Agustín las quejas sentidas de aquella célebre controversia sobre los Legales, se despide ponderando el sentimiento que le ha causado esta carta, y quejas del padre, y los trabajos que llovían sobre aquella pobre vieja; y que ha sido este último, uno de los más sensibles, por tocarle en el amor entrañable, que tenía a la santa religión de la Compañía.

22. De esta carta se colige: lo primero, que cuando la Santa la escribió, ya estaba al fin de su vida, y muy crecida su religión: pues doscientos sujetos de Carmelitas descalzos, y grandes, ya dicen mucho tiempo para haberse introducido, y criado, y crecido.

23. Lo segundo, el grande amor, que tuvo la Santa a la Compañía de Jesús, pues tanto sintió, que se le pusiesen a pleito, como hemos advertido, con haberle impuesto la calumnia, que dio ocasión a la carta.

24. Lo tercero, la razón, que tenía el padre provincial para defender un sujeto tan grande; y la Santa pudiera haberla tenido para codiciarlo, como el padre Gaspar de Salazar (cuando no le había pasado por el pensamiento a la Santa): pues escribe dél en el cap. 38 de su Vida las siguientes palabras, por donde se conocerá cuán grande era la santidad de este padre: Del retor de la Compañía de Jesús, que algunas veces he hecho mención (era este padre) he visto algunas cosas de grandes mercedes, que el Señor le hacía, que por no alargar, no las pongo aquí. Acaeciole una vez un gran trabajo, en que fue muy perseguido, y se vio muy afligido. Estando yo una vez oyendo misa, vi a Cristo en la cruz cuando alzaban la hostia: díjome algunas palabras que le dijese de consuelo, y otras previniéndole de lo que estaba por venir, y poniéndole delante lo que había padecido por el, y que se aparejase para sufrir. Diole esto mucho consuelo, y ánimo, y todo ha pasado después como el Señor me lo dijo.

25. Lo cuarto, se conoce en esta carta el celo, y valor, que manifiesta la Santa, y la superioridad de espíritu a cuantos trataba: y que ya hiciese el oficio de fundadora, ya el de religiosa, ya de maestra, ya de súbdita, ya de capitán general, como en este caso, todo le asentaba muy bien a esta Santa.

26. Lo quinto, el testimonio ilustre que la Santa dejó al fin del número sexto, de lo que la Compañía de Jesús ayudó a que se hiciese esta sagrada reforma, y que justamente lo tomaba por argumento para el amor recíproco, que una, y otra religión tan justamente se tienen: la una, por lo que le dio: la otra por lo que recibió, haciendo con eso eternas las prendas seguras de esta amistad, y buena correspondencia; y más a vista de lo que la Santa ayudó a la Compañía de Jesús en sus fundaciones. Como si dijera: No es justo, que las que fueron unas, y se ayudaron al nacer para Dios, sean diversas, o contrarias entre sí al crecer, merecer, y al llevar almas a Dios.

27. Lo sexto, que con este suceso se quieten los corazones de los imperfectos, que extrañan, que en la Iglesia de Dios haya diferencias entre   —107→   las religiones, ni con las religiones, ni entre los prebendados, y obispos; ni con los prebendados, y obispos. Porque si la hubo entre ángeles buenos, el del pueblo de Dios, y el de Persia, como lo dice el profeta Daniel (Dan. 10, v. 13); ¿por qué quieren, que no las haya entre hombres, aunque sean ángeles, y más quedándose siempre en la esfera de los hombres?

28. San Pedro, y san Pablo, sobre los Legales (Galat. 2, v. 2), tuvieron diferencia de sentir, y se amaron. A san Pablo, y a san Bernabé unió el Espíritu Santo, diciendo: Segregate mihi Paulum, et Barnabam in opus, ad quod assumpsi eos (Act. 13, v. 2). Y después permitió el Espíritu Santo, que amándose siempre, se desuniesen sobre no recibir san Pablo a Marcos en su compañía, que san Bernabé quiso que se recibiese: y con eso escogió otro compañero san Pablo, que fue Sila; y san Bernabé por otro camino se fue con san Marcos (Act. 15, v. 37). Con la unión convirtió Dios por estos apóstoles gran parte de la Siria, y con la desunión divididos, otras innumerables provincias.

29. ¿Las diferencias de san Gerónimo, y san Agustín, de san Juan Crisóstomo, y san Epifanio, no tuvieron atención a la Iglesia de Dios? ¿Qué religiones han nacido juntas, que no haya también nacido con ellas alguna natural emulación? A la religión augusta de san Benito no pudo emularla otra alguna; porque es la madre, y la mar de las religiones en el Occidente: pero entre aquellas célebres congregaciones hijas suyas, Cluniacense, y Cisterciense, digan el venerable Pedro, abad Cluniacense, y el gloriosísimo, y santísimo Bernardo, hasta donde llegó su santa, y perfecta emulación. La apostólica de santo Domingo, y la seráfica de san Francisco tuvieron a sus principios algunas diferencias, que habiéndolas despertado el celo, las consumió, y allanó muy aprisa la caridad.

30. Los discípulos de san Juan Bautista también tuvieron sus celos de los del Señor (Joan. 3, v. 26), y se fueron a quejar al Precursor soberano de que hacía más gente el bautismo de Jesús, que no el suyo; y él los corrigió con las admirables palabras que refiere el sagrado texto. Entre los discípulos de san Pedro, y san Pablo, y Apolo había sus emulaciones, sobre seguir cada uno su pendón: y siendo la bandera universal para todos la fe, y la cruz del Hijo eterno de Dios, y siguiéndola, todavía decían: Ego quidem sum Pauli, ego autem Apollo, ego vero Cephæ (1, Cor. 1, v. 12). Yo soy de Cefas (esto es de san Pedro), yo soy de Apolo, y yo soy de Pablo.

31. Pero como aquí dice admirablemente santa Teresa, justo es que contenga la caridad, y encamine a los que tal vez divide el propio dictamen, y amor del intento que causa la diferencia. Porque los ángeles se volvieron a unir, luego que el Señor decretó, que saliese de Persia el pueblo de Dios: y san Pedro, y san Pablo se abrazaron con tan entrañable afecto, que los une en el culto la Iglesia, y en las conmemoraciones, y festividades; y los unió en un mismo día, hora, y lugar el martirio: y a san Epifanio, y a san Agustín, si el dictamen los dividió de san Gerónimo, y san Juan Crisóstomo, a cada uno en su caso, la caridad ternísimamente después los unió, allanando la cristiana piedad, y su recíproco amor todas las diferencias, que a la voluntad despertó el entendimiento.

  —108→  

Esta breve digresión me permita el lector, que no la he hecho de balde, sino para que se serenen los ánimos, creyendo que en estas diferencias de sentir, estando contrarios entre sí los dictámenes, pueden andar las voluntades unidas, y enlazadas con el reciproco amor.