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Reseña de la Biblioteca jesuítico-española aparecida en la Revista de Literatura, volumen LSS, n.º 140 (julio-diciembre 2008), pp. 708-7141

M. Victoria López-Cordón Cortezo


Universidad Complutense



Los importantes avances realizados en los últimos años sobre la historia del libro y de las bibliotecas y la variedad de enfoques desde los que su estudio se contempla, fenómeno este indisolublemente unido a la buena acogida que la historia cultural ha encontrado en nuestro país, ha tenido como consecuencia un creciente interés por aquellos estudios que dan cuenta y analizan las lecturas, en unos casos, o la producción intelectual, en otros, de personajes o de colectivos de significación en su momento. Se trata de una recuperación indispensable que nos permite medir el alcance de ciertos temas, preocupaciones y gustos, y conocer los instrumentos de que literatos y eruditos se valieron para dar cauce a sus intereses y llegar al público lector. Cuando, como ocurre en algunos casos, ese conjunto no se ajusta a la materialidad de unos volúmenes en unas estanterías, ni responde a la afición de quienes los han ido reuniendo, por gusto o por necesidad profesional, su interés no solo no disminuye, sino que nos obliga a una reflexión suplementaria sobre los rasgos comunes de autores y obras, la personalidad, de quien ha llevado a cabo lo que podríamos denominar como un catálogo de referencias o una biblioteca ideal, y la oportunidad y circunstancias en que la redacción se llevó cabo. Obras de especial importancia de estas características fue la famosa Bibliotheca Hispana Nova de Nicolás Antonio, cuidadosamente reeditada por Ibarra entre 1783-1788, que no es solo un ejercicio de erudición, como la Bibliotheca Hispana Vetus, sino una selección cuidadosa y un reconocimiento explícito a los autores que le precedieron. Más cercana en el tiempo, el Ensayo de una Biblioteca de los mejores escritores españoles del reinado de Carlos III (Madrid, Imprenta Real, 1789, 6 vols.), de Sempere y Guarinos presenta unos rasgos que van más allá de la mera recopilación y se inscribe en la política propagandística de aquel reinado, y en la campaña de reivindicación de la fama literaria de España, sin que esto afecte, en absoluto, a la importancia de la obra ni a su interés para los estudiosos del periodo.

En esta línea, y teniendo en cuenta el primer ejemplo, del que toma su estructura, y la buena acogida del segundo, que es casi contemporánea, la Biblioteca jesuítica-española, escrita por Lorenzo Hervás y Panduro, en su mayor parte a lo largo de 1793, fue su particular manera de reivindicar y recordar al conjunto de los jesuitas expulsos españoles, de los cuales formaba parte. No se trataba de un ejercicio de nostalgia, sino de justicia, ya que en su mayoría se trata de autores vivos, o de fallecimiento reciente, cuya dispersión amenazaba con que se perdiera su memoria. Por ello, su elaboración estuvo precedida de una minuciosa tarea de recopilación de noticias sobre las obras, publicadas e inéditas, escritas por sus correligionarios, tarea que solo podía realizar alguien que, como él, reuniera dos condiciones, la de ser un buen bibliófilo y conocer, desde dentro, los ambientes en los que se movían los antiguos miembros de la Compañía. Es más, Hervás no se conforma con proporcionar una relación de títulos, sino que inserta una breve biografía de cada autor, realizada sobre la base de fuentes literarias contemporáneas, la propia obra de Sempere entre otras, correspondencia privada y fuentes orales. Siempre consideró su relación como algo abierto, susceptible a nuevas incorporaciones de datos y, por ello, mantuvo durante cierto tiempo la red de informadores que la había nutrido. El denso trabajo realizado nunca vio la luz, hasta ahora, en que la constancia de un estudioso, el profesor Astorgano, lo ha rescatado del olvido, editando los cuatro catálogos autógrafos conservados en el Archivo Histórico de Loyola y enriqueciéndolo con notas y un riguroso estudio. Dado su estado deficiente de conservación, ha tenido que transcribir cuidadosamente el texto, realizar algunas intervenciones y enmiendas, minuciosamente anotadas, desarrollar las abundantes abreviaturas y regular la ortografía y puntuación, todo ello con el máximo respeto por las características léxicas, morfológicas y sintácticas originales. Gracias a lo cual el lector de hoy puede disponer de una importante obra de referencia, no solo sobre la producción y las coordenadas intelectuales de un cualificado grupo de profesores, eruditos y publicistas, sino sobre la propia cultura española de la segunda mitad del siglo XVIII, de la que los expulsos, por formación y tradición, forman inequívocamente parte.

Por lo tanto, no es solo el valor intrínseco de esta obra lo que hay que considerar aquí, sino su significación en relación con un tema más amplio, el de la diáspora jesuítica, y su peso en la trayectoria del autor. En el primer caso nos encontramos con un instrumento especialmente valioso para el conocimiento de las peripecias, vitales e intelectuales de este colectivo, después de su salida forzosa. Se trata de un grupo de exiliados de singular fortuna historiográfica que, desde la monumental relación del P. Luengo y el Memorial del P. Isla, no ha dejado de interesar a los estudiosos y que, en los últimos años, ha recobrado cierta actualidad con la publicación de nuevos trabajos y la creación de grupos de investigación específicos. Y dadas las repercusiones del famoso decreto de expulsión (1767) en los territorios americanos y en Italia, su lugar de destino, y la extinción general de la orden, ha sido abordado desde perspectivas no solo españolas. Entre las muchas obras publicadas, si hubo uno que marcó un hito fue el del P. Batllori sobre La cultura hispano-italiana de los jesuitas expulsos españoles, hispanoamericanos y filipinos, 1767-1814 (Madrid, 1966), cuya lectura sigue siendo indispensable. Trabajos posteriores, como los realizados por R. Olaechea, T. Egido, J. A. Ferrer Benimeli, E. Giménez, J. Pradells o I. Fernández Arrillaga, entre otros, han ido profundizando en distintos aspectos, poniendo en evidencia las diferentes trayectorias personales, la importancia de la obra que desarrollaron en el exilio y la contradictoria actitud del poder político respecto a su suerte, todo lo cual ha venido a quedar convenientemente recogido en dos obras colectivas, fruto de sendos encuentros científicos, la editada por M. Tiretz, Los jesuitas españoles expulsos. Su imagen y contribución al saber del mundo hispánico (Madrid- Frankfurt, 2001), y la igualmente coordinada por T. Egido, Los jesuitas en España y en el mundo hispánico (Madrid, 2004). La fundamental aportación de N. Guasti, L'esilio italiano dei gesuiti spagnoli: identità, controllo sociale e pratiche culturali (1767-1798), (Roma, 2006), ilustra perfectamente sobre las estrategias de adaptación y supervivencia en Italia y, también, sobre los continuos cambios de opinión de los gobernantes españoles. Resulta probablemente injusto omitir nombres y referencias más explícitas pero, en aras de la brevedad, creo que, lo que resulta indispensable es señalar que se trata de una cuestión abierta, que sigue interesando a los dieciochistas y que encierra, todavía, muchas incógnitas. Que el exilio sirvió en muchas ocasiones de estímulo, lo prueba la importancia de algunas figuras, como Juan Andrés, Arteaga, Masdeu, Montengón, Lampillas y el propio Hervás, y también la extensa relación de nombres que en la Biblioteca jesuítico-española figuran, a la mayoría de los cuales, sus obligaciones pastorales y docentes no les hubiera permitido dedicar tanto tiempo a la escritura. Otra cosa es el valor de estos escritos y el peso relativo de aquellos temas por los cuales se inclinaron, sobre todo lo cual el profesor Astorgano hace unas interesantes consideraciones. Las estrategias de adaptación de quienes se vieron forzados a cambiar el rumbo de su vida y que, cuando casi lo habían conseguido, se vieron sorprendidos por los acontecimientos que agitaron Europa entre 1789-1814, resultan bien expresivas del desconcierto de una generación que vio tambalearse sus pilares más firmes y que, desde la supresión de la Compañía (agosto de 1773) a la salida de Roma del Pontífice (febrero de 1798), tuvo necesariamente que tomar partido. También refleja una de las grandes paradojas de la propia ilustración española: el que algunas de sus obras más señaladas, o de su propaganda de mayor alcance, corriese a cargo, entre otras cosas porque las financió, de quienes, pocos años antes, habían sido considerados como enemigos de su Monarquía y responsables de su retraso intelectual.

Las contradicciones no son menores a la hora de analizar la figura de Lorenzo Hervás y Panduro, hombre complejo, o de percepción distorsionada, donde los haya, sobre el cual se retorna también periódicamente, y del que convendría escribir una obra definitiva, como resulto en su día la de F. López sobre la no menos equivoca figura de Forner, o la de F. Étienvre sobre Capmany. Quizás el autor de esta edición, que ha escrito mucho y bien sobre el personaje (sobre el que ha abierto una espléndida página web: http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/hervasypanduro/), sea la persona apropiada para llevarlo a cabo, pero entre tanto, las apretadas páginas de su estudio constituyen un importante paso sobre el perfil intelectual del personaje y una de sus aportaciones de mayor peso. Los rasgos biográficos de este conquense ilustre, que vivió entre 1735 y 1809, son conocidos desde los trabajos pioneros de Fermín Caballero y E. del Portillo, publicados en 1868 y entre 1910 y 1912 respectivamente. Sobre ellos se han apoyado los posteriores estudios, desde los de J. Zarco y A. González Palencia, a los de G. García de Paredes, J. Herrero, J. Calvo, M. González, J. L. Moreno o F. Delgado, entre otros. Y en todos ellos, el binomio entre el perfil erudito, «del padre de la filología comparada», como escribiera Menéndez y Pelayo, y el activo propagandista de la contrarrevolución, aparece perfectamente contrastado. Pero a medida que los estudios más específicos sobre su obra van aumentando, su ideología se hace más compleja, y algunos puntos peor conocidos empiezan a cobrar mayor relevancia. Es el caso de su ingreso en la Compañía de Jesús y de su propia formación, de su paso por el Seminario de Nobles de Madrid, donde enseñó metafísica y geografía, o de sus relaciones cambiantes con tres contemporáneos de la talla de Camponanes, Aranda y Floridablanca. Hervás, que mantuvo siempre su fidelidad a la Compañía, no fue, desde luego, un revolucionario, sino todo lo contrario, ya que rechazó con firmeza y pasión los acontecimientos franceses, pero a veces se olvida que su célebre obra, Causas de la Revolución francesa en el año 1789, publicada con otro título en 1803 y con el definitivo en 1807, fue redactada casi al mismo tiempo que la Biblioteca jesuítico-española que aquí se reseña, que fue un encargo que le obligó a suspender sus otros trabajos y constituye casi una excepción por su carácter político y la actualidad de su temática. Es cierto que en algunos otros de sus escritos se le escapan comentarios que dejan ver su rechazo a cuanto está ocurriendo en aquellos años, sus acusaciones contra el regalismo y sus protestas por las dificultades, sobre todo materiales, que ello le provoca a sus hermanos de religión, pero cuando sus preocupaciones se dirigen hacia asuntos de carácter más erudito, ya sean lingüísticos, matemáticos, teológicos o históricos, y muy especialmente en los primeros, su postura es más la de un ilustrado, en un doble sentido, en el de la curiosidad y en el de la crítica. No sé si el adjetivo «enciclopédica» que le atribuyera Batllori, conviene del todo a su producción literaria, pero, en cualquier caso, tuvo la rara habilidad de combinar cuestiones muy diferentes y de hacerlo desde distintos puntos de vista, trasladándose del plano filosófico al práctico, sin aparente esfuerzo. Hizo catálogos, bibliografías y estudios paleográficos y abordó cuestiones tan de su tiempo como la higiene, la enseñanza de los sordomudos o la educación de las mujeres, a la que dedicó un capítulo en la Historia de la vida del hombre, que mereció el elogio de Josefa Amar y Borbón. Sus conocimientos quizás fueron más extensos que profundos, estuvieron excesivamente lastrados por la necesidad de conciliar la ciencia y la revelación, y su escritura resulta en ocasiones farragosa, pero sus lecturas, que debieron ser muchas, su método, casi experimental, a la hora de buscar información, y la finalidad didáctica que guía la mayoría de sus obras, le hacen acreedor de figurar, no solo en la nómina de los autores jesuíticos, entre los cuales el mismo se incluye, sino en la más amplia de los escritores dieciochescos.

Hervás, convencido jesuita y entusiasta pedagogo, fue un pensador de su tiempo, aunque filosofara a la defensiva contra la imparable marea del pensamiento deísta que desembocará en la Revolución Francesa, acerca de cuyas causas, redactó un célebre tratado, considerado germen del pensamiento reaccionario español contemporáneo. Abordó los temas más polémicos, y buscó soluciones desde su mentalidad cristiana, aunque apenas se le notaba la formación escolástica recibida en España, porque asimiló pronto en Italia el estilo y los problemas filosóficos europeos. Fue un admirador del buen gusto de la época y de sus avances científicos; pero, al mismo tiempo, criticó con solvencia los planteamientos anticatólicos de los filósofos deístas, jansenistas y masones.

Hervás, como todos los exiliados, siempre quiso volver a España y soñó con mejorarla por medio de la educación. Fue un activo fustigador del jansenismo, al que achacaba todos los males, de la expulsión a la revolución, pero también un crítico de la ignorancia del clero, de su «incivilidad», que veía encarnada en la figura de su propio hermano. ¿Un reaccionario, tal y como quedó definido en el libro de Javier Herrero? La fuerza y el sentido combativo de algunos de sus textos resultan irrefutables, pero creo que sería mejor definirlo como un contrarrevolucionario, con independencia de la utilización que se hiciera posteriormente de sus escritos. En cualquier caso el autor de la obra que aquí se reseña es el bibliotecario estudioso que se mueve con soltura entre libros y manuscritos, que contaba con experiencia previa en la labor de la recopilación bibliográfica, y que pretende no solo dar a conocer el trabajo de sus correligionarios, sino también hacerlo desde los criterios valorativos, editoriales y clasificatorios que imperaban en su tiempo.

La Biblioteca jesuítico-española (1794-1799) es consecuencia del intenso contacto con muchos de sus compañeros de Orden religiosa para conseguir datos para elaborar sus obras lingüísticas. Fruto de esos contactos, y como agradecimiento a los mismos, redactó esta obra y consiguió cierto liderazgo sobre los ex jesuitas expulsos. En ella se retrata y analiza la producción literaria de los casi quinientos ex jesuitas expulsos que en el exilio italiano publicaron o escribieron sobre las más diversas materias entre 1759 y 1799. Es, sin duda, la obra más completa y panorámica para conocer la polifacética actividad intelectual del primer exilio masivo de la España contemporánea, editada con la finalidad de satisfacer la curiosidad de cualquier lector culto y poner una herramienta útil en manos de los especialistas del siglo XVIII.

La publicación de la Biblioteca jesuítica-española tiene, pues, un importante valor de fuente para los historiadores interesados en el tema de los expulsos, o en la trayectoria y el alcance del pensamiento de un autor controvertido. Como toda obra de recopilación bibliográfica, o mejor dicho, de bio-bibliografía, es un testimonio de singular importancia, pero también tiene un gran valor en sí misma como ejercicio literario y profesional, por diferentes razones: el número y las obras reseñadas, mucho mayor que cualquier otra obra de estas características, antigua o moderna; la buena estructura de sus contenidos, con tres partes bien diferenciadas de biografía, obras impresas y manuscritos; la exactitud de la catalogación, que avala el buen juicio del Pontífice cuando incorporó al jesuita conquense como bibliotecario y confirma sus buenas relaciones con los editores romanos; y, por último, la implícita valoración de los autores reseñados, mediante la mayor o menor extensión del comentario que les dedica. Ordenados alfabéticamente por apellidos, los cuatro catálogos en que está dividida, por la inclusión en ella de jesuitas portugueses y de otros extranjeros al servicio de España, resulta de manejo sencillo, en relación con otros repertorios similares, y presentan la indudable ventaja no solo de ser los más completos, sino de estar escritos en castellano, no en latín. Da la impresión que esta última posibilidad ni siquiera la tuvo en cuenta, ya que su intención era difundir sus contenidos y editarlo lo antes posible. Sus precisiones sobre la edición de algunas obras y ciertas atribuciones dejan ver que Hervás, cuando pudo, comprobó directamente algunas referencias y, cuando la relativa precipitación con que escribió la obra no se lo permitió, intentó informaciones complementarias. En algún caso, como por ejemplo, en su reseña sobre Andrés Burriel, no deja de ser interesante que señale que se están publicando escritos suyos sin su nombre, como la biografía del P. Mariana que acompaña la edición de la Historia de España publicada en Valencia. Son signos de evidente modernidad, así como también lo es su instinto de lector que le lleva a distinguir muy bien entre los muchos eruditos de la orden a aquellos capaces de superar las limitaciones formativas de su condición eclesiástica o de alcanzar una mayor calidad literaria. No fue, desde luego el único, ni siquiera el primero, que sintió la necesidad de recoger y reivindicar las aportaciones de los jesuitas expulsados de España, dándoles un contenido unitario y presentándolas a sus compatriotas como una obra colectiva. Pero su esfuerzo fue el que mejor cumplió con este propósito y el que mejor supo presentar las aportaciones de los expulsos como parte integrante de la erudición española del momento. La decisión con que se lanzó a una aventura editorial difícil, que el segundo destierro truncó, es bien representativo del tesón de su carácter.

Finalmente, no quiero dejar de expresar unas consideraciones sobre la publicación de esta obra, patrocinada por Libris, Asociación de Libreros de viejo, y el trabajo desarrollado por su editor, y autor de la introducción y las notas, Antonio Astorgano Abajo. Cuando un trabajo inédito del pasado llega a nuestras manos en forma de libro, entre el manuscrito original y los lectores hay un intermediario imprescindible, el estudioso que lo rescata de un archivo, lo reorganiza y restaura y nos permite, con sus puntualizaciones, advertencias e informaciones supletorias sacarle verdaderamente partido. Y esta función se ha cumplido de manera meritoria en la obra que estamos reseñando, donde se nos habla mucho y bien de Hervás, de sus obras y de los estudios que sobre uno y otras se han venido haciendo y donde se analiza, de manera exhaustiva, los contenidos del repertorio que se presenta. Porque no solo resuelve con precisión el tiempo de la redacción y su contexto literario, sino que se arriesga en una cronología de las obras de los ex jesuitas, a mi entender muy efectiva, porque nos deja ver la relación entre las condiciones materiales que rodean a los autores, el contexto político y económico en que se mueven, y aquellos otros elementos que inciden directamente sobre la producción literaria, como la censura y el patronazgo. Solo cuando este conjunto se vuelve más favorable, en los diez últimos años del reinado de Carlos III, los viejos escritores jesuitas y los más jóvenes que prueban su suerte ya en Italia, pueden llevar a cabo esa «inundación de obras» de la que Azara daba cuenta a Floridablanca. Pero las dificultades renacieron ya antes de la ocupación de Roma por Napoleón, en 1798, de manera que, a partir de entonces, el retorno de unos, el fallecimiento de otros e, incluso, la misma restauración de la Compañía en 1804, contribuyeron a dispersar y mermar su producción. ¿Fue, por tanto, la supresión de 1773 un estímulo? Así parece sugerirlo Astorgano con las cifras en la mano, de la misma manera que señala que solo los que permanecieron con suficiente independencia en Italia, continuaron escribiendo obras de cierta importancia. No menos importantes son las páginas dedicadas a la elaboración de la obra y a la comparación de sus contenidos con otros repertorios modernos, así como los precisos cuadros que lo acompañan, donde se establece la distribución de los autores por las distintas provincias jesuíticas de origen, las principales «profesiones» de los reseñados y se constata el relativo liderazgo de Hervás. Pero es la edición misma de la obra, la presentación tipográfica del texto, y la riqueza de las notas que lo acompañan, instrumento imprescindible para el lector de hoy, cuyo rigor y carácter exhaustivo solo puede ponderarse, lo que hacen de este libro una aportación importante. Fruto de un trabajo de muchos años, solo cabe decir que hubiera entusiasmado a un bibliófilo apasionado como era Hervás y Panduro.

En los últimos años, Antonio Astorgano, ha venido desgranando en diferentes publicaciones muchos estudios relativos a los jesuitas expulsos y al propio Hervás, a modo de preparación de lo que aquí se nos ofrece. No será, desde luego, este su último trabajo, pero en cualquier caso su excelente contribución abre nuevas perspectivas al estudio de los jesuitas expulsos y de la cultura española del siglo XVIII.





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