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Santos Vega o los mellizos de la flor

Rasgos dramáticos de la vida del gaucho en las campañas y praderas de la República Argentina


Hilario Ascasubi



Portada



  -[III]-  

ArribaAbajoAl Señor don Jorge Atucha

A usted, mi compatriota, mi contemporáneo y amigo de los años juveniles, desde que siempre fue intachable patriota argentino, sin transigir nunca con los tiranos del país ni con los esbirros del sanguinario Rosas, exponiendo su vida y su fortuna por salvar a muchos de los que ellos ferozmente persiguieron;

A usted, que tanto ha contribuido a embellecer la ciudad de Buenos Aires alzando espléndidos edificios, y a poblar con vastos establecimientos de campaña nuestras dilatadas pampas, siendo el generoso protector de los paisanos que le labran sus tierras y apacientan sus numerosos rebaños;

A usted, mi consolador después de los sinsabores e infortunios que pasé, en el tremendo sitio de   -[IV]-   París, y durante los luctuosos días que siguieron en Buenos Aires a la mortífera epidemia, cuando me repose en su albergue y su compañía;

A usted, que sabrá apreciar cuánto, a mi regreso otra vez a París, me habrá distraído y aliviado en algo las horas de quebranto el ocuparme en dar término a mi poema de Los mellizos;

A usted, el sagaz conocedor de nuestra campaña como del carácter de los gauchos argentinos;

A usted pues, que sabe comprender y podrá disimular los defectos de una obra escrita con ánimo conturbado y tan lejos de nuestras praderas queridas y sus característicos habitantes, a usted lo dedico este libro, rogándole se sirva aceptarlo con mi ardiente deseo de que le sea agradable su lectura o lo distraiga al menos en los padeceres de su salud quebrantada, y le anime el recuerdo de este su antiguo y reconocido compatriota y amigo,

Hilario Ascasubi.

París, 2 de agosto de 1872.



  -[V]-  

ArribaAbajoPrólogo del editor

Las poesías que damos al público son una verdadera novedad del nuevo mundo, y una pintura al natural del estado íntimo de una sociedad no estudiada, pintoresca, llena de vida, que siente y se expresa en un lenguaje peculiar. Esas poesías son más bien la poesía (si la gramática lo permite) de todo un pueblo, el pueblo argentino, pero no el que se asila en las ciudades y remeda los usos y costumbres de la Europa, sino del que habita las campañas y deja volar independiente su imaginación, ya al hacer surcos con el arado en una tierra virgen, o ya apacentando los rebaños bravíos montado en potros indómitos.

La originalidad del teatro, de los hábitos y de los tipos que constituyen el movimiento dramático de la obra, ha aconsejado al autor el poner al pie de cada página las notas que explican el sentido técnico, por decirlo así, de cada una de las voces de los gauchos algo civilizados ya, como presumía   -VI-   serlo Santos Vega, el recitador en este poema. El uso de este lenguaje, ajeno en muchas voces y modismos al idioma de la literatura española, es indispensable y requerido para revelar los secretos y los hábitos de la vida de las campañas argentinas, que el autor se ha propuesto sacar al conocimiento y examen de la crítica; porque en los pueblos, lo mismo que en los individuos, el estilo, el lenguaje, los modismos, son la parte más profunda, más homogénea, más explicativa de su ser. Los inconvenientes que esta circunstancia puede ofrecer a los que no estén familiarizados con esos modismos del lenguaje del gaucho serán salvados por las notas que hallarán en cada página de la obra, las que contendrán la acepción analítica y práctica de todas las palabras que vayan en bastardilla en el cuerpo del poema; y aun de todas las que sean ajenas al diccionario español.

El gaucho es conocido nada más que de nombre, o por relaciones imperfectas. Hay de él un tipo convencional, pero no un verdadero retrato de su naturaleza altanera, libre, arrojada y generosa a la vez. Actor principal en la lucha de la independencia y en las guerras civiles subsiguientes, es soldado y pastor; y, como que pertenece a un pueblo democrático, se interesa y toma parte en las cuestiones sociales, y se alista, según sus instintos, bajo las banderas que le son simpáticas. La patria es antes que todo la pasión dominante del gaucho argentino, y con ella se dividen su amor al caballo y la mujer, a quienes él poetiza sin saberlo.

Esta personalidad es la que se revela toda entera intus et in ente en las poesías del señor Ascasubi, que tenemos la fortuna de dar a luz. Ellas no son bien conocidas todavía aún fuera del país del autor, sin embargo de ser allí muy populares y de haber llamado la atención de literatos americanos pertenecientes a las Repúblicas del Río de la Plata.

En 1848 la prensa periódica de Chile llevó a lo   -VII-   largo del litoral del Pacífico una de las composiciones de nuestro poeta, y el periódico de Bogotá, titulado el Neo-Granadino, le consagró al señor Ascasubi el artículo siguiente, apoyándose en el juicio emitido por el Comercio de Valparaíso, redactado por el doctor don Juan María Gutiérrez.

POESÍA AMERICANA

Muchas veces nos hemos preguntado ¿por qué nuestros Vates no cantan los interesantes episodios de la guerra de la Independencia, o las costumbres y tradiciones de nuestro pueblo? Hasta hoy, con señaladas excepciones, no hemos visto sino poesías amatorias, tiernamente triviales, que constituyen un anacronismo literario, si vale la expresión, en esta época de grandes trabajos sociales y de pensamientos graves para la América. Nuestra poesía no es nacional: es un remedo frío de la poesía del viejo-mundo, o una parodia de las desesperaciones rimadas de la escuela de Biron, cuyas tristuras y arrebatos ningún eco pueden tener en esta parte del mundo en que todo es nuevo, todo vigoroso y lleno de esperanzas. Por eso mismo causa pesar el desperdicio que hacen nuestros poetas del don divino con que han sido favorecidos; por eso dura poco tiempo en nuestras manos un libro de versos; el espíritu no encuentra allí lo que buscaba, ni halla la expresión de las necesidades sociales, ni un fin social y nacional como naturalmente se espera del vate, es decir, del inspirado sacerdote de una civilización recién nacida, llena de libertad y de porvenir.

El señor Ascasubi ha entendido sus deberes como poeta, y en consecuencia consagra su numen a la pintura fiel de lo que pasa a su rededor y de los episodios de la interesante lucha trabada en la República Argentina entre la barbarie de las Pampas y la civilización de las ciudades, desde la aparición del famoso gaucho Juan Manuel Rosas. Como una muestra de esta poesía social transcribimos el siguiente artículo del Comercio de Valparaíso, conservando el breve juicio que hacen de Ascasubi los Editores.

«En los poetas es en quienes se realizan aquellas hermosas palabras de Jesucristo: -En mi reino los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros. -Los que han comprendido el sentido de estas palabras, y han imitado a aquel que se bajaba hasta los pobres y los pescadores, han subido como él a la cumbre de la gloria. -Esopo se inmortaliza abatiéndose hasta la inteligencia de la niñez. Teócrito pasa a la posteridad en boca de sus sencillos pastores, y Beranger llena el mundo con su nombre al son de sus modestas canciones, mientras que otros, que han querido remontarse hasta el cielo   -VIII-   ardiente de la poesía de Homero, han caído como Ícaro entre las ondas frías del olvido.

«En nuestra América tenemos también algunos ejemplos que comprueban esta verdad.

»Tanto cuanto ha querido descender un poeta hasta la inteligencia del pueblo, tanto más se ha elevado, porque hablando con su buen sentido, haciendo vibrar las cuerdas más armoniosas del corazón, y presentando en imágenes poéticas, aunque sencillas, las ideas y los sentimientos de la comunidad, se labraba voluntariamente un pedestal de gloria. Son raros sin embargo los que sobresalen en este género, porque para ello se necesita poseer aquella difícil facilidad, que hace exclamar:

Eso yo también me lo diría,

y que sin embargo es sólo el patrimonio de los genios superiores, que rozan la tierra con sus alas, porque pueden encumbrar su vuelo a las esferas.

»Entre los varios ejemplos que podríamos presentar en América, citaremos el nombre de don Bartolomé Hidalgo, quien hablando el lenguaje tosco y pintoresco de los gauchos de la República Argentina, ha sido el creador de un nuevo género de poesía, y ha puesto la piedra fundamental de lo que propiamente se puede llamar la égloga americana, y que cada sección de nuestro continente puede aclimatar bajo su cielo, poniéndola en armonía con el modo de decir tan nuevo y tan vigoroso de los pueblos americanos, teniendo además el recurso de la originalidad de sus costumbres y de la novedad de los países en que viven. Hasta el presente este género es lo único original que tenemos, lo único que puede llamarse americano: todo lo demás es una imitación más o menos feliz de la poesía europea.

»Hay muchos que han procurado imitar a Hidalgo, pero como lo dice el ilustrado editor de la América poética, todos han quedado muy lejos del maestro. Uno sólo de sus imitadores ha conseguido llamar sobre sí la atención: este es don Hilario Ascasubi, bien conocido por varias composiciones del género de que hemos hablado, las cuales han sido reproducidas en casi todos los diarios americanos, y muy especialmente en los de Chile.»

Personas muy caracterizadas del Río de la Plata, allí donde la literatura no se divorcia con los más altos empleos, han publicado espontáneamente juicios favorables y elogios a la belleza de los cuadros poéticos del señor Ascasubi. El doctor don Valentín   -IX-   Alsina, gobernador que fue de Buenos Aires y uno de los publicistas más conocidos en aquel país, escribió llamando la atención sobre el alcance social de las producciones de nuestro poeta, y diciendo en el periódico, el Comercio del plata del 12 de agosto de 1848, lo que sigue:

LA ENCUHETADA1

Se ha publicado en estos últimos días la Encuhetada, obra poética del señor Ascasubi y escrita en un género desconocido en la literatura de todos los países. Él es producción exclusiva de las márgenes del plata, y es también exclusivo el cetro que en él empuña el señor Ascasubi hace ya muchos años.

Tiene este género la desventaja de que lo que es hermoso en un país, quizá no lo sea en los otros; sus bellezas son locales, y no pueden percibirse por quien ignora las habitudes de nuestros campesinos, y el idioma sui generis que les es peculiar. Pero tiene a su vez la ventaja de adaptarse a toda clase de asuntos. Lo chistoso y lo serio, la crítica y la moral, las costumbres y la política, todo puede ser tratado en este género. Esta observación, cuya verdad está prácticamente demostrada por el señor Ascasubi en La Encuhetada y en todas sus anteriores producciones, es muy digna de atención: porque, como este género tiene tanta aceptación en cierta clase inculta de nuestras sociedades, puede ser un vehículo que una administración sagaz sabría utilizar para instruir a esas masas y trasmitirles sucesos e ideas de las que de otro modo nada saben ni nada se les importa.

Hacer hablar a nuestra gente de campo de política o de lo que se quiera, pero en su mismo lenguaje, a la manera que en la égloga se hace hablar a los pastores el lenguaje de los pastores; hacerles hablar con sus mismos modismos, con sus metáforas y alegorías, con sus voces habituales que a veces son tan fuertemente expresivas, mezclar hábilmente lo jocoso con lo formal, proponerse siempre una idea u objeto moral o instructivo, saber aprovechar el auxilio de la rima y emplear siempre el metro que es favorito en esas gentes, y que parece fuera natural en el hombre, el romance u octosílabo, tal juzgamos que es el carácter distintivo de este apreciable género, que, lo repetimos, es exclusivamente nacional y en cuya importancia quizá no se ha fijado aún bastante la atención.

Esas dotes reúne sin duda La Encuhetada; por cuyo acertado desempeño felicitamos a su festivo autor. No queremos perjudicarla:   -X-   y por esto nos ceñiremos a dar una idea de su objeto, y a presentar una muestra de su desempeño.

Su folleto de 34 páginas de 4º menor y con dos láminas, es la introducción de un trabajo que tiene, por objeto la Intervención europea, especialmente en su relación con la Inglaterra, sin que por eso el autor y...


sin que dentre en sus deseos
ni un remoto pensamiento
de hacer en el fundamento
agravio a los uropeos.



Después de una corta dedicatoria a Lord Palmerston en que le dice...


Señor conde Palmelón:
a usté, por lo bien-portao,
y el haberse acreditao
¡tan lindo en su Intervención!
Callejas, de refilón,
a nombre de la gauchada,
le dedica esta enflautada2,
celebrando entre otras cosas,
que en ancas le largue Rosas
por el Harpy3 una ensilgada.
    ¿Sabe lo que es ensilgada?...



Supone el autor que su paisano Olivera llega a casa de su amigo Marcelo, y como aquel perteneciese a la guarnición de Maldonado que fue traída en Vapor de guerra, y acaba de desembarcar en Montevideo, esto presenta naturalmente al poeta la ocasión de hablar de lo sufrido en aquel punto, del viaje que hizo para acá, del estado del país, de política, y en fin de la Intervención, y además ha interpolado incidentes o episodios que contribuyen a la variedad y al chiste.

En todo esto hay rasgos; muy notables: pero en nuestro sentir, donde sobresale sin mancha ni defecto alguno, la propiedad y la gracia, es en la descripción del embarque de la guarnición de Maldonado y en la descripción del Vapor... cuando dice así:


    ¡Por vida!... Y ¿cómo les ha ido
en tanto apuro o redota?



[...]

  -XI-  

El ilustre fundador del periódico adonde hemos tomando esas apreciaciones, el doctor don Florencio Varela, dos años antes que el señor Alsina (su sucesor en la prensa), había pronunciado ya los siguientes juicios críticos:

LA MEDIA CANA DEL CAMPO

Con muchísimo gusto damos hoy un lugar preferente en las columnas de nuestro diario a varias estrofas de una bella composición, que en un folleto suelto ha publicado el señor Ascasubi, a quien felicitamos sincera y merecidamente, como acostumbramos y es nuestro deber hacerlo, siempre que por la prensa se publican versos tan bellos y floridos como los que recomendamos al público, pues respecto a los malos y empalagosos, demasiado hacemos con guardar silencio después de leerlos.

[...]

LOS MISTERIOS DEL PARANÁ

Inútil sería ocultar el nombre del autor de esa preciosa composición que se publica hoy por la imprenta de este diario. Los versos del señor Ascasubi son como los cuadros de Murillo o de Rubens; el que los ha visto una vez reconoce el colorido, el estilo, donde quiera que encuentra otros y esto sin necesidad de que le digan el autor. Leyendo los Misterios del Paraná, es imposible no recordar a la Isidora; pintura movediza, viva, completamente fiel, de una de nuestras guarangas de fandango.

En la composición que hoy anunciamos campean las dotes que el Señor Ascasubi ha mostrado otras veces en este género de poesía: suma viveza y propiedad en las descripciones; movimiento realmente dramático en la narración; versificación fluidísima, y sobre todo, una verdad de colorido y una propiedad de lenguaje y estilo, que hace de sus composiciones el más perfecto retrato del gaucho del Río de la Plata.

La pieza de que hablamos, es una carta en que Vicente refiero a su querida Estanislada lo que ocurrió en el combate de obligado, las quejas del paisanaje contra Rosas; y los anuncios, que le ha hecho el cura, de la prosperidad que la libre navegación del Paraná ofrece a las provincias ribereñas. Sentimos que las inflexibles condiciones de espacio a que tienen que sujetarse artículos de diarios, que no se pueden postergar, nos hayan forzado a suprimir los trozos que habíamos elegido para muestra de la composición del señor Ascasubi, privando a nuestros lectores del buen rato que con ellos les daríamos.

Cerramos este artículo, recomendando este nuevo trabajo del señor Ascasubi que será buscado y estimado en las costas del Paraná a donde parece que lo destina especialmente.

  -XII-  

Las dos anteriores composiciones elogiadas por don Florencio Varela en el comercio del plata, a saber: Media cana del campo y Los misterios del Paraná, forman parte de la colección de poesías del señor Ascasubi que hoy publicamos en tres volúmenes bajo el orden y títulos siguientes.

Primer volumen. Santos Vega o Los mellizos de la flor. Este volumen es todo en verso, y su asunto empieza en el año del 778 y concluye en 1808.

Segundo volumen. Aniceto el gallo. Extracto del periódico escrito en verso y prosa bajo ese título, haciendo reminiscencia a la guerra y al sitio que el general Urquiza le hizo y le puso, a la ciudad de Buenos Aires en 1853, y haciendo también reminiscencia a la cruzada libertadora emprendida por el general Lavalle y sus dignos compañeros de armas contra el tirano Juan Manuel de Rosas. Además, este mismo volumen contiene otras muchas poesías inéditas.

Tercer volumen. Paulino Lucero. Se compone de poesías descriptivas sobre las fiestas cívicas hechas en Montevideo en 1833 y 1844, y también sobre los triunfos de los patriotas argentinos obtenidos en la guerra de la Independencia. Además este volumen hace reminiscencia y es como una memoria histórica del sitio que por nueve años consecutivos le hizo poner a la heroica ciudad de Montevideo el tirano Juan Manuel Rosas, con su ejército mandado por el general don Manuel Oribe.

El señor Ascasubi tiene su cartera llena de otros testimonios de estima y aprobación como poeta, suscritos por muchos nombres célebres. Algunas de esas apreciaciones vienen al final de este prólogo, pues que publicamos esos testimonios copiados fielmente de los originales entresacados del álbum de nuestro poeta.

  -XIII-  

Finalmente, nos hemos propuesto en estos renglones cederle la palabra a personas a quienes no se puede (como a un editor) tachar de parcialidad. Y llevando esta mira hasta el fin transcribimos el artículo crítico que el distinguido literato don José María Torres Caicedo, conocido en ambos mundos, publicó en París en el Correo de ultramar de 24 de julio de 1861, cuando llegaron a su conocimiento las poesías de nuestro autor.

Literatura Latino-Americana

POESÍAS
DEL SEÑOR TENIENTE CORONEL

HILARIO ASCASUBI

Si la poesía, en un sentido más lato, es la apreciación exacta y la fiel reproducción de la naturaleza, el señor Ascasubi es poeta; pero en su poesía no se deben buscar las concepciones trágicas, los sueños sentimentales y voluptuosos, ni la ternura apasionada de los antiguos poemas alemanes; tampoco la exposición pintoresca, el brillo, la acción, el nervio de los viejos cuentos españoles, ni menos la salvaje energía, la lúgubre profundidad de los himnos sajones.

El señor Ascasubi no pertenece a la categoría de poetas que Taine, Morin y otros han bautizado con el nombre de lakistes, pálidos imitadores de Chateaubriand, que sólo saben vibrar una nota vaga, tierna y plañidera; está distante de seguir la escuela de los que a todo trance quieren aparecer escépticos, abrumados por el tedio como Biron, sin poseer las sublimes cualidades del autor de Lara y de Manfredo, sin haber sufrido sus padecimientos, sin estar atormentados por el genio «de ese ángel o demonio»; tampoco sigue a los afiliados en el gremio de la fantasía, como Banville, Bandelaire, Pommier, etc. No; el poeta porteño ha aspirado a enrolarse, bajo otra bandera, y en esas filas ha obtenido un rango superior.

El señor Ascasubi ha comprendido que en este siglo, el poeta debe elevarse a otras esferas, ser el sacerdote de la idea, servir la causa de la libertad y del progreso, emplear un acento viril para   -XIV-   alzarlo en las luchas de la humanidad que se esfuerza por hacer triunfar el derecho y la justicia.

En su género, y aun cuando dista mucho en cuanto a la forma, ha emprendido el camino que llevan De Laprade, Dupontavice, De Heussey, Carlos Alexandre, Esteban Arago y otros pocos que se empeñan en salvar de su ruina la poesía francesa.

El señor Ascasubi, por la originalidad, tiene muchos puntos de contacto con el célebre Jasmín, cuyos cantos, en una lengua que tiende a desaparecer, han arrancado estrepitosos aplausos a las grandes ilustraciones literarias de la capital de la Francia. Por su buen sentido y su naturalidad podría decirse que ha bebido en las mejores obras del buen La Fontaine, Por su robusta entonación en defensa de la patria y de la libertad, tiene grande analogía con el amable Beranger, el bardo popular de Francia, tan amado por los hijos de las clases trabajadoras y tan injustamente calumniado después de su muerte, aun por algunos que se llaman liberales y que han dado algunas pruebas de verdadero liberalismo, los cuales se cuenta Pelletan.

El señor Ascasubi ha sabido separarse de esa trillada senda que han recorrido muchos poetas americanos, que no han tenido en mira fundar una literatura propiamente nacional, y que han empleado sus robustas facultades en imitar el lenguaje, las formas, los sentimientos y aun asimilarse las enfermedades del corazón de los escritores desesperados o desesperanzados de viejas sociedades europeas.

El señor Ascasubi ha comprendido que el poeta debe servir prácticamente al pueblo, y ha cantado la libertad, ha tronado contra la tiranía, ha seguido paso a paso los terribles episodios, las tremendas escenas que se han desarrollado en las dos riberas del Plata; y para dar a sus agradables e interesantes descripciones un tinte original y algo de color local, ha empleado el lenguaje animado, expresivo, varonil hasta en su misma falta de cultura, de los gauchos, de esos habitantes de las Pampas que, acostumbrados a vivir dueños de sí mismos, han defendido con brío la libertad y la independencia, cuando ellas han estado amenazadas o próximas a sucumbir.

En los versos del señor Ascasubi, aún en sus cóleras y sus indignaciones patrióticas, en sus lides políticas, muestra siempre ese buen humor que indica la necesidad de reír y de hacer reír, sin ser enfadoso ni pobre o de espíritu; pues no siempre es justa la máxima de Vauvenargues:

La moquerie est souvent indigence d'esprit.



El bardo argentino se exhibe las más de las veces burlón y tundador; pero no es cruel en sus sátiras, ni mordaz en sus epigramas: «pica como una abeja sin veneno.» Sin embargo, en más de una ocasión sus rimas han debido causar escozor al prójimo.

Aun cuando muchas composiciones del señor Ascasubi presentan hermosos versos que pudiéramos citar como modelos en su género, nos abstenemos de hacer transcripciones, una vez que pensamos   -XV-   reproducir muchas de las poesías contenidas en los dos tomos de obras completas del autor, como en su romance «Los dos Mellizos», y en su periódico titulado «Aniceto el Gallo.»

Antes de terminar este artículo nos permitiremos trazar algunas líneas acerca de la biografía del autor.

Hilario Ascasubi nació en la provincia de Córdoba, el año de 1807, de camino su familia para Buenos Aires, en cuya ciudad hizo sus primeros estudios. En 1819 emprendió un viaje por la América del Norte y la Guayana francesa. Embarcose el señor Ascasubi en la barca llamada la Rosa Argentina, primera que atravesó la línea equinoccial, llevando orgullosa el pabellón mercante de la República Argentina: 1822.

En 1822 regresó a Buenos Aires; después se encaminó a Bolivia, y tres años más tarde bajó a la provincia de Salta, en la República Argentina. A la sazón se organizaba en esa provincia un cuerpo de infantería con el noble objeto de libertar a la república oriental del Uruguay, de la dominación de los brasileros, a quienes venció el ejército argentino en la batalla de Ituzaingó, el 20 de febrero de 1827. Ascasubi sirvió bajo las órdenes del bizarro coronel José María Paz, y luego a las del general Lavalle.

En 1828 quedó consolidada la independencia del Uruguay, y Ascasubi volvió a Buenos Aires, afiliándose en el partido que el sanguinario Rosas llamaba «de los salvajes unitarios.»

Rosas, con sus instintos de hiena, persiguió a todos los buenos patriotas; Ascasubi no podía dejar de ligurar entre las víctimas de ese tirano, y fue aherrojado en un oscuro calabozo, donde permaneció 23 meses. De tan agradable morada fue trasladado a otra hermosa residencia, a bordo de un pontón, El Cacique; y allí empezó el bardo a extender sobre el papel sus primeros versos gauchos.

Pero Rosas no se limitó a hacer esas caricias y tales agasajos al poeta porteño; hizo algo más: ordenó que le fusilasen por pronta providencia; pero uno de los gobernadores delegados del famoso restaurador y federalista, don Tomás Manuel de Anchorena, tuvo el buen gusto de no cumplir esa orden, caso raro de desobediencia en aquella época bendita de la mashorca.

El benigno y civilizado Rosas se hallaba a la sazón en campaña. Al regresar a Buenos Aires supo que Ascasubi no había sido fusilado, y lo mandó prender de nuevo: hizo que le encerrasen en una fortaleza, teniendo el propósito de hacerle emprender luego el viaje de donde no se vuelve; y a fe que así habría sucedido, si el gaucho cantor no hubiera tenido la idea de trepar sobre la muralla y dejarse caer en un foso que estaba a 15 metros más abajo. En tal ejercicio gimnástico pudo haberse roto la cabeza; pero más seguro era que Rosas se la mandara cortar: el cálculo del bardo fue, pues, muy acertado. De su salto peligroso salió bien Ascasubi, y pudo ponerlas en polvorosa y asilarse en el territorio de la República Oriental.

Desde Montevideo, donde se habían refugiado centenares de argentinos perseguidos por Rosas, Ascasubi declaró guerra abierta al tirano, poniendo al servicio de la buena causa su espada, su pluma y sus recursos pecuniarios.

En 1843, después de tantos años de luchas, en que Ascasubi   -XVI-   perdió dos hermanos y muchos amigos, Rosas envió a su igual, el cruel Oribe, a que conquistase la Banda oriental. Fue entonces que intervinieron la Francia y la Inglaterra con sus escuadras y mas de 4.000 hombres de desembarco, fuerzas que permanecieron en Montevideo.

En 1851, el general don Justo José de Urquiza se pronunció contra Rosas, batió a Oribe y engrosó sus filas con los soldados de ese sanguinario militar. Aliado más tarde con los brasileros, emprendió su campaña contra el tirano, a quien puso en vergonzosa derrota en Monte Caseros, el 3 de febrero de 1852.

En aquella memorable y gloriosa campaña, Ascasubi figuró como ayudante de campo del general Urquiza.

Desde que la República Argentina recobró su libertad, Ascasubi le ha seguido prestando sus útiles servicios. En el deplorable conflicto que surgió entre Buenos Aires y las trece provincias, Ascasubi tomó parte por la provincia disidente.

El poeta argentino acaba de hacer un viaje a Europa, y no dudamos que al regresar a su patria se esforzará por excitar el patriotismo de los argentinos, a fin de que pongan término a esas querellas de familia que impiden el adelanto del país en el interior, quitándole prestigio en el exterior. Esa es la misión de un buen ciudadano y del poeta de la moderna escuela, que es la sostenedora del Derecho y la Justicia.

J. M. Torres Caicedo

Como complemento a las noticias biográficas que en el anterior artículo inserta el señor Torres Caicedo, reproducimos la vista fiscal que se dio en el expediente de retiro a inválidos, promovido por el señor Ascasubi.

Dice así:

Excelentísimo señor:

Por las poderosas razones que expresa la Comandancia general de Armas y la Contaduría general, es evidente que al señor teniente coronel don Hilario Ascasubi le corresponde el retiro a inválidos con las dos terceras partes del sueldo de su clase.

Pero si la causa que combatió la tiranía sangrienta de Rosas ha triunfado, si los servicios prestados a esa causa de la civilización contra el crimen y la barbarie son grandes méritos para con la patria, es preciso hacer a favor de los ciudadanos que prestaron señalados servicios en esa lucha horrible, todo cuanto sea permitido, aun dando una interpretación lata a la ley de setiembre.

  -XVII-  

El señor teniente coronel Ascasubi, de pública notoriedad, ha sido uno de los militares que, habiendo pertenecido desde muy joven al ejército nacional de la guerra del Brasil, perteneció siempre a la causa de la libertad; por ella se ha sacrificado, ha emigrado, fue encarcelado y borrado de la lista militar; perteneció a los ejércitos libertadores, al sitio de Montevideo, a la cruzada para derrocar a Rosas, y ha estado constantemente del lado de la causa de los principios durante el sitio de esta ciudad y de todos los conflictos por que ha pasado el país. Con sus fondos particulares proveyó de armas al general Lavalle, armó y tripuló un buque a su expensa durante la cruzada del mismo general, y su casa y su fortuna han estado siempre a disposición de sus compañeros de emigración.

Cuando estuvo en buenas condiciones de fortuna, pidió su separación del servicio por no ser gravoso al Estado, dando a establecimientos públicos los sueldos que se le adeudaban.

Desgracias inesperadas le han hecho perder su fortuna, en edad avanzada; o inútil ya para servicios activos, rodeado de sinsabores domésticos, debe ser recompensado por sus méritos notorios.

La ley de pensiones acuerda la totalidad del sueldo a los que quedaron inutilizados por función de guerra, inciso 1º, artículo 17. El Fiscal cree que Vuestra Excelencia en atención a los remarcables servicios de este Jefe, que es más meritorio que si se hubiese inutilizado por heridas en función de guerra, debiera acordarle el sueldo íntegro con retiro a inválidos.

Rufino de Elizalde.

Buenos Aires, noviembre 18 de 1857.

En comprobación de los juicios del señor Torres Caicedo reproducimos uno de los varios artículos que un periódico de Buenos Aires, La Tribuna del 5 de setiembre de 1861, redactada por el señor don Héctor Florencio Varela, publicó bajo el epígrafe siguiente:

POESÍAS DE ASCASUBI

Si en alguna parte se reconoce el mérito, y se aplaude el talento, es en el seno de la vieja Europa.

Ascasubi, a quien alguno llamó con razón, por la popularidad de sus cantos, el Beranger Argentino; Ascasubi, de quien Florencio Varela, y todos los hombres distinguidos del Río de   -XVIII-   la Plata, han hecho el mayor elogio que pueda tributarse a uno de esos seres a quienes la Providencia regala una chispa de su divina inspiración; Ascasubi, que con la sencillez y naturalidad de sus cantos ha infundido, en gran parte, el amor a la libertad en el corazón de nuestras masas, acaba de recibir en París una ovación merecida a su genio y a su talento de poeta.

El Correo de Ultramar, cuya importancia como periódico conocen todos, le ha consagrado el bello artículo que hoy reproducimos en la primer página de La Tribuna.

Lo firma el señor Caicedo, uno de los redactores de aquel diario, a quien, aunque de carrera, tuvimos el placer de apretar la mano en una de las veces que, de paso, estuvimos en ese inmenso salón de lujo, encantos y delicias, a que se llama París.

El señor Caicedo, distinguido escritor americano, es, como se verá por su escrito, una persona competente y caracterizada, para juzgar las poesías de Ascasubi, y que al elogiarlas reproduce en El Correo de Ultramar.

Como Argentinos, nos felicitamos de los elogios tributados al famoso Aniceto el Gallo, por uno de los órganos más caracterizados de la prensa europea, y como amigos suyos, lo recibimos a él por el honor que le hace esa manifestación, tan justa como merecida.

El 6 del mismo mes y año El Nacional, también periódico de Buenos Aires, escribió igualmente lo que sigue:

EL POETA ASCASUBI

El mérito verdadero no se oculta nunca, ni pierde en su esencia por más olvidado que permanezca, por algún tiempo.

El brillante oculto en un terreno cualquiera, sale a fascinar con sus rayos a las más elevadas cortesanas; la perla escondida en su concha, sólo tiene valor cuando es conocida del vulgo, mientras que nadie se ocupaba de su mérito verdadero antes de la publicación de su valor.

Como el brillante, como el oro, como las perlas ocultas en las entrañas del globo, estaban para la Europa las obras de nuestro célebre Aniceto el Gallo. El señor Torres Caicedo, toma hoy con la punta de su brillante pluma el nombre de Hilario Ascasubi y lo pone en exhibición, y le corona con una aureola de gloria para que la Europa sepa que también aquí, entre estos bosques americanos donde nos creen salvajes todavía, hay talento, hay imaginación, hay genio.

El señor Caicedo es poeta, y poeta de corazón; sus palabras   -XIX-   sobre las obras del coronel Ascasubi le honran, y por ellas felicitamos a nuestro amigo, a quien antes que Caicedo hemos rendido nuestros tributos.

En el periódico La Regeneración, que se publicaba en el Uruguay, el distinguido profesor don Marcos Sastre escribió en el numero del 6 de julio de 1851 el siguiente juicio:

PAULINO LUCERO

Nos es sumamente grato publicar en nuestras columnas el bellísimo poema «Paulino Lucero», dedicado por su distinguido autor al heroico general Urquiza, tan expectable hoy por resumir en su noble política y generosa personificación la gran cuestión de las libertades del Plata, ahogadas hace 21 años por Rosas, tirano detestable. «Paulino Lucero», compuesto hace cinco años y publicado en Montevideo, ha sido refundido y adaptado a la situación de nuestra actualidad, que con una previsión que habría derecho de apellidar profética, entrevió y anunció desde su primera aparición. Hoy que providencialmente vemos convertido en una prestigiosa realidad, aquello mismo que en la primera aparición del poema fue clasificado, por muchos, de meros ensueños de poeta; hoy que la Patria levanta su noble cabeza, y muestra con santo orgullo que la raza de hombres grandes que tanto han ilustrado sus fastos, y que tan encarnizadamente ha perseguido con el exterminio el bárbaro Rosas, renace llena de noble vigor en la persona del magnánimo general Urquiza, para revindicar sus derechos y sus glorias, y colocarse definitivamente en el rango de nación libre y civilizada, creemos con entera convicción que la publicación del poema será de completa aceptación, no sólo por el fin político que envuelve, sino también por el relevante mérito que lo distingue y coloca en el repertorio de nuestras nacientes glorias literarias.

«Paulino Lucero» como todas las composiciones de su autor, toma una dirección verdaderamente grande, y cual otro Beranger, marcha tras la Patria, la libertad, el pueblo; que es su Musa y su Parnaso.

El comercio del plata, periódico de Montevideo, publicó en su número de 26 de agosto de 1851 el artículo que reproducimos a continuación, debido   -XX-   a la pluma del ilustrado literato argentino, doctor don Vicente Fidel López.

URQUIZA EN LA PATRIA NUEVA

Pocos días hace que recibimos de Entre-Ríos una nueva obra del señor Ascasubi que juzgamos muy digna de llamar la atención de los amantes de la bella literatura, como lo es siempre todo talento verdaderamente original y fuente. El señor Ascasubi es un poeta dotado de una admirable fecundidad en la concepción y en los detalles de sus cuadros. Parece que para hallar el encanto con que sabe hechizar a sus lectores, le basta tender sobre el vasto y magnífico suelo bañado por el Plata la vista sagaz con que fue dotado por la naturaleza; tal es la precisión de sus pinturas y el amenísimo y verídico colorido con que hace resaltar los personajes y los hábitos nacionales que idealiza.

No es nuestro ánimo, por supuesto, usurpar aquí el lugar de críticos para apreciar en su conjunto y en un sentido el talento especial del señor Ascasubi, o para investigar las infinitas bellezas de detalle con que tanto sobresalen las bellas obras que ha escrito.

El autor de Los Mellizos está ya juzgado por el mundo Sud Americano: su palma será -nos complacemos en creerlo- eterna como la historia y la naturaleza de nuestros países; y a este respecto sólo le deseamos sosiego de espíritu y protección para que cumpla las bellas promesas de su talento, y pueda dotar a la literatura nacional de ese carácter distintivo que sólo él ha sabido dar, y que sólo él aparece hasta aquí como capaz de consagrar con fijeza y brillantez.

Cuando nuevas razas y nuevas cosas hayan cubierto nuestro territorio, cuando los tipos poéticos de nuestra vida actual hayan desaparecido por la superposición de nuevas entidades y por la invasión de los hábitos e intereses de la vida civil e industrial, cuando nuestros desiertos y el hombre de nuestros desiertos, como los cazadores y los tramperos de Cooper hayan cedido su lugar a la actividad acompasada y material de nuestra grandeza futura, los cuadros y las creaciones del señor Ascasubi serán sin disputa la fuente, los antecedentes homéricos de nuestra futura literatura, y en este concepto es inmenso el valor histórico a que creemos está reservado ese nombre reducido hoy entre nosotros a un valor modesto tal vez. ¡Pluguiera al Cielo que la noble aspiración de merecer tan bello destino le alentase para el trabajo hoy: y para concebir y ejecutar obras de meditación y de paciencia.

Sin poderlo remediar íbamos ya a extraviarnos del objeto-circunscrito que nos habíamos propuesto al comenzar.

El general Urquiza en la Patria Nueva, es a nuestro juicio una de las más bellas producciones del poeta argentino que nos ocupa. No era extraño tampoco que así fuera. La inspiración producida por el campeón que ha tomado sobre sí la magnífica empresa de nuestra regeneración, la resurrección de una patria por tantos años envilecida, y arrastrada en el lodo por la más espantosa   -XXI-   de las tiranías; que en los momentos del más fatal y desvalido desaliento levanta repentino su voz para decirnos: «¡Ea, hijos del suelo argentino y oriental, levantad vuestra frente del sucio polvo, que aquí tenéis todavía un brazo fuerte para daros patria y un corazón que la sabe comprender grande y vigorosa para el bien de todos!» La inspiración, decíamos, producida por tan sublime revolución, no podía menos que hacer vibrar en el poeta las cuerdas más delicadas y armoniosas de su feliz talento.

Y en efecto: las bellezas de esta producción del señor Ascasubi son eminentes. Nos guardaremos por cierto de obedecer a la tentación de extraerlas aquí para mostrarlas: cualquiera que las tome en las páginas salidas de la prensa de Entre-Ríos, conocerá que no excedemos en un ápice los límites de la justicia al darle al autor nuestros aplausos.

Aunque la pintura del Río Uruguay es en el poema que nos ocupa un trozo singular de sencillez y de vigor poético, reducidos por los límites que nos estrechan, tenemos que dejarla para concluir con una observación capital. El señor Ascasubi pertenece como talento al género de Cervantes; sus personajes se elevan al tono poético, como tipos del buen sentido popular; y siempre ardoroso enemigo de los gérmenes del mal y de las preocupaciones atrasadas que nos han afligido durante todas nuestras luchas y desgracias civiles, mantiene, por decirlo así, y propaga en nuestras masas la doctrina del orden, de la moral y de la civilización. En este sentido las obras del señor Ascasubi tienen un inmenso valor social, porque unen a la más sana tendencia en política y en moral toda la fascinación de las narraciones y de los cuadros artísticos de la poesía.

Nos complacemos en esperar que el autor y sus trabajos están destinados a recibir una eficaz protección y fomento en la Patria Nueva que alborea para nuestra tierra por tantos años desgraciada. Concluimos pues rogando al cielo que las dulces promesas que tiene hoy pendientes sobre la frente del hombre y de la patria, se cumplan todas y formen la imperecedera bendición del uno y de la otra.

El Nacional de Buenos Aires, en su número del 22 de mayo de 1853, insertó un larguísimo artículo de su redactor el distinguido publicista don Palemón Huergo, analizando las poesías de Ascasubi, de cuyo artículo tomamos las bien consideradas reflexiones que siguen:

LITERATURA NACIONAL

¿Tiene algo de original nuestra literatura?

He ahí la pregunta que se han hecho muchas veces los hombres   -XXII-   pensadores, sin que jamás haya podido ser resuelta en la afirmativa.

Entre los habitantes del Continente Americano, y con especialidad en los de ambas orillas del Plata, se nota visiblemente una disposición natural hacia el rápido desarrollo de la inteligencia, imaginaciones vivas, fogosas, entusiastas, predispuestas siempre a todo lo que es grande, maravilloso y bello, que unidas a cierta organización armónica que parece serles inherente, ha producido en todos tiempos un número crecidísimo de poetas, de que han podido vanagloriarse, citándose entre ellos no pocos, que figurarían aun al lado de los más ilustres nombres de los literatos modernos de la Europa.

Pero por muy dignos de atención que hayan sido sus trabajos, no han llevado en sí el sello de la originalidad; ni podía ser de otro modo, desde que, circunscritos a reproducir las mismas escenas de la vida civilizada, y empapados sus pinceles en los colores del viejo mundo, no presentaron sino una reproducción de aquellos cuadros, ardientes y entusiastas, tiernos y desesperantes, enérgicos o suaves, de Biron, Lamartine, Victor Hugo, Espronceda o Larra, etc.

La misma naturaleza, las mismas escenas, las mismas impresiones, y por consiguiente la misma escuela debían imprimir un sello idéntico a las producciones americanas; por eso ha debido asegurarse que no teníamos literatura propia.

En épocas como la actual, en que la civilización cunde con la rapidez del rayo, por medio del vapor y la electricidad, difícil es sin duda que una nación pueda conservar un carácter tan especial y exclusivo en sus obras, que poniéndolas fuera del alcance de las demás pueda crearse un título de originalidad, y mostrarlo al mundo como una hoja privada de su corona literaria.

Las producciones en estilo gauchi-poético que de algunos años a esta parte ha producido la pluma hábil del señor Ascasubi, nos han venido a probar esta verdad, y resuelto por la afirmativa la cuestión que por tantos años fuera decidida de un modo negativo.

La vida errante, sin traba alguna de las conocidas en los círculos de las sociedades civilizadas, del gaucho argentino, que nacido, criado y educado, entre la vasta pampa que forma su campaña, ha aprendido desde los primeros días a luchar con los elementos, a vencer las fieras, a despreciar la vida, a hacerse superior a todo ser y a toda cosa humana; las faenas del pastoreo, acostumbrado a desempeñarlas según el método admitido de los indígenas, sin más instrumentos, tanto para ellas, cuanto para todas sus exigencias, que el cuchillo, el lazo y el potro, con que ha conseguido vencerlas y héchose superior, satisfaciendo todas las necesidades de su vida, errante por costumbre, por necesidad, por gusto o por inclinación; sus hábitos, usos y costumbres, necesariamente excepcionales, como lo son todas las demás escenas de su vida, escenas desconocidas hasta hoy al viejo mundo, su lenguaje figurado, enérgico, entusiasta, siempre abrumado de imágenes y comparaciones; todos estos cuadros nuevos producidos por la particularidad e inmensa despoblación de tan vastos territorios en que nuestros primeros padres confundiendo su raza   -XXIII-   con la de los indígenas, dieron origen a una clase intermediaria entre el europeo civilizado y el indio salvaje, produjo necesariamente el gaucho, que nacido en esas vastas soledades, nació, creció y murió sin conocer más mundo, ni más escena, que el horizonte de la pampa, los ganados, su caballo, su lazo; que no reconoció más autoridad que la suya, ni más propiedad que el comunismo: todo esto pues, sufriendo las modificaciones, que el tiempo ha debido ir produciendo gradualmente, ha dado por resultado el gaucho criollo de las pampas argentinas, algo más civilizado, con una imaginación ardiente y una inteligencia viva; y que, viviendo en el mismo teatro que dejamos descrito, ha adquirido hábitos especiales y desconocidos en sus formas y en su expresión a todo el resto del mundo.

Todo esto vino a ser desde luego un gran material de originalidad, reservado para revelarse algún día al mundo civilizado. Esas escenas en todas sus varias y complicadísimas formas debían ser una novedad, y para que ellas pudiesen llamar la atención del hombre inteligente o del filósofo, preciso era también que sus cuadros fueran dados a luz por el pincel de un poeta, igualmente original e interiorizado a fondo de la vida íntima del espíritu, tendencia, recursos, medios de vida, lenguaje y modismos del Gaucho argentino.

Aquella sociedad, cuyos colores no habían sido antes revelados, ni de los que el mundo europeo puede formar idea por la simple imaginación, no podía ser diseñada con verdad, sino por un poeta privilegiado que, intérprete de ella, la hiciese palpable en sus diversas fases; y era esto tanto más necesario cuanto que sus inspiraciones debían amoldarse a un género de poesía, cuyo original sólo hallaría por el estudio científico y la meditación profunda y detenida, desentrañando el secreto de esas escenas que se presentaban a sus ojos, hasta encontrar en ellas, como el cirujano que con el escalpelo en mano sorprende las secretos de la vitalidad, los resortes íntimos que las animan.

Varios poetas han intentado pintarnos el cuadro de la vida del Gaucho Argentino. Entre ellos se cuenta don Bartolomé Hidalgo, a quien debe considerarse como el creador de este nuevo género de poesía; y a quien nadie negará las cualidades de un hábil y experto versificador, y perfecto conocedor de la sociedad íntima de los libres habitantes de la extendida pampa. Pero sus cuadros descriptivos, pocos en número y reducidos en el límite de su extensión, no alcanzaron a llenar todos los requisitos que exige el arte para colocar el estilo gauchi-poético en que se ejercitó su florida imaginación, ni eleváronle a la altura que él requiere para que pudiera colacárselo entre el catálogo de las bellas letras.

El señor Ascasubi, dominando en globo el vasto espacio del horizonte que su producción no había alcanzado a salvar, sobreponiéndose a todas las dificultades que ofrece siempre un género nuevo, dando expansión a su imaginación inagotable, llevó su pensamiento por todos los intrincados y caprichosos laberintos que ofrecen sus hábitos, sus costumbres y su lenguaje, sorprendiéndolos y revelándolos al mundo en todas sus   -XXIV-   faces diversas, realzando este género de poesía hasta adquirir esa regularidad necesaria para ocupar un lugar entre ellas.

El bardo argentino ha cantado en este estilo gauchi-poético, jocoso, florido, lleno de imágenes vivas y graciosísimas, recorriendo todas sus notas severas y profundas, suaves y melancólicas, entusiastas o arrebatadoras, casi todos los sucesos que forman parte de la vida de nuestros paisanos de la campaña. Él ha descrito nuestras fiestas, nuestras disensiones políticas, nuestras esperanzas, nuestros infortunios; han vibrado en sus cuerdas nuestros recuerdos del pasado y nuestras esperanzas del porvenir. En una palabra, el señor Ascasubi ha sido el único que hasta ahora ha abrazado todo el horizonte que a su viva imaginación ofrecía aquella nueva fuente de poesía, y es por esta razón que opinamos que él será el primero a quien la literatura ceñirá la corona del gauchi-poeta.

Opinan algunos que el estro gauchi-poético no merece clasificación especial en la literatura, no debiendo reputársele original, pues que él no es otra cosa, que una semejanza de los cuadros poéticos de los antiguos pastores, los cantos andaluces u orientales, las melodías de Moore, o las canciones de Beranger; vamos a demostrar lo contrario. Por más que haya diferencia de estilo y expresión entre las composiciones que dejamos citadas, preciso es notar que su especialidad sólo existe en ellos, en tanto que las imágenes permanecen comunes a todas las naciones, y se prestan a la imitación, pudiendo ser reproducidas por el poeta hábil en su idioma, extraño al de su creador.

Y esta verdad la encontramos de manifiesto, si nos fijamos que las composiciones andaluzas hallan su semejanza en las agudezas de las canciones irlandesas, y los cánticos orientales se reproducen en las melodías de Moore, los aclimata Victor Hugo, y Arolas se los apropia de tal manera, cual si fueran fruto indígena de la España.

Hay algo más aun que observar; y es que este género de poesía podrá ser siempre en toda época reproducido, porque las imágenes están al alcance de todos, porque ellas pertenecen a todo el mundo, no habiendo más que obtener para realizarlas que la reproducción fiel del modo de expresarlas. Pasarán mil años, y el hombre que jamás haya salido al campo, podrá formar una idea de la vida de los antiguos pastores, porque ella no es sino un reflejo de la sociedad general, despejada de sus grandezas, y reducida a la humildad y la inocencia; y para comprender con alguna exactitud este cuadro, solo se necesita un poco de meditación y un estudio mediano de las necesidades y medios de llenarlas, de la época.

Pero los cuadros gauchi-poéticos, están muy distantes de prestarse a ese simple análisis. Ellos son la representación de campos fértiles o inmensos, ocupados aquí y allá por ganados cerriles, y habitados por hombres nacidos de la mezcla de dos razas diferentes, representando la una la civilización, la otra la barbarie, de las que ha resultado una raza especial, que conservando hasta cierto punto los usos primitivos de una de ellas, ha adquirido también hasta cierto grado algunas formas de la   -XXV-   otra. Su vida excepcional, su lucha constante con las fieras y la naturaleza, la han dotado de un carácter puramente especial que ha recibido por el tiempo diversas modificaciones; y la influencia del clima, la grandiosidad del vasto horizonte que por doquier la rodea, su vida siempre expuesta a los peligros, y acostumbrada a desafiarlos, su lenguaje figurado y gracioso, ayudado de una imaginación siempre dispuesta a vibrar tras lo grande y bello, todas estas razones han debido necesariamente un ser especial, desconocido hasta entonces de la Europa. Su completa ignorancia de las escenas de la vida civilizada y del progreso del mundo, el modo especial y desconocido hasta allí de ejercitar su inteligencia, y llenar las necesidades de la vida, han debido también contribuir más aún para marcar todos sus actos con el sello de la originalidad.

Y si no, dígasenos ¿dónde está fuera de la América el ser que en el mundo habrá llenado todas las exigencias de la vida, sin más instrumentos que su caballo, su cuchillo, el lazo, y las boleadoras?

Pues bien; este ser que ha reducido a estos solos objetos todas sus necesidades, pues que con ellos tiene en sus manos todos sus recursos, es indisputable que es un ser original entre los demás seres, y que originales serán los cuadros que le representen, y original de consiguiente el pincel que haya de trazarlos fielmente.

Y decimos original -porque el poeta tiene que representar objetos desconocidos al gaucho, circunscribiéndose a describirlos por medio de la representación que hace de ellos, a los únicos objetos que aquel conoce- y representando estos un círculo tan reducido, la imaginación del poeta precisa de una fuerza de originalidad extraordinaria para ofrecerlos a su comprensión, de modo que a la simple vista de ellos pueda reconocerlos. Aquí, el objeto que se describe, y aquel con que se le compara, son las más veces de especies, naturalezas, formas y existencias tan diversas y originales al mismo por una parte, que, para que el poeta pueda representarlas con exactitud, requiere dotes muy esenciales, sin las que jamás conseguirá lo que se requiere, aun en los objetos vulgares que se reproducen, cual es la exactitud y fiel semejanza del cuadro.

Partiendo de este principio, hemos opinado, y creemos suficiente lo dicho, para que se considere demostrado, que el estilo gauchi-poético es un género de poesía nacional, siendo él lo único que podemos llamar entre nosotros original.

Y debe observarse que no es sólo notable en este sentido, sino que lo es mucho más por presentar la particularidad de que a la par que los anteriores podrán ser reproducidos, y existirán siempre mientras se conserve la civilización entre las naciones, las inspiraciones gauchi-poéticas están destinadas a morir para no reproducirse jamás, a menos que no supongamos la descubierta de un nuevo mundo que, presentando las mismas faces que la América, reciba en su seno los mismos elementos de reproducción y progreso. El bardo gauchi-poético no podrá   -XXVI-   existir ni aun entre nosotros, ni ser reproducidos sus cuadros por nuestros descendientes.

El día llegará sin duda en que, pobladas y cruzadas por caminos de hierro nuestras extensas campañas, fatigadas las tierras por la mano incansable y laboriosa del agricultor, cercadas y ceñidas a círculos estrechos las propiedades, atravesados los ríos por vapores, los canales por puentes o acueductos, el hombre pensador buscará un vestigio que le revele los secretos de esa vida errante y original que llevaron sus ascendientes, esa misma vida que llevan hoy los paisanos de nuestra campaña, y en vano se fatigará en el estudio por descubrir entre las nuevas creaciones del arte y de la industria, un vestigio que testifique la existencia de estos tiempos. -Todo habrá desaparecido- y el gaucho Argentino será sólo un recuerdo entre la historia de los pueblos Americanos.

La historia, que desdeña estampar en sus páginas las escenas vulgarizadas y habituales de la época, no ofrecerá entonces sino uno que otro rasgo de su vida, por los que sera imposible al filósofo crear en su imaginación el cuadro retrospectivo de la vida del gaucho.

Entonces, no trepidamos decirlo, el señor Ascasubi será el bardo privilegiado en cuyas páginas irán a buscar la representación fiel de las escenas de estos tiempos, las que por más naturalmente que ellas hayan sido trazadas, apenas comprenderán con mediana exactitud los venideros. Allí irán a sorprender los secretos de esa vida, que el tiempo habrá borrado de la faz de la América, y guiados por el genio y las felices descripciones del bardo Argentino, asistirán como con él hasta el seno del hogar doméstico a desenterrar los secretos de su vida, fiestas, tareas, luchas, aspiraciones, e inteligencia.

Al terminar esta breve reseña en que hemos creído hacer justicia al mérito adquirido por el señor Ascasubi en sus producciones gauchi-poéticas, queremos hacer presente algunos trozos de sus trabajos, pues desearíamos justificar algún tanto nuestras opiniones, remitiendo a las fuentes que vamos a citar a los que, quieran verificar nuestra imparcialidad o justa apreciación de sus obras.

El señor Ascasubi ha publicado infinidad de producciones en que están representados gran parte de los principales sucesos que de veinte años a esta parte han tenido lugar en nuestras disensiones políticas, todo lo que anda diseminado en folletos sueltos, pero sólo de diez años a esta parte es que puede decirse que este poeta ha conseguido crearse su reputación. Sus producciones más recientes han sido efectivamente muy apreciadas, y oportunas siempre, pues que han figurado en ellas los sucesos más notables, que han tenido lugar desde el bloqueo francés. Entre ellas citaremos su «Carta ensilgada» a Mr. Thiers, «Los misterios del Paraná» un tomo titulado «composiciones poéticas por el gaucho Argentino Paulino Lucero», lleno de bellísimas descripciones, pensamientos jocosísimos, y ocurrencias chistosas y originales, que revelan en su autor una imaginación feliz, un conocimiento profundo de la vida de campaña, y un talento sobresaliente para la reproducción de escenas   -XXVII-   dramáticas; «Los dos Mellizos» es un romance que por sí solo creemos que, una vez concluido por su autor, valdrá por todas sus obras. Allí se ve fielmente reproducida la naturaleza, el campo, las escenas todas de esa vida errante, de sus habitantes, payadores, amores, y en una palabra todas las peripecias de la vida del gaucho. Pero, infelizmente, como si su autor hubiese querido imitar la indolencia o hábitos de sus héroes, que jamás permanecen quietos, ni dan fin a un pensamiento, parece que hubiera abandonado el de terminarla, pues sólo ha dado al público dos entregas, lo que es tanto más de sentirse cuanto que ella deberá ser la base fundamental en que habrá de reposar en adelante su crédito futuro.

Como hemos dicho ya, el señor Ascasubi ha dado a luz muchas otras producciones, pero sólo hemos hecho mención de aquellas que conocemos y que más han llamado la atención pública.

De los varios periódicos del Río de la Plata que hablan del señor Ascasubi, entresacamos como muestra algunas citas y reproducciones alusivas a nuestro poeta.

El Nacional de Buenos Aires publicó en 10 de febrero de 1853 que sigue:

LA TARTAMUDA

El señor Ascasubi, el poeta verdaderamente original del Plata, cuyas bellísimas composiciones han llamado la atención de los literatos y pensadores de ambas riberas, acaba de dar a luz una nueva y originalísima composición, como son generalmente todas las que produce su pluma.

La Tartamuda o la «Media caña que cantó un corneta Porteño, etc.», es una producción, en la que el bardo ha derramado toda la sabrosa sal de su fecunda vena. Los que han repetido con entusiasmo los versos del señor Ascasubi, sin conocer las circunstancias a que se refieren, no han podido jamás formar una idea à propos de sus chistes. Es por esta razón que felicitamos al señor Ascasubi, por su nueva producción, porque ella habilitará, por la primera vez, a sus compatriotas, a valorar ese torrente de poesía burlesca, juguetona y traviesa que respira cada una de las estrofas, y llevan al lector de una a otra escena en el arrebato de aplausos que necesariamente arrancan, en medio de la hilaridad que despiertan en el espíritu ocurrencias tan inesperadas cuando bellísimamente dichas.

  -XXVIII-  

¿Puede haber ocurrencia más original que la siguiente en que se pinta al Congreso entrando en la capital?


       Y allí por junto
    topé un carro cargado
       con un dijunto.
    Hasta encima del lecho
       lleno de barro
    y amarrao con torzales
       venía un carro,
¡Barajo!... qué olor! Cuánto me arrimé
al muerto jediondo que de Santa Fe
       venía tieso;
    y el carrero me dijo
       es el co... n... gres... so.



No siendo por ahora nuestra intención describir todas las bellezas que caracterizan los escritos del Señor Ascasubi, pues para ello no sería necesario dedicar una parte muy esencial de nuestro diario, cosa que nos es imposible en las actuales circunstancias, concluiremos felicitando a su autor por el momento de placer que nos ha proporcionado la lectura de la «Tartamuda», recomendándola al público como una curiosidad del arte, digna de figurar entre la colección de nuestros mejores poetas.

De La Tribuna de Buenos Aires copiamos lo siguiente:

ACRÓSTICOS DOBLES

Con placer publicamos a continuación las dos bellísimas e ingeniosas octavas en acrósticos dobles del célebre poeta oriental don Francisco A. Figueroa. Estas octavas, en confianza y medio furtivamente, las hemos tomado de un Album que ha pasado por nuestras manos, el cual pertenece a la señora oriental cuyo nombre se manifiesta en el segundo acróstico, etc.

  -XXIX-  



En el album de la señora dona Laureana Villagrán de Ascasubi


Letra A ltos          Letra A plausos gozas, oh argentino!
Letra S obre          Letra H idalgo, en donaire e inventiva;
Letra C uando          Letra I mitando el tono campesino
Letra A lzas          Letra L a voz en sátira festiva.
Letra S alve          Letra A niceto el Gallo! En tal camino
Letra U nico          Letra R einas, sin soberbia esquiva,
Letra B ardo          Letra I nsigne, si aquel vivo en la historia,

Letra I gual          Letra O superior brilla tu gloria.
Letra V iva          Letra L a predilecta hija de Oriente,
Letra I ris          Letra A nimador, que a extraña esfera
Letra LL evó          Letra U fana su luz; perpetuamente
Letra A mor          Letra R eciba, y oblación do quiera
Letra G oce          Letra E n torno loor, viendo en su frente
Letra R ica          Letra A ureola lucir, que duradera
Letra A lto          Letra N ombre lo dé; y así querida
Letra N ada          Letra A ltere su paz en larga vida.



F. A. de Figueroa.

Montevideo. Agosto 29 de 1856.

La Democracia, de Montevideo, haciendo la descripción de una reunión en que se hallaban personas notabilísimas, se expresa así en un artículo, suscrito por un célebre escritor y diplomático:

HORAS DE SOLAZ

Reunidos alrededor de una mesa perfectamente aderezada, en una de las salas del hotel Oriental, se hallaban antes de ayer unos cuantos amigos a quienes obsequiaba el señor Ascasubi.

Toda era gente de buen humor y de talento.

La comida fue espléndida, y reinó en ella la algazara festiva, con que siempre son engalanadas estas escenas, cuando existe cordialidad y esprit, y no escasean los vinos generosos.

El señor Figueroa, apenas servidos los primeros platos, y puede   -XXX-   decirse a quema ropa, fue el que primero, dio la señal de romper el fuego con la siguiente improvisación:



¿Quién es el Gallo Aniceto
que canta como un canario?
       Hilario.

En su amor antes voluble
¿quién reina ya soberana?
       Laureana.

En su dolor por Cristina
¿quién lo consuela y restaura?
       Laura.

En los espacios del aura
y del suelo en la amplitud
repita el eco: ¡Salud
a Hilario, Laureana y Laura!



Poco después, con el mismo estro y admirable facilidad que le distinguía, improvisaba el señor Figueroa las siguientes lindísimas cuartetas:



    Gloria al digno sucesor
de Hidalgo, al vate argentino
que en estilo campesino
no tiene igual en valor.

    Sí, Ascasubi, ¿quién no acata
tus poéticos encantos?
tú embelesas con tus cantos
las dos márgenes del Plata.

    Salúdote, amigo fiel,
y te pido aquí obsecuente
me des para ornar mi frente
una hoja de tu laurel.



Aniceto el Gallo pulsó su armoniosa guitarra y largó los siguientes trovos, cuyo mérito no puede apreciarse debidamente, sino oyéndolos recitar a su privilegiado autor, único que posee el secreto y la magia de ese lenguaje.



Sintiéndome algo templao
por el vino de champaña,
voy a ver si me doy maña
para largar un brindao4;
en el cual, por decontao,
alguna barbaridá
voy a decir, porque está
-XXXI-
mi cabeza mesmamente
como un horno de caliente;
pero, ¡qué Cristo! allá va:

Porque al poeta Ronquillo5
mi amigazo don Francisco,
blando al amor como un brisco6
y al Mus7 escoba o cepillo,
no se le muera el potrillo8
ni se le agote la vena
del buen humor, y sin pena
cien años más viva así,
en chaucha9, y como está aquí
con cara de luna llena.



En seguida pronunció algunas sentidas palabras el doctor don Francisco Pico, que quedó en enviarnos y no lo ha hecho sin duda por pereza de copiarlas, y el que estas líneas escribe cerró los brindis con el siguiente:


Allá en la argentina orilla,
entre los nombres más bellos
lanzando vivos destellos
el tuyo, Ascasubi, brilla;
y aquí en la Patria Oriental,
nuestro más ilustre Bardo
ciñe a tu frente gallardo
una corona inmortal.



A. Magarinos Cervantes.

La Tribuna del 25 de febrero de 1859 dijo:

ANICETO Y ANASTASIO

A continuación publicamos las líneas que Aniceto el Gallo dirige a Anastasio el Pollo.

  -XXXII-  

Es la literatura gauchesca, por no llamarla patria, que viene a aumentar la riqueza de la cosecha literaria que el desarrollo intelectual produce bajo el cielo Bonaerense.

He aquí esas líneas:

Señor don Estanislao del Campo.

Estimado amigo:

Al aplaudir de nuevo sus lindísimos versos gauchos, cuando acostumbrado guardar silencio respecto a ciertas producciones de este género que suelen publicarse por otros individuos, permítame decirle lo que el ilustre e infortunado poeta argentino doctor don Florencio Varela, más o menos dijo haciendo su juicio crítico en el Comercio Del Plata sobre una composición mía que se publicó en Montevideo intitulada La Media Cana.

Pero...


Antes digo yo que, si
Varela hoy resucitara,
otro gallo nos cantara
a usted, Del Campo, y a mí.
Ya se ve, también aquí
nuestras versadas al fin
son bosta de Chun-chulin,
porque hay muchos escribanos
que muy lindo a los paisanos
les hablan, pero... EN LATÍN.



Ahora lo diré en sustancia, y si mal no recuerdo, cuales fueron esas palabras con que anunció aquel ilustrado escritor mis versos:

«Con muchísimo gusto damos hoy un lugar preferente en las columnas de nuestro diario a varias estrofas de una bella composición que el folleto suelto va a publicar inmediatamente el señor Ascasubi a quien felicitamos sincera y merecidamente, como acostumbramos y es nuestro deber hacerlo siempre que por la prensa se publican versos tan bellos y floridos como los que recomendamos al público, pues respecto a los malos y empalagosos demasiado hacemos con guardar silencio después de leerlos.»

Pues bien, amigo del Campo, aplíquese usted como mías esas palabras sinceras del célebre poeta, en mérito de que todas las poesías gauchas que ha publicado usted en estos últimos días son, a mi juicio, muy lindas e ingeniosas, permitiéndome otra vez   -XXXIII-   aplaudirlas y felicitarlo íntimamente, mientras enmudezco respecto a otras que se han producido, las cuales, a usted, a mí, y a cuantos tengan orejas, indudablemente, si las han leído, se les habrá rotó el tímpano.

Soy de usted afectísimo amigo.

Hilario Ascasubi.

Buenos Aires. Febrero 25 de 1859.

CONTESTACIÓN DE ANICETO EL GALLO



    Al Mozo patriota y criollo
mi amigo Anastasio el Pollo:

Esta mañana, cuñao,
en la «Tribuna del día»
me almorcé la versería
con que usté me ha saludao.
Y aunque me veo apurao
por un que-hacer, que me abruma,
mesmo-así, tomé la pluma,
y después de mil esfuerzos,
conseguí estos fieros versos
concertarle, porque... en suma...

Confieso, amigo, que estoy
de sus compuestos prendao.
¡Por Cristo! que me ha tirao
lejos... ¡a fe de quien soy!
y es notorio que antes de hoy
publiqué esta confesión,
también haciendo intención
de ecederle la vedera,
y servirlo en donde quiera
con toda veneración.

Ahora sé que así le pago
el cariño y cortesía
con que me saluda hoy día,
como que es deber el que hago.
Y no crea que este halago
sea lisonja, es completo;
pues lo apreceo y respeto
desde lo alto a lo profundo,
y firme hasta el fin del mundo
seré su amigo:
Aniceto.



Buenos Aires. Febrero 25 de 1859.

  -XXIV-  

La misma Tribuna publicó en el número del día siguiente al anteriormente citado:

ANASTASIO Y ANICETO

Ayer publicamos la carta que nuestro amigo don Hilario Ascasubi o Aniceto el Gallo dirige a nuestro amigo don Estanislao del Campo o Anastasio el Pollo.

Hoy publicamos a continuación las palabras con que nuestro amigo Del Campo contesta a nuestro amigo Ascasubi. Son las siguientes:

Febrero 26 de 1859.

Señor don Hilario Ascasubi

Mi querido amigo:

Si en los renglones que me dirige usted por la Tribuna de hoy, hubiera hallado solamente la aprobación del maestro para los trabajos del discípulo, la habría aceptado tal vez, no porque en tal caso abrigase yo la creencia de merecerla, sino porque en el juicio favorable de su inteligencia para mis pobres versos, habría visto un germen de estímulo para muchos de nuestros jóvenes compatriotas, que poseyendo una rica inteligencia y una brillante y natural disposición para cultivar el género de literatura tan útil en nuestro país, y que el renombrado Hidalgo y usted han inmortalizado, se abstienen de ejercitar esas dotes por un temor indisculpable bajo cualquier punto de vista.

Pero no es solamente la aprobación para mis humildes versos la que usted me envía en el diario de hoy.

Usted, generoso amigo, hace una transmisión en favor mío de los justos elogios que a sus bellas e ingeniosas producciones tributó el ilustre y malogrado doctor Varela.

Usted arranca de sus hombros las doradas charreteras del viejo general, para adornar con ellas los juveniles y débiles del cadete.

Usted arranca de la sien laureada del Vate de la Pampa la rica corona que lo ciñó el genio, para adornar con ella la humilde frente del pobre versista.

Mas bien dicho: -usted ofrece al débil y deslucido Pollo, las agudas púas y el elegante plumaje del arrogante Gallo.

No, querido amigo: no puedo ni debo aceptar las palabras de Varela, que usted me transfiere.

Queden ellas en la Tribuna de hoy despertando en la imaginación de dos Repúblicas el mal dormido recuerdo de las anchas brechas, que la batería gloriosa de Paulino Lucero abrió en los baluartes que la tiranía levantó en ambos márgenes del Plata.

  -XXXV-  

Al citar las palabras del doctor Varela, y con aquella chispa que brilla siempre en sus producciones me dice usted.


Antes digo yo que, si
Varela hoy resucitara,
otro gallo nos cantara
a usted Del Campo y a mí.



Comprendo perfectamente, querido amigo, el amargo sentimiento que ha tenido usted el capricho de retratar con el pincel del chiste, y permítame decir a mi turno:


Yo creo también que, si
resucitara Varela,
hoy alumbrara otra vela
a usted, amigo, no a mí.



Antes de cerrar estas líneas, diré a usted, querido amigo, que al bajar a la arena de la literatura gauchesca, no llevo otra mira que la de sembrar en el árido desierto de mi inteligencia la semilla que he recogido de sus hermosos trabajos, por ver si consigo colocar, aunque sea una sola flor, sobre el altar de la Patria.

Su afectísimo etc.

Estanislao del Campo.

En la inmensa colección que tenemos a mano de elogios y apreciaciones sobre nuestro autor, vamos ahora a escoger al acaso algunas cartas que le han sido dirigidas por notabilidades eminentes.

Cuando se publicó en Montevideo el poema Paulino Lucero, el autor lo repartió entre sus relaciones mandándolo con una carta impresa, la cual por adorno tenía litografiada en una esquina del papel la figura de un Gaucho a caballo, el cual iba al galope llevando en la mano una carta, que era la referida circular, escrita con los versos siguientes hechos por Paulino Lucero. A esos versos, pues, el señor doctor don Valentín Alsina, gobernador que ha sido de   -XXXVI-   Buenos Aires en 1853, contestó de su puño y letra lo que se verá al pie de los versos:

Señor don Valentín Alsina.

Montevideo. Noviembre 15 de 1846.



    Aquí venía, señor,
(Perdone el atrevimiento)
a entregarle un argumento
de PAULINO el payador.

    LUCERO, tope o no tope,
ahí le manda una versada,
a ver, señor, si le agrada,
y yo no pierdo el galope.

    Con que, si me quiere dar
cualquiera contestación,
a recibirla, patrón,
vendré después de sestiar.



El compadre de Paulino.

CONTESTACIÓN



    Pues acérquese, señor,
que eso no es atrevimiento,
y yo acepto el argumento
de tan lindo payador.

    Y dele cuando la tope
un duro por su versada:
llévelo ya, si le agrada,
evítese otro galope.

    Y con lo que él le ha de dar
por esta contestación,
échese, por su patrón,
un trago antes de sestiar.



A.

  -XXXVII-  

De las muchas personas notables que han escrito a nuestro encomiado vate, permítannos sus autores reproducir las tres cartas que siguen:

¡VIVA LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA!

Señor don Hilario Ascasubi.

Conchillas. Octubre 28 de 1851.

Mi distinguido compatriota.

Usted no debía dudar por un momento de mi aprobación al honor con que me favorece, dedicándome su bello original poema «los Veteranos».

Persuádase usted que siento una verdadera satisfacción al significarle mi reconocimiento por haber elegido mi nombre, para ponerlo al frente de su obra; pues estando ella destinada a figurar entre los producciones de más mérito en nuestra literatura nacional, ha querido usted así asociarme en cierto modo a la inmortalidad que le está reservada.

Usted, señor Ascasubi, con las sublimes creaciones de su genio hace tantos servicios a la Patria como a las letras, y créame que estos títulos serán ya bastantes para que fuese usted uno de mis compatriotas a quien más estimo y respeto, sin que añadiera un motivo mas a la profunda gratitud y alta estima con que soy de usted afectadísimo compatriota y seguro servidor, que su mano besa.

Benjamín Virasoro10

Señor don Hilario Ascasubi.

Setiembre 26 de 1853.

Muy señor mío.

Deberá usted hacerme la justicia de creer, que la colección que he tenido el honor de recibir hoy de sus trabajos poéticos, habrá sido por mi familia y por mí mirada con el más pronunciado aprecio, porque sin duda no es posible borrar de la memoria todas las gracias, toda la inteligencia de nuestro compatriota   -XXXVIII-   Aniceto. La interesada en tan preciosa producción, da a usted por ella las más expresivas gracias, a que añade con sumo gusto el ofrecimiento de su amistad y servicios, su más afectuoso compatriota, que su mano besa.

Juan Manuel de Luca.

Señor don Hilario Ascasubi.

Río Janeiro, Noviembre 14 de 1854.

Mi estimado señor.

Agradezco a usted las poesías que ha tenido la bondad de enviarme y la promesa de los Mellizos, pues tengo en muy grande y merecida estimación las composiciones del género que usted ha ilustrado, conquistando distinguidísimo lugar para su nombre en la historia literaria del Río de la Plata.

Me parece que ya manifestó a usted en otra ocasión el deseo de tener algunos apuntes biográficos suyos, escritos en el género de sus composiciones poéticas. Es tan vivo este deseo que, a pesar de cuanto tiene de impertinente ni exigencia, no puedo dejar de reiterarla.

Creo que usted podría hacer una composición bosquejando, a grandes rasgos, las guerras y las convulsiones de que ha sido actor, espectador o víctima -delineando la figura de los principales caudillos, describiendo localidades, narrando aventuras que den idea de las costumbres de las poblaciones y de las especialidades de la composición de nuestras tropas, de su manera de batallar, etc.

Deme usted ocasiones de ocuparme en su servicio, y crea siempre en el sincerísimo aprecio que le profesa su amigo y servidor, que su mano besa.

Andrés Lamas.11

El ministro francés residente en Montevideo cerca de la República del Uruguay, M. Maillefer, además de una carta muy honorífica dirigida al autor de Aniceto el Gallo, le escribió de su propio puño y letra los dos versos que siguen, para ponerlos   -XXXIX-   debajo del retrato de don Hilario Ascasubi, alias Aniceto el Gallo:


Rival de l'aigle, ainsi que lo vieux coq gaulois,
il sut lancer la foudre et défendre les lois.

M. Maillefer.



Montevideo, 24 juin 1860.

Otro compatriota de Monsieur Maillefer, el coronel monsieur A. B. du Château, que mandó el cuerpo expedicionario francés que intervino en las Repúblicas del Plata, de vuelta en Francia, dirigió a nuestro autor de enero de 1861, la desde Vernon, con fecha 22 carta que reproducimos a continuación:

Señor don Hilario Ascasubi.

Permítame usted, mi querido coronel, el que confunda aquí, como lo hago en mi corazón, Montevideo y Buenos Aires en un mismo pensamiento de respetuosa consagración, porque he sido, soy y seré siempre el amigo apasionado de esos dos países que mi afección se complace en reunir en uno solo; y esto no es una vana frase lanzada ni acaso, mi querido coronel; porque en mi cariño hacia ambos pueblos yo quisiera verlos formar una sola república, grande por su territorio, fuerte por su unión, poderosa por la riqueza inapreciable de su fértil suelo, por su inmenso comercio, por su industria y por la enérgica voluntad de sus habitantes. Sí, mi querido coronel, he aquí lo que sucederá un día, esté usted seguro. Buenos Aires y Montevideo están demasiado cerca uno de otro para no contrariarse incesantemente con un antagonismo lamentable y peligroso, situados como se encuentran sobre ambas márgenes del Pactolo del nuevo continente.

La América del Sud formará mas tarde, y nuestros nietos lo verán, un poderoso Estado, rival sino dominador de los Estados Unidos.

Durante los treinta y seis años que he consagrado exclusivamente y sin ninguna reserva al servicio de la Francia, mi cara patria, he visitado muchos pueblos desconocidos de la Europa; y, lo digo con profunda convicción, nunca he encontrado una nación tan simpática e impulsada por las aspiraciones generosas, leales, desinteresadas y viriles de la Francia, como la de las márgenes del Plata.

  -XL-  

Usted conoce demasiado bien el carácter caballeresco y patriótico de mis conciudadanos para que yo tenga necesidad de describirlo; en todos los siglos, desde Vercingetorix hasta Napoleón III, ese noble carácter jamás se ha desmentido; las últimas guerras de Crimea, de Italia y de la China, acaban de probar todavía al mundo entero que el patriotismo, la libertad y la religión hallarán siempre en Francia, un eco poderoso. Y la Francia, créalo usted, mi querido coronel, a despecho de la distancia, de las dificultades y enormes gastos que podrán resultar de ello, se asociará de corazón a los inmensos beneficios que su noble país está llamado a realizar en la América del Sud.

Usted, mi querido Ascasubi, usted el poeta, el historiador, el Beranger de la América del Sud, usted que ha tenido el coraje de luchar durante treinta años contra todas las tiranías e innumerables dificultades, no debe detenerse en su carrera de escritor, seguro de que su nombre será bendecido por las edades venideras como el primero y más grande propagador de los sentimientos de patriotismo, de civilización y de inteligencia humanitaria.

En la esfera de acción en que me ha sido posible y permitido obrar durante mi permanencia en el Plata, creo haber dado a Montevideo y a Buenos Aires bastantes pruebas de mi viva simpatía y absoluta consagración para no ser tachado de parcialidad; repito pues, mi querido coronel, que su tarea no está terminada aún; aunque su país se encuentra hoy libre y tranquilo, usted debe trabajar activamente por la unión y la fusión de todas las provincias del Río de la Plata en un solo poderoso Estado, llamado a dirigir y conducir a la gran obra regeneradora y social a todas las poblaciones de la América meridional; esto será el resultado de los siglos futuros, pero a usted le cabrá el honor de haber por ella trabajado ardua y laboriosamente, y su nombre quedará en la memoria de los pueblos como un tipo de patriotismo, de consagración y de elevada inteligencia.

Cuando usted tenga la dicha que le envidio de volver a ver a sus compatriotas de Montevideo y Buenos Aires, le suplico que les diga que el viejo coronel du Château, desde el fondo del retiro a que lo han condenado las fatigas de su larga carrera, hace los votos más ardientes y sinceros por la felicidad, por la gloria y prosperidad de las dos márgenes del Plata; dígales también a todos aquellos cuyos nombres releo sin cesar en el album que me obsequiaron y que será la más bella herencia que pueda dejar a mi hijo, dígales que mi corazón y mi pensamiento están siempre con ellos; sea usted garante de esto, y esté seguro de los sentimientos distinguidos con que tengo el honor de repetirme su afectísimo seguro servidor.

A. B. DU CHÂTEAU.

Comendador de la Legión de Honor y de
las órdenes Imperiales de la Rosa del
Brasil y del Mdjidie de Turquía, etc., etc.

  -XLI-  

Habríamos tenido gusto en reproducir por entero la noticia biográfica de don Hilario Ascasubi, escrita par el malogrado literato don Heraclio C. Fajardo, publicada en Buenos Aires, en 1862; pero nos limitaremos a extractar de ella algunas de las notas o indicaciones con que se aprecian las obras y carácter de nuestro autor.

Helas aquí:

NOTORIEDADES DEL PLATA

HILARIO ASCASUBI

¿Adónde están los elementos que puedan constituir una literatura propia en el Río de la Plata? Nos hemos preguntado sendas veces al oír encarecer la necesidad de fundar esa literatura.

La literatura debe ser la expresión de la sociedad: es un axioma universal. Ahora bien, ¿qué sociedad es la nuestra, y qué tipos originales nos presenta, para que podamos basar en ellos la originalidad de nuestra literatura?

Si se exceptúa el Gaucho y el Indio pampa, todo lo demás está calcado en el modelo europeo. Y así debía suceder, porque la sangre europea circula en las arterias de los que nos llamamos americanos, siendo tan solo la prole más o menos inmediata de los usurpadores del nuevo continente.

Nuestras costumbres, nuestra historia, nuestra sociedad en suma, no son más que un remedo muy imperfecto todavía de las costumbres, de la historia, de la sociedad de allende el océano. ¿Adónde, pues, buscar las fuentes originales de una literatura propia?

Hemos dicho que nada tenemos proprio más que el Gaucho y el Indio pampa. En sus usos y costumbres, en su lenguaje sobre todo, había una mina inagotable de riquezas literarias enteramente originales o inexploradas todavía a principios de este siglo.

Pero para explorar esa mina y expresar aquellos usos y costumbres era indispensable asimilarse, emplear el lenguaje peculiar de los gauchos, sus locuciones y modismos.

De aquí, sólo de aquí debía nacer una literatura nuestra, una poesía del Río de la Plata, que aunque sólo ejerciera influencia en las riberas que este baña, no perdería por eso en su importancia absoluta, y ganaría al contrario en el sentido de que sería la única capaz de inocular la idea en el seno de las masas ignorantes que poblaban esas riberas.

Las obras de Ascasubi, como el Quijote de Cervantes, no se pueden traducir. Para admirar sus bellezas es necesario estar versado en el idioma pintoresco, en el lenguaje image, metafórico   -XLII-   y lleno de poesía natural de nuestros gauchos; en sus faenas y en sus hábitos.

Pero ese idioma intraducible es precisamente lo que ha hecho que esas obras hayan podido ejercer una benéfica propaganda patriótica y civilizadora: era el único inteligible para nuestras masas, despejadas, pero incultas.

Inculcar en el espíritu de esas masas las nociones ignoradas de los deberes y los derechos del hombre; fomentar el instintivo amor patrio, difundir los que forman la base de nuestro modo de ser político, el amor a la libertad, el odio a la tiranía, y destruir las preocupaciones, de localismo inherentes al estado de atraso de los pueblos, ha sido y es el fin moral y utilitario de las obras de Ascasubi.

Bajo este punto de vista bien merece ser llamado el Beranger del Río de la Plata: nadie como él ha merecido ese nombre y esa gloria.

En un sentido absoluto, Ascasubi es un gran poeta. Su imaginación es prodigiosa y prismática, y sólo tiene una rival en su patria: la de Cuenca.

Los Delirios del corazón y los Mellizos están llamados a ser los dos primeros poemas que habrá producido la literatura del Plata en la mitad de este siglo, idénticos en valer, aunque distintos en género.

Ascasubi es el poeta de la imaginación, el inspirado cantor de las ásperas y poéticas regiones del Uruguay, de las sábanas inmensas de la Pampa, el fotógrafo de sus tipos, el pintor de sus cuadros llenos de originalidad y animación, como Cuenca es el poeta del corazón, el bardo del sentimiento.

Dos genios que se valen.

Cada verso del primero es una pincelada maestra; cada décima es un cuadro en que resaltan hasta los gestos y movimientos peculiarísimos del gaucho, los mínimos incidentes de la vida de los campos.

En 1824 escribió el segundo sus primeros versos, que publicó en Salta, donde fundó la primera imprenta que allí se estableció: esos versos fueron hechos con motivo del triunfo de Ayacucho, y Ascasubi los ha perdido junto con todos los de esa época. Se ve, pues, que el primer estro de nuestro vate fue la patria.

Ascasubi permaneció en Montevideo durante el memorable asedio de aquella heroica Troya americana, sirviendo la buena causa con su espada, con su fortuna y con su pluma.

En esa época es que escribió y publicó la mayor parte de las obras que le han dado celebridad bajo distintos seudónimos.

Todos los ayos de la patria han hallado repercusión en el corazón del vate cuya biografía esbozamos. Lo que Beranger con sus canciones, Ascasubi ha hecho en el Plata con sus patrióticas trovas.

En 1853 coleccionáronse estas por primera vez en dos tomos en 8º conteniendo 600 páginas bajo el título de Trovos de Paulino Lucero, que es uno de los diversos seudónimos con que ha escrito Ascasubi. Pero no figura en esa colección su obra capital,   -XLIII-   el poema de Los Mellizos, inacabado todavía y del que sólo ha dado a luz los primeros cantos.

Las confidencias amistosas del autor nos han puesto en conocimiento del plan de la obra, que abraza el cuadro general de las costumbres de nuestros campos, un argumento de lo más dramático y palpitante de originalidad y de interés: en fin, un vastísimo terreno donde explayar las riquezas de la fecunda imaginación del poeta americano por excelencia. Este poema, como hemos dicho más arriba, está destinado a ser de las muy pocas obras poéticas que pasarán a la posteridad de cuantas ha producido la literatura a estos países en la mitad transcurrida del siglo actual.

Llenaríamos muchas páginas con el catálogo de las producciones de Ascasubi de más o menos aliento. Sólo diremos que en todas ellas campea un acendrado amor patrio, un espíritu liberal y un sano raciocinio al alcance de nuestras masas, que esas producciones han ilustrado y dirigido en las contiendas civiles por que hemos atravesado de treinta años a esta parto. Domina en todas ellas igualmente el tono festivo y agudo, impregnado algunas veces de un dejo de tristísima amargura, como en la composición en que da cuenta del fusilamiento de Camila O' Gorman, y una abundancia de chispa epigramática y satírica capaz de hacer desplegar el más severo entrecejo.

La popularidad de Ascasubi no tiene rival en el Río de la Plata: otro punto de contacto con Beranger en Francia.

Todos los hombres de más saber o idoneidad en estos países lo han tributado testimonios espontáneos de admiración entusiasta: nuestro poeta conserva la mayor parte de ellos en un album que es un tesoro de gloria y que tenemos a la vista. Su nombre y sus producciones han resonado con aplauso hasta en el seno de la civilización europea.

Y sin embargo, Ascasubi no puede tomar a lo serio el título de poeta: cree no pasar de un versista de circunstancias que sucumbirá con su época.

Se engaña, porque precisamente su época es la menos a propósito para discernirle el rango a que sus obras lo encumbrarán en tiempos más literarios y reposados que los nuestros. Cuando las letras hayan asumido la categoría que les corresponde y que aun no tienen en estos países, recogerán las obras de Ascasubi como un legado precioso, donde hallaran diseñados, fotografiados fielmente tipos originalísimos y esencialmente americanos, que quizá habrán ya desaparecido, al par que cuadros de costumbres y paisajes admirables que la más remota posteridad confrontará edificada con el eterno o indestructible modelo.

El pobre ciego de Chío tampoco se había imaginado que los versos que daba al viento en aquella isla, diez siglos antes de nuestra era, serían la Ilíada y la Odisea que admiramos y admirarán las generaciones venideras.

Ascasubi es modesto sin afectación.

Su carácter, su trato personal es de lo más afable y ameno. En su conversación como en sus versos salta la chispa y el epigrama. Un ejemplo:

Veníamos un día en su compañía por la plaza de la Victoria.

-¿Qué significa eso que están haciendo en el frontis de la   -XLIV-   catedral? Nos preguntó aludiendo al bajo relieve que aún estaba en embrión.

-Parece que es La Cena, lo contestamos refiriéndonos a la de los doce apóstoles y su divino maestro.

-¡Qué lacena ni qué petaca! Nos replicó Aniceto; será armario en todo caso.

Improvisa sus más hermosas composiciones con la misma facilidad que sus respuestas.

Pero Ascasubi no es sólo el poeta y el soldado de la idea: es igualmente el obrero del progreso material, y esto le debe en su patria el sacrificio de su fortuna particular, absorbida enteramente en la creación del Teatro de Colón, su más bello monumento.

Ascasubi se sacrificó; mas Buenos Aires tuvo un teatro digno de la capital, en cuyos cimientos guarda muchos miles de pesos del poeta.

Una de las cualidades más acreditadas de este, es su acendrado amor al extranjero; sentimiento que en el mayor número de sus composiciones se ha empeñado en infundir a nuestras masas, combatiendo sus preocupaciones de localismo, ese mezquino espíritu inherente a todo pueblo bisoño.

Esa cualidad del hombre y del poeta del progreso le ha merecido a Ascasubi, en su reciente viaje a Europa, testimonios de aprecio y estimación general que han ensanchado su corazón y lo han hecho apasionarse por el viejo continente.

Hoy vuelve de nuevo a Europa, donde se propone hacer una edición completa e ilustrada de sus obras.

Se aleja de su país, acompañado de la estimación de todos los hombres de inteligencia y corazón que hay en él; se aleja de su país, donde esperamos volverle a ver muy pronto.

Pero aunque esto no sucediera, vaya Ascasubi seguro de que desde el Cabo de Hornos hasta la cresta de los Andes, y de esta al Cabo Santa María, queda el surco triangular y luminoso de su gloria, que ha de brillar eternamente en los anales literarios de su patria.

Heraclio C. Fajardo.

Buenos Aires, Marzo 15 de 1862.

Y ya que hemos hecho el anterior extracto, concluiremos este prólogo con las dos cartas que copiamos de un periódico de Buenos Aires:

DOS CARTAS

A la noticia de que el poeta popular don Hilario Ascasubi iba a emprender un largo viaje a Europa, el Señor Fajardo le   -XLV-   escribió la siguiente carta acompañada de algunas biografías que ha escrito también sobre el célebre Aniceto.

Como se verá más abajo, este se la contesta con su modestia conocida.

He aquí las cartas:

Mi querido Ascasubi:

Quiero que lo acompañe a Europa un débil testimonio de mi amistad y del alto aprecio que me merece su talento: por eso es que he mandado imprimir la breve noticia biográfica que había dispuesto para las Notoriedades del Plata, y le remito a usted 250 ejemplares de ella, para que usted los distribuya entre sus amistades de Europa.

Otra cosa hubiera querido hacer; pero no es culpa de mi estimación, sino de mi insuficiencia. Perdóneme, quiérame y mándeme.

Suyo de corazón

H. C. Fajardo.

Buenos Aires. Marzo 21 de 1862.

Mi amigo Fajardo

He recibido su bondadosa carta, acompañada de los ejemplares de la biografía que usted se ha dignado escribir sobre mi humilde persona.

Ante una prueba de amistad tan viva, ¿qué puedo decirle?

Que a donde quiera que vaya, irán sus recuerdos conmigo, y su nombre será pronunciado siempre con placer por

Su amigo

Hilario Ascasubi.



  -[XLVI]-     -[XLVII]-  

ArribaAbajoAl lector

París no es para todos los hombres el paraíso de la tierra; no lo creáis así, aun cuando lo repitan sin cansarse aquellos que en París han vivido y saboreado los encantos de una vida activa, donde los placeres del espíritu disputan las horas, que aquí son cortas, a los placeres del sensualismo que trasmito y absorbe las impresiones del ser humano.

No: el paraíso de cada hombre está en la tierra natal; y si ella te falta, y si ella está lejos, ese paraíso lo encuentra en los recuerdos de esa tierra querida y tan sólo en aquellas horas de profunda reconcentración en que el espíritu viaja, atraviesa los mares, recuenta los tiempos, los hombres y las cosas, y por el sentimiento del amor más puro vive en una idealidad que no es dable describir, pero que se siente, que existe para cada hombre, y que sólo puede nacer del amor a la tierra patria. Yo he sentido esas horas.

  -XLVIII-  

Este libro que para muchos será sólo el eco de los cantos del Gaucho, y que para otros será una violación de las reglas literarias de su lenguaje, y que, para no pocos, lo espero, será el pasatiempo de horas monótonas, este libro ha crecido y se ha formado en esas horas de sublime reconcentración que el espíritu no halla en París; sí es que París es el sinónimo del paraíso; pero que las encuentra en el recuerdo de todo lo que significa esa bella palabra: la Patria.

Viejo ya, fatigado mi espíritu por golpes morales, llevado a pesar mío hacia una vida cuasi sedentaria, tal vez no hubiera resistido a la pesadumbre, si no hubiera sentido reanimarse mi vejez al deseo de completar en el último tercio de mi vida una obra comenzada hace 20 años, y que ha sido desde entonces como el lazo de unión de todos mis recuerdos.

¿Es que la vejez, al consagrarme a ella, sentía también como si el aire de mi juventud y de mis bellos días se infiltraran en mi ser para alimentarme?

Santos Vega o los mellizos de la Flor, que tal es el nombre que le he dado al libro que forma el primer volumen de mis obras, fue comenzado en el año de 1850, no habiendo en aquella época de vicisitudes tenido tiempo para hacer otra cosa que las dos entregas publicadas en 1851, las que constaban sólo de diez cuadros con mil ochenta versos, mientras que hoy el volumen o sea el poema entero consta de sesenta y cinco cuadros y más de trece mil versos.

Entonces, a pesar de los muy honorables y lisonjeros artículos con que fueron aplaudidas mis composiciones por jueces muy competentes, cuyos juicios críticos se hallan en el prólogo de este volumen, entonces, repito, no me envanecí ni pensé que mis pobres producciones merecieran todos esos elogios.

  -XLIX-  

Mis versos nacen de mi espíritu, cuyo consorcio ha sido siempre con la naturaleza de esas pampas sin fin, la índole de sus habitantes, sus paisajes especiales que se han fotografiado en mi mente por la observación que me domina.

Mi ideal y mi tipo favorito es el gaucho, más o menos como fue antes de perder mucho de su faz primitiva por el contacto con las ciudades, y tal cual hoy se encuentra en algunos rincones de nuestro país argentino.

Ese tipo es más desconocido actualmente de lo que en generalidad pueda creerse, pues no considero que sean muchos los hombres que han podido establecer comparación sobre cuánto ha cambiado el carácter del habitante de nuestra campaña, por su incesante participación en las guerras civiles, y por la constante invasión en sus moradas de los hábitos y tendencias de la vida peculiar de las ciudades.

El canevas o red de los Mellizos de la Flor, es un tema favorito de los gauchos argentinos, es la historia de un malevo capaz de cometer todos los crímenes, y que dio mucho que hacer a la justicia. Al referir sus hechos y su vida criminal por medio del payador Santos Vega, especie de mito de los paisanos que también he querido consagrar, se une felizmente la oportunidad de bosquejar la vida íntima de la Estancia y de sus habitantes, describir también las costumbres más peculiares a la campaña con alguno que otro rasgo de la vida de la ciudad.

En esta mi historia, poema o cuento, como se le quiera llamar, los Indios tienen más de una vez una parte prominente, porque, a mi juicio, no retrataría al habitante legítimo de las campañas y praderas argentinas el que olvidara al primer enemigo y constante zozobra del gaucho.

  -L-  

Por último, como creo no equivocarme al pensar que es difícil hallar índole mejor que la de los paisanos de nuestra campaña, he buscado siempre el hacer resaltar, junto a las malas cualidades y tendencias del malevo, las buenas condiciones que adornan por lo general al carácter del gaucho.

No tengo pretensiones de ningún género al presentar este libro. Amo a mis versos como se ama a los hijos que consuelan en las horas de pesar; y si de joven, cuando los publiqué como arma de guerra contra los opresores de la Patria, pude tener la vanidad de creer que fueron de alguna utilidad a ese objeto, hoy que marcho al ocaso de mis días, los miro sólo como el conjunto de mis recuerdos juveniles y queridos; y, aunque me cuesta decirlo, al imprimirlos coleccionados busco también en ellos un solaz a mi espíritu contristado.

Preceden a estas mis advertencias, puestos por el editor de mis obras, los honrosos artículos que a mis versos les han consagrado personas muy ilustradas en las letras, en los elogios me enaltecen demasiado. Esos apreciables juicios constituyen mi única vanidad y constituirán siempre, es mi creencia, el mejor legado de lo que llamo yo mi vida literaria.

Hilario Ascasubi.



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