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Uyaaliwa Ee Atpana (El Mapurite y el Conejo)

Cuento Guajiro



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Cuentan los ancianos en sus viejas tradiciones que, el Mapurite era el Curandero más afamado que existía por entonces. Su autoridad como vidente era irrefutable; sus predicciones eran acertadísimas y, todo el mundo le respetaba y obedecía. Este anciano de catadura descuidada, caminaba siempre cabizbajo y nunca miraba de frente. Tenía unos ojitos tan chiquiticos y pelones que casi no veía con ellos. De su cuerpo emanaba un olor fuerte y nauseabundo debido a su constante mascadera de tabaco. Era un viejo desaseado, hediondo a saliva y a pestilencia de enfermos.

Un día el Mapurite resolvió hacer un viaje a Schiima (Hoy Río Hacha) para curar un enfermo a quien se le había metido el diablo en los pulmones y le hacía vomitar la sangre.

El Autshi (que así se le llama al Curandero en nuestro idioma), iba de Oriente a Occidente, cuando en su camino se encontró con el conejo que venía en dirección contraria.

-Hola Autshi. ¿Adónde vas tan diligente?

-Voy a Schiima, tengo que asistir a un enfermo.

-Y... tú, ¿hacia dónde vas?

-Pues yo voy hacia donde me lleve el camino. De Occidente a Oriente, al Jorottuy, hacia donde brilla el sol naciente.

-¡¡Ah, sí!! -respondió el Mapurite con ingenuidad.

-Oye, viejo... ¿no tienes por casualidad un tabaquito que me des, para hacer una mascadita, y así entretenerme en el camino?

-Pues, sí tengo, amigo.

-Y metiendo la mano en su bolso le dio tamaño tabaco, para que humara y mascara.

-¡¡Qué bien!!, con esto me sobra para el resto del camino, -dijo el conejo muy contento.

Dicho esto, reanudaron la marcha. Pero, el conejo empeñado en despojar al pobre Mapurite de todos sus tabacos, simuló alejarse. Le dio vuelta a una loma y adelante volvió a caer en la misma vía por donde iba el Mapurite.

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El conejo, esta vez cambiando la voz, le dijo:

-¡Hola! Autshi, ¿qué destino llevas?

-Voy a Schiima, a curar un enfermo.

-Y... ¿Qué se dice por el camino que has recorrido, viejo?

-Pues... nada, solamente un hombre que va por el mismo camino que tú sigues. No andará muy lejos, porque hace ratito me encontré con él.

-Lo alcanzaré para que me sirva de compañero. -Dijo el conejo,

-Pero antes, ¿no tienes por casualidad un tabaco que me regales?... Siquiera así, me entretengo fumando, y no se me hace tan pesado el viaje.

Y echando mano a su bolso le regaló un tabaco.

-¡Adiós!

-Adiós, amigo.

Y volvieron a proseguir la marcha.

Más adelante el conejo, con toda su sobrada picardía, de unos cuantos saltos le echó corte al viejo, y se le volvió a presentar. Esta vez, remedó la voz temblorosa de un anciano, y dijo:

-¡Cla!, residuo de los tiempos idos, me complace verte. Sabrás que soy el achacoso que desea recordar la aurora de sus primeros días.

El Mapurite, al oír estas frases se sintió contento, y quiso conversar de las andanzas de su juventud. Mas, él, no podía distinguir a su interlocutor porque sus ojitos parecían dos pulguitas que dificultaban su mirar.

Después de hacerse los cumplidos, dijo el conejo:

-¿No tienes un tabaco, que me des uno?

-Sí, me complace -dijo el Mapurite- y le volvió a dar otro.

-¡Bueno, amigazo!, adiós.

-¡Adiós!

Ya el conejo tenía buen lote de tabacos después de tener al Mapurite, todo el día en un solo jaque.

Mas, cuando llegó el Autshi a su destino, se dio cuenta que no le había quedado ni un solo tabaco para dar masajes a su enfermo; el conejo se los había quitado uno a uno en el camino.

Cuando se percató del caso, dijo indignado el Mapurite:

-¡Ajá!, con que fue Jurakusa (nombre antiguo del conejo), pues... le voy a dar su merecido a ese bribón. Ya verá lo que le va a pasar.

El Mapurite hizo entonces un menjurje bastante raro.

En un mortero, echó un poco de sus orines, le añadió ají picante molido, resina de pringamoza y zumo de tabaco. Batió aquella mezcla, y cuando estuvo al punto manipuló con ella una especie   —192→   de cigarro, que luego guardó en su bolso para el caso. Ya el conejo se había fumado todos los tabacos y aguardaba el regreso del zoquete curandero.

Cuando Mapurite, acertó a pasar por el mismo lugar donde había sido desvalijado por el conejo, éste saltó de su escondite, y dijo al viejo:

-¡Hola!, amigo mío. Qué casualidad, nos volvimos a encontrar. ¿Cómo te fue en el viaje?

-¡Muy bien!... respondió el Mapurite con humildad.

-¿Acaso no tienes un tabaco, que me regales? -dijo el Conejo.

-¡Sí!, encantado. En Schiima compré bastante, y son muy buenos.

Y sin más demora, le dio dos tabacos al conejo y se fue.

El conejo, muy complacido se puso a fumar los cigarros obtenidos por su habilidad. Pero... al cabo rato de estar fumando sintió un mareo. Algo desagradable le ocurría. Sentía como si le picaran hormigas en el befo, como si le hicieran cosquillas en la bemba. Pero como aquello no le importó, siguió chupando y escupiendo el aroma de su tabaco.

A medida que aspiraba el humo del cigarro, se le iba hinchando el hocico tras un movimiento incontrolable, mas, cuando se dio cuenta que había sido víctima de engaño, botó el tabaco, se frotó las narices, estornudó y trató de contenerse el tic que le enfadaba. Pero... ya no había remedio, había sido castigado a mover sus narices todo el tiempo.

Desde entonces a los conejos les tiembla el hocico con un tic incontrolable.





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