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ArribaAbajoActo II

 

Sala baja en la casa de DOÑA PERFECTA. Al foro izquierda una ventana grande que da a la calle, o al jardín: al foro derecha puerta grande, por donde entran los que vienen del exterior.

   

A la derecha, en primer término, una puerta, de la cual arranca la escalera interior que conduce a las alcobas de la casa. En el segundo término, el paso al comedor. A la izquierda la puerta del cuarto de PEPE REY.

   

La estancia es anticuada, patriarcal, revelando las costumbres rutinarias de una familia rica y noble que vive en un pueblo. Mucha limpieza y arreglo en el mueblaje, que también es antiguo, y de cierto valor artístico. Cuadros religiosos y de familia.

   

Mesa a la izquierda, y en ella una lámpara encendida.

   

Empieza el acto después de anochecer.

 

Escena I

 

PEPE REY, muy abatido, echado en un sillón; DON CAYETANO, que entra por la derecha.

 

DON CAYETANO.-  ¿Pero qué tienes...? ¿aburridito...?

PEPE REY.-  ¡Loco!

DON CAYETANO.-  Por no hacerme caso... Si hubieras querido ayudarme a coordinar las Vidas de Orbajosonses ilustres... Seis horas se me han pasado en un soplo.

PEPE REY.-  Yo no arreglaría a los orbajosenses ilustres y no ilustres, más que de una manera.

DON CAYETANO.-  ¿Cómo?

PEPE REY.-  A tiros.

DON CAYETANO.-  ¡Bah!... ya estás con tu idea maniática.

PEPE REY.-  ¡Qué vida la mía! Se reduce a vagar por este feísimo pueblo, en compañía de don Juan Tafetán, que es mi único amigo. Hemos visto la catedral   -32-   no sé cuántas veces. Por cierto que esta mañana...

DON CAYETANO.-  ¿Qué?

PEPE REY.-  Nada... Pues el pobre Tafetán se desvive por distraerme: me lleva a las huertas, a visitar ruinas celtíberas o romanas; me pasea por todo el pueblo, me introduce en las tertulias de la botica o de las tiendas, procura, en fin, disipar el tedio inmenso que me consume.  (Exaltándose.)  ¡Esto es horrible, esto no tiene nombre!... Vivo en esta casa, y ya van cinco días, cinco, que no puedo ver a Rosario... «Que está enferma, que duerme de día, que no quiere ver a nadie, y tal y qué sé yo...». ¡La esconden de mí, me apartan de ella como un apestado!

DON CAYETANO.-  ¡Hombre, no! La niña tiene un arrechucho nervioso que exige, según los médicos, descanso, soledad, aislamiento.

PEPE REY.-  ¿Pero es tan grave su mal, que yo, su primo, su... iba a decir su prometido, en fin, yo, no puedo pasar a verla?

DON CAYETANO.-  No sé...

PEPE REY.-  ¡Ah, mi buen don Cayetano, si viera usted qué cosas se me ocurren! Mis pensamientos son negros, huraños, recelosos, como el pueblo en que vivo. He dado en creer que la enfermedad de Rosario es un artificio de su madre para que la pobre niña no pueda verme ni hablarme...

DON CAYETANO.-  ¡Por Dios, Pepe...! No, no; eso no te lo paso... ¡Suponer que Perfecta, que es toda bondad, cariño, dulzura...! No, hijo, no, no.



Escena II

 

Dichos; JACINTITO, por la izquierda, con un fajo de papeles, como de pleito.

 

JACINTITO.-  Señor don José... ¿le molesto?

PEPE REY.-  ¡Ah!... Jacintito... ¿qué tal?

JACINTITO.-  Pasando. ¿Y usted?... Señor don Cayetano...   -33-   Pues... mucho siento, señor don José, tener que hablar a usted de este desagradable asunto.

PEPE REY.-  ¿El pleito?... digo, los... porque ya pleitea conmigo medio Orbajosa.

DON CAYETANO.-  ¿Y tú defiendes a ese marrullero de Licurgo?

JACINTITO.-  No señor.

PEPE REY.-  ¿A los Farrucos?

JACINTITO.-  Ellos quieren; pero mi amistad con esta familia no me permite encargarme de tal defensa. Señor de Rey, he estudiado detenidamente el asunto, y... como letrado y como amigo, me tomo la libertad de aconsejarle que transija.

PEPE REY.-    (Indignado.)  ¡Transigir con esa pillería! ¡Acceder a sus enredos! ¡Nunca!

JACINTITO.-  Mire usted que el Juez ha dictado una providencia, mandando... Ahí tiene, para que se entere...  (Deja los papeles sobre la mesa.) 

PEPE REY.-  No necesito ver nada. ¿Son ellos tercos? Yo más.

DON CAYETANO.-    (Interrumpiéndole.)  Con todo, Pepe, vale más que cedas...

PEPE REY.-   (Con energía.)  No, no... Odio a la negra Orbajosa, y a todos sus habitantes.



Escena III

 

Dichos; DOÑA PERFECTA por la derecha.

 

DOÑA PERFECTA.-    (Con zalamería.)  ¿También a mí?

PEPE REY.-  A usted no...  (Dudando.)  Querida tía... A usted no.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Por qué tan furioso?

PEPE REY.-  Porque me siento extranjero en esta ciudad tenebrosa de pleitos, de antiguallas, caciquismo y envidia solapada... No puedo vivir más tiempo aquí. Me voy, me voy; pero entiéndase bien, sin desistir de lo que aquí me trajo. Señora, yo vine a casarme con su hija de usted. Démela usted, y me voy.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Lo ven ustedes? Si es una centella. ¡Qué carácter, Dios mío! Y hay que tener cuidado con él,   -34-   pues a lo mejor, por cualquier palabrita, se dispara y nos llama bárbaros, supersticiosos...

DON CAYETANO.-  Querido Pepe, ten calma. Ya sabes que mi hermana con muchísimo gusto te llamará su hijo. Rosario no se opondrá tampoco queriéndolo ella. ¿Qué falta, pues? Nada más que un poco de tiempo.

DOÑA PERFECTA.-   Vamos, como tú no piensas más que en máquinas, todo quieres llevarlo al vapor, ¡hala, hala! Espera, hombre, espera. Ese aborrecimiento que le has tomado a nuestra pobre ciudad, es una monomanía absurda.

PEPE REY.-   (Descorazonado.)  Es que hasta las piedras parecen levantarse contra mí.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Lo dices por los pleitos? ¿Tengo yo la culpa? Que te diga este  (Por JACINTO.)  la chillería que anoche le eché al buen Licurgo.

JACINTITO.-  Sí, sí; buena peluca se llevó, por su furor jurídico y litigante.

PEPE REY.-  Y hay más: desde que estoy aquí no he recibido carta de mi padre.

DON CAYETANO.-  No te habrá escrito.

PEPE REY.-  Imposible.  (Oyendo aldabonazos en la puerta de la casa.) 

DOÑA PERFECTA.-  El correo.

DON CAYETANO.-  Veremos lo que trae.  (Vase DON CAYETANO por la izquierda.) 

DOÑA PERFECTA.-  Puede que hoy recibas carta.

PEPE REY.-  Señora doña Perfecta, o yo tengo la cabeza trastornada, o me salen enemigos de todas las grietas de todos los rincones de este pueblo fatídico. Veo sombras que corren tras de mí, o se adelantan buscándome las vueltas, rostros entapujados que me acechan...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Pero, hijo, tan científico, y crees en fantasmas?

JACINTITO.-  Don José, no recele de esta hidalga gente.

DON CAYETANO.-   (Entrando con varias cartas.)  Hay una para ti.

DOÑA PERFECTA.-  Gracias a Dios. A ver si es de tu padre.

PEPE REY.-    (Cogiendo la carta.)  No, no es de mi padre. ¡Si es un pliego del Ministerio!  (Lo abre y lee rápidamente.)  ¡Oh!  (Atónito.) 

  -35-  

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué es eso, hijo?

DON CAYETANO.-  ¿Qué?

PEPE REY.-  Una comunicación del Ministro de Fomento, relevándome del cargo que me confirió en esta zona.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Cómo! ¿Es posible...?

JACINTITO.-  Pero de un gobierno así, ¿qué se puede esperar?

DON CAYETANO.-  ¡Infamia mayor!

PEPE REY.-    (Muy nervioso, arrojando el pliego sobre la mesa.)  ¡Oh, yo descubriré la mano misteriosa...!

DOÑA PERFECTA.-  ¡Ay, Dios mío! ¿También de esto le echas la culpa a nuestra pobre patria, donde todo es buena voluntad, paz, sencillez...?

PEPE REY.-    (Con tenacidad.)  ¡Ah, sí, este tiro ha salido también de aquí! Mi corazón lacerado me lo dice a gritos. No puedo, no puedo dudarlo. En esto, como en lo otro, veo una persecución sistemática, una guerra insidiosa.

DON CAYETANO.-  Pepe, no seas niño.

JACINTITO.-  Nada, es manía...

DOÑA PERFECTA.-  Iluso, vuelve tus ojos a Madrid, dirige tus sospechas a los políticos corrompidos, a los compañeros envidiosos...  (Vivamente.)  Te advierto una cosa, y es que si quieres ir allá para averiguar la causa de este desaire, y pedir explicaciones al gobierno, no dejes de hacerlo por nosotros...

PEPE REY.-  ¿Qué?  (Fija los ojos en el semblante de su tía, como queriendo escudriñar sus más escondidos pensamientos.) 

DOÑA PERFECTA.-    (Con calma admirable, y tono de la más perfecta lealtad.)  Digo, que si quieres ir, sobrino mío... vayas... ¿A qué ese asombro?

PEPE REY.-   (Después de una pausa.)  No señora... no pienso ir allá.

DOÑA PERFECTA.-  Mejor... mejor.

DON CAYETANO.-  Aquí estás más tranquilo. ¿Qué te falta?

PEPE REY.-  Ver a Rosario  (A DOÑA PERFECTA.)  ¿Hoy tampoco?

DOÑA PERFECTA.-  Hoy no puede ser. Mañana.

PEPE REY.-  Lo mismo dijo usted ayer: mañana.

DOÑA PERFECTA.-  El médico ha mandado que no entre nadie a verla.   -36-   Pero está mejor. Se va calmando, calmando...

DON CAYETANO.-  ¡Ah, los condenados nervios! el mal de la familia. Pero todo esto, señores míos, señora hermana, no será obstáculo, supongo, para que cenemos.

DOÑA PERFECTA.-  Aún es temprano. Pero si quieren ya...

PEPE REY.-  Yo no ceno.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Otra!

PEPE REY.-  No tengo gana. He merendado en el Casino.

DOÑA PERFECTA.-  Bueno. Tú, Jacintillo, te quedarás a cenar.

JACINTITO.-  Si usted lo manda...

DOÑA PERFECTA.-    (A PEPE REY.)  ¿Sales?

PEPE REY.-  No: tengo que escribir.

JACINTITO.-  Don José, no deje de enterarse  (Señalándole los papeles.) 

PEPE REY.-    (Con hastío.)  No por Dios. Quedamos en que no transijo...

JACINTITO.-  Lo siento... Usted verá...

DOÑA PERFECTA.-  Eso, eso. ¡A sangre y fuego! Consúmete la figura, revuélvete los humores, hombre rencoroso y soberbio. Aprende de mí; mírate en mi serenidad, en mi mansedumbre ante las adversidades. Estas, como las dichas, vienen de Dios. Yo las acepto... y callo.

PEPE REY.-   (Con calma sombría, mirándola fijamente.)  Ya aprendo, señora, en ese libro; ya me miro en ese espejo.

DON JUAN TAFETÁN.-    (En la puerta del foro.)  ¿Se puede?

DOÑA PERFECTA.-  Aquí tienes a tu gran amigote y compinche.



Escena IV

 

DOÑA PERFECTA, PEPE REY, DON CAYETANO, JACINTITO, DON JUAN TAFETÁN.

 

DON JUAN TAFETÁN.-  Ilustre señora, nobles caballeros...

DON CAYETANO.-  Bien venido sea el primer punto de Orbajosa, y el proto-tipo de la vejez pizpireta.

DOÑA PERFECTA.-  Celebro que venga usted, Tafetán; este señorito, se nos muere de tristeza, y usted sólo sabe alegrarle3.

  -37-  

DON CAYETANO.-  Corriéndola por ahí, día y noche.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Sabe Dios, sabe Dios!... Ay, Tafetán, tiemblo de ver a mi sobrino en tan mala compañía.

JACINTITO.-  ¡Y tan mala! Este don Juan es tremendo, ¡Si supiera usted sus aventuras!

DON JUAN TAFETÁN.-  Jacintito, flor temprana, no hables de mis aventuras, que nos ruborizamos.

JACINTITO.-  ¡Viejo verde!

DON JUAN TAFETÁN.-  Verdura me dé Dios, alegría honesta para pasar los cansados años.

LIBRADA.-   (En la puerta del comedor.)  Señora, la cena.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Quiere usted cenar, don Juan?

DON JUAN TAFETÁN.-  Mil gracias, señora.

DOÑA PERFECTA.-   (Agarrando a JACINTITO por el brazo.)  Vamos.  (Vanse los tres.) 



Escena V

 

PEPE REY; DON JUAN TAFETÁN.

 

DON JUAN TAFETÁN.-  ¿Nos echamos a la calle?

PEPE REY.-  No: estoy fatigadísimo.

DON JUAN TAFETÁN.-  Como que anduvimos hoy todas las estaciones, Casino, botica, alameda, tienda del Valenciano, y por fin, paseo por las calles para ver las niñas guapas. ¡Y que las hay hermosas!

PEPE REY.-  Para mí no hay hermosura, ni amenidad, ni alegría en ninguna parte.

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Ji, ji!... Vamos, ¿a que le pongo yo a usted en un periquete, con dos palabritas, más alegre que unas Pascuas?

PEPE REY.-  ¿A que no?

DON JUAN TAFETÁN.-  A que sí. ¡Ji, ji!...  (Con misterio.)  Quiero ayudarle a usted de una manera práctica y eficaz en la lucha que sostiene... Nada, queridísimo amigo, que este cura, Juan Tafetán, le va a sacar a usted de penas.

PEPE REY.-  Veámoslo.

DON JUAN TAFETÁN.-  Deme usted un abrazo, ¡ji, ji!...

PEPE REY.-   Explíquese.

  -38-  

DON JUAN TAFETÁN.-  La señora doña Perfecta, que es tremenda... esa sí que es tremenda, tremebunda... ya la irá usted conociendo... le ha cortado a usted toda comunicación con la angelical Rosarito.

PEPE REY.-  Sí... Y que no hay en el mundo criados más incorruptibles que los de esta casa.

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Ji, ji!...Venga otro abrazo. Y la más incorruptible, Librada, guardiana o cancerbera de la señorita. Usted ha intentado sobornarla...

PEPE REY.-  Inútilmente. Su fidelidad es arisca, punzante, feroz...

DON JUAN TAFETÁN.-  Feroz... ¡ji, ji!... esa es la palabra. Pues bien, a esa fiera, ya la tiene usted domada.

PEPE REY.-  ¿Qué me dice, don Juan? ¿Por qué medio?

DON JUAN TAFETÁN.-  Por uno tan fácil como grato para mí. Es mi genio, ¡ji, ji!... Es mi flaco, ¡ji, ji!... mi fuerte, mejor dicho.

PEPE REY.-  ¿Pero cómo?

DON JUAN TAFETÁN.-  Haciéndole el amor... ¡ji, ji!...

PEPE REY.-  ¡El amor!

DON JUAN TAFETÁN.-  No se escandalice. Es platónico... Restos, amigo Pepe, restos marchitos de una existencia consagrada a la galantería, ¡ji, ji!...

PEPE REY.-  ¿Pero es de veras?

DON JUAN TAFETÁN.-  Como usted lo oye. Esta tarde en la plaza, después de dejarle a usted, y esta noche en la tienda, hemos quedado de acuerdo. ¡Oh, yo soy de una sombra increíble para estas cosas! La he vuelto loca, Pepe, loquita. Con esto, y con ofrecerle colocar en el Fielato a su novio, se ha pasado del partido de la tía al del sobrino. En suma, que Librada, el cancerbero implacable, se compromete a llevar y traer toda la correspondencia que exijan estas aflictivas circunstancias.

PEPE REY.-    (Con viveza.)  ¡Oh, felicidad! Voy a escribirle.

DON JUAN TAFETÁN.-  Espérese usted. La niña está acongojadísima. No hace más que llorar.

PEPE REY.-  Y maldecir su forzoso encierro.

  -39-  

DON JUAN TAFETÁN.-  Del cual se consuela pensando en su primo, a quien adora, y saliendo en su busca...

PEPE REY.-    (Sorprendido.)  ¿Cómo es eso?

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Ji, ji!... No hay jaula bastante segura para un pajarito que quiere volar...  (Bajando la voz.)  Anoche, Rosario y Librada, mientras doña Perfecta dormía... la señora duerme al lado de acá... allá la niña...

PEPE REY.-  Sí.

DON JUAN TAFETÁN.-  Pues la cautiva y su carcelera se salieron del cuarto muy entapujaditas, y silenciosas bajaron aquí, y recorrieron todo este piso como dos fantasmas, ¡ji, ji!... Salieron al patio, volvieron acá, revolvieron todo... Rosario se consolaba mirando a la puerta del cuarto de usted...

PEPE REY.-  ¡Aquí... anoche!... ¿A qué hora?

DON JUAN TAFETÁN.-  Entre diez y once.

PEPE REY.-  ¡Y yo en el Casino, estúpidamente aburrido!...  (Impaciente.)  Voy a escribirle.

DON JUAN TAFETÁN.-    (Cogiéndole por un brazo.)  Calma. Ella será la primera que escriba. La pobre carecía de utensilios de escritura. Yo le di a Librada esta tarde papel, sobres y un lapicito, ¡ji, ji!... Esta noche habrá cartita. Librada se la traerá a usted dentro de un ratito.

PEPE REY.-  ¿Aquí?... ¡Oh, es muy peligroso!

DON JUAN TAFETÁN.-  Aquí: en las barbas de la mismísima inquisidora, de la papisa Juana... ¡Ah, señora doña Perfecta, no hay enemigo pequeño!  (A PEPE REY.)  Ya dije a usted que su señora tía, con esa suavidad y esa diplomacia santurrona que ella gasta, me quitó mi placita en el Ayuntamiento, para dársela al sobrino de Licurgo, de su genízaro... y esa no se la perdono, ¡ji, ji!... no se la perdono.

PEPE REY.-  Duro en ella. Pero la carta...

DON JUAN TAFETÁN.-  Verá usted; en la portería del Casino, había un pliego para usted. Está abierto: no es más que una circular... Lo cogí, se lo di a Librada... En   -40-   él mete la cartita, lo cierra, ¡ji, ji!... Ya ve usted qué sencillo...

PEPE REY.-  Muy ingenioso.

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Ji, ji!... ¡Ay, Pepe, no se pare usted en barras!... Saque usted a la niña, aunque sea por el tejado... y cásese usted pronto... obsequie usted a su tía con un berrinche muy gordo... a ver si revienta...

PEPE REY.-  ¿Bajarán esta noche... cree usted que bajarán?

DON JUAN TAFETÁN.-  Usted lo verá luego... ¡ji, ji!... Lo que fuere sonará. Y ahora, querido Pepe, creo que debo retirarme... No vayan a sospechar nuestra conspiración.

PEPE REY.-  ¿Volverá usted?

DON JUAN TAFETÁN.-  Me parece que no debo volver. Mañana me contará usted...

PEPE REY.-  Pero no deje de advertir...  (Entra MARÍA REMEDIOS, viniendo de la calle.) 

MARÍA REMEDIOS.-  Santas y buenas noches.

DON JUAN TAFETÁN.-  (Chist... que esta es de cuidado. Métase en su cuarto).  (Alto.)  Hasta mañana, don José. A descansar. Eso no será nada.

PEPE REY.-  Abur, don Juan.  (Entra en su cuarto.) 

DON JUAN TAFETÁN.-  Adiós, señora doña María Remedios. ¡Usted siempre tan guapetona, tan amable...! ¡Ji, ji!...

MARÍA REMEDIOS.-  Y usted, señor de Tafetán, siempre tan perdido, tan disoluto...

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Ji, ji, ji!... Muchas gracias. Usted me favorece... (¡Así te parta un rayo!).  (Vase riendo.) 



Escena VI

 

MARÍA REMEDIOS; DOÑA PERFECTA.

 

MARÍA REMEDIOS.-  El uno se queda, el otro se va... ¿Qué tramarán los dos libertinos, los dos escandalizadores del pueblo? ¡Oh, mundo inmoral, mundo de vilipendio...!

DOÑA PERFECTA.-    (Presurosa; viene del comedor.)  ¡Remedios!...

  -41-  

MARÍA REMEDIOS.-  Señora.

DOÑA PERFECTA.-  Te vi entrar... ¿Y tu tío?

MARÍA REMEDIOS.-  Cena esta noche en casa del señor Deán. A la vuelta entrará por aquí.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Cuánto deseo hablarle!... ¿Y qué novedades hay?

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Ah, señora...! ¿Novedades? Diga usted horrores.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Jesús, me asustas!

MARÍA REMEDIOS.-  Horrores, sí, y tales, que no sabe una cómo contarlos.

DOÑA PERFECTA.-   ¡Ave María Purísima!

MARÍA REMEDIOS.-  Ya sabe usted que su sobrinito y ese esperpento vicioso de Tafetán...

DOÑA PERFECTA.-  Son amigos, sí. Tafetán le entretiene, le lleva y le trae. ¡El pobrecito Pepe está tan aburrido...!

MARÍA REMEDIOS.-  Diga usted que el ingenierito las mata callando. Del otro no digamos. Bien sabemos que toda su vida no ha hecho más que cortejar mujeres. Él dice que por lo fino. ¡Sabe Dios qué finuras serán esas!... En fin, señora, da vergüenza verles por esas calles.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué hacen, pues?

MARÍA REMEDIOS.-  Esta tarde, iban por la calle de la Santa Faz Tafetán y su discípulo. Pasaron las de Troya; la mayor, María Juana, que es guapísima, y la pequeñuela, tan mona... ¿Qué creerá usted que hizo el cotorrón de Tafetán? Pues pararlas en mitad de la calle, y ponerse a decirles unas cosas... ¡ay qué cosas! Yo estaba en mi ventana baja, y sin quererlo, oí... digo, me entró por el oído, y me puse como la grana.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Galanteos inocentes!... ¿A ver?...

MARÍA REMEDIOS.-  Que si eran bonitas, que si eran... ¡saladas, señora, saladas! Que si el pie chico, que si la mano blanca, que si el... En fin, me callo.

DOÑA PERFECTA.-  Y Pepe no dejaría de echarles algún requiebro.

MARÍA REMEDIOS.-  Aunque se hacía el indiferente, yo vi...

DOÑA PERFECTA.-   ¿Qué?

MARÍA REMEDIOS.-  Que se le encandilaban los ojos... Pero en esto   -42-   sale Caballuco de la tienda de Macho y ve aquel cuadro... ¡Ay, qué cuadro de liviandad, de corrupción y concupiscencia!... Ya sabe usted que Cristóbal es novio de María Juana... Es celoso como un gallo y fiero como un tigre. Pues señor, siguen las muchachas su camino; ellos van por otro lado. Cristóbal... pim, pam... tras ellos. Yo salí al instante...

DOÑA PERFECTA.-  Para calmarle...

MARÍA REMEDIOS.-  Sí señora, para calmarle. Le dije que don Pepe le había mirado así... con mofa despreciativa... ¡Ay, cómo bramaba el muy bruto!... Dice que ha de desafiarle, y que viene acá esta noche a pedirle explicaciones...

DOÑA PERFECTA.-  ¡A mi casa! No; no quiero querellas en casa. Si viene, verás qué pronto le despacho. ¡Yo qué tengo que ver...!

MARÍA REMEDIOS.-  Otra cosa. Desconfíe la señora de toda la servidumbre de esta casa... menos de Librada. ¡Es un ángel! Por esa pongo yo mi mano en el fuego.

DOÑA PERFECTA.-   En punto a confianza, Librada es como yo misma.

MARÍA REMEDIOS.-  Luego, tan calladita, tan... Y en la iglesia da gusto verla. ¡Qué recogimiento, qué devoción! Es una chica que da ejemplo.



Escena VII

 

Dichas; DON INOCENCIO.

 

DON INOCENCIO.-  Eso es lo que hace falta: buenos ejemplos.

DOÑA PERFECTA.-    (Alegre, yendo a su encuentro.)  ¡Ah, don Inocencio...! ¿Con que novillos esta noche...?

DON INOCENCIO.-    (Bondadoso.)  Señora mía, no me riña usted. Ya hice propósito de no retirarme a casa sin dar una vueltecita por aquí.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Y el señor Deán?

DON INOCENCIO.-  Ya puede usted suponer. Hemos hablado largamente de la desagradable escena de esta mañana   -43-   en la Catedral. Yo no estaba allí... y me alegro.

DOÑA PERFECTA.-  Bien merecido le está a mi sobrino... Que aprenda.

DON INOCENCIO.-  Hallábase, según me contaron, embebecido en la contemplación de retablos, pinturas y sepulcros...

MARÍA REMEDIOS.-  A la hora de misa mayor. ¡Qué irreverencia!

DOÑA PERFECTA.-  Ya sé... Y el señor Deán creyó procedente mandarle salir de la santa iglesia.

DON INOCENCIO.-  Justo. Paréceme, y así se lo he manifestado, un rigor excesivo.

DOÑA PERFECTA.-  El hecho carece de importancia.

DON INOCENCIO.-  Tal creo. Ya sabemos lo que son los artistas, los que sólo entran en el templo movidos de la fiebre del arte pictórico y monumental.

MARÍA REMEDIOS.-  Infernales artes, digo yo...

DOÑA PERFECTA.-   Pues bien, don Inocencio de mi alma, yo deseaba verle a usted esta noche porque, verdaderamente, estoy algo inquieta... Tengo que dar a mi hermano una explicación...

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Silencio!... Las puertas oyen.  (Acechando en la puerta del cuarto de PEPE REY.) 

DON INOCENCIO.-   (Bajando la voz.)  ¡Explicación! Es muy sencilla. Si no mediara la conciencia, tendría usted que apurar el entendimiento para buscar razones. Pero mediando la fe sacrosanta, los grandes fines del alma, ante los cuales nada significa la conveniencia material, nada los vanos intereses y afectos de este mundo, no tiene usted que discurrir para expresar su resolución. Si la conciencia dice «no puede ser», fácilmente y sin ninguna turbación lo repetirán los labios.

MARÍA REMEDIOS.-    (Que lo ha oído con admiración, apoyando sus palabras con movimientos de cabeza.)  ¡Qué bien!

DOÑA PERFECTA.-    (Reflexiva y melancólica.)  «¡No puede ser!». ¡Qué duras palabras cuando median afectos de familia!

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Ay, mundo pérfido...!

  -44-  

DON INOCENCIO.-  No le faltarán a usted disgustos, amarguras... Pero...

DOÑA PERFECTA.-  Sí; para eso está la paciencia.

MARÍA REMEDIOS.-  La resignación cristiana...

DON INOCENCIO.-  Y a estas alturas, créame usted, lo mejor es arrostrar de frente la negativa, abandonando ya los procedimientos indirectos, por más que sean suaves... Sí, sí, señora mía. Pues él no parece comprender que debe alejarse y renunciar al matrimonio, convendría...

MARÍA REMEDIOS.-    (Sintiendo abrir la puerta.)  ¡Chitón, que sale!



Escena VIII

 

Dichos; PEPE REY.

 

PEPE REY.-   (Detiénese receloso en la puerta.)  (El canónigo).

DON INOCENCIO.-    (Inclinándose ceremoniosamente, sin demostrar afecto.)  Señor don José...

PEPE REY.-   (Con ironía.)  Amigo don Inocencio, usted siempre tan bueno, tan amable...

DON INOCENCIO.-  Procuro ser ameno en la palabra, dulce en el trato, como inflexible en la conducta, en las ideas firme.

PEPE REY.-  Así debe ser.

DON INOCENCIO.-  Y dígame, ¿es cierto que la Sociedad Minera de Mundogrande le encarga a usted trabajos de importancia?

PEPE REY.-  Tal vez...

DON INOCENCIO.-  Me alegro. Le conviene a usted la actividad, salir a trabajos de campo, ausentarse, recorrer todo el país.  (Siguen hablando.) 

DOÑA PERFECTA.-    (Aparte con REMEDIOS a la derecha del proscenio.)  Lo mejor que puedes hacer ahora es marcharte.

MARÍA REMEDIOS.-  Señora, déjeme... Vendrá Cristóbal... Quiero presenciar...

DOÑA PERFECTA.-   (Intranquila.)  No, no; vete pronto. Busca a ese bárbaro, y dile de mi parte que no parezca por acá.

  -45-  

MARÍA REMEDIOS.-  Pero...

DOÑA PERFECTA.-  Anda te digo... No quiero cuestiones en casa...  (Empujándola.)  Vete...

MARÍA REMEDIOS.-  Ya me voy... Procuraré verle, y... Adiós, adiós.  (Vase MARÍA REMEDIOS.) 

DOÑA PERFECTA.-  Dime, Pepe, ¿has tenido alguna cuestión con Caballuco?

PEPE REY.-  ¡Yo!

DOÑA PERFECTA.-  Me han dicho que está furioso contigo.

PEPE REY.-  ¡Conmigo!

DON INOCENCIO.-  No haga usted caso de ese bruto.

DOÑA PERFECTA.-   Pues quiere nada menos que desafiarte.

PEPE REY.-  ¡A mí!

DOÑA PERFECTA.-  No, no temas nada.

PEPE REY.-  ¡Temer yo!

DON INOCENCIO.-  ¡Pobre Cristóbal!  (A DOÑA PERFECTA.)  Si viene acá con alguna fanfarronada de las suyas, caliéntele usted las orejas.

PEPE REY.-  Es lo que me faltaba, que ese animal...

DON INOCENCIO.-  ¡Si es un alma de Dios!...



Escena IX

 

Dichos; LIBRADA, con una carta voluminosa.

 

LIBRADA.-  Señora.

DOÑA PERFECTA.-    (Viendo la carta.)  ¿Qué traes ahí?

LIBRADA.-  Esto han traído para el señorito don José... del Presidente del Casino.

PEPE REY.-  ¡Ah!... ya sé.  (Disimulando su gozo.) 

DOÑA PERFECTA.-    (Cogiendo la carta de manos de LIBRADA. Vase esta. DOÑA PERFECTA alarga la carta a su sobrino, observando con disimulo la letra del sobre.)  Toma, Pepe... ¿Te escribe don Laureano?

PEPE REY.-  Sí, señora.  (Disimulando su impaciencia.) 

DOÑA PERFECTA.-    (Queriendo irse, pero retenida por la curiosidad.)  Será encargándote algún proyecto...

PEPE REY.-   (Cuida de que al abrir el pliego no se caiga la cartita que viene dentro, y ojea rápidamente el papel.)  La Compañía Minera de Mundogrande me propone...

  -46-  

DOÑA PERFECTA.-  ¿Tendrás que salir a hacer estudios de campo?...

PEPE REY.-  Forzosamente. Sí, querida tía, saldremos, correremos...



Escena X

 

PEPE REY, DON INOCENCIO, DON CAYETANO, JACINTITO, después DOÑA PERFECTA.

 

DON CAYETANO.-  ¿No saben la gran noticia?

DON INOCENCIO.-  ¿Qué?

DON CAYETANO.-  Tropas en Orbajosa.

JACINTITO.-  Esta noche llegan a Villahorrenda... Pero no sabemos si vendrán aquí, o seguirán a la capital de la provincia.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Qué atrocidad!  (Mal humorada.)  Ya tenemos aquí las plagas de Faraón. ¡Soldados!...

JACINTITO.-  No es más que una provocación de ese Gobierno infame.

PEPE REY.-  El Gobierno no provoca, caballerito; se previene contra las provocaciones. ¿Cuántas partidas han salido ya?

JACINTITO.-  Tres, la de Francisco Acero, la de Chispa, la de...

DON CAYETANO.-  Pero no valen tres cominos.

PEPE REY.-  ¿Y el gran Caballuco no sale?

DOÑA PERFECTA.-  ¡Oh, si este saliera...!

PEPE REY.-  ¡Si esto sonara!

DON CAYETANO.-  Ha dado su palabra al gobernador, según dicen.

DOÑA PERFECTA.-   Y la palabra de Caballuco es la paz de Orbajosa.

DON CAYETANO.-  Yo creo que ese batallón y los dos escuadrones que dicen, no vienen acá.

JACINTITO.-  Y si vienen, no es más que a presumir.

PEPE REY.-  Pero señor, dejarles que vengan. Por algo les manda el Gobierno.

DOÑA PERFECTA.-   (Irritada.)  Calla... ¡Ni qué falta nos hacen aquí militronches!

DON CAYETANO.-  Señores, tocan a retirada.

DON INOCENCIO.-   (A JACINTO.)  Niño...

DOÑA PERFECTA.-    (A PEPE REY.)  Y tú, ¿qué haces?

  -47-  

PEPE REY.-  Tengo que escribir... Enterarme de esto... contestar...

DON INOCENCIO.-    (Despidiéndose.)  Sí, sí, que trabaje. Cada lobo por su senda... En vez de correr tras lo imposible, vaya usted tras lo posible y fácil. Ingeniero a tus ingenios, empresario a tus empresas...

PEPE REY.-  A mis empresas voy.

DON INOCENCIO.-  Adiós.

DOÑA PERFECTA.-  Descansar.

DON INOCENCIO.-  Buenas y santas noches.

JACINTITO.-    (Despidiéndose.)  Señor don José... Señora...

DON CAYETANO.-  Pepe, que descanses.  (Sale acompañando a DON INOCENCIO y JACINTITO.) 



Escena XI

 

PEPE REY; DOÑA PERFECTA, después LIBRADA.

 

DOÑA PERFECTA.-    (Mirándolo recelosa.)  Mejor es que trabajes en tu cuarto. Llévate esta luz.

PEPE REY.-    (Examinando los papeles del pleito para disimular.)  Sí señora.

DOÑA PERFECTA.-  Buenas noches.  (Se retira; vuelve, atisbadora o inquieta, queriendo observarle mejor.)  Pepe...

PEPE REY.-  Señora...

DOÑA PERFECTA.-    (Fingiendo cariño.)  Vale más que te acuestes a dormir... No te calientes ahora la cabeza.

PEPE REY.-  No... si me acostaré pronto.

DOÑA PERFECTA.-  Vaya, que descanses, hijo.  (Vase despacio, volviéndose para observarle. Ya cerca de la puerta, retrocede.)  Oye.

PEPE REY.-    (Disimulando su impaciencia.)  ¿Qué?

DOÑA PERFECTA.-    (Clava en él sus ojos, como si quisiera adivinarle los pensamientos.)  No vayas a olvidarte, y dejar aquí la luz...

PEPE REY.-  Descuide usted. Buenas noches.  (Sale LIBRADA con un farol.) 

DOÑA PERFECTA.-  ¿Has registrado bien abajo?

LIBRADA.-  Sí señora.

DOÑA PERFECTA.-  Pues ahora, lo de arriba.  (LIBRADA va delante. En la puerta, DOÑA PERFECTA se detiene, y vuelve a mirar a su sobrino, que continúa fingiendo que lee.) 

  -48-  

PEPE REY.-    (Sin mirarla.)  (¡Aún está ahí!).

DOÑA PERFECTA.-    (Desde la puerta, con voz blanda y calmosa.)  Nada, nada... Cuidado con la luz, Pepe. No me quemes la casa.

PEPE REY.-  No la quemare, señora.  (DOÑA PERFECTA desaparece sin ruido, como una sombra.) 



Escena XII

 

PEPE REY, después LIBRADA.

 

PEPE REY.-    (Mirando a la puerta.)  Me causa terror.  (Pausa.)  ¿Me acechará todavía?  (De puntillas va a la puerta y mira.)  No; subió... Ahora entra en el cuarto de Rosario. Allí estará un ratito antes de irse al suyo. Y a todas estas, no he podido aún leer la carta.  (Vuelve a la mesa, y sacando la cartita del pliego, la abre y lee:)  «No salgas... bajaremos...».  (Asustado, guarda la carta.)  Siento pasos...

LIBRADA.-    (Que sale con el farol.)  Señorito...

PEPE REY.-  Librada, tú eres mi salvación.

LIBRADA.-  Chist... bajito.  (Secreteando.)  Me ha mandado que registre otra vez, y que vea si se ha encerrado usted.

PEPE REY.-  ¿Aún está con su hija?

LIBRADA.-  Sí; pero en seguida se ya a su alcoba... Llévese la luz.

PEPE REY.-  ¡Ah! es verdad.  (Coge la luz y la mete en su cuarto, saliendo en seguida.) 

LIBRADA.-  Así... Ahora, haga como que cierra.  (PEPE REY echa la llave, dejando abierta la puerta.)  Bueno.  (Se retira.) 

PEPE REY.-  Oye. ¿La señora tiene el sueño ligero?

LIBRADA.-  No señor, muy pesado.

PEPE REY.-   (Asombrado.)  ¿Duerme?

LIBRADA.-  Como un tronco.



Escena XIII

 

PEPE REY.

 

PEPE REY.-  ¡Dios mío! esa mujer terrible... ¿duerme? Con esa conciencia, ¿es posible en humana vida la   -49-   paz, el descanso del sueño? No, no creo que duerma. Fatigada, se enroscará como una serpiente, y el oído atento, abiertos los ojos, velará, velará siempre.  (Poniendo atención, junto a la puerta. Vuelve hacia la izquierda.)  Si Rosario baja, huiré con ella. Me la llevo, sí, la saco de esta horrenda cárcel.  (Descorazonado.)  ¿Pero cómo?  (Mira por la ventana.)  ¡Qué obscura la noche... los muros de la huerta, qué altos!... Imposible salir de esta morada feudal sin violencia y escándalo.  (Con decisión.)  Pero si es preciso...  (Variando súbitamente de idea.)  No, nada de violencia. La astucia, la malicia solapada es lo que se debe emplear contra ti, mujer insidiosa y resbaladiza. ¡Contra ti, tu sistema!... ¡Vencerte con tus armas, matarte con tu propio veneno!...  (Siente pasos, y con gran ansiedad se aproxima a la puerta.) 



Escena XIV

 

PEPE REY; ROSARITO, envuelta en un chal de color claro, calzada con chinelas que no hacen ningún ruido. La escena débilmente iluminada por la lámpara que PEPE REY ha llevado a su cuarto. La puerta de este abierta.

 

ROSARITO.-  Pepe... ¿estás aquí?  (Avanza palpando.) 

PEPE REY.-  Vida mía, ven, dame la mano.  (Le da la mano para evitar que tropiece en los muebles, y la lleva al centro de la escena.)  Por aquí.

ROSARITO.-  Si veo, tonto. La luz de tu cuarto nos alumbra.

PEPE REY.-    (La lleva al sillón.)  Siéntate.

ROSARITO.-   (Suspirando.)  ¡Ay!... ¡qué viaje, qué ansiedad! Creí que no llegaba.  (Tiritando.) 

PEPE REY.-    (Besándole las manos.)  Alma mía, estás helada. ¿Por qué tiemblas?  (Se sienta a su lado.) 

ROSARITO.-  No tiemblo, no... El deseo de verte... la alegría de verte... El miedo de que mamá no esté dormida.

PEPE REY.-   (Tocándole la frente.)  Tu frente abrasa.

  -50-  

ROSARITO.-  De pensar, de sufrir, de temer... Pero no estoy enferma. Con verte sólo, ya me siento bien.

PEPE REY.-  Has padecido horriblemente.

ROSARITO.-  Sí.  (Vencida de la emoción, rompe en sollozos. Saca del seno un crucifijo, y lo besa con ardor.)  ¡Jesús mío, Redentor mío, ampáranos!

PEPE REY.-   (Tocando la imagen.)  ¿Tu crucifijo?

ROSARITO.-  El que tengo a la cabecera de mi cama. Le traje para que me saque en bien de este paso terrible. Pepe,  (Se lo da.)  bésalo.

PEPE REY.-  Sí, vida mía: una y mil veces.  (Pausa. PEPE REY besa el crucifijo.) 

ROSARITO.-  Más, más.

PEPE REY.-    (Después de besar nuevamente.)  Ya te entiendo: dudas de mi fe.

ROSARITO.-  No dudo, no quiero dudar. Que duden todos. Yo creo en ti. Dámelo ahora.  (Recibe de manos de él el crucifijo, y lo guarda en su seno.) 

PEPE REY.-  Dime la verdad: tu madre te dirá horrores de mí.

ROSARITO.-  No lo creas. Sabe que te quiero, y que me mataría diciéndome que eres malo. Me dice que espere, que tú decidirás, que te vas, que vuelves... Háblame con franqueza: ¿has formado mala idea de mi madre?

PEPE REY.-   (Después de vacilar en la respuesta.)  No.

ROSARITO.-  ¿Crees que me quiere mucho, que a ti, a ti te quiere también?

PEPE REY.-  Nos quiere... no digo que no... a su manera... Pero si me tienes amor, Rosario de mi vida, y no desmayas en tu resolución de ser mía para siempre, es preciso que no hagas caso de nadie más que de mí, y estés dispuesta a obedecerme ciegamente cuando yo te diga: levántate y sígueme.

ROSARITO.-    (Valerosa.)  ¡Sí, sí!

PEPE REY.-  Rosario, disponte a salir de aquí.

ROSARITO.-  ¿Cuándo?

PEPE REY.-  Mañana... Mañana por la noche. Yo lo prepararé   -51-   sin ninguna violencia. No hay otro medio. Tu madre es inflexible... No cederá nunca.

ROSARITO.-   (Herida por el recuerdo, se desploma súbitamente, perdiendo el valor.)  ¡Mi madre! Sólo con nombrarla, el valor se me disipa... me siento cobarde... tiemblo de pavor... ¡Mi madre! Su mirada me paraliza. El respeto me anonada. La quiero... es mi madre. Me dio la vida... me da la muerte.

PEPE REY.-   (Con solemnidad.)  Rosario, en las ocasiones graves de la vida, los sentimientos elementales, sagrados, sufren, pueden sufrir dolorosa prueba. Guarda en tu alma el respeto, guarda el cariño a tu madre... Pero convéncete de que ya no es ella, sino yo, yo, quien gobierna y dirige tus acciones, yo, tu esposo.

ROSARITO.-  Sí, Sí.  (Con inspiración súbita, se arrodilla. PEPE REY permanece en pie tras ella, inclinada la cabeza.)  ¡Señor que adoro, Señor Dios del mundo y tutelar de mi casa y familia, Jesús bendito, que moriste en la Cruz por redimirnos del pecado: ante Ti, ante tu cuerpo herido, ante tu frente coronada de espinas, digo que este es mi esposo, y que después de Ti, es el que más ama mi corazón!

PEPE REY.-    (Con gran emoción.)  Mía serás.

ROSARITO.-  Dame la mano.  (PEPE REY le estrecha la mano.) 

PEPE REY.-  ¡Mía! Ni tu madre, ni nadie lo impedirá. ¡Júrame que no desistirás!

ROSARITO.-  ¡Te lo juro!  (Con grave acento.)  Que unidos en muerte como en vida, reposemos bajo una misma losa, cuando Dios quiera llevarnos de este mundo.

PEPE REY.-   (Abrazándola.)  ¡Oh, mi bien!

ROSARITO.-    (Estremeciéndose.)  ¡Oh!... ¡Escucha!

PEPE REY.-  ¿Qué?

ROSARITO.-  Pareciome sentir...

PEPE REY.-  ¡No!... ¡Es tu miedo!...

ROSARITO.-    (Aterrada.)  ¡Ah!... ¡Siento pasos!...

PEPE REY.-  ¡Alguien baja!


  -52-  

Escena XV

 

Dichos; LIBRADA, después DOÑA PERFECTA.

 

LIBRADA.-   (Despavorida.)  ¡La señora!

ROSARITO.-    (Poseída de pánico.)  ¡Mi madre!... Huyamos.

PEPE REY.-  ¡Que venga!... ¡Mejor!  (Aparece DOÑA PERFECTA en la escalera, con una luz en la mano, y allí se detiene asombrada y ceñuda. ROSARIO, al verla, da un grito de terror. A punto de caer desvanecida, LIBRADA acude a sostenerla. PEPE REY calla. DOÑA PERFECTA, después de una pausa, baja lentamente, toda severidad y altanería.) 

DOÑA PERFECTA.-    (A LIBRADA.)  ¡Súbela, súbela al momento!  (LIBRADA lleva a ROSARIO, que del terror apenas puede moverse.) 



Escena XVI

 

PEPE REY; DOÑA PERFECTA.

 

DOÑA PERFECTA.-    (Con gravedad.)  ¡Gracias, sobrino mío, gracias! ¿Merezco yo esa conducta? Rosario no se habría atrevido a bajar aquí, mientras yo dormía, si tú no la hubieras instigado a la liviandad, a la desobediencia.

PEPE REY.-  ¡Es verdad! La culpa es mía.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Y lo confiesas!

PEPE REY.-  Sí, señora. Soy todo sinceridad, lo contrario de otras personas; y puesto que a la lucha se me incita, lucharé; pero a cara descubierta. Sí señora; necesitaba ver y hablar a su hija de usted; era indispensable absolutamente que hablásemos los dos... y hemos hablado.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Calla!... ¡Qué atrevimiento! Paso que no ames a la hermana de tu padre, que correspondas a mi cariño con esta traición... ¿Pero no merezco siquiera respeto?

PEPE REY.-  Señora, perdóneme usted... pero aun el respeto he de negarle. Nunca lo creí. Estos sentimientos amargan horriblemente mi vida.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Me aborreces... di la verdad!

  -53-  

PEPE REY.-  Sí señora... ¡Qué desgracia! Perseguido y atormentado por un poder tenebroso, he aprendido lo que nunca supe, he aprendido el rencor, véalo usted en mí.  (Con bravura.)  Míreme usted a la cara, de frente. Arroje usted sobre mí su mirada siniestra, como yo le arrojo la mía, leal... Estoy frente a mi enemigo, y antes que dejarme matar, quiero arrancarle la máscara con que encubre su rostro.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Loco! ¡Qué desvarío es ese!  (Asustada, procura dominarse y sostener su altanería.) 

PEPE REY.-    (Con gran calor y energía creciente.)  Yo vine aquí con el candor de un niño y la lealtad de un caballero. Mi padre, de acuerdo con usted, me mandó para que viese a Rosario y la hiciera mi esposa. Desde que la vi, la amé. Usted aparentó aceptarme por hijo; usted, recibiéndome con engañosa cordialidad, empleó desde el primer día todos los ardides de su fina astucia para estorbar el cumplimiento de las promesas hechas a mi padre; usted trató de extraviar los sentimientos de su hija presentándome como un hombre abominable, sin fe, enemigo de Dios: y con los labios llenos de sonrisas y de palabras cariñosas, me ha estado matando, me ha estado achicharrando a fuego lento. Usted ha lanzado contra mí, en la obscuridad y a mansalva, una nube de litigantes; usted, por influencias que desconozco, me ha destituido del cargo oficial que traje a Orbajosa; usted me ha privado del consuelo de recibir las cartas de mi padre; usted me ha desprestigiado en el pueblo; usted me ha expulsado de la Catedral; usted me ha tenido días y días en dolorosa ausencia de la elegida de mi corazón; usted ha querido dominar a su hija con un encierro inquisitorial, que pondría en peligro su existencia si no estuviera yo aquí, yo, decidido a salvarla, cueste lo que cueste y caiga el que caiga.

  -54-  

DOÑA PERFECTA.-  ¡Dios mío, Santa Virgen del Socorro!... ¡Ay!...  (Anonadada, cae en un sillón y se cubre el rostro con las manos.)  ¿Es posible que yo merezca tan atroces injurias...?  (Pausa.)  Pepe, hijo mío, ¿eres tú el que habla? Si aciertas en tu juicio, en verdad que soy una gran pecadora.

PEPE REY.-  No habría para mí mayor dicha hoy que convencerme de que estoy equivocado. Demuéstreme usted que es ofuscación, engaño...

DOÑA PERFECTA.-  ¡Con que yo soy una intrigante, una mujer hipócrita y malvada, que...!

PEPE REY.-   (Con viveza.)  ¡Que no lo sea, Dios mío; que por alguna parte venga la demostración de que no lo es!...

DOÑA PERFECTA.-   (Con ira.)  ¡Desdichado! ¿Y quién eres tú para juzgar mis hechos, para desvirtuarlos con una interpretación de mala fe?

PEPE REY.-   (Estupefacto.)  Según eso, usted no los niega.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué sabes tú lo que son actos buenos y malos, ni qué criterio tienes tú, necio, para fallar sobre ellos?

PEPE REY.-   (Impaciente.)  Dígame pronto si los niega o no los niega.

DOÑA PERFECTA.-    (Con arrogancia.)  Esperabas que yo te contestase con una denegación cobarde y pueril, y que por desenojarte y tener contento al señorito, yo sería capaz de sacrificar, de pisotear mi conciencia...  (Con fuerte voz.)  ¡No! Mi conciencia, en la que no permito penetrar a un descreído como tú, es bastante fuerte y pura para que ante ella, con ella, pueda yo hacerte la declaración que vas a oír.  (Se levanta con majestuoso orgullo.)  Esos actos que desfigura tu ligereza... yo no los niego.

PEPE REY.-    (Estupefacto.)  ¡Los reconoce!

DOÑA PERFECTA.-   (Con gran energía.)  Sí.

PEPE REY.-  ¿Como suyos...?

DOÑA PERFECTA.-  Como míos.  (Despreciativa.)  ¿Con qué derecho los pobrecitos matemáticos se permiten juzgar estas o   -55-   las otras acciones humanas, si no ven, si no pueden ver el fin de ellas, porque su ceguera moral se lo impide?  (Creciéndose al ver que PEPE REY, poseído de asombro, no le contesta.)  ¿Qué dices, qué contestas?

PEPE REY.-  ¡Nada, señora!... ¡Estoy aterrado; no puedo hablar!

DOÑA PERFECTA.-  ¿Y cuándo ha sido vituperable, señor mío, que para conseguir un fin justo y bueno se empleen medios que produzcan males insignificantes, pasajeros? ¡Ni qué valen estos, si con ellos se impiden males hondos, irreparables!... ¿Pero no lo entiendes?

PEPE REY.-   (Perplejo.)  No señora... no lo entiendo.  (Bruscamente.)  ¿Por qué no me negó usted con lealtad la mano de su hija?

DOÑA PERFECTA.-    (Vivamente.)  Porque no podía hacerlo,  (Transición del tono severo a otro en que pone notas de ternura y piedad.)  ¡ay de mí! no podía. Habría sido preciso decir a tu padre el motivo de mi denegación. Pepe, si nunca me ha faltado valor para resistir las mayores adversidades, no lo tengo ¡ah! no lo tengo para decirle a mi hermano, a tu padre: «no puedo dar mi hija a un hombre de ideas negativas en materias religiosas». Sí; esta es la causa, la terrible causa, y cree que se me desgarra el corazón al tener que manifestarla.  (Con aflicción.)  ¿Y cómo decirle esto a tu padre?... ¡Imposible, imposible!... A sus años, agobiado de achaques, habría sido asestarle un golpe mortal... No, no; todo antes que eso.

PEPE REY.-  ¡Y si es verdad que existe ese abismo entre sus ideas y las mías; si es verdad que...!

DOÑA PERFECTA.-   (Interrumpiéndole.)  ¿Cómo si es verdad? Abismo tan hondo, que no veo que se pueda llenar con nada de este mundo. ¡No, Pepe; entre tus ideas y las mías, entre mis creencias y tu manera de ver la vida, la muerte, el mundo, el más allá, hay, no digo distancia, sino la inmensidad infinita! La   -56-   discordia, la repulsión, la antipatía entre tú y yo son irreductibles. Conciliar el cielo con el infierno, ¡quién lo pudo soñar!

PEPE REY.-  Pues si es así, ¿por qué no me dijo usted a mí, no a mi padre, a mí: «apártate; no te quiero por hijo, no te quiero: vete»?

DOÑA PERFECTA.-   Porque rechazarte de frente, en tonos de maldición irreparable, me parecía, además de cruel, peligroso.  (Con zalamería creciente, llegándose a él, y tocándole suavemente en los hombros, con afecto, casi con cariño.)  Te hubiera irritado, te hubiera impelido a la violencia, a la desesperación, quizás a cometer actos criminales... Preferí el sistema de apartarte suavemente, gradualmente, por medio de acciones aisladas, procurando que tú mismo comprendieras la conveniencia de alejarte... y que te alejaras, te desviaras, casi sin sentirlo tú mismo. Y te lo arreglaba de modo que la iniciativa de ruptura partiera de ti. Ya ves, te dejaba esta salida airosa: que fueras tú quien quisiera irse, no que salieras arrojado por mí... ¡Y me vituperas, sin ver que mis acciones entrañaban el bien de mi hija, y el tuyo, el tuyo también, porque yo te amaba como hijo de mi hermano!

PEPE REY.-  ¡Qué sarcasmo!

DOÑA PERFECTA.-  Te amaba, sí... Yo he procedido contigo en la forma que me parecía más eficaz... y más caritativa.

PEPE REY.-  ¡La caridad! ¡Se atreve a invocar la santa caridad!...

DOÑA PERFECTA.-  Sí... porque dejándote casar con Rosario, habrías sido muy desgraciado... y ella más, y yo, y tu padre, y todos. Ciego, ¿no lo comprendes...?

PEPE REY.-   (Descorazonado y con profunda aflicción.)  No señora, no lo comprendo, por mi desgracia. Aquí estoy  (Echándose mano al cráneo.)  luchando con mi mente, para convencerla, para convencerme de que no es usted   -57-   un monstruo...  (Cerrando los ojos horrorizado.)  No quiero, no quiero que usted lo sea. (*)4

DOÑA PERFECTA.-  Es que no entiendes el alma humana, pobre filósofo de la Naturaleza y de los números. Con tus sabidurías de la materia no acertarás nunca a discernir el mal del bien. No ves más que lo que tienes delante; ves los efectos, no las causas, sientes los medios que duelen, no la santidad de los fines que salvan.

PEPE REY.-   (Sin poder contener su ira.)  Señora, no sé si admirarla a usted por la sutileza de su ingenio, o si... no sé lo que digo...  (Reprimiéndose con gran esfuerzo.)  No, no, perdóneme usted. Usted me irrita, usted me escarnece después de matarme... ¡Horrible, horrible! (*)

DOÑA PERFECTA.-  Me juzgas inicuamente. No me importa.  (Con falsa mansedumbre.)  Sé padecer. Oféndeme, injúriame más.

PEPE REY.-    (Con vivo dolor.)  Sí, veo que es usted mala y no quiero que lo sea, no quiero, no quiero... porque es usted madre de la mujer que adoro, y por la ley lo será usted mía también.

DOÑA PERFECTA.-   (Con mucha arrogancia.)  ¡Nunca! Se acabaron las blanduras contigo. Tu ingratitud me pide rigor. Ya no más caridad, ya no más cariño. Pepe, lo que tú crees que debí decirte el primer día, te lo digo ahora. Mi hija no será nunca tu mujer.

PEPE REY.-  Así, así se habla, señora mía, así se lucha, cara a cara. Contesto en la misma forma de leal reto: su hija de usted será mi esposa.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Necio! ¡Tu esposa, no queriendo yo!

PEPE REY.-  Ella quiere.

DOÑA PERFECTA.-  No es verdad.  (Amenazadora.)  Y aunque quisiera, cegada por tus amaños, ¿no hay en el mundo padres, no hay sociedad, no hay conciencia, no hay Dios?

  -58-  

PEPE REY.-  Porque hay todo eso, digo y juro que me casaré con ella.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Menguado! Piensas atropellarme. Yo sabré defenderme de tus violencias.

PEPE REY.-  Si la ley no me ampara, la violencia, la fuerza será mi salvación.

DOÑA PERFECTA.-    (Burlándose.)  ¡Fuerza... tú... aquí! En esta noble ciudad, mi persona, mi nombre, son sagrados.

PEPE REY.-  En esta ciudad sediciosa, obscura y salvaje, hay leyes, las leyes de todo el país; y si no las hay, debe haberlas, y las habrá.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué sabes tú de leyes? Tenemos aquí las eternas, y en ellas descanso. No podrás, no podrás nada contra mí. Estoy en mi santo terreno, en mi ciudad protectora.  (Óyense clarines de caballería muy lejanos. DOÑA PERFECTA, súbitamente poseída de terror, presta atención.)  ¡Oh! ¿Qué es eso?

PEPE REY.-   (Con júbilo.)  Es la ley, señora; la ley que viene en mi ayuda.

DOÑA PERFECTA.-   (Rabiosa.)  ¡La brutal soldadesca!

PEPE REY.-    (Con exaltación.)  Es la patria armada, nuestra madre, a quien adoramos, defectuosa, imperfecta, como quiera que sea. Por ella vivimos, por ella morimos. Oígala usted; ya se acerca. Viene a sofocar la rebelión infame.  (Suenan los clarines más cerca.) 

DOÑA PERFECTA.-  Esos locos no cuentan con nuestra valiente raza.

PEPE REY.-  Valor contra valor, vencerá la razón, vencerá la justicia.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Oh, qué ignominia!  (Furiosa.)  Vete, vete pronto de mi casa.

PEPE REY.-  Ya mi vida, mi derecho, mi amor, no están desamparados. ¡Lucharemos! Tras de mí, tras de nosotros, hay una contienda espantosa, principios contra principios. Es nuestra misma guerra en proporciones colosales. En medio de esa lucha, pisando charcos de sangre, nos batimos usted y yo.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Indigno, me amenazas con la fuerza!

  -59-  

PEPE REY.-  Con la fuerza, no; con la ley.

DOÑA PERFECTA.-  La verdadera ley está aquí.

PEPE REY.-  ¡Aquí! ¡Tierra de bandidos, raza de hipócritas!

DOÑA PERFECTA.-  Eres sanguinario, brutal.

PEPE REY.-  Tan brutal el uno como el otro. Sólo que yo tengo razón, y usted no la tiene. Veremos quién cae.  (Suenan los clarines muy cerca de la casa.) 

DOÑA PERFECTA.-    (Desesperada.)  ¡Ah!... ¡Malditos, malditos seáis, demonios de la guerra!

PEPE REY.-  ¡Benditos, mil veces benditos! Venid, venid.  (Abre la ventana. Suenan los clarines con estruendo, y siguen sonando mientras cae el telón.) 



 
 
FIN DEL ACTO SEGUNDO
 
 


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