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Capítulo X

Primera noticia de la imagen de la Fuencisla. -Vida, milagros y muerte de San Frutos. -Martirio de San Valentín y Santa Engracia, sus hermanos. -Sucesos varios de Segovia.

     I. Al estruendo pavoroso de la pérdida de Rodrigo, y su ejército y victoria de los moros, (así los nombraremos de aquí adelante) todo era huir a las montañas y esconder refiquias, imágenes y libros de la furia del enemigo. En nuestra ciudad don Sácaro, beneficiado, como él se nombra, de la Iglesia, escondió en las bóvedas de San Gil una imagen de la Virgen madre de Dios, que estaba a la entrada occidental de nuestra ciudad en las peñas nombradas Grajeras, y hoy de la Fuencisla, por las fuentes que distilan. Con ella escondió un libro, que perdió el descuido de los antecesores y nuestra desgracia, conservándose hasta nuestros tiempos una hoja por guarda o aforro de un libro de canto muy antiguo de la misma Iglesia. Era la hoja de pergamino tosco en que se leía en letra propia de los godos lo siguiente: Dominus Sácarus Beneficíatus huius almae Ecclesiae Segoviensis hanc tulit imaginem Beatae Mariae de rupe supra fontes, ubi erat in via, et cum alijs abscondit in ista Ecclesia. Era DCC.LII. Estaba la tinta muy gastada del tiempo, y divisábase más abajo, Misera Hispania. Mucho perdimos en este libro, y sin duda la noticia de cuándo, a quién y cómo se entregó nuestra ciudad. En el tiempo y modo con que se entregó Toledo varían los escritores. Cierto es que sujeta aquella gran ciudad pasaron los moros a la de Ávila. Y tenemos por cierto que nuestros ciudadanos se defendieron más tiempo por lo que se verá después, y que permanecía en nuestro obispado Decencio, como escribe Luit Prando, autor ya citado.

     II. Escribiremos ahora las vidas de nuestros santos patrones Frutos, Valentín y Engracia, hermanos, que por haber vivido en tiempos tan miserables y alborotados, tenemos de sus cosas menos noticia que deseamos. Juliano Arcipreste, en los Adversarios dice, que su padre se nombró Lucio Decio Fructo, natural de Toledo y descendiente de Gneyo Pompeyo Fructo, cónsul toledano, a quien en Tarragona se levantó estatua con inscripción, que hoy se ve entre las de Grutero. Cierto es que todos tres hermanos nacieron en nuestra ciudad, y que fue Frutos, a quien Juliano y otros nombran Fructuoso, insinuando que el vulgo le disminuyó, como suele, en Frutos, y a Engracia la nombra Susana, que en hebreo significa lo mismo que gracia en castellano, según interpretan algunos. Defuntos sus padres, Frutos, que en edad y virtud era primero, aconsejó a sus hermanos, que, distribuida su hacienda entre pobres, se retirasen a un desierto huyendo los vicios y calamidades de España. Agradó el consejo saludable, y repartida su hacienda a pobres, se retiraron a un desierto peñascoso en la ribera septentrional del río Duratón, que naciendo en las sierras baja de oriente a poniente al pueblo que le da nombre de Duratón, celebrado del poeta Marcial en el epígrafe a Lucio. Y dejando en la ribera meridional a Sepúlveda, corre entre cavernas profundas de peña viva al convento que hoy habitan religiosos franciscanos con nombre de nuestra Señora de la Hoz, por semejanza de la vuelta que allí hace el río, y entonces se nombraba nuestra Señora de los Angeles; y, según tradición, la habitaban monjes benitos. Media legua río abajo de esta casa se encuentran las peñas con tanta aspereza, que se muestran inaccesibles a los ojos, cuanto más a los pies.

     III. Este asperísimo desierto, distante de nuestra ciudad al norte diez leguas, escogieron nuestros santos para retiro del mundo y escala del cielo. A pocos pasos del río, donde la peña comienza a levantarse y brota una fuente tan copiosa que mueve un batán, fabricaron los hermanos ermita a Engracia. En un hueco del costado de esta peña fabricó la suya Valentín, escondiéndose a vivir en el pecho de aquel duro peñasco. En la cumbre eminente fabricó Frutos la suya, como cuidadosa centinela de sus hermanos. En esta altura se goza y venera hoy una fuente que nombran de San Frutos, con tradición de que el santo la brotó milagrosamente con el báculo. Grande fue la penitencia y santidad de nuestros ermitaños. Juliano arcipreste en el Crónico escribe que florecía la fama de su santidad por los años seiscientos y noventa y dos dando a entender que profesaban la regla de San Benito, y así lo escriben muchos. Presumimos que Frutos no fue sacerdote, y entonces había pocos en aquella sagrada religión. De Valentín escriben que fue abad, y lo confirma la tradición. Mas no hallamos fundamento para afirmar que fuese obispo de nuestra ciudad, que no sería poca gloria de nuestra patria averiguarlo.

     IV. En la miserable pérdida de España se acogieron muchos a lo oculto de aquella tierra y amparo de nuestros santos, los cuales sabiendo que algunas escuadras de moros venían a sus ermitas, les salieron al encuentro sin más armas que firme esperanza en Dios. Y viendo que llegaban cerca, Frutos, habiendo suplicado a Dios librase aquellos pobres fugitivos de la ira de aquellos bárbaros, que sólo les perseguían por cristianos, se les puso delante mandándoles en nombre de Jesucristo Dios hombre, criador y redentor del mundo, no pasasen de una raya que señaló con el báculo. Y al punto con admiración de todos se abrió la peña, dejando en medio de cristianos y moros una abertura profunda, que hasta hoy nombran la cuchillada de San Frutos. Refiere fray Alonso Venero en sus vidas de Santos de España, que con nombre griego nombró Hagiographia, y manuscrito se guarda en la real librería de San Lorencio, que un moro instruido en su Alcorán y celoso de su seta, en pláticas con nuestro santo, blasfemó de la santísima Eucaristía, diciendo que los cristianos adoraban imposibles, creyendo que el pan se convirtiese en Dios, y se permitiese comer así de los hombres como de las bestias, pues si se lo pusiesen en un poco de cebada lo comerían. Al horror de tal blasfemia quedó Frutos lastimado y los cristianos atónitos, gloriándose los moros circunstantes casi de la victoria. Pero considerando que donde falta el discurso obra la fe, confiado en las promesas divinas consintió en que se hiciese la prueba. Y consagrada una hostia fue puesta sobre un harnero de cebada, y traído un jumento. Había concurrido al espectáculo número excesivo de cristianos y moros. Frutos y sus hermanos con espíritus fervorosos suplicaban a Dios glorificase su eterna verdad. Llegó el animal, y en viendo la hostia que sobre la cebada estaba, inclinando la cabeza, se postró en tierra; levantando los cristianos espíritu y voces a Dios, no sólo maravilloso en sus santos, pero reconocido de los animales por su eterno criador.

     V. Ensalzado quedó el nombre cristiano y gloriosa la fama de nuestros santos con señales tan milagrosas, acudiendo a sus ermitas los cristianos a consolarse en las calamidades que padecían. Hasta que Frutos lleno de años y virtudes pasó de esta vida a la eterna en veinte y cinco de otubre. En el año cierto de su edad y muerte hay poca certidumbre. Juliano en los Adversarios, dice: Prope Litabrum (nunc Butracum) obijt 25 Octobris, Sanctus Fructuosus, Segoviensis civis, vivus mortuusque, clarus miraculis anno Domini 725. Sunt qui dicunt passum a Sarracenis cum sorore, et fratre. Muzarabes Segovienses anno Domini 730, corpora transtulerunt Segoviam, nondum dirutam a Mauris. Esto es: Junto a Litabro (ahora Butrago) murió en 25 de otubre San Fructuoso, ciudadano de Segovia: En vida y muerte esclarecido en milagros, año del Señor setecientos y veinte y cinco. Hay quien diga que los moros le martirizaron con sus hermanos. Los muzárabes de Segovia año del Señor setecientos y treinta trasladaron sus cuerpos a Segovia, aun no destruída por los moros. Muchas cosas, ocultas hasta hoy, descubre esta noticia, aunque le da menos autoridad ponerla su autor en los Adversarios, y no en el Crónico; si bien allí dijo lo del martirio, y que habían padecido en veinte y cuatro de otubre. Nuestros escritores modernos y el rezo de este obispado aprobado por la sede apostólica (como diremos año mil y seiscientos y nueve), afirman que murió de setenta y tres años en el de Cristo setecientos y quince. Aquí pudo el traslado o impresión de Juliano poner veinte y cinco por quince; error muy fácil poniéndose por suma como está impreso. Aunque si los moros no ganaron a Toledo hasta año setecientos y diez y nueve como escriben Luit Prando y el mismo Juliano, no pasarían nuestros puertos, ni sucedería lo referido a nuestro santo con ellos hasta después. Y sobre esta cronología quedará más cierto haber fallecido año de veinte y cinco.

     VI. En cuanto al martirio de sus hermanos, Calvete en su vida dice que difunto Frutos vinieron a Caballar, pueblo distante de nuestra ciudad cinco leguas entre norte y oriente. Donde viviendo con gran santidad en una ermita, fueron martirizados por los moros, y sus cuerpos llevados con el de su hermano, quedando sus cabezas en Caballar, donde hasta hoy se veneran con mucha devoción de toda la comarca, cuyos pueblos cuando falta agua para los frutos, acuden en devotas procesiones a pedir socorro a Dios por intercesión de sus santos, llevando las cabezas en procesión a una fuente que nombran Santa, porque es tradición constante que fueron echadas en ella cuando los moros las apartaron de sus cuerpos en el martirio. Y certificamos que habiendo concurrido a esto, hemos visto efectos de pluvias admirables en constelación bien contraria, mostrándose Dios piadoso y agregado de la devoción que estos pueblos tienen a sus santos. En cuanto a su martirio se verifica con la bula del papa Sixto cuarto, que ponemos sacada con toda puntualidad del mismo original que permanece en la casa y priorato de San Frutos.

     SIXTUS Episcopus servus servorum Dei, universis Christi fidelibus praesentes litteras inspecturis, salutem, et Apostolicam benedictionem. Gloriosus in sanctis suis Deus, per ineffabilem suae pietalis clementiam supernae patriae cives, qui extra hujus procellosi saeculi fluctus, por constantiam fidei faelicíter emergentes, ad aeternam beatitudinem pervenerunt, inestimabilis decorat gloria claritatis. Sic nos illius vices, licet immeriti gerentes in terris, cuius imitatione Sanctorum quorum libet Ecclesias ad honorem Altissimi, et sub illorum nominibus, pie dicatas devota Christi fidelium veneratione celebrari laetamur. Et ut hoc ferventius valeat adimpleri, visitantibus illas spiritualis thesauri munera libenter elargimur. Ut quorum animae laetantur in coelis, eorum nomina celebrentur in terris: et per hoc ipsis demum pro nobis intercedentibus, coelestis aulae praemia una cum illis valeamus foeliciter adispisci. Cupientes igitur, ut Ecclesia Monasterij Sancti Fructi, prope oppidum de Sepulveda, Ordinis Sancti Benedicti per Priorem soliti gubernari Segoviensis Dioecesis, in qua (sicut accepimus) eiusdem Sancti Fructi Confessoris, ac Sancti Valentini, et Sanctae Engratiae Martyrum, corpora recondita sunt, congruis honoribus frequentetur, et in suis structuris, et aedificijs reparetur, el manuteneatur, ac Christi fidelis utriusque sexus eó libentiús devotionis causa ad illam confluant, et ad huiusmodi reparationem, et manutentionem manus promptius porrigant adiutrices, quo ibidem dono coelestis gratiae uberiús conspexerint se refectos: De omnipotentis Dei misericordia, ac Beatorum Petri, et Pauli Apostolorum eius auctoritate confisi: Omnibus veré paenitentibus, et confessis, qui Ecclesiam ipsam in singulis eiusdem Sancti Fructi, et Sanctissimae, Trinitatis festivitatibus, videlicét a primis usque ad secundas vesperas singulorum festivitatum earumdem devote visitaverint annuatim: et ad huiusmondi reparationem et manutentionem manus porrexerint adiustrices, septem annos, et totidem quadragenas de iniunctis cis paenitentijs misericorditer in Domino relaxamus: Praesentibus, perpetuis futuris temporibus duraturis. Volumus autem, quod si aliás visitantibus Ecclesiam ipsam, vel ad structuram, reparationem, aut ipsius Ecclesiae frabricam manus adiutrices porrigentibus, vel aliás inibi pias eleemosynas erogantibus, aut aliás aliqua alia indulgentia in perpetuum, vel ad certum tempus nondum elapsum duratura, per nos concessa fuerit, praesentes litterae nullius existant róboris, vel momenti. Dat. Narniae anno Incarnationis Dominicae millesimo quadrigentesimo septuagesimo sexto, Id. Augusti. Pontificatus nostri anno quinto.

     Consta de esta bula que Valentín y Engracia fueron mártires. Y de más de la tradición constante de esta comarca, de que estas cabezas que están en Caballar son suyas, sus cuerpos están sin cabezas en la casa de San Frutos y en nuestra Iglesia. Y de estas cabezas nunca se han hallado ni señalado otros cuerpos, conjeturas que mueven a crédito.

     VII. Estaba España ya toda cautiva, y trataban los moros de conquistar la Francia gótica o narbonense, para conseguir la conquista de Europa: tanto creció el brio de sus victorias. Mas el cielo que en el castigo de España había llegado al último azote, dispuso para restaurar el evangelio a la mayor monarquía, que después de muchos accidentes, pocos españoles fugitivos y emboscados en las montañas de Asturias alzasen rey al infante don Pelayo; así lo llamaban por la ceremonia que usaban, alzando los nobles al electo rey sobre un escudo o pavés y aclamando, Real, Real, Real. En el año de esta elección o coronación hay tan poca certeza, que no osamos afirmar cuál fuese desde setecientos diez y siete hasta veinte y cuatro. En cuanto al estado de nuestra ciudad, Juliano, como dejamos escrito, dice, que año setecientos y treinta los Muzárabes Segovianos trasladaron los cuerpos de Frutos, Valentín y Engracia a Segovia, aun no destruida por los moros. De aquí se conoce que en nuestra ciudad como en las demás, vivían los cristianos sujetos a los moros, en opresión miserable que duró hasta el año setecientos y cincuenta y cinco como allí diremos. El valeroso don Pelayo en Asturias, favorecido del cielo con muchos milagros, comenzaba la restauración de España, y habiendo restaurado desde Gijón hasta León, murió en Cangas de Onís año setecientos y treinta y cinco. Sucediendo su hijo don Fabila, que mal considerado, peleando con un oso murió en sus brazos año setecientos y treinta y siete.

     VIII. Sucedióle en la corona don Alonso primero, hijo de Pedro duque de Cantabria y yerno de Pelayo, casado con doña Ormisenda su hija, primera reina proprietaria de esta corona; príncipe valeroso que aprovechando las discordias de los moros, unió las reliquias cristianas de España y restauró parte de Portugal y toda la provincia que desde entonces hasta hoy conserva el nombre de Galicia. Y por Ledesma y Salamanca pasó a la restauración de nuestra ciudad, Sepúlveda y Osma hasta Vizcaya, cuanto en estos términos se incluía, que fue una gloriosa conquista. Ignoramos el año y modo de conquistarse nuestra ciudad, que en aquel miserable tiempo y los siguientes, eran pocos y poco lo que escribían. Mas cierto es que no quedó yerma como otras, sino con defensa y población, y acaso con obispo, refiriendo Juliano en los Adversarios: Excisa Segovia anno 755 per Abderramen, Regem Cordubae, mansit viculus, et allato corpore Sancti Fructi, et sociorum, mansit mandibula eius. Esto es: Destruida Segovia por Abderramén rey de Córdoba, año 755 quedó una pequeña población y llevado el cuerpo de San Frutos, y sus compañeros, quedó su quijada. Colígese de aquí, que habiendo el rey don Alonso restaurado nuestra ciudad, y dejádola en defensa, Abderramén con poderoso ejército vino contra ella y la destruyó.

     IX. Fue Abderramén primer monarca de la morisma de España, cruelísimo enemigo del nombre cristiano; de quien dice Rasis, escritor moro, en la Historia de España, que escribió en Córdoba por los años novecientos y setenta y seis, que excedió las calamidades de Rodrigo, destruyendo pueblos, profanando templos y martirizando cristianos. Así todos huían de este furor a las montañas y lugares encumbrados. De aquí presumimos que nuestros segovianos, considerando las fuerzas del moro tan excesivas a las suyas, y que de parte ninguna esperaban socorro por hallarse el rey don Alonso tan lejos, y todas las comarcas despobladas, se derramaron a diversos refugios; algunos a Asturias, otros, considerando que ejército tan copioso no podía detenerse mucho en tierra tan despoblada, se acogieron al desierto donde antes habían estado con San Frutos, llevando su cuerpo. Otros se escondieron en lo oculto y fragoso de nuestras sierras, quedándose, como dice Juliano, con la quijada del santo para consuelo de sus trabajos. Llegó el bárbaro a ejecutar su furor en nuestra ciudad; y destruyéndola pasó adelante. Los fugitivos salieron de sus escondrijos; y los más poderosos poniendo en la mejor defensa que pudieron las tres fortalezas, Alcázar, casa de Hércules, hoy santo Domingo, y torre de San Juan, las habitaron y defendieron cuanto pudieron. Los menos poderosos, dejando lo áspero de la sierra por los rigores de sus fríos en invierno, fabricaron en la falda algunas habitaciones que nombraron y hasta hoy se nombran Palazuelos, conservándose un pueblo pequeño y muchos cimientos y despojos de aquellos edificios; y una iglesia de tres naves de fábrica tosca y antigua de aquel tiempo y rastros de haber sido mucho más.

     X. Hoy nombran este templo el santo de Palazuelos, sin señalar qué santo sea, con harta confusión, aunque presumimos ser San Bartolomé. Allí se conservaron hasta nuestros días, y los vimos, algunos paveses, y otros rastros de antigüedad que ya se han consumido. Y considerando la disminución que en esta y otras antigüedades y noticias hemos visto en treinta o cuarenta años, advertimos cuán grande habrá sido en ochocientos o novecientos, tan revueltos y varios de gobierno. Este es el barrio y reliquias pobres en que se resumió nuestra gran ciudad; al cual llama viculus Juliano; que como cercano a aquel tiempo y a nuestra ciudad, por haber nacido y vivido en Toledo, tuvo noticia de estas calamidades nuestras. Y bien consta que nuestra ciudad fue poco habitada y poseída de los moros, en los pocos rastros que dejaron en ella de sus templos, edificios, sepulcros ni nombres de barrios; pues el de la Morería, calle de Almuzara, plaza o placeta de Azoguejo, son de los moros que habitaban después entre los cristianos; y el osario era sepultura de los judíos, hasta que unos y otros fueron del todo expelidos por los Reyes Católicos, como escribiremos, año mil y cuatrocientos y noventa y dos.

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