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Capítulo XXIV

Rey don Alonso conquistador. -Obispos de Segovia don Benito Pérez, don Amado, don Pedro de Cuéllar. -Alborotos de doña Mencía del Aguila y de Pedro Laso de la Vega. -Martín Fernández Puertocarrero, capitán segoviano. -Victoria famosa del Salado. -Regidores perpetuos y Cortes en Segovia. -Muerte del rey don Alonso.

     I. Al difunto don Fernando sucedió su hijo don Alonso de un año y treinta y cinco días de edad, el cual se guardaba en Ávila, con gran lealtad de aquellos ciudadanos. El reino después de muchas revueltas se dividió en dos parcialidades. De la una era cabeza el infante don Juan, tío mayor del niño, hermano de don Sancho su abuelo, seguíanle la reina doña Constanza, madre del rey, y don Juan Núñez de Lara con otros señores, todos bulliciosos; como su cabeza. De la otra parcialidad era caudillo el infante don Pedro, tío del rey, a quien seguían la reina abuela y los mejores intencionados. Convocáronse Cortes en Palencia para ordenar la crianza y tutoría del rey y gobierno del reino. ¿Cuál entendimiento humano pudiera hallar modo para convenir ánimos tan ambiciosamente desavenidos? La crianza del rey se cometió a la reina su abuela, por su mucha autoridad: el nombramiento de tutores se remitió a los procuradores de las ciudades, y cada cual nombró al que quiso, o al que más le dio. De tanta división podía temerse total ruina. A tantas desdichas se añadía que habiendo el pontífice Clemente quinto concedido las tercias decimales al difunto rey don Fernando por tres años, pasado el término las cobraba, y los tutores del sucesor continuaban la inobediencia. Puso el pontífice entredicho en los reinos de Castilla. Nadie cuidaba de remediar daño tan espiritual, ocupados todos en el temporal desasosiego. Algunos prelados, atentos a su encargo, suplicaron al pontífice se apiadase del pueblo, que sin culpa padecía tan rigurosa pena. Cometió la causa en dos de noviembre de mil y trecientos y trece años a los arzobispos don Rodrigo de Santiago, y don Fernando de Sevilla; y a los obispos don Gonzalo, de Burgos, y don Pedro, de Salamanca, que juntos en Valladolid con don Gutierre, arzobispo de Toledo, don Simón, obispo de Sigüenza, don Domingo, de Plasencia, don Alonso, de Ciudad Rodrigo, don Juan, de Tuy, don Alonso, de Coria, don Sancho, de Ávila, y don Fray Juan, de Lugo, y los procuradores de los ausentes, por el mes de junio de mil y trecientos y catorce aunque el pontífice había muerto en veinte de abril, continuando la jurisdición ya comenzada, concluyeron la causa, y satisfechas las partes del daño, y recibidas fianzas de la reina abuela y de los infantes don Juan y don Pedro, para adelante, alzaron del todo el entredicho, despachando a los ausentes sus buletos, y entre ellos a nuestro obispo don Fernando, el cual permanece original en el archivo Catedral con cuatro sellos de cera pendientes de los cuatro prelados jueces. Y por no haber hallado memoria de acción tan importante en corónica alguna, nos pareció referirla.

     II. En diez y seis de noviembre del año antecedente mil y trecientos y trece, nuestro obispo don Fernando había fundado en Santa María de Cuéllar dos aniversarios por el descanso de las almas de sus padres, obligándose a cumplirlos el Cabildo de los clérigos de aquella villa, en cuyo archivo se guarda el instrumento de la fundación. Esta y otras conjeturas nos mueven a creer que el obispo fue de Cuéllar. El cual en doce de enero de mil y trecientos y quince años, en Cabildo pleno, concurriendo don García Sánchez, deán, don Amado, arcediano de Sepúlveda, don Gonzalo Iufre, arcediano de Cuéllar, Domingo Belázquez, chantre, Aparicio Rodríguez, maestrescuela, Martín Ximénez, arcipreste, y muchos canónigos, asignó a la mesa capitular ciento y sesenta maravedís sobre el portazgo de Segovia y su tierra, que el cardenal don Gil en la distribución, referida año mil y docientos y cuarenta y siete, había dejado para gratificación.

     Miércoles cinco de mayo del año siguiente mil y trecientos y diez y seis con los mismos deán, arcedianos de Sepúlveda y Cuéllar, y con don Benito Pérez arcediano, de Segovia, y muchos prebendados, en Cabildo pleno, se publicó la bula y confirmación de los tutores. Deseaba el obispo fundar una religiosa memoria de misa cada día, por el descanso de todos los prelados sus antecesores, y para situar estipendio bastante y perpetuo convocó el estado eclesiástico de ciudad y obispado, y junto, sábado quince de mayo de este año, propuso el intento, tan bien admitido de todos, que unánimes concedieron una fanega de trigo cada año de cada pila bautismal del obispado, con que fundó y dotó la capellanía, que hoy nombran de las Pilas y de San Lucas.

     III. En el gobierno del reino había peligrosa división: cualquiera de los señores, que eran muchos, convocaba Cortes, cuando, donde y como quería, y nunca se hallaba corte conveniente a tantos daños. Conviniéronse los tres gobernadores en celebrarlas en Valladolid; pero desavenidos los de nuestra Extremadura con los castellanos, las tuvieron en Medina del Campo. Aunque divididos en el lugar, se convinieron en hacer un gran servicio para la guerra de Granada, y que quedando la reina abuela en el gobierno, partiesen ambos infantes don Juan y don Pedro a la guerra.

     Nuestro obispo don Fernando Sarracín falleció (según el catálogo citado) en diez y ocho de octubre de este año mil y trecientos y diez y ocho. Eligió el Cabildo por sucesor a don Benito Pérez, su canónigo y arcediano de Segovia. Los infantes acometieron juntos la Vega de Granada, donde murieron ambos a manos de la desdicha, más que del enemigo, día después de San Juan Bautista, año mil y trecientos y diez y nueve. Desdicha grande, que aumentó las turbaciones del reino. Bajó de Galicia, donde había gobernado, el infante don Felipe, tío del rey, mancebo de veinte y seis años, sin competidor (a su parecer) en la tutoría. Inducido de su madre, la reina doña María, fue a Ávila, donde estaba don Juan Manuel, apoderado de la ciudad y del rey, y que con mil caballos y siete mil infantes le salió al encuentro. Si bien se fortificó en un alto, rehusando, la batalla, que le presentó don Felipe con solos trecientos y cuarenta caballos y mil infantes, consiguiendo su defensa sin pelear. El infante irritado, corrió nuestras campañas, molestando sus aldeas destituidas de socorro; porque las escuadras de nuestra ciudad, Cuéllar, Sepúlveda y Coca estaban en Ávila con su rey.

     Nuestro obispo don Benito Pérez, sin mas noticia que haber confirmado las donaciones que su antecesor inmediato y otros habían hecho a su iglesia Catedral, murió en veinte y siete de octubre de este año; sucediendo en la silla don Amado, arcediano, que al presente era de Sepúlveda.

     IV. Continuaban los pretensores de la tutoría sus disensiones y parcialidades; gobernando cada uno las ciudades que los admitían por tutores: división perniciosa, que amenazaba la total ruina de la república. Cada uno encaminaba las cosas a su provecho particular; sola la reina abuela (ya la reina madre doña Constanza había fallecido en Sahagún) procuraba el bien público, pretendiendo que se juntasen Cortes en Palencia para concordar al infante don Felipe y a don Juan Manuel. Pidió éste un mes de término para venir a nuestra Segovia, y ver qué disposición tenían sus cosas en la provincia de esta Extremadura, que toda le había admitido por tutor cuando (como dijimos) le vieron en Ávila apoderado de la ciudad y persona del rey. Vino y confirmada su tutoría en la ciudad, asentó con obispo, Cabildo y clerecía lo contenido en el siguiente instrumento, que original permanece en el archivo Catedral.

     Sepan quantos esta carta vieren, como yo Don Iuan, fijo del muy noble infante Don Manuel, tutor con la reina Doña María del rey Don Alfonso mi sobrino, é mi señor é guarda de sus regnos: et adelantado mayor del regno de Murcia, veyendo en como vos Don Amat, obispo de Segovia, é el dean, é los homes bonos del cabillo de la vuestra eglesia me recibides, é tomades por tutor con la reina Doña María de nuestro señor el rey Don Alfonso para pró, é guarda, é honra, é defendimiento de los sus regnos, é de los de su tierra. Et otro si de las eglesias, é de los prelados, é de la clerecía. Por ende yo el dicho Don Ioan catando los bonos deudos, que ovieron siempre los reyes onde yo vengo con las dichas eglesias, é prelados, en que las amaron, e guardaron: Et otro si por razon que me recebides por tutor, prometo de vos guardar, é defender en todos cuantos privillejos, é libertades, é franquezas, é bonos usos é costumbres, oviestes, é avedes vos el dicho obispo, é los homes bonos de la vuesa eglesia, é la clerecía de vueso obispado: et de vos anparar, et defender de qualesquier que vos quisiesen pasar contra ello. Et otro si de vos fazer guardar todas vuesas cosas, é de vuesos vasallos. Et para que esto sea firme et non venga en dubda, mandevos dar esta carta sellada con mio sello de cera colgado. Dada en Segovia diez dias de Otubre, Era de mil é trecientos é cincuenta é ocho años. Yo Ioan Martinez la fiz escrivir por mandado de Don Ioan.

     Refiere la corónica de este rey don Alonso que juntó don Juan los concejos de Extremadura para que les recibiesen por tutor, como se hizo en nuestra ciudad; donde el obispo de Ávila le tomó juramento de que no renunciaría la tutoría. Dispuestas así las cosas partió a Córdoba dejando en el gobierno de nuestra ciudad y provincia más mano de la que convenía a doña Mencía del Águila, viuda noble y rica y ambiciosa, con hijos, yernos y parientes, que todo lo gobernaban a su antojo.

     V. El pontífice romano Juan veinte y dos, según la cuenta más seguida, envió por este tiempo a Castilla a componer los alborotos seglares y reformar las costumbres eclesiásticas, estragado uno con otro, al cardenal fray Guillelmo dominicano. El cual en Portillo instaba a don Juan Manuel, que todo lo inquietaba, renunciase la tutoría: apretado respondió que vendría a Segovia, y después respondería lo que determinaba. Vino; y aunque supo y vio el estado miserablede la ciudad, por los desafueros de doña Mencía y los suyos, cerró los ojos a la lástima común, y atento a solo su negocio volvió a Valladolid, donde primero día de junio de mil y trecientos y veinte y dos falleció la valerosa reina doña María reina de tres reyes: reinó con su marido don Sancho, peleó por su hijo don Fernando y padeció por su nieto don Alonso: ilustrísimo ejemplo de matronas en todos estados, fortunas y siglos. Fue sepultada en el monasterio cisterciense de las Huelgas de Valladolid, fábrica y fundación suya; donde entre otras reliquias, dejó la túnica que Santo Domingo (como escribimos año 1218) dejó a la huéspeda que le hospedó en nuestra ciudad.

     El siguiente mes de agosto congregó el cardenal legado concilio en Valladolid, en el cual, entre otros abusos, se prohibieron también las temerarias pruebas del fuero castellano, que mandaba que los convencidos de algún delito probasen su inocencia en el fuego, obligando la naturaleza a milagros. Dicen nuestros historiadores que concurrieron a este concilio los obispos de Castilla, pero ninguno los nombra, y hemos visto algunos traslados manuscritos antiguos de este concilio en la librería del Escurial y en otras; y en la nuestra tenemos uno en papel y letra de aquel tiempo, más añadido que todos y que el que publicó Severino Binio en sus Colectáneas de Concilios, pero en ninguno hemos hallado los prelados concurrentes, para averiguar quién fuese obispo de nuestra ciudad. Porque de don Amado no hemos hallado noticia desde año 1320 hasta ahora. Sólo sabemos que le sucedió don Pedro, nombrado de Cuéllar, por ser natural de aquella ilustre villa. Y tenemos conjeturas de que concurrió a este concilio como diremos año 1325.

     VI. Pasaban en este tiempo las cosas de nuestra ciudad aún peor que las demás del reino. Porque al común desasosiego se añadía el gobierno de una mujer tirana y soberbia. Todos los pueblos sujetos a don Juan Manuel aborrecían su gobierno tirano y se entregaban al infante don Felipe, reputado por menos áspero. Intentó lo mismo nuestra ciudad como más apretada. Encargáronse de la empresa tres personas nobles, Garci González, Garci Sánchez y Sancho Gómez. Estos con, secreto avisaron al infante que estaba en Tordesillas del mal estado de la ciudad, y cuán deseosa estaba de su gobierno, y cuán fácil era el efecto si acudiese presto. Estimó don Felipe tanto la empresa, que en una noche llegó desde Tordesillas a Segovia, presteza increíble con gente armada. Halló abierta la puerta del concierto. Dividióse en tres escuadras. Una guiaba don Alfonso Sánchez, otra Alvar Núñez Osorio y la tercera el mismo don Felipe, con orden todos de que calando la ciudad concurriesen a la plaza mayor, nombrada entonces de San Miguel. Al ruido de las armas despertó la ciudad asaltada de la novedad y el temor. Don Pedro Fernández de Castro, alférez mayor, enarboló en la plaza el pendón del infante. El cual mandó cerrar la ciudad, y prender a doña Mencía y sus parciales, que casi todos habitaban en la parroquia de San Esteban; donde en una calle duró el nombre de Cal de Águilas, hasta que los frailes mínimos de la Vitoria fundaron en ella su convento, como escribiremos año 1592. Los presos fueron diez y siete; número bastante de cabezas para cualquier mal gobierno. Con la muestra de estas prisiones salió el pueblo de la confusión en que le tenía tanto ruido de armas, concibiendo esperanzas de mejor gobierno. El infante con su gente entró por la Calongía, y ocupó la iglesia mayor con su torre; puesto entonces muy fuerte. Procuró entrar el Alcázar y no pudo, resistido del alcaide que le tenía por don Juan Manuel.

     VII. Dispuestas en fin las cosas de nuestra ciudad, condenada doña Mencía y los suyos en perdimiento de bienes, que la clemencia reservó las vidas, apoderado en la ciudad y su gobierno Garci Laso de la Vega con encargo de combatir el Alcázar hasta entrarle, se volvió el infante a Tordesillas. Era Garci Laso de la Vega capitán de gran nombre y lealtad averiguada en tantas turbaciones. Seguía la parte del infante como más obediente al rey; así en breve le siguió a Tordesillas sustituyendo el gobierno de nuestra ciudad en Pedro Laso, hijo suyo, sólo en la sucesión, no en las costumbres; mozo vicioso, que con la libertad y mando descubrió la perversa naturaleza; persiguiendo los buenos y amparando facinerosos, que la semejanza engendra amor. Molestaba la ciudad y campaña, tirano de haciendas, vidas y honras. Fatigado el pueblo conoció que huyendo del humo había caído en el fuego; pues por librarse del gobierno de una mujer ambiciosa, había recaído en la tiranía de un hombre sin Dios, así le llama la historia de este rey y tiempo.

     Desesperada la comarca, se levantó, y en escuadrón formado concurrió a la ciudad, donde se le juntó no pequeña parte de ciudadanos. Intentó Pedro Laso resistir el ímpetu, pero a la desesperación sólo resiste la muerte. Retiráronle a la Calongía, que, como dejamos advertido, se cerraba entonces y era fuerte. Huyó con sus aliados; y viendo el vulgo malogrado su intento impelido del mal suceso, sin considerar la causa, volvió el furor y las armas contra los autores de la mudanza. Acudió el tropel a las casas de Garci Sánchez, que avisado se había retirado con su familia y secuaces a la iglesia de San Martín cercana a sus casas. Rompieron las puertas del templo, que el furor nada respeta. Pusieron fuego a la torre donde los retirados se habían fortalecido; hendida con la fuerza del fuego cayó la mitad con estrago común de combatidos y combatientes. Sin embazar en tanto daño concurrieron a las casas de Garci González, que en ellas estaba fortalecido con mucha familia y número de parientes y amigos. Combatiéronla, y entrando furiosos no perdonaron vida. Cebados en tanta sangre dispararon a la cárcel, paradero común de pueblo alborotado: quebrantaron las puertas y profanando la justicia como la religión, soltaron los malhechores que serían amigos, y degollaron muchos, acaso los menos culpados; siendo cada uno disoluto juez de sus venganzas. Así el vulgo de Ciudad y Tierra vengó los agravios del mal gobernador con muerte de sus mejores ciudadanos. ¿Cuál guerra o saco de enemigos hiciera tanto estrago en una ciudad que vio sus calles regadas con la sangre de sus mejores hijos, sin haber quien sepultase sus cadáveres?.

     VIII. En veinte de marzo de mil y trecientos y veinte y cuatro, nuestro obispo don Pedro, estando en sus palacios en la villa de Cuéllar, su patria, pronunció sentencia en favor de los curas de nuestra ciudad en un pleito contra los abades de Santa María de los Huertos, sobre diezmos, estipendios y preeminencias, como consta de la sentencia que original permanece en el archivo Catedral en el cajón de diezmos. Y el año siguiente, mil y trecientos y veinte y cinco, sábado ocho de marzo, celebró sínodo en la iglesia de Santa María de aquella villa, publicando en él un doctrinal docto para instruir la rudeza de los ministros, así lo dice en muchos lugares, alegando los decretos del concilio que el cardenal legado, fray Guillelmo, había celebrado en Valladolid: conjetura de que el obispo hubiese asistido en él. Guárdanse este sínodo y doctrinal manuscritos en pergamino y letra antigua en el archivo Catedral.

     Este mismo año, cumpliendo el rey catorce años en tres de agosto, determinando tomar en sí el gobierno, convocó Cortes generales en Valladolid. Concurrieron a ellas los tutores el infante don Felipe, don Juan Manuel, y don Juan, llamado el Tuerto por serlo, hijo del infante don Juan y muchos prelados y señores. Tomó el rey el gobierno, dando mucha parte en él a Garcilaso de la Vega, a Alvar Núñez Osorio, a Iucef, judío de Ecija, muy inteligente en la disposición y aumentos de la hacienda real: habilidad muy necesaria entonces, y siempre muy agradable a los reyes. Viéndose don Juan Manuel y don Juan el Tuerto excluidos del mando en que ya estaban cebados, quisieron confederarse en Cigales y casarse el Tuerto con doña Constanza hija de don Juan Manuel. El rey, más sagaz que prometía su edad, estorbó el trato y parentesco tan mal encaminados, desposándose con la doncella en Valladolid en veinte y ocho de noviembre del mismo año con todo aparato y pompa real, nombrando juntamente al padre por adelantado de la frontera, empleo de mucha importancia y autoridad, si bien después faltó todo por ser la desposada muy niña y siempre guardada en Toro, aunque el desposorio o la razón de estado llegaron a tanto que en los privilegios de este año y los dos siguientes firmaba, el rey don Alonso regnante en uno con la reyna doña Constanza mi muger.

     IX. Aunque el pontífice romano y los prelados de España habían promulgado tantas censuras para que los seglares no usurpasen los bienes eclesiásticos y dejasen los usurpados, la codicia atropellaba los escrúpulos; atreviéndose algunos poderosos aun a cargar tributos en lo eclesiástico. Los prelados pidieron remedio al rey, nuevo gobernador, que habiendo juntado en Medina del Campo muchos prelados y conferido el caso, mandó por sus cartas en formas de privilegios rodados, con graves penas, que los seglares no tocasen a las cosas eclesiásticas. En esta ocasión confirmó el rey a nuestro obispo don Pedro y su cabildo cuantos privilegios y donaciones tenían de los reyes antecesores, como consta de su privilegio rodado despachado en Medina en veinte y dos de julio de mil y trecientos y veinte y seis, que original permanece en el archivo Catedral, con muchos prelados y ricos hombres confirmadores, que por estar trasladados en algunas de nuestras historias, excusamos la prolijidad de trasladarlos aquí: como la excusaremos en muchos privilegios de aquí adelante que las noticias van más descubiertas.

     Quería el rey ir en persona a la frontera, y recelando que su ausencia en reino tan mal sosegado renovaría desasosiegos si no se ponía freno de castigos ejemplares, los había hecho grandes en el castillo de Valdenegro y en el de Burgos. Y en Toro había hecho matar a don Juan el Tuerto con general asombro. Acordábanle el desacato de Segovia el infante don Felipe y Garci Laso de la Vega, persona muy severa y aun vengativa. Pasando en fin a la frontera vino el rey por nuestra ciudad muy al principio del año mil y trecientos y veinte y ocho. Mandó hacer pesquisas de los culpados, y como el castigo era de rey mancebo y tan severo que algunos le llamaron El Vengador, para causar temor y autoridad pasó e justicia a rigor. Fueron muchos los ahorcados y arrastrados, porque todos los delincuentes era gente vil. Murieron muchos quebrantados por los espinazos, por el quebrantamiento de la cárcel. Así lo escriben las historias de aquellos tiempos, que estos no conocen tal castigo. Muchos murieron en el fuego, por el que sacrílegamente habían osado poner al templo. Y la ciudad que en los alborotos pasados padeció tanto desconsuelo con las violentas muertes de tantos hijos, ya en el riguroso castigo se asombró de tanto rigor.

     X. En estos días despachó el rey a Fernán Sánchez de Valladolid, a Juan de Campo obispo de Cuenca, y después de León, y a Pedro Martínez, abad de Cuevas Rubias, y después obispo de Cartagena, embajadores al papa Juan veinte y dos, a pedir indultos, y gracias para reforzar la guerra contra los moros. A la cual partió desde nuestra ciudad, y de paso en Madrid asistió a la muerte y funerales de su tío el infante don Felipe. Acometió la guerra con mucho brío, ganando a los moros Olvera, Pruna y Ayamontes. Y volviendo a Castilla se casó al principio de año siguiente (mil y trecientos y veinte y nueve) con doña María infanta de Portugal, olvidando el desposorio de doña Constanza, hija de don Juan Manuel; que en venganza del desprecio molestó algunos pueblos y campañas de Castilla.

     Año mil y trecientos y treinta se tuvieron Cortes en Madrid. El rey partió a la guerra de Andalucía, de que volvió victorioso. Y el año siguiente mil y trecientos y treinta y uno se vio en Badajoz con doña Isabel, santa reina de Portugal, viuda del rey don Dionis; la cual le aconsejó prosiguiese con mucho fervor la guerra contra los moros. Y habiendo castigado en los pueblos de Toledo muchos delincuentes, vino a nuestra ciudad, donde en ocho de octubre confirmó a nuestro obispo don Pedro y Cabildo sus privilegios, como consta del original que permanece en el archivo Catedral, cuya data dice:

     Fecho el privilegio en Segovia ocho dias de Otubre, Era de mil é trecientos é sesenta é nueve años. E nos el sobredicho rey Don Alfonso, regnante en uno con la reina Doña Maria mi muger, en Castiella, en Toledo, en Leon, en Galicia, en Sevilla, en Cordoba, en Murcia, en Iaen, en Badajoz, en el Algarbe, en Vizcaya é en Molina, otorgamos este privilegio, é confirmamoslo.

Rueda. Signo del rey Don Alfonso

                D. Frey Fernand Rodriguez de Valbuena Mayord del Rey, conf.
D. Iuan Nuñez de Lara alferez del Rey, conf.
D. Abdalla fijo de Amir-Amuz lemin Rey de Granada vasallo del Rey, conf.
D. Alfonso fijo del Infante D. Fernando, vasallo del Rey, conf.
D. Ioan fijo del Infante D. Manuel Adelantado mayor por el Rey en la frontera, é en el Reino de Murcia, conf.
D. Ximeno Arzobispo de Toledo, é Primado de las Españas, é canciller mayor de Castiella, conf.
D. Garcia Obispo de Burgos, conf.
D. Ioan Obispo de Palencia, conf.
D. Bernabe Obispo de Osma, conf.
D. Frai Alfonso Obispo de Sigüenza, conf.
D. Pedro, Obispo de Segovia, conf.
D. Sancho, Obispo de Avila, conf.
D. Odo, Obispo de Cuenca, conf.
D. Pedro Obispo de Cartag. conf.
D. Gutierre Obispo de Cord. conf.
D. Ioan Obispo de Placencia, conf.
D. Fernando Obispo de Iaen, conf.
D. Bartol. Obispo de Cadiz, conf.
D. Ioan Nuñez Maestre de la Orden de la Caualleria de Calatrava, conf.
D. Frey Fernan Rodriguez de Valbuena, Prior de la Orden del Hospital de san Ioan, é Mayordomo del rey, conf.
D. Ioan Nuñez de Lara, conf.
D. Ferrand fijo de Diego, conf.
D. Diego Lopez su hijo, conf.
D. Ioan Alfonso de Haro, señor de los Cameros, conf.
D. Alvar Diaz de Haro, conf.
D. Alfonso Tellez de Haro, conf.
D. Lope de Mendoza, conf.
D. Beltran Yuañez de Oñate, conf.
D. Ioan Alfonso de Guzman, conf.
D. Gonzalo Yañez de Aguilar, conf.
D. Ruy Gonzalez de Manzanedo, conf.
D. Lope Ruiz de Baeza, conf.
D. Ruy Gonzalez de Saldaña, conf.
D. Ioan Garcia Manrique, conf.
D. Garci Fernandez Manrique, conf.
D. Gonzalo Ruiz Giron, conf.
D. Nuño Nuñez de Aza, conf.
D Ioan Arzobispo de Sevilla, conf.
D. Ioan Arzobispo de Santiago, Capellan mayor del Rey, é Canciller del Reyno de Leon, conf.
D. Garcia Obispo de Leon, conf.
D. Ioan Obispo de Oviedo, conf.
D. Lorencio Obispo de Salamanca, conf.
D. Rodrigo Obispo de Zamora, conf.
D. Ioan Obispo de Ciudad Rodrigo, conf.
D. Alfonso Obispo de Coria, conf.
D. Ioan Obispo de Badajoz, conf.
D. Gonzalo Obispo de Orens, conf.
D. Alvaro Obispo de Mondoñedo, conf.
D. Rodrigo Obispo de Tui, conf.
D. Ioan Obispo de Lugo, conf.
D. Basco Rodriguez Maestre de la Cavalleria de Santiago, conf.
D. Suero Perez Maestre de Alcántara, conf.
D. Pedro Fernandez de Castro Pertiguero mayor de tierra de Santiago, conf.
D. Ioan Alfonso de Alburquerque Mayordomo mayor de la Reyna, conf.
D. Rodrigo Alvarez de Asturias Merino Mayor de tierra de León, é de Asturias, conf.
D. Ruy Perez Ponce, conf.
D. Pedro Ponce, conf.
D. Iuan Diaz de Cifuentes conf.
D. Rodriguez Perez de Villalovos, conf.
D. Pero Nuñez de Guzman, conf.
D. Ioan Rodriguez de Cisneros, conf.
Ioan Martinez de Leiva Merino Mayor por el Rey en Castiella, é su Camarero mayor, conf.

     Ioan Perez Tesorero de la iglesia de Iaen Teniente lugar por Fernand Perez Camarero del Rey lo mandó facer por mandado del dicho señor, en el veinteno año que el dicho Rey Don Alfonso regnó. Yo Ioan González lo fize escrivir.

     XI. La singularidad y distinción de muchas noticias mal distintas en las historias de Castilla nos movieron a trasladar estas confirmaciones, en que se reconocen don Alfonso de la Cerda, hijo del príncipe don Fernando, ya vasallo del rey, vencida la justicia del poder; don Juan Manuel y don Juan Núñez de Lara, reducidos al servicio de su rey, aunque perseveraron poco; y en los prelados y los señores hay noticias bien singulares.

     De nuestra ciudad pasó el rey a Valladolid, donde doña Leonor de Guzmán, dama suya muy querida, le parió un hijo que nombraron don Pedro a quien dio el señorío de Aguilar de Campoó. Falto de dinero, labró moneda baja que de la corona que tenía se nombraron coronados. Y esta es la más antigua noticia que hasta ahora hemos hallado de esta moneda, que nuestro vulgo llamó cornados, y tres de ellos hacían uno moneda blanca, y dos blancas un dinero, y diez dineros un maravedí. Pasando el rey a tener la navidad en Burgos, instituyó la caballería de la banda; tan dedicada a la guerra, que no admitía los hijos mayores.

     Año mil y trecientos y treinta y dos parió la reina al príncipe don Fernando, que murió niño; y doña Leonor de Guzmán el segundo hijo nombrado don Sancho. Abomelic, hijo del rey de Marruecos, pasó a España con siete mil jinetes africanos, y reforzado con gran número de moros granadinos, puso cerco a Gibraltar, y el rey de Granada acometió la campaña de Córdoba. Partió el castellano a la defensa, dejando en nuestra ciudad a don Pedro y don Sancho, hijos suyos y de doña Leonor, así lo dice su corónica: ya Gibraltar estaba perdido sin poder recobrarse por entonces, aunque se procuró.

     Al principio del año mil y trecientos y treinta y cuatro parió doña Leonor en Sevilla dos mellizos: a don Enrique que después fue rey de Castilla; y don Fadrique, maestre de Santiago. De allí vino el rey a nuestra ciudad a ver los dos niños que en ella se criaban: y en Burgos, en treinta de agosto, parió la reina al infante don Pedro, rey que después fue de Castilla por muerte de don Fernando su mayor hermano; y en breve doña Leonor parió quinto hijo, nombrado asimismo don Fernando.

     XII. Miércoles quince de marzo del año siguiente mil y trecientos y treinta y cinco, don Aparicio Royz, deán de nuestra Iglesia; don Gonzalo Núñez, arcediano de Segovia; don Andrés Pérez, chantre; don Blasco Pérez, tesorero; con muchos prebendados en Cabildo pleno, con licencia inserta del obispo don Pedro, trocaron con Martín Fernández Portocarrero toda la heredad, tierras, viñas, molinos, aceñas, azudas, figuerales, mielgranates, olivares, pastos, salidos, montes y huertas, que el prelado don Raimundo les había dejado en Torre de Guadiamar, campana de Sevilla, por la heredad que Martín Fernández tenía en nuestra campaña en Palacios de Bernuy, Aldea del Rey y Valseca de Buhones, en cuya divisa pobló luego nuestro Cabildo la aldea nombrada hasta hoy los Huertos. Nació Martín Fernández Portocarrero en nuestra ciudad por los años mil y trecientos, según buenas conjeturas, sus padres fueron Fernán Pérez Portocarrero, y doña Urraca Ruiz del Águila, noble señora segoviana; crióse en palacio en servicio del rey, de quien fue muy valido y siguiendo la guerra salió tan valeroso capitán que habiendo los navarros tomado el monasterio de Fitero, que era del señorío de Castilla, rompiéndose la guerra por estos mismos días, y enviando el rey castellano grueso ejército le nombró general, así por su valor como por ser mayordomo del príncipe don Pedro, ya único heredero del reino, por haber muerto su hermano mayor don Fernando. Iban a la jornada grandes señores, y algunos de mayor estado y linaje que nuestro segoviano. Para sosegarlos el rey les dijo: Que si el príncipe su hijo, que aún no tenía año cumplido, tuviera doce, se le diera por caudillo pero que va llevaban su pendón, y le acompañaba Martín Fernández Portocarrero, de cuyo valor, conocido en otras ocasiones, confiaba desempeñaría tanto empeño. Todos respondieron que, no a Martín Fernández Portocarrero, que era muy buen caballero, mas a un mozo de curar caballos obedecerían cuando lo mandase su Alteza. Enrique de Solibert, gobernador de Navarra, supo que el ejército castellano se encaminaba a Fitero, y gallardo envió a decirles que les saldría a recibir a las huertas de Alfaro. Martín Fernández respondió: escusase el recibimiento, y le esperase en Tudela, que aunque el acometedor tenia elección de tiempo, lugar y modo, daba su palabra de acometerle al siguiente día a las puertas de Tudela si le esperaba. Mal seguro el navarro de la respuesta, envió a Fitero gente con Miguel Pérez Zapata, capitán de valor y crédito. Los castellanos amanecieron en las viñas de Tudela, donde salió a recibirles un gran ejército de navarros y aragoneses, aunque sus dos generales Enrique de Solibert y don Lope de Luna, se quedaron dentro de los muros, acción desacreditada. La infantería navarra y aragonesa excedía en gran número a la castellana, la caballería era igual; Martín Fernández, dispuestos los escuadrones y dadas las órdenes, enarboló el estandarte real de su príncipe don Pedro en un montecillo a vista de ambos ejércitos, que dada señal se embistieron tan furiosos, que en mucho rato no se conoció ventaja, hasta que la caballería castellana con su general cargaron tanto a los enemigos que muertos unos, y presos otros, y desbaratados los restantes, se pusieron en huida tan apresurada que no cabiendo por la puente se arrojaban al río Ebro, en que se ahogaron muchos. Señoreado el campo, ordenó el general que el ejército se recogiese al monte donde estaba el estandarte real, porque recelaba lo que sucedió, asomando Miguel Pérez Zapata con sus escuadras, que avisado de la refriega, volvía a favorecer los suyos, y a llegar dos horas antes pudiera mudar el suceso y la victoria. En tan menudos accidentes consisten los mayores sucesos humanos. Martín Fernández, para asegurar la reciente victoria, proveyó con presteza que el ejército se dividiese, y la mitad hiciese frente a los muros, y guardase el puente y pasos del río, y la otra mitad acometiese a Miguel Pérez, que prático en la guerra y la campaña, detuvo su gente entre unas acequias, que escotadas del Ebro riegan aquellos campos, sitio ventajoso. Espoleados algunos caballos castellanos saltaron las acequias, pero divididos eran maltratados, hasta que instados del general para que uniesen las fuerzas, pasaron todos, y se trabó una sangrienta pelea. Cayó Miguel Pérez del caballo, y fuera muerto a no llevar tan fuertes armas, pero conocido, quedó preso. Descayeron sus gentes, muriendo muchos, y acabaran todos a no sobrevenir la noche, de cuya gran escuridad se valieron, los vencidos aclamando como los vencedores Castilla, Castilla, hasta que conociendo el general la turbación y la cautela, mandó tocar a recoger para dividir los vencedores de los vencidos, y atrincherarse aquella noche, volviendo al siguiente día victorioso a Alfaro, y en breve, por orden del rey a Castilla. Segoviano ilustre, que muy heredado en Andalucía, fue (según entendemos) progenitor de los Condes de Palma.

     XIII. En tanto que esto pasaba en Navarra, muchos señores de Castilla, don Juan Manuel, don Juan Núñez de Lara, Pedro Fernández de Castro, don Juan Alfonso de Alburquerque y otros, trataban secreta confederación con el rey de Portugal por intereses particulares de cada uno; pero con pretexto y nombre de que el castellano apartase de sí a doña Leonor de Guzmán, que siempre traía consigo, en injuria de la reina, hija del portugués; cuyo hijo don Pedro, asimismo repudiada doña Blanca, por estéril, había de casar con doña Constanza Manuel, esposa que fue, como dijimos, del castellano. El cual estando en nuestra ciudad donde había recibido a Martín Fernández Puertocarrero, vencedor de la guerra de Navarra supo estos tratos; y desasosegado partió a Valladolid donde en seis de marzo del año siguiente mil y trecientos y treinta y seis confirmó al convento cisterciense de Santa María de la Sierra la donación que nuestro obispo don Pedro de Aagén le hizo en tres de febrero de 1133 años, como allí escribimos. Confirma en este privilegio de confirmación nuestro obispo don Pedro, con otros prelados y señores referidos también en un privilegio de la nobleza de Andalucía, y por eso excusados de referir aquí.

     El rey, juzgando a descrédito no castigar los mal contentos recaídos en tantas desobediencias, cercó y destruyó a Lerma y otros pueblos de don Juan Núñez de Lara, acudió a su favor el rey de Portugal cercando a Badajoz; y con presteza a descercarle el castellano al cual doña Leonor de Guzmán parió sexto hijo nombrado don Tello, año mil y trecientos y treinta y siete. Muchos estragos padeció Portugal por irritar a Castilla, cuyo rey fue a Cuenca a verse con doña Leonor su hermana, reina de Aragón, recién viuda, para concordarla con don Pedro su alnado, sucesor de aquella corona, como se hizo. Toda España estaba atemorizada con avisos de que toda la África se conmovía para pasar a su conquista. Este recelo y común peligro, concordó los reyes cristianos españoles, más que las instancias que para concordarlos habían hecho y hacían el pontífice romano y rey de Francia.

     XIV. El gobierno de nuestra iglesia Catedral, coro y Cabildo andaba menos concertado que convenía; porque algunos prebendados llevaban mal obedecer a su deán, que al presente era don Aparicio Ruiz. Poníase el caso en disputas, y de ellas como siempre, nacían desavenencias de opiniones y ánimos. Nuestro obispo don Pedro, deseoso de la paz de su Iglesia, en cinco de abril de mil y trecientos y treinta y nueve años, en Cabildo pleno declaró que conforme a estatutos y costumbre inmemorial, el gobierno de iglesia, coro y Cabildo pertenecía al deán.

     Don Gil Alvarez Carrillo de Albornoz, nuevo arzobispo de Toledo, convocaba por estos días concilio provincial que se celebró en la santa iglesia de aquella ciudad, y se acabó en diez y nueve de mayo de este año, concurriendo a él don Pedro nuestro obispo, y el más antiguo de los sufragáneos. La guerra africana se reforzaba; Abomelic príncipe de Marruecos pasó a España con cinco mil jinetes africanos, pero sin hacer efecto murieron él y los suyos a manos de los castellanos. Lastimado y ofendido Alboacén su padre, pasó al año siguiente mil y trecientos y cuarenta con setenta mil caballos y cuatrocientos mil peones, número menos creíble que verdadero. Poca victoria parecía España para tanta muchedumbre. Resuelto don Alonso a morir o vencer en ocasión tan gloriosa y veinte y nueve años de edad, los acometió con catorce mil caballos y veinte y cinco mil peones, acompañado del rey de Portugal su suegro. ¿Quién dudará que algún soberano impulso movió los ánimos de tan pocos para acometer a tantos? Al amanecer un lunes treinta de octubre se dieron vista los ejércitos, divididos de un río que nombrado el Salado dio nombre a esta batalla y victoria; porque embistiéndose furiosos ejércitos tan desiguales, al anochecer cubrían la campaña docientos mil cadáveres de moros, y solos veinte cristianos: conviniendo que quedasen tantos vivos para atestiguar victoria tan increible, conservada hasta hoy con fiesta aniversaria en el mismo día en la iglesia de Toledo.

     XV. En premio y galardón de la asistencia y servicios que nuestros ciudadanos hicieron en esta guerra, les confirmó el rey cuantos privilegios y franquezas, les habían dado sus antecesores, como consta de su privilegio rodado, despachado en Madrid en veinte de febrero del año siguiente mil y trecientos y cuarenta y uno, que autorizado se guarda en los archivos de Ciudad y Tierra; y en él confirma nuestro obispo don Pedro. El crédito de tan gran victoria sosegó los sediciosos del reino; y conmovió a los reyes comarcanos a una conveniente confederación con el castellano; que por fruto de este suceso pretendía conquistar a Algecira y quitar aquel presidio para la guerra de España. Para solicitar esta empresa anduvo por su persona casi todas las ciudades de su reino; y a los principios de mayo del año mil y trecientos y cuarenta y dos vino a la nuestra, que le sirvió en esta ocasión como en las demás, concediendo el tributo de veinte uno en todas las cosas que se vendiesen. Nombraron este tributo alcabala, nombre y ejemplo de los moros. Y dicen nuestros historiadores que fue aquí el principio de este nombre; mas ya dejamos advertida su primera noticia año 1269.

     Estando el rey en nuestra ciudad tuvo aviso de su almirante don Gil de Bocanegra, genovés, de las grandes armadas que en África se aderezaban contra Castilla. Nuestro obispo don Pedro y su Cabildo considerando tanto aprieto, aunque tenía concertados los tributos de acémilas y fonsaderas de sus pueblos y vasallos, como escribimos año 1291, le sirvieron con ellos por este año y el siguiente considerando quanto se apercibía contra el poderoso Albocén Rey de Benemerin, palabras son del rey en el instrumento de la concesión, despachado en Segovia en diez y seis de mayo de este año, el cual original permanece en el archivo Catedral.

     XVI. Dispuestas las cosas partió el rey a Andalucía, y puso cerco a Algecira en tres de agosto, donde asistieron las escuadras de nuestra ciudad y villas de su obispado, Sepúlveda, Cuéllar y Coca, haciendo su alojamiento junto a la cava que el rey mandó hacer, desde el río de la Miel hasta el osario de la villa vieja, puesto el más peligroso, como advierte la corónica de este rey, por ser allí más continuas y apretadas las salidas de los moros. Y adviértase que en este cerco y guerra se gastó la primera pólvora en España, tirando los cercados con truenos pellas de fierro (así lo dice la corónica), tan grandes como manzanas, y tan fuertes que pasaban un hombre armado. Invención infernal, cuyo inventor fue por estos años Bartolomé Suart, alemán. Esto pasaba en el cerco de Algecira.

     En nuestro obispado vacaba la abadía de Santo Tomé de Segovilla, nombrado del Puerto, por estar en él; fundación del obispo don Raimundo de Losana, como escribimos año 1288. El prior y canónigos por su comisario acudieron a pedir licencia y asistente para la elección, conforme a derecho, a nuestro obispo don Pedro, que como siempre estaba en Cuéllar, patria suya. Nombró a Sancho Díaz, arcipreste de Segovia, para que en su nombre asistiese a ella, el cual concurriendo con prior y canónigos a la elección, miércoles veinte y ocho de enero de mil y trecientos y cuarenta y tres años, eligieron a Adán Pérez, presente prior del convento. Y aceptando la elección se presentó al obispo, que le examinó, aprobó y confirmó en sus palacios de Cuéllar, martes diez de febrero siguiente, siendo testigos don Diego Fernández, maestrescuela de Segovia y don Blas Pérez, arcediano de Sepúlveda con otros prebendados, como todo consta del instrumento que autorizado en pergamino y letra de aquel tiempo se guarda en el archivo Catedral. Todo esto borró el tiempo, anejándose esta abadía y convento con el de Párraces al convento de San Lorencio el Real (como ya dejamos advertido).

     XVII. El cerco de Algecira se continuaba con valor admirable de cercados y cercadores; mas al fin los moros faltos de gente y vituallas, y destituidos de socorro, se rindieron a la valerosa perseverancia del rey, viernes de Ramos veinte y seis de marzo de mil y trecientos y cuarenta y cuatro años. Repartióse la campaña, que es muy fértil, a los conquistadores. El fruto de tantos trabajos, guerras y victorias encaminó el rey a la paz y sosiego de sus reinos, que visitó por su persona con triunfo y alegría común. Al fin de agosto llegó a nuestra ciudad, que le recibió con solemnes fiestas, como siempre acostumbra. Y en seis de septiembre despachó carta ejecutoria, que autorizada se guarda en el archivo Catedral, para que los cogedores del portazgo acudiesen al deán y Cabildo con el diezmo, y la cuarta del portazgo, y seiscientos maravedís más. Todo lo cual habían de haber en cambio del pueblo de Calatalifa y de la parte que tenían en las salinas de Ribas y Belinchon. Y en cinco de octubre despachó cédula real, que original permanece en el mismo archivo, declarando, que no pagasen yantares, así nombraban la provisión y mantenimientos que se daban a las personas reales, cuando estaban en los pueblos.

     La corónica que de este rey gozamos hoy, escrita por Juan Núñez de Villasán, justicia mayor del rey don Enrique segundo, o (según conjetura Ambrosio Morales), por Fernán Sánchez de Valladolid, muy valido de este rey don Alonso, nada escribe desde este año, hasta el cerco de Gibraltar y muerte del rey año mil y trecientos y cincuenta; procuraremos llenar este vacío con noticias de nuestros archivos y papeles.

XVIII. Hasta ahora, según buenas conjeturas, los regidores de nuestra ciudad se nombraban cada año por el pueblo, concurriendo cuantos querían a los concejos o ayuntamientos; ocasión todo de confusión y discordias. Para remediarlas el rey, estando en Burgos en cinco de mayo, de mil y trecientos y cuarenta y cinco, despachó su real provisión que original en pergamino permanece en el archivo de nuestra Ciudad, nombrando por regidores, por el tiempo que su voluntad fuese: Del linaje de Dia Sanz (así dice) a Ioan Sanchez: Lope Fernandez de Tapia: Gil Gonzalez: Roy Diaz Calderon: Garci Fernandez, hijo de Fernan Perez. Y del linaje de Fernan Garcia, a Gil Belazquez, fijo de Gil Belazquez: Roy Garcia: Gil Belazquez, fijo de Belasco Nuñez, Alcalde: Sancho Gonzalez: Gonzalo Diez. Y de los hombres buenos pecheros, Gonzalo Sanchez: y Ioan Garcia: (parecen los que hoy nombran Procuradores del Común). Y de los pueblos a Bartolome Sanchez, de Robledo: Miguel Perez, de Maello: Miguel Domingo, de Pedrazuela: (parecen los que hoy se nombran Generales de la Tierra). Ordenó que todos estos con el juez (así nombra al que hoy es corregidor) y no habiendo juez con el alcalde ordinario, que entonces nombraba la ciudad, se juntasen lunes y viernes de cada semana, como hoy se hace, a tratar del gobierno de la república, vedándoles pudiesen echar repartimiento de más de tres mil maravedís al año, y ocho mil para el juez o corregidor, si el rey le enviase, hoy se le dan docientos mil cada año, así han crecido los gastos; si bien los maravedís son hoy de muy diferente valor, y así atendía este príncipe al gobierno de sus pueblos. Confirmaron esto los reyes sucesores, continuando nombrar los regidores de merced, hasta que el rey don Juan segundo los vendió por los años mil y cuatrocientos y treinta y uno, como allí escribiremos.

     XIX. Año mil y trecientos y cuarenta y siete por mayo celebró el rey Cortes en nuestra ciudad, en que se promulgaron rigurosas penas contra los jueces, que se cohechaban, y contra los ministros que con autoridad de justicia molestaban los pueblos: y porque éstos no se desenfrenasen, se estableció pena de muerte a la resistencia, y que en todas las jurisdiciones se cumpliesen las requisitorias, porque los delincuentes no hallasen a poca distancia amparo de sus delitos. Favorecióse con privilegios la agricultura, siempre descaída en España: ajustáronse los pesos y medidas, defraudados con el estrago de los tiempos. Un cuaderno de estas premáticas en papel y letra de aquel tiempo tenemos en nuestra librería. Su data en Segovia en treinta de mayo de este año; y aunque otro que se guarda y hemos visto en la librería del señor almirante de Castilla, dice en doce de junio; parece diferencia de los días en que se autorizaron los traslados.

     El siguiente año mil y trecientos y cuarenta y ocho se inficionó el aire tan pestilente, que apestó general todas las provincias de Europa, quintando las que menos afligía, y despoblando algunas del todo. Dejaron memoria de esta fiera pestilencia Francisco Petrarca, y su discípulo Juan Bocacio (en el proemio de su Decameron), escritores ambos del mismo tiempo. A vueltas de la salud se inficionaron también las costumbres, y con la ocasión forzosa de acudir a tantos enfermos y difuntos, quedó introducida en las religiones la claustra; dañosa introdución, y que costó cuidado y trabajo arrancarla.

     XX. Deseaba el rey don Alonso recobrar a Gibraltar, por haberse perdido en su tiempo. Cercóle con muchos pertrechos año mil y trecientos y cuarenta y nueve. La muchedumbre de los cercados y fortaleza del pueblo, dilató el cerco, hasta que sobre los cercadores cayó una grave pestilencia de que herido el rey, falleció en veinte y seis de marzo de mil y trecientos y cincuenta años, en edad de treinta y ocho años, seis meses y veinte y tres días. Fue su muerte llanto común de sus reinos y alivio de sus enemigos, con descaimiento de las banderas castellanas por muchos años; y a pocos que viviera las enarbolara en África. Favoreció juntamente armas y letras, pues ocupado en tantas conquistas hizo escribir un libro curioso de montería y, para conservación de la nobleza de sus reinos, otro libro que hoy nombran Becerro, y permanece en el archivo de Simancas; y también una corónica de España, añadiendo algunas antigüedades que faltaban en la que mandó escribir don Alonso su bisabuelo. Pidió a nuestra Ciudad el pueblo de Casarrubios del Monte, cabeza de aquel sesmo, para dar a Alfonso Fernández Coronel, a quien le quitó su hijo el rey don Pedro. Su cuerpo fue sepultado de presente en Sevilla, y después trasladado a Córdoba.

     En nuestra iglesia Catedral se continuaban las disensiones sobre la autoridad de juntar Cabildo. Nuestro obispo don Pedro, deseoso de la paz, martes diez y nueve de abril de este año en cabildo pleno concurriendo don Pedro Alfonso, arcediano de Segovia: don Pedro Bermúdez, arcediano de Sepúlveda: don Iuan Martínez, chantre y muchos prebendados, hizo publicar una constitución, la cual autorizada en pergamino se guarda en el archivo Catedral, declarando que llamar y juntar Cabildo pertenece al deán, y a falta suya a la dignidad siguiente hasta el semanero. Y esta es la última noticia que hasta ahora hemos hallado del obispo don Pedro de Cuéllar.

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