Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Capítulo III

Destruición y reparación de Coca. -Vitorias de Viriato. -Asolamiento de Numancia. -Mudanza del sitio de Segovia. -Primera noticia y cerco de Cuéllar. -Trofeo de Pompeyo en Segovia.

     I. Año seiscientos y dos de la fundación de Roma, y ciento y cincuenta antes del nacimiento de Cristo, vino a España el cónsul Licinio Lúculo, que atravesando la Hiberia y pueblos carpetanos (hoy reino de Toledo), asentó los reales junto a la ciudad de Cauca, hoy villa de Coca, en nuestro obispado, distante de nuestra ciudad ocho leguas al poniente, en la ribera oriental de nuestro río Eresma. Admirados los caucenses, porque estando de paz con los romanos sabían que el cónsul no traía orden de hacerles guerra, enviaron a preguntarle la causa; respondió, que vengar o castigar los agravios que habían hecho a los carpetanos. Penetraron los embajadores, por la ocasión fingida, la intención verdadera; y saliendo con gallardía algunas escuadras, mataron muchos romanos que habían salido a traer leña y trigo al ejército, que hoy dicen forrajear. El cónsul airado movió el ejército contra la ciudad, cuyos ciudadanos salieron a recibirle con más brío que armas, porque mientras tuvieron dardos y flechas retiraron a los romanos; pero acabadas, retirándose sin orden a los muros cercanos fueron muertos tres mil en la estrechura de las entradas. Con que al siguiente día salieron los más viejos a pedir humildes paz al cónsul, que soberbio les pidió cien talentos de plata (suma de doscientos mil ducados de ahora), y que en rehenes cuantos soldados de a caballo tenía la ciudad siguiesen su ejército: y concedido todo esto con condición que el ejército no entrase en la ciudad, replicó que había de poner en ella presidio romano. Esto también concedieron deseosos de paz. Pero el cónsul inhumano, escogiendo dos mil de sus soldados, les dio orden secreta que, entrando, ocupasen puertas y muros y tocasen una trompeta, a cuyo aviso acudió el ejército, matando hasta mujeres y niños, que con alaridos invocaban las deidades contra inhumanidad tan sacrílega; a cuyo rigor murieron veinte mil ciudadanos, escapando algunos pocos por los postigos y derrumbaderos que caían al río.

     II. Destruyó el cónsul la ciudad y mucho más el crédito romano, conmoviéndose los pueblos comarcanos con maldad tan insolente, y con las que Sulpicio Galba, pretor entonces de la España ulterior, hizo en Andalucía y Portugal. De donde Viriato, famoso portugués, al principio pastor, luego bandolero y después capitán de algunas escuadras españolas, comenzó a rebatir la soberbia de los romanos con tanto valor y fortuna, que en breve se vio capitán general de casi toda España. Y entre los demás pueblos, conmovió nuestros arevacos, ticios y belos, como escribe Apiano, llamándolos belicosos. Y Plinio Sobrino, en sus claros varones, dice que el cónsul Quinto Cecilio Metelo venció a los arevacos, que nombra arbachos (error sin duda de escribientes), guerreando con Viriato. Que formidable a la mayor potencia que gozó Roma, habiéndola fatigado doce años, con destrozo de sus banderas y muerte de sus pretores, fue muerto por tres capitanes suyos, que habiéndolos enviado a tratar paces con el cónsul Quinto Servilio Cepión, sobornados del enemigo, mataron a su amigo y capitán, extinguiendo aquella única esperanza de la libertad de la patria.

     III. Siguió la guerra de Numancia, cuyos valientes ciudadanos, si tuvieran tanta unión con los vecinos como gallardía en los ánimos, durara su ciudad lo que su fama: pues sólos cuatro mil combatientes, atemorizada la potencia romana, la obligaron a convocar favores de Asia y África, y enviar al cónsul Publio Cipión Emiliano, que poco antes destruyera a Cartago con seis mil combatientes (quince romanos contra cada numantino), sin los elefantes que Yugurta trajo de Numidia. Y con tanta copia y ventajas, aún no se atrevió el cónsul acometer a Numancia entonces, por sentir su ejército amedrentado. Y para animarle pasó a cercar la ciudad de Palencia que valiente le resistió, y aun le siguió animosa, forzándole a torcer el camino por las ruinas de Coca; donde mostrando odio a la maldad de Licinio, que fementido (como dijimos) la destruyó, mandó pregonar su reparación, prometiendo seguridad y restitución a los huídos y heredamientos a los nuevos pobladores. Pasando el cónsul a Numancia, parece vendría a nuestra ciudad; y en este tiempo, dice Lucio Floro, que los vaceos, cercados por el cónsul, mataron sus hijos y mujeres y después a sí mismos. Extraña brevedad y confusión en referir un hecho que, si fuera de romanos, ocupara muchos pliegos; pues los vaceos no fueron un pueblo solo, sino provincia de muchos pueblos.

     IV. Pasó en fin a Numancia, y estimando por vitoria todo modo de vencer, cercó la ciudad de vallados y muros para defender los cercadores de los cercados, que habiendo pedido al cónsul, o paz de rendidos o guerra de animosos, sin alcanzar uno ni otro, como leones en leonera, matándose unos a otros, acabaron a manos del miedo de sus enemigos, cuyo triunfo fue sólo su seguridad. Y en castigo a los agravios que a los numantinos y demás españoles hizo Roma, se vio en breve arder en guerras civiles y Cipión nombrado ya numantino por haberla asolado, murió atosigado (según conjeturas) por su misma mujer, hermana de los Gracos, sus mayores enemigos. Y a pocos años entraron los cimbros, gente feroz del norte, molestando a Italia. A nuestra España, sosegada a más no poder, gobernaban diez legados, que enviaba el Senado; hasta que nuevos movimientos pidieron mayores capitanes. Y alterándose la Celtiberia, y en ella principalmente nuestros pueblos arevacos, entre cuyas ciudades nuestra Segovia era metrópoli, el cónsul Tito-Didio (año noventa y seis antes de Cristo) vino a España, y esperándole los celtíberos con ánimo y prevención, trabaron una batalla tan reñida, que les faltó día antes que valor, apartándolos la noche sin conocerse ventaja. Mas el romano astuto, hizo sepultar aquella noche sus romanos muertos, y al siguiente día los incautos españoles, juzgando por el número excesivo de sus muertos, que sus contrarios hubiesen vencido, vinieron en los partidos que quiso el cónsul.

     V. El cual, derribando la ciudad de Termes (también principal entre los arevacos) por estar en sitio alto y fuerte, obligó a los termesinos a vivir en un valle de casas apartadas, sin reparos ni murallas. Cuyas ruinas de una y otra población, alta y baja, permanecen hoy nueve o diez lagunas al poniente del sitio de Numancia, donde está una antigua ermita con nombre de Nuestra Señora de Termes. Este mismo rigor usaron ahora y después los mismos romanos con muchas ciudades de España y con nuestra Segovia, derribando sus antiguos muros y casas y obligando a nuestros segovianos a habitar en el valle de nuestro río Eresma, donde aún permanecen muchas señales de esta habitación. Y aunque ignoramos el tiempo señalado de esta mudanza por la pérdida de escritores, que sin duda escribieron éste y otros sucesos de España y de nuestra ciudad, pareció advertirle en esta guerra de los arevacos y abatimiento de Termes, referido por sólo Apiano Alejandrino, que variando (como siempre) los nombres, la nombra Termentó.

     VI. Pasó el cónsul Didio, como refiere el mismo autor, a cercar una ciudad que nombra Colenda, y entrándola después de nueve meses de cerco, vendió por esclavos todos sus ciudadanos con hijos y mujeres. El rigor del vencedor fue mucho, y mayor la brevedad del escritor en suceso digno de relación más advertida. La vecindad del pueblo, y semejanza de su nombre, persuaden que sea el que hoy nombramos Cuéllar, villa noble de nuestro obispado, distante de nuestra ciudad diez leguas entre poniente y norte, de la cual ninguna otra noticia hemos hallado en autor griego ni romano. También combatió otra ciudad muy cercana a Colenda, cuyo nombre calló Apiano, pero advirtió que la habitaban celtíberos mezclados de diversos pueblos; a los cuales Gayo Mario, pocos años antes, había dado aquella campaña con decreto del Senado en premio de haberle ayudado contra los lusitanos. Y con la libertad de la guerra y esterilidad de la campaña vivían al presente con robos y presas de la comarca. El cónsul Tito-Didio, comunicado el caso con los diez legados que le asistían, mandó que los ciudadanos con sus familias viniesen a alistarse para repartirles los campos quitados a los colendanos, porque tuviesen con qué sustentarse. Y mandando salir su ejército de los reales, encerró en ellos a los simples españoles con el pretexto de alistarlos, y cargando el ejército sobre ellos fueron todos pasados a cuchillo, con infamia abominable del imperio romano, que la premió concediendo triunfo al cónsul Tito-Didio. Tres leguas al poniente de Cuéllar se ve hoy un pueblo con nombre de Montemayor, señales de antigüedad y rastros de este suceso.

     VII. De tantos vencimientos o tiranías resultó a Roma una sangrienta guerra civil, cuyas principales cabezas eran Gayo Mario y Lucio Sila, el cual muerto su contrario proscribió dos mil ciudadanos de la nobleza romana; esto era condenarlos a muerte en rebeldía, dando licencia para que cualquiera pudiese matarlos, y entre ellos a Quinto Sertorio, capitán valiente, que después de varias fortunas vino a España, donde había militado en la guerra de Numancia y otras. Y recibido en veinte ciudades por capitán general, que los romanos llamaban emperador, dio tanto cuidado a Roma que no bastando a resistirle el cónsul Quinto Cecilio Metelo, vino con título de procónsul Gneo Pompeyo; mas Sertorio (reduciendo el ímpetu y temeridad española a disciplina militar) les ganó muchas victorias y ciudades con treinta mil combatientes, trayendo los romanos ciento y veinte mil, según cuenta Plutarco. Nuestra ciudad siguió en esta guerra las banderas romanas, según veremos a pocos lances. Y Lucio Floro escribe que dos hermanos, nombrados ambos Herculeyos, capitanes de Sertorio, fueron vencidos junto a Segovia de Lucio Domicio y algunas cohortes romanas; suceso del cual en ningún otro autor latino ni español hallamos memoria, causa de que pasemos por él tan ayunos.

     VIII. Sertorio, invencible a sus enemigos y perseguido de la fortuna, siempre opuesta a grandes merecimientos, murió a manos de Perpena y otros conjurados capitanes y amigos suyos, que en breve (faltándoles tal cabeza) fueron vencidos de Pompeyo, el cual, sujetando cuantos pueblos seguían a Sertorio, ordenó a Afranio que cercase a Calahorra, cuya resistencia y hambre padecida en este cerco quedó en proverbio a las naciones. Pompeyo cercó y asoló a Osma, dando fin a la guerra sertoriana que duró diez años. Nuestra Segovia, que (como dijimos) confederada de Roma había seguido sus banderas en esta guerra, levantó al vencedor Pompeyo el trofeo, como hoy se ve en una piedra asentada tumultuariamente en los muros de nuestra ciudad, cuando después se fabricaron a la parte del norte, frontero del convento dominicano de Santa Cruz, como aquí se muestra, estampada con toda puntualidad.

                                        G - POMPEIº - MV
          CRONI - VXAME
   NSI - AN - XC - SODALES
                   F. C.

     IX. La piedra (aunque blanca) es muy dura, que en esta tierra llaman jabaluna. La figura es de medio relieve, y las letras cinceladas. Y procediendo a su interpretación, advertimos que Ambrosio de Morales, en el discurso de las antigüedades de España, y Adolfo Ocón, ponen las letras sin la figura; y Morales las descifra así: A Gayo Pompeyo Mucron, natural de Osma, que vivió noventa años, sus compañeros le hicieron esta sepultura. Y prosigue: Y entiéndese ser esta sepultura, por el número de los años que tiene; faltándole todo lo demás que las piedras de las sepulturas suelen tener. Y en esta conformidad habla adelante. Bien sintió Morales la dificultad. Nosotros, movidos del contexto de nuestra historia, desciframos así: A Gneo Pompeyo, destruidor de Osma, acabado el año décimo, los amigos determinaron que se hiciese. Pondremos los motivos de esta declaración, sin pedir más crédito que merecieren los fundamentos, cediendo (como siempre) a quien mejor averiguare, pues sólo deseamos la verdad.

     X. La figura ecuestre y con lanza, además de significar victoria, es muy propia de Pompeyo; pues siendo sólo caballero romano, antes de ser cónsul, ni aun senador, triunfó dos veces: una de la guerra africana, y otra de esta sertoriana, como pondera Plinio.

     Nombrarle Gneo con G al principio, nombrándole los romanos Cneo con C es pronunciación española que convierte la C en G, como agudo por acuto, y otros por la afinidad que estas letras tienen entre sí, como advirtió San Isidoro en sus etimologías. Y Paulo Orosio, español, le nombra Gneo Pompeyo, como se ve en manuscritos y muchas impresiones antiguas. Y Goropio Becano, en sus Orígenes de España, afirma ser lo mismo Gayo que Gneyo.

     Mucroni Vxamensi, destruidor de Osma, por la presteza con que la cercó y asoló. Así llamaron Trogo Pompeyo y Justino a Epaminundas, famoso capitán de Tebas, por su ímpetu y presteza.

     Las letras siguientes, A. N. X. C. desciframos Anno decimo confecto, esto es, acabado el año décimo; bien que suplida la palabra Bello. Pues es cierto que la guerra sertoriana duró diez años. Y la frase es muy usada en los autores clásicos, y comprobada en la dedicación del templo que el mismo Pompeyo hizo a Minerva de los despojos de la guerra oriental, que refiere Plinio y pone Jacobo Mazochio entre sus Epigramas antiguas de Roma. Pompeius bello XXX. AN. confecto, etc. Y no obsta que el número X y la C no se dividan con punto como las otras dicciones; que o fue aprieto de las letras que en aquel renglón son catorce, siendo en los demás diez, o inadvertencia del cincelador, de que hay tantos ejemplos que pudieran llenar pliegos y aun libros.

     Sodales, que significando compañeros de un mismo empleo, aquí es voz militar, de la cual ninguno de los escritores modernos ha hecho memoria, y significa lo siguiente. Cuando Publio Cipión Emiliano vino contra Numancia (como dijimos), escribe Apiano, que para guerra tan ardua armó una cohorte de quinientos soldados amigos, que en latín llamaba sodales y a la cohorte en griego philonida, y en latín sodalicia; arbitrio de que usaron los demás capitanes, y de éstos eran los segovianos que habiendo ayudado a Pompeyo en esta guerra, vueltos a su patria, le pusieron esta memoria o trofeo, como significan las dos letras finales F. C. faciendum censuere: esto es, decretaron ponerla.

     XI. La buena forma, y proporción de las letras, muestra ser de lo primero que de los romanos hay en España, como en sus antigüedades advirtió Morales de otra semejante. Y que por la dureza de la piedra, que es como un diamante, se ha conservado tanto. Porque certificamos que en los mismos muros y otras partes de nuestra ciudad se ven más de cien piedras romanas (que no las pondremos); pero tan gastadas del tiempo, aunque en piedra cárdena muy dura, que con ninguna diligencia se han podido leer. Veinte pasos al oriente de esta piedra de Pompeyo, en un cubo del mismo muro, se ve otra piedra de la misma naturaleza y medida, labradas ambas sin duda en un mismo tiempo y ocasión. Está troncada por medio y en lo que se ve una cabeza del mismo relieve que la figura de Pompeyo, con el rostro frontero, como la pinta nuestra ciudad por armas sobre su famosa puente, interpretando que signifique ser cabeza de Extremadura; aunque nosotros, movidos de este contexto, presumimos que tiene más antigua profundidad, sin poder aclararla, porque la parte inferior, donde (sin duda) estaba la inscripción, se perdió, con pérdida grande de la noticia de nuestras cosas, pues Jerónimo de Zurita en los comentarios al itinerario de Antonino, refiere tener (entre otras) una moneda o medalla de media onza de cobre con un hombre a caballo y debajo escrito SEGOVIA, y en el reverso el rostro de un mancebo, y debajo estas letras, C. L., que sin duda dicen Colonia Latina. Esta misma moneda tuvo y refiere en el octavo de sus diálogos don Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona, y después, con las demás, fue llevada a la librería de San Lorenzo el Real, como refiere Sigüenza.

     XII. La semejanza que ambas piedras y monedas muestran nos induce a creer que uno y otro se hizo en memoria de Pompeyo, el cual hizo a nuestra ciudad colonia latina, como dice la moneda: muy conforme en esto con lo que refiere Asconio Pediano tratando de las colonias que en esta ocasión hizo Pompeyo en España, diciendo: hizo colonias latinas a las ciudades, no introduciendo nuevos moradores, sino concediendo a los antiguos el derecho de colonias latinas, que era poder ser ciudadanos romanos los que en tales colonias hubiesen sido magistrados. Por donde interpretamos la inscripción dedicada a un cónsul o varón consular de Segovia, la cual permanece en una piedra en los mismos muros, junto al postigo que nombran de San Juan.

                               VCABBAE
   V. C. C.

     A Ucaba Varón Consular Ciarísimo. Aquí pareció advertir que una medalla de Segovia que pone el doctor Rodrigo Caro en su muy docta historia de Sevilla, lib. 3. cap. 51, atribuyéndola a su Segovia bética, parece más propia de la nuestra, pues la Puente y toro que en la medalla se ven son más propios de nuestra ciudad (como dejamos referido). La averiguación y juicio quede a los doctos, pues la historia no admite disputas. Refiere Julio Frontino, que pasando Pompeyo después de estos vencimientos por Coca, receloso de que no le admitirían, escarmentados del engaño de Licinio, pidió recibiesen los enfermos para que se curasen, y enviando los más valientes soldados, con apariencia de enfermos, recibidos como tales, se apoderaron de las puertas hasta que entró el ejército.

Arriba