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Capítulo XLII

Don Felipe segundo casa con doña Isabel de la Paz. -Don fray Francisco de Benavides obispo de Segovia. -Fundación del colegio de la Compañía. -Don Martín Pérez de Ayala obispo de Segovia. -Primera noticia de las monjas de la Encarnación. -Conclusión del santo Concilio Tridentino. -Unión de los Hospitales. -Fundación de los niños de la Dotrina.

     I. En Flandes recibió el rey don Felipe segundo el aviso de la muerte del emperador su padre; y juntamente de madama María su mujer, reina de Inglaterra, difunta en Londres por estos mismos días. A tanto luto sucedieron cuidados y guerras, herencias de su belicoso padre. Paulo cuarto pontífice romano, confederado con Francia y alentado de sus sobrinos, inquietaba a Italia. Enrique segundo, rey de Francia, molestaba las fronteras de Flandes.

     Provocado Felipe, entró con ejército en los estados del francés; ganó a San Quintín y otras fuerzas con buena reputación de los principios de su corona y valor tentado por tantas partes y enemigos, que se allanaron al principio del año siguiente mil y quinientos y cincuenta y nueve con asientos iguales; y el principal, que don Felipe casase con madama Isabel de Valois, hija de Enrique; y por este asiento de paces, nombrada doña Isabel de la Paz. También se sosegó luego el pontífice, apretado del duque de Alba que con ejército llegó a las puertas de Roma.

     Por la promoción de don Gaspar de Zúñiga a Santiago, fue nombrado obispo de Segovia don fray Francisco de Benavides, hijo de don Francisco de Benavides, mariscal de Castilla, y doña Leonor de Velasco, su mujer, señores de Flomesta. Mancebo siguió el palacio y corte de Carlos quinto con aplauso y valimiento, por su valor y gentileza que era mucha en talle y rostro. Conoció el engaño en el mismo embeleco cortesano; y guiado de mejores pensamientos profesó la religión de San Jerónimo en el santuario y convento de Guadalupe, donde fue prior. De allí obispo de Cartagena en Indias. Allí mostró paciencia y valor en el acometimiento de la armada francesa. Fue promovido desde allí al obispado de Mondoñedo, y como su obispo asistió en el Concilio de Trento en segunda congregación año mil y quinientos y cincuenta y dos. Y ahora promovido a este obispado de Segovia cuya posesión tomó el licenciado Hernando de Brizuela, su vicario, sábado veinte y ocho de enero de este año.

     II. El padre Francisco de Borja, comisario general de la Compañía de Jesús, religión fundada por San Ignacio de Loyola, y confirmada por el pontífice Paulo tercero en veinte y siete de setiembre del año mil y quinientos y cuarenta, deseaba fundar colegio en nuestra ciudad; animaban estos deseos don Fernando Solier, segoviano y canónigo, y arcipreste, muy afecto a la Compañía, y que en ella tenía un pariente de su mismo nombre y patria, que siendo célebre abogado renunciando el mundo y los pleitos se había entrado en aquella nueva religión; al cual conocimos en nuestra niñez muy venerable por sus muchos años y virtudes. Animaba también a Borja Luis de Mendoza, cura de San Esteban, que asistiendo en Roma a unos pleitos de su iglesia, había tenido amistad familiar con el santo patriarca Ignacio. Éste dio aviso cómo la hacienda que nuestro obispo don Juan Arias de Ávila había dejado para fundar el hospital (como escribimos año mil y cuatrocientos y noventa y siete) vacaba sin cumplirse la voluntad del testador. Obtúvose bula para agregarlo a la fundación que se disponía del colegio, pero contradiciéndolo nuestros obispos y los condes de Puñoenrostro, que también se hallaban en Roma pleiteando el estado; cesó la ejecución de la bula. Mas porque no cesase la fundación del colegio ofreció el arcipreste tres mil ducados de presente y todo favor y asistencia. Comunicóse el negocio con el padre Antonio de Araoz, primer provincial de Castilla y discípulo de Ignacio. Llegaron a nuestra ciudad los padres Fernando de Solier, Luis de Santander, Cristóbal Rodríguez y dos hermanos; algunas memorias dicen que también vino el provincial Antonio de Araoz; como quiera el colegio se fundó lunes veinte de febrero de este año cincuenta y nueve, en unas casas que para ello se alquilaron. Fue primer retor del nuevo colegio Luis de Santander, predicador famoso, y primer ministro nuestro Fernando de Solier. Poco estuvieron los nuevos religiosos en aquellas primitivas casas, comprando las fronterizas, que nombraban Torrecarchena, al secretario Francisco de Eraso, que poco antes las había comprado a don Diego de Barros. Con cuánta caridad y aplauso de nuestros ciudadanos se hizo esta fundación refiere Francisco Saccino en su historia, y con cuánto provecho de nuestra república referirán los siglos.

     III. En veinte y uno de mayo, fiesta de la Santísima Trinidad de este mismo año, se celebró en Valladolid auto de Inquisición, asistiendo la princesa doña Juana, gobernadora, y el príncipe don Carlos. En él fueron quemados Agustín de Cazalla y otros catorce, y penitenciados diez y seis, todos por herejes luteranos. El rey partió a Flandes, dejando a madama Margarita, su hermana bastarda, por gobernadora de aquellos estados, que presto se rebelaron a Dios y al rey en uno y otro gobierno. Desembarcó en Laredo al fin de agosto, y pasó a Valladolid, donde domingo ocho de otubre asistió a segundo auto de Inquisición, y levantándose en pie el inquisidor mayor don Fernando de Valdés dijo al rey, Domine, adiuva nos. El cual se puso en pie, y empuñando el estoque desnudó parte de él, significando cuán presto estaría para ayudar. El primer sentenciado al fuego en este auto fue don Carlos de Sese, de sangre noble, que osó decir al rey cómo consentía que le quemasen; y severo respondió: Yo traeré la leña para quemar a mi hijo, si fuere tan malo como vos. Acción y palabras dignas de tal rey en causa de la suprema religión. Entre los demás prelados asistió a la autoridad de este auto nuestro obispo.

     El siguiente día lunes salió el rey con la Corte para Toledo donde celebró Cortes, asistiendo en ella por procuradores de nuestra ciudad Fernando Arias de Contreras y Gonzalo de la Hoz Tapia. Al principio del año siguiente mil y quinientos y sesenta celebró en Guadalajara sus bodas con madama Isabel de Valois. De allí partió a Toledo, donde el príncipe don Carlos fue jurado sucesor de estas coronas.

     IV. Por la muerte de don Diego de Tabera, obispo de Jaén, fue promovido a aquella silla nuestro obispo don fray Francisco de Benavides. Antes que viniesen las bulas de confirmación enfermó, y algo convaleciente, día primero de marzo partió a Toledo, donde estaba el rey y la Corte. De allí por mayo fue a su antiguo convento de Guadalupe, donde de recaída murió miércoles quince de mayo. Fue sepultado en aquel gran santuario, donde en lo florido de su edad se había sepultado vivo, esmaltando su nobleza con profunda humildad en la religión y apacible prudencia en el gobierno: tan devoto de la Santísima Virgen Madre de Dios, que cuanto estuvo en Segovia ningún día faltó en la iglesia Catredal a misa de Nuestra Señora que nombran del Alba, por decirse a esclarecer de la luz: costumbre en todas circunstancias religiosas. Yace en el claustro que nombran De los Priores, con este epitafio: Frai Francisco de Benavides, Prior que fue desta Santa casa, murió en ella siendo Obispo de Segovia, año 1560.

     V. Por la promoción de nuestro obispo a Jaén, nombró el rey a don Martín Pérez de Ayala por obispo de Segovia, que al presente lo era de Guadix. Su patria pretenden ser Granada, y Hieste, pueblo del obispado de Cartagena, y Segura de la Sierra. Gloria de los grandes varones, hijos de su valor, que no conocidos en sus principios, después sus merecimientos engendran emulación honrosa de su patria en los pueblos donde obraron algo de su vida. La de nuestro obispo don Martín de Ayala escribiremos, abreviando la que él mismo dejó escrita, y original permanece en el convento de Uclés. Nació en Segura de la Sierra año mil y quinientos y cuatro. Y comenzando a nacer lunes once de noviembre, fiesta de San Martín, casi en los primeros grados de Capricornio (antes de la corrección Gregoriana) acabó de nacer miércoles siguiente al nacer el sol, inclinado a cosa arduas y dificultosas, como él mismo advirtió y esperimentó. Fue nombrado en el bautismo Martín: en toda la relación de su vida no nombró a sus padres, advirtiendo que, aunque pobres, eran nobles. Su padre de la casa de Ayala en las Montañas, su madre de los Negretes de Segura, y de los Bermúdez de Hieste, donde Martín se crió hasta catorce años en casa de su abuelo materno; causa de que este pueblo (como dijimos) pretendía ser su patria. Desde cinco años sirvió en la iglesia con devoción y cuidado, aprendiendo a leer y escribir, y gramática latina con escelencia. Su padre, por haberse hallado en una muerte, se fue a la empresa de los Gelves año mil y quinientos y diez, donde murió. Su abuelo materno murió año mil y quinientos y diez y ocho, quedando Martín de catorce años en poder de su madre, muy pobre, ganando a escribir el sustento de ambos.

     VI. Viendo atajados sus estudios, procuró continuarlos en universidad, pidiendo licencia a su madre, a quien fue siempre muy obediente (aun siendo obispo); que con amor de madre le significó las necesidades que había de padecer. Determinóse con valor, y en Alcalá estudió artes y teología contra el gusto de su madre y parientes, que entendían estudiaba derechos, estudio más provechoso: que en esto no pudo conformarse con su obediencia como él mismo advierte. Volviendo a su patria fue recibido con desabrimiento por entender que ni había estudiado derechos ni teología. Volvióse disgustado; y después de varios intentos y necesidades pidió el hábito de Santiago en el célebre convento de Uclés; donde fue recibido en diez seis de julio de mil y quinientos y veinte y cinco años. Aquí se retiró a penitencias y estudios; y pasó muchas tentaciones del demonio, y persecuciones de los hombres, que no oprimen menos y desconsuelan más. Era de natural recto y severo, contradijo un mal modo de proveer un priorato de Moltalván; y el prior de Uclés, ofendido de la contradicción le molestó y le siguió hasta tenerle en una mazmorra. Sucedió un prior que conocida su virtud dispuso que fuese a estudiar a Salamanca; donde fue discípulo del celebrado maestro fray Francisco de Vitoria, dominicano, y por la pobreza, entonces, de aquel colegio de Santiago pasó a Toledo, donde se graduó de licenciado y maestro de artes año mil y quinientos y treinta y dos. De allí fue a Alcalá donde comenzó a leer artes: y fue llamado de la nueva Universidad de Granada, donde con aplauso leyó y escribió comentarios y cuestiones sobre los universales de Porfirio, que se imprimieron año mil y quinientos y treinta y siete. Graduado de licenciado y dotor en aquella universidad, leyó teología escolástica por orden del arzobispo don Gaspar de Avalos; de donde le sacó don Francisco de Mendoza, obispo de Jaén, para su confesor y visitador, en el cual oficio pasó desasosiegos y testimonios por la rectitud de su proceder.

     VII. Pasando el obispo con el emperador a Italia año 1543, pasó con él don Martín, y de allí a Cleves y Iuliers, siguiendo los ejércitos del césar, tan contra su inclinación, que con licencia del obispo y muy poco repuesto, pues afirma él mismo que no tenía cuatro ducados, aunque esperaba crédito de un pequeño beneficio que poseía en Jaén, se fue a Lovaina, célebre universidad de aquella provincia. Allí con un criado se puso en pupilaje; y en dos años estudió las lenguas griegas y hebrea; y pasó los libros de los más famosos herejes, porque tiene aquella universidad indulto pontificio, para que los puedan tener y leer los dotores que en ella residieren. Murió por este tiempo el obispo de Jaén en Espira, quedando don Martín en suma necesidad aunque en opinión con el emperador que le mandó que con otro dotor lovaniense fuese a Vermes, donde por su orden concurrían católicos y herejes a disputar de la religión. De allí, sin concluir, pasaron a Ratisbona, y al fin las disputas pararon en guerras, ordinario fin de los herejes. Pasando el emperador a Holanda, se quedó don Martín en Amberes, por no tener con qué salir de allí; leyendo en un monasterio las epístolas de San Pablo porque le diesen de comer a él y su criado y cabalgaduras. El frío era escesivo, fin del año 1546; el sustento, manteca y cerveza, estraño para complesión nacida y criada en lo más fértil de España. Y en tanta estrechura y ocupación escribía (como él dice) el libro de las tradiciones divinas, apostólicas y eclesiásticas. El año adelante le sucedió un sueño que él pondera, y refiere por cosa superior, y con razón. Martes día primero de febrero de 1547 por la noche, habiendo estudiado y escrito gran rato, pidió colación al criado que le respondió que ni pan ni vino había; y aunque en otras ocasiones le había sucedido, en ésta lo sintió más. Mandó al criado se recogiese, y cerrando su aposento se puso en oración haciendo recuerdos de su vida y trabajos, ofreciéndolos a Dios con sentimiento, y no sin lágrimas. Acostóse triste y melancólico; y en la postrera vigilia de la noche, cuando los sueños son menos fantásticos, soñó que se veía en un suntuoso palacio, y que una doncella de rostro angélico tomándole por las manos le paseaba por las salas diciéndole: no estés triste, que ya son acabadas tus necesidades.

     VIII. Despertó con interior alegría, y en rezando salió a decir misa. Volviendo a su posada halló en ella un mayordomo de un caballero español, que desde Mastrich le enviaba cien escudos, y una carta con muchos ofrecimientos. Este mismo día tuvo avisos y cartas de señores con parabienes de que emperador le había presentado al obispado de Cartagena. Partió a Mastrich, donde el emperador estaba, y supo de algunos de la cámara ser verdadera la consulta y presentación; mas por no estar publicada y llegar intercesiones del rey de Portugal, se alteró y se dio aquel obispado a don Esteban de Almeida, portugués, y obispo entonces de León. Quedó don Martín (aunque sin el obispado) en mucha reputación con el césar; a quien acompañó con hartas descomodidades hasta el Danubio. Y viendo la guerra muy trabada, pidió licencia para ir al Concilio de Trento. Llegó cuando se disputaba la materia de justificación, de tanta diferencia entre católicos y herejes. Ayudó mucho por haberla estudiado con singular cuidado en las disputas de Vermes y Ratisbona. Por este tiempo fue don Diego de Mendoza, aquel famoso español tan doto y mecenas de los dotos, por embajador a Roma: y como trataban de disolver o transferir el concilio (como lo hicieron) a Bolonia, pidióle se fuese con él. Entonces vio lo mejor de Italia; y en Roma los lugares santos. De allí le llamó el emperador, que estando en Augusta le presentó al obispado de Guadix. Acetóle aunque contra su inclinación por socorrer su necesidad y la de su madre, que ambas eran apretadas. Hecha la acetación partió a Inglostad, y de allí a Colonia a imprimir el libro de las tradiciones, que dedicó al príncipe don Felipe en Augusta en 27 de agosto de 1548. Y aunque se queja, y con razón, de que esta primera impresión salió poco correcta, y aun otras que la siguieron; la que tenemos de París año 1562 por Guillelmo Juliano, está muy correcta y advertida, la cual no refirió Posevino en su Aparato Sacro.

     IX. Pidió licencia al emperador para ir a su obispado, y ordenóle fuese a Trento a hacer cuerpo de concilio con otros prelados que por su orden perseveraban allí. Donde llegaron las bulas del obispado, detenidas hasta entonces por haber pedido el emperador se despachasen de balde, atento lo mucho que había servido a la iglesia: el obispo también lo pedía por su pobreza y escrúpulos, pero todo fue en balde, sino las bulas. Partió a Milán deseoso de consagrarse en su célebre iglesia de San Ambrosio, y ocho días antes se retiró con su criado, una Biblia, y las obras de San Ambrosio al recogimiento de San Valerio, al cuarto de un sacerdote, a prepararse con penitencias y oraciones, para una confesión general. Aquí una noche, entre otros favores, habiendo suplicado a Dios, que pues se había servido de hacerle obispo, le hiciese buen obispo, se le representó en sueño San Ambrosio en hábito pontifical que le daban dos avisos para ser buen prelado; uno, Templanza en afectos y manjares; otro, Libertad prudente en tratar los negocios de Dios; con que despertó consolado; y hecha la confesión le consagró en treinta de setiembre, fiesta del gran dotor San Jerónimo de 1548, el arzobispo de Milán, Anibaldo, asistiendo los obispos de Lodi y de Urgel en la misma iglesia o domo de San Ambrosio, en el altar que está sobre su cuerpo, y con la misa ambrosiana, asistiendo don Fernando Gonzaga, gobernador, con todo lo más granado de Milán. Hizo el gobernador espléndido convite al consagrado y consagrante, y asistentes, con muchos prelados y señores.

     X. De Milán pasó a Génova, y de allí a España al principio del año 1549, en la misma capitana que el príncipe don Felipe había pasado a Italia. Fue a Hieste a ver a su madre, que halló enferma de perlesía; y habiendo estado con ella dos días, pasó a Guadix, donde entró en dos de febrero, fiesta de la Purificación de Nuestra Señora. Habían precedido tres años de vacante. Estaban dignidad y jurisdición desminuidas o usurpadas, en cuya restauración pasó desasosiegos y pleitos; y más por ser las iglesias de aquel reino de Granada del patronazgo real. Con el arzobispo de Toledo don Juan Martínez Siliceo trató pleito sobre la abadía de la ciudad de Baza; iglesia colegial y rica; con jurisdición de nueve o diez pueblos, de que tomó posesión víspera de San Juan, año 1550, acrecentando aquella dignidad y renta a su iglesia de Guadix. Visitó ambas iglesias y diócesis, hizo estatutos, tomó cuentas, restauró heredades, y asentó jurisdiciones, trabajando en ellas como si de nuevo se fundaran. En estas ocupaciones le llegó orden del emperador de que partiese a Trento a la segunda convocación que el papa Julio tercero hizo del concilio. Quiso escusarse por sus deudas y ocupaciones, y con segunda orden partió de Guadix en diez de marzo de 1551, habiendo visto segunda vez a su madre, y recibido su bendición como él refiere, recreándose en esta obediencia; por Barcelona y Salsas entró en Francia. En Narbona el gobernador prendió la gente que llevaba y detuvo al obispo, tan apretado que por el quicio de una puerta dio a un correo cartas para el emperador y para un caballero amigo, avisando del aprieto en que se hallaba con todos sus criados presos, y su persona tan apretada, que por mucho favor, pasados algunos días, le permitieron salirse a oír o a decir misa con ocho alabarderos de guarda. Achacaban que un criado suyo había muerto a un francés, introduciendo una mujer que se querellase. Pedía el obispo la trajesen ante él, mas todo era trampa. Hubo del emperador al rey de Francia correos y cartas sobre el caso: en fin, pasados veinte y nueve días fue puesto en libertad; mas tan receloso de que en el camino se le armaba zalagarda, que a seis leguas de Narbona tomó postas, y encubierto con tres criados llegó al Piamonte, y de allí a Trento, sábado de Pentecostés quince de mayo de 1551.

     XI. Hiciéronle diputado en la tercera sesión, que hoy es decimatercia en el cuerpo del concilio, en que le define la materia del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. La cual toda como está compusieron él y el obispo de Módena Egidio, o Gil Fuscarino, dominicano. Celebradas otras tres sesiones en que importaron mucho su asistencia y estudios, se suspendió el concilio por muerte del legado, con que muchos prelados españoles, y entre ellos don Martín, se volvieron a sus iglesias, habiendo pasado muchos trabajos en mar y tierra.

     En Guadix, después de visitas y cuidados, celebró sínodo al principio del año 1554, que seguido y perseguido en todas instancias y apelaciones, hasta en Consejo Real, se imprimió y observa hasta hoy. Compuestos algunos pleitos sobre las visitas de Guadix y Baza, trajo con grandes salarios dos hebreos, ya convertidos, con los cuales se retiró a Ior y a Beas, pueblos de su dignidad obispal; y en tres años desde 1555 hasta 1558 repasó los libros del testamento viejo por los originales de las lenguas hebrea y caldea: trabajo en todas consideraciones ponderable.

     De allí fue a Granada a proseguir un pleito antiguo y pesado con los marqueses de Zenete, que por un indulto había años que tiraban los diezmos de su obispado. El poder embarazaba ministros y jueces, poseyendo los marqueses. Viendo el obispo a sus abogados poco instruidos en el derecho, escribió un tratado sobre ambos puntos, Si podía el Papa estinguir del todo los diezmos; o perpetuarlos en legos, comutándolos a dinero. Visto por los jueces lo escrito, dijeron no era menester más información. Pero después de catorce meses remitieron el pleito a otra sala, espediente que ha inventado la razón de estado, más que el celo de la justicia; de que enfadado el obispo volvió a Guadix al fin del año 1559. Al principio del siguiente partió a Toledo, llamado del rey, que le mandó visitase el Consejo de Órdenes, cuyo nuevo presidente no admitía la presidencia, sino visitando primero el Consejo, el obispo de Guadix señaladamente. El cual comenzando la visita, conoció que el presidente sólo pretendía descomponer al consejero más antiguo de aquel Consejo, de cuya esperiencia y manejo se recelaba. Murió éste mientras la visita; y estando algunos consejeros y ministros muy cargados, revolvió el presidente en su favor por obligarles a su confidencia intentando desacreditar al obispo visitador con el rey. El cual conocida la malicia del presidente y la rectitud y méritos del prelado, le presentó a nuestro obispado en diez de junio de 1560, mandándole predicase en el monasterio de Santa Fe de Toledo la siguiente festividad de Santiago; donde el rey como maestre celebraba la fiesta con los caballeros, y el obispo don Martín de Ayala, como religioso de aquella religión, predicó con aplauso admirable. En llegando las bulas, envió poder a Francisco Realiego y a Diego de Heredia, canónigos de Segovia, que tomaron posesión del obispado jueves treinta y uno de otubre de este año mil y quinientos y sesenta en que va nuestra historia.

     XII. Había despachado Pío cuarto, nuevo pontífice romano, convocatoria del concilio. Sentía el rey católico que no fuese en forma de continuación, porque así convenía. Mandó juntar en Toledo muchos prelados, deteniendo al nuestro para conferir en el caso. Hacíanse las juntas en casa del arzobispo de Sevilla don Fernando Valdés. El embajador en Roma hizo instancias con el pontífice para que declarase ser continuación la del concilio, como lo hizo por breve particular, con que se sosegaron el rey y prelados. El nuestro escribió en este tiempo y ocupaciones la vida de don Pedro Alfonso, santo prior de Uclés; la cual acabó de escribir en Toledo último día de otubre de este año, como consta del original que se guarda en los archivos de Uclés, aunque el obispo no refiere esta acción en su vida.

     Acabadas las consultas, partió de Toledo con licencia del rey; y visitando de camino muchos pueblos en el arzobispado de Toledo, cuya jurisdición temporal era aun entonces de nuestros obispos, entró en Segovia sábado doce de julio de mil y quinientos y sesenta y un años. Fue recibido de todos con mucha alegría, aunque los eclesiásticos, mal informados de algunos de Guadix, recelaban aspereza y terribilidad en su gobierno, que en breve esperimentaron prudente y apacible.

     XIII. Instaba la convocación del concilio, para donde partieron en veinte y cinco de setiembre don Pedro Arias Osorio, canónigo y maestrescuela de Segovia, y don Pedro González de Vivero, canónigo, por orden y nombre del Cabildo, que escarmentado de las desavenencias que había tenido con el obispo don Gaspar de Zúñiga, quiso tener en el concilio quien defendiese sus privilegios. Acudieron también a esta tercera congregación del concilio dos célebres segovianos : el dotor Gaspar Cardillo de Villalpando, que asistió por el obispo de Ávila don Álvaro de Mendoza, y el dotor Pedro de Fuentidueña, orador del embajador católico; ambos teólogos y escritores ilustres, como escribiremos en nuestros claros varones. A nuestro obispo llegó cédula de su majestad para que partiese. Respondió escusándose por sus gastos y empeños en viajes, mudanzas y bulas. Y en estos días le recudió la gota, que ya otras dos veces le había fatigado: partió en cuatro de diciembre a Turégano, donde tuvo aviso de la muerte de su madre, que sintió como hijo prudente; celebrando sus funerales como prelado. Allí tuvo segunda cédula del rey para ir a Trento; y aunque replicó, hubo de partir en nueve de marzo del año siguiente mil y quinientos y sesenta y dos, dejando por gobernador de nuestro obispado al dotor Bartolomé de Mirabete; y llevando por compañero al dotísimo español Benito Arias Montano, fraile también de Santiago. En seis de abril, lunes de casimodo, llegó a Barcelona, donde concurrieron los obispos de Segorbe, Ciudad Rodrigo, Lugo y Urgel. Conferíase entre todos si irían por tierra o por mar. Ambos viajes temía don Martín. El de tierra, por Francia, por el mal tratamiento pasado; y más ahora que aquel reino hervía en herejías y guerras; el de mar, por las tormentas y peligros pasados, y por su mal estómago. En esta perplexidad le sucedió un sueño que refiere con veneración y esperiencia de haberle comunicado Dios en sueños muchas cosas futuras, y aunque dificultades, que con estudios y desvelos no había podido alcanzar.

     Soñó pues que vía a su madre con mucha claridad de rostro, y que le decía: No fuese por tierra, porque le sucedería muy mal, sino que fuese por mar, que tendría buen suceso. Quedó consolado; y partiendo a Rosas se embarcaron en veinte y uno de abril, y en cuatro días, sábado veinte y cinco, fiesta de San Marcos por la mañana, desembarcaron en Génova, y por Milán llegaron a Trento en veinte y ocho de mayo, lunes de Pentecostés, celebradas ya tres sesiones de esta última congregación que hoy son diez y siete, diez y ocho y diez y nueve del cuerpo del concilio. Y con la llegada de los prelados españoles se comenzó el mucho efecto que se muestran en las demás sesiones del concilio.

     XIV. Sábado nueve de mayo, el príncipe don Carlos, estando en Alcalá, cayó de una escalera y se hirió de muerte. Sanóle Dios milagrosamente por la intercesión de San Diego; cuyas reliquias aplicaron al doliente: ocasión de que rey y reino suplicasen al pontífice la canonización de este santo, que se efectuó en breve.

     El rey, determinado a fabricar un templo admirable para veneración del culto divino, sepulcro de sus imperiales padres y gloria de la nación española, cuando las convecinas asolaban tantos, habiendo escogido sitio en la llanura de San Cristóbal, arrabal de nuestra ciudad, distante media legua al oriente, mandó echar los niveles y tantear los cimientos. Y habiendo entrado en nuestra ciudad sábado veinte y seis de setiembre con la reina doña Isabel, príncipe don Carlos, don Juan de Austria, príncipe de Parma y muchos señores y cortejo aquella noche, hizo nuestra ciudad una vistosa máscara con muchas luminarias y fuegos; el siguiente día juego de cañas con preciosas libreas, y diez toros; de los cuales alanceó tres Gaspar de Oquendo, segoviano célebre en este ejercicio, y que en esta ocasión admiró a los cortesanos; todos los jugadores con nuevos caballos y hachas blancas (por ser ya noche) alumbraron la carroza de los reyes hasta el alcázar, donde pasaron muchas parejas, y de allí por toda la ciudad llena de luminarias. El siguiente día jugaron cañas de capa y gorra, y seis toros, y hubo el mismo acompañamiento y regocijo. El siguiente día, martes, fue el rey a San Cristóbal a ver el sitio, y aunque le contentó, por la distancia de Madrid, con ásperas sierras en medio, la vecindad de nuestro convento del Parral de la mesma religión jerónima, que había de poseer el nuevo convento, se determinó a fabricarle en la aldea del Escurial de la jurisdición seglar de nuestra ciudad, a la cual compró la dehesa nombrada de la Herrería para sitio del convento; y a muchas personas nobles de nuestra ciudad los bosques y dehesas convecinas, que las poseían desde que sus antecesores las ganaron de los moros. Asentóse la primera piedra de aquella admirable fábrica viernes veinte y tres de abril del año siguiente, mil y quinientos y sesenta y tres.

     En once de junio, viernes siguiente a Corpus Christi y fiesta de San Bernabé, se fundó la cofradía de la Minerva en la iglesia parroquial de San Miguel de nuestra ciudad, y se celebró la fiesta y procesión que hasta ahora se ha continuado con aumento de lustre y devoción de aquellos parroquianos.

     XV. Las beatas de la Encarnación (así se nombraban entonces, sin que sepamos su principio, más de que profesan la regla de San Agustín) salían a oír misa al convento de San Antonio el Real. Era priora por estos días doña Catalina de Soto, y conociendo que era inconveniente que las religiosas saliesen de su clausura, adornó un oratorio, donde con licencia del ordinario, al cual están sujetas, se dijese misa. La pobreza entonces del convento no alcanzaba a sustentar capellán; mas la diligencia y buen celo de doña Catalina disponía que todos los días hubiese misa. Y muriendo en este tiempo doña Leonor de Barros, doncella seglar, recogida en el convento hasta tomar estado, dotó dos misas cada semana, y aceite para dos lámparas. Pidió con esto la priora al dotor Mirabete, gobernador (como dijimos) del obispado, les colocase Santísimo Sacramento en la iglesia, que para esto se había fabricado con limosna de gente piadosa. Dispúsose la traslación, y domingo veinte y cuatro de otubre de este año se trasladó a la iglesia parroquial de Santa Olalla a la del convento con solemne procesión. A la puerta llegaron mucha limosna para el convento el canónigo Melchor de Aguilar y el licenciado Andrés de Riofrío, sacerdote, que escribió éste con otros sucesos de su tiempo, de quien lo sacamos.

     XVI. Los padres del santo Concilio de Trento trabajaban con celo y fervor grande; y entre todos, nuestro obispo por haber asistido en su tres convocaciones y conocido por sus letras y entereza. Habiéndole nombrado en llegando por diputado para la sesión veinte y una en que había de tratarse la comunión en ambas especies, enfermó de la gota con demostración de perlesía tan vehemente, que le detuvo treinta días en la cama. Hacíanse las congregaciones en su posada. Después de muchas conferencias y decretos, habiéndose conferido y votado sobre las esenciones de cabildos y capitulares; y estando quitadas del todo en una congregación de la última sesión, fue tanta la diligencia del maestrescuela de Segovia don Pedro Arias Osorio, ya procurador general de los cabildos de España, que se volvió a votar; y se decretó en el capítulo sexto de la sesión veinte y cinco, que gozasen los jueces adjuntos, los que hasta entonces los hubiesen gozado. En esta ocasión pidió el embajador del rey católico que el maestrescuela fuese espelido. Los padres respondieron, que en los concilios había de ser libre el proponer y pedir como el juzgar.

     El cardenal de Lorena, Carlos de Guisa, ilustrísimo francés que había venido al concilio con gran autoridad y cortejo, y llamado del papa había pasado a Roma a comunicar con su santidad las cosas de Francia, volviendo al concilio cerca de su conclusión, dijo a nuestro obispo, a quien estimaba y favorecía mucho, que algunos italianos le habían revuelto con el papa, dándole a entender que no hablaba bien de su autoridad. A lo cual respondió, suplicando al cardenal diese a entender al santo padre, que obispo español no podía sentir menos bien de la suprema autoridad del vicario de Cristo, que hubiesen sentido todos los Concilios y padres de la Iglesia. Cierto es que algunos italianos le atendían y calumniaban con ojeriza, por la entereza con que contradecía algunas cosas que juzgaba no convenir principalmente, que en los decretos de reformación se pusiesen (como ellos pretendían) palabras ni frases curiales; lenguaje caviloso y nunca usado en concilios.

     Determinaron los padres se acabase el catecismo, y fue cometido al obispo de Zara y a nuestro segoviano Pedro de Fuentidueña.

     XVII. Concluso y cerrado el concilio en cuatro de diciembre de este año de sesenta y tres, salió nuestro obispo de Trento a trece, y padecidas en el camino algunas molestias, llegó a Milán, y de allí con mucho trabajo y nieves, habiendo estado en riesgo de despeñarse, llegó a Génova segundo día de enero de mil y quinientos y sesenta y cuatro, y por tierra llegó a Barcelona primero día de marzo: al siguiente fue a besar la mano al rey, que estaba en aquella ciudad. Recibióle alegre; y después de algunas consultas le dijo: No os vais hasta que consultemos las cosas del concilio, y modo que conviene guardar en recibirle: y las personas que en Italia habéis conocido dignas de obispados. Todo se hizo así, y convaleciente de la gota partió de Barcelona, y llegó a nuestra ciudad domingo veinte y tres de abril a las ocho de la noche, cogiendo (como él dice) descuidados a nuestros ciudadanos, que le recibieron con mucho aplauso y alegría.

     Años había que trataba nuestra ciudad que se uniesen el Hospital de la Misericordia y el que había mandado fundar nuestro obispo don Juan Arias de Ávila (como escribimos año mil y cuatrocientos y noventa y siete), que aún no estaba en ejecución. Contradecían la unión los obispos y estaba el pleito en Consejo que en cuatro de diciembre del año pasado de sesenta y tres, por auto de revista, pronunció se hiciese la unión, y se pusiesen las armas del obispo don Juan Arias en partes públicas, como hoy se ven. Pleiteóse el patronazgo, y quedó por los obispos por derecho y fundación. Nuestro obispo comenzó luego a ejecutar los decretos del santo concilio, principalmente en incompatibilidades y residencias; obligando a los que ocupaban muchas prebendas y curatos (que algunos tenían a cinco y a seis) las dejasen quedando en uno solo, que escogiesen y residiesen conforme al decreto y obligación.

     XVIII. Trabajando en esto, en veinte y siete de mayo, sábado víspera de la Trinidad, le llegó correo del rey con cédula de la presentación al arzobispado de Valencia. Diez días dudó el acetar por algunas causas, y la principal (dice él mismo) por el mucho amor que le tenía nuestra ciudad, y lo mucho que él tenía a nuestros ciudadanos. Acetó, en fin, agradeciendo a su Majestad el favor, como era justo. Por estos días entró en consistorio de ciudad, donde recibido con la veneración y cortesías debidas, habló en esta sustancia: Considerando el buen gobierno y disposición, que V. S. tiene en su república, empleando a exemplo de la naturaleza sus ciudadanos en sustento del cuerpo común. Y viendo que los más de los pocos pobres que acuden a la limosna de nuestra casa son muchachos de tierna edad, que habiendo nacido para continuar la república, se crían con riesgo de estragarla: hemos admirado que V. S. entre tantas piadosas fundaciones no tenga alguna en que estos renuevos de la república se cultiven. El Santo Concilio de Trento, de donde poco ha venimos, ha decretado se instituyan en las repúblicas seminarios para mancebos de doce años arriba, que sabiendo ya leer y escribir, estudien para ministros de la Iglesia y religión. Esto quiere prevención; pues hasta los doce años toman malos resabios y costumbres los destituidos de padres y crianza. V. S. a exemplo del cuerdo hortelano, ponga estos tiernos renuevos donde prendan y puedan trasplantarse donde frutifiquen, los que no cultivados, serían cizaña y estrago de los buenos. Añádase esta fundación De Niños de Dotrina tan importante a tantos conventos, hospitales, y obras pías, como tiene república tan bien dispuesta, que de nuestra parte ofrecemos cuanto valemos a la disposición de V. S.

     XIX. Grande fue el contento que causó a la ciudad la proposición, y así lo significó su decano con palabras graves y agradecidas, acompañando todos al obispo hasta su palacio. Entre los demás regidores se halló Antonio del Sello, que en su casa refirió lo sucedido a Manuel del Sello, su hermano segundo, de tan piadosa inclinación que luego se fue al obispo y le significó con mucho afecto cuánto importaba al servicio de Dios y bien de la ciudad que su señoría prosiguiese lo comenzado, ofreciendo él de su parte y pobre hacienda mil ducados, y ser sobrestante de la obra y cuidadoso mayordomo del colegio. Admiró al obispo tanta virtud en un mancebo y admitiendo la promesa en breves días se compró una casa en la parroquia de San Martín, en que al principio estuvieron los padres de la Compañía, como escribimos año mil y quinientos y cincuenta y nueve, y dispuesta para hospedar los niños, avisó Manuel del Sello al obispo que admirado de la diligencia, dio trecientos ducados y cincuenta fanegas de trigo, y una casa y una viña en Abades, para emplear renta para la nueva fundación, y mandó que a su costa se vistiesen luego veinte y cuatro niños y se buscase maestro que los enseñase, como todo se hizo. Y obligado de lo mucho que Manuel del Sello había gastado y trabajado en la fundación del colegio, habiendo de irse por arzobispo a Valencia, le entregó una escritura de patronazgo (otorgada ante Manuel de Ruescas en once de otubre de este año de sesenta y cuatro) en que se nombra por patrón a él y sus sucesores, juntamente con la ciudad. Fundación tan importante que debiera continuarse con más hervor. Si bien a pocos días Elvira Ramos dejó al colegio cuatrocientos ducados, y Hernando de Barros, clérigo, los préstamos de Martín Miguel y Juarros. Después el obispo don Andrés Pacheco, como testamentario de Juan Martín le aplicó cuarenta y dos mil maravedís. Esta relación sacamos del archivo del mismo colegio y libros de ayuntamiento; porque el obispo dejó de escribir también esta acción, como otras, en la relación de su vida, que es cierto, y de ella se colige que la escribió estando ya arzobispo en Valencia; y pudo faltar la memoria en tanta edad, ocupaciones y cuidados.

     XX. Habiendo venido el rey de celebrar Cortes a Aragón, despachó en Madrid en veinte y uno de julio de este año cédula real, para que en sus estados se recibiese y guardase el santo Concilio de Trento. Para lo cual en España se celebraron cuatro concilios provinciales en Toledo, Sevilla, Salamanca y Zaragoza. Nuestro obispo, aunque ya electo de Valencia, salió a visitar y confirmar en nuestro obispado. De tanta fatiga le sobrevino una enfermedad tan aguda y maliciosa que en breve le puso en lo último de la vida. Mejoró; y mal convaleciente, celebró sínodo en la iglesia parroquial de San Andrés de esta ciudad, domingo veinte y siete de agosto. Asistieron en él el licenciado Diego de Oyo, corregidor, y Pedro Gómez de Porras, Gonzalo de Tapia, Antonio del Sello y dotor Mexía, regidores comisarios por la Ciudad, como consta en sus libros de Ayuntamiento, y refiere el obispo en su vida cómo celebró el sínodo, aunque el mucho descuido o cuidado le ocultó de manera, que con ninguna de muchas diligencias hemos podido descubrirle. Con tan continuo trabajo recayó el obispo en su dolencia, y se cubrió de lepra. Vino el rey a nuestra ciudad último día de otubre, y aunque enfermo fue a besarle la mano. Consultóle el rey muchos negocios, ordenándole fuese por Madrid, y le viese para comunicar las cosas de aquel reino de Valencia y sus moriscos.

     En dos de diciembre llegó cédula Real para que el maestrescuela don Pedro Arias de Osorio y el canónigo don Pedro González de Vivero saliesen del reino, privados de las temporalidades: ejecutóse, aunque a pocos años volvieron a sus prebendas.

     Jueves siete de diciembre partió nuestro obispo con sentimiento notable de nuestra ciudad a su arzobispado de Valencia; donde (habiéndole detenido el rey en Madrid) entró lunes veinte y tres de abril, segundo día de Pascua de 1565. Luego comenzó a trabajar en visita y reformación. Y convocando concilio provincial, celebró la primera sesión en once de noviembre, fiesta de San Martín; y la quinta y última en veinte y cuatro de febrero fiesta de Santo Mamía de 1566. Luego convocó sínodo diocesano, que comenzó en veinte y cinco de abril y acabó en veinte y cinco de mayo. Y apretado de la gota fue a unos baños cercanos a Hueste, pueblo donde se crió niño, y ahora vio los conocidos en los primeros pasos de la vida en tan diferente estado. Mejoró, y volviendo a su arzobispado en Onteniente, pueblo cercano a Valencia, le sobrevino dolor de riñones y supresión de orina; llegó con esto a la ciudad, y habiendo escrito su vida hasta viernes veinte y seis de julio, murió lunes cinco de agosto de 1566. Fue sepultado con gran sentimiento de reino y ciudad, en su templo arzobispal en la capilla de San Pedro, donde yace con este epitafio:

In spe resurrectionis morior.

Hic situs est Martinus de Ayala: Archiepiscupus Valentinus. Qui licet tres Ecclesias rexerit; Guadixensem: Segouiensem: et hanc postremo Valentinam, in qua decessit: nihil tamen tulit aegrius, quam praeesse: obijt nonis Augusti 1566.

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