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Capítulo IV

Guerras de César y Pompeyo. -Imperio de Augusto y era de César. -Nacimiento, vida y pasión de Cristo. -Venidas de Santiago y San Pablo a España. -San Hieroteo, obispo de Segovia.

     I. Pacificada, pues, España y levantados trofeos en las cumbres de los montes Pirineos, volvió Pompeyo a Roma, donde entró triunfando con Metelo, y acrecentó su autoridad tanto que, envidioso Julio César, valiente y venturoso romano y suegro de Pompeyo, llenaron los dos el mundo de armas y sangre. Y aunque la cabeza del imperio era Italia, la fuerza era España, donde César venció a Petreyo y Afranio, capitanes de Pompeyo; el cual con lo mejor de Roma había huido a Grecia, dividiendo imprudentemente sus fuerzas, y acometido de César fue vencido en los campos de Farsalia. Y huyendo a Egipto fue muerto por Tolomeo su rey, ingrata y alevosamente. Y sus hijos Sesto y Neyo Pompeyo, viniendo a España, la pusieron en armas contra César, que acudiendo con presteza increíble, los desbarató, allanando la provincia. Y vuelto a Roma, con nombre de dictador gobernó el mundo, hasta que muerto en el Senado, a manos de los senadores conjurados, dejó con su valor fundado el imperio romano que (más o menos extendido) ha durado hasta hoy más de mil y seiscientos y cincuenta años.

     II. Sucediendo en él Octavio su sobrino, hijo adoptado, causa de nombrarse Octaviano César; y por la felicidad de sus victorias y gobierno, aclamado Augusto. Contradecían su monarquía Marco Antonio y Marco Lepido: y en conformidad los tres dividieron aquel gran imperio, con el celebrado nombre de triunvirato, quedando últimamente en el repartimiento y señoría de Augusto nuestra España, que (según dicen) a honor o lisonja de este príncipe, comenzó desde aquí a contar sus años con nombre de era, que significa partida o cuenta de años. Si bien no se halla memoria de tal en escritores de España hasta San Isidoro, arzobispo de Sevilla, que vivió por los años 650 de Cristo; ni tampoco el modo que de contar el tiempo tuvieron antes nuestros españoles. Fue esto siendo cónsules en Roma Gneyo Domicio Calvino y Cayo Asinio Polion, año setecientos y catorce de Roma, según los fastos consulares, y treinta y ocho años antes del nacimiento de Jesucristo, permaneciendo este modo de contar por eras en este reino de Castilla mil y cuatrocientos y veinte y un años, hasta que el año mil y trecientos y ochenta y tres de Cristo, don Juan primero rey de Castilla le abrogó en las Cortes que celebró en nuestra ciudad, como diremos aquel año. Los mandones de Roma, aún más divididos en las voluntades que en el gobierno, vinieron presto a las armas sobre la monarquía, y vencido y desterrado Lepido a África, y Marco Antonio muerto en Egipto, quedó Augusto señor del mundo. Aunque presto los españoles cántabros alteraron este señorío, obligándole a venir en persona a España y asistir cinco años a sujetarlos, con la muchedumbre, más que con el valor; volviendo triunfante a Roma, cerrando las puertas al templo de su dios Jano y celebrando otras ceremonias de paz universal.

     III. Disposición de la providencia eterna para que bajase del seno del eterno Padre su eterno Hijo, que por obra y gracia del Espíritu Santo (sin mezcla de varón), fue concebido, y nació de María Santísima, Virgen, Señora nuestra, en Belén, en la media noche entre sábado 24 y domingo 25 de diciembre, año tres mil y novecientos y cincuenta y cinco de la creación del mundo, aunque en el número de estos años varían los escritores. Nuestra historia hará principio cronológico en este punto; habiendo corrido hasta aquí la creación del mundo, y de aquí adelante su redención ya comenzada en el nacimiento de su redentor. Que domingo primero día de la semana, y del mes de enero, y del año primero de la humana redención, fue circuncidado (en el mismo portal donde nació) por mano de José, esposo de María y reputado padre suyo, imponiéndole nombre profetizado y misterioso de Jesús, que significa salvador. Viernes siguiente seis de enero fue reconocido y adorado por Hombre, rey y Dios, de los tres reyes nombrados Magos por su mucha sabiduría, con que favorecidos de Dios reconocieron el misterio de la estrella que los guiaba. Y jueves dos de febrero fue presentado en el templo, donde le recibió Simeón Justo, que intimó a su madre los rigores de su pasión y muerte. De allí (avisado José en sueños por el ángel) huyeron los tres a Egipto. Y Herodes, airado y temeroso, martirizó los inocentes, y entre ellos un hijo suyo. Muerto Herodes, volvieron a Nazaret de Galilea. Siendo de doce años fue hallado en el templo disputando con los doctores de la ley. En el año diez y seis (otros dicen quince), en 19 de agosto, murió Augusto César de edad de setenta y seis años. Huberto Golzio pone una moneda de este emperador con su rostro, y estas letras AVGVSTVS DIVI F. Y en el reverso un hombre a caballo con lanza, y debajo escrito SEGOVIA. A Augusto sucedió Tiberio su alnado, y de Livia su mujer. Jesucristo fue bautizado por San Juan, siendo de treinta años. Y habiendo alumbrado el mundo con su doctrina y milagros, los magistrados de su pueblo judaico, con muchos tormentos y afrentas, le quitaron la vida que ofreció en la cruz a su eterno Padre por la redención del mundo. Resucitó al día tercero, y a los cuarenta subió a los cielos. Diez días después descendió el Espíritu Santo en lenguas de fuego sobre los apóstoles, que en breve compusieron el símbolo de la fe, que llamamos Credo, por su primera palabra, y repartieron entre sí las provincias del mundo para predicar el evangelio, cumpliendo el precepto de su maestro.

     IV. En este repartimiento quedó España al apóstol Santiago, llamado el Mayor, hijo del Zebedeo, hermano de San Juan Evangelista y ambos primos (por madre) del Redentor; el cual, viniendo a ella, habiendo predicado en diversas ciudades, fundado muchas iglesias y convertido muchos discípulos, volvió con algunos a Jerusalén, donde Herodes Agripa mandó degollarle porque predicaba el evangelio. En el año varían los escritores, y verdaderamente en el contexto de los capítulos once y doce de los Hechos Apostólico, se prueba que fuese en el año cuarenta y cuatro de Cristo, o después. Sus discípulos cogieron el cuerpo de noche, y llevándole a Iope (hoy Iafa), puerto occidental de Palestina, se embarcaron con él en una nave que allí hallaron. Y hendiendo todo el mar Mediterráneo, desembocaron por el estrecho de Gibraltar al océano; y doblando el norte en la costa de Galicia, entraron por el río Sar, desembarcaron junto a la ciudad de Iria Flavia, hoy nombrada Padrón, y sepultando el santo cuerpo volvieron a Roma, donde ya estaba San Pedro, que les ordenó que volviesen a España, donde todos murieron mártires. El apóstol San Pablo vino a España: así lo certifican los padres más graves de ambas iglesias griega y latina. En el año de su venida varían los escritores de cronologías. Flavio Lucio Destro, español de Barcelona, que nació año 368 y murió año 444, de setenta y seis años, dejó escrita una historia, que perdida muchos años, ha aparecido en éstos; dice que San Pablo predicó y convirtió a muchos en España año sesenta y cuatro de Cristo.

     V. El mismo autor dice: Sanctus Hierotheus natione Hispanus, (quem a Paulo conversum discipuli sui Dionysij gloria clarum fecit) ad Hispanias se contulit: prius Episcopus Atheniensis: post Segoviae in Arevacis Episcopus santitate mirandus habetur. Anno 71. Esto es, San Hieroteo de nación español, que convertido por San Pablo le hizo esclarecido la gloria de San Dionisio su discípulo: vino a España, habiendo sido primero obispo de Atenas; después obispo de Segovia en los Arevacos, es tenido por admirable en santidad, año setenta y uno. Esta es la noticia que tantas y tan doctas plumas ha ocupado, y con tan pocos aumentos de luz, que parece la reserva para sí la divina misericordia, de cuya inmensidad esperamos tan soberano favor, pues no permitirá que siempre se ignoren acciones ejemplares de uno de los mayores padres (después de los apóstoles) que veneran ambas iglesias griega y latina. Entanto (llevados de la devoción y deseo) diremos con brevedad lo que conjeturamos sobre esta noticia de Destro; pues habiendo hecho diligencias no pequeñas para descubrir la vida que de este santísimo maestro escribió su discípulo San Dionisio Areopagita, como refieren Suidas y otros, no hemos podido descubrirla, aunque Andrés Escoto en su biblioteca de España dice que anda en las manos de todos.

     VI. Primeramente dice Destro, que fue de nación español; y Ambrosio de Morales, a quien siguen los modernos, escribe que los comentadores griegos de San Dionisio dicen que fue español; su autoridad merece crédito, y sin duda lo vio en algunos manuscritos, porque todo cuanto hasta hoy se ha impreso de Michael Syncelo, Máximo y Georgio Pakimeres, no hay noticia de su patria, ni aun en los manuscritos que permanecen en la gran librería de San Lorencio el Real. Antes Symeon Metafraste, que en el concilio florentino mereció nombre de celebérrimo escritor, en una larga oración ática que escribe de San Hieroteo, la cual está en las obras del mismo Metafraste, que manuscritas en griego en diez o doce tomos grandes de pergamino están en la mesma librería de San Lorencio, confiesa que ignora su patria y padres y modo de crianza, por no haber leído escritor alguno que lo dijese. Bien que esta ignorancia y silencio de los griegos persuade por lo menos que fuese extranjero. Algunos modernos nuestros escriben desembarazadamente que fue de Écija; y para noticia de mil y quinientos años era necesaria autoridad o conjeturas. Luit Prando, autor que escribió por los años de Cristo 950; y en este de 1635 don Tomás Tamayo de Vargas, coronista mayor de su Majestad en los reinos de Indias y Castilla, ha publicado su Crónico con notas muy doctas; dice en sus Adversarios impresos con el Crónico: Macer Hierotheus, Hispanus, Empuritanus, olim sub Imperatore Tiberio Tarraconensis gubernator, perrexit anno 45 Cyprum: ubi Paulum audiens, conversus est ad Fidem: et eum sequutus est.

     VII. Mucho se averigua con esta noticia, pues habiendo sido la ciudad de Empurias habitada de españoles y griegos, como escriben Livio y Estrabón, pudo nacer de padres griegos, o mezclados de ambas naciones, ocasión de sus dos nombres, Macro y Hieroteo.

     Dice que habiendo sido gobernador de Tarragona por Tiberio, pasó año de cuarenta y cinco a Chipre, donde oyendo á San Pablo se convirtió y le siguió. Y del capítulo trece de los hechos apostólicos consta, que el año siguiente de cuarenta y seis San Pablo y San Bernabé pasaron de Seleucia (de Siria) a la isla de Chipre; y en la ciudad de Papho (hoy Basto) patria de San Bernabé, convirtieron al procónsul Sergio Paulo, que murió obispo de Narbona. Y aquí sucedería también la conversión de nuestro San Hieroteo; que no todo lo escribieron los evangelistas, como San Juan confiesa de sí.

     Convertido siguió a San Pablo, que año de cincuenta y dos llegó a Atenas; donde entre otros convirtió a Diorasio Jónico, nombrado Areopagita por ser uno de los jueces de aquel celebrado tribunal, que del sitio nombraron Areopago. Y como San Pablo (según los demás apóstoles) llevase siempre compañeros, que llama coadjutores, y entre ellos a Hieroteo, para dejar por maestros en las iglesias recién fundadas, de donde en griego se dijeron Episcopos; y la de Atenas, como tan docta en las ciencias gentílicas, requiriese persona muy aventajada, nombró por obispo a nuestro español Hieroteo. El cual puso escuela pública de la teología cristiana entre aquellos célebres maestros de todas ciencias humanas. Así lo refieren Michael Syncelo, Symeon Metafraste, Juliano Arciprestre y muchos modernos.

     VIII. Todos convienen en que este obispado y magisterio de Atenas duró tres años. En los cuales habiendo San Cecilio, primer obispo de Granada ido a visitar los lugares santos de Jerusalén, volvió por Atenas ciego de los trabajos y temporales del camino. Donde el santo obispo Hieroteo, habiéndole mandado confesar, y decir misa, le puso sobre la cabeza una toca con que la Virgen Madre de Dios enjugó sus lágrimas en la pasión y muerte de su hijo redentor nuestro, con que al instante le fue restituida la vista. Y pidiéndole con instantes ruegos alguna parte de reliquia tan soberana, le dio la mitad; y también una profecía de San Juan Evangelista sobre el fin del mundo, y sus anuncios, traducida de hebreo a griego por San Dionisio, y de griego a nuestro romance por el mismo San Cecilio. Y reliquia y profecía hoy se conservan en España. Pasados los tres años dejó San Hieroteo por sucesor en su obispado de Atenas a Dionisio su gran discípulo, que tanto se honra de serlo en todos sus escritos, trasladando a ellos mucho de los de su maestro, que también lo fue en este tiempo de San Marco Marcelo Eugenio, arzobispo de Tóledo, a quien San Dionisio dedicó sus escritos, nombrándole Timoteo, nombre de su conversión. Y aunque ignoramos su ocupación, después de renunciado el obispado de Atenas, parece se volvería a la compañía de San Pablo. Y en este tiempo fue el concurso de los apóstoles, o al tránsito y Asunción de nuestra Señora, o a visitar el sepulcro de Cristo, donde también concurrió San Dionisio, como él mismo refiere con su maestro Hieroteo, que allí predicó con admiración de todos, afirmando San Dionisio, que después de los sagrados apóstoles ningún sermón igualó al de su maestro.

     IX. Viniendo en fin San Pablo a España (como dejamos escrito año sesenta y cuatro), y predicando en Toledo y su comarca, pasó sin duda a estos pueblos arevacos, y dejó por obispo de nuestra venturosa ciudad a su gran discípulo Hieroteo, como escribe Destro con las señas individuales de Segovia en los arevacos; a diferencia de otra Segovia que había entonces, y permanecen hoy sus ruinas junto al antiguo rio Silicense, nombrado hoy de las Aljamitas, cerca de Carmona en Andalucía; de la cual habla Hircio en la guerra de César con los Pompeyos.

     Dice Destro, que nuestro santísimo Hieroteo era tenido por admirable en santidad año setenta y uno de Cristo. Y quieren algunos inferir de estas palabras que ya era difunto, y se veneraba la devoción de su santidad. Mas nosotros inferimos que aún vivía y causaba admiración su santísima vida, convirtiendo y enseñando a nuestros segovianos y fundando nuestra Iglesia con advocación tutelar de la Asunción de nuestra Señora, en memoria (sin duda) de haber asistido a ella, cuyo primer templo no sabemos distintamente cual fuese, aunque presumimos por algunas conjeturas que fue uno de los dos que hoy se intitulan San Blas y San Gil. El de San Blas, aunque pequeño, muestra antigüedad y grandeza en unos edificios continuados con su fábrica y tan capaces que representan palacio obispal o capitular. El de San Gil (también muy antiguo) se renovó por los años 1288, como allí diremos.

     X. El Menologio griego celebra de nuestro Hieroteo la festividad o muerte, que en la iglesia todo es uno, a cuatro de otubre y la de San Dionisio el día antes; que tiempo y lugar de ambas ignoró Grecia, por la mucha distancia, como escribe Hilduino. Decir que San Hieroteo fue de los areopagitas es adición moderna, porque ni el Menologio antiguo de los griegos ni escritor alguno de los antiguos dicen tal. En ambas iglesias griega y latina se ignoran tiempo, lugar y modo de su muerte, hasta que alguna dichosa diligencia lo descubra, o (lo que es más seguro) la inmensa misericordia divina digne de hacer tan soberano favor a su Iglesia, manifestando tantos tesoros en la parte de la preciosa toca que enjugó aquellas preciosas lágrimas que (según su inmenso amor) sintió Cristo más que los tormentos de su pasión. Y en la profecía original de San Juan Evangelista; en las reliquias y escritos de tan santo y docto maestro, de los cuales dijo Máximo que debían estimarse como segunda Sagrada Escritura. Pues ya comenzó el favor en el descubrimiento de su cabeza en el convento cisterciense de nuestra Señora de Sandoval junto a León en cinco de abril año 1625, siendo abad de aquel convento fray Tomás Bravo, y general de su sagrada congregación fray Valeriano de Espinosa, segovianos ambos, de cuyos escritos escribiremos en nuestros Claros Varones. Refuérzase esta esperanza en conjeturas que tenemos, no flacas, de que los primitivos fundadores de aquel convento fueron segovianos y que ellos llevarían aquella reliquia. También nos falta la noticia de los sucesores de este gran prelado y obispos nuestros hasta el tercer concilio toledano año quinientos y ochenta y nueve. Dios las comunique para que veneremos sus memorias y encaminemos nuestras acciones a imitación de las suyas.

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