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Capítulo VI

Templos católicos en Segovia. -Era de los mártires de Diocleciano. -Imperio y bautismo de Constantino.

     I. Volviendo a nuestra historia, Severo emperador murió en Eboráco (hoy Yorche) ciudad de Inglaterra, año docientos y trece, en cinco de febrero, como escribe Dion Casio. Sucedieron sus dos hijos, Antonio Caracalla y Geta, muerto por su hermano mayor en los brazos de su madre con todos sus ministros, amigos y confidentes, como escriben Esparciano, y Herodiano. Y añade Dion, que muchos fueron muertos por solo nombrar a Geta: que aun nombre de hermano aborrece el imperio. El de Caracalla entre crueldades y hechicerías duró seis años y medio, hasta que en Carras (hoy Osra), ciudad de Mesopotamia (donde vivió Habraam) fue muerto a puñaladas por orden de Opilio Macrino, que le sucedió en el imperio; y con su hijo Diaduméno, (nombrado también emperador) fue muerto por sus soldados a un año de imperio. Sucediendo en él por elección de los soldados, sobornados de una mujer, Antonio Eliogábalo, muchacho de catorce años, monstruo en vicios, inventor de torpezas, que naciendo varón, intentó ser hembra, para injurioso ultraje de Roma, donde fue muerto, arrastrado y echado enel río Tiber, antes de cumplir cuatro años de su infame imperio. En que sucedió Alejandro Severo, su primo, tan diferente que no gozó Roma mejor príncipe. Algunos escriben que su madre Mamea fue cristiana y que le crió como tal. Por lo menos es cierto que comunicó mucho al celebrado Origenes. Y según refiere Elio Lampridio, entre los dioses de su oratorio colocó a Cristo permitiendo a los cristianos libertad; aunque por inducción de sus ministros hubo algunos mártires en su vida que de veinte y nueve años y trece de imperio, en el docientos treinta y siete de Cristo, se la hizo quitar en Maguncia de Alemania Maximino, gigante en cuerpo y crueldades, que en odio a su antecesor, cuya familia casi toda era cristiana, como escribe Eusebio, persiguió a los cristianos, llenando el mundo de temor y sangre, hasta que fue muerto con su hijo sobre Aquileya.

     II. Sucediendo en el imperio Pupieno y Balvino, electos por el Senado, y por eso muertos por los soldados, ya mal acostumbrados a hacer y deshacer emperadores. Con que aclamaron a Gordiano, muchacho de trece años, según Herodiano: si bien Julio Capitolino dice diez y seis. Y así, para resistir a los persas, nombró por compañero a Filipo, capitán de guardia; que en pago del favor le hizo matar ignominiosamente, usurpando el imperio, que gobernó tirano hasta que convertido a la fe cristiana con su hijo, nombrado también Filipo, por San Poncio mártir, corrigió sus costumbres y gobierno, siendo el primer emperador cristiano. Y en fin fueron muertos por los soldados, el padre en Verona y el hijo en Roma. En estos tiempos, como escribe San Gregorio Niseno en la vida de San Gregorio, Taumaturgo, los cristianos erigían templos en todo el imperio. Y tenemos por cierto, que en nuestra ciudad se fabricaron los de Santiago y San Marcos, iglesias parroquiales en el valle y ribera del río Eresma, donde entonces (como dejamos advertido) estaba la población.

     III. A los Filipos sucedió en el imperio Decio, que regó el mundo de sangre cristiana. Y antes de dos años se hundió en una laguna huyendo de los godos, que victoriosos le seguían. Galo que (según se sospechó) había sido autor de su muerte, fue sucesor de su corona que, así parece estaba ya introducido en aquella gran monarquía, y en breve fue muerto; sucediendo Emiliano en cuatro meses de imperio. Y a este Valeriano, por los años de Cristo docientos y cincuenta y cuatro, como cuenta Baronio, y otros cincuenta y siete. Persiguió la Iglesia inducido de un gitano hechicero. Y entre otros martirizó al papa San Sixto y al valeroso español San Lorencio. Y en la guerra con Sapor rey de Persia fue vencido y preso; quedando el imperio a Galieno su hijo que, atemorizado del castigo de su padre, mandó cesar la persecución y restituir los bienes confiscados a los cristianos, escribiendo sobre esto a los obispos una carta, que refiere Eusebio, viniendo aquella gran monarquía a tanta división que en un mismo tiempo, en diversas provincias, treinta tiranos se intitularon emperadores, como escribe Trebelio Polion en sus vidas. Aumentando estas calamidades una peste universal que afligió el mundo diez años. Hasta que muerto Galieno en el cerco de Milán año docientos y sesenta y nueve le sucedió Claudio II, autor de su muerte y de nueva persecución a la Iglesia. Si bien en su tiempo San Dionisio papa escribió a Severo, obispo de Córdoba una carta (incorporada hoy en el Decreto) decretando o renovando la división de diócesis o parroquias. Y Juliano Arcipreste dice que para ello se congregó concilio nacional en España.

     IV. Muerto Claudio de peste y Quintilio su hermano a puñaladas, sucedió en el imperio Aureliano, que advertido en la verdad mandó cesar la persecución. Y en oriente venció a la famosa Cenobia, que trajo presa a Roma, donde entró con solemne triunfo, siendo este el último que vio Roma, al modo y pompa antigua. Inducido el emperador de los sacerdotes magos, a quien era devoto, persiguió los cristianos, como escribe San Agustín. Y en fin fue muerto por trato de Menesteo su secretario, como refiere Flavio Vopisco. Eligiendo el Senado a Tacito, tan viejo que a siete meses murió. Y sucediendo su hermano Floriano, juzgándose más a propósito para morir, que para gobernar, se hizo romper las venas, y murió desangrado a dos meses de emperador. Sucediendo Marco Aurelio Probo, que con gran valor y prudencia gobernó guerreando y venciendo siempre; mas dejándose decir que acabada la guerra no habría menester soldados, estimando ellos la guerra más que al emperador, le mataron al quinto año de imperio, como escribe Flavio Vopisco. Eligiendo a Marco Aurelio Caro, que de un rayo murió junto al río Tigris.

     V. Sucediendo Diocleciano, enemigo cruel de la verdadera ley evangélica, que nombrando por compañero en el imperio a Maximiano, ambos con furia infernal determinaron extinguir la religión cristiana, mandando en todo el imperio, entre otros rigores, que no se diese pan, ni otro algún mantenimiento, ni mercadería a persona que no sacrificase con fuego e incienso a los ídolos, que para esto se mandaron poner hasta en las tabernas y verdulerías, invención infernal para que en los cristianos muriese el cuerpo o la alma. Esta horrible persecución movió los obispos de España a congregarse en el concilio Iliberitano año trecientos, según escribe Flavio Destro, y se colige de la concurrencia de sus obispos, para animarse contra el rigor de los tiranos, que crecía al peso que el valor en los mártires, hasta publicar año trecientos y dos aquel edicto diabólico de quemar los libros cristianos, para extinguir la enseñanza de verdad que tanto ánimo infundía. Fue este edicto tan horrible a la iglesia, que de él se comenzó a contar la era que nombraron de los mártires, y a los que entregaban los libros con el horrible nombre de Judas, llamándolos traditores, de donde se derivó a nuestro castellano el infame nombre de traidor.

     VI. Salieron de Roma a la ejecución de estos sacrílegos mandatos tres furias infernales, Anulino a África, Ricio a Francia y Daciano para España, que la regó con sangre cristiana; martirizando entre otros a San Vicente, cuyo cuerpo dice Primo obispo Cabilonense (hoy Challon en Francia) en su topografía de los mártires que fue hallado en Segovia: Secubia, Hispaniae civitas, hic inventum est corpus Sancti Vincentii, quod in mare proiectum erat. Lo mismo escribe en el registro de la geografía de Tolomeo. Y don Bernardo de Valbuena, obispo de San Juan de Puerto Rico, en su poema heroico del Bernardo, o victoria de Roncesvalles, lib. 12, en muchas octavas llama a San Vicente, mártir de Segovia. Ignoramos los fundamentos que tuvieron para decir esto. Cierto el poeta Prudencio, español, que vivió cien años después del martirio de San Vicente, habló con duda sobre el lugar de su pasión, escribiendo de los diez y ocho mártires de Zaragoza. Aquí pareció obligación referir esta noticia en Historia de Segovia, advirtiendo que permanece en ella un rico y antiquísimo monasterio, que hoy habitan monjas cistercienses, con advocación a San Vicente mártir, y junto a él una ermita de San Valerio.

     VII. Cansados al fin los crueles emperadores de verter sangre cristiana, que cada gota brotaba almas al martirio, desesperados de su intento, como escribe Eusebio, obispo de Cesarea y testigo de vista, renunciaron el imperio en Galerio y Constancio, que dividieron la monarquía, quedando Galerio con Italia y todo oriente, y Constancio con Inglaterra, Francia y España, que gobernó dos años. Y muriendo en Eboraco (hoy Yorche) en Inglaterra, año trecientos y seis en 26 de julio, dejó por sucesor a Constantino su hijo y de Helena. El cual viendo a Roma tiranizada de Maxencio partió contra él. Y en el camino le fue mostrada en el cielo una cruz con este mote: en esta señal vencerás, como sucedió, quedando muy devoto de la fe cristiana y poniendo en el estandarte imperial, que nombraban lábaro, la cruz y nombre de Cristo, en lugar de las antiguas letras S. P. Q. R. y enfermando de lepra, le ordenaron los médicos un baño de sangre de niños, para lo cual fueron traidos tres mil a su palacio. Y compadecido de tan horrible espectáculo, posponiendo su vida a la de tantos inocentes, y desconsuelo de tantas madres, mandó cesar la ejecución, despidiéndolas con sus hijos y dádivas. Y por consejo de los apóstoles San Pedro y San Pablo, que a la siguiente noche le aparecieron, fue bautizado por el papa Silvestre, sanando de la lepra con milagro visible: mandando por edicto público reedificar los templos cristianos. Y dando la ciudad de Roma al papa, reedificó la destruida Bizancio, nombrándola de su nombre Constantinopla. Y habiéndose congregado por su diligencia el gran concilio niceno en que presidió Osio, obispo de Córdoba, murió junto a Nicomedia en veinte y dos de mayo día de Pentecostés, año trecientos y treinta y siete, dejando dividido el imperio a sus hijos: a Constantino España y Francia, a Constante Italia y África, y a Constancio la Tracia, provincia en que está Constantinopla y todo lo de Asia.

     VIII. A esta división de imperio, siguió la de los ánimos, atropellando hermandades; procurando Constantino quitar su parte a Constante, que le quitó la suya con la vida, señoreando nuestra España. En cuya entrada fue muerto en Elna, ciudad de los Pirineos, por Magnencio, que tiranizó a España tres años, hasta que le venció Constancio, quedando señor de todo el imperio romano. Tan profesor de la herejía arriana, que desterró al papa Liberio, y persiguió todos los obispos católicos; juntando diversos conciliábulos para deshacer la confesión del gran concilio niceno y volver al mundo arriano, hasta que murió año de trecientos y sesenta y uno en cinco de otubre, como escribe Amiano Marcelino, autor del mismo tiempo. Dejando el imperio a su primo y enemigo Juliano, llamado apóstata, porque habiendo sido cristiano, luego que se vio emperador, apostató públicamente en Constantinopla, profesando la idolatría con supersticiones y ceremonias horribles, que refiere Prudencio, hasta que en la guerra de Persia fue muerto de una lanzada, cuyo autor nunca se averiguó, si bien él mismo lo juzgó por castigo de Jesucristo, pues cogiendo sangre de su herida con la mano, y arrojándola al cielo voceaba: Venciste Galileo, con que expiró rabiando.

     IX. Sucedióle Joviano, cristianísimo emperador, que a los ocho meses de imperio murió ahogado en la cama del calor de un brasero. Sucediendo Valentiniano, que partiendo el imperio con Valente su hermano se quedó en poniente; y con celo cristiano sosegó la cisma que en Roma había sobre el pontificado entre Ursino y Dámaso, santísimo y doctísimo español, natural de Madrid. Aunque amancilló el emperador esta y otras acciones, casándose con Justina en vida de Serena su legítima mujer: tan impetuoso en afectos que de un ímpetu de cólera reventó sangre y murió luego, como refiere Amiano Marcelino, dejando el imperio occidental a Graciano su hijo y de Serena. Valente, emperador oriental, siguió la herejía arriana, tan obstinado que desterró los obispos católicos. Y acometido de los godos los venció y perdonó con que recibiesen el cristianismo arriano, que admitieron incautos y mantuvieron obstinados. Y renovando la guerra fue Valente vencido de Fridigerno, rey godo; y al fin murió abrasado por ellos en una choza, donde herido se había retirado, pagando el daño de haberles hecho arrianos. Sucediendo también en aquel imperio Graciano su sobrino, aunque a devoción de los ejércitos admitió por compañero a Valentiniano, su hermano de padre.

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