Acto tercero |
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Decoración
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Saloncito íntimo en la residencia
solariega de Woolton. GUNDELINDA y CECILIA están asomadas
a la ventana, mirando hacia el jardín.
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GUNDELINDA.-
El
hecho de no habernos seguido inmediatamente aquí,
como hubiese hecho cualquiera, demuestra, a mi juicio, que
todavía les queda algún sentimiento de vergüenza. |
CECILIA.-
Han estado comiendo pastas. Eso parece indicar
arrepentimiento. |
GUNDELINDA.-
(Después de una pausa.) Lo
que parece es que no se preocupan de nosotras. ¿No podría
usted toser? |
CECILIA.-
¡Pero si no estoy acatarrada! |
GUNDELINDA.-
Nos miran. ¡Qué descaro! |
CECILIA.-
Se
acercan. ¡Eso sí que es atrevimiento! |
GUNDELINDA.-
Guardemos
un silencio digno. |
CECILIA.-
Muy bien. Es lo único
que podemos hacer por ahora. |
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(Entra JACK seguido de ALGERNON.
Vienen silbando un aire terriblemente popular de opereta
inglesa.)
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GUNDELINDA.-
Este silencio digno parece producir
un resultado deplorable. |
CECILIA.-
De lo más
deplorable. |
GUNDELINDA.-
Pero no seremos las primeras
en hablar. |
CECILIA.-
Eso no. |
GUNDELINDA.-
Míster
Worthing, tengo que preguntarle algo muy particular. De su
contestación dependen muchas cosas. |
CECILIA.-
Gundelinda,
es usted de una sensatez inapreciable. Míster Moncrieff,
tenga usted la bondad de contestarme a la siguiente pregunta:
¿Por qué quiso usted hacerse pasar por el hermano
de mi tutor? |
ALGERNON.-
Para poder tener ocasión
de verla a usted. |
CECILIA.-
(A Gundelinda.) La explicación parece realmente satisfactoria, ¿verdad? |
GUNDELINDA.-
Sí,
querida, si se aviene usted a creerle. |
CECILIA.-
No
le creo. Pero eso no influye lo más mínimo
en la admirable belleza de su respuesta. |
GUNDELINDA.-
Es
cierto. En cuestiones de gran importancia lo esencial es
el estilo y no la sinceridad. Míster Worthing, ¿cómo
va usted a explicarme su falsa afirmación de que tenía
un hermano? ¿Lo hizo usted para tener ocasión de ir
a Londres a verme lo más a menudo posible? |
JACK.-
¿Puede
usted dudarlo, miss Fairfax? |
GUNDELINDA.-
Tengo serios
motivos para dudarlo. Pero pienso hacerlos desaparecer. No
es este momento de escepticismos a la alemana. (Dirigiéndose
hacia CECILIA.) Sus explicaciones parecen completamente satisfactorias,
sobre todo la de míster Worthing. Posee, a mi juicio,
el sello de la verdad. |
CECILIA.-
Yo estoy más
que satisfecha con lo que ha dicho míster Moncrieff.
Sólo su voz inspira una absoluta confianza. |
GUNDELINDA.-
Entonces,
¿cree usted que deberíamos perdonarles? |
CECILIA.-
Sí,
eso creo. |
GUNDELINDA.-
¿Verdad que sí? Yo ya
he perdonado. Están en juego principios, que no se
pueden abandonar. ¿Cuál de nosotras deberá
hablarles? No es una faena agradable. |
CECILIA.-
¿No
podíamos hablar las dos al mismo tiempo? |
GUNDELINDA.-
¡Excelente
idea! Yo casi siempre hablo al mismo tiempo que los demás.
¿Quiere usted que yo le marque el compás? |
CECILIA.-
Naturalmente.
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(GUNDELINDA lleva el compás levantando el dedo.)
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GUNDELINDA y CECILIA.-
(Hablando
a la vez.) Sus nombres de pila siguen siendo una barrera
infranqueable. ¡Esto es todo! |
JACK y ALGERNON.-
(Hablando
a la vez.) ¿Nuestros nombres de pila? ¿Y eso es todo? Pero
si nos van a bautizar esta tarde. |
GUNDELINDA.-
(A JACK.) ¿Y
está usted dispuesto a hacer esa terrible cosa en
mi obsequio? |
JACK.-
Lo estoy. |
CECILIA.-
(A ALGERNON.) -¿Y
por complacerme está usted decidido a arrostrar esa
tremenda prueba? |
ALGERNON.-
¡Lo estoy! |
GUNDELINDA.-
¡Qué
absurdo es hablar de la igualdad de los sexos! Cuando se
trata del sacrificio de sí mismo los hombres están
infinitamente más adelantados que nosotras. |
JACK.-
Lo
estamos. (Estrecha la mano a ALGERNON.) |
CECILIA.-
Tienen
ellos momentos de valor físico que nosotras, las mujeres,
desconocernos en absoluto. |
GUNDELINDA.-
(A JACK.) ¡Amor mío! |
ALGERNON.-
(A CECILIA.) ¡Amor mío! |
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(Caen unas en brazos
de otros. Aparte MERRIMAN. Al entrar y ver la situación,
tose muy fuerte.)
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MERRIMAN.-
¡Ejem!
¡Ejem! ¡Lady Bracknell! |
JACK.-
¡Cielo santo! |
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(Entra
LADY BRACKNELL. Las parejas se separan asustadas. Sale MERRIMAN.)
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LADY BRACKNELL.-
¡Gundelinda!
¿Qué significa esto? |
GUNDELINDA.-
Pues sencillamente,
que míster Worthing y yo somos prometidos, mamá. |
LADY BRACKNELL.-
Ven aquí. Siéntate.
Siéntate inmediatamente. La vacilación, de
cualquier clase que sea es señal de decadencia mental
en los jóvenes y de debilidad física en los
viejos. (Volviéndose hacia JACK.) Caballero, habiendo
sabido la fuga repentina de mi hija por su doncella de confianza,
cuyas confidencias he comprado por medio de unos cuartos,
la he seguido inmediatamente, tomando un tren de mercancías.
Su desventurado padre está en la idea, afortunadamente,
de que asiste a una conferencia de una duración extraordinaria,
organizada por la junta de Ampliación Universitaria,
acerca de la influencia de una renta fija sobre el pensamiento.
Me propongo no sacarle de su error. Realmente, yo no le he
sacado de sus errores en ninguna ocasión. Lo considero
un error. Pero comprenderá usted perfectamente, como
es natural, que toda comunicación entre usted y mi
hija debe cesar terminantemente desde ahora mismo. Sobre
este punto, como por supuesto sobre todos los puntos, soy
inflexible. |
JACK.-
¡Me he comprometido a casarme con
Gundelinda, lady Bracknell! |
LADY BRACKNELL.-
Eso no
tiene la menor importancia, caballero. Y ahora, en cuanto
a Algernon... ¡Algernon! |
ALGERNON.-
¿Qué, tía
Augusta? |
LADY BRACKNELL.-
¿Puedo preguntarte si en
esta casa vive tu achacoso amigo míster Bunbury? |
ALGERNON.-
(Tartamudeando.) ¡Oh, no! Bunbury no vive aquí.
Bunbury está no sé... dónde... en este
momento. En fin, Bunbury ha muerto. |
LADY BRACKNELL.-
¡Muerto!
¿Y cuándo ha muerto míster Bunbury?. Su muerte
ha debido de ser muy repentina. |
ALGERNON.-
(Alegremente.) ¡Oh!
Le he matado esta tarde. Digo, el pobre Bunbury murió
esta tarde. |
LADY BRACKNELL.-
¿Y de qué murió? |
ALGERNON.-
¿Quién, Bunbury? ¡Oh, explotó
por completo! |
LADY BRACKNELL.-
¿Que explotó?
¿Ha sido víctima de un atentado revolucionario? No
estaba yo enterada de que míster Bunbury se interesase
por la legislación social. Si así era, bien
castigado está por su morbosidad. |
ALGERNON.-
¡Querida
tía Augusta, he querido decir que le descubrieron!
Vamos, que los médicos descubrieron que Bunbury no
podía vivir, esto es lo que quería yo decir...,
y Bunbury, por lo tanto, se murió. |
LADY BRACKNELL.-
Parece
ser que tuvo una gran confianza en la opinión de los
médicos. Sin embargo, me alegro mucho de que se decidiese
por último a adoptar una regla de conducta decisiva,
según prescripción facultativa. Y ahora que
estamos ya libres de ese míster Bunbury, ¿puedo preguntar
a usted, míster Worthing, quién es esa personita
cuya mano tiene cogida mi sobrino Algernon, de una manera
que me parece completamente impropia? |
JACK.-
Esa señorita
es miss Cecilia Cardew, mi pupila. (LADY BRACKNELL saluda
fríamente a CECILIA.) |
ALGERNON.-
He
dado palabra de casamiento a Cecilia, tía Augusta. |
LADY BRACKNELL.-
¿Quieres hacer el favor de repetírmelo? |
CECILIA.-
Míster Moncrieff y yo pensamos casarnos,
lady Bracknell. |
LADY BRACKNELL.-
(Se estremece, y yendo hacia
el sofá se sienta.) No sé si es que el aire
de esa región del condado de Hertford, precisamente,
tendrá algo especialmente excitante, pero el número
de promesas matrimoniales en actividad me parece que supera
considerablemente el término medio suministrado por
la estadística para gobierno nuestro. Creo que algunas
preguntas preliminares por mi parte no estarían de
más. Míster Worthing, ¿tiene algo que ver miss
Cardew con cualquiera de las grandes estaciones de ferrocarril
londinenses? Lo pregunto a título de información
solamente. Hasta ayer no tenía yo idea de que hubiese
familias o personas que descendiesen de una estación
de término. |
|
(JACK parece furiosísimo, pero
se contiene.)
|
JACK.-
(Con voz clara y fría.) Miss
Cardew es nieta del difunto míster Thomas Cardew,
Belgravia Square, 149, Londres S. O.; propietario de la finca
Gervase Park, en Dorking, condado de Surrey, y del Sporran,
en el condado de Fife, al Norte. |
LADY BRACKNELL.-
Eso
parece bastante satisfactorio. Tres direcciones inspiran
siempre confianza, hasta a los comerciantes. ¿Pero qué
pruebas tengo yo de su autenticidad? |
JACK.-
He conservado
cuidadosamente los Anuarios de señas de aquella época.
Están a su disposición, por si quiere examinarlos,
lady Bracknell. |
LADY BRACKNELL.-
(Con aspereza.) He notado
errores peregrinos en esa publicación. |
JACK.-
Los
abogados y procuradores, de la familia de miss Cardew son
los señores Markby, Markby y Markby. |
LADY BRACKNELL.-
¿Markby,
Markby y Markby? Una razón social muy bienquista en
su profesión. Además, he oído decir
que alguno de esos señores Markby figuraba de vez
en cuando en los banquetes oficiales. Hasta ahora todo eso
me satisface. |
JACK.-
(Muy irritado.) ¡Cuánta bondad
por su parte, lady Bracknell! Tengo también en mi
poder, y le encantará a usted saberlo, la partida
de nacimiento de miss Cardew, su fe de bautismo y sus certificados
de tos ferina, empadronamiento, vacunación, confirmación
y sarampión, documentos tanto alemanes como ingleses. |
LADY BRACKNELL.-
¡Ah! Una vida llena de incidentes,
por lo que veo; aunque tal vez demasiado excitante para una
muchacha tan joven. Yo no soy partidaria de la experiencia
prematura. (Se levanta y mira la hora en su reloj.) ¡Gundelinda!
Se acerca la hora de nuestra marcha. No podemos perder ni
un momento. Y aunque sea por pura fórmula, míster
Worthing, quisiera preguntarle si miss Cardew posee alguna
fortunita. |
JACK.-
¡Oh! Unas ciento treinta mil libras
esterlinas en papel del Estado. Eso es todo. Vaya usted con
Dios, lady Bracknell. Encantado de haberla visto. |
LADY BRACKNELL.-
(Sentándose de nuevo.) Un momento, míster Worthing.
¡Ciento treinta mil libras! ¡Y en papel del Estado! Miss
Cardew me parece una muchacha muy seductora, ahora que la
veo bien. Pocas muchachas hoy día tienen cualidades
verdaderamente sólidas, de esas cualidades que duran
y se mejoran con el tiempo. Vivimos, siento tener que decirlo,
en una época de cosas superficiales. (A CECILIA.)
Acérquese usted, querida. (CECILIA se acerca.) ¡Preciosa
muchachita! Su vestido es de una sencillez lastimosa y su
pelo parece tal como le hizo la naturaleza. Pero podemos
transformarle en seguida. Una doncella francesa, experta,
conseguirá resultados maravillosos en poquísimo
tiempo. Me acuerdo que recomendé una a la joven lady
Lancing y tres meses después, no la conocía
ni su propio marido. |
JACK.-
Y pasados seis meses no
la conocía nadie. |
LADY BRACKNELL.-
(Mira iracunda
a JACK durante unos instantes. Luego dirige una sonrisa estudiada
a CECILIA.) Tenga usted la bondad de volverse, encantadora
amiguita. (CECILIA da una vuelta completa.) No, lo que quiero
examinar es el perfil. (CECILIA se pone de perfil.) Sí,
lo que yo esperaba, en absoluto. Hay varias posibilidades
mundanas en su perfil. Los dos puntos flacos de nuestra época
son su falta de principios y su falta de perfil. Levante
usted un poco la barbilla, querida. El estilo depende en
gran parte de la manera de llevar la barbilla. ¡Se lleva
en este momento muy alta, Algernon! |
ALGERNON.-
¡Sí,
tía Augusta! |
LADY BRACKNELL.-
Hay varias posibilidades
mundanas en el perfil de miss Cardew. |
ALGERNON.-
Cecilia
es la muchacha más dulce, más amable y más
bonita que hay en el mundo entero. Y no doy dos céntimos
por esas posibilidades mundanas. |
LADY BRACKNELL.-
No
hables irrespetuosamente de la sociedad, Algernon. Eso lo
hace tan sólo la gente que no puede pertenecer a ella.
(A CECILIA.) Sabrá usted, como es natural, amiguita,
que Algernon no cuenta más que con sus deudas. Pero
yo no apruebo los matrimonios interesados. Cuando me casé
con lord Bracknell no tenía yo la menor fortuna. Pero
ni en sueños admití por un momento que eso
pudiera ser un obstáculo en mi camino. Bueno, supongo
que tendré que dar mi consentimiento. |
ALGERNON.-
Gracias,
tía Augusta. |
LADY BRACKNELL.-
¡Cecilia, puede
usted besarme! |
CECILIA.-
(Besándola.) Gracias, lady
Bracknell. |
LADY BRACKNELL.-
Puede usted también
llamarme tía Augusta en lo sucesivo. |
CECILIA.-
Gracias,
tía Augusta. |
LADY BRACKNELL.-
Yo creo que lo
mejor sería que la boda se celebrase lo antes posible. |
ALGERNON.-
Gracias, tía Augusta. |
CECILIA.-
Gracias,
tía Augusta. |
LADY BRACKNELL.-
Hablando con franqueza,
yo no soy partidaria de las relaciones largas. Dan ocasión
a que los novios descubran sus mutuos caracteres antes de
casarse, lo cual nunca es aconsejable. |
JACK.-
Perdone
usted que la interrumpa, lady Bracknell, pero no hay que
pensar en esa boda. Soy tutor de miss Cardew y ella no puede
casarse sin mi consentimiento hasta que sea mayor de edad.
Y ese consentimiento me niego en absoluto a darlo. |
LADY
BRACKNELL.-
¿Y puedo preguntarle por qué motivos?
Algernon es un partido extraordinariamente, y hasta me atreveré
a decir, que ostentosamente aceptable. No tiene nada, pero
luce mucho. ¿Qué más puede desearse? |
JACK.-
Siento
muchísimo tener que hablarle a usted con franqueza,
lady Bracknell, acerca de su sobrino, pero el hecho es que
a mí no me gusta nada su carácter. Sospecho
que es un mentiroso. |
|
(ALGERNON y CECILIA le miran con indignado
asombro.)
|
LADY BRACKNELL.-
¡Mentiroso!
¿Mi sobrino Algernon? ¡Imposible! Es un alumno de Oxford. |
JACK.-
Temo que no sea posible abrigar la menor duda
sobre este punto. Esta tarde, durante mi ausencia temporal
de aquí, y hallándome en Londres por un importante
asunto de novela, consiguió entrar en mi casa pretextando
ser mi hermano. Y al amparo de un nombre falso se ha bebido,
según acaba de comunicarme mi mayordomo, una botella
entera de un cuartillo de mi Perrier-Jouet Brut, del 89;
un vino que me reservaba especialmente. Continuando su vergonzosa
impostura, ha conseguido durante la tarde enajenarme el afecto
de mi única pupila. Posteriormente se ha quedado a
tomar el té, engullendo hasta la última pasta.
Y lo que hace su conducta más inconcebible aún
es que sabía perfectamente desde el principio que
yo no tengo ningún hermano, que no le he tenido nunca
y que no pienso tenerlo de ninguna clase. Así se lo
dije terminantemente ayer mismo por la tarde. |
LADY BRACKNELL.-
¡Ejem!
Míster Worthing, después de madura reflexión
he decidido no hacer caso en absoluto de la conducta de mi
sobrino con usted. |
JACK.-
Eso demuestra una gran generosidad
en usted, lady Bracknell. Mi decisión es, sin embargo,
irrevocable. Me niego a dar el consentimiento. |
LADY BRACKNELL.-
(A CECILIA.) Acérquese usted, amiguita. (CECILIA se
aproxima.) ¿Qué edad tiene usted, querida? |
CECILIA.-
Pues
realmente, no tengo más que dieciocho años,
pero confieso siempre veinte cuando voy a alguna velada. |
LADY BRACKNELL.-
Hace usted perfectamente en efectuar
esa leve alteración. Realmente una mujer no debe decir
nunca exactamente su edad. Eso da un aspecto de calculadora...
(Como reflexionando.) Dieciocho años, pero confesando
veinte en las veladas. Bueno, no falta mucho para que llegue
usted a la mayoría de edad y se vea libre de las restricciones
de la tutela. Así es que no creo que el consentimiento
de su tutor sea, después de todo, una cuestión
de gran importancia. |
JACK.-
Perdone usted, lady Bracknell,
que le interrumpa de nuevo, pero justo es decirla que, según
las cláusulas del testamento de su abuelo, miss Cardew
no llegará a ser mayor de edad legalmente hasta los
treinta y cinco años. |
LADY BRACKNELL.-
Eso no
me parece una grave objeción. Treinta y cinco años,
es una edad muy atractiva. La sociedad londinense está
llena de damas de elevadísima alcurnia, que por su
propia elección se han quedado en los treinta y cinco.
Lady Dumbleton es un caso de ello, por ejemplo. Que yo sepa,
ha tenido treinta y cinco años desde que cumplió
los cuarenta, hace ya muchos años. No veo razón
alguna para que nuestra querida Cecilia no esté más
atractiva aún a la edad susodicha, que lo está
actualmente. Y mientras tanto sus bienes habrán aumentado
considerablemente. |
CECILIA.-
Algy, ¿podría usted
esperarme hasta que cumpla yo los treinta y cinco años? |
ALGERNON.-
Claro que puedo, Cecilia. Ya sabe usted
que sí. |
CECILIA.-
Sí, lo sabía
instintivamente; pero yo no podría esperar todo ese
tiempo. Detesto tener que esperar a cualquiera aunque sólo
sean cinco minutos. Me pone eso siempre de muy mal humor.
Yo no soy puntual, ya lo sé, pero me gusta la puntualidad
en los demás y, por lo tanto, no hay ni que pensar
en que yo espere, aunque sea para casarme. |
ALGERNON.-
¿Entonces,
qué vamos a hacer, Cecilia? |
CECILIA.-
No lo
sé, míster Moncrieff. |
LADY BRACKNELL.-
Mi
querido míster Worthing, como miss Cardew declara
categóricamente que no podría esperar hasta
los treinta y cinco -advertencia que, lo confieso, me parece
mostrar un carácter algo impaciente-, yo le rogaría
a usted que meditase nuevamente su determinación. |
JACK.-
Pero, mi querida lady Bracknell, ¡si el asunto
está por completo entre sus manos! En el momento en
que usted consienta en mi boda con Gundelinda, yo aprobaré
gustoso el enlace de su sobrino con mi pupila. |
LADY BRACKNELL.-
(Levantándose e irguiéndose con altivez.) Debía
usted ya saber perfectamente que no hay ni que pensar en
su proposición. |
JACK.-
Entonces, un celibato
apasionado es lo que podemos esperar todos nosotros en lo
venidero. |
LADY BRACKNELL.-
No es ese el destino que
le reservo a Gundelinda. Algernon, como es natural, puede
escoger por sí mismo. (Saca su reloj.) Vamos, querida.
(GUNDELINDA se levanta.) Hemos perdido cinco trenes o seis.
Si perdemos alguno más, nos exponemos a toda clase
de comentarios en el andén. |
|
(Entra el doctor CASULLA.)
|
CASULLA.-
Todo está
preparado para los bautizos. |
LADY BRACKNELL.-
¿Para
los bautizos, caballero? ¿No será eso algo prematuro? |
CASULLA.-
(Con aire ligeramente perplejo y señalando
a JACK y a ALGERNON.) Estos dos señores han expresado
el deseo de ser bautizados inmediatamente. |
LADY BRACKNELL.-
¿A
su edad? ¡La idea es grotesca e impía! Algernon, te
prohíbo que te bautices. No quiero oír hablar
de semejantes excesos. Lord Bracknell se disgustaría
mucho si se enterase de que malgastabas de esa manera tu
tiempo y tu dinero. |
CASULLA.-
¿Quiere eso decir que
no habrá entonces ningún bautizo en toda la
tarde? |
JACK.-
No creo que tenga mucha importancia práctica
para nosotros, tal como están las cosas en este momento,
doctor Casulla. |
CASULLA.-
Me apena oírle a usted
semejantes conceptos, míster Worthing. Huelen a las
doctrinas heréticas de los anabaptistas, doctrinas
que he refutado por completo en cuatro de mis sermones inéditos.
No obstante, como la disposición de ánimo de
ustedes en este momento me parece particularmente profana,
volveré a la iglesia en seguida. Además, acaba
de decirme el encargado del cepillo eclesiástico que
hace hora y media que me está esperando miss Prism
en la sacristía. |
LADY BRACKNELL.-
¡Miss Prism!
¿Le he oído a usted, realmente, referirse a una miss
Prism? |
CASULLA.-
Sí, lady -Bracknell. A reunirme
con ella voy. |
LADY BRACKNELL.-
Permítame usted
que le ruegue que se detenga un momento. Es un asunto que
puede tener una importancia vital para lord Bracknell y para
mí. Esa miss Prism, ¿no es una mujer de aspecto repulsivo,
confusamente relacionada con la enseñanza? |
CASULLA.-
(Con cierta indignación) Es una dama de las más
cultas y la imagen misma de la respetabilidad. |
LADY BRACKNELL.-
Evidentemente,
es la misma persona. ¿Puedo preguntarle qué situación
ocupa en casa de usted? |
CASULLA.-
(Con severidad.) Soy soltero,
señora. |
JACK.-
(Interviniendo.) Miss Prism, lady Bracknell,
es, desde hace tres años, la reputada institutriz
y la compañera inestimable de miss Cardew. |
LADY BRACKNELL.-
A
pesar de eso que acabo de oír sobre ella, necesito
verla inmediatamente. Mande usted a buscarla. |
CASULLA.-
(Mirando
hacia afuera.) Aquí se acerca; ya llega. |
|
(Entra MISS
PRISM apresuradamente.)
|
MISS
PRISM.-
Me dijeron que me esperaba usted en la sacristía,
mi querido canónigo. Le he aguardado allí por
espacio de una hora y tres cuartos. |
|
(Ve de pronto a LADY
BRACKNELL, que fija en ella una mirada penetrante y petrificadora.
MISS PRISM se queda pálida y desfallece. Mira con
ansiedad a su alrededor, como queriendo huir.)
|
LADY
BRACKNELL.-
(Con la voz severa de un juez.) ¡Prism! (MISS
PRISM baja la cabeza, avergonzada.) ¡Venga usted aquí,
Prism! (MISS PRISM se acerca con aire humilde.) ¡Prism! ¿Dónde
está el niño? (Consternación general.
El canónigo retrocede horrorizado. ALGERNON y JACK
fingen querer evitar con inquietud que CECILIA y GUNDELINDA
oigan los detalles de un terrible escándalo público.)
Hace ya veintiocho años, Prism, que salió usted
de casa de lord Bracknell, calle de Uper Grosvenor, número
104, al cuidado de un cochecillo que contenía una
criatura recién nacida, del sexo masculino. No volvió
usted nunca. Algunas semanas después, gracias a las
minuciosas pesquisas de la Policía londinense, fue
descubierto el cochecillo a medianoche, abandonado y sin
defensa, en un rincón alejado de Bayswater. Contenía
el manuscrito de una novela en tres tomos, de un sentimentalismo
más irritante que el de costumbre. (MISS PRISM se
estremece con una indignación involuntaria.) ¡Pero
el niño no estaba en él! (Todos miran a MISS
PRISM.) ¡Prism! ¿Dónde está el niño?
(Una pausa.) |
MISS PRISM.-
Lady Bracknell, confieso
avergonzada que no lo sé. ¡Qué más quisiera
yo que saberlo! He aquí los hechos verdaderos, tal
como sucedieron. La mañana del día que usted
ha mencionado, día que está grabado con letras
de fuego en mi memoria, me dispuse, como de costumbre, a
sacar al niño de paseo en un cochecillo. Llevaba también
conmigo un saco de viaje un poco viejo, pero de gran capacidad,
en el que me proponía colocar el manuscrito de una
novela que había yo escrito durante mis escasas horas
libres. En un momento de distracción mental, que no
podré perdonarme nunca, coloqué el manuscrito
en el cochecillo y metí al niño en el saco
de viaje. |
JACK.-
(Que ha estado escuchando con atención.) ¿Pero
adónde llevó usted el saco de viaje? |
MISS
PRISM.-
No me lo pregunte usted, míster Worthing. |
JACK.-
Miss Prism, es este un asunto de grandísima
importancia para mí. Insisto en saber adónde
llevó usted el saco de viaje que contenía al
rorro. |
MISS PRISM.-
Lo dejé en el guardarropa
de una de las mayores estaciones de Londres. |
JACK.-
¿Qué
estación? |
MISS PRISM.-
(Completamente abrumada.) En
la estación Victoria. Línea de Brighton. (Se
deja caer en una silla.) |
JACK.-
Tengo que retirarme
un momento a mi cuarto. Gundelinda, espéreme usted
aquí. |
GUNDELINDA.-
Si no tarda usted demasiado
le esperaré aquí toda mi vida. (Sale JACK,
muy excitado.) |
CASULLA.-
¿Qué cree usted que
quiere decir todo esto, lady Bracknell? |
LADY BRACKNELL.-
No
me atrevo a sospecharlo, doctor Casulla. No necesito decir
a usted que en las familias de elevada posición no
se admite el que puedan darse coincidencias extrañas.
Se consideran muy cursis. |
|
(Óyense ruidos en el piso
de encima, como si alguien fuese tirando baúles. Todos
miran hacia arriba.)
|
CECILIA.-
El tío Jack parece
extraordinariamente agitado. |
CASULLA.-
Su tutor tiene
un carácter muy impresionable. |
LADY BRACKNELL.-
Ese
ruido es desagradabilísimo. Por el estrépito,
parece como si hubiese encontrado un argumento. Odio los
argumentos de cualquier clase que sean. Son siempre vulgares,
y muchas veces convincentes. |
CASULLA.-
(Mirando hacia arriba.) Ahora
ha cesado. (Los ruidos aumentan.) |
LADY
BRACKNELL.-
Desearía que llegase a alguna conclusión. |
GUNDELINDA.-
Esta incertidumbre es terrible. Espero
que durará. |
|
(Entra JACK con un saco de viaje, de
cuero negro, en la mano.)
|
JACK.-
(Abalanzándose hacia MISS PRISM.) ¿Es este el saco
de mano, miss Prism? Examínelo usted minuciosamente
antes de hablar. La felicidad de más de una vida depende
de su respuesta. |
MISS PRISM.-
(Sosegadamente.) Me parece que
es el mío. Sí, aquí está la rozadura
que sufrió cuando volcó el ómnibus en
la calle de Gower, en días juveniles y dichosos. Aquí,
en el forro, está la mancha causada por la explosión
de un termo para bebidas, incidente ocurrido en Leamington.
Y aquí, en la cerradura, están mis iniciales.
No me acordaba ya que las había hecho grabar aquí,
por capricho. Este saco es, indudablemente, el mío.
Me alegro muchísimo de encontrarlo tan inesperadamente.
Su falta me ha ocasionado grandes molestias durante todos
estos años. |
JACK.-
(Con voz patética.) Miss
Prism, ha encontrado usted algo más que este saco
de viaje. Yo era el niño que colocó usted dentro. |
MISS PRISM.-
(Atónita.) ¿Usted? |
JACK.-
(Abrazándola.) ¡Sí...,
madre! |
MISS PRISM.-
(Retrocediendo, con indignado asombro.) ¡Míster
Worthing! ¡Yo soy soltera! |
JACK.-
¡Soltera! No niego
que es un golpe muy serio. Pero, después de todo,
¿quién tiene derecho a tirar la piedra al que ha sufrido?
¿No puede borrar el arrepentimiento un acto de locura? ¿Por
qué ha de haber una ley para los hombres y otra para
las mujeres? Madre, yo la perdono a usted. (Intenta abrazarla
otra vez.) |
MISS PRISM.-
(Más
indignada aún.) Míster Worthing, aquí
hay algún error. (Señalando a LADY BRACKNELL.)
Ahí está la señora, que puede decirle
quién es usted realmente. |
JACK.-
(Después de
una pausa.) Lady Bracknell, me molesta mucho parecer curioso;
pero ¿querría usted tener la bondad de comunicarme
quién soy yo? |
LADY BRACKNELL.-
Temo que la noticia
que voy a darle no le agrade a usted del todo. Usted es el
hijo de mi pobre hermana mistress Moncrieff, y, por consiguiente,
el hermano mayor de Algernon. |
JACK.-
¡El hermano mayor
de Algy! Entonces, después de todo, tengo un hermano.
¡Ya sabía yo que tenía un hermano! ¡Siempre
dije que tenía un hermano! Cecilia, ¿cómo pudiste
nunca dudar que tenía yo un hermano? (Cogiendo de
la mano a ALGERNON.) Doctor Casulla, mi desgraciado hermano.
Miss Prism, mi desgraciado hermano. Gundelinda, mi desgraciado
hermano. Algy, joven sinvergüenza, tendrás que
tratarme con más respeto en lo futuro. No te has portado
conmigo como un hermano en toda tu vida. |
ALGERNON.-
Sí,
chico, hasta hoy, lo reconozco. Yo lo hacía lo mejor
que podía, aunque me faltaba práctica. (Se
estrechan la mano.) |
GUNDELINDA.-
(A JACK.) ¡Dueño mío! ¿Pero quién es
usted? ¿Cuál es su nombre de pila, ahora que es usted
otro? |
JACK.-
¡Dios mío!... Me había olvidado
por completo de ese detalle. La decisión de usted
respecto a mi nombre es irrevocable, ¿no? |
GUNDELINDA.-
Yo
no cambio nunca, excepto en mis afectos. |
CECILIA.-
¡Qué
naturaleza tan noble la de usted, Gundelinda! |
JACK.-
Entonces
mejor será aclarar esta cuestión inmediatamente.
Tía Augusta, un momento. En la época en que
miss Prism me dejó en el saco de viaje, ¿había
yo ya sido bautizado? |
LADY BRACKNELL.-
Todo el lujo
que puede comprarse con dinero, incluyendo el bautismo, fue
derrochado con usted por sus amantes padres, ciegos de cariño. |
JACK.-
¡Entonces yo estaba bautizado! Eso está
ya aclarado. Y ahora, ¿qué nombre me pusieron? Dígamelo,
aunque sea la cosa peor para mí. |
LADY BRACKNELL.-
Siendo
el primogénito, era natural que le bautizasen a usted
con el nombre de su padre. |
JACK.-
(Algo irritado.) Sí;
¿pero cuál era el nombre de pila de mi padre? |
LADY
BRACKNELL.-
(Reflexionando.) En este momento no puedo recordar
el nombre de pila del general. Pero es indudable que tenía
uno. Era excéntrico, lo confieso. Pero sólo
en sus últimos años. Y lo era a consecuencia
del clima de la India, del matrimonio, de las indigestiones
y de otras cosas parecidas. |
JACK.-
¡Algy! ¿No puedes
recordar cuál era el nombre de pila de nuestro padre? |
ALGERNON.-
Chico, no nos dirigimos nunca la palabra.
El murió antes de cumplir yo el año. |
JACK.-
Su
nombre aparecerá en los Anuarios militares de aquella
época, ¿verdad, tía Augusta? |
LADY BRACKNELL.-
El
general era esencialmente un hombre de paz en todo menos
en su vida doméstica. Pero estoy segura de que su
nombre aparecerá en algún Anuario militar. |
JACK.-
Aquí están los Anuarios militares
de los últimos cuarenta años. Estos encantadores
cronicones debían haber sido mi estudio constante.
(Se precipita hacia el estante y arranca de él materialmente
los libros.) M. Generales... Mallam, Maxbohm, Magley, ¡qué
nombres más espantosos tienen!... ¡Markby, Migsby,
Mobbs, Moncrieff! Teniente en 1840, capitán, teniente
coronel, coronel, general en 1869; nombres de pila: Ernesto
John. (Vuelve a colocar el libro con mucha tranquilidad y
habla sosegadamente.) ¿No le dije a usted siempre, Gundelinda,
que me llamaba, Ernesto? Bueno, pues Ernesto soy, después
de todo. Quiero decir que soy, naturalmente, Ernesto. |
LADY
BRACKNELL.-
Sí, ahora recuerdo que el general
se llamaba Ernesto. Ya sabía yo que por algún
motivo particular me era antipático ese nombre. |
GUNDELINDA.-
¡Ernesto!
¡Mi Ernesto! ¡Desde el principio sentí que no podías
llamarte de otro modo! |
JACK.-
Gundelinda, es una cosa
terrible para un hombre descubrir de pronto que durante toda
su vida no ha dicho más que la verdad. ¿Puedes perdonarme? |
GUNDELINDA.-
Sí. Porque estoy segura de que
cambiarás. |
JACK.-
¡Vida mía! |
CASULLA.-
(A miss PRISM.) ¡Leticia! (Lo abraza.) |
MISS
PRISM.-
(Entusiasmada.) ¡Federico! ¡Al fin! |
ALGERNON.-
¡Cecilia!
(La abraza.) ¡Al fin! |
JACK.-
¡Gundelinda! (La abraza.)
¡Al fin! |
LADY BRACKNELL.-
Sobrino mío, paréceme
que empiezas a dar señales de vulgaridad. |
JACK.-
Al
contrario, tía Augusta, acabo de darme cuenta, por
primera vez en mi vida, de la importancia suma de ser formal. |