Realidad
Novela en cinco jornadas
Benito Pérez Galdós
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DRAMATIS PERSONAE | |
FEDERICO VIERA. | |
OROZCO. | |
JOAQUÍN VIERA, padre de Federico. | |
CORNELIO MALIBRÁN. | |
MANOLO INFANTE. | |
VILLALONGA. | |
EL MARQUÉS DE CÍCERO. | |
EL CONDE DE MONTE CÁRMENES. | |
CALDERÓN DE LA BARCA. | |
AGUADO. | |
EL SEÑOR DE PEZ. | |
EL EXMINISTRO. | |
TRUJILLO. | |
EL OFICIAL DE ARTILLERÍA. | |
DON CARLOS DE CISNEROS. | |
SANTANITA. | |
LA SOMBRA DE OROZCO. | |
AUGUSTA, mujer de Orozco. | |
LEONOR (La Peri). | |
CLOTILDE VIERA, hermana de Federico. | |
LA VIUDA DE CALVO. | |
TERESA TRUJILLO. | |
FELIPA, criada de Augusta. | |
CLAUDIA, criada de Federico. | |
BÁRBARA, su hermana. |
La acción es contemporánea, y pasa en Madrid.
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La representa tres habitaciones de la casa de OROZCO; gran salón en el centro y dos salas laterales, las tres piezas comunicadas entre sí y decoradas con elegancia y riqueza. Por la puerta del fondo del salón en entran los personajes que vienen del exterior. La sala de la derecha, en la cual se ven las mesas de tresillo, comunica por el fondo con el comedor y billar de la casa; la de la izquierda con gabinetes y dormitorios. Es de noche. El salón y sala de la derecha están profusamente alumbrados. En la sala de la izquierda, decorada a estilo japonés, sólo hay dos lámparas, ambas con grandes pantallas.
Escena I | ||||
Sucesivamente, conforme lo indica el diálogo, entran por la puerta del fondo del salón central VILLALONGA, EL MARQUÉS DE CÍCERO, AGUADO, CISNEROS, EL CONDE DE MONTE CÁRMENES. | ||||
VILLALONGA.- (con displicencia.) ¡Maldito tiempo! Vamos, que ni esto es invierno, ni esto es Madrid, ni esto es nada. ¡Por vida de...! ¿Cuándo se han visto aquí, en la última decena de Enero, estas noches tibias, este aire húmedo y templado, este cielo benigno...? Otros años, en los días que corren de cátreda a cátreda, como dicen los paletos, el tiempo suele —6→ ser tan duro, tan destemplado y variable que cae la gente como moscas. Pero llevamos un invierno... ¡ay, qué invierno pastelero! Con esta temperatura de estufa, los viejos y gastados se agarran a la pícara existencia, y como no se les dé estrignina 1... ¡Vaya, que desdicha como esta!... | ||||
EL MARQUÉS DE CÍCERO.- (entrando.) Buenas noches. ¿Qué dice el amigo Villalonga? | ||||
VILLALONGA.- (con hastío.) Que no se muere nadie, y que así no se puede vivir. | ||||
CÍCERO.- No lo entiendo. | ||||
VILLALONGA.- Considere usted, querido Marqués, que suspiro por la senaduría vitalicia, como término y descanso de una vida de ansiedades... en fin, usted me entiende. Somos cincuenta candidatos. El Presidente, agobiado de compromisos, no puede disponer, hoy por hoy, más que de once vacantes. Si el condenado Enero se portara como teníamos derecho a esperar de su formalidad, nos traería esos vientecillos de rechupete, esos cambios bruscos que son la gala de Madrid. Lo que yo le he dicho hoy al Presidente: «¿Pero dónde están aquellas heladitas, —7→ que de una barredura, ras, se llevaban a seis o siete carcamales, de esos que no aciertan ya ni a ponerse los pantalones?». Él convenía conmigo en que el tiempo se nos ha puesto en contra. ¡Once vacantes, por junto! Nada, amigo Marqués, con tres o cuatro más, podría el Presidente lanzarse a la combinación, y de seguro entraría yo en ella... | ||||
CÍCERO.- (riendo.) Es gracioso... Pero, hijo mío, todos hemos de vivir... | ||||
VILLALONGA.- Calle usted, calle usted por Dios. Yo no hago más que leer la prensa, a ver si anuncia algún ciclón muy gordo. Y lo anuncia, claro que lo anuncia; pero el ciclón no viene. Créame usted, hay que quitarle al Guadarrama su reputación; tenemos que destituirle y mandarle a donde fue el padre Padilla. ¡Pero si es un dolor, querido Marqués; si podría yo designarlo a usted cuatro o cinco Matusalenes, que están como la fruta muy madura, esperando un vientecillo, un soplo ligero para caerse...! | ||||
CÍCERO.- Y caerán, día más día menos. ¿Y a mí se me cuenta también en el número de los maduritos? | ||||
VILLALONGA.- (abrazándole.) ¡A usted no... caramba! Está usted hecho un —8→ roble... Que seamos compañeros, y por muchos años, es lo que deseo. | ||||
AGUADO, alias el CATÓN ULTRAMARINO.- (entrando muy erguido y fachendoso.) Felices, señores y milores. Poca gente todavía... ¡Qué tarde comen en esta casa! ¿Han visto ustedes los periódicos de la noche? | ||||
CÍCERO.- Aquí me traigo El Correo. | ||||
VILLALONGA.- Y yo El Resumen. | ||||
AGUADO.- ¿Se han enterado ya de ese nuevo escándalo? ¡Otra falsificación de billetes del Banco Español! Si lo vengo anunciando, si ya están hartos de oírmelo decir. De la pillería que allá mandaron hace tres meses, amigo Villalonga, no podía esperarse otra cosa. (Con énfasis.) Esto indigna, esto subleva, esto abochorna. | ||||
CÍCERO.- Tiene razón. ¡Pobre país! | ||||
VILLALONGA.- (a AGUADO.) Ínclito Aguado, calma, calma... filosofía. | ||||
AGUADO.- Pero ¿usted no se indigna? | ||||
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VILLALONGA.- Hombre, ¿de qué? No me gusta hacer mala sangre y malas tripas... Luego, la hidalga nación, maldito si agradece que nos indignemos en su defensa. | ||||
AGUADO.- Yo sostengo que ni esto es país, ni esto es patria, ni esto es gobierno, ni aquí hay vergüenza ya. Pues digo: lo mismo que ese otro gatuperio, el crimencito de la calle del Baño; la curia vendida, y un personaje gordo metido de patitas en ese fregado indecente. | ||||
CÍCERO.- Poco a poco. ¿Hemos de admitir todos los chismes que corren por ahí? Señor de Aguado, no nos confundamos con el vulgo; respetemos las reputaciones. | ||||
AGUADO.- Que empiecen ellas por hacerse respetables. Señor Marqués, usted es un ángel, y no ha tenido, como yo, la desgracia de ver de cerca la podredumbre política y administrativa. Por supuesto, lo de ahora es ya el acabose. Al paso que vamos, llegará día en que, cuando pase un hombre honrado por la calle, se alquilen balcones para verle. ¿Es esto cierto o no? Hay momentos en que hasta llego a dudar si seré yo persona decente, y sospecho si estaré también contaminado... | ||||
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VILLALONGA.- Y por fin, ¿cuándo vuelve usted a Cuba? | ||||
CISNEROS.- (que entra despacio, sonriendo, las manos a la espalda.) ¿Que cuándo vuelve a Cuba? Toma, cuando le manden. Él está ya con la espuerta al hombro. | ||||
AGUADO.- ¿Don Carlos, ya viene usted con la suya llena de chinitas? Bien saben todos que no quiero ir, a menos que no me den las facultades que... | ||||
CISNEROS.- Eso es lo que usted quiere, facultades... facultades... venga de ahí. Por mí que se las den. | ||||
AGUADO.- Facultades, o poderes para limpiar de orugas aquella administración. | ||||
VILLALONGA.- Somos ahora muy Catones, ¿verdad? | ||||
AGUADO.- Díganoslo usted al revés: Tacones. Un Tacón es lo que hace falta allí. | ||||
CISNEROS.- Y como Tacón quiere usted que le manden. ¡Pobre isla! Todos dicen que van de Tacón, y —11→ de lo que van es de zapatilla. Perdone usted, Aguadito de mi alma, y ya sabe que no le quiero mal; pero siempre que oigo tronar muy recio contra la inmoralidad, instintivamente me llevo la mano al bolsillo. Yo no censuro a nadie; es más, deseo que usted vuelva allá, para que esté contento y se le siente la bilis. Vamos, que si el hombre se viera otra vez en aquella bendita Aduana, ¡ay qué gusto, morena!, pues en aquella Aduana de Dios, con las manos bien arremangadas, pues... | ||||
AGUADO.- A este D. Carlos hay que dejarle. | ||||
CISNEROS.- ¿Pero esta gente no va a concluir de comer en toda la noche? Hasta luego, señores. | ||||
Se interna en la casa por la sala de la derecha. | ||||
VILLALONGA.- Es la peor lengua de España, y la intención más aviesa del mundo. | ||||
CÍCERO.- Pesimista incorregible; pero en el fondo buena persona. | ||||
AGUADO.- Como que todo eso es jarabe de pico. | ||||
VILLALONGA.- La postura pesimista es muy socorrida y de —12→ muy buen aire cuando se tienen cuarenta mil duros de renta para matar el gusanillo. Sosteniendo que todo es malo, y no casándose con nadie, no se compromete uno, y vive en la comodidad de su egoísmo, contemplando las fatigas de los que luchan por la existencia. Los pesimistas sistemáticos, como los optimistas furibundos, son por lo común personas que tienen amasado el pan de la vida, y adoptan esas actitudes para que no les molesten los que están con las manos en la masa. Y si no que lo diga Monte Cármenes, que aquí viene. | ||||
EL CONDE DE MONTE CÁRMENES.- (que entra risueño, alargando las manos.) Aquí está ya todo lo bueno. ¿Qué hay?, ¿qué pasa?, ¿qué me cuentan ustedes? | ||||
CÍCERO.- Pues apenas hay tela. Escándalos, inmoralidad en Ultramar y en la Península, pero mucha, muchísima inmoralidad; nuevos datos horripilantes del crimen de la calle del Baño, y por último, crisis. ¿Le parece poco? Como no pida usted el diluvio universal. | ||||
MONTE CÁRMENES.- (con expresión de dicha.) Suceda lo que suceda, todo va bien, pero muy bien. | ||||
AGUADO.- Es una delicia la falsificación de billetes. | ||||
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MONTE CÁRMENES.- Yo sostengo que lo que llamamos falsificación es una idea relativa. | ||||
VILLALONGA.- Y los falsificadores unos honrados... relativos. | ||||
CÍCERO.- (con alarma cómica.) ¡Que hay crisis, Conde! | ||||
MONTE CÁRMENES.- Mejor. Conviene que todos coman. | ||||
AGUADO.- ¿Ha oído usted que en el infundio del crimen están metidos dos ministros? | ||||
MONTE CÁRMENES.- Ya saldrán. ¡Cuando digo que todo va como una seda...! Nada, no hay quien me rinda. Yo soy un hombre que, al levantarse por la mañana, hace el firme propósito de encontrarlo todo muy bien, perfectamente bien. | ||||
VILLALONGA.- También yo lo haría si tuviera esa bicoca de renta que usted tiene. Pondría en el oratorio de mi casa la imagen de Pangloss, y le rezaría al acostarme y al levantarme. Querido Conde, usted y Cisneros son los seres más felices que conozco. Prescinden de la realidad, y —14→ ven el mundo conforme a su deseo. ¡Ay!, los que tienen que ganarse la condenada rosca, los que corren afanados tras una posición o un honor equivalente a tantas o cuantas raciones para la familia, no pueden menos de mirarle la cara a la realidad, y ver si la trae fea o bonita para ajustar a ella sus acciones. | ||||
Entran en el salón el EXMINISTRO, el SEÑOR DE PEZ (de levita), el SEÑOR DE TRUJILLO (de frac), anciano y valetudinario, apoyado en el brazo de su hijo, el cual viste uniforme de artillería. |
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Escena V | ||||
Los mismos; TERESA TRUJILLO, de edad madura, vivaracha, el pelo pintado de rubio. | ||||
AUGUSTA.- Las trae acabaditas de coger. | ||||
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TERESA.- Vengo a buscarlas. (Saludando a todos.) Manolito, buenas noches. Jacinto, Federico, Marqués... de fijo ustedes saben algo nuevo. Hoy me he leído una arroba de prensa. ¡Qué buena viene! Por supuesto, al que sostenga que no fue la madrastra, le diré que ha tomado dinero de los Cuadradistas. | ||||
AUGUSTA.- Pues yo la defiendo, y de mí no creerá usted que me he vendido. | ||||
TERESA.- Pero estás influida por estos, que en su afán de sacar del pantano al juez, hacen la causa del Cuadradismo, sosteniendo que el criado mojó. ¡Qué infamia! ¡Pobre Segundo, un muchacho honrado y decente, devoto de la Virgen!... Yo no puedo ver esto con paciencia. Te juro que si a esa bribona no la llevan al palo... va a haber aquí un cataclismo. | ||||
INFANTE.- ¡Qué la han de llevar, señora, si doña Sara es una santa, devotísima de San José! | ||||
TERESA.- Quite allá el muy tonto... Usted es de los que trabajan porque triunfe la farsa. Ya se ve; defiende al gobierno, que tiene interés en echar —39→ tierra... Una horca en la Puerta del Sol, para ir colgando en ella ministros y pájaros gordos, es lo que hace falta. | ||||
AUGUSTA.- ¡Hija, por Dios...! | ||||
TERESA.- O la guillotina. Aquí no hay justicia ni vergüenza. Es cosa probada que los que andan en el ajo le han asegurado la vida a ese bendito Segundo para que declare en forma que no comprometa a doña Sara. Esto es un espanto. Yo puedo asegurar a ustedes una cosa, y es que unas amigas mías la vieron un día en la Palma comprando cintas para sombreros... | ||||
VILLALONGA.- ¿Y qué? | ||||
TERESA.- Si no me ha dejado usted concluir. Iba con ella un hombre de barba rubia. | ||||
INFANTE.- ¿Y qué? | ||||
TERESA.- ¡Y qué!... ¡Y qué! (Exaltándose.) Ese sujeto es el hombre con barba postiza que los vecinos vieron bajar, momentos antes del crimen. | ||||
FEDERICO.- ¡Si el que bajó iba vestido de cura! | ||||
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INFANTE.- De anchas caderas, bajito él, pecho abultado... Era la propia doña Sara disfrazada de sacerdote. | ||||
TERESA.- No echemos la cosa a barato, amiguitos, que esto es muy serio. | ||||
AUGUSTA.- Pongámonos en lo razonable. | ||||
TERESA.- Eso es, en lo razonable. | ||||
FEDERICO.- (a AUGUSTA, vivamente.) ¿Pero no decía usted que es enemiga de lo razonable, porque lo razonable es el amaneramiento de los hechos? | ||||
AUGUSTA.- Sí; pero hay que distinguir... | ||||
FEDERICO.- No, no crea usted que voy a condenar sus ideas. Convengo en que la realidad es fecunda y original, en que la verdad artificiosa que resulta de las conveniencias políticas y sociales nos engaña. Pero no nos lancemos por sistema a lo novelesco; ni por huir de un amaneramiento, caigamos en otro, amiga mía. Usted tiene viva imaginación, y lo dramático y extraordinario —41→ la seduce, la fascina. La vida, por desgracia, ofrece bastantes peripecias, lances y sorpresas terribles, y es tontería echarnos a buscar el interés febriscitante 2, cuando quizás lo tenemos latente a nuestro lado, aguardando una ocasión cualquiera para saltarnos a la cara. | ||||
AUGUSTA.- En eso estamos conformes. Pero yo no busco el interés febriscitante. Es que, sin darme cuenta de ello, todo lo vulgar me parece falso: tan alta idea tengo de la realidad... como artista; ni más ni menos. | ||||
VILLALONGA.- (aplaudiendo.) Admirable paradoja. ¡Qué maravilloso talento! | ||||
Todos aplauden. | ||||
AUGUSTA.- (soltando la risa.) Gracias, amado pueblo. | ||||
FEDERICO.- Tiene usted toda la sal de Dios. | ||||
AUGUSTA.- (para sí.) ¡Qué zalamerito viene esta noche! ¡Ah!, grandísimo pillo, tú me la pagarás. No sabes tú la culebra que tengo enroscada aquí. Deja que yo te coja... | ||||
TERESA.- No entiendo de estas zarandajas. Yo sigo —42→ siempre el criterio del pueblo. ¿Es esto lo que llaman ustedes vulgo? Pues sea: no me negarán que el pueblo tiene un instinto... | ||||
VILLALONGA.- Sí; pero es profundamente sugestivo y fascinable. Los milagros ¿qué son más que fenómenos de hipnotismo? Todas las religiones, incluso la cristiana, se fundan en eso. | ||||
TERESA.- (amoscándose.) ¡Eh!, cuidado: no me toquen a la religión. De las falsas hablen ustedes lo que gusten; pero de la verdadera... | ||||
INFANTE.- Y usted, ¿cómo siendo tan absolutista...? | ||||
TERESA.- (irritada.) Sí, señor, muy absolutista, muy católica, apostólica, romana, y al mismo tiempo muy popular, muy populachera. ¿Qué, no lo entiende usted, angelito? | ||||
MONTE CÁRMENES.- (asomándose a la puerta.) ¿No ha concluido todavía el crimen? | ||||
AUGUSTA.- Sí, sí; basta ya. Tilín, tilín; se suspende esta discusión. Orden del día... | ||||
Entra MONTE CÁRMENES. La conversación se generaliza y se deslíe, subdividiéndose. |
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Escena VIII | ||||
Alcoba en casa de OROZCO. Dos camas, una a cada lado de la estancia. | ||||
OROZCO, sentado, meditabundo. AUGUSTA que entra, vestida aún de sociedad. | ||||
OROZCO.- (para sí.) Ya deseaba que se fueran. Me siento esta noche más fatigado que nunca. | ||||
AUGUSTA.- (para sí.) Gracias a Dios que me he quedado sola. ¡Tener —61→ que sonreír y tocar el piano para que los demás se diviertan...! | ||||
OROZCO.- (alto.) La música me pone triste esta noche. ¿A qué lo atribuyes tú? | ||||
AUGUSTA.- (absorta, no contesta si no después de una pausa.) Perdona: estaba distraída. | ||||
OROZCO.- Te digo que la música me ha puesto triste... | ||||
AUGUSTA.- ¿Tú triste?... ¿por qué?... ¡Ah!, la pícara imaginación. Es que de algún tiempo a esta parte cavilas demasiado, y te fijas más de lo conveniente en asuntos que por tu posición debieras mirar con calma. Ahí tienes por qué te desvelas tan a menudo. Cuando no se duerme bien, querido, toda la máquina anda mal, y el espíritu más valiente se desmaya. | ||||
OROZCO.- De veras que duermo mal, y no sé a qué atribuirlo. Ello debe de ser contagioso, porque tú también, al menos anoche, estuviste muy despabilada. | ||||
AUGUSTA.- Es que cuando te siento despierto, yo no —62→ puedo dormir... No creas, a mí no me importa. Resisto perfectamente el insomnio. Este cerebro mío no trabaja ordinariamente lo que el tuyo. A ti te pasa lo que a muchos que, hallándose dotados de grandes energías, no saben en qué emplearlas, por haberse encontrado resueltos los principales problemas de la vida. No hay ningún asunto grave, de tu propio interés, que ocupe tu ánimo, y para llenar este vacío buscas fuera mil extrañas cosas, y te las apropias, y les das un calor que no debieran tener para ti. | ||||
OROZCO.- (aparte, ensimismado.) ¡Qué lejos de mí, pero qué lejos, veo a mi mujer! | ||||
AUGUSTA.- Ya te afanas porque los muchachos delincuentes tengan un asilo en que se les corrija; ya te interesas por las niñas abandonadas, como si fueran tuyas. O bien das en proteger a ingratos, en salvar de la miseria a los que se han arruinado por informales o tramposos... No, yo no te censuro que seas caritativo y ayudes al prójimo. Pero todo tiene su límite, hasta la bondad. Para todo hay una medida en lo humano. | ||||
OROZCO.- Vida mía, me juzgas mejor de lo que soy. Mira tú, si cavilo a ratos, es porque recelo no —63→ cumplir bien los deberes que me impone mi posición. Algunas noches he dormido mal porque la conciencia intranquila y como quisquillosa me turbaba el sueño... | ||||
AUGUSTA.- (sorprendida.) ¡Tú... con la conciencia intranquila... tú!... el hombre mejor del mundo. ¡Alabado sea Dios!... (persignándose.) Tomás, tú no sabes lo que te dices. | ||||
OROZCO.- En esto de la conciencia, hija mía, cada triunfo que se alcanza trae nuevos anhelos de alcanzar más. Cuando uno se deja entumecer por el egoísmo, la conciencia se atrofia, como órgano sin uso, y hasta llegamos a cometer mil iniquidades sin advertirlo. Pero cuando nos aficionamos, por esta o la otra causa, a la contemplación de la idea moral y a recrearnos en ella, ¡ay!... entonces, Augusta, mientras más horizontes se ven, más nos gusta avanzar para reconocer, descubrir y conquistar espacios nuevos. | ||||
AUGUSTA.- (para sí.) Ya tenemos en planta la idea fija de estas últimas noches... | ||||
OROZCO.- Mi mayor satisfacción sería que mi mujer comprendiera esto... Creo que al fin lo entenderás. | ||||
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AUGUSTA.- (acaricíandole.) Mira, hijito, acuéstate y procura dormirte. Si la conciencia te quita el sueño a ti, a ti, que eres tan bueno, ¿quién, dímelo, quién dormirá en este mundo? | ||||
OROZCO.- Los muertos y los egoístas, que vienen a ser lo mismo. (Con jovialidad.) Oye, Augustilla, esta noche deseo el descanso, y me propongo arrojar de mi cerebro toda idea que no sea la de mi propio bien. Ea, durmamos. (Se dispone a acostarse.) | ||||
La doncella aparece en la puerta, y AUGUSTA pasa con ella a otra habitación para cambiar de ropa. | ||||
OROZCO.- (solo, acostándose.) Sí, es preciso descansar, transigir con este mecanismo brutal y tonto en que estamos metidos. Aquí, solo dentro del círculo de mis pensamientos, apartado del mundo, ante el cual represento el papel que me señalan, restablezco mi personalidad, me gozo en mí mismo, examino mis ideas, y me recreo en este sistema... lo llamaré religioso... en este sistema que me he formado, sin auxilio de nadie, sin abrir un libro, indagando en mi conciencia los fundamentos del bien y del mal... ¡Qué placer descubrir la fuente eterna, aunque no podamos beber en ella sino algunas gotas que nos salpican —65→ a la cara! Hay en el mundo más de cuatro necios que me creen fanatizado por las prácticas de esta o la otra religión positiva. Su error me encubre. No les sacaré de él... Una sola idea me aflige, y es que mi mujer está aún distante, pero muy distante de mí. Miro para atrás, y apenas la distingo. Cada noche, al quedarnos solos en este dulce retiro, libres de la estolidez humana, arrojo a su entendimiento algunas ideas... hoy esta, mañana aquella, como el novio que tira chinitas al balcón de su amada para llamar la atención. No las recibe mal; pero no se halla todavía en estado de asimilárselas. Creo que al fin se enterará. Es buena, y su corazón está preparado para limpiarse de egoísmo... ¡limpieza en extremo difícil!... ¡vaya si es difícil!... (Se adormece.) | ||||
AUGUSTA.- (entrando de puntillas, en traje de noche.) Dormido ya; pero esto no es más que el primer sueño, breve y profundo, que lo dura apenas media hora. Y yo ¿por qué me acuesto si sé que no he de dormir? ¡Habla de conciencia intranquila!... Este bienaventurado no sabe lo que es vivir con los pies sobre la tierra. Él tiene alas. (Se sienta junto a su lecho, y apoya el brazo en él y la frente en la mano.) Si mi fe religiosa fuera más viva... me consolaría. Pero mis creencias están como techo de casa vieja, llenas de goteras. De esto tiene la culpa el trato —66→ social, lo que una piensa, y lo que oye, y lo que ve... Por ese lado no hay esperanza. (Mirando a su marido que duerme.) Si Dios se ocupa de nuestras pequeñeces, sabrá que quiero tiernamente a este hombre, que su salud me interesa más que la mía; sabrá también que esta unión no satisface mi alma, que otro cariño me salió al paso y lo tomé, porque me llena la vida hasta los bordes. Esto ha venido a ser esencial en mí. Mi conciencia es voluble, y suele regirse por las impresiones que recibo y por los movimientos del ánimo. Cuando estoy contenta y satisfecha, y los celos no me punzan, mi conciencia se relaja, se hace la tonta, y me dice que mi falta no es falta, sino ley del espíritu y de la naturaleza. Pero cuando mi pasión se alborota con las contrariedades, y el alma se me revuelve, y se enturbia con sus propias heces que suben, pierdo la tranquilidad y me tengo por mala, por indigna de perdón... ¿Qué es lo que siento esta noche? Inquietud, temor de no ser amada. El despecho y la ira se me vuelven remordimientos. Casi casi me dan impulsos de abrir el alma delante de mi marido, y contarle todo lo que me pasa. ¿Y para qué? ¿Para renegar de mi error y prometer la enmienda? No, no tendré fuerzas para enmendarme, ni hipocresía para hacer promesa tan imposible de cumplir. Me confesaría, simplemente por el consuelo de vaciar un secreto que ahoga... (Irguiendo la cabeza.) —67→ ¡Dios mío, qué disparates pienso! Paréceme que tengo fiebre. A estas horas, el insomnio y las cavilaciones nos llevan a una verdadera locura. ¡Confesarme a Tomás! No me comprendería, como yo no comprendo las sutilezas de su conciencia, que por querer adelgazarse tanto, se quiebra; incurriría en las vulgaridades de la moral gruesa y común, de esa que parece que se compra por kilos. ¡Ay!, digan lo que quieran, estamos gobernados por leyes estúpidas... hechas para regularizar lo irregularizable, para contener en distancias muy medidas el vuelo de las almas... porque yo también tengo plumas. (Hace con las manos movimientos de aleteo.) ¡Vaya que se me ocurren unas cosas cuando cavilo a estas horas!... Sí, ardo en calentura; como que dudo a veces si estoy despierta o estoy soñando... y hasta me parece que un diablillo gracioso me sopla al oído lo que he de pensar... Despierta estoy, y discurro claramente que la sociedad y sus leyes son obra de la tontería. (Accionando como si hablara con alguien.) Y lo digo y lo sostengo: si no nos encontrásemos atados por estos nudos del convencionalismo, yo podría tener un gran consuelo. Ante la razón grande, hablo de la grandísima, de la que anda por allá arriba sin que nadie la pueda coger, ¿qué inconveniente habría en que este hombre, que miro como hermano de mi alma, este hombre de entendimiento —68→ superior, de gran corazón, todo nobleza, supiera lo que me está pasando, y que lo oyera de mi 3 propia boca?... Esto que parece absurdo... ¿por qué lo es?, mejor dicho, ¿por qué lo parece? No; lo absurdo no es esto que pienso, sino lo otro, todo el armatoste social... (Sonriendo.) ¿Por qué me río?... No me río: es rabia; es que mi sabiduría, esta ciencia que me entra por las noches, me hace reír... de rabia. | ||||
OROZCO.- (para sí, despertando súbitamente, y volviéndose.) Tengo la cabeza tan despejada como a las doce del día. Y francamente, no veo la necesidad de dormir toda la noche. Después de un breve letargo reparador, no hace falta más. En vez de embrutecernos en el sueño, ¡cuánto mejor es meditar sobre los graves problemas que nos rodean, examinar nuestras acciones del día pasado, preparar las del siguiente!... (Pausa.) Lo que más me enoja es que me aplaudan, como si fuera yo un cómico. Quiero que mis actos sean tan secretos que nadie los penetre; más aún, quiero que resulten con apariencias de maldad, para que el mundo los censure y los ridiculice. Pero esto es difícil, muy difícil. El maldito tiene un gran olfato para rastrear la verdad, y no es fácil engañarle... Porque el bien no es tal bien, si no se le disfraza, para que vaya por la calle bien enmascaradito. Y lo —69→ peor es que no puede uno evitar que los favorecidos salgan por ahí con mucho bombo y mucho cascabel, pregonando el bien que uno les hace, mientras yo... no sé qué daría porque me formaran una reputación de tacaño y cruel. Nada me molesta tanto como la gratitud, y las manifestaciones de ella... Verdad que hay muchos ingratos, y esto ya es un consuelo... (Pausa.) También me gusta cavilar sobre los términos precisos de este orden de creencias que yo he encontrado en mi propio pensamiento y en mi corazón; obra mía es todo, y la primera necesidad que experimento es recatarla del mundo. Aquí no cabe propaganda, ni yo he de hacerla más que con mi mujer. Sólo a una persona tiernamente amada comunicaré esta creencia honda, que proporciona al alma tan grandes consuelos... Sólo a mi pobrecita Augusta... (reparando en su esposa sentada junto al lecho.) Augustilla, hija mía, ¿qué haces que no duermes? | ||||
AUGUSTA.- Ya estaba acostándome, cuando me pareció notarte inquieto. ¿Te sientes mal? | ||||
OROZCO.- No, hija de mi alma. Estoy muy bien; he dormido un rato, y no necesito descansar más. Déjame que medite sobre cosas que te iré comunicando —70→ en forma tal que puedas comprenderlas. | ||||
AUGUSTA.- (para sí.) Vuelta a lo de anoche... (Alto.) No pienses en eso. Eres bueno, y por ser mejor te estás dando muy malos ratos. Es hasta un rasgo de soberbia el pretender salirse de la imperfección humana. | ||||
OROZCO.- Desconoces los verdaderos grados del bien. Tu inteligencia es grande; pero no ve la verdad. No me extraña eso. Yo te iniciaré. Eres la persona que más quiero en el mundo, y es preciso que vengas tras de mí, ya que no conmigo. Según mis creencias, la primera de mis obligaciones es proporcionarte todos los placeres lícitos, rodearte de las comodidades y encantos que nuestra fortuna nos permite. Hoy por hoy, no cuadra a mis ideas el cambiar de vida. Me conviene que continúe este lazo que al mundo nos une, y aparentar que, lejos de haber en mí perfecciones, soy lo mismo que los demás. | ||||
AUGUSTA.- (para sí, confusa.) ¿Estoy segura de entender lo que me dice? (Alto.) Eso me agrada; pues si tuvieras tú vocación de anacoreta, yo no creo tenerla nunca. | ||||
OROZCO.- (algo excitado.) No, no es eso. En el mundo, en plena sociedad —71→ activa, es donde se debe luchar por el bien. Nada de ascetismo: los que se van a un páramo no tienen ningún mérito en ser puros. Sigamos aquí... Cabalmente esa es la dificultad: realizar cuanto me piden mis creencias en medio de este tráfago, y en el torbellino de maldades que nos envuelve. Jamás te apartaré del medio social en que vives. La regeneración no puede ser eficaz sino dentro de ese medio. Nada de privaciones materiales, nada de vida de cartujo; eso es de caracteres mediocres. | ||||
AUGUSTA.- (para sí.) Pues lo que ahora dice me parece muy razonable. (Alto.) Todo eso está muy bien; pero vale más que lo dejes para mañana, y que duermas ya y descanses. | ||||
OROZCO.- ¡Si no tengo sueño, ni me hace falta dormir! (Inquieto.) Mejor será que me levante y me pasee por el gabinete. | ||||
AUGUSTA.- (corriendo a él y deteniéndole.) No, no hagas tal. Te lo prohíbo. | ||||
OROZCO.- Bueno, pues yo no puedo consentir que estés desvelada por acompañarme. Ya que no tienes nada en qué pensar, porque tu conciencia no chista, recógete y duérmete. No me levantaré, —72→ para que no estés inquieta por mí. Acuéstate, y si no te entra sueño, hablaremos un poco de cama a cama. (AUGUSTA se acuesta.) | ||||
OROZCO.- ¿Sabes en lo que pienso ahora? En la carta que he recibido hoy de Joaquín Viera, el padre de Federico. | ||||
AUGUSTA.- (con viveza.) ¿Sí?... ¿y qué es? | ||||
OROZCO.- Pues me dice que llegará aquí del 26 al 28, y que viene a tratar conmigo de un asunto de intereses. | ||||
AUGUSTA.- Sablazo seguro. Por amor de Dios, Tomás, ponte en guardia. | ||||
OROZCO.- No caigo en qué podrá ser. Dejémosle venir. | ||||
AUGUSTA.- ¡Qué trasto ese Joaquín...! No se parece nada a su hijo, que aunque mala cabeza y desordenado, tiene un fondo de caballerosidad que... | ||||
OROZCO.- Es verdad. El papá es tal, que no tiene el diablo por dónde desecharle. | ||||
—73→ | ||||
AUGUSTA.- Y abusa de tu bondad siempre que quiere. Mucho cuidado, Tomás; ponle mala cara cuando le recibas. Recuerda que Joaquín, hace dos años, después de explotarte indignamente, dijo de ti horrores. | ||||
OROZCO.- Debemos perdonar las ofensas. | ||||
AUGUSTA.- ¿Crees tú que toda ofensa se debe perdonar? | ||||
OROZCO.- Todas, en absoluto, y sin reserva de ninguna clase. | ||||
AUGUSTA.- ¿Estás dispuesto tú a perdonar toda ofensa que se te haga? | ||||
OROZCO.- Sin género alguno de duda. Me agravias sólo con dudarlo. Pues qué, ¿no tienes tú en tu alma la misma decisión? | ||||
AUGUSTA.- (vacilante.) No sé. Eso no puede asegurarse sino frente a los hechos. La resistencia moral, como el grado de tensión de una cuerda, no se conoce hasta que se prueba... Pero me parece que hemos hablado bastante, hijito. Ahora, a dormir. | ||||
—74→ | ||||
OROZCO.- A dormir tú, yo no. | ||||
AUGUSTA.- Los dos... (Para sí.) ¡Ay, cuánto me molesta este diálogo!... Quiero estar sola, y pensar lo que a mí me dé la gana, sin tener que llevar a cuestas el pensamiento ajeno... Fingiré que duermo, para que se calle. | ||||
OROZCO.- Como si lo viera, Joaquín me presentará algún antiguo y olvidado crédito... ¡Pero si por mi cuenta no hay ninguno que no esté satisfecho...! (Suspirando) ¡Ay!, esa maldita Humanitaria ha dejado tras sí un rastro vergonzoso. Yo no soy responsable; pero disfruto del capital que se amasó con aquel negocio, en que trabajaron juntos mi padre (que Dios perdone) y este Joaquín Viera, que es de la piel del diablo. No juzgo lo que hicieron. Después Joaquín se arruina, se va al extranjero y se dedica al chantage y a mil trapisondas. ¡Quién sabe si se descolgará ahora con algún enredo...! ¿No crees tú que...? (Observando a su mujer que no chista.) Vaya... se ha dormido. ¡Pobrecilla! | ||||
AUGUSTA.- (para sí.) Me cree dormida. De este modo me rodeo de soledad, me meto en mí. (Atendiendo sin mirar.) —75→ Parece que discute consigo mismo en voz baja. Yo pensaré en silencio. Los dos padecimos con el insomnio; pero por ¡cuán distintos motivos! A mí me desasosiega el pecado y a él la perfección... No le siento ahora; no sé qué daría porque se durmiese profundamente. También yo... empiezo a notar, así, cierta torpeza, como si las ideas se me cuajaran... (Pausa.) Pero no se calma la inquietud que siento en mi corazón, este temor, esta ira, los celos. Se calmaría quizás si lo contase a alguien. Consuelo del espíritu turbado es la confesión; pero la confesión religiosa no acaba de satisfacerme. A un cura tendría yo que prometerle la enmienda, y esto no puede ser. Le engañaría si la prometiera; sería estafar la absolución, que es lo que hacen la mayor parte de los penitentes, figurándose de buena fe que están arrepentidos y creyendo que no reincidirán. Como no me gusta engañar, empiezo por no engañarme a mí misma. El que a mí me confiese ha de ser un sacerdote extraordinario, ideal, superior a cuantos hombres andan por el mundo, de un saber tan grande y de una sensibilidad tan fina para tomar el pulso a las pasiones, que pueda yo mostrarle con sinceridad hasta los últimos dobleces de la conciencia... (Agitándose en el lecho.) ¿Pero yo estoy dormida o despierta? Porque esto que pienso no es un despropósito de los que solemos soñar... esto que se me ocurre indica talento... —76→ vaya si lo indica... Pues sí, ese confesor que me hace falta, ya lo siento venir. Parece que lo traigo yo misma con la fuerza de mi pensamiento... (Aparece la SOMBRA DE OROZCO, sentada junto al lecho. Es una forma indeterminada, cuyo ropaje no se percibe: distínguense claramente la cara y las manos.) Aquí está ya. Lo que yo me figuraba: su rostro es el mismo de mi marido; sus ojos, que me miran con tanto cariño y dulzura, revelan el saber total y la piedad eterna... (Le mira fijamente.) ¿Y qué?... (Pausa.) No dice nada. No hace más que clavarme su mirada, que me penetra hasta lo más hondo. No, no mentiré, no te ocultaré nada. Confesor, no me causas miedo, sino confianza... (Agitándose más.) Ya, ya sé qué es lo primero que debo decir: cuándo empezó mi infidelidad y la razón de ella. ¡La razón de ella! ¿Yo qué sé? Esas cosas no tienen razón. Le traté algún tiempo, ya casada, sin sospechar que le quería con amor. No caí en la cuenta de que estaba prendada de él sino cuando me declaró que se había prendado de mí. Tres días de ansiedades y de lucha precedieron a uno memorable para mí. ¡Vaya un diita, Señor! No me acuerdo bien de lo que sentí aquel día. La vida se me completó. Le amé locamente, y cuando me fui enterando de sus desgracias, de las cadenas ocultas que arrastra el pobrecito, le quise más, le adoré. Declaro que hay dentro de mí, allá en una de las cuevas más escondidas del alma, una —77→ tendencia a enamorarme de lo que no es común ni regular. Las personas más allegadas a mí ignoran esta querencia mía, porque la educación me ha enseñado a disimularla. Pues sí, tengo antipatía al orden pacífico del vivir, a la corrección, a esto mismo que llamamos comodidades. Esto de hacer un día y otro las mismas cosas, el tenerlo todo previsto, el encontrar todo a punto, me entristece, me fatiga. Bendito sea lo repentino, porque a ello debemos los pocos goces de la existencia. ¿Hemos nacido acaso para este tedio inmenso de la buena posición, teniendo tasados los afectos como las rentas? No, para algo nos habéis dado la facultad de imaginar y de sentir, por algo somos un alma que ama los espacios libres y quiere dar un paseíto por ellos. Este compás social, esta prohibición estúpida del más allá no me hace a mí maldita gracia. Y lo peor es que la educación puritana y meticulosa nos amolda a esta vida, desfigurándonos, lo mismo que el corsé nos desfigura el cuerpo. De este modo aprendemos la hipocresía, y buscamos compensación al fastidio, trayendo a nuestra vida algún elemento secreto, algo que no esté a la vista ni aun de los más próximos. Tener un secreto, burlar a la sociedad, que en todo quiere entrometerse, es un recreo esencial de nuestras almas con corsé, oprimidas, fajadas... Sin misterio, el alma se encanija. Aborrezco esa vida, que no vacilo en llamar pública, —78→ o si se quiere, legal, muy santa y muy buena para quien se pueda amoldar a ella, pero que no es para mí... Que me quite Dios las ideas que me andan por dentro del cráneo, que me quite los nervios, y me volveré la burguesa más pánfila de la clase... (Se agita de nuevo y contempla con estupor la SOMBRA.) Veo que me miras con ojos benévolos. No podía ser de otra manera. Declaro todo lo que siento, y me someto al fallo tuyo... ¿Soy pecadora o qué soy? No me dices nada. ¿Por qué callas? ¿Te asombras de que no me disculpe? No siento en mí la disculpa. Creo que al principio intenté sofocar el amor hacia un hombre que no es mi marido. Pero pronto me convencí de que era inútil intentarlo. Me encantaban la persona y sus palabras, el sonido de su voz, su carácter noble, su susceptibilidad, sus desgracias, la pobreza disimulada con tanta gallardía; y no puedo dejar de amarlo, ni en rigor, aquí dentro de mí, me avergüenzo de ello. ¿Qué tienes que objetarme? Dirás que estoy unida por la ley a ese amigo sin par, a ese hombre extraordinariamente bueno y amable. Yo reconozco sus méritos y virtudes, yo le admiro. Tú que me oyes, ¿eres él o has tomado su rostro para inspirarme más respeto? Porque si eres él mismo, y vienes a oírme en confesión, te traerás la razón grande, el metro elástico para medirme, habrás dejado fuera de aquí las reglas chiquitas, hechas a gusto —79→ del medidor... Dime al fin el juicio que te merezco; háblame, para que yo no crea que es mi propio pensamiento quien te pone delante de mí. (Sofocada.) ¡Dios mío, el talento que saco en estas horas de insomnio me hace padecer! (A la SOMBRA.) ¿Qué piensas de mí? ¿No me dices una palabra consoladora? Cuando entraste, me mirabas con indulgencia, y ahora... (La SOMBRA principia a desvanecerse.) ¿Te vas?, aguarda... En verdad, que no puedo asegurar que estoy despierta ni que estoy dormida... ¿Crees que no he sido bastante sincera? No te vayas, no... (La SOMBRA desaparece.) ¡Disparates como los que yo pienso! (Llevándose la mano a los ojos.) ¡Pero si yo no dormía! Despierta estaba, y qué sé yo... puedo jurar que le he visto ahí... una persona, un sacerdote, un ser extraño, con la cara y los ojos de... ¡Qué desatinos engendra la fiebre!... Sí, en mi juicio estoy. (Golpeándose el cráneo.) No tengo duda. Mi marido duerme tranquilamente. Y yo imaginaba confesarme con él!... ¡Vaya, que es de lo más absurdo!... En el fondo no deja de tener cierta gracia... (Se incorpora.) ¡Qué suplicio el de estar en la cama sin sueño!... Pausa larga. Permanece un rato con las ideas obscurecidas, murmurando frases deshilvanadas. Restrégase los ojos. Por fin se aclara su juicio, y se reconoce en la realidad. Difícil es que pueda precisar si he dormido —80→ o no... Lo que es ahora bien despabilada estoy... ¡Ay, amor mío, cuánto me haces sufrir! Quiero verte, quiero dolerme de tus agravios, y que me pidas perdón y desvanezcas este enojo que siento contra ti. No puedo soportar tu amistad con esa mujer indigna. No te vale decirme que las visitas son inocentes. ¿Qué objeto tienen entonces? No escucho tus explicaciones, no las admito. Esta noche me has parecido amable, como pesaroso de ofenderme y con deseos de desagraviarme. ¿De veras quieres que nos veamos mañana en nuestro asilo? ¡Y yo, tonta, respondí que no! ¡Tenemos a veces unos arranques de dignidad tan ridículos!... (Pausa.) Nada, mañana le escribo en cuanto me levante; le diré: «Aunque tú no lo mereces, grandísimo pillo, necesito oír tus descargos; y acudiré a la hora de costumbre. Si tardas te araño». No, no, esto es humillante. Debo fingirme muy incomodada, ¡uy, qué genio tengo!, y con pocas ganas de perdonar. Él es el que debe humillarse. Coquetearemos. Le diré: «Amigo mío, es preciso que esto concluya, y vale más que tratemos, serenamente y sin atufarnos, de nuestra separación definitiva». Esto, esto; magnífico. ¡Qué feliz idea! Quisiera tener aquí lápiz y papel para apuntarla, no sea que se me olvide de aquí a mañana... ¡Señor, qué ansiedad, y cómo se estiran las horas de la noche! Me dan ganas de saltar de la cama volando, y escribir la esquela —81→ antes que se me escape del cerebro aquella idea felicísima. No; aguantareme aquí. Tomás no duerme. Se sorprendería de verme levantada. ¡Ay, qué tumulto dentro de mí! Esa Peri, esa Peri; no la puedo ver. He de obligarle a que me prometa no poner más los pies en su casa. No, no le escribo lo que pensé. Más fuerte, más fuerte, y unos morros así... Le diré: «Imposible perdonarte tus visitas a esa mujerzuela. Entre tú y yo no puede haber ya ni siquiera amistad, si no me juras...». Sí, que jure, que jure, que se fastidie... Esto es lo que he de escribirle... ¡Ah!, se me ocurre ahora otra idea estupenda. Una carta llena de ternura es lo mejor, pues si me muestro arisca y exigente, puede que se incomode. ¡Es tan orgulloso! Nada, nada, mucha suavidad, quejas dulces... «Eres un ingrato, y correspondes mal al inmenso cariño que te tengo. No debiera verte más; pero soy débil, y mi debilidad te necesita. No me faltes esta tarde, si no quieres que me muera». Esto escribiré... ¡lástima no tener lápiz!... porque si no lo apunto, de fijo que se me olvida... Estoy llorando, y no había notado que lloro... (Pausa.) Me parece que Tomás descansa. Su respiración indica sueño... (Poniendo atención.) Sí, duerme. Me levantaré. Las sábanas son de fuego... Me levanto, voy al gabinete, y endilgo esa carta, antes que se me borre la idea... No, esperaré, a que sea más tarde, a que apunte el —82→ día, que ya no puede tardar. Y nada de ternura, nada de mimos. Hay que tratarle a la baqueta. Pero ¿y si se crece al castigo? No, no se crecerá... Lo que hay es que no puedo seguir acostada. Arriba, pues. En mi gabinete escribiré. Hora tremenda es esta para el cerebro. Creo que me vuelvo loca si sigo así. (Salta del lecho, se pone la bata, mete los pies en las pantuflas, y de puntillas recorre la alcoba.) ¡Ah! Gracias a Dios, me siento más serena. En cuanto salí de las abrasadas sábanas, soy más dueña de mí. Las ideas se me aclaran. No, no escribo ahora. Tengo la seguridad de que lo que escribiese hoy me parecería mal mañana, y rompería la carta. Al medio día le pondré cuatro líneas, muy secas, citándole... ¡Qué frío hace! Cuatro palabras, y luego, charlando cara a cara, le diré muchas cosas, pero muchas cosas... (Después de dar algunos pasos, detiénese junto al lecho de OROZCO, y contempla a éste dormido.) Mañana romperé la regularidad enervante de esta vida, mañana probaré lo misterioso y secreto, que arroja algunos granos de sal sobre la insipidez de lo legal y público. El corazón apasionado se alimenta de la flor de lo desconocido. Envidio a los que, al abrir los ojos, dicen: «¿Qué me pasará hoy?, ¿qué comeré hoy?...». Hombre santo y ejemplar, tus luchas son como una comedia que compones y representas tú mismo en el teatro de tu conciencia para conllevar el —83→ fastidio del puritanismo. El bien y el mal, esos dos guerreros que nunca acaban de batirse, ni de vencerse el uno al otro, ni de matarse, no cruzan sus espadas en tu espíritu. En ti no hay más que fantasmas, ideas representativas, figuras vestidas de vicios y virtudes, que se mueven con cuerdas. Si eso es la santidad, no sé yo si debo desearla. Duerme... (Volviéndose hacia un cuadro de la Virgen, Murillo auténtico.) Pero, lo que yo digo, los santos deben estar en el Cielo. La tierra dejárnosla a nosotros los pecadores, los imperfectos, los que sufrimos, los que gozamos, los que sabemos paladear la alegría y el dolor. (Contemplando otra vez a OROZCO.) Los puros, que se vayan al otro mundo. Nos están usurpando en este un sitio que nos pertenece. (Principia a amanecer.) |
—84→ —85→
Escena I | ||||
Antesala de un círculo de recreo. Sucesivamente cambia en escalera, en calle y en café, según se indica. | ||||
FEDERICO VIERA, MANOLO INFANTE. | ||||
FEDERICO.- (que sale por el fondo.) ¡Maldita sea mi suerte! ¡Necio de mí! Debí prever este desastre, pues cuando nos amenaza un día de prueba, la noche que le precede es siempre una noche de perros. Las desdichas, como las venturas, no vienen nunca solas: vienen en parejas, como la Guardia civil. Si mañana (debo decir hoy, porque son las dos) ha de ser para mí un día tremendo, ¿cómo no calculé que esta noche no podía ganar? Las vísperas de los días malos son... peores. (Un lacayo le pone el abrigo.) | ||||
INFANTE.- (que entra por la derecha, como viniendo de la calle.) ¡Hola... Federico el Grande... qué oportunidad!... | ||||
FEDERICO.- Infantillo, ¿venías a buscarme? | ||||
—86→ | ||||
INFANTE.- Justamente, a eso vengo... Salía de mi honrado Círculo de Ingenieros, y dije: «voy a subir un momento allá, a ver si está ese perdío y le arranco al nefando tapete, para llevármele a tomar chocolate, y echar un párrafo con él». | ||||
FEDERICO.- ¡Cuánto te hubiera agradecido que me arrancaras al nefando tapete!... ¡Noche más infame!... Vámonos, vámonos. (Bajan la escalera.) ¿Tenías que decirme algo concreto, o simplemente charlar? | ||||
INFANTE.- Nada concreto. | ||||
FEDERICO.- ¿De veras? Tú eres muy ladino, y con esa apariencia de bon enfant, tienes tus trapacerías, y en la conversación un gancho invisible para extraer las ideas. | ||||
INFANTE.- Me juzgas a mí por ti mismo. Indeliberadamente, atribuimos a los demás nuestras propias cualidades. | ||||
FEDERICO.- En este caso, el listo eres tú... y yo también un poco, porque adivino de qué quieres hablarme. | ||||
—87→ | ||||
INFANTE.- Mejor; así no necesitaré exordio. Cuando nos atormenta una idea fija, nos arrimamos a las personas que pueden darle pábulo. Es una necesidad del alma. Sí... confieso que te busco para charlar, pero siempre con ánimo de que la conversación recaiga en lo de siempre, en mi prima. | ||||
FEDERICO.- Creí que con lo que te dije hace dos días quedabas convencido y satisfecho. | ||||
INFANTE.- Lo estoy por lo que a ti se refiere. Te he borrado de la lista de sospechosos; pero puedes volver a ella cuando menos lo pienses. Te absuelvo libremente, pero quedas sujeto a las resultas del proceso... Y en cuanto a ella, ¡qué bien defiende su enigma! Mas yo he jurado ante la laguna Estigia descifrárselo, y se lo descifraré. Estas noches he puesto varias trampas. Hubo momentos en que creí ver caer en ellas a Malibrán, a ti, al oficialito de artillería, al propio Calderón de la Barca... Pero no cayó nadie. Todos los indicios son tan vagos, que nada racional puedo fundar en ellos. | ||||
Calle. | ||||
FEDERICO.- ¡Qué noche tan clara y serena! Se ensancha —88→ el alma mirando el cielo estrellado, y espaciándose por ese azul inmenso. Las noches de Madrid son mejores y más bellas que los días, y en mi opinión, toda la vida, la política, los negocios, el comercio y la poca industria que hay, debiera hacerse de noche. | ||||
INFANTE.- A eso vamos. | ||||
FEDERICO.- ¡Mira ese cielo; pero míralo, hombre! ¡Observa qué templado ambiente! | ||||
INFANTE.- Sí, sí; pero no varíes la conversación. Oye una cosa. Dice Schopenhauer que cuando sufrimos un fuerte dolor físico, si nos ponemos a analizarlo, aplicando a él todo nuestro espíritu con insistencia, el dolor se alivia. | ||||
FEDERICO.- ¿Te has consolado así? Vaya, menos mal. | ||||
INFANTE.- Déjame concluir. Verás cómo hago mi análisis. Empiezo por preguntarme: «¿pero estoy yo realmente enamorado? ¿Esto que siento es lo que llaman amor? ¿Hállome dispuesto al sacrificio, a la abnegación, a posponerlo todo al objeto amado?». ¡Ay!, me temo que si tocaran a sacrificarse mucho, yo, francamente... vamos, que —89→ no. De lo cual deduzco que lo que siento es una pasión de amor propio, la pasión de las sociedades refinadas, como dice Malibrán. Lo que tomamos por amor no es más que el afán de vencer y de halagar nuestro orgullo. Te confieso que quiero a esa mujer como se quiere lo que llega a constituir un gran empeño de nuestra vida, lo que representa un triunfo, una gloria, el colmo de nuestros afanes. He dado con el vocablo: no debo decir que amo a mi prima, sino que la ambiciono. | ||||
FEDERICO.- Lo comprendo; pero como en mí se ha extinguido hace bastante tiempo toda ambición, no siento bien lo que me dices. Vamos, tú corres detrás de ella como otros detrás de un acta, de una gran cruz o de una cartera. | ||||
INFANTE.- No es enteramente lo mismo; pero en fin; hay alguna semejanza. | ||||
FEDERICO.- Pasión de vanidad, o si quieres, pasión de gloria. Vencer, ganar una batalla, descubrir un territorio, inventar una máquina. | ||||
INFANTE.- Algo así, algo así... Y en suma, lo que me trae a mal traer es la rivalidad, sentimiento —90→ profundamente humano, la envidia (demos a las cosas su nombre), el temor de que la batalla que yo debía ganar la tenga ya ganada otro, que otro inventor haya descubierto lo que yo inventar quise. Y persigo a mi rival con ensañamiento. Si eres tú el que busco, dímelo por Dios; si sabes algo de otro, dímelo también. | ||||
FEDERICO.- (fríamente.) Pues sí sé... Vaya si lo sé... y contando con tu discreción, voy a decírtelo. | ||||
INFANTE.- Bendita sea tu boca, si no te sales con alguna extravagancia. | ||||
FEDERICO.- Pues sí, Augusta está enamorada... de su marido. | ||||
INFANTE.- ¡Ay, qué pillín! Como si no supiéramos con cuánta sandunga 4 concilian ellas sus deberes con sus caprichos. Estiman a sus maridos, los respetan, hasta les aman; pero luego hacen en la trastienda de su alma unas distinciones jesuíticas, que son lo que hay que ver. | ||||
FEDERICO.- Eso no reza con nuestra amiga, que tiene a su marido un cariño firme y leal. | ||||
—91→ | ||||
INFANTE.- Te diré... Razonemos. A mí me parece que Augusta estima a su marido, y le quiere, y no le pondrá en ridículo por nada del mundo. No hay miedo de que dé escándalos, y si tiene, como pienso, algún drama íntimo de estos imposibles de evitar en las altas clases sociales, uno de estos... llámalos errores, llámalos derivaciones espiritualistas, o materialidades que nacen de la excitación de la vida elegante, en fin, dales el nombre que quieras... pues digo, que si se sale de la vía legal, ha de ser con sensatez y buenas formas, guardándole a su marido todo el respeto, y hasta el cariño... que... Mira tú, para aclarar esto, sería preciso que antes fijáramos todas las categorías y formas del amor, las cuales son tantas que no se cuentan nunca, y cada día encontramos una categoría y una forma nuevas. | ||||
FEDERICO.- ¡Cuánto sabe este chico, Dios!... Pues yo no admito esas filosofías de estira y afloja, y me atengo a la idea de que Augusta es honrada. | ||||
INFANTE.- Es que la honestidad también tiene sus categorías. | ||||
FEDERICO.- No, no las tiene. Veo, Infantillo, que siendo —92→ yo un mala cabeza, como dicen, y tú uno de los niños más formalitos de estos tiempos, estoy menos corrompido que tú. Pues te digo otra cosa: tus pretensiones son una mala acción y una deslealtad. | ||||
INFANTE.- Si pones la cuestión en el terreno de la moral del Amigo de los Niños... | ||||
FEDERICO.- Que es la única. Si yo me viera en tu caso, me haría infeliz la idea de agraviar y deshonrar a un hombre tan bondadoso, tan digno de respeto y amistad. Dime, ¿eres tú de los que ven en Orozco un hipócrita, un egoistón lleno de camándulas? | ||||
INFANTE.- No, yo no creo eso: le tengo por persona estimabilísima. Pero te diré... Yo no hago la sociedad. La pícara está formada ya. Si ahora me dijeran a mí: «Infante: ahí tiene usted el caos. Fabrique usted la sociedad como cree que debe ser, bien ajustadita a los principios eternos», cuenta que lo arreglaría a gusto tuyo, a gusto de todos los sensatos y escrupulosos. Pero como me la encuentro hecha, y vieja ya, con multitud de repliegues y arrugas; como la moral existe, y es otro vejestorio entrado en siglos, con sus reservas, sus distingos, sus ondulaciones, —93→ yo no he de ponerme en ridículo, haciéndome el apóstol de la línea recta. Juraría que piensas lo mismo que yo; pero por afán de originalidad, te las das ahora de Catón inflexible. | ||||
FEDERICO.- Cree de mí lo que quieras. Aquí donde me ves, tan desquiciado, tengo yo mis preferencias por la línea recta. Me dirás que no la sigo; pero en estos tiempos, hasta el conocerla sin andar por ella viene a ser un mérito. Soy bastante testarudo, y poseo pocas ideas morales, pero firmes y claras. Aborrezco las interpretaciones farisaicas. Bien sé que no tengo autoridad. Lo que es autoridad, maldita la que hay acá; por eso te digo lo que los curas dicen: «Haz lo que te predico y no lo que yo hago...». ¡Pero si hallarás por ahí mil mujeres a quienes puedes aplicarte...! Busca otra, que las hay con maridos tontos o merecedores de que se les burle. Pero a esa déjala... déjala. | ||||
INFANTE.- ¿Crees en conciencia, no en conciencia estrecha, sino en conciencia amplia, la única que podemos tener... ¿crees en conciencia amplia, que es villanía engañar sin escándalo a Orozco? | ||||
FEDERICO.- En conciencia de todos tamaños lo creo. —94→ Dejemos la moral alta, y vengamos a la rastrera. Hasta la moral menuda te lo prohíbe. | ||||
INFANTE.- ¿Lo crees tú? He dicho sin escándalo. | ||||
FEDERICO.- Con escándalo o sin él, será una indignidad. | ||||
INFANTE.- En ti se comprendería esto, porque tienes obligaciones de cierta clase con Orozco. Pero yo no las tengo. Conmigo es un amigo de tantos. Le debo las atenciones usuales y corrientes en sociedad; pero nada más. Tú no estás en ese caso. A ti te quiere mucho; tiene por ti verdadera debilidad. ¿Sabes lo que me dijo ayer? Te lo repito textualmente: «Es preciso que entre todos hagamos un esfuerzo para regularizar la vida de ese pobre Federico, arrancándole sus hábitos viciosos. Es un excelente corazón, y un carácter hidalgo debajo de su capa de libertino con embozos de bohemio». | ||||
FEDERICO.- ¿Eso dijo? (Con sequedad y soberbia.) ¡Pero qué empeño de reformarme! Estos amigos reformadores y redentoristas me fastidian. ¿Por qué no me dejan como soy? | ||||
INFANTE.- Hombre, agradece la intención. | ||||
—95→ | ||||
FEDERICO.- Sí, la agradezco. | ||||
INFANTE.- Por lo demás, ya sabemos que a ti no te baraja nadie. | ||||
FEDERICO.- (con ira disimulada.) Pues no vacilo en decir que si yo estuviese, como tú, prendado de Augusta, y no supiera contenerme en una actitud completamente platónica, sería un hombre indigno... Si te parece, entraremos en la chocolatería. Luego daremos otro paseo hasta mi casa. | ||||
Chocolatería. | ||||
(Toman asiento, y son servidos por un mozo.) | ||||
INFANTE.- ¿De modo que tu consejo es que desista? | ||||
FEDERICO.- (ensimismado.) Sí; el honor lo pide así. | ||||
INFANTE.- ¡El honor! Ahí tienes otra cosa que no se ha definido bien todavía, y que tiene muchos arrumacos. ¿Y si yo te probara que el honor, precisamente, me manda no desistir? | ||||
—96→ | ||||
FEDERICO.- Dirías un disparate. | ||||
INFANTE.- Sobre esto hemos de hablar mucho. ¿Quieres que me pase mañana por tu casa? | ||||
FEDERICO.- (con amargura fría, dando fuerte palmada sobre la mesa.) Calla por Dios; mañana será para mí un día nefasto, con dificultades de tal magnitud que no veo cómo saldré de ellas. Mi sistema, ante estos tremendos compromisos, consiste en la ausencia de toda previsión. En el momento crítico, discurro lo que debo hacer, y lo hago. Obro por inspiración, y la inspiración y el cálculo no son compatibles. En presencia del enemigo que me acosa, siento en mí algo del genio militar, y me descuelgo súbitamente con una combinación ingeniosa y salvadora. | ||||
INFANTE.- ¡Tremenda vida! ¿Por qué no eres franco con los amigos? ¿Por qué no aceptas...? | ||||
FEDERICO.- (interrumpiéndole.) Porque me quedaría sin amigos. Déjame a mí. Yo me bandeo solo. (Tratando de arrojar de su mente las penosas ideas que le abruman.) No hablemos de eso. Tengo por sistema no apurarme por nada. Te digo que no hablemos de eso. | ||||
—97→ | ||||
INFANTE.- ¿Y si yo insistiera en hablar y en pedirte que me confiaras tus afanes, y en ayudarte a vencerlos?... | ||||
FEDERICO.- Te lo agradecería; pero francamente, no quiero perder tu amistad. | ||||
INFANTE.- ¡Perderla! | ||||
FEDERICO.- Sí, perderla. Déjame a mí. Los favores de cierta clase se pagan con el aborrecimiento. ¿Recuerdas aquel verso: inglés te aborrecí, héroe te admiro?... Pues viene que ni de molde. Querido Infantillo, tú no sabes de la misa la media. Cuando uno tiene la fatalidad de ser insolvente, si quiere conservar a los amigos, lo primero que debe hacer es no deberles nada. Inglés te aborrezco. Yo no puedo evitar que se apodere de mí una aversión insana hacia toda persona decente que viene en mi auxilio... En fin, no quiero tocar este punto. No lo toques tú tampoco, y déjame. Lo único que te diré es que no vayas mañana a casa. Estaré fuera casi todo el día. | ||||
INFANTE.- (para sí.) ¡Qué hombre este! El orgullo le acabará. | ||||
—98→ | ||||
FEDERICO.- Ahora, vámonos pian pianino a dar otro paseo. | ||||
Calle. | ||||
Siguen paseando y charlando. Llegan a la calle de Lope de Vega. | ||||
INFANTE.- ¡Qué noche tan serena y deliciosa!... Te acompañaré hasta tu casa. | ||||
FEDERICO.- Esta es la hora de las confidencias, la hora de la amistad. Me estaría yo charlando contigo, de calle en calle, hasta el día. No tengo sueño ni ganas de acostarme. | ||||
INFANTE.- Dios quiera que mañana salgas bien de tus conflictos. | ||||
FEDERICO.- Saldremos, sí. Hay fe en la Providencia. Como si yo no tuviera hoy bastantes pesadumbres sobre mi alma, me ha caído una que... Vamos, te la cuento. | ||||
INFANTE.- Gracias a Dios que me confías algo. | ||||
FEDERICO.- Y la cosa es grave. (Avanzan hacia el extremo —99→ de la calle.) Sigamos hablando hasta el Prado, y luego volveremos. Esta es mi casa. (Señalando a la derecha.) | ||||
INFANTE.- Noticia fresca. Como no digas más... | ||||
FEDERICO.- Quedamos en que esta es mi casa. Bueno. Mira ahora la de enfrente. | ||||
INFANTE.- La miro, y no veo en ella nada de particular. | ||||
FEDERICO.- Fíjate en la planta baja... en la tienda... | ||||
INFANTE.- Veo un rótulo de Ultramarinos que dice: Santana. Géneros del Reino y extranjeros. | ||||
FEDERICO.- Perfectamente. Más arriba, verás dos ventanas que corresponden al entresuelo de la derecha. Ahí tiene su escritorio ese animal. | ||||
INFANTE.- Todo lo veo, menos la relación que eso pueda tener contigo. | ||||
FEDERICO.- Te lo diré. En el escritorio trabaja un chiquillo —100→ como de veinte años, un hortera que le hace guiños a mi hermana. | ||||
INFANTE.- ¡Ah!, ya... | ||||
FEDERICO.- Y no es eso lo peor, sino que la muy tonta se deja querer de semejante mequetrefe. Lo descubrí ayer, y me volé... Escena terrible en mi casa. Tengo que hacer un escarmiento con esas lagartonas que me sirven, y plantarlas en la calle. | ||||
INFANTE.- Cuestión delicada es esa para resolverla ab irato. Considera que tu hermana no vive en la esfera social que le corresponde. Está en la edad crítica del amor... No ve a nadie... Ha visto a ese chico... | ||||
FEDERICO.- (irritándose.) Cállate. No puedo soportarlo... ¡Mi hermana dejándose impresionar por un tipo de esos...! Tú conoces mis ideas. Soy un botarate, un vicioso... pero hay en mi alma un fondo de dignidad que nada puede destruir. Llámalo soberbia, si te parece mejor. No me resigno a que ese vil hortera haya puesto los ojos en Clotilde. Soporto menos que ella guste de vérselos encima. Te aseguro que habrá la de San Quintín en mi casa. A mi hermanita la meteré en un convento de Arrepentidas, y al danzante ese, como —101→ yo lo coja a mano, como le sorprenda en la escalera de mi casa... tengo sospechas de que hay aproximaciones... como le sorprenda, te juro que no le quedarán ganas de volver. | ||||
INFANTE.- Moderación. Esas ideas son del siglo XVII, clavaditas. Comprendo que no te agrade la elección de tu hermana; pero fíjate en las circunstancias. ¿Acaso la has puesto tú en condiciones de elegir? | ||||
FEDERICO.- (nervioso.) No me vengas a mí con esa clase de reflexiones. La tapadera de las circunstancias sirve para encubrir los ultrajes al honor. Que mis ideas son anticuadas en este particular, lo sé, lo sé; pero son así, y no admito otras. Aunque me llames extravagante, te diré que no me cabe en la cabeza la igualdad. Yo no soy de esta época, lo confieso; no encajo, no ajusto bien en ella. Ya sabes mi repugnancia a admitir ciertas ideas hoy dominantes. Eso que en lenguaje político se llama pueblo, yo lo detesto, qué quieres que te diga, y no creo que con la gente de baja extracción vayan las sociedades a nada grande, hermoso ni bueno. Soy aristócrata hasta la médula... no lo puedo remediar... Eso de la democracia me ataca los nervios. Gracias que no es verdad, ni hay tal democracia, pues si la hubiera... ¡Dios nos asista! | ||||
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INFANTE.- Tú podrás pensar lo que gustes; pero como los hechos se sobreponen a las ideas, si tu hermanita se empeña en democratizarse, se democratizará... a despecho de tu aristocracia. | ||||
FEDERICO.- Prefiero verla muerta. | ||||
INFANTE.- Piénsalo bien... esas cosas se dicen pronto... pero luego, la realidad... (Aproxímase a la puerta de la casa.) | ||||
FEDERICO.- ¿Dónde estará ahora ese maldito sereno? Quizás durmiendo la mona en el hueco de alguna puerta. (Suena la cerradura, y observan que la puerta se abre por dentro.) ¡Ah!, escucha, mira. Alguien sale... |
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