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Sociedad y política en «España sin rey» (1908) de Galdós1

M.ª de los Ángeles Ayala





Con la publicación de España sin rey (1008) Galdós da comienzo a la novelización de una etapa histórica, la del Sexenio, que posee una singular característica, pues en ella refiere acontecimientos que tuvieron lugar en Madrid, sucesos que él presenció personalmente en sus años estudiantiles y que fueron objeto de múltiples Crónicas Parlamentarias que Galdós, aunque sin firma, insertó en Las Cortes, uno de los periódicos que defendieron con mayor ahínco los ideales políticos de la Revolución del 682. En el presente trabajo nos centraremos en la primera novela de esta serie incompleta de sus Episodios Nacionales. España sin rey, para dar cuenta de cómo Galdós, más que historiar acontecimientos concretos, trata de mostrar de manera impresionista el ambiente de confusión y confrontación que envolvió la promulgación de la constitución de 1869 y los primeros meses del gobierno de Prim, cuando comienzan las luchas entre partidos por situar a un candidato al trono vacante de España.

Galdós en España sin rey se mantiene fiel a su forma de novelar, pues aúna lo íntimo con lo público, tal como el propio novelista subraya en las palabras iniciales de este episodio:

Los íntimos enredos y lances entre personas, que no aspiraron al juicio de la posteridad, son ramas del mismo árbol que da la madera histórica con que armamos el aparato de la vida externa de los pueblos, de sus principios, alteraciones, estatutos y guerras. Con una y otra madera, acopladas lo mejor que se pueda, levantamos el alto andamiaje desde donde vemos en luminosa perspectiva el alma, cuerpo y humores de una nación. Por lo expuesto, y algo más que me callo [...] yo voy a referir hechos particulares o comunes que llevaron en sus entrañas el mismo embrión de los hechos colectivos.


(Pérez Galdós, 2011: 33)                


No obstante, tal como ha señalado la crítica, Galdós interpreta los hechos acaecidos y presenciados por él en los meses posteriores a la Revolución del 68 tras haber transcurrido más de veinticinco años, valorándolos desde nuevos parámetros, pues ahora milita en el bando republicano3, muy alejado anímicamente del optimismo y la confianza que en sus años juveniles depositara en la capacidad del programa liberal para cambiar el rumbo de la nación.

En España sin rey4 la ficción novelesca gira en torno a dos personajes, Juan de Urríes y Wifredo de Romarate; el primero, andaluz, joven, rico, de modales impecables, un donjuán avezado y militante en la Unión Liberal; el segundo, un nuevo alucinado quijote, defensor acérrimo de la causa carlista. La acción se sitúa a finales del año 68, cuando el gobierno presidido por el duque de la Torre convoca Cortes constituyentes, lo que desata una auténtica batalla entre las distintas facciones que defienden el pacto republicano y entre los monárquicos al enfrentarse en la elección del candidato que debe ceñir la corona de España. En este ambiente tanto los carlistas como los unionistas destacan en un primer momento, conspirando para mantener sus aspiraciones, de ahí el protagonismo de los citados personajes. Un protagonismo que involucra a otros personajes de relieve en la trama argumental, pues Fernanda, la hija del progresista Santiago Ibero5, se va a convertir en la víctima del donjuán, ya que después de solicitar su mano, este no dudará en mantener relaciones con Céfora, joven de ascendencia aristocrática que se mueve entre el misticismo y el erotismo, para, posteriormente, aceptar la proposición matrimonial auspiciada por su hermano con una adinerada marquesa con el fin de consolidar su posición de cacique en las tierras andaluzas de donde procede6. En este veleidoso comportamiento amoroso de Juan de Urríes, Galdós simboliza el carácter ambicioso y pragmático de un sector político que no duda en utilizar cualquier arma que les conduzca a afianzar su posición en la nación y defender la candidatura de Antonio de Orleans, el duque de Montpensier, al trono de España7. La historia se enlaza con total perfección en los acontecimientos ficticios, pues Juan de Urríes conocerá a Fernanda cuando recorra tierras alavesas buscando adhesiones para la Unión Liberal y obtener su acta de diputado. Del norte de España, lugar donde Galdós sitúa el progresismo histórico, representado por la familia Ibero, y el carlismo, presente a través de los representantes de la rancia casa Gauna, entre los que destaca D. Wifredo8, la narración se desplaza hacia Madrid, para mostrar el ambiente que reina en el Congreso y las calles madrileñas cuando se está decidiendo el destino de España, pues Urríes tendrá que regresar a la corte para ejercer como diputado en las sesiones que elaborarán la Constitución del 69, dejando a Fernanda en Vitoria tras su promesa de convertirla en su esposa. Galdós simboliza a través de estos dos personajes la alianza entre los progresistas y unionistas que posibilitaron la Revolución del 68. Ahora bien, el comportamiento posterior de Juan de Urríes, que mantendrá un apasionado romance con la sensual Céfora, hija natural de un carlista furibundo, el marqués de Subirana y de una judía que conoció en Roma, rompe la alianza y conduce al drama final del episodio, pues Fernanda, enamorada apasionadamente de Urríes y enterada de su relación con Céfora, irá evolucionando desde el sometimiento a las normas sociales y religiosas propias de su entorno que le indican la necesidad de arrojarlo de su mente y de su corazón9 a buscar una salida al margen de los cauces establecidos10, decidiendo abandonar Vitoria al lado de su amado. Cuando este proyecto se trunca por el carácter veleidoso de Urríes, Fernanda dará muerte a Céfora. Fernanda, la España liberal, primero, convertida en la España republicana radical, después, dará fin a la España hipócrita y tradicional que, haciendo gala de una gran religiosidad, se mueve por los más bajos y primarios instintos, aunque ello le lleve a perder su propia esencia.

El comportamiento político de Urríes corre parejo al amoroso, pues D. Juan lo mismo se presta a embaucar a posibles aliados, tal como le confiesa a Fernanda en una elocuente carta que encontramos en el capítulo XVI, como se apresura a sobornar y alimentar levantamientos de partidas tanto republicanas como carlistas, con tal de mantener la tensión social y forzar la posición del candidato de la Unión Liberal al trono español11. De hecho, el propio Juan de Urríes, en su viaje por tierras catalanas y aragonesas, presencia los violentos acontecimientos ocurridos en Tarrasa, en los que la turba republicana da muerte al gobernador interino, don Raimundo Reyes García. Galdós insinúa el papel que juega el dinero en estas revueltas, pues Antonio de Orleans dedicó parte de su capital a afianzar su posición como pretendiente al trono de España12. El dinero y la influencia política son, precisamente, dos instrumentos que Urríes emplea de forma magistral para salir bien parado tanto de sus aventuras amorosas como políticas, pues compra ambiciones y silencios, tal como lo señala irónicamente el narrador: «Entraba en los pueblos como paladín de la moralidad, y se despedía con esta tarjeta: Don Juan Tenorio, miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País» (2011: 184).

Los carlistas, defensores del Altar y el Trono, aparecen caracterizados como otra fuerza política desestabilizadora, pues como los partidarios del duque de Montpensier no dudan en alimentar levantamientos en las zonas norteñas13. Galdós en el episodio rememora las sangrientas y temerarias hazañas de los principales carlistas guerrilleros, tales como Sabariegos, Polo, el seminarista Coscaya, el beneficiado de la catedral de León, don Antonio Milla, el canónigo don Juan José Fernández, Belanzátegui, García Eslava, entre otros muchos. No obstante, en la caracterización de sus carlistas de ficción, entre los que no hallamos ninguno dedicado a las guerrillas, Galdós suele recurrir a las notas humorísticas, con el fin de ridiculizar su apego al pasado o denunciar sus pequeñas mezquindades, ambiciones y deslealtades a su propia causa. Así, por ejemplo, tras las grandes declaraciones en defensa del trono a favor de D. Carlos, los intransigentes representantes del carlismo esconden el interés personal que les mueve a actuar y conspirar, como sería el caso del sacerdote castrense Víctor Ibraim que espera, impacientemente, que el propio Romero Ortiz le otorgue la rectoría de Atocha, destino de especial relieve y de pingües beneficios. D. Cristóbal Pipaón, por su parte, se imagina asimismo llevando la mitra y sortija de obispo o cardenal, mientras que el destacado personaje D. Wifredo, cuando viaja a Madrid para ponerse a las órdenes de la causa carlista, imagina que sus esfuerzos serán recompensados con una embajada en cualquiera de las cortes extrajeras. Es, precisamente, este personaje el que se describe con mayores notas humorísticas en el episodio, tal como se aprecia ya en su presentación, cuando el narrador señala que cifraba todo su orgullo «en pertenecer a una de las Órdenes de caballería más ilustres y nada le halagaba más que le llamaran señor bailío, aunque todos ignorasen el significado de la palabreja» (2011: 40-41), de ahí que D. Wifredo de Romarate y Trapinedo pusiese en sus tarjetas un casco rematado con plumas sobre su nombre, «y debajo este título insigne y pomposo: Bailío de Nueve Villas en la Real y Militar Orden de San Juan de Jerusalén» (2011: 40). Un caso especial de deslealtad y oportunismo lo representa la marquesa de Subijana, antigua camarera de doña Francisca, personaje que junto a su esposo acompañó a la familia del Pretendiente en su destierro en tierras portuguesas e inglesas. A pesar de declararse partidaria «del gallardo príncipe, hijo de don Juan y nieto de Don Carlos María Isidro» (2011: 55), no duda en ensalzar y bendecir la figura de Serrano, pues mediante la ayuda de Urríes, este ha intervenido para solucionar el litigio que la marquesa mantiene con el Estado, consiguiendo recuperar las salinas de Añana, lo que le devuelve a un estado de prosperidad. El pragmatismo del personaje se manifiesta sin ningún rubor al afirmar que «Las ideas caen desplomadas en cuanto tosen fuerte los intereses...» (2011: 125). En su razonamiento la marquesa reconocerá que el interés material se sobrepone a los antiguos ideales:

Las circunstancias me han obligado a cambiar de ídolos... Así hemos de llamar a los figurones que dirigen las cosas públicas. La gratitud se parece mucho a la devoción religiosa. Por ella quito del altar los santones apolillados, y pongo un santirulico acabado de salir de la tienda, el duque de la Torre.


(2011: 125-126)                


Wifredo de Romarate se convierte en un personaje clave, pues a través de sus andanzas por Madrid y, especialmente, con su asistencia a la tribuna del Congreso, Galdós va trazando un cuadro de los principales personajes históricos que intervinieron en aquellos trascendentales momentos en los que se fraguan los derechos individuales en una magna constitución. Allí, en aquel recinto, se escuchan las acaloradas intervenciones de progresistas, unionistas, carlistas, moderados, republicanos a favor y en contra de la libertad de cultos y demás derechos individuales; se discute sobre la conveniencia de instaurar una nueva monarquía o decantarse por la república, etc. Alocuciones salpicadas, en ocasiones, por la sátira dirigida contra los que sustentan ideas distintas al de las del orador. Sagasta, Suñer, Vinader, Romero Roblero, Moret, Romero Ortiz, Prim, Topete, Ruiz Zorrilla, Castelar, Olazábar, Manterola, Figueras, Orense, Río Rosas, entre otros muchos son objeto de atención de Wifredo que, desconsolado, ve cómo la multitud que abarrota las tribunas se deja llevar por los más elocuentes oradores, como sucede, por ejemplo, cuando toma la palabra Castelar para defender la libertad de cultos. D. Wifredo constata cómo la gente de su alrededor no es consciente de lo que está en juego, cómo los antiguos valores que iluminan su vida se debilitan en ese Madrid corrupto que no parece ser consciente de la gravedad del momento, pues las intervenciones parlamentarias lo que suscitan no son más que fervientes aplausos o frenéticos abucheos, donde las serias cuestiones planteadas son objeto de risa, de burla, de chiste «y para las cosas más graves le sueltan a usted un chascarrillo indecente» (2011: 73). Desde el punto de vista de este representante del Antiguo Régimen todo es desorden y contubernio, pues los políticos que más claman contra los diputados de otras formaciones confraternizan en los pasillos, mezclándose y conversando amigablemente. El desasosiego del Wifredo se patentiza en las descripciones ambientales que incluye Galdós en el episodio, así salones, tribunas, escaleras abigarradas de personas desconocidas, ajenas por completo al personaje, lo envuelven y lo aturden:

El cuerpo del bailío avanzaba, chocando ahora con codos, ahora con espaldas, la cháchara de tantas bocas le aturdía; la estrechez y escasa ventilación le sofocaban [...] hablaban los diputados familiarmente, en algunos grupos con cierta vehemencia, en otro con inflexiones humorísticas. Aquí estallaban risotadas, allí susurraba el secreto. La mayor sorpresa del buen señor fue ver confundidos en aquella grillera los padres de la patria de distintos partidos, bandos y facciones, y oír que conversaban en tonos de tolerancia y amistad los que públicamente se argüían con dureza.


(2011: 67)                


Todo parece proseguir una línea marcada por un destino inexorable, pues los debates no impedirán, desde su punto de vista, el desmoronamiento del Antiguo Régimen y la ruptura irremisible de la Unidad Católica, tal como el propio Romarate vaticina, cuando, con no poco pesar, afirma en el capítulo XXVI que el candidato carlista, el más claro representante de las viejas esencias, no llegará a alzarse con el trono de España. Convicción que no implica que el personaje se acomode a la situación, pues como un arcaico don quijote, velará por la suerte de Fernanda, asumiendo el asesinato de Céfora y salvando a esta del escándalo y su correspondiente castigo. Galdós no carga las notas negativas sobre este personaje que, al menos, aunque de forma equivocada, se mantiene fiel a sus propios ideales. Personaje que logra captar las simpatías del lector, ya que, dentro del círculo de los carlistas, es uno de los pocos que se mantiene fiel a sus propios principios.

En definitiva, lo que Galdós muestra en España sin rey son personalismos, egoísmos y vanidades de la clase política española, comportamientos que conducen en la historia sentimental al asesinato de Céfora a manos de Fernanda, hecho dramático auspiciado por el comportamiento del veleidoso Juan de Urríes y que corre parejo al vaivén político, a esas fuerzas desatadas que, tal como señala la sencilla criada de D. Wifredo, convierten a España en una nación ingobernable. Así cuando D. Wifredo le pregunta a su criada sobre la situación caótica que vive España, esta le señala lo siguiente:

Señor como saberlo, no lo sé... pero ello debe ser algo parecido a la república federal, porque esta no se les cae de la boca... Pues el otro cao, el de Carlos VII, también tiene pelos... Y para que estemos más divertidos, cao de Montpensier, cao de Espartero y del demonio coronado. Digo señor, que no ganamos para caos.


(2011: 204)                


Galdós, a la altura de 1908, cuando contempla la historia de aquellos primeros meses del Sexenio, parece darse cuenta de la venalidad de los políticos, de su escasa amplitud de miras, pues en vez de preocuparse por asentar las bases de un estado firme, se mueven por sus propios intereses. Lo que pretendían, en definitiva, era colocar a su candidato y asegurarse así la perpetuidad en el ejercicio del poder, tal como se señala en este elocuente párrafo:

[...] El mejor rey será el que sirva de imagen para llevado en andas en la procesión política. Con más fervor lo adorará nuestro pueblo viéndolo de palo que viéndolo de carne y hueso. El pueblo gusta de venerar los sujetos cuando se les presentan en traza de objetos barnizados e inmóviles, con ojos de vidrio... Y los que medran al amparo de esta superstición, no quieren rey vivo, sino lindo juguete monárquico que lo más, lo más, diga papá y mamá, y eche firmitas.


(2011: 188-189)                


Hace ya algunos años, Juan López Morillas subrayó que Galdós es, sin duda, el escritor de su generación que mejor supo plasmar en su producción novelística los conflictos ideológicos propios de la Revolución de Septiembre al señalar lo siguiente:

Concretamente él es quien incorpora a la novela las promesas, soliviantos y desengaños que acompañan al movimiento revolucionario; y a hacer eso radicaliza, por así decirlo, la ficción novelesca, inyecta en ella una tensión ideológica que no es sino reflejo de la radicalización que se ha producido en el mundo real y que el propio novelista siente con aguda intensidad.


(López Morillas, 1972: 30)                


En España sin rey Galdós se centra en los representantes de una causa carlista que, desde su punto de vista, desde la perspectiva de 1908, no supusieron una auténtica amenaza para el país, pues sus ideales trasnochados serían inevitable y afortunadamente atropellados por los nuevos tiempos, y en los representantes de las ideas liberales, especialmente de uno de los partidos, la Unión Liberal, que no supieron estar a la altura de las circunstancias. Críticas al conjunto de fuerzas políticas que continuarán en el siguiente episodio, España sin rey, donde plasmará el ambiente que hará inviable los ideales de la Revolución de 68, fracaso que se patentiza en el asesinato, marcadamente político, del general Prim el 27 de diciembre de 1870 y que, como es sabido, marcará un nuevo rumbo político en la convulsa España.






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