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ArribaÚLTIMA ÉPOCA

de la vida del Sr. Amát, desde 1814 en que se retiró á Cataluña hasta su muerte en 11 de noviembre de 1824.


275 Salió el Sr. Amát de Madrid para Cataluña el dia 13 de julio de 1814. Estuvo tres semanas en Trillo, y con las aguas que tomó, y los paseos por la orilla del Tajo, se restableció notablemente su salud. Visitamos el antiquísimo monasterio de Bernardos de Ovila que está á una legua, cuyo abad el Rmo P. D. Atilano Perez y demas monjes le obsequiaron con muy particulares muestras de amor y de veneracion: y el dia 16 de agosto salimos para Cataluña. Durante el viaje fué siempre disminuyendo la debilidad de S. I. y aumentándose la alegría de su semblante. Tres leguas antes de llegar á la villa de Sallent mi patria, hallamos en la casa de campo de D. J. Soler, llamada Calvet, á mi hermano mayor D. Antonio Torres Amát, á mi primo D. José Mancharell y Amát y algunos otros parientes y amigos, que tenian preparado allí un convite al estilo de los patriarcas, en el cual la sencillez y el afecto mas puro fueron la mejor salsa de todos los platos. A la entrada de la villa de Sallent esperaban al venerando Arzobispo el párroco y comunidad eclesiástica, y tambien el ayuntamiento formado en cuerpo. El párroco dirigió á S. Ilma. una tierna y muy expresiva arenga en que recordándole los primeros años de sus estudios pasados en aquella villa, le hizo saltar algunas lágrimas á él y á muchos de los circunstantes.

276 Vease como contaba este viaje escribiendo despues á su hermano el arcediano de Jerez en Sevilla, con fecha de 9 de setiembre desde mi casa paterna.= «Querido hermano: Tengo ya á Dios gracias el gran consuelo de verme en Sallent. El viaje ha sido sin tropiezo, el calor muy templado con fuertes aguceros y algunas granizadas que hubo en los paises de nuestro tránsito   —266→   é inmediatos: las jornadas cortas y cada tres dias uno ó medio de descanso: el coche muy cómodo, y con esto y algunas fuerzas recobradas en Trillo, no llegué tan molido y quebrantado como temia, bien que lo bastante para convencerme mas de que ya mi naturaleza no se halla en estado de poder recobrarse bien; y que si puedo en adelante trabajar algo, han de ser solo trabajos propios del ocio y del retiro. Estos médicos quieren que yo espere mucho de los aires en que me crié: yo espero poco: pero sea lo que Dios quiera. Y de cualquier modo ayúdame á darle gracias de que con su benigna Providencia haya dispuesto el que yo pueda acabar mis dias en este lugar tranquilo. Pues al modo que creo que tú habrias muerto tiempo hace, si hubieses permanecido en Cataluña, creo tambien que yo no hubiera podido vivir muchos meses, si hubiese tenido que permanecer en Madrid, ó en S. Ildefonso. En estos primeros dias se van viendo los parientes y los antiguos amigos de la infancia: esta diversion regularmente durará hasta la fiesta de S. Victor; y entónces con el favor de Dios tomaré el plan de vida mas análogo á mi genio, ó sea en esta misma casa, ó en el monasterio de Báges, luego que puedan pasar á Monserrate los monges de éste que hay en aquel. Recibe expresiones de todas estas familias, y ruega á Dios te guarde muchos años =Tu hermano Félix.»

277 En efecto, yo ví el tierno placer con que iba reconociendo los aposentos y varios objetos de aquella su antigua morada, testigos de los primeros estudios y diversiones de su infancia, y de las prudentes y cristianas máximas que le inculcaba su digna hermana D.ª Teresa mi amada madre6.

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Era una cosa digna de notarse la aficion con que el venerando Arzobispo de Palmyra preguntaba en aquellos primeros dias por varios labradores ó artesanos, coetáneos suyos, y los mandaba llamar y les hacia memoria de cuando jugaba con ellos en un jardin de la casa. ¡Con qué puro gozo recibió la larga visita que luego le hicieron dos eclesiásticos de la villa, uno de los cuales habia sido condiscípulo suyo, y el otro su pasante! Era este D. Francisco Pascual que murió de 89 años en 1826. Acompañado de ellos paseaba por los campos y posesiones que la casa de Torres tiene en la orilla del caudaloso rio Llobregat: otras veces salia al balcon de su cuarto, cuyas paredes lame este rio, y fijos los ojos en las hermosas cascadas con que allí delante se despeña de una altura de veinte palmos, y luego de otra de ocho, pasaba así un buen rato como dulcemente enagenado. ¡Qué contraste tan vivo (díjome un dia) hacen estas cascadas que ha formado aquí la naturaleza, con las que fabricó el arte junto á los palacios de los grandes señores! La soledad de S. Ildefonso me era siempre mas grata que la concurrencia de cortesanos en los dos meses de la jornada, y sobre todo que la vida de palacio cuando tuve que seguir la Corte; pero ¡cuánto mas gratas, son para mí estas riberas del Llobregat que los jardines de S. Ildefonso! Sí:


Foriunate senex! hic, inter flumina nota
El fontes sacros, frigus captabis opacum.


Virgilio Bucol. Egloga I. vers. 52.                


Aquí te ha deparado la adorable Providencia un tranquilo descanso: en las verdes y sombrías orillas del fresco Llobregat puedes cantar al son de la harmoniosa cítara del perseguido Dello:


Aquí vive el contento
Aquí reina la paz, aquí sentado
En rico y alto asiento
Está el amor sagrado
De honra y de deleites rodeado.

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Cuantos vean tu vida feliz y angelical podrán exclamar con el insigne poeta:


Dichoso el humilde estado
Del sabio que se retira
De aqueste mundo malvado,
Y con pobre mesa y casa
En el campo deleitoso
Con solo Dios se compasa,
Y á solas su vida pasa
Ni envidiado ni envidioso.

Pasados aquellos primeros dias, puestos en orden sus libros y papeles, y formado su plan de vida, volvió el Sr. Amát á seguir sus tareas literarias. Interrumpíalas muchas veces al dia por la debilidad de su cabeza, y se entretenia en registrar los libros y papeles de la casa de Torres, muchos de los cuales eran los mismos que él habia visto en su niñez. Antes de comer y cenar tenia un rato de conversacion con los eclesiásticos y personas principales de la villa; durante la cual mandaba entrar á veces alguno de aquellos pobres viejos que servian en la casa cuando él era niño, y les daba el socorro semanal que les señalara desde su arribo.

278 A los dos dias de llegado á Sallent escribió á su antiguo amigo el sábio y virtuoso obispo de Vich el Ilmo. Sr. Veyan, manifestándole que luego que hubiese descansado del viaje pasaria á darle un abrazo. Hallábase ya el Sr. Veyan rayando á los 80 años de su edad, y apenas salia de su palacio. La tierna y afectuosísima contestacion que le dio este venerando anciano, delegándole todas sus facultades episcopales, avivó tanto en el Sr. Amát el deseo de verle, que á últimos del mes de setiembre emprendió el viaje á pesar de la escabrosidad del camino que no permite ningún género de carruaje. Abrazáronse los dos sábios Prelados, y después de algunos momentos de un tierno y elocuente silencio, prorumpió el Sr. Veyan en estas palabras: Amigo mio, ¡cuánto placer siento en ver á Vd! ¡Cuánto   —269→   tenemos que hablar! Ya sabrá Vd. que también algunos me tacharon de afrancesado, porque me quedé siempre entre mis diocesanos, y procuré consolarlos y ayudarlos en los mayores conflictos. ¿Ha visto Vd. el dictámen que dí á la Junta superior de la Provincia sobre el juramento que exigia el Conquistador? Vamos: descanse Vd. ahora, que después hablaremos: tela cortada hay para muchos dias. Visitáronle luego el cabildo y comunidades religiosas, y las principales personas de la ciudad.

Cerca de tres semanas estuvo allí, pasando diariamente ocho ó mas horas en dulcísima y amena conversacion con el respetable Sr. Veyan. Tuvo éste la bondad de querer que yo asistiese siempre á estos coloquios. Desde niño le merecí singular afecto; y confieso que es la época de mi vida en que he gozado mas vivos y espirituales deleites. No creo que haya en esta vida un placer mas puro y sencillo que la conversacion familiar entre dos sábios amigos, unidos por la identidad de las mismas opiniones y de los mismos deseos, y que han cultivado con esmero las ciencias y bellas letras. ¡Con qué rapidez pasan las horas durante estos entretenimientos llenos de cordial y dulce franqueza! Instó mucho el Sr. Veyan á su ilustre huésped para que se quedara á vivir en su palacio, evidenciándole que podian vivir juntos y seguir cada uno su método de vida, sin ninguna variacion. Pero el Sr. Amát que habia venido de Madrid con vivísimos deseos de acabar sus dias en la soledad, lleno de amor y gratitud se despidió de aquel venerando prelado; y temiendo también el invierno que suele ser muy rigoroso en Vich, regresó á Sallent. Allí administró luego el sacramento de la confirmacion á los niños de la villa y lugares vecinos: acudieron después de pueblos mas distantes; y al cabo de algún tiempo condescendió á pasar á la ciudad de Manresa, donde estuvo confirmando muchos dias: teniendo particular satisfaccion en suplir así la imposibilidad en que estaba de hacerlo el anciano Sr. Obispo, y en dar á éste una muestra de su fino afecto. Un labrador hacendado de cerca de Manresa que llevó sus niños á confirmar, me dijo que todavía se enternecia al   —270→   acordarse de la afabilidad del Sr. Arzobispo, el cual lejos de incomodarse por la multitud de niños que de todas partes acudian cada dia, manifestaba que se complacia en tenerlos delante y en acariciarlos. Véase como habla de su salud y ocupaciones desde que salió de Trillo en 16 de agosto de 1814 hasta 30 de setiembre de 1815, fecha de la larga carta á su amigo Sr. Dou.

279 El progresivo decaimiento de fuerzas, le dice, que experimentaba en Castilla desde las novedades de Aranjuez, y las violentas conmociones con que en el invierno solia acometerme la tós, me hacian creer inevitable mi muerte en el invierno inmediato si no podia ántes venirme á Cataluña. Sin embargo por decirme el médico que en el estado de debilidad en que me hallaba no podia exponerme á las incomodidades de tan largo viaje en lo mas fuerte de los calores, hubiera querido no emprenderle hasta primeros de setiembre. Pero exigiendo las ocurrencias del tiempo el que yo saliese de Madrid cuanto ántes, dispuso el médico que fuese á tomar las aguas de Trillo, y salí el 13 de julio. Probáronme muy bien: recobré algunas fuerzas: y el 16 de agosto salí de aquella villa para esta, adonde llegué el 29 del mismo, mas fuerte, ó menos débil de lo que habia estado en cinco años. Los primeros meses se los llevaron las visitas de parientes y amigos que recibí, y la que hice al respetable anciano Sr. Obispo de Vich. Después se han ido arreglando mis libros y papeles, que han venido todos de Madrid; y aunque la tós en el invierno no fue violenta como en Castilla, con todo no dejó de ser muy impertinente, obligándome á guardar cama muchos dias, y privándome de toda tarea; pues la sola lectura seguida de menos de una hora me la excitaba para largo rato. De modo que en estos trece meses solo dos ó tres semanas ocupé algunas horas cada dia en un lijero trabajo literario; pues habiéndome gustado los dos tomitos italianos de una impugnacion de las máximas anti-monárquicas de Spedalieri que me dejaron, y no confiando hallar otro ejemplar, creí mas breve y mas barato dictar una traduccion libre en castellano, que extractarlos ó copiar el original.........

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280 Amigo: con lo dicho hasta aquí tiene Vd. la relacion completa que Vd. me pide de mis estudios ú ocupaciones literarias en estos años; y no debe Vd. admirar que haya salido tan difusa y pesada: pues no ignora que los mas de los viejos en comenzando á hablar de nuestras cosas, no sabemos dejarlo. De lo que voy á dar á Vd. otra prueba, añadiendo que habia ofrecido tiempo hace salir para Vich á últimos de agosto, confirmar al tránsito en Calders y Moyá, y pasar el setiembre y parte de octubre en aquella ciudad con la apreciable compañía de aquel Sr. Obispo, que tan bien me probó el año pasado. Pero se me descompuso el estómago que todavía se me mantiene muy débil, y no me ha sido posible cumplir mi palabra. Con este motivo voy desde ahora á continuar mis tareas de Madrid sobre Bossuet y Fleury, pues tiempo hace que reflexioné que á pesar de la total ruina del poder colosal que tanto nos dio que sufrir y que temer los años pasados, y del religioso respeto con que nuestro adorado Monarca mira todas las cosas de la Iglesia, no podemos negar que en las extraordinarias urgencias del Estado subsiste un impulso demasiado eficaz á favor de la antigua opinión de los que piensan que en España no contribuyen bastante las rentas de la Iglesia á la defensa del Estado: y al mismo tiempo la suma pobreza de gran número de iglesias parroquiales, y otros establecimientos de piedad y sus sirvientes parece que exije que se les auxilie con rentas eclesiásticas de las que sean menos necesarias en los destinos que actualmente tienen. Por lo mismo creo que también ahora es del caso que se extiendan y se aclaren las doctrinas mas exactas para que el clero conozca hasta dónde será justo que se conforme con los deseos de la potestad secular, y en lo perteneciente á jurisdiccion ó disciplina, y hasta qué punto podrá condescender ó tolerar, si por desgracia alguna vez la potestad secular al parecer exigiese ó se extendiese mas de lo justo.

281 Vd. conoce cuán delicadas y cuán importantes son las materias de que me propongo tratar; y por lo mismo suplico á Vd. que con sus oraciones y sacrificios me ayude á alcanzar   —272→   del Señor, que si me concede algun tiempo de vida y algunas fuerzas para proseguir este trabajo, me haga la gracia de que en cuanto escriba no haya proposicion que no sea conforme á la verdad, y que todas sean dictadas por la caridad, y dichas con prudencia.=El Sr. guarde á Vd. muchos años. Sallent á 30 de setiembre de 1815.»

282 Desde que llegó el Sr. Amát á Sallent fomentó la idea que tenia la casa de Torres de convertir la huerta contigua á ella en un edificio para máquinas de hilar algodon ó lana, cuyo alquiler proporcionase á dicha casa algún alivio en los años de malas cosechas, y al tiempo de tener que dar carrera ó colocacion á los hijos. Comenzóse el edificio en 1815: pero después de pocos meses el comerciante de Manresa D. Manuel Torrens hizo creer al Sr. Amát como muy provechoso á la familia el enlace del heredero con una hija suya, y el formar allí un edificio mucho mas grande, costeado por la compañía de Miralda, á cuenta de alquileres. Pronto conoció el Sr. Amát que ya no presentaria la casa de Torres la soledad y sosiego que ántes: y así volvió á su primitiva idea de pasar una gran parte del año en el monasterio de Báges á dos leguas de Sallent en un despoblado, á la orilla del río Llobregat; ya que el de Monserrate no estaba todavía reedificado, después del incendio que sufrió de las tropas de Napoleon. Mas estando por lo mismo el de Báges muy lleno de monges de Monserrate, resolvió arreglarse una celda allí cerca en el convento de Franciscos de Sanpedor. A la primera insinuacion que hizo al P. Lalana, provincial que era entónces, sugeto de mucha ilustracion y prudencia, puso éste todo el convento á la disposicion del Sr. Amát, para que acomodándose las celdas que quisiese, dispusiese á su gusto la habitacion.

283 En 3 de agosto de 1817 lo participaba éste al Sr. obispo Strauch, sucesor del Sr. Veyan. Después de darle noticia de varias obras literarias que podrian serle útiles, en contestacion á lo que le habia escrito, concluye: «Hace tres semanas que estoy en este convento de Sanpedor, y cada dia me hallo mejor en él. Aunque en Sallent metido en mi cuarto podia estar solo   —273→   y tan retirado como queria, hallaba de menos el poder oir con alguna mayor frecuencia cantar los Divinos oficios, y algunas otras comodidades que lograré ahora con el favor de Dios, viniendo á pasar algunas temporadas en esta celda que se ha compuesto muy cómoda y decente.» Tal le parecia al humilde Arzobispo, aunque bien se echa de ver lo que pueden dar de sí tres celdas de un pequeño y pobre convento de frailes Franciscos, en las que debia haber todas las estancias de una casa. Pero compensaba la estrechez de la celda el estar el convento en una hermosa aunque pequeña llanura en las faldas de la admirable montaña de Monserrate, la cual es como el altar de la patria á donde acuden de toda Cataluña, y de muchos pueblos de España y Francia á ofrecer sus votos á Dios por medio de su santísima Madre que allí se venera en una devota y antiquísima imágen. En dicha celda pues resolvió el Sr. Amát pasar la mayor parte del año. Disuadíanle varios amigos de esta idea, extrañando mucho el que no fijase su residencia en Barcelona; ponderábanle el placer que sentiria al verse entre sus parientes, y visitado de toda especie de literatos. A lo menos, le decian, retírese Vd. en Sabadell en su misma casa, que está sola y desocupada, y cerca de Barcelona. Nada de esto hizo vacilar un momento al Sr. Amát. La soledad de Sanpedor le era mas grata que la populosa Barcelona. S. Ildefonso, Sallent y Sanpedor fueron como el solitario asilo destinado por la Providencia al Arzobispo de Palmyra, para que pudiera meditar y estudiar algunos años mas la Religion, y defender sus santas verdades con admirable sencillez y nerviosa elocuencia. Y ¿qué vida es la que observó este varon sábio morando como hermitaño en estas soledades? La conducta privada de los héroes del siglo tiene que cubrirse muchas veces con un denso velo para que no desaparezca su grandeza. Todo al revés en los héroes cristianos.

284 ¡Oh virtuoso y humilde Prelado! No puedes ya impedirme que descubra lo mas interior de tu vida. Y pues que tus costumbres y tus acciones domésticas presentan un perfecto modelo á los ministros de la Religion, tiempo es ya de que lea la imparcial y justa posteridad lo que tu modestia no hubiera   —274→   consentido que publicásemos los que hemos vivido en tu compañía. Es máxima constantemente recibida entre los mejores biógrafos, que en la historia de aquellos hombres grandes, que contribuyeron con sus talentos y virtudes al bien general de los pueblos, es preciso descender á veces á ciertas particularidades ó pormenores para pintar fielmente su carácter y costumbres. La lectura de algunas que á primera vista parecen minucias, llama tanto mas la atencion y agrada al lector, cuanto en ellas encuentra al personaje desnudo de las dignidades y demas aparato teatral con que se veia ántes revestido en la escena del mundo.

Dotado el Sr. Amát de afecciones tranquilas y dulces, reunia el conjunto de virtudes domésticas, en cuyo ejercicio se libra la felicidad de las familias, y así es que todos viviamos contentísimos en su compañia ora en las ciudades y palacios, ora en la soledad del campo: porque sobrinos y criados todos eramos objetos de su amor y cuidado. Indulgente por carácter, si alguna vez tenia que reprender lo practicaba con tanta dulzura y buen modo que jamás exasperaba el ánimo del súbdito á quien corregia. Enagenado casi siempre en la meditacion de las verdades divinas se olvidaba muchas veces de sí mismo, pero jamás de cuanto tenia relacion con el prójimo. Su tenor de vida era sin mancilla. A pesar de su delicada salud, se levantaba poco después de amanecer, decia misa los mas de los dias, y cuando por razón de la tós convulsiva, que fue el achaque habitual de toda su vida, se veia precisado á tomar alguna cosa durante la noche, entonces la oia de su capellan: tomaba chocolate ó un vaso de leche, y se ponia á leer, escribir ó dictar hasta las doce, en que comia su puchero de enfermo todo el año. En todos los domingos y demás fiestas de precepto asistia en el coro á los divinos oficios; y su presencia y ejemplo de sólida devocion aumentaba la de toda aquella religiosa comunidad. Durante la comida entraban á hacerle compañía el P. Guardian y el Predicador de aquel pequeño convento: descansaba un rato y volvia á su misma tarea hasta las nueve de la noche en que se retiraba después de tomar una taza de caldo y un poco de verdura   —275→   Antes que encendieran luz solia conversar un rato con los sobrinos, entre los cuales contó siempre al cándido, imperturbable y estudioso Dr. D. Félix Abeyá y Mancharell que le visitaba dos veces al dia. Cuando le ocurria durante la noche alguna especie, que temeroso de que se le escapara de la memoria no le dejaba dormir, se levantaba de la cama, y á oscuras la notaba en algún sobrescrito de carta, y á veces estando enfermo llamaba á su capellan, y le dictaba algunas palabras para que le recordaran la especie por la mañana. Su habitacion fue siempre, ó ya, desde jóven, como el santuario del pudor y del recato. Jamás la ociosidad, la parlería, ni el juego tuvieron en ella entrada; y siempre se observaba en el Sr. Amát aquel aire de austeridad amable, de gravedad modesta, y de noble decencia, que preferimos todavía los españoles, á pesar de la actual degeneracion, á la movilidad extremada ó excesiva ligereza extranjera.

285 En su rostro se veia pintada la paz y la afabilidad de aquel varon dichoso que celebraba Horacio: siempre le hallábamos igual en su exterior, jamás displicente ni de mal humor, y en todas ocasiones y asuntos se explicaba con tal sencillez y abertura de corazon que encantaba á cuantos le oian hablar. Su conversacion indicaba bien el carácter de su alma, sus costumbres, y sus máximas. Era siempre grave é instructiva: jamás versaba sobre objetos frívolos é inútiles, ni aun en aquellos ratos en que sua musis otia sunto. Consentia no obstante ciertas frivolidades ó chanzas que suelen hacerse entre amigos, y son la sal de las tertulias: pero con mucho arte las interrumpia por poco que traspasasen la moderacion, ó los miramientos debidos al genio y otras circunstancias del prójimo. Su modestia y pureza de costumbres brillaban tanto que imponian un cierto respeto y veneracion á cuantos estaban en su presencia. Jamás se atrevió nadie á proferir delante de él ninguna expresion menos decente, ni alguno de aquellos términos equívocos con que sazonan la conversacion entre amigos ó compañeros los que tienen un carácter muy jovial. Y asi el erudito y festivo D. José Vargas Ponce su buen amigo, de un natural sumamente   —276→   gracioso, solia decir que el Sr. Amát amenizaba las conversaciones con una sal de otra calidad que la del Bétis. «No es de admirar, decia, porque al cabo la sal de nosotros los andaluces es de acá bajo; pero la del Sr. Amát es de allá de Cardona, monte que pertenece ya á la region del cielo. Reune este Señor toda la grata seriedad del obispo de Meaux, y la amable sensibilidad del arzobispo de Cambray. Es un Bossuet injertado en Fenelon, un Bossuet afenelado

Amábanle los religiosos del convento, y veian en el sabio Sr. Amát un dechado de las virtudes apostólicas y de los consejos evangélicos. La sencillez de su porte, de su comida y de los muebles de su celda daban un nuevo realce á su virtud y sabiduría. Una santa avaricia á favor de los pobres le hacia disminuir sus necesidades, y abstenerse de todo aquello que no era absolutamente necesario.

286 En 1818 pasó por allí el Excmo. Sr. D. Javier Castaños, capitán general de Cataluña, volviendo de la visita semipastoral ó paternal, que hizo por todo aquel país, llevándose en pos de sí mil bendiciones de los pueblos por los males que remediaba, y los benéficos proyectos que fomentaba y acogia. ¡Cuántas veces es, aun ahora, este viaje un grato objeto de las conversaciones con que en aquellas montañas se recuerdan las preguntas que hacia á los labradores y artesanos ó fabricantes tan digno representante del Soberano en la leal y laboriosa Cataluña! ¡Oh! cuán amados serian siempre los Monarcas habiendo tales Gefes en las provincias! Así que regresó el Sr. Castaños á Barcelona dijo públicamente en un dia de Corte, que solamente por ver al Sr. arzobispo Amát podia hacerse un viaje por aquellas sierras; y encareciendo al Sr. Dou, Cancelario de Cervera, cuán prendado venia él y sus edecanes del carácter humilde y afable de aquel sábio y santo solitario, le respondió éste: «No es fácil hallar sugetos que reunan las bellas calidades, que el Sr. Amát.» =¡Oh vosotros, patronos de la moral relajada! que creeis que el ministro de la Religion no tiene otro medio para atraerse la veneracion de los fieles que la magnificencia en su traje y muebles de casa, habreis desaprobado siempre   —277→   las máximas y conducta del Sr. Amát en este punto. Al ver al Arzobispo confesor del Rey viviendo en el Real palacio como un pobre religioso en su celda, le llamaréis extravagante, diréis que es mezquina su mesa, indecente su coche, y pocos sus criados. Decidlo enhorabuena. La veneracion con que le hablan desde el valído D. Manuel Godoy hasta el último criado de Palacio os confunde, y es su mejor apología. Si por una expresion de la Reina le hacen creer algunos de palacio que S. M. gustará que deje de usar un coche tan antiguo, y en consecuencia el Sr. Amát da orden para comprar otro, la revoca luego que S. M. le dice que no importa que siga con el antiguo. Si el Sr. Capitán general Castaños, que al pasar por la villa de Sanpedor se apea para hacer una visita al venerando Arzobispo, observa y admira la sencillez con que se le sirve á él y á sus edecanes una jícara de chocolate, y quiere el Sr. Amát excusarse con que no pensaba que su Excelencia inmediatamente después de apeado hubiese venido al convento, le dice aquel insigne, sesudo y religioso General: «Mas honor le hace á Vd. y mayor respeto causa á su dignidad el no ver sino muebles de hermitaño, que si estuviese esta habitacion á la par de las rentas que Vd. goza....» ¡Ay! cuántas veces el resplandor del excesivo tren de un Prelado es un cruel torcedor del infeliz ciudadano que con sus sudores y afanes ha de contribuir á su profusion y fausto farisáico!

287 Desde que el Sr. Amát llegó á Sallent, deseó con mas ánsia que S. M. le admitiera la renuncia de la Abadía de S. Ildefonso, pues veia claramente que el estado de su salud no le permitia volver á aquel helado clima. Habiéndole escrito yo desde Madrid en julio de 1815 que todos los expedientes de purificacion de los individuos del clero de S. Ildefonso se habian ya despachado menos el suyo, á pesar de que habia instado al Secretario de la Mayordomía mayor y á otros Señores para que se concluyera pronto, me contestó lo siguiente: «Una vez que Dios me ha puesto en la precision de vivir en inaccion casi contínua, por causa de la debilidad de mis fuerzas, ¿a qué vendria querer ocupar las horas de aquellos Sres.   —278→   Consejeros, tan necesarias para el desempeño de los graves asuntos que les están confiados, y mucho mas los preciosos momentos del Sr. Duque (el de S. Carlos, Mayordomo mayor deS. M.) no mas que para proporcionarme á mí alguna satisfaccion, sin ninguna utilidad del público? Por fortuna las acusaciones ó sospechas contra mí, no son ni de crimen de herejía, ni de ninguno de aquellos en que el cristiano, y en especial el ministro de la Iglesia no debe callar. Solamente se trata de si bajo la dominacion del Gobierno intruso me excedí en debilidad, en miedo, ó en condescendencia con el Usurpador. Son acusaciones de épocas en que dominaban en el pueblo pasiones violentas, y en que suele ser el silencio la mejor defensa, mayormente cuando va unido, como ahora el mio, con la prontitud de ánimo para responder á cualquier cargo determinado que se me haga. El mayor beneficio que puedo yo desear del Gobierno es el acabar mis dias, olvidado en este rincon, aprovechando los pocos ratos que la tós y demas achaques me dejan libres, para hacer algunos apuntamientos sobre mi Historia eclesiástica y otros puntos de Religion; y sobre todo preparándome para la muerte, que no sé como tarda tanto, é implorando sin cesar las mayores bendiciones del cielo sobre las sagradas personas del Rey y Real familia y sobre todas las providencias de S. M. y de sus consejos, tribunales y ministros.» Escribiendo en aquellos dias á su íntimo amigo el Ilmo. Sr. Obispo auxiliar de Madrid, le decia: No se acuerde Vd. de mí cuando hable delante de los hombres: pero sí, y mucho, delante de Dios.

288 No obstante hice varias diligencias para averiguar el estado en que se hallaba el expediente del Abad de S. Ildefonso, y supe que habiéndose pedido informes reservados, nada resultaba de positivo contra su buena opinion política. En muchos se hacia mencion de la abstraccion y retiro en que habia vivido el Abad en todos aquéllos años, enteramente separado de los negocios políticos; y que solamente habia empleado su autoridad episcopal en abogar á favor de todos los perseguidos por los franceses, y en calmar la irritacion de las tropas enemigas.   —279→   Hubo un informante que tiró á empañar la opinión patriótica del Abad; pero fue acusándole sin dato ninguno, y solamente con cláusulas generales. Tal es la táctica de los calumniadores: usar de grandes ponderaciones, apoyándose en voces que han oido, pero sin individualizar jamás los delitos ó errores civiles ó religiosos. Ya saben que siempre logran parte de su depravado intento, que es hacer dudar á muchos de la inocencia del calumniado. En tiempos de revoluciones políticas hay expresiones muy inocentes dichas en país dominado por los enemigos que suenan pésimamente en los paises libres. Lo que en aquellos es sufrimiento, en estos se acrimina como si fuese aprobacion: y lo que es á lo mas una debilidad, se mira como una verdadera traicion por los que están libres del yugo del conquistador y de sus tropelías, no teniendo estos ninguna compasion de aquellos. ¡Ay! ¡cuántas víctimas inocentes se ven en tales tiempos sacrificadas á la ignorancia y barbarie de la hez del pueblo, por la evidencia con que le demuestran que en tal hora ó en aquel sitio toda resistencia ó acometimiento es imposible! ¡Y cuántos varones eminentemente patrióticos pasaron plaza de traidores, porque su juicio, acostumbrado á no equivocarse, no les permitia ver salud donde no reconocian sino perdicion! Mas en tal conflicto el español valiente y generoso cerrando los ojos á las razones que podian arredrarle, y no consultando sino su valor y entusiasmo, enarboló en todas partes el estandarte de la independencia, y resolvió oponerse al usurpador de su libertad. Organizó un Gobierno en nombre de Fernando VII; y desde este momento los que ántes le disuadian de resistir, porque creian que era por entonces imposible y ruinosa su resistencia, dejaron de obrar en sentido contrario, y unieron sus votos con los de sus hermanos. Así vemos que lo hizo el juicioso y valiente general Sr. Cuesta, que mandaba en Castilla la Vieja, á pesar de que pocos dias ántes en su proclama de 21 de mayo de 1808 disponia que nadie resistiese.

289 Por mas diligencias que hice no pude lograr que se despachara el expediente sobre la conducta política del Abad de S. Ildefonso; pero conocí por las mismas diligencias, que habia   —280→   algún sugeto que deseando que no volviese á la Abadía y no hallando medios para hacer condenar su conducta política, tiraba á que no se despachase. De resultas de eso repitió en 27 de febrero de 1816 la renuncia de la Abadía que ya habia hecho dos veces, alegando con mas eficacia la imposibilidad en que se hallaba de poder volver á aquel rígido clima; y en 22 de mayo del mismo año recibió el siguiente oficio del Secretario de la mayordomía mayor.=«Ilmo. Sr.=En vista de lo representado por V. S. I. en 27 de febrero de este año, se ha servido el Rey nuestro Señor admitir á V. S. I. la renuncia que ha hecho de la Abadía de la Real iglesia colegiata de S. Ildefonso en consideracion á su quebrantada salud y avanzada edad. Lo participo á V. S. I. de Real orden para su inteligencia y gobierno. Dios guarde &c. Madrid 12 de mayo de 1816.=Santiago Masarnau y Torres.=Ilmo. Sr. D. Felix Amát, Arzobispo de Palmyra.»= Tuvo el Sr. Amát una particular alegría al recibir este oficio. Y desde luego se observó que trabajaba con mas actividad en su obra de las Observaciones pacíficas; ó como decia en su carta de 30 de setiembre de 1815 que arriba copiamos, «en extender y aclarar las doctrinas mas exactas para que el clero conozca basta dónde será justo que se conforme con los deseos de la potestad secular en orden á bienes de la Iglesia, y en lo perteneciente á jurisdiccion y disciplina, y hasta qué punto podrá condescender ó tolerar, si por desgracia alguna vez la potestad secular al parecer exigiese ó se extendiese mas de lo justo.»

290 El Sr. Veyan luego que oyó de la boca del Sr. Amát el plan de la obra en que estaba trabajando, y los principios que le guiaban, le animó extraordinariamente á que la llevara á cabo. No tenemos en español, le dijo, ninguna obra de este género; y así es que clérigos y frailes andan á oscuras en esta materia. Y tanto ó mas que el clero, la necesitan los abogados y magistrados. En las tres semanas que estuvo con el Sr. Veyan, no pasó dia sin que hablasen los dos sabios y ancianos Prelados sobre varios puntos de disciplina eclesiástica, y especialmente sobre los abusos mas arraigados ó entronizados,   —281→   de los cuales no se atrevian á tratar otros ó por política y miras humanas, ó por no hallarse prevenidos con los conocimientos y talento necesarios. «Muchos hay (me dijo un dia el señor Veyan) que por no haber estudiado á fondo la historia de la religion, dedicados toda su vida al estudio de las cuestiones que llamamos teológicas, aunque muchas solo traten de puntos que no pertenecen al dogma ni á la disciplina, caen en la tentacion de capitular con los abusos; y acomodándose á las opiniones de los que mandan, incompatibles á veces con los intereses de la verdad y las reglas de la sinceridad cristiana, abandonan el campo por no querer ser mártires de la verdad. Es muy grande entre los eclesiásticos el descuido de estudiar la historia de la Iglesia, y sin ella ¿cómo podrá conocerse bien el espíritu de su disciplina? Y ¿quién como su «tio de Vd., que cincuenta y tantos años hace que estudia y medita la Religion y su historia, puede hacer el tan señalado servicio á la Iglesia y al Estado de aclarar al comun de los fieles los límites de ambas potestades? Procure Vd. que no deje de la mano esa obra: tal vez la Providencia le ha conducido para eso solo al tranquilo retiro de que felizmente gozará el resto de su vida.» Así me habló el Sr. Veyan en un rato en que el Sr. Amát estaba recibiendo la visita de un caballero, y lo repitió despues delante de él. Hizo tan buen efecto y fué tan eficaz el consejo del respetable Sr. Veyan, que al regresar de Vich noté mas actividad en la cotinuacion de la obra de las Observaciones pacíficas sobre la potestad eclesiástica.

291 Y aquí debo dar razon del principal fin que se propuso en ella, trasladando á los lectores las especies que le oí varias veces, y que he hallado escritas de su mano en un papel de notas. Al paso que se propuso el Sr. Amát defender y conservar ilesos los derechos de la potestad eclesiástica, quiso tambien precaver á los ministros de la religion de aquel zelo falto de ciencia, de que habla el Apóstol, con que han procedido algunos que han herido los derechos de la potestad civil, habiendo sido por eso perseguidos y mirados como enemigos del trono y de la patria. ¿Cuántas veces el nombre de regalías ha   —282→   sido el escollo en que han dado al través eclesiásticos por otra parte muy dignos? El atentar á las regalías de S. M. es un crímen que se hace mucho mayor en la persona de un eclesiástico español, siendo tantos los motivos que tiene la iglesia de España de estar agradecida á la beneficencia de sus Soberanos. Pide ciertamente mucho tino el tirar la línea divisoria entre las dos Potestades, despues que la costumbre, la piedad de los Príncipes, la deferencia de los Obispos al gefe de la Iglesia, y varias disposiciones canónicas ó imperiales han mezclado los límites de una y otra jurisdiccion. Sin este cúmulo de ordenamientos, variaciones y concordatos el negocio era mas sencillo y fácil de discernir. «Mas ahora (decia un sabio orador del siglo pasado) al reflexionar el estado actual de esta antigua y nunca terminada controversia, al paso que admiro la valentía de ciertas almas superiores á las preocupaciones comunes, que se atreven á restablecer los términos naturales de las dos Potestades, no extraño y me parece digno de excusa la oposicion que personas bien intencionadas y de no vulgar instruccion suelen hacer á la pretendida novedad. ¡Ojalá la diferencia de pareceres no produjera sino la alegacion de argumentos en pro y en contra, ó por uno y otro extremo de la disputa!»

292 Sería esto un bien que dando tiempo y libertad para reunir como en un punto de vista y examinar con sosiego cuantas razones se pudiesen producir por las partes contrarias, acercaria infaliblemente á los hombres ó los conduciria al hallazgo de la verdad. Así lo practicaron los Apóstoles y los Ancianos de las Iglesias cuando se suscitó la disputa sobre la observancia de las ceremonias legales, y esto pide la recta razon. Mas por desgracia las pasiones y los intereses de los que pueden mas, toman frecuentemente otro camino, que si en la apariencia corta los escándalos de los dos encontrados partidos, empleando mas el terror que el convencimiento, en realidad solo añuda las lenguas, sin triunfar por eso de los entendimientos. La razon del hombre es demasiado noble y se halla templada por su Divino autor, de tal manera que no la es posible ceder de buena fe á   —283→   otra fuerza que á la de la verdad conocida. De suerte que Dios, único dueño de los entendimientos, si exije la sumision á verdades que exceden su esfera, es con la condicion de estar convencidos plenamente y de antemano de dos principios, que son: que el como Verdad suma, es incapaz de mentir ni de padecer engaño; y que los dogmas sobre que pide el asenso son manifestados á los mortales. De este modo se hermanan y convienen entre sí la fe y la razon: y el creer lo que sobrepuja á nuestro alcance, una vez que conste decirlo así la Sabiduría y Verdad misma, es siempre un obsequio racional. Pero en las cuestiones humanas, oscuras é interminables., y que no conducen á la salud eterna, nadie puede ser culpado ni reprendido con razon si sigue la regla de] Apóstol (Rom. XV. 25): Cada uno abunde en su sentir, abrazando el partido que le parezca mas verdadero; con tal que la discrepancia de los entendimientos no produzca la discordia de las voluntades, rompiendo el vínculo de la caridad fraternal. Y ciertamente sería una grave injuria hecha á las verdades de Dios, y una horrenda blasfemia, igualar con ellas los pensamientos siempre tímidos é inciertos de los hombres, pretendiendo cautivar la razon no ménos en obsequio de estos que de aquellas. La Iglesia católica jamás ha hecho tal agravio á su Esposo: y sus buenos hijos mantenidos en su gremio, jamás se han creido con licencia para disputar atrevidamente contra las verdades definidas. De aquí es que lo que se ha disputado y disputa todavía por los pueblos y doctores ortodoxos, no ha sido jamás asunto de una definicion legítima, sea el que quiera el peso de las razones que se alegan por las partes.

293 Teniendo tal estado la intrincada cuestion sobre los límites que dividen las dos potestades civil y eclesiástica entre las naciones y doctores católicos, es menester ser muy atrevido, ó lo que viene á ser lo mismo muy ignorante, para censurar de irreligioso al que en semejantes materias sigue diversa opinion; ó con el honesto fin de concordar los pareceres abre nuevos caminos para encontrar si es posible la verdad. Con estos presupuestos ninguno podrá reprender justamente lo que hizo   —284→   el Sr. Amát, y lo mucho que trabajó para que se dé á Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César; concluyendo despues de muchas reflexiones que el poder de la Iglesia es espiritual y ceñido por su naturaleza á conservar intacto é inviolable el depósito de la fe, de la moral y de los sacramentos. Por su carácter y oficio de Prelado de la Iglesia se creyó obligado á aclarar esta verdad. No se le ocultaba lo que debia temer de las envejecidas preocupaciones del pais, de la malignidad, y aun del zelo demasiado ardiente de los que opinaban de otro modo. Nada le detuvo ni intimidó. Persuadido altamente de la justicia ó verdad que defendia, agonizó, por decirlo en frase del Apóstol, por su defensa. Hizo ver que JESUCRISTO fundó la sociedad Divina sobrenatural de la Iglesia sobre cimientos ó doctrinas de otra naturaleza muy distinta de la que tienen las sociedades humanas: en estas la política es un vasto campo de todas las pasiones y contradicciones de los hombres, en el cual la perfidia y la fuerza triunfan muchas veces de la justicia y de la razón. Y prueba bien que la Iglesia de JESUCRISTO se hermana con toda especie de gobiernos, contra los que afectan creer que siempre está en contradiccion con ellos; porque en todos condena la injusticia y la disolucion, y proclama la caridad fraternal. Hizo ver que el Evangelio no habia menoscabado la autoridad soberana de los príncipes y potestades del mundo, ni eximido de su jurisdiccion á los ministros del culto, ni hecho incompatibles los deberes del sacerdocio con las cargas del ciudadano. Y finalmente que si era justo y propio de la piedad de los Soberanos católicos el honrar con privilegios á los que se destinaban al servicio del altar, lo que se hace aun con varios gremios y clases útiles; estas gracias no tienen mas duracion legítima, que la que, á juicio privativo de las potestades mismas, es compatible con el bien general de los Estados. Esta es su ley suprema, única é invariable: las demas, por la natural inconstancia y volubilidad de las cosas humanas, están y estarán sujetas, mientras dure el mundo, á eternas y necesarias mudanzas. La fe, los sacramentos y la moral de JESUCRISTO son los mismos ahora que en los principios del cristianismo:   —285→   porque como dice el Apóstol: Cristo ayer y hoy es y será siempre el mismo en todos los siglos. La policía ó disciplina externa de la Iglesia es diferente ahora de lo que ha sido; y se acomoda y acomodará siempre á los tiempos, lugares y circunstancias: porque su Divino autor no la dió forma alguna invariable capaz de turbar ó dar zelos á las potestades constituidas. Por esta causa, y al tenor de este principio, decia S. Pablo que se hacia judío con los judíos (Hebr. XIII. 8.) y débil con los débiles, á fin de ganarlos á todos para Jesucristo; y S. Pedro adoptaba los usos indiferentes de los gentiles, sin embargo de ser judío: pues el Evangelio jamás choca con las leyes usos y ritos ó policía de los pueblos, sean cultos ó bárbaros, si ellos de suyo no están en contradiccion con los principios de la moral y de la recta razón.

294 No debe pues mirarse como temerario el designio que concibió el Sr. Amát de aclarar los términos del poder soberano; y mas si va acompañado de docilidad para corregir cualquier error ó equivocacion en que cayese por la flaqueza humana. Ninguno mas franco que el Sr. Amát en reconocer sus engaños: ninguno ménos satisfecho de su dictámen. Al paso que sabia mucho, temia mas el errar, ó los efectos de la debilidad humana. A los semi-sabios y orgullosos les cuesta mucho trabajo y rubor el decir erré. El Sr. Amát era casi demasiado fácil en confesar sus equivocaciones, y en variar ó reformar por consiguiente su dictámen: su objeto y fin predilecto fué siempre la verdad, la justicia, y la utilidad pública ó el hacer bien al projimo.

El fin que se propuso le declara bien al principio de las Observaciones, diciendo: «Desde las forzadas renuncias de nuestros Soberanos y Sres. Infantes en Bayona, creí que sobre otros males gravísimos mas óbvios, amenazaban tambien á la España funestísimos choques entre opiniones exaltadas sobre la potestad eclesiástica: ya en sus relaciones con la potestad civil: ya también en las demas del sumo Pontífice, cabeza de la Iglesia universal con la nacion de España y con los eclesiásticos seculares y regulares de ella. Aumentáronse mis temores á pocos meses de establecido   —286→   en Madrid el gobierno francés, con los planes que se le proponian para arreglar el clero de España: y todavía mas desde el principio de las sesiones de Córtes en la Isla de Leon y en Cádiz. Temí que tanto en el pais sujeto al usurpador, como en el gobernado en nombre de nuestro suspirado monarca el Sr. D. Fernando VII, se extenderian las opiniones mas lisonjeras á la potestad civil, y á la menor dependencia de las iglesias particulares respecto del romano Pontífice; y se defenderian con tal ardor que sería fácil traspasar en algunos puntos los límites fijados ya por el consentimiento general de los católicos. Temí tambien que por el contrario fuesen muchos los eclesiásticos de ambos cleros, que con ideas poco exactas en estas materias mirasen con horror varias opiniones nunca condenadas por la Iglesia; y animados de un zelo falso ó imprudente las notasen de heréticas ó cismáticas, y clamasen contra los defensores de ellas. Y por lo mismo temí las funestas consecuencias que traen consigo semejantes disputas religiosas, en especial cuando se encienden entre las llamas de fatales guerras, y de grandes disturbios ó convulsiones civiles.

295 Parecióme que para precaver ó disminuir estos males sería muy conveniente en España la publicacion de alguna obra que tratase con extension de todos los puntos concernientes á la potestad eclesiástica, que se han disputado así contra los herejes como entre los católicos; distinguiendo con cuidado los unos de los otros, y haciendo ver cuán imprudente es la facilidad con que varios católicos prodigan las censuras mas acres contra las opiniones de otros católicos, que la Iglesia no ha censurado.

Nadie ignora que sobre tan importante y dificil asunto trabajó con especial actividad el Ilmo. Sr. Bossuet, tanto en sus escritos contra los protestantes, como en otras obras suyas. Pero he observado muchas veces en conversaciones sobre estas materias, que con el nombre de tan sábio prelado se suelen apoyar varias proposiciones menos respetuosas á la potestad eclesiástica en general, ó á la Pontificia en particular, que alguna vez son claramente impugnadas por él; y muchas veces   —287→   son meras consecuencias malamente sacadas de lo que aquel dice con verdad y exactitud. Y como por lo común veneran mucho la autoridad del Sr. Bossuet aun aquellos que no siguen su modo de pensar en tales materias, he observado también que muchos de estos pretenden no ser suya alguna obra, por suponerse falsamente que en ella se hallan proposiciones ó máximas erróneas; y que algunos no hablan de aquel prelado con el debido respeto, por creerle defensor de tales máximas. Por otra parte cuando en los pontificados de Clemente XIII y XIV se hablaba mucho en España de las obras de Febronio, Pereyra y otros, que parecian dar poco á la potestad del Papa sobre las Iglesias, y demasiado á la potestad secular en cosas eclesiásticas, oí varias veces á un varon, sin duda doctísimo en estas materias, que para formar ideas exactas sobre ellas eran oportunísimas las obras del Sr. Bossuet; y que habian tropezado fácilmente los que habian querido salirse de la línea de los principios que él habia seguido, o sacar mas consecuencias que las que él habia sacado.

296 Estas y otras consideraciones me hicieron creer que sería muy útil que en España se hiciese mas común la traduccion de la famosa Defensa que de la declaracion de los cuatro artículos del clero de Francia dejó escrita el Sr. Bossuet: ó fuese con una nueva traduccion de ella, ó con otra edicion de la impresa en Madrid en 1771; y de cualquier modo añadiéndosele notas oportunas, tomadas de las obras que él mismo dio á luz durante su vida, de la impugnacion de dicha Defensa que compuso el cardenal Orsi, y de otros escritos publicados ántes ó después que los del cardenal y del prelado: no con el fin ni de impugnar ni de defender la Declaracion de aquel clero ó la Defensa de ella, sino para proporcionar entre lo que ésta contiene, y lo que se añadiese en las notas, una completa instruccion en la materia.

No ignoraba que la Declaracion del clero se publicó en tiempo de desavenencias entre Inocencio XI y Luis XIV, y cuando en Francia se temian de Roma providencias muy fuertes sobre el asunto de regalías: que no habia un mes que se   —288→   habia publicado la Declaracion en París, cuando el Papa expidió un breve en que, manifestándose disgustado de ella, anulaba las actas de aquella asamblea del clero: que Alejandro VIII, sucesor de Inocencio, la víspera de su muerte mandó publicar la Constitucion Inter multiplices, extendida y firmada seis meses antes, en la que con autoridad pontificia declaraba írritas, inválidas, y destituidas de todo efecto, fuerza y valor la Declaración ó decreto del clero galicano, que contiene cuatro proposiciones sobre la autoridad eclesiástica ó pontificia, las actas del mismo clero sobre extension de regalías, y cuanto cualquier otro hubiese atentado contra las inmunidades ó privilegios de lugares y personas eclesiásticas ó regulares; y que ni Inocencio XI ni Alejandro VIII habian querido conceder bulas á los obispos electos por Luis XIV que habian tenido parte en los decretos de aquella asamblea del clero.

297 Tenia también presente que por fin se las concedió Inocencio XII en el año de 1693, á vista de las cartas que recibió de los mismos electos y del Rey. Aquellos aseguraban tener por no decretado ni deliberado cuanto se hubiese hecho en dicha asamblea sobre la potestad eclesiástica ó autoridad pontificia, y en perjuicio de los derechos de algunas iglesias de Francia; y el Rey manifestaba haber mandado que el edicto con que habia apoyado la declaracion del clero sobre potestad eclesiástica, se mirase de modo que nadie creyese estar obligado á observarle. Y como el Pontífice dio las bulas á los electos sin exigir de ellos ninguna retractacion de la doctrina de las cuatro proposiciones, se coligió que las dejaba en el mismo estado de probabilidad que tenian ántes; y que el intento de sus predecesores y suyo en esta parte era únicamente mandar que aquellas máximas no se mirasen como decreto ó juicio episcopal de la Iglesia de Francia, que los simples fieles se creyesen obligados á obedecer; y mucho menos como decreto de fe particular de aquella Iglesia.

298 Apenas tomé la pluma para emprender la nueva traduccion de la Defensa del Sr. Bossuet, y hacer apuntamientos para las notas, se vieron correr, impresos en Madrid ó venidos   —289→   de Francia algunos libros y cuadernos sobre estas materias, en que se echaba de menos la solidez con que en las obras del Sr. Bossuet se prueba la independencia y la soberanía de la potestad eclesiástica en su línea, y la primacía de superioridad ó jurisdiccion, y demas prerogativas que de derecho divino competen al romano Pontífice; y aquellas opiniones que en esta parte suelen defender muchos católicos, en especial los franceses, é impugnar otros, particulamente italianos, se defendian con mucho acaloramiento, y con ménos moderacion que en aquella Defensa. Por lo mismo creí preciso que junto con la traduccion de ella se hiciese observar ó la inexactitud de alguna especie y expresion, ó la mala inteligencia que pueda darse á alguna cláusula, ó el abuso demasiado común de atribuirle ideas ó máximas que no contiene. Ademas el ardor con que se disputaba en Cádiz sobre la Potestad eclesiástica, me hizo creer también que sería oportuno publicar una instruccion tan copiosa sobre ella, como la que resultaria de la Defensa del Sr. Bossuet con las notas correspondientes. Y en fin la consideracion de que es esta una de las materias en que mas se han excedido muchos autores de uno y otro partido en censurar con acrimonia las opiniones que no adoptan, hasta notarlas de heréticas; ó en calificar las suyas de dogmas ciertos notoriamente fundados en la Escritura y tradición, y aun tal vez de verdades propuestas como de fe, me hizo observar que por este medio se presentarian fácilmente muy importantes lecciones y ejemplos de la moderacion con que los católicos deben buscar y defender la verdad.

299 ¡Gracias á la divina Providencia que de un modo tan admirable restituyó en su trono á nuestro augusto Monarca! Luego que llegó vimos disipada la funesta nube de contrarias acaloradas opiniones sobre el gobierno de las cosas eclesiásticas, que nos tenia en gran susto y agitacion. Desde entonces suspendí mi trabajo, creyendo innecesaria y temiendo importuna tan dilatada discusion de estas materias. Sin embargo después he creido que podria ser útil un resúmen, en que se fijasen, sólida y claramente distinguidos, los puntos,   —290→   que en orden á la potestad eclesiástica defiende la Iglesia católica contra los herejes, presentándose las pruebas principales de tales puntos, y disolviéndose los argumentos mas especiosos que contra ellos se oponen: y en orden á los puntos controvertidos entre católicos se diese una sencilla exposicion de los fundamentos de cada una de las opiniones opuestas, procurando evitar toda imprudente censura de opinión no condenada por la Iglesia, é inspirando el mas sincero deseo de indagar la verdad sin perjuicio de la caridad.

300 Esto es lo que me propongo en las presentes Observaciones, que divido en dos partes. En la primera considero la potestad eclesiástica con relacion á la potestad secular ó civil; en la segunda la considero en sí misma ó en su propia gerarquía. En una y otra procuro distinguir lo que se disputa entre católicos de lo que solo se defiende contra herejes; y en todo deseo tener muy presentes las sólidas máximas de moderacion cristiana, que el sapientísimo papa Benedicto XIV propone en la constitucion Sollicita ac provida.

En ella recuerda que su predecesor Clemente VIII, en la instruccion que dio sobre correccion de libros, previene: Que se manden borrar las detracciones ó murmuraciones de los prójimos, en especial de eclesiásticos y de príncipes; y también los chistes ó dicterios ofensivos del buen nombre de otros. Se lamenta de la multitud de libros en que los autores que piensan de diferente modo mútuamente se insultan y desacreditan: censuran las opiniones agenas aunque no sean condenadas por la Iglesia: infaman y ridiculizan á sus contrarios, y á las escuelas y corporaciones de estos, con grande escándalo de los buenos y granjeándose el desprecio de los herejes, para quienes son muy lisonjeros espectáculos esos combates crueles en que peleando unos católicos contra otros, quedan todos lacerados ó maltratados.

301 Aquellos, dice Benedicto XIV, que alegan el amor de la verdad y el zelo de la doctrina mas pura, para excusar la mordacidad de sus escritos, entiendan que no menos que á la verdad debe atenderse á la mansedumbre evangelica y á la   —291→   caridad cristiana. Cita el bello pasaje de S. Agustin, que la caridad, aunque confie haber hallado la verdad, no se ensoberbece; ni se encruelece cuando pelea por la verdad. Advierte que este santo Doctor en sus contínuas disputas con los maniquéos, pelagianos y donatistas, enemigos de la Iglesia y particularmente suyos, tuvo siempre gran cuidado de no exasperarlos con palabras ofensivas; y de ahí concluye que quien en sus escritos ó disputas procede de otro modo, hace ver que ni tiene caridad, ni lo que principalmente busca es la verdad. Observa también que el amor á los sábios antiguos nunca puede excusar el conato de desacreditar á los modernos; pues como ya se dijo muchos siglos hace, el que no respeta á los doctores ó sabios con quienes vive, tampoco hubiera respetado á los doctores antiguos si hubiese vivido con ellos. Y prosigue: Por tanto todos los que escriben ó disputan contra opiniones de otros, cumplan exactamente con lo que séria y prudentemente mandó el venerable siervo de Dios nuestro predecesor Inocencio XI en el decreto de 2 de mayo de 1670 en que dice: Para que los doctores, los estudiantes ó cualesquiera otros en adelante se abstengan de toda injuria en sus disputas, y se fomente la paz y la caridad, el mismo santísimo Papa en virtud de santa obediencia les manda que tanto en libros impresos ó manuscritos, como en conclusiones y sermones, se abstengan de toda nota ó censura, y también de toda palabra injuriosa contra las proposiciones que se disputan entre católicos, hasta que la santa Sede habiéndolas examinado pronuncie sobre ellas su juicio.

302 En la constitucion Sollicita prescribia el Padre santo el método que debe seguirse en el exámen y prohibicion de libros; por eso poco después de citar el precepto de Inocencio XI dice: De ningún modo se tolere que nadie en sus libros presente como dogmas ciertos ó definidos por la Iglesia las que no son mas que sentencias particulares, ni que ponga la nota de erróneas á las opiniones contrarias; pues con esto se excitan disturbios en la Iglesia, se mueven ó fomentan riñas entre los sabios, y muchas veces se rompen los vínculos de   —292→   la caridad cristiana. Alega después y recomienda muchísimo el ejemplo de moderacion que en esta parte dió santo Tomás; y concluye: Por lo que los revisores de libros en cumplimiento de su oficio hagan caer el peso de su censura contra la desvergüenza de semejantes escritores, y dénla á conocer á los cardenales de la Congregacion á fin de que la refrenen con su zelo y potestad.»

303 Mas luego tuvo el Sr. Amát que interrumpir este trabajo de las Observaciones pacíficas, con motivo de una invitacion que por la Superioridad se hizo á los reverendos Obispos, para que escribiesen ó procurasen que se escribiera contra las máximas subversivas de la obra que pocos años ántes habia publicado el abate Spedalieri intitulada: Dei diritti dell' Uomo. Teníala ya leida el Sr. Amát, y notados los principales errores que contiene; y así en cosa de diez meses pudo escribir la sólida y profunda refutacion que hizo de ella, en un tomo en 4.º, cuya portada dice así: «Seis cartas á Irénico, en que se dan claras y distintas ideas de los derechos del hombre y de la sociedad civil; y se desvanecen las del contrato que se finge como orígen ó fundamento necesario de toda soberanía para hacerla dependiente de la reunion de los súbditos.=Por D. Macario Padua7. Con licencia, año de 1817. Barcelona, en la imprenta de Tecla Pla, viuda, administrada por Vicente Verdaguer, en la calle de los Algodoneros.=Se hallará en la librería de Sierra, plaza de S. Jayme, y en Madrid en la de la viuda de Quiroga, calle de las Carretas.»

304 Por ser una materia tan delicada, y por habérselo pedido yo en nombre de mi tio, quiso el sabio y juicioso Sr. D. Francisco Javier de Olea y Carrasco, Regente que era entonces de la Real audiencia de Cataluña y Juez subdelegado de imprentas, examinar por sí mismo el manuscrito de las Seis cartas, antes de conceder la licencia para imprimirse. Al dar ésta para la primera carta, ya me dijo que escribiese al autor   —293→   que se alegraba mucho de que una materia tan árdua y espinosa la tratase una mano como la suya: porque es de aquellas cosas de las cuales suele decirse: tangat sacra manus. Y cada vez que me devolvia el manuscrito de las otras cartas, que sucesivamente iba enviando el autor para la censura, me repetia que no sabia que admirar mas, si la destreza con que se deshacen en esta impugnacion los intrincados y metafísicos argumentos de Spedalieri, ó la moderacion y caridad con que trata á dicho autor, procurando siempre salvar su buena intencion y la pureza del fin que se propuso.

305 Mientras estaba ocupado en esta impugnacion de Spedalieri, tuvo el sentimiento de perder á su dignísimo hermano y buen amigo el Ilmo. Sr. Obispo de Vich. Murió el virtuoso y sabio Sr. Veyan en 30 de diciembre de 1816. Dos meses ántes habia yo tenido el placer de pasar en su compañía algunos dias: porque ya que la salud no permitió al Sr. Amát hacerle la anual visita ofrecida, le escribió el Sr. Veyan que á lo menos pasara yo allá para suplirla en algún modo. No puedo recordar sin la mas tierna emocion de mi ánimo el vivo interés con que me preguntaba aquel venerando anciano de la salud y ocupaciones del Sr. Amát: se pasaban muchos dias seis ó mas horas hablándome de los puntos dificiles que éste habia emprendido aclarar en la obra que estaba formando de las Observaciones pacíficas. «La impugnacion de Spedalieri, me dijo, le habrá costado mas trabajo: pero las Observaciones le acarrearán mas contrarios, porque ha de combatir errores que son comunes á tomistas, suaristas y escotistas, se entiende á los que han leido poco. Lo mismo ha sucedido al Sr. Dou, en cuyas Instituciones del derecho público hallan algo de jansenismo los que solamente han leido las Pandectas.» Conservo con particular aprecio la sábia carta que me escribió el Sr. Veyan con fecha de 24 de diciembre, pocas horas ántes de que le acometiese la inflamacion de que murió á los siete dias. (Véase el Apéndice, n. 78). Pueden verse muchas noticias de su vida en la oracion fúnebre que predicó en sus exequias el Dr. D. Alberto Ausona, cura de Taradell, que habia sido capellan suyo, y se imprimió en   —294→   la misma ciudad. El secretario de su Ilma. D. Miguel Clará envió un ejemplar al Sr. Amát, quien al contestarle decia: «Le leí luego con el interés que me inspira el respetuoso afecto que he profesado al difunto desde que le traté en Barcelona cuando venia de Obispo de Vich, y he leido con muy partirular gusto impresas las dos Cartas sobre juramento y sobre el decreto contra la Inquisicion, que eternizarán la memoria de su zelo verdaderamente apostólico, esto es, no menos ilustrado y prudente que firme y religioso. En cuanto al lance con el general Suchet me hubiera alegrado que en la nota no se hubiese callado la funcion que realmente se hizo en la iglesia, la cual me contó el difunto Ilmo., y daba motivo á extender la comparacion con San Basilio; recordando que este Santo que con valor se resistia á comunicar en las cosas sagradas con los arrianos, y por consiguiente con el Emperador, con todo el dia en que comenzada la misa por San Basilio entró el Emperador en la iglesia y se fue al presbiterio; el Santo no solo no se fue del altar, como algunos de los asistentes creian, sino que le admitió la oferta, lo que era particular indicio de comunion.» ¡Ojalá que alguno de los dignos eclesiásticos que se formaron al lado de tan ejemplar Prelado emprenda algún dia el publicar la historia de su vida, y de su largo pontificado de treinta años.

306 El Sr. Amát estuvo muchos dias en los que parecia que no sabia hablar de otra cosa sino del difunto Obispo. Y en la primera vez que estuvo de visita en Sallent el sucesor Sr. Strauch, dijo á éste: «Atendidos los tiempos dificiles en que ha entrado Vd. á gobernar esta diócesi, no le deseo á Vd. mas que la larga vida y el acierto que concedió Dios á su antecesor.» En seguida le habló largamente de él, y de varias providencias que meditaba para remediar algunos abusos del obispado; y como el Sr. Amát se hacia amar de cuantos llegaban á hablar con él, en el breve tiempo que estuvo el Sr. Strauch de visita en Sallent cobró mucha aficion al venerando Arzobispo; y se conservan varias cartas amistosas en que pedia á éste que le proporcionara varias obras de que le habia oido hablar.

  —295→  

307 En carta de 10 de agosto de 1817 le pedia desde Vich las de Bossuet, las de Bergier y el tomo publicado en Aux de Francia por el erudito eclesiástico de Sevilla D. Félix María Reinoso, con el título siguiente: Exámen de los delitos de infidelidad á la patria, imputados á los españoles sometidos bajo la dominacion francesa. Creyó el Sr. Amát hacer un bien al Sr. obispo Strauch procurando remover de él la mala idea que le habian inspirado de dicha obra; y para eso le comunicó el juicio que habia formado de ella el sábio y sesudo publicista Sr. D. Ramon Dou, Cancelario de Cervera, autor de las apreciables Instituciones sobre el derecho público &e. En efecto, este Sr. en carta de 25 abril de 1817 daba razon de esta obra al Sr. Amát en los términos siguientes: «Estoy leyendo un papel cuyo título es: Exámen de los delitos de infidelidad á la patria, atribuidos á los españoles &e. Está terrible contra los liberales de las Córtes: muy bien escrito, tanto por el estilo, como por su jurisprudencia y política. A mí me parece que yo me opuse mucho al decreto contra los empleados: y con fuerte oposicion con el célebre Mejía, con quien no dejábamos de concordar en algunas cosas. Tengo presente que me valí de lo de Ciceron: Fato nescio quo fuimus ad arma compulsi; pero ahora no hallo tal cosa. Como quiera el papel es dignísimo de ser leido en la materia de que trata.»

308 En este mismo año de 1817 vió el Sr. Amát insertada su Historia eclesiástica en el edicto que la Inquisicion publicó ántes de la cuaresma. El motivo era notar la falta de la partícula no, que por error de imprenta se omitió en el tomo VI, pág. 155, línea 8, de la segunda edicion. Es de notar que esta errata, que al instante se conoce por el mismo contexto, estaba ya salvada ó corregida en la fe de erratas general que se puso al fin del último tomo; y el mismo edicto advierte que no se halla en la primera edicion. Cabalmente acababa yo de enviar desde Barcelona al Excmo. Inquisidor general Sr. Mier y Campillo, de quien habia recibido singulares pruebas de estimacion, un ejemplar del horroroso centon de obscenidades titulado el Citador, traducido al castellano, creyendo que aun no tendria   —296→   noticia de que circulase por España dicha traduccion. Y con este motivo le manifesté la admiracion de las gentes sensatas al ver que habiendo tanto libro malo, que debia llamar justamente la atencion del santo Oficio, se hubiese hecho caso de la mencionada errata: le referia lo ocurrido en 1806 sobre la delacion de la Historia eclesiástica, de que ya hemos hablado, y los tiros que la negra envidia habia dirigido contra el autor, concluyendo con el ¡Tantae ne animis caelestibus irae! De la respuesta que me dió, y de lo que manifestó al Sr. Obispo auxiliar de Madrid, inferí que habia avisado la errata el mismo que delatara en otro tiempo la obra, y que S. E. no habia sabido nada de lo ocurrido. Oigase al Sr. Dou, que en la citada carta consolaba al Sr. Amát con estas joviales expresiones. Después de hablarle de las cuentas con el librero de Cervera le dice: «Quien saca las cuentas con suma exactitud son los Sres. Inquisidores; sin contentarse que Vd. en el libro XIII de su Historia note un error de imprenta, que por sí mismo se manifiesta como un error de gramática en quien dice Petrus quod.» Es digna de saberse la siguiente respuesta que le dio el Sr. Amát: «Sobre la correccion de la consabida errata de imprenta, habria mucho que decir. Vd. ya sabrá que en las dos ediciones del edicto que se han hecho en Barcelona se omitió un sin, que hacia tanta falta ó mas que mi no. Lo advertí luego, y lo hice avisar al Sr. Llozer, no dudando que esa errata era particular de Barcelona; y en efecto á pocos dias se circuló un oficio á los encargados de repartir los edictos, para que añadiesen el sin: lo cual ha hecho reparar mas la errata de imprenta inquisitorial, pues los edictos estaban ya fijados y repartidos. En Barcelona dió motivo esta casualidad á hablillas indecentes, no ya contra mi Historia, sino contra el santo Oficio; y de esto nació un papel de Observaciones prudentes y moderadas que corrió por allá (Véase en el Apéndice núm. 79) y yo hubiera procurado que corriera mas, á no prever que en pocos dias ya no se hablaria mas de tal cosa, como sucede.»

309 ¡Dou y Amát! dos sabios y virtuosos eclesiásticos, de contrarias escuelas, y por consiguiente de opiniones diferentes,   —297→   que pueden servir de modelo al clero español: como de Bossuet y de Fenelon decia, pocos años hace, el juicioso Cardenal Bausset, historiador crítico y profundo de las Vidas de estos dos Padres de la Iglesia Galicana, pares, non similes. La sincera y constante amistad que reinó por espacio de cuarenta años entre el Arzobispo de Palmyra y el Cancelario de Cervera, debe confundir la brusca y anticristiana guerra con que se infaman y atropellan mutuamente tantos semi-sabios, ó necios, que se arrogan el título de teólogos y canonistas por haber arrastrado cuatro ó seis años algunas varas de bayeta en las Universidades, ó ergoteado en los cláustros. ¡Cuántos de estos fanáticos sin haber leido siquiera toda la Suma de santo Tomás, ni las Decretales, solamente para darse algun aire de importancia entre el vulgo ignorante, han tachado de molinista al uno y de jansenista al otro! Un militar instruido, oyendo llamar en Madrid molinista al Sr. Dou, preguntó al que le apodaba así, ¿qué venia á ser eso de ser molinista? Turbóse el infeliz; y no habiendo podido explicar el significado de aquella voz, ni la causa de aplicarla á tan digno y sabio eclesiástico, fué la mofa y el escándalo de todos los concurrentes. Presencié este lance en Madrid, en la librería de Quiroga. ¡Cuántas veces se reian ambos amigos de que muchos les tuviesen por corifeos ó abanderados de las dos escuelas tomística y suarística!

310 En la correspondencia epistolar que durante su vida mantuvo siempre el Sr. Amát tanto con el Sr. Dou, como con el erudito caballero Sr. D. José de Vega y otros amigos tenidos por suaristas ó jesuitas, se ve bien que el hombre verdaderamente sabio prescinde de las disputas de escuela, y que el fanatismo de partido se halla solamente en las almas pequeñas y de pocos conocimientos. Para salir de la oscuridad, y lograr que se hable de ellas, no tienen otro medio que el gritar, como los perros falderos contra los mastines. Mas al cabo viene á sucederles lo de la fábula: La Historia conserva los nombres de los sabios; mientras que los de los necios mueren juntamente con ellos. «Jamás Bossuet (dice en su Vida el Cardenal Bausset) se bajó á tomar parte en las enemistades y resentimientos de los   —298→   contrarios de Port-royal. Y aun miraba con dolor que los jesuitas olvidasen tan frecuentemente las funciones á que debe ceñirse un instituto religioso, y que podia llegar á serles funesta su inquieta actividad en todos los negocios públicos: pero tanto sobre este punto como sobre los demas, procedió siempre con la moderacion y miramientos propios de su caracter y de sus principios. Conservó toda su vida relaciones, tanto con los individuos mas distinguidos de dicha Sociedad, como con los mas célebres escritores de Port-royal. Tal era la dignidad de Bossuet, y así se le ha visto siempre objeto del respeto y de los elogios sinceros ó afectados de ambos partidos, de los cuales jamás fué esclavo, ni adulador. Pueden decir (son palabras de Bossuet) que yo tengo amigos entre los jesuitas, y que los tengo entre los padres del Oratorio: pero jamás podrá decirse de mí, como se dice de ciertos obispos: Es amigo de los padres del Oratorio, ó, es amigo de los jesuitas.» El que haya leido los escritos del Sr. Amát, ó le haya tratado familiarmente, verá con evidencia que la idea que da el Sr. Cardenal Bausset del Obispo de Meaux, conviene perfectamente al Arzobispo de Palmyra. Véase lo que contestó al jesuita P. Prats al volver éste de Italia en 1815 (Apéndice núm. 80).

311 En 24 de enero de este mismo año 1817 le envió el Sr. Dou copia del elogio que se hacia de su Historia eclesiástica, en el libro que en defensa de la Inquisicion se imprimió en Méjico, el año de 1814, con el título de Duelo de la Inquisicion (Véase esta noticia en el Apéndice núm. 81); y le hablaba también de la obra que el mismo Sr. Dou estaba imprimiendo sobre economía política en ilustracion de la de Smith. Es digna de trasladarse aquí toda entera la franca y amistosa contestacion del Sr. Amát.=«Convento de Sanpedor 7 de febrero de 1817.=Muy Sr. mio y amigo: Con especial gusto recibí la de Vd. de 24 de enero con la nota del impreso del Carmelita descalzo, y dos dias ántes por Manresa los dos tomos de Ilustraciones de Smith. De estas tenia noticia, y esperaba con ansia que se publicasen; y aunque hasta ahora no he podido   —299→   leer mas que la primera parte, le doy á Vd. las gracias por toda la obra, que no dudo me gustará hasta el fin, tanto como desde el principio. Sin embargo me reservo el derecho de manifestar á Vd. cualquier reparo ó cosilla en que tropieze, con la franqueza de amigo con que deseo que se me hable de mi Historia eclesiástica. Y este deseo se extiende para con Vd. á Seis cartas contra la soberanía de todo pueblo, que habrán enviado ó enviarán á Vd. de Barcelona; pues aunque en su orígen no sea toda obra mia, he trabajador en ella y promovido su impresion8.

La noticia que me dá Vd. del Duelo de la Inquisicion es la primera que tengo de tal impreso; y suponiendo que se hallará en Madrid, encargo hoy á un amigo que me lo busque. -Me dice Vd. que está temblando por lo que yo indico en cuanto á la última época. Lo que entiendo que se refiere á lo que digo en la Advertencia del tomo primero, pág. 15; «y principalmente hablando contra el lujo en el tomo XII, página 160. Cuando en 1806 y 7 estaba haciendo la segunda impresion, creí del caso añadir que lo que se decia contra el lujo de los particulares se habia escrito el año de 1800. Porque la soledad de S. Ildefonso en diez meses del año, y los elogios de aquellas fuentes que oia en los dos de mas calor, me excitaban contínuamente á añadir siquiera algo contra el lujo de los Gobiernos, tal vez mas perjudicial que el de los súbditos. Pero no me atreví á tocar este punto, por lo mismo que hubiera debido hablar del lujo de la milicia, que entonces la vecina Francia nos hacia desear que fuese mas numerosa y fuerte en España. Ahora que ha cesado este motivo, y contra el exceso se clama mucho en otras partes, me alegraré que Vd. haya tenido proporcion de decir algo; porque entiendo como Vd. que el exceso de gasto en la fuerza militar, amenaza un trastorno en la Iglesia de España.

312 Pero no puedo dejar de añadir que temo que dañan mas á nuestra Iglesia otros dos males muy nuestros: el uno   —300→   es ese prurito general de hallar errantes y desacreditar personas, unido á la flojedad y descuido en aclarar verdades é impugnar errores con solidez. El otro es el excesivo miedo que tenemos de que se marchite la autoridad de la Iglesia, en especial del sumo Pontífice, si no procuramos conservar todos los ramos de potestad temporal sobre cosas terrenas. Yo estoy muy persuadido de que estaria mas vigoroso y lozano el indestructible árbol de la autoridad espiritual que dió JESUCRISTO á la cabeza de su Iglesia, si se cayesen por sí mismos algunos ramos ó troncos áridos de potestad terrena, fuera de los Estados de su soberania temporal. Digo si se cayesen por sí mismos; porque claro está que si los quieren cortar manos extrañas y violentas, es de temer que se rompa tambien algun ramo útil. Pero por otra parte, no sé por qué no levantamos nosotros la voz á favor del derecho de propiedad de las iglesias: concedamos que es favor gratuito de los soberanos eximir á los bienes de la Iglesia de las contribuciones que deben pagar los seglares: pero clamemos que es injusticia notoria obligar á la Iglesia á entregar plata y vender fincas, sin obligar á lo mismo á los seglares á proporcion. Y ¿por qué no se han de aclarar las ideas de dominio de los bienes de las iglesias con las luces y leyes de la razon natural y del Evangelio? Todo buen jurisconsulto dirá que el Soberano de un pueblo libre no es el dueño propietario de los bienes de los súbditos: que nunca puede privar á uno de ellos de su viña ó casa, á no ser que lo exija el bien comun; y que en tales casos debe compensar á los súbditos perjudicados del daño particular que les ocasiona, haciendo que no queden mas cargados que los otros, sino en lo indispensable para el bien comun. Los ministros de Hacienda de España ven tal vez con gusto que se dá al Papa mayor poder sobre los bienes de las iglesias que al mismo Monarca sobre los de sus vasallos; y se dan por satisfechos con que el Consejo proteste contra las cláusulas de las Bulas que sean contrarias á las Regalias. Cuentan que algun Secretario ú Oficial de la secretaria de Hacienda decia: ¿Qué daño hacen esas cláusulas, cuando   —301→   dejándolas correr sale pronto el subsidio de treinta ó treinta y seis millones, y sin ellas hubiera tardado mas de veinte? Pero yo diria: ¿Por qué no ha de ser justo que los eclesiásticos españoles examinemos de propósito estos puntos? Yo entiendo que hariamos en ello un singular obsequio á la autoridad del Romano Pontífice: cuyo fundamento sólido es la misma verdad, y no puede ser otro.

313 Amigo: á pesar de estas ideas que conozco nacidas del humor melancólico, no hago tan tristes pronósticos como Vd. del futuro estado de la Iglesia, y me confirmo cada vez mas en la esperanza que manifesté en el tomo XII pág. 253, y en otras partes de que la Divina Providencia sacará de los males pasados y presentes el restablecimiento de la Iglesia católica en las provincias de Alemania, y demas cristianas de Europa separadas de ella. Me alienta el nuevo Concordato de Francia, al ver que el Papa en la alocucion á los Cardenales se explica satisfecho de la declaracion del Rey de Francia sobre tolerancia civil: declaracion que supongo dió aquel Rey de acuerdo con los principales Soberanos de la llamada Santa Alianza. Por lo mismo sentiria que se frustrase ese Concordato, como teme un Vicario general de Francia, de quien estos dias tuve carta. Funda este buen hombre su temor en que segun dice, en las Cámaras reunidas en París hay tres partidos: el de realistas moderados, que es el del Rey y ministros, que hasta ahora tiene la pluralidad en ambas Cámaras; y los de realistas exaltados, y de republicanos. Estos dos, aunque entre sí diametralmente opuestos, están acordes contra el Concordato: aquellos, porque no pueden sufrir que no se haya anulado el de Bonaparte, pretendiendo que debia declararse haber sido siempre nulo, nulas las elecciones de Obispos que se hicieron entónces, y nulo cuanto se hizo despues en su consecuencia. Los republicanos que miraron con odio el Concordato de Bonaparte, porque dejaba cincuenta obispados, se enfurecen contra el nuevo que los hace subir á ciento. Como estos dos partidos obran con intrepidez y artificio, y en el del Rey no deja de haber vocales que quisieran que el restablecimiento   —302→   de los obispados ahora acordado no se ejecutase sino lenta y progresivamente, teme mi buen amigo que los extremados salgan con la suya de frustrar el nuevo Concordato. Pero yo le aliento á que no tema: porque la moderacion suele al cabo salir triunfante, en especial cuando se halla en el mayor poder. Quiera Dios que mi pronóstico se verifique pronto.

No dudo que saldrán Vds. bien en su pretension sobre Plan de Estudios; y deseo que no se hayan contentado Vds. con la generalidad de regirse por las reglas que gobernaban al tiempo de la instalacion del de 1807, sino que hayan expresado todas esas reglas, á lo ménos las principales; pues no siendo así, temo ocurran luego nuevas dudas.»

214 En mayo de 1817 tuvo el singular placer de abrazar en la celda de Sanpedor á su estimado amigo el P. Mtro. Fr. José de la Canal, Asistente general del Orden de S. Agustin, y digno continuador, por órden del Rey nuestro Señor, de la utilísima y grandiosa obra de la España Sagrada, que comenzó el erudito y laborioso P. Mtro. Fr. Enrique Florez. Es el Mtro. Canal aquel virtuoso y sabio agustino, á quien segun dijimos ántes (núm. 231) entregó el Sr. Amát en 1812 la obrita manuscrita Deberes del Cristiano en tiempo de revolucion, á fin de que cuidase de la impresion, y de destinar el producto de la venta al socorro de algunos pobres regulares que, suprimidos como estaban entónces todos los conventos, padecian mucha miseria. No quiso el Sr. Amát poner su nombre al frente de esta obrita; pero despues de su muerte le ha descubierto el Mtro. Canal en el tomo 44 de la España Sagrada que acaba de publicar, pág. 154, núm. 121, donde recomienda este precioso librito. Ya ántes en la pág. 8 habló del difunto Sr. Amát haciendo justicia á su relevante mérito. Dos dias fueron los que pudo detenerse el Mtro. Canal en Sanpedor; pero serian necesarias muchas páginas para referir lo que discurrieron ambos sobre mil puntos literarios, relativos no solamente á la España Sagrada, objeto del viaje que hacia su Continuador, sino tambien á la obra de las Observaciones pacíficas en que estaba trabajando   —303→   el venerando Arzobispo. Comunicóle éste cuantas noticias podian serle útiles para el buen éxito de su viaje literario á Gerona, y monasterios de Ripoll &c,: y despidiéndose ambos amigos con un tierno abrazo hasta la eternidad, separáronse, no sin lágrimas en los ojos, hasta el feliz dia en que vuelvan á reunirse en la mansion dichosa de la verdad y de la caridad. Contábame el Mtro. Canal en su tránsito por Barcelona la extraordinaria alegria que habia causado al solitario Arzobispo su visita, y el puro y celestial placer que él habia experimentado en hacersela. «Yo me figuré (decia) hallarme en las soledades del Ponto conversando con San Basilio, rodeado de libros, y de monges que le servian de amanuenses. El venerable aspecto del Arzobispo de Palmyra parecido al que suelen presentar las estampas y efigies de aquel santo Padre, segun la idea que dió de él su condiscípulo y amigo San Gregorio Nacianceno, la estrechez de la habitacion, el humilde menaje de toda ella, el canto de los ruiseñores, único ruido de vivientes que oí debajo de sus ventanas, todo contribuyó á aquella dulce ilusion que sentí al visitar el humilde y aislado convento de Sanpedor.»

315 Lo mismo que al Mtro. Canal sucedió á otros sábios, y á varias respetables personas que le visitaron. El Sr. D. Fr. Roque de Olzinellas, honor del Real monasterio de Ripoll y de toda la congregacion Benedictina claustral Tarraconense, estuvo allí tres dias en octubre de 1820; y no sabia que admirar mas, si los profundos conocimientos en todo ramo de instruccion que manifestaba el Sr. Amát en las conversaciones, ó la humildad y modestia con que los producia. El Sr. Olzinellas le leyó algunos puntos delicados y árduos de las Observaciones que despues publicó contra el Proyecto de la constitucion del clero impreso en París por el Sr. Llorente, y se fué muy animado con la plena aprobacion del Sr. Amát, y las instancias que le hizo para que no difiriese la impresion. Visitóle tambien su antiquísimo amigo el Sr. D. José de Vega, de cuya boca he oido que no sabe como ponderar el placer que experimentó. En febrero de este mismo año 1817 le consultaba el P. Mtro.   —304→   Fr. Simon Guardiola, abad de Monserrate, sobre establecer en aquel monasterio un ejercitatorio espiritual, para que pudiesen retirarse algunos dias allí varias personas que desean arreglar su vida ó prepararse para la muerte. Véase en el Apéndice núm. 82 la carta del Sr. Abad, y la juiciosa respuesta que le dió. Pocos meses ántes manifestaba su sincero y vivo amor á la patria en la respuesta que dió á la Real Junta de comercio de Cataluña sobre el grandioso proyecto del canal de Urgel.

316 Era el Sr. Amát en Sanpedor y Sallent como el ángel de paz que ahuyentaba de todos aquellos alrededores al maligno espíritu de la discordia. Lo fué ya ántes cuando bibliotecario en Barcelona, en Tarragona cuando magistral, y en seguida estando de Abad en S. Ildefonso. Retirado en Sallent y Sanpedor eran muchas las familias que le suplicaban fuese el árbitro absoluto de sus disputas. ¡Cuántos pleitos evitó! ¡Cuántas casas de labradores le deben la quietud y el reposo! A los dos meses de haber llegado á Sanpedor, acudieron ya á él el cabildo de Canónigos de la colegiata de Manresa y la comunidad de Beneficiados de la misma, suplicándole con fecha de 19 de agosto de 1817 se dignara resolver ó decidir sobre una disputa que tenian ambas corporaciones eclesiásticas. Y en 5 de diciembre ya le daban las gracias de que hubiese cortado de raíz en sus principios una cuestion que habria sido causa de muchos disgustos y de gastos dispendiosos. En tales obras del amor fraternal y de beneficencia, ó filantropía cristiana, hallaba el Sr. Amát como una diversion ó dulce descanso en sus contínuas y arduas tareas literarias. Tambien le sirvió de descanso durante los dilatados años de su laboriosa vida, el explicar á algunos sobrinos que educó, y aun á otros jóvenes, la leccion que habian estudiado; enseñándoles la manera de aprenderla con ménos trabajo y mas provecho. Muchas veces notábamos que daba cierto aire de importancia á alguna dificultad que proponiamos: lo cual le servia de ocasion para hacernos subir á los pricipios de la ciencia, y grabar profundamente en nuestros espíritus todavia poco reflexivos grandes verdades, conduciéndonos por la mano, de suerte que nosotros mismos las descubriesemos.   —305→   En S. Ildefonso y en Sallent le ví muchas veces divertirse ó descansar algunos ratos enseñando las reglas de gramática, y aun á deletrear á algun niño. Cuatro años tenia el nietecito de mi hermano D. Antonio Torres Amát (de cuya educacion estoy cuidando ahora), cuando le enseñaba la cartilla, y se divertia con él. ¡Cuántas pruebas, como esta, daba contínuamente el Arzobispo de Palmyra de aquella sencillez apostólica ó condescendencia evangélica, con la cual, á imitacion de Jesucristo, se hacia sencillo con los sencillos, niño con los niños, para inspirar á todos el amor á la verdad y á la virtud! Acabado este rato de descanso, era de ver entónces el afan con que volvia á sus profundos estudios de la Religion. Inde animos capit, et dulci recreata labore,= mens ad opus longè redit acrior..... Observábasele en sus conversaciones con los niños que jamás les dejaba concebir ninguna idea falsa, por frívola que fuese la cosa de que hablaba: ni aun por diversion queria que se les engañase, ó dijese algo ageno de la verdad. La verdad y exactitud fué siempre su ídolo. Vió un dia equivocado cierto cálculo del célebre literato Sr. Antillon en un periódico: al instante tomó la pluma, y demostró su falsedad, y envió por el correo al periodista, sin decir de quién era, el papel que se verá en el Apéndice núm. 83.

317 A pesar del tiempo que ocupaba en el celestial oficio de ángel pacificador de los hombres, y de las interrupciones á que le obligaba la debilidad de sus fuerzas físicas, pudo dar á luz en este año de 1817 el primer tomo de las Observaciones pacíficas sobre la potestad eclesiástica, de que hablamos ántes. En 1820, cuando iba ya á publicarse el segundo tomo, sobrevino en marzo el restablecimiento de la Constitucion política del reino. Habiéndome dicho entónces confidencialmente el Sr. Regente de la Real audiencia y subdelegado de imprentas, que no sabia por qué el Sr. Amát no ponia su nombre en esta obra para darle mayor recomendacion, se lo escribí, y me envió un papel para que lo entregara á dicho Señor. Su contenido es el siguiente: «Cuanto se dice en las Observaciones sobre la potestad eclesiástica y civil es seguramente doctrina muy fundada   —306→   y muy conforme con las Reales cédulas vigentes sobre estas materias, y con el modo de pensar y proceder del Consejo supremo y Reales Chancillerías y Audiencias. Y es muy cierto que no puede temerse queja ó resentimiento contra la doctrina de esa obra de parte de ningun ministro del Rey, que conozca su obligacion de defender la autoridad soberana, sino en todo caso de parte de alguno de los empleados en tribunales eclesiásticos, que por pocas noticias, ó por un zelo imprudente de sus inmunidades, se figuran enemigos de la potestad eclesiástica á los mas moderados defensores de la suprema civil.

El Sr. Regente desde que se le presentaron las Observaciones sabe quién es su autor; y siendo eclesiástico, y conocido por una Historia eclesiástica que ha merecido el aprecio del actual sumo Pontífice y de su inmediato predecesor, es evidente que en el exámen ó censura del manuscrito solo debió temer ó precaver su Señoría que no hubiese alguna expresion ó maxima ménos favorable á la autoridad del Rey; y no que por favorecer á esta se adoptasen opiniones infundadas contra la autoridad eclesiástica. Por otra parte el autor, aunque por justas atenciones no ha puesto su nombre al frente de la obra, sino encubierto ó disfrazado con otro fingido, con todo no tiene reparo en ser conocido como autor de ella, y lo será sin duda por todos los que han tenido con él conversaciones sobre estas materias; porque en ellas ha sostenido siempre las máximas del Sr. Bossuet, por estar interiormente muy persuadido de que las pretensiones de los italianos sobre potestad directa ó indirecta del Papa en lo temporal de los Reyes, y la debilidad ó ligereza con que muchos teólogos y canonistas de todas naciones han querido trocar en principios de derecho divino las inmunidades que en sus personas y bienes goza el clero por mera liberalidad de las potestades civiles, son los mas poderosos obstáculos de la reunion de muchas iglesias con la única verdadera de que se separaron, y de la total emancipacion y libertad de los católicos de Irlanda y de otras partes.

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Varias obras italianas y algunas de otras naciones, publicadas desde que comenzó la revolucion de Francia, en las que al parecer se intenta fomentar la idea de que para seguridad de los tronos y de los altares cristianos conviene que todos se reunan y formen una república cuyo emperador ó gefe sea el Papa, justifican la oportunidad de publicarse en España una obra en que se aclaren bien las ideas de una y otra potestad, y su distincion é independencia; pues de la confusion de tales ideas nacen las opiniones que perturban fácilmente la quietud pública, y entorpecen el curso de las operaciones del Gobierno.

De cualquier modo parece que solo por las circunstancias del autor de las Observaciones no debe el Sr. Regente estar con el menor cuidado, ni por haber dado la licencia de imprimirlas mientras que tenia facultades para ello, ni porque se haya diferido y se difiera la publicacion: por ser notorio que el impresor es un pobre viejo con mucha familia, cuyo alivio es uno de los motivos de la impresion de la obra, y ademas el autor cargado de años, quebrantado de fuerzas, y establecido léjos de Barcelona, se divierte en corregir él mismo las pruebas, aunque esto ocasione la pérdida de mucho tiempo en la impresion.

318 Mucho ántes que se vendiera este primer tomo envió un ejemplar á varios Sres. Obispos y á algunos amigos sabios é ingénuos para que le avisaran luego cualquier proposicion que les pareciera falsa, oscura ó inexacta, á fin de poder corregirla luego: porque con esta mira, les decia, he mandado que solamente se imprimieran un corto número de ejemplares con el objeto de que despues de haber leido la obra con reflexion algunos Sres. Obispos y personas doctas y piadosas, pueda hacerse una impresion regular. Las cartas con que envió el tomo primero á algunos Sres. Obispos y amigos sabios y piadosos, y despues los dos tomos juntos al Excmo. Sr. Nuncio de su Santidad en Madrid, al Emmo. Sr. Cardenal Bardají en Roma y á muchos otros Sres. Obispos, eran todas en la substancia del tenor de las siguientes, que pongo aquí literalmente copiadas mas   —308→   para los poco aficionados á esta obra del Sr. Amát, que para los amantes y elogiadores de ella. La que escribió al Excmo. Sr. Nuncio decia así: =«Excmo. Sr.=Muy Sr. mio y hermano de mi mayor respeto: Desde el año 1817 se han publicado lenta y progresivamente en Barcelona varios cuadernos de Observaciones sobre la potestad eclesiástica, que reunidos ahora forman los dos volúmenes que acompaño. En tales Observaciones he pasado los ratos que mis quebrantadas fuerzas me han permitido en los cuatro ó cinco años últimos. Y los principales fines que me propuse los manifiesto francamente en las primeras páginas y mas en las últimas desde núm. 638. La impresion se ha hecho con letra muy metida, y de corto número de ejemplares en especial de la segunda parte; porque deseo que con las oportunas advertencias de los amigos, y con las censuras moderadas ó acres, cuya publicacion es ahora por acá muy comun, puedan mejorarse tales Observaciones ántes de dárseles toda la publicidad que puedan exigir entre nosotros las ocurrencias actuales.

Por lo mismo aunque conozco que las ocupaciones de V. E. absorverán ahora mas que nunca todas sus horas y toda su atencion; sin embargo me tomo la libertad de dirigir á V. E. un ejemplar, suplicándole encarecidamente que si en algun rato de descanso puede registrar los índices y leer algunas páginas de los puntos mas árduos ó delicados, mande apuntar las especies que le parezcan equivocadas, inexactas ó confusas, y lo que convenga añadirse ó quitarse. Pues de las advertencias que directa ó indirectamente reciba yo de V. E. haré con la debida reserva el uso conveniente en las adiciones y correcciones que voy disponiendo, por si viene el caso de que se crea útil hacer otra impresion de mas número de ejemplares. Lo que si sucede durante mi vida, y en circunstancias en que no deba callarse mi nombre, procuraré eficazmente lograr el honor de que algun ejemplar de la nueva edicion llegue á manos de nuestro Padre santo, como tributo de mi filial obediencia é indicio de mi gratitud.

Quiera la divina Bondad conservarnos la sagrada persona   —309→   de su Santidad en la actual crítica situacion de los paises católicos, y concederle el mayor acierto y mas feliz éxito en todas sus providencias. Y dígnese tambien el Altísimo conceder á V. E. mucha salud y la satisfaccion de contribuir á que la Iglesia de España no solo quede libre de nuevos males, sino que experimente alivio en los antiguos que padece, y vaya adelantando en su verdadero esplendor. Con esta ocasion ofrezco mi afectuosa voluntad á las órdenes de V. E. y ruego á Dios guarde su vida muchos años. Sanpedor á 20 de agosto de 1820.=Excmo Sr. Arzobispo de Tiro, Nuncio Apostólico &c.»

Contestacion del Excmo. Sr. Nuncio:=«Ilmo. Sr.=Muy Sr. mio y hermano de toda mi veneracion y afecto: Ya está en mi poder el ejemplar de las Observaciones sobre la potestad eclesiástica que V. S. I. se ha servido enviarme, por lo que le doy las mas sinceras gracias reconocido á tan fina memoria. A pesar de que me hallo en el dia rodeado de una porcion de negocios todos graves y que piden de justicia toda mi atencion; sin embargo haré cuanto pueda por hallar algun momento libre para leer este escrito, no con intencion de buscar ó descubrir en él faltas, de las que estoy bien seguro carecerá, sino á fin de admirar sus bellezas y la sana doctrina que V. S. I. habrá vertido, como que tan afecto es á la silla Apostólica, centro de la unidad y firme apoyo del episcopado. El Sr. conserve la preciosa vida de V. S. I., y fortifique sus quebrantadas fuerzas para que pueda continuar defendiendo con su pluma los imprescriptibles derechos de nuestra comun madre la Iglesia Romana. Así se lo suplica este su seguro servidor de V. S. I. Q. S. M. B.=S. Arzobispo de Tiro, Nuncio Apostólico. =Ilmo. Sr. D. Félix Amát, Arzobispo de Palmyra.»

319 La carta al Sr. Bardají decia:=«Emmo. Sr.=Muy Sr. mio de mi mayor veneracion y aprecio: Luego que en el año de 1814 me retiré á este pais natal, experimenté mucho alivio en mis achaques y bastante robustecida la cabeza para algunos ratos de lectura y meditacion. Creíme obligado á emplear   —310→   mi ócio en algun objeto que pudiese ser útil á la Religion y al Estado; y habiendo hallado por estos montes el libro de Spedalieri sobre los derechos del hombre, y viendo sobrado conocidas sus ideas sobre contrato social, leí despacio aquellos libros, que ántes no habia visto sino muy de paso en Madrid el año de 1793; y emprendí una sólida impugnacion del libro primero, sin ofender la persona del autor. A este fin ocultando mi nombre publiqué en 1816 Seis cartas á Irénico &c. las que, aunque impresas en Barcelona con las licencias necesarias, no podian venderse entónces en Madrid sin permiso del Gobierno, que le negó. No pude saber el verdadero motivo de tan impensada denegacion, pues se confesaba que no tenemos por acá otro escrito en que se halle impugnada con tanta solidez la necesidad de cesion libre de los socios para dar autoridad á todo gobierno civil. Solo hubo algun indicio de que se hubiera deseado que aquella doctrina se aplicase contra las operaciones de las Córtes de Cádiz. Mas esto era imposible; en especial habiéndome yo propuesto examinar la cuestion general, prescindiendo de las constituciones particulares de los pueblos. Por consiguiente, el debido obsequio al Gobierno puesto sobre mí, me obligó desde entónces á impedir la venta de aquellas Cartas en la Corte, y á sofocarla en vez de procurarla en esta y demas provincias.

Concluida aquella obra, emprendí los dos tomos que acompaño, y comprenden varios cuadernos de Observaciones sobre la potestad eclesiástica, que se han impreso lenta y sucesivamente en estos cuatro años &c... como en la anterior: y concluye

Quiera la divina Bondad conservarnos la sagrada persona de S. S. en la actual crítica situacion de los paises católicos, y concederle el mayor acierto y mas feliz éxito en todas sus providencias. Convento de Sanpedor 9 de setiembre 1820=Emmo. Sr.==B. L. M. de V. Ema. su atento capellan y S. S.=Félix, Arzobispo de Palmyra.=Emmo. Sr. D. Dionisio Bardají de Azara, Cardenal de la S. R. I.»

320 Al Sr. Strauch, obispo de Vich, le escribió en estos términos: =Ilmo. Sr.=Muy Sr. mio y hermano carísimo: Los   —311→   dos tomos que acompaño comprenden varios cuadernos de Observaciones sobre la potestad eclesiástica que se han impreso lenta y sucesivamente desde el año 1817 hasta ahora. En las primeras páginas de la obra y mas en las últimas, esto es, en la conclusion del cap. 4 ántes del Apéndice, se manifiestan los principales fines á que se dirige. La impresion se ha hecho en letra muy metida, y de corto número de ejemplares en especial de la segunda parte; porque deseo que con las oportunas advertencias de los amigos, y con las moderadas ó acres de otros, cuya publicacion es ahora fácil, puedan mejorarse tales Observaciones antes de dárseles toda la publicidad que exige la importancia de la materia en los tiempos actuales.

Por lo mismo aunque conozco que las ocupaciones mas propias del oficio pastoral de V. S. I. bastan para llenar todas sus horas y toda su atencion: sin embargo ruego encarecidamente á V. S. I. que ponga estos dos libros entre los suyos; y si en algun rato de descanso toma alguno de ellos, apunte con franqueza las especies que le parezcan equivocadas, inexactas ó confusas, y lo que convenga añadirse ó quitarse; y de los amistosos avisos de V. S. I. haré yo el uso conveniente en las notas y enmiendas que voy poniendo en el ejemplar de mi uso, por si durante mi vida, ó despues, se cree del caso hacer otra edicion de mayor número y darle mayor publicidad.

Con este motivo renuevo mi sincera voluntad á las órdenes de V. S. I. y ruego á Dios le guarde muchos años.=Sallent 21 de agosto de 1820.=Ilmo. Sr.=B.L.M. de V. S. I. su atento capellan y S. S.=Félix, arzobispo de Palmyra.»

321 Casi en los mismos términos escribió con fecha de 5 de setiembre al Ilmo. Sr. Francés, obispo de Urgel, y á algun otro Prelado que suponia de opiniones diferentes, confiando que por lo mismo leerian y juzgarian con mas cuidado y exactitud todas las expresiones del libro.

322 Sirven tambien para demostrar el zelo ilustrado, la suma desconfianza de sí mismo, y la pureza de intencion del autor de las Observaciones pacíficas, otras muchas cartas que escribia á varios amigos que él tenia por juiciosos é instruidos,   —312→   aunque sabia que alguno de ellos no tenia la misma opinion en aquellos puntos. Entre otras muchas pondré solamente las que dirigió al Sr. D. Agustin de Cáceres, dignidad de la Sta. Iglesia de Segovia, y al Sr. D. Cárlos Gonzalez de Posada, dignidad de la de Tarragona.

Al Sr. Cáceres le decia en diciembre de 1817: =«La tós me ha dejado libre, á Dios gracias; y las fuerzas aunque son poquísimas, sin embargo con nueve horas diarias de cama lo ménos, y sin salir de mi celda ó habitacion en que hay oratorio y mucha comodidad, puedo pasar divertido algunas horas sin fatiga leyendo ó escribiendo. Al principio me entretuve en unas cartas contra el Tratado de los derechos del hombre de Spedalieri; pues observé que esta obra era bastante conocida en esta Provincia, donde ya el año de 1803 el canónigo de Gerona Dorca, en unas disertaciones sueltas que por aquellos años publicó sobre potestad civil y eclesiástica, la citó alabando al teólogo romano P. Tamagna que ya entónces la habia impugnado. Despues he continuado en extender algunas Observaciones pacíficas sobre la potestad eclesiástica; porque años hace que temo, y de cada dia lo temo mas, que la confusion de las dos potestades perjudica mucho mas á la eclesiástica, que lo que perjudique ó haya perjudicado en esta ú otras épocas á la temporal. Imprimí tiempo hace las Cartas contra Spedalieri, y la primera parte de las Observaciones sobre potestad eclesiástica que trata de sus relaciones con la temporal; y ahora se empieza á imprimir algun cuaderno de la segunda parte. Claro está que nada se imprime en mi nombre, pues deseo que ni en bien ni en mal no se hable de mí. Bien que así el Sr. Obispo de Barcelona como el Regente saben, como es justo, quién es el autor; y los Sres. Regentes así el pasado como el actual me han hecho el favor de ser los censores ellos mismos, ó el Fiscal de lo civil. La impresion se ha hecho de pocos ejemplares, y de letra muy metida: no tanto por conocer que obras pacíficas sobre estas materias no se venden, por lo mismo que disgustan á todo espíritu de partido, que es el que da compradores; como porque conozco   —313→   cuan delicados son estos asuntos, y deseo que algunos buenos amigos los lean con cuidado, y me adviertan lo que esté inexacto ú oscuro, y lo que falte ó sobre, para que borrando añadiendo y notando lo conveniente se pueda presentar todo junto al Real Consejo, y hacer una impresion regular.

Por lo que aprovecharé la primera ocasion oportuna para hacer llegar á manos de Vd. un ejemplar tanto de las Cartas contra Spedalieri, como de la primera parte de las Observaciones pacíficas sobre la potestad eclesiástica: confiando de su sincera amistad que se tomará el trabajo de irlas leyendo, notando en una esquela lo que al pronto le parezca á Vd. disonante, oscuro &c. Y no le pido á Vd. mas, porque le conozco demasiado ocupado. Sobre todo cuide Vd. de su salud, y mande cuanto guste á su afectísimo amigo servidor y capellan Q. S. M. B.=Félix, Arzobispo de Palmyra.=Sr. D. Agustin de Cáceres.»

323 En 19 del mismo mes y año decia al Sr. Posada: «De Valls enviarán á Vd. dos libros en 4.º de autor que no quiere ser conocido. La impresion se ha hecho en letra muy metida y de pocos ejemplares, con el fin de que algunos amigos los vean con cuidado, y adviertan lo que esté inexacto ú oscuro, y lo que falte ó sobre; para que con sus advertencias y tal vez con alguna censura de quien no sea amigo, se hagan las correcciones y adiciones oportunas; y el mismo autor si vive, ó sus albaceas puedan disponer despues una edicion decente ó regular. Uno de los libros consta de seis cartas contra la obra de un sabio y respetable romano intitulada Los derechos del hombre: obra que hace mas daño de lo que se cree, extendiendo la confusion de varias ideas, en especial sobre obligaciones y pactos, que hubo ya en los dos siglos últimos entre no pocos eclesiásticos de fama. El otro libro es de Observaciones sobre la potestad eclesiástica con respecto á la potestad civil: á que seguirán algunos cuadernos que la consideren en su propia gerarquía, de que se imprime ya el primero y se tiene la licencia para los otros. El tomo de las Seis cartas   —314→   nada se me da que no le lea Vd. ni en estas pascuas, que le deseo muy felices, ni en el año inmediato. Mas el de Observaciones pacíficas sí que deseo y ruego que le lea Vd. en tres ó cuatro meses, y vaya apuntando lo que le parezca digno de enmienda, como hicimos en otros tiempos con algun impreso que vino de Gijon. El asunto de esas Observaciones es mas importante de lo que á primera vista parece; pues la confusion de las dos potestades si en otras épocas ha dado á la eclesiástica mas de lo justo, es de temer que ahora le quite algo de lo esencial. Yo creo que el único remedio es poner bien clara la verdad, distinguiendo en cada una de ellas lo que tiene de propio, de lo que tiene ó haya tenido solo porque la otra se lo cede ó cedió.

En la última carta de Vd. á Félix vi con pena que Vd. tiene la de no poder andar libremente por casa; y con particular gusto que el pulso está firme, la cabeza como siempre, y el humor tranquilo. A mí los pies y piernas me llevan sin trabajo algunos ratos sobre los ladrillos de esta celda y corredor inmediato; y con tal que pase muchas horas en cama, puedo sin fatiga pasar algunas divertido entre libros: aunque la cabeza siente ya mucho el peso de los años. De cualquier modo tenemos los dos que dar á Dios muchas gracias tambien por los beneficios de salud y comodidad corporal de que gozamos en nuestra vejez.

No dudo que verá Vd. en esta carta una demostracion evidente de mi amistad: al modo que yo le escribo por estar cierto de la de Vd., y de que la veré confirmada en el exámen de esas Observaciones. Sobre todo renovémosla ambos todos los dias encomendándonos mutuamente á Dios. Y mande Vd. cuanto quiera á su afectísimo amigo=Félix Amát.=Sr. D. Cárlos Gonzalez de Posada.=P. D. Dije Gijon, y pensaba en Jovellanos. Al principio de 1814 el Sr. Cean quiso imprimir la vida de su amo y protector, dando noticia de muchas obras inéditas, y excitando deseos de verlas publicadas. Serían ya diez ó doce los pliegos impresos cuando el heredero del difunto acudió al Gobierno quejándose de que se perjudicaba   —315→   su propiedad, y logró impedir la impresion. Creyóse que era con el fin de publicar algunas memorias y manuscritos del difunto que él juzgase mas honoríficas á la familia. Cean me habia confiado su obrita y la habian visto otros amigos: á todos pareció muchísimo bien. ¿Sabe Vd. si el heredero ha publicado algo?

324 En medio de esta árdua y espinosa tarea de querer aclarar los límites de ambas potestades civil y eclesiástica, ¿quién pensára que una de sus diversiones consistia en apuntar algunas cosas que le ocurrian al leer un rato la obra de economía política de Smith? Así lo demuestran varias esquelitas que se han hallado entre sus manuscritos. A últimos de 1817 le vemos entretenido en censurar una composicion poética del Sr. Vargas Ponce. En el Apéndice ponemos la graciosa carta con que éste se lo pedia. Verdad es que el Sr. Amát nunca hizo versos sino medianos. La imaginacion viva y brillante de la poesía no suele hallarse en los grandes talentos dedicados á los graves estudios de las ciencias sagradas ó de las que se llaman exactas. Cuando el Sr. Amát regresaba de Madrid á Tarragona en 1793 compuso durante el viaje una epístola en verso que envió á su prima doña Javiera de Ochoa y Amát para darle razon del viaje. He oido al mencionado Sr. Posada, buen conocedor de esta materia, que los defectos de la versificacion los suple la belleza y naturalidad de las ideas. De los últimos años de su vida parecen ser los que ponemos en el Apéndice n.º 84. Tambien se dejó llevar alguna vez de su natural propension á los cálculos matemáticos; pues hallamos uno que hacia para fijar que la distancia perhielia del nuevo cometa descubierto en la constelacion del cisne, sería en el dia 3 de marzo de 1818, en que habia de pasar por el punto de su parábola mas cercano al sol, igual á 112.567 tomando por unidad la de la tierra al sol. Tales eran las diversiones con que este sábio y profundo teólogo descansaba de los sérios estudios de la Religion.

325 En 1819 escribió al Ilmo. Sr. Obispo de Urgel recomendándole á un jóven eclesiástico de Sallent, que iba á los concursos para la canongía doctoral, despues de haber sido Vicario   —316→   general del arzobispado de Tarragona en los últimos tiempos del Ilmo. Sr. Bergosa. Pondré aquí la carta; porque hace ver la prudencia cristiana con que daba tales comendaticias, que con mucha frecuencia se le pedian, especialmente siendo confesor del Sr. D. Cárlos IV. Eran todas en términos muy generales cuando no conocia á fondo al sugeto; pero no así en el caso contrario. Véase como recomendaba al Dr. D. Isidro Valls.

«Ilmo. Sr. hermano y dueño de toda mi estimacion: Al Dr. D. Isidro Valls por la antigua amistad entre su familia y la de mis sobrinos Torres, le he mirado siempre como sobrino adoptivo. Mas en estos seis años últimos, con el trato frecuente en un lugar corto, le he querido y quiero siempre mas y mas, ya por su genio pacífico, arreglada conducta y zelo activo y prudente, ya tambien por su aplicacion al estudio y particular tino y acierto en enterarse de los asuntos de su iglesia que casi todos se le confiaban, y en escoger el mejor rumbo para terminarlos con paz y felicidad. Esto me movió á animarle á que fuese á la oposicion de la doctoral de Vich, creyéndole con particular aptitud para el feliz desempeño de cargo tan importante. Y habiendo ahora tomado en esta celda última resolucion de pasar al concurso de la de esa santa iglesia, con motivo de haber venido á acompañarme algunos dias el Sacrista de Barcelona: me he creido obligado á manifestar á V. S. I. sencillamente el concepto que tengo formado de este buen jóven, deseando que pueda V. S. I. ponerle bajo su proteccion.

La fiebre catarral me acometió dias pasados con bastante fuerza, y aunque dias ha quedé libre de calentura, el decaimiento de fuerzas es todavía muy extraordinario. Quiera Dios conservar á V. S. I. la salud robusta de que necesita para atender á tan vasta y numerosa feligresia por muchos y felices años. Convento de Sanpedor &c.»

326 Los extraordinarios sucesos de primeros de marzo de 1820 confirmaron los temores que manifestaba el Sr. Amát en sus conversaciones desde el año 14, cuando vió que no se habian extinguido, sino solamente sofocado debajo   —317→   de la ceniza ciertas máximas esparcidas desde Cádiz por toda la Península: temores que le hicieron trabajar y publicar, al cabo de tres años la sólida impugnacion de la obra del abate Spedalieri: Dei diritti dell' Uomo, y despues las Observaciones pacíficas sobre la potestad eclesiastica. Solia decir con mucha frecuencia á algunos zelosos eclesiásticos que le visitaban, lo mismo que tambien escribió en una carta á su digno amigo el sábio Sr. Dou, que «siendo comun el temor de que España, á la hora menos pensada, sufriria algun otro trastorno político, miraba como verosímil el que la Iglesia española se hallaria en circunstancias muy parecidas á aquellas en que se vió la Francia en 1682, cuando el gran Bossuet la preservó del cisma que amenazaba, desarmando á los enemigos de la corte de Roma, y conteniendo los ulteriores proyectos con la publicacion de los cuatro artículos que hizo la Asamblea del clero.» Observaba el Sr. Amát lo que habia oido varias veces á sus sabios mentores los Ilmos. Sres. Climent y Armañá, que tanto en el clero, como en la magistratura, reinaban generalmente ideas muy confusas sobre los límites de ambas potestades civil y eclesiástica; y que era muy fácil que la una invadiera los términos ó jurisdiccion de la otra. ¡Cuántas providencias tomadas desde marzo de 1820 hasta fines de 1823 demostraron la clara prevision del venerando y anciano Arzobispo de Palmyra! «Yo acusaba al arzobispo Amát de ser algo servil ó anticonstitucional (decia poco despues en Lóndres uno de los que en las Córtes fueron reputados por moderados, ó como se llamaron últimamente por pasteleros.) ¡Ay! ¡con cuánta razon se quejaba de nuestras vanas y atrevidas teorías! ¡Cuán fundados eran sus temores!

327 Estos temores que el Sr. Amát concibió desde el año 1814, de un nuevo trastorno en España, se los aumentaron ó avivaron no poco los sabios jesuitas Masdeu y Prats así que volvieron otra vez de Italia, despues del decreto de 15 de mayo de 1815 con que el Rey restableció en sus dominios La Compañía de Jesus. Habia muchos años que tenia con el P. Prats una íntima y amistosa correspondencia, y desde el año 1804   —318→   le habia procurado varios socorros ó limosnas, especialmente de S. M. el Sr. D. Cárlos IV. En las cartas que recibía del P. Prats, que vivía en Roma, como también en la correspondencia que seguía conmigo aquel erudito jesuita, observaba el juicioso Sr. Amát señales de que era mayor de lo que él creia la exaltacion del espíritu de partido. Poco después en 1816 llegaron á esta ciudad de Barcelona, entre otros padres jesuitas, los dos mencionados Prats y Masdeu, y merecí de ellos que me tratasen con la mas íntima confianza: de la cual participaba el Arzobispo de Palmyra, á quien iba á visitar muy á menudo, y estando separado de él le escribía cada correo. Al contestarme solía siempre tocar aquellos puntos delicados, literarios ó eclesiásticos, que le decia que trataba en mis conversaciones con los dos jesuitas. Y entónces fué cuando se convenció mas de la necesidad de una obra en que se aclarasen en España los límites de las dos autoridades civil y eclesiástica.

328 Manifestaba el P. Masdeu vivísimos deseos de que su delicada salud no le permitiese hacer un viaje á Sanpedor para conocer personalmente á aquel venerando solitario. Con su natural jovialidad me dijo un dia: «Escriba Vd. á su tio, que allá en el cielo nos verémos las caras, ya que está visto que moriremos sin conocernos uno á otro el aspecto del cuerpo. El alma gigantesca de su tio de Vd. ya la conozco. Anímele Vd. de mi parte á publicar verdades poco conocidas, aunque hayan de ser amargas para los que se hallan bien en los abusos: porque veo en su Historia Eclesiástica que las sabe proponer con dulzura. El P. Masdeu (concluyó él mismo) ya no puede variar su natural carácter que es algo descarado. ¿No es verdad, Sacrista mio?» Aficionóse tanto el P. Masdeu al Sr. Amát en los últimos años de su vida, que acordándose un dia que en el tomo XXIV de su Historia crítica de España, inédito todavía, impugnaba con acrimonia la opinion del Sr. Amát sobre la causa y extincion de los Templarios, dulcificó delante de mí una expresion algo fuerte que habia puesto en Italia al trabajar aquel tomo. En prueba del alto aprecio que el P. Masdeu hacia del Sr. Amát, debo decir aquí que le hizo leer, y le permitió   —319→   sacar copia de sus principales y mas preciosos manuscritos: copia que el Sr. Amát creyó que estaria mejor en la Biblioteca de la Real academia de la Historia. En efecto, muerto el P. Masdeu, envió á ella los siguientes manuscritos: 1.º Bosquejo de la reforma necesaria en el presente mundo cristiano en materia de Religion. 2.º El libro III; Historia de la religion de España restauradora, que es el tomo XXIV de la Historia crítica de España. 3.º Religion española. 4.º Monarquía española. 5.º Carta á los Romanos. En una esquelita con que acompañaba estos manuscritos puso el Sr. Amát lo siguiente: «Estos cinco manuscritos de D. Juan Francisco Masdeu están copiados ó del original del autor, ó de copia comprobada y rubricada por el mismo. El dueño de ellos deseando que se conserven, y que solo se haga de ellos un buen uso, los regala á la biblioteca de la Academia de la Historia, y á la Real de S. M.»

329 Llegó finalmente la revolucion de 1820, y publicados los dos tomos de las Observaciones pacíficas, creyó mas urgente que el continuar su plan, el hacer la aplicacion de su doctrina á las particulares y críticas circunstancias en que podia hallarse luego tanto el Gobierno como la Iglesia de España. Oigase la nota que puso al fin del cap. IV, §. XI de la parte segunda de las Observaciones, á donde llegaba la impresion del segundo tomo cuando ocurrieron las novedades del marzo del 1820. «Con tan justo deseo concluye el original con que se ha hecho esta edicion, el cual presentado ántes al Juez de imprentas se recogió rubricado por el Escribano el dia 4 de noviembre del año próximo pasado 1819 con la Real licencia dada el dia ántes. Pensaba entónces poner en este lugar como epígrafe final la sentencia de San Agustin: Nullus reprehensor formidandus est amatori veritatis, ó alguna otra cláusula, del exordio de su libro II de Trinitate, para indicar mis deseos de aprovecharme de toda crítica justa, que de lo dicho en estas Observaciones hagan los amigos y los enemigos de ellas. Mas atendidas las importantes novedades de los Reales decretos del 7 de marzo y siguientes de este año 1820, creo   —320→   del caso manifestar con franqueza y con alguna detencion la que quise no mas que indicar con palabras del Santo.

Desde la primera vez que pensé escribir algo sobre la potestad eclesiástica, me propuse detestar la precipitacion y furor de los extremados defensores de las opiniones entre sí opuestas que se ventilan entre católicos; y seguir con cuidado en tan delicada é importante materia los pasos de los que buscan la verdad con la discrecion y á impulso de la caridad. En todos tiempos han sido demasiado comunes la presuncion en calificar de ciertamente verdadera la opinion propia, sin tener pruebas para ello, y la obstinacion en defender la opinion una vez adoptada, aun despues de descubierta su falsedad. Praesumptio priusquam veritas pateat, et cùm jam patuerit praesumptae defensio falsitatis, son, decia San Agustin, dos vicios casi intolerables, por ser excesivamente contrarios al descubrimiento de la verdad.

330 Como estos vicios, y la oscuridad que de ellos nace, se fomentan en gran manera con la fermentacion de las pasiones, no es de admirar que cundiesen por España durante la pérfida y cruel invasion de los ejércitos de Bonaparte. Viéronse entónces, particularmente en Cádiz y en Madrid, en órden á la potestad y gobierno de la Iglesia, no ménos que en órden á la potestad y gobierno de nuestra sociedad civil, dos contrarios partidos ó modos de pensar que de palabra y por escrito se hacian guerra contínua, ya con las armas ligeras de lo ridículo, ya con duros golpes de invectivas vehementes. Todos se gloriaban de no desear mas que el mayor bien de España, y la mayor pureza de la Religion católica. Y sin duda eran comunmente en todos muy sinceros los buenos deseos y justa la intencion del fin principal que se proponian. Mas en tiempos dificiles el mismo ardor en correr tras del buen fin, suele ocasionar mas tropiezos en la eleccion de los medios.

Por lo que toca á la potestad y gobierno eclesiástico muchos no podian sufrir que se variase nada en las prácticas é instituciones establecidas, á no ser por voluntaria determinacion y por la mano de las mismas autoridades eclesiásticas.   —321→   Otros creian que podia y debia promover algunas mudanzas la potestad civil, guiada por las luces de la razon ilustrada. No puede negarse que entre estos hubo algunos que abusando de la facilidad que tenian en manejar los chistes y sales de la sátira se excedieron en esta parte, y dieron motivo á que la gente sencilla se figurase dirigido contra la misma Religion, lo que ellos tal vez solo habrian dicho contra los que abusan de ella. Tampoco hay duda en que algunos de los otros se excedieron mucho en la ingeniosa crueldad de dar mal sentido á las proposiciones del partido contrario; y en sostener atroces calumnias aun despues de evidenciada su falsedad, sin reparar que en esto mismo se hacian sospechosos de que el ímpetu de las propias pasiones y la defensa de los intereses ó comodidades propias los movian mas que el zelo de la verdad y la caridad de nuestra divina Religion. Mas á pesar de tales excesos, es igualmente cierto que del choque entre los escritos de ambos partidos opuestos, aunque no eran pocos los que estaban mas ó ménos tiznados con el humo de uno ú otro fanatismo, salia mas que suficiente luz, para que en los asuntos importantes se viese lo que era mas conducente al bien de la España, ó mas propio del espíritu de nuestra divina Religion, ó mas asequible y oportuno en aquellas ocurrencias. De modo que toda la confusion y oscuridad provenia no de falta de luz, sino del espíritu de partido con que se abrazaba luego como cierta y despues se sostenia tenazmente la opinion mas lisonjera á la voluntad, aunque no fuese la mas conforme con la recta razon.

331 Entre los ánimos exaltados de ambos partidos, la presuncion y el aferramiento á las opiniones propias, con desprecio de las luces y opiniones agenas, se desordenaron mas que nunca en la ruidosísima disputa sobre supresion de un establecimiento demasiadamente famoso: disputa muy fuera de tiempo, suscitada por los que intentaron ponerle en movimiento cuando tanto le convenia estarse muy quieto y oculto, y ya que podia sin desaire por hallarse sin cabeza. Los unos se figuraban ver en aquel establecimiento una tan monstruosa como formidable union de   —322→   las dos potestades: un espíritu el mas opuesto al espíritu de sufrimiento, humildad y mansedumbre con que deben estar animados los ministros, á quienes JESUCRISTO confia el gobierno de su reino ó de la Iglesia: un modo de proceder lleno de várias injustas y crueles irregularidades: un secreto solo digno de los que aborrecen la luz y aman las tinieblas como auxiliares de sus travesuras. Otros al contrario clamaban que ni la tranquilidad pública, ni la Religion podian permanecer en España sin aquel apoyo, y sin dejar que se gobernase con todo el secreto y con todas las prácticas que tenía adoptadas. Aquellos le atribuían el atraso en ciencias y artes y todos los males de la España, sin reparar que de muchos de nuestros males era fácil señalar otras razones ó causas suficientes; y que de algunos males, ó no era mas que ocasion inocente, ó la causa no era el establecimiento mismo, sino el abuso que de él se hacia para fines muy distintos de la pureza de la Religion. Mas los otros procuraban persuadirse y persuadir á los demás, que no habia otro recurso para curar los males de la España que reponer en toda su fuerza y secreta actividad aquel Oficio espantoso, para que renovándose las antiguas ostentosas escenas de terribles hogueras, y la frecuencia de ocultos encierros en cárceles oscuras, se contuviese el contagio de los enemigos de la Religion.

332 Tan opuestos modos de pensar en medio de la copiosa luz que se difundió por España sobre tan grave asunto en aquella época, demuestran con evidencia que hubo de ser muy ciega la presuncion del uno ó del otro partido, ó muy grande en los dos el número de los alucinados hasta el punto de no ver ó de no querer adoptar ningun temperamento con que pudiese cortarse tan fatal division. Sentíanla y deseaban terminarla la prudencia de la recta razon, y la caridad de nuestra Religion divina; mas el furioso espíritu de partido hacia obrar á los ánimos exaltados como si solo se aspirase á la gloria del triunfo y á la opresion del partido contrario.

La España justamente consternada con tan intempestiva disension entre los hijos principalmente destinados á reunir   —323→   todas sus fuerzas para defenderla contra tan poderosa usurpacion, tuvo por fin algun consuelo con las noticias de la caida del poder colosal de Bonaparte, cuya audaz y pérfida ambicion fué la causa de nuestros males. Pues no dudando ya la España de que veria luego al suspirado rey Fernando restituido á su seno, se persuadió fácilmente que el justo alboroto general en tan glorioso triunfo del valor y fidelidad de los españoles, los afectuosos vivas de todos los súbditos á la vista de tan amado Monarca, y las dulces promesas de premios de los servicios mas distinguidos, y de amnistía ú olvido de los agravios propios, con que suelen empezar á hablar en tales lances las autoridades públicas, sufocarian todo espíritu de partido; y que... Adoremos los soberanos designios de la divina Providencia, en permitir que por tanto tiempo se hayan frustrado tan justas y tan naturales esperanzas. Y á vista de los Reales decretos de 7 de marzo y posteriores, confiemos en la infinita bondad de Dios que habrá querido con seis años mas de sustos, trabajos y amarguras preparar mejor á los españoles á que sepan aprovecharse de los beneficios que va á proporcionarles el nuevo órden de cosas, y evitar los peligros á que está siempre expuesta toda grande mudanza en la administracion ó gobierno de las naciones.

333 Una de las novedades mas importantes es la libertad de imprenta, regida con el freno de las Juntas censorias prontas á castigar los delitos de este ramo, al modo que otros tribunales castigan no solo los de la mano y del puñal, sino tambien los de la lengua, ó de la pluma. Ya pues que las Observaciones, cuyo último cuaderno sale ahora al público, se han impreso con las licencias previas hasta ahora necesarias, añadiré sin reparo que en todas ellas he procurado imitar á san Agustin, no solo en huir de los dos vicios ántes indicados, sino tambien en manifestar con franqueza mi modo de pensar sobre las relaciones entre las dos Potestades, y entre unos y otros ministros de la eclesiástica: al modo que el Santo sobre el altísimo misterio de la Santísima Trinidad decia: Nec trepidus ero ad proferendam sententiam meam. Confio no haber faltado al respeto   —324→   que se debe á los oidos, tal vez delicados, no solo de las autoridades establecidas, sino tambien de los sabios que opinan de otro modo. Jamás fuera justo ofenderlos; pero nadie debe ofenderse de la verdad dicha con humilde atencion, y demostrada con solidez. Mas conociendo por experiencia cuán fácilmente puedo haberme descuidado ó equivocado en la sustancia de lo que digo y en el modo con que lo digo; por lo mismo que amo la verdad, mas quiero ser reprendido por mis errores ó descuidos, sea por quien fuere, sea con el amistoso murmullo de la paloma, sea con mordacidad de diente de perro, que no algun preocupado ó lisonjero me alabe en lo mismo en que me engañe: Nullus reprehensor formidandus est amatori veritatis, dice con razon el Santo. Quien ama de veras la verdad á ningun censor ha de temer, ni al amigo, ni al enemigo: á quien hemos todos de temer es al lisonjero y al iluso que con sus alabanzas aumentan nuestra vana presuncion, y arraigan nuestras falsas preocupaciones. O es enemigo el que ha de reprender, ó es amigo... Si el enemigo insulta, debe sufrirse. Si el amigo yerra, debe ser enseñado: si enseña, debe ser oído... Pero el que alaba y yerra, confirma el error, y el que adula induce á él. Aut inimicus reprehensurus est, aut amicus... Si inimicus insultat, ferendus est: amicus autem si errat, docendus; si docet, audiendus... Laudator verò et errans, confirmat errorem, et adulans illicit in errorem.

334 Bien persuadido de estas máximas del gran padre de la Iglesia S. Agustin no he de temer la libertad de la imprenta, ni tengo reparo en decir que de su buen uso deben esperarse muchas utilidades. Sin embargo, permítaseme tambien manifestar con franqueza mis temores de que, especialmente en los primeros años, abusen de esta libertad la presuncion y el fanatismo de las opiniones, y la corrupcion y el desenfreno de las costumbres.

Quiera Dios que no sirva en España la libertad de imprenta para aclarar y extender las verdades útiles á las artes y á las ciencias, y para sostener y mejorar las buenas costumbres civiles y religiosas; y que en órden á los abusos ó males   —325→   mas ó menos comunes, que no puede dejar de haber en toda grande sociedad de descendientes de Adan, no se imprima mas que para manifestarlos con sencillez, advertir los daños que causan, y proponer medios con que puedan precaverse ó remediarse: todo sin ofensa de los pueblos ni de las personas, y de modo que se vea que es el amor de la patria y de la Religion quien dicta los avisos. Pero si alguno por ocasion ó con pretexto de impugnar abusos, imprimiere calumnias ó dicterios infamatorios contra alguna persona ó familia, ó inspirara máximas contrarias á la subordinacion ó buen órden de las familias ó de los pueblos, ó al debido respeto á la Religion católica, quiera Dios que sea pronto corregido, no solo con las severas providencias de las Juntas censorias; sino principalmente por el horror ó disgusto con que todos los españoles deseosos de que la nueva Constitucion produzca las grandes mejoras á que se dirige, hablen contra un abuso el mas propio para fomentar la exaltacion de los ánimos y el ciego furor de los partidos, é impedir la tranquilidad nacida del buen órden, que es el primer bien de las sociedades políticas, y el fundamento sobre el cual la ilustracion y actividad general de los sócios libres ha de labrar su prosperidad.»

335 Nunca creyó el Sr. Amát que con la publicacion de la Constitucion hecha en Cádiz quedasen remediados los males de nuestra España. Lo decia claramente á varios diputados á Córtes en 1813 y 1814, ántes de la venida del rey Fernando á España. Así es que en 1890 le acusaban en Madrid varios diputados de que con sus escritos desacreditaba el nuevo sistema. Al saber en marzo de dicho año que S. M. habia jurado la Constitucion y mandado que se observase, dijo: «Quizá el Rey con el sacrificio que ha hecho de jurarla, logrará con el tiempo hacer cuantas reformas exige el bien de su reino, y apoyar y proteger las que deba hacer en la Iglesia la potestad eclesiástica: reformas que para ser saludables deben hacerse lentamente y con sumo tino y prudencia, comenzando por las que sean mas urgentes. Con ellas (añadia) se atraerá el Rey sobre sí las bendiciones de los pueblos, luego que lleguen á tocar las grandes ventajas que les   —326→   acarrearán. Decia tambien que era precisa una justa y severa responsabilidad en los ministros y demás empleados del Gobierno, y una racional libertad de imprenta, para que sirviese de freno saludable á los abusos; los cuales renacen, sin cesar, bajo formas mas variadas que las de Protéo. Así se explicaba francamente el Sr. Amát, en octubre de 1820, escribiendo á cierta persona constituida en elevado puesto, y que temia la pérdida de parte de sus rentas. Amaba el tal sugeto al Sr. Amát, y le respondió que admiraba que tan claro hablase, sobre todo por escrito, de un asunto tan delicado y peligroso. Y cuando poco despues supo que desaprobaba varias providencias de las Cortes, le volvió á escribir que no se comprometiese, y que tuviese entendido que en Madrid se le tenia por anti-constitucional. Entónces el Sr. Amát le respondió lo siguiente: «Sabe Vd. que Solon hizo una ley para que en los disturbios civiles declarasen todos abiertamente su modo de pensar: pues así los hombres instruidos y de mas talento y juicio inclinarian la balanza á favor de la justicia y del pro-comunal, arrastrando tras sí la opinion pública, por el respeto con que siempre los mira el vulgo, y el ascendiente que sobre él tienen. ¡Ay! ¡Quizá en estos tiempos pasados (dice un juicioso escritor) la timidez de algunos españoles que, viendo los desórdenes que nacieron á poco tiempo de jurada por el Rey la Constitucion, se arrinconaron en vez de echarse en medio de la tormenta para salvar el barco, nos acarreó despues tantos y tan espantosos males! A la sombra de estos buenos, pero tímidos españoles, se cobijaron otros muchos de poco talento y de cortos alcances ó corrompidos por un refinado egoismo, segun el cual amoldan sus ideas con el ídolo que adoran. Estos, desatendidos de todos los partidos por su ineptitud, como que carecen de principios y de toda opinion, solo están atisbando á ver la parte por donde sopla el viento para seguirle y acomodarse á todo, comiendo á dos carrillos sin comprometerse nunca. Tan apreciables como son los que prefieren el bien público al suyo particular, segun manda la razon y la Religion; son despreciables los otros que, sabiendo hacer á todos palos, vuelven   —327→   casaca á tiempo, y pillan las dignidades y empleos bajo todo gobierno.»

336 Amante en extremo de la verdad rogaba el Sr. Amát, privada y públicamente en sus escritos á amigos y enemigos como un favor muy particular, el que le notáran cualquier proposicion suya que les pareciese falsa, inexacta ú oscura para corregirla luego, enmendarla ó aclararla mas. Con fecha de 6 de enero de 1821 escribia lo siguiente á su digno amigo y antiguo compañero el Sr. D. Cárlos de Posada:=»El 1.º de diciembre concluí un Apéndice de las Observaciones, sobre aplicacion de bienes eclesiásticos á las urgencias de nuestra Hacienda pública. Ya conocerá Vd. que su carta de antaño me animó á esta delicada empresa. Conozco que mi modo de pensar disgustará á los ánimos acalorados, y á los medrosos de ambos partidos opuestos; pero tengo por cierto que el mas conforme al espíritu de la Iglesia, y el mas oportuno en las actuales circunstancias; y que así lo demostrará el tiempo, sea el que fuere el resultado del congreso de Troppau y de Leibach. Este cuadernito, que será de nueve á diez pliegos, se está imprimiendo. Si el correo que viene recibo capillas de la mitad, se las dirigiré á Vd. con fajas y sin carta, deseando que me haga Vd. el gusto de leerlas con todo cuidado; no solo por las erratas de imprenta que puedan ocurrir, sino principalmente por si ocurre alguna especie en que Vd. juzgue muy oportuna alguna enmienda ó mayor explicacion, &c. &c.»

337 Pocos dias despues en 21 de febrero pedia lo mismo al Sr. Cancelario Dou. Habíale enviado éste sabio amigo un cuaderno que acababa de imprimir sobre Vales Reales y otros puntos de economía política contra Montaos, y le decia que leido le avisase lo que le pareciese. El Sr. Amát le contestó en estos términos: «Me trajo la Defensa de Vd. contra Montaos éste Sr. Cura luego que la recibió. Leíla al instante y quedé con vivos deseos de leerla otra vez despacio, y con sentimiento de no haber ántes tenido noticia de la Memoria de Vd. impresa en Cádiz: de la que deseo que pueda Vd. enviarme un ejemplar, por el conducto del Dr. Vila ó del Sacrista de Barcelona.   —328→   Es punto que me ha ocupado mucho, y lo conocerá Vd. en tres ó cuatro llamadas que sobre Crédito público he tirado en el Apéndice segundo (el primero es el sermon de Bossuet) á las Observaciones sobre la Potestad eclesiástica, de que dirigí ayer al Dr. Vila un ejemplar para Vd. y otro para el amigo Sr. de Vega.

Tengo presentes algunas conversaciones con Vd. que sobre Crédito y Vales tuvimos en Madrid, ya con motivo de nuestras juntas en casa del Sr. Bustos, ya disputando con el Sr. Codina, ya oyendo al Sr. Gusta; y le tenia á Vd. tan presente cuando escribí el último párrafo de la pág. 32 de este Apéndice, que si hubiese tenido noticia de aquella Memoria seguramente hubiera dicho: Yo quisiera que el autor de la Memoria &c. ú otro juicioso jurisconsulto &c.

Leeré cuanto ántes pueda con mas cuidado el proyecto de Vales, de cuya justicia y utilidad no dudo; y solo al pronto me parece que ahora es precisa alguna adicion. Vd. verá con cuánta franqueza manifestaré cualquier reparo que me ocurra: pero por lo mismo deseo y exijo que Vd. me diga algo sobre este Apéndice, y en órden á las Observaciones sobre lo que dije de la jurisdiccion eclesiástica explicada por Berardi. Los reparos que pueden á Vd. ocurrirle contra alguna especie ú opinion pueden ser de dos especies: si es falsa ó equivocada; ó bien si son oportunos el tiempo y el lugar en que se recuerdan. En esto segundo no exijo que Vd. me diga sus reparos por escrito, aunque estoy cierto que de silla á silla luego nos avendriamos. Mas en lo primero me bastará que á Vd. le parezca sobrado metafísica ú oscura cualquier especie mayormente sobre jurisdiccion ú otro punto de derecho, para quedar convencido de que debió omitirse ó aclararse; y con igual razon no dudaré que debe corregirse, ó á lo ménos examinarse de nuevo, toda opinion ó especie que á Vd. á primera vista te parezca inexacta ó equivocada. De modo que no deseo que Vd. se detenga y moleste en darme la razon en que se funde el reparo, sino que únicamente diga: Esto ó aquello me parece confuso &c.

  —329→  

En prueba del gusto con que leia el Sr. Dou las Observaciones pacíficas, óigase lo que escribia á su buen amigo el erudito Baron de Castellet en carta de 27 de diciembre de 1819. «Cuando vea Vd. á nuestro Sacrista sírvase decirle que he leido desde la cruz hasta la fecha las Observaciones pacíficas, y que todo me parece muy bien; de modo que cuando yo leia, me parecia que muchas veces el autor adivinaba mis pensamientos.»

338 Ansiando el modesto Sr. Amát que todos los lectores de sus impresos se hiciesen censores rígidos de ellos, escribia así en 4 de marzo al Lector jubilado, recoleto franciscano, Fr. Pedro Sardá, Guardian del convento de Tortosa: «En las Observaciones desde núm. 1 advertí que me proponia escribir sobre la potestad eclesiástica para precaver en lo posible los funestos choques de opiniones exaltadas entre sí opuestas. Y de lo que digo en el mismo prólogo, y repito varias veces, es fácil colegir cuán grandes eran ya entónces mis temores de que habria excesos tanto de parte de los defensores de la potestad eclesiástica, como de parte de los defensores de la civil. Mis temores se han verificado ya demasiado, y quiera Dios que no se verifiquen todavía mas. En las Observaciones senté los principios generales. En el Apéndice segundo, que realmente es cuaderno sexto, contraigo la doctrina general á los puntos que hasta ahora se han discutido con mas calor. Yo siempre he supuesto que los hombres acalorados de uno y otro partido han de incomodarse mucho contra mis Observaciones, cada uno contra las que yo extiendo para contener ó templar su excesivo ardor. Pero tengo por cierto que los hombres moderados de ambos partidos confesarán que son indudables los principios que yo siento en la primera Parte para distinguir lo que es de competencia de cada una de las dos potestades; y por otra parte sabrán distinguir la competencia del legislador de la justicia de la ley. Y puestas á manera de anteojos tanto la distincion entre las dos potestades, como la otra entre ser una ley justa, y ser de legislador competente, se quitará mucha confusion de ideas en varios puntos de los mas disputados.   —330→   Sin embargo si leyendo Vd. el Apéndice, y volviendo á leer como se supone los lugares de las Observaciones que en él se citan, tropieza Vd. en algunas proposiciones ó máximas que le parezcan inexactas ó mal explicadas, copielas Vd. en una esquela citando páginas y lineas, y hágalo con toda franqueza, pues á mí me servirá mucho; porque aun en el caso de que yo no piense como Vd., conoceré á lo ménos que debo explicarme ó fundarme mas.

Sobre todo no perdamos de vista el espíritu del desprendimiento de todo lo terreno, de paciencia y de caridad, que forman el carácter de nuestra Religion divina; y procuremos sacar provecho para la eterna de cuantos bienes ó males nos envia directa ó indirectamente la Divina Providencia en la vida presente. Este importante beneficio desea principalmente á Vd. &c.»

339 Algunos dias despues con fecha de 10 de marzo le contestaba lo siguiente: «La ley aunque sea de legislador competente puede ser injusta por varias causas, y de dos modos muy diferentes: injusta de modo que sea pecado cumplir con lo que manda; é injusta de modo que pueda lícitamente cumplirse lo que manda. Y en las leyes injustas de esta clase debe hacerse lo que mandan, muchísimas veces, en fuerza de la ley natural que manda evitar peligros y escándalos. Ahora pues esta clase de obediencia, ¿con qué pretexto podrá negarse actualmente en España á la ley de Córtes sobre Regulares? ¿Y cómo pueden excusarse las Potestades eclesiásticas de procurar precaver ó disminuir los inconvenientes, incomodidades ó perjuicios que tal vez ocasione á los religiosos particulares? Es notorio é inminentísimo el peligro de que los inobedientes se vean precisados á emigrar del reino, ó á lo ménos á andar dispersos fuera de sus conventos. Y este es uno de los males á cuyo remedio ó precaucion se dirigen las insinuaciones del Apéndice, para que las Potestades eclesiásticas faciliten la obediencia de tal ley del mejor modo posible.

Amigo: aprecio mas de lo que Vd. puede pensar la censura que Vd. me copia. Gracias al autor, sea quien fuere, y   —331→   me hará una fineza particular si con igual severidad examina toda la primera parte de las Observaciones, ó á lo ménos el cap. 3. Solo deseo que exprese la página y línea en que esté la proposicion sobre que recaiga alguna censura. Por lo demas Vd. ya sabe que desde la primera página se dirigen mis Observaciones contra dos partidos entre sí opuestos, y siempre he contado que se irritarian contra mí los fanáticos de uno y otro: cada uno contra lo que yo digo para contener ó templar su excesivo ardor. Cabalmente el mismo correo que recibí la censura de Vd., recibí otra muy violenta de un fanático de los verdes. Pero siempre he confiado y experimento que los hombres moderados y piadosos de ambos partidos, que han meditado mucho los puntos de que se trata, y las actuales circunstancias de nuestra Iglesia y Estado, gustan del Apéndice, y confiesan que son indudables los principios que yo siento en la primera Parte para distinguir lo que es de competencia de cada una de las dos potestades: y que no es ménos cierto que para disminuir ó evitar los inconvenientes que respecto de la Iglesia temamos de las providencias de las Córtes, es ahora muy inútil y puede ser perjudicial el disputarles la competencia; y nuestra confianza solo será fundada y digna de nosotros si nos limitamos á los naturales derechos de propiedad y libertad, si huimos de todo espíritu de dominacion que huela á despotismo, y sobre todo si damos pruebas de desprendimiento de lo terreno, y de sufrimiento cristiano &c...»

340 Cuán sinceros eran los deseos del Sr. Amát de hallar lectores que examinasen con escrupulosidad sus escritos, y le impugnasen, lo manifiesta bien la Carta VII á Irénico, en que respondió á dos papeles recibidos por medio del arriba dicho P. Jubilado y de otro amigo, en que se impugnaban algunas proposiciones que habia puesto en el Apéndice II á las Observaciones. La Carta VII comienza de esta manera: «Mi estimado Irénico: Al mismo tiempo que Vd., también otro amigo me envia un escrito contra el Apéndice II de mis Observaciones pacíficas. A ambos quedo igualmente agradecido, y   —332→   de nuevo suplico que me digan con franqueza cuantos reparos les ocurran ó sepan haber ocurrido á otros sobre la exactitud de las noticias, la justicia de las máximas y la claridad y propiedad de las cláusulas y expresiones; pues sabe Vd., que oigo con gusto cuanto pueda servirme para corregir ó aclarar lo que escribo, sin desatender al aviso oportuno por mas que venga acompañado con censuras acres, violentas é injustas. Porque desde el principio de las Observaciones hasta ahora me he propuesto siempre escribir contra las opiniones extremadas de dos partidos opuestos, cuyos focos son los dos fanatismos de supersticion y de impiedad. Y por lo mismo no debo admirar que en los escritos contra el Apéndice, publicados en este tiempo de particular agitacion ó fermentacion de tales partidos, se den golpes eléctricos y se disparen chispas, de que los escritos que me impugnan no sean mas que conductores inocentes.»

341 En julio de 1821 le escribia un virtuoso y sabio monge que la humildad, que sería la causa de no haber puesto su nombre en las Observaciones pacíficas, quitaba á esta obra cierta autoridad que le daria el llevar á la frente el nombre de un Arzobispo ya anciano, y conocido por sus escritos tan católicos y piadosos y generalmente apreciados. Contestóle el Sr. Amát que no por humildad ocultó su nombre en dicha obra, sino por dos motivos muy justos: «El uno (dice) es que en las Observaciones y sus Apéndices se tratan varios puntos en que importa muchísimo que se pese con detenida reflexion lo que allí se establece, y se compare con lo que se impugna, atendiendo en uno y otro únicamente á la fuerza y verdad de lo que se dice, sin pararse ni en la autoridad, ni en el mérito ó demérito de los sabios que tienen entre sí diversos modos de opinar. El otro motivo es, que es preciso decir cosas molestas á personas muy respetables: las cuales, aun cuando no puede callarse la verdad que les ofende, son muy dignas de que se evite hasta la menor apariencia de insulto; y tiene visos de tal así el disparar á cara descubierta el tiro que ofende, como el elogio á quien le dispara.»

342 Quisiera pasar en silencio un suceso que ocurrió á   —333→   mediados de julio de 1821. Pero por lo mismo que es relativo á un sobrino y ahijado del Sr. Amát, educado por él desde niño, es muy útil decir cómo se explicó el venerando Arzobispo, para dar una prueba mas de los rectos principios que le dirigian. En 1821 renunció el obispado de Barcelona el Ilmo. Sr. D. Pablo Sichar, desde el lugar de Estadilla en Aragon en donde se hallaba; y á poco tiempo de haberle admitido el Rey la renuncia, se trató en el Consejo que entónces existia llamado de Estado, de nombrar sucesor. Habiendo manifestado algunos querer proponer á S. M. al Sr. Abad y Queipo, electo obispo de Mechoacan en América, el Emmo. Sr. cardenal de Borbon, y los Excmos. Sres. Castaños, Blake, Cevallos &c., hablaron del Sacrista de Barcelona, y quedó éste por un voto mas propuesto para dicho Obispado. Avisóselo el Sr. Castaños, previniéndole que no tenia que renunciar; pues sabia que no sería admitida la renuncia. A pesar de eso estaba ya extendida esta, cuando llegó á los tres dias el aviso oficial del nombramiento. «En otro tiempo, dijo el Sr. Amát, te hubiera aprobado el que renunciases: pero ahora, cuando el que sea Obispo de Barcelona ha de ser un verdadero mártir, si no de sangre, á lo menos de lágrimas y de amargura, creo que el huir de esa cruz es efecto de un egoismo disimulado, ó encubierto con la capa de la humildad: es decir, que tú rehusas el penoso oficio de Obispo por no perder la felicidad que gozas en tu destino actual, que realmente es el mas á propósito para ser feliz en este mundo.» Para complacer á su tio condescendió el Sacrista en añadir al fin de la renuncia que si S. M. no hallaba suficientes las razones alegadas para ella, sacrificaria su voluntad á la del Soberano. Mas por el mismo correo hizo reservadamente, sin saberlo el Sr. Amát, nueva renuncia absoluta y decidida, la cual dirigió directamente á S. M. por medio de su Mayordomo mayor, escribiendo para que la apoyasen al Excmo. Sr. Patriarca, al Sr. D. Antonio Barata, ministro que era de Hacienda, y á otros amigos de la Corte. Véase en el Apéndice núm. 85 cómo respondió el Sr. Amát á la enhorabuena que le daba su buen amigo el Sr. Enfermero de la santa   —334→   iglesia de Tarragona, y lo que despues en 13 de octubre de 1823 me escribía en una esquelita que he hallado entre sus papeles.

A principios de noviembre de 1821 le acometió una grave enfermedad originada de un resfriado que despreció, la cual puso su vida en el mayor peligro. Al paso que creia que se moria, manifestaba siempre una suma resignacion. No se le oia sino: Hágase la voluntad de Dios: Sea lo que Dios quiera. Duró esta enfermedad hasta febrero. El dia 11 de enero en que por la noche temimos que se moria, llamó á su capellan D. Bartolomé Moreno y le dictó algunas disposiciones; pero á poco rato me dijo á mí: Lo demás ya lo resolvereis vosotros; y añadió con mucha serenidad: Quiero estar al aire libre, en el cementerio del pueblo. Volvió despues á confesarse con el P. Guardian, y luego comenzó á sentirse aliviado, habiendo hecho crísis la enfermedad.

343 Arreciada en 1822 la tempestad política, desapareció el tranquilo sosiego que se gozaba en las faldas de los Pirinéos. Acercáronse á las inmediaciones de Monserrate varias cuadrillas de las que entonces se armaron para derrocar el gobierno llamado Constitucional. Es bien sabida la dificultad de hacer guardar una exacta disciplina á semejantes guerrillas. Y como por otra parte habian de exigir de los lugares y pueblecillos lo necesario para su subsistencia, de aquí se originaban precisamente varios desórdenes. Dábale noticia un dia el P. Guardian del convento del levantamiento de una partida de gente, que iba por los pueblos del Pirineo mudando el Gobierno que regia, capitaneada por un clérigo. «Temible es, le respondió, ese medio que se emplea para defender el trono y el altar. Toda exaltacion del ánimo produce un estado de enagenacion mental, un vértigo que no deja obrar á la razon; y la consecuencia de esas reuniones populares es el desenfreno de las pasiones. ¡Ay! ¡tal vez no pasará mucho tiempo sin que España experimente que esos mismos que fomentan ahora tales disturbios, se dejarán llevar de resentimientos particulares, y disgustado de ciertas providencias que habrá de tomar con el tiempo   —335→   nuestro Soberano, se dejarán arrastrar de su falso zelo, y con pretexto de defender á Fernando VII, se harán instrumentos de los apóstoles de la insurreccion! Siempre que se deja al arbitrio de los vasallos el juzgar si los Príncipes obran bien ó mal, ó con verdadera y absoluta libertad ó no, se les pone en las manos una arma de que harán siempre mas mal uso que bueno. Y sobre todo, es ya destruir en cierto modo la soberanía, y pasarla únicamente de unos vasallos á otros.»

344 Cuando el 31 de julio de 1822 se le presentaron á pedirle dinero una partida de gentes armadas con el pretexto de ser defensores de la Religion, les habló con mucha claridad y energía contra las tropelías que cometian en los pueblos. «La Religion (les dijo) no se defiende matando, sino dejándose matar ántes de abandonarla. ¿Qué hizo JESUCRISTO con los que le crucificaron? ¿Qué los apóstoles y cristianos contra sus perseguidores?...» Al extender esta idea se le observaron las lágrimas en los ojos. Al fin les dió el dinero que le pedian, afeándoles su modo de defender la fé.

Luego que comenzó á turbarse en los alrededores de Sanpedor la tranquilidad pública, sucedieron varios desastres en la misma villa, que ocasionaron el que se alojasen algunas tropas en el convento. Ultimamente libre de estas, venian varias cuadrillas, y con la idea de que todo Arzobispo tenia siempre grandes rentas, exigian del venerando anciano mas de lo que podia darles. Aquel solitario asilo de los hijos del gran patriarca Francisco, en donde la estimacion, amor y reconocimiento de todo aquel pais tenia como circunvalada la humilde mansion del virtuoso y benéfico Sr. Amát, y al abrigo de toda tropelía, comenzó á perder el celestial prestigio que le daba la virtud. Mas ¿y qué virtud es respetada en los desgraciados tiempos de la anarquía y discordia civil? En medio de tanta amargura y atropellamientos era aun en estos aciagos dias el consolador y el sostén de cuantos le rodeaban. En 22 de agosto de dicho año de 1822 volvieron los facciosos á Sanpedor, y pidieron al Sr. Amát trescientas onzas de oro: se les hizo presente que pocos dias ántes se les habia ya dado todo el dinero que tenia, y que era imposible   —336→   darles mas. Pusiéronle centinelas de vista, añadiéndole que si no aprontaba cien onzas tenian órden de llevarle preso á la Regencia de Urgel. En efecto á poco rato le obligaron á que les siguiese, y no pudiendo andar por causa de su debilidad de fuerzas, se buscaron dos hombres que en una silla de brazos le llevaron en medio de dos filas de soldados llamados entónces de la Fé. Al llegar á la casa del Ayuntamiento el venerando Arzobispo se desmayó. Al cabo de hora y media compareció el titulado Comandante; al cual dijo el Sr. Amát casi exánime: Aquí me tiene Vd.: Vd sabrá por qué me han traído. Ni una palabra le respondió el capitan. Pero llamó al P. Guardian del convento, y le dijo que era preciso que se les dieran á lo ménos cien onzas; pues que las pagarian los parientes ricos del Arzobispo en Barcelona á fin de rescatarle si le llevaban preso. Callando el P. Guardian, habló el secretario de S. Ilma. D. Bartolomé Moreno con alguna entereza haciéndoles ver que era muy irregular el proceder así contra un Príncipe de la Iglesia &c. Al mismo tiempo dió una porcion de duros al capitan y principales allegados, y sacando á S. Ilma. de en medio de aquel tropel le condujo al convento. A pocos dias volvió otro peloton de aquellos hombres, y entre ellos algunos conocidos como ladrones y asesinos escapados de cárceles ó presidios; y entónces resolvió pasar á vivir en otra parte. Determinó pues trasladarse á una casita de la inmediata ciudad de Manresa. Pero á pocos dias instado vivamente por muchos amigos, que con razon temian que los disturbios civiles alcanzarian luego á aquella ciudad, y habiendo recibido además un oficio del Gefe de la Provincia en que se quejaba de que con las sumas de dinero que le exigian las cuadrillas de gente armada, se fomentaba la revolucion: se vió últimamente precisado á venirse á Barcelona á esta casa en que habito, que por estar contigua á la muralla se parece algo á una casa de campo. Contribuyó mucho á esta traslacion la siguiente carta que le escribió su buen amigo el Ilmo. Sr. Castrillo, obispo auxiliar de Madrid.=«Mi estimadísimo Sr. Arzobispo: No creyera verme precisado á escribir á Vd. para exhortarle á lo que   —337→   exige su propio interés y es el de cuantos le estimamos. Tengo entendido que en ese desierto ha sufrido Vd. varias visitas, incómodas por todos títulos, de los facciosos, y veo que está expuesto á sufrirlas á cada momento.

Por consiguiente es de necesidad absoluta el que Vd. se traslade á Barcelona, donde estará libre de semejante peligro. La edad de Vd. no está ya para tales sustos, y aun cuando disfrute una impavidez poco comun, las exacciones que se repetirán contínuamente no se suspenden con impavideces.--Por otra parte Vd. se halla en un convento, y un convento situado en despoblado: ¿quién podrá impedir las sospechas y cerrar la boca á la maledicencia en un tiempo en que de todo y de todos se sospecha, y aun se hace especulacion de las mismas calumnias?

Sr. Ilmo., es preciso se haga Vd. cargo de las circunstancias en que se halla ese pais, y que en ninguna parte podrá llamar ménos la atencion que en Barcelona. Al ménos en tomar esta resolucion, deferirá al parecer de todos sus parientes y amigos, y nos libertará de un cuidado, que por lo que toca á mí, me está mortificando desde el principio de la insurreccion.--Conozco que le arredrarán las incomodidades del viaje: pero es preciso hacerse cargo de que estas pueden suavizarse por mil medios y que al fin son momentáneas, cuando las otras no se sabe cuando tendrán fin.

En fuerza pues de estas razones en que ya ve Vd. no hay exageracion alguna, espero se resolverá Vd. á un viaje tan corto, venciendo la repugnancia que es tan comun en ciertas edades para mudar de habitacion.--De todos modos celebro no haya Vd. experimentado quebranto particular en su salud, y celebraré igualmente el que se ponga á salvo y que mande cuanto guste á este su afectísimo amigo y hermano=Q. S. M. B.=Luis Gregorio, obispo de Loryma.=Ilmo. Sr. D. Félix Amát, Arzobispo de Palmyra.»

345 Toda la dificultad estaba ya en si podria emprender un viaje que miraba superior á sus débiles fuerzas: porque experimentaba que un cuarto de hora de pasear por los corredores del pequeño convento de Sanpedor le dejaba tan causado   —338→   como si hubiese hecho muchas leguas de camino. Los médicos dijeron que no podria hacer el viaje sino en una silla de manos. Pero el Sr. Amát prefirió ir montado en el burro que servia para la cuesta del convento; y así efectivamente acompañado de dos hombres, que iban siempre á su lado, y seguido de su capellan D. Bartolomé Moreno, hizo las doce leguas que hay desde Manresa á Barcelona pasando por la carretera. Era por cierto un espectáculo nunca visto por aquellos pueblos el viajar un Arzobispo tan humilde y apostólicamente: esto, y la fama de su virtud y sabiduría excitaba en las gentes mayor respeto á la dignidad episcopal; y se veía bien pintada en los semblantes de los sencillos labradores que hallaba al paso, una compasiva y devota admiracion, que los tenia como suspensos y atónitos. Concedióle el Señor el beneficio de poder llegar á Barcelona en dos dias; y entró en la ciudad en un carruaje en que habia salido yo á recibirle á media hora de distancia. Al apearse en mi casa, le advertí que el ser la escalera tan alta era la única incomodidad notable que tenia este cuarto segundo: pero al comenzar á subirla, me contestó con un semblante plácido y risueño: A mi no me incomodará; porque no creo que la haya de volver á subir otra vez: y cuando la haya de bajar, ya me llevarán otros, sin que yo padezca nada. Así fué realmente; pues en los dos años que vivió, no salió nunca de casa. Luego que entró en mi estudio y observó que tenia debajo un hermoso jardín poblado de naranjos y limones, y que desde el balcon se divisaba la fértil y bella campiña, hasta mas allá de Badalona, y varios barcos en aquella costa, manifestó singular placer, y díjome arrasados los ojos en lágrimas. Estaré mucho mejor de lo que pensaba; pues veo que esto es como una casa de campo. Púsose despues á registrar los libros que habia yo adquirido desde 1815 en que me establecí en esta ciudad; y á poco rato fueron compareciendo los antiguos y verdaderos amigos que tenia acá desde la niñez, de los cuales habia estado separado tantos años. Al abrazar á cada uno de ellos experimentó aquellas dulcísimas y puras emociones, que siente todo corazon tan amante y sensible como era el del Sr. Amát. Dijo   —339→   luego que seguiria el mismo método de vida que en el convento de Sanpedor: este era comer á las doce una taza de sopa, y un poco del puchero y de asado; únicos platos de que se componia su mesa, desde que muerto el Sr. Climent tuvo que poner casa. Solamente en el tiempo en que vivió en palacio como confesor del Rey, permitió que se pusiese un principio mas; por suceder muchos dias que se quedaba á comer algun monge ú otro eclesiástico.--Entre los finos é invariables amigos que despues le visitaban muy á menudo, renovando en la conversacion mil especies literarias, se distinguian los respetables ancianos el erudito caballero Sr. D. José Vega y de Senmenat; el sabio jurisconsulto D. Ramon Lázaro Dou; los benémeritos sabios eclesiásticos D. Jacinto Costa, D. Francisco Pou, canónigos de la santa Iglesia de Barcelona; los dignos Párrocos de San Jayme D. José Isart, y de San Cugat D. José Munt; los PP. MM. Fr. Ramon Franco, Fr. Alberto Pujol; el célebre químico D. Francisco Carbonell, el acreditado economista D. Buenaventura Gassó, el hábil físico D. Francisco Salvá, el laborioso é inteligente archivero de la Corona de Aragon D. Próspero de Bofarull; los sabios abogados D. Francisco Estalella, D. Joaquin Rey, D. José Anglasell; los insignes é ilustrados Generales D. José de Santocildes, y el Marqués de Casa-Cagigal; el General y hábil estadista D. José Martí, inspector general de infantería en 1808: en una palabra cuantas personas habia en Barcelona de particular ilustracion, todas hallaban un singular placer en visitar y escuchar al venerando Arzobispo de Palmyra: buscando como introducirse en tan apreciable sociedad aquellas que no habian tenido con él ninguna relacion.

346 Este aposento en que escribo fué por dos años la mansion de la sabiduría, de la amabilidad y de la virtud. La humildad y sencillez apostólica eran todo su ornato: cubiertas todas las paredes de libros causaban al primer golpe de vista una ilusion mas grata que las sedas, caobas y bronces dorados de las habitaciones de los magnates. Y al reflexionar que allí vivia el arzobispo Amát, y que los que escuchaban su conversacion eran las personas mas sabias y de mas elevado espíritu de Barcelona,   —340→   llenaba de cierto placer, y excitaba una especial satisfaccion en los que se veian recibidos con tanta cordialidad en aquella apreciable tertulia. Allí era de ver una porcion selecta de buenos españoles amantes sinceros del Soberano, exentos de toda especie de fanatismo, ora político, ora religioso, poseidos todos de aquella tolerancia cristiana en materia de opiniones, que es hija de la caridad, de esta madre y directora de todas las virtudes; y la cual forma el carácter de la divina y consoladora Religion de Jesucristo. Penetrados de amargura al ver los horrorosos estragos que la revolucion causaba en toda España, se lamentaban de la infeliz suerte de los españoles, y discurrian con franqueza y pureza de intencion acerca de las causas y de los remedios de tan grandes calamidades, y especialmente del influjo de la Religion para calmar el odio y exaltacion ciega de ambos partidos. La solidez y firmeza de los principios así eclesiásticos como civiles que dirigian al Sr. Amát, su valor en manifestarlos con buen modo, aun en circunstancias tan dificiles y cada dia variadas, valor mucho mas raro y no ménos admirable que el valor militar, hacian decir al Marqués de Casa-Cagigal que el Arzobispo de Palmyra no rendia las armas sino á la justicia y á la verdad. Ninguno de exaltadas opiniones pudo contarle de su partido, pues reprobaba francamente los excesos de todos: todo el que discurria segun los principios de la moral evangélica, y respiraba la sana política del profundo Bossuet, hallaba un defensor en el Sr. Amát. Acostumbrado su entendimiento desde niño á la exactitud del cálculo matemático, hacia entrar los errores de los otros en la balanza con que pesaba la fuerza de sus argumentos; y así ponia todo su conato en aclarar bien las máximas que proponia, sin valerse de la autoridad que ellas tienen de los sabios que las dejaron escritas. Solia en medio de algunas tristes conversaciones elevar la consideracion de los circunstantes á la altísima y siempre adorable Providencia de Dios, la cual de todos aquellos males habia de sacar el bien de la misma España. Muchas veces concluia recitando algun pasaje del sublime Discurso del gran Bossuet sobre la Historia universal, le glosaba, y dejaba tranquilos á todos los que le oian.

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347 Una de las cosas que en este tiempo causaba mayor pena al religioso y sensible corazon del Sr. Amát, era ciertamente el calor con que se procuraban sostener y generalizar entre los españoles ciertas máximas contrarias á la soberanía, y aun á la misma Religion, que publicara poco ántes en Francia el Conde Le-Maistre en su obra Du Pape, impresa por primera vez en 1819. Dióle noticia de ella, y se la envió luego el Vicario general y canónigo de Perpiñan Dr. José Garcias, previniéndole que aunque era obra de grande erudicion habia algo que decir sobre ciertas proposiciones. Cual sea el juicio que formó de ella el Sr. Amát se vé bien claramente en el Apéndice III á sus Observaciones pacíficas, pág. 385 y síg. Y poco ántes de su muerte, en carta de 24 de setiembre de 1824, decia al Dr. Garcias: «Amigo estimadísimo: Recibo los dos tomos de Baston y la brochure pequeña intitulada Quelques reflexions &c., á la cual veo que Baston responde en una adicion al tomo segundo. La obra de este sabio parece demasiado larga; pero es sin duda un tapaboca completo á los que con artificios y por medios indignos de hombres de buena fe, y aun mas de todo verdadero cristiano, alaban una obra como la del Conde Le-Maistre, en que es menester hacerse mucha violencia para no creerla mas una burla de la Religion divina de Cristo crucificado, que una defensa de la autoridad del Papa. Al Conde te tengo por católico y por hombre de bien, pues dicen que lo era algunos que pudieron conocerle personalmente; pero tampoco dudo que era un iluso de los que el P. Buffier llamaba locos parciales, ó un fanático de los mas idólatras de su propio dictámen ó imaginacion. Si el tomo segundo es conocido en España, hará mucha sensacion la advertencia del principio: pues se pasmaria Vd. si supiese la violencia con que por acá se han expedido sus- ordres, como las de que habla Baston, y como se ha procedido para que la obra Du Pape, ya traducida en español, fuese tenida por de autor inspirado, y nadie se atreviese ni á hablar contra ella, ni á dejar de mirarla como la única que declara bien la Potestad pontificia.»

348 Uno de los amigos que visitaban con frecuencia al Sr.   —342→   Amát le pronosticaba los disgustos que le ocasionaria la publicacion de ciertas verdades, mayormente en una época de tan grande efervescencia de las pasiones. Y á impulso del tierno amor que le profesaba y del vivo deseo de que alargara la vida algunos años mas, comenzó un dia á instarle con mucha eficacia á que descansase ya de toda tarea literaria despues de tantos años de trabajar. Penetró el Sr. Amát el origen de los temores de su buen amigo, y repitiendo éste en otra visita sus instancias le contestó con mucha alma lo siguiente: «Bien sé que los abusos y preocupaciones que impugno están muy arraigados, y conozco que se hallan ahora las pasiones muy exaltadas para que mis reflexiones puedan hacer todo el fruto que deseo. Veo claramente que no faltarán algunos eclesiásticos de poca instruccion en las sagradas Letras y en la doctrina de los santos Padres y Concilios que murmurarán altamente de mí. Pero yo temo mas que todo eso el Vae mihi quía tacui del Profeta. El callar un Arzobispo de setenta y tres años de edad, cuando está viendo que se hace servir la Religion para cooperar á los esfuerzos de la triple concupiscencia, y para canonizar con el adorable sello de la Religion la ambicion de honores, la avaricia de bienes terrenos, y el anhelo por los placeres de una vida carnal y mundana; el callar, amigo mio, seria en mi un verdadero crimen. Hallándome ya en el borde del sepulcro ¿haré traicion á la verdad que Dios me ha hecho conocer para bien de su Iglesia, solamente para que no murmuren de mí?..... Es cierto que muchos de los abusos y falsas opiniones están muy generalizados, y aun como autorizados por la costumbre: pero si son opuestos al Evangelio, ¿dejan por eso de ser abusos y corruptelas contra los cuales debe clamar todo ministro de la Religion, y especialmente un Obispo? Bien sé que es cosa muy comun, cuando no se puede contrarestar con razones lo que dice un sacerdote zeloso de la doctrina evangélica, el calumniarle luego con los dictados de jansenista, de enemigo del Papa, de hereje, mason &c. Mas yo estoy persuadido que los Obispos, especialmente los vicios y aislados como yo, no debemos detenernos por eso: no debemos ceder   —343→   y dejarnos arrastrar del torrente de las pasiones y falsas máximas; sino que debemos oponernos á él con firmeza y á costa de los mayores peligros, y hacer frente al espíritu del Anticristo que trabaja ahora mas que nunca en corromper la doctrina de la Iglesia. Sepa Vd. que el piadoso y sabio Cardenal Baronio dijo en sus anales (año 900) que en comparacion de estos enemigos de la Religion, y de estos Doctores corrompidos, todas las antiguas persecuciones de la Iglesia no son mas que un juego de niños. Y por lo mismo que el Anticristo trabaja con descaro valiéndose de la fuerza física de muchos seducidos é incáutos, y sobre todo de las terribles armas de la calumnia y de la persecucion, debemos los sucesores de los santos Apóstoles esmerarnos ahora mucho en tratar con toda moderacion y caridad á los enemigos, omitiendo algunas veces el aplicarles aun las calificaciones justas de sus errores y abusos que han dado los sumos Pontífices y Concilios; y apoyándonos única y constantemente en textos de la Escritura, de los Concilios, de las decisiones de los Pontífices y de los Padres y autores católicos mas acreditados, como San Agustin, Santo Tomás, Bossuet, Selvagio, Tomasino &c.» Así se explicaba el virtuoso Arzobispo de Palmyra. Y solía decir que no era cosa nueva el avisar á los fieles los abusos y falsas ideas que cunden á veces en la Iglesia. Lo hizo con gran zelo, entre otros santos Padres, el dulcísimo San Bernardo; y tambien el piadoso y sabio cardenal Belarmino en su célebre obra De gemitu columbae, en que dividió en doce clases los males que entónces afligian á la esposa de Jesucristo. El llorar los males de la Iglesia, como hacian los santos Padres y piadosos escritores, léjos de ser indicio de poco respeto á ella, como mas de una vez se ha dicho por algunos ignorantes, es cabalmente aquella preciosa señal y carácter de los escogidos de Dios, designada por el profeta Ezequiel con la letra Thau (Ezech. IX, v. 14).

349 Obsérvese, sino, el respeto y veneracion del Sr. Amát á la Iglesia, y á su suprema Cabeza, entónces mismo que, lleno de un santo zelo por la pureza de la doctrina y moral evangélica, manifiesta la zizaña que el comun enemigo ha introducido   —344→   en el campo del Señor. Jamás salió de su boca ni de su pluma la menor expresion contra algun abuso del poder eclesiástico ó civil, que no fuese acompañada de otra que inspirase amor y reverencia á la misma autoridad, y á las personas en las cuales estaba depositada. Y si algunas veces hablaba con energía y se irritaba con motivo de los trastornos de aquellos dias, era siempre contra los errores, nunca contra los errantes. Y cuando oia que alguno proferia expresiones de odio mortal y de exterminio contra algun sugeto determinado, solia siempre referirles la cristiana y prudentísima advertencia que daba S. Agustin (De cathec. rud. num. 51): Homines bonos imitare: malos tolera: omnes ama. ¡Con cuánta cautela procuraba distinguir siempre la santidad del ministerio apóstolico del uso indiscreto que tal vez hizo de él en algun lance el hombre que le ejercia! Siempre muy distante de aquel zelo amargo que se ceba en acriminar todas las acciones del malo, buscaba al contrario razones y causas, sino ciertas á lo menos verosímiles, para excusar á toda autoridad, disminuyendo la culpa ó yerro cometido. Por eso decia uno de los censores de su Historia eclesiástica, que era muy digna de elogio la habilidad con que el Sr. Amát habia hablado de varios abusos de la Iglesia y vicios de algunos de sus primeros ministros en los siglos medios, inspirando al mismo tiempo amor y respeto á la sagrada autoridad, léjos de envilecerla; todo al contrario de lo que han intentado y procuran los historiadores heterodoxos y escritores impíos. «Declámese, decia, y predíquese odio eterno contra el vicio y el error; pero sálvese siempre la caridad fraternal, y el respeto á las autoridades.» Siempre obediente á estas, se le vió toda su vida puntual y casi escrupuloso en la observancia aun de las menores disposiciones tanto de los superiores eclesiásticos como civiles; aunque en su interior creyese alguna vez poco acertada alguna de ellas, ó contraria á sus principios ó modo de pensar.

350 ¡Con qué exactitud procuraba practicar todas las ceremonias y ritos de la Iglesia en cualquier funcion! ¿Quién le vió celebrar el augusto sacrificio de la Misa, que no quedase   —345→   edificado y conmovido de la gravedad y compostura con que leia y hacia todas las acciones? Ninguno que le observase podia dejar de conocer al instante que estaba profundamente penetrado de la santidad de las funciones que ejercia; y de ahí es que su sola vista imprimia la devocion y el respeto á los circunstantes. Habiéndolo visto un jóven inglés en 1792 en Monserrate de Madrid, al salir de la iglesia dijo al que le acompañaba á ver los edificios públicos: «Aquel sacerdote alto que decia Misa, aquel sí que me parece que cree en la presencia real de JESUCRISTO en la hostia; no así otros que he visto en varias iglesias. En los últimos años de su vida en que no tenia fuerza para celebrar cada dia, escribió al canónigo de Tarragona D. Domingo Sala, capellan que habia sido muchos años del Sr. arzobispo Armañá, para saber lo que practicaba este Señor, cuando por no poder decir Misa recibia la comunion de mano del capellan que la celebraba en el oratorio de su cuarto. Dudaba el Sr. Amát si debia preceder la oracion Corpus Domini nostri &c. como se hace dando la comunion á cualquier presbítero, ó si debia darse la hostia consagrada sin decir palabra alguna como lo hace el Obispo consagrante cuando la da al consagrado. ¡Tanto era el respeto con que miraba hasta las menores disposiciones de la Iglesia!

351 Sabido es que en todos tiempos la calumnia ha sido la terrible arma con que los malos hacen la guerra á los varones justos que brillan como la luz entre las tinieblas del vicio ó del error. Si ha sido, es y será siempre una prueba del mérito de toda persona que se distingue por sus virtudes y sabiduría el ser perseguida y calumniada, tampoco le falta este lustre al pacífico Sr. Amát. Aunque parecia imposible que pudiese tener enemigos, atendido su carácter tan modesto en todo y complaciente, los tuvo ya como hemos visto. En 1808 le calumniaron de poco afecto al rey Fernando, ó de afrancesado como entónces se decia. Vino el año 1820. Creyó con razon que era un deber suyo el aplicar algunas de las doctrinas que acababa de publicar en sus Observaciones pacíficas, á los sucesos de aquella época. Y así comenzó á combatir varios principios que sentaban   —346→   las Córtes, y á hacer ver la injusticia de algunas de sus providencias sobre bienes eclesiásticos, sobre reforma del clero, extincion de monacales y demas órdenes regulares &c. De ahi vino el llamarte muchos anti-constitucional ó servil. Pero porque lo hizo con el decoro y respeto que siempre se debe á la autoridad que manda, sin mezclarse en los puntos meramente políticos; porque suponía que debian obedecerse las autoridades, mientras no mandasen cosa contraria á la ley divina; por eso le acusaban otros de liberal ó afecto á la Constitucion; siendo así que desde el año 12 habia dicho francamente á los mismos que la formaron que la miraba impracticable en España. Pero no hay que disimularlo, decia un sábio Prelado: una opinion harto comun entre algunos ignorantes, aunque tímida, y sin atreverse á salir de su oscuridad que es donde se alimenta la malignidad y la envidia, queria imprimir á la sordina en la buena memoria del Bossuet español la mancha de que las máximas anárquicas y revolucionarias habian seducido algo su corazon. Calumnia atroz, y que solamente podian inventarla los impíos que siempre han mirado la Religion como un arte de vivir con regalo á costa de la credulidad de los pueblos; y que solamente podian creerla los que adoptan toda acusacion contra el hombre que está elevado sobre la esfera de los necios y viciosos, á quienes condenan realmente muchas de las verdades que publicó el Sr. Amát en defensa de la Divinidad de nuestra santa Religion. ¿Cómo podian estas dejar de ser amargas á los que se esfuerzan en hacer meramente humana la sociedad divina que instituyó el Hijo de Dios en la tierra? ó á los que humanam conantur facere ecclesiam? Pero quien considere el ardor ó furia con que se hacian la guerra los dos partidos que desgraciadamente excitó en España la invasion de Napoleon en ella y la reunion de las Córtes con la formacion de la Constitucion, no admirará que los tiros de la calumnia alcanzasen al Sr. Amát aunque tan distante de los negocios públicos, y encerrado entre cuatro paredes de libros en la soledad de S. Ildefonso, y despues en una celda del solitario convento de Sanpedor. En tiempos de revoluciones políticas es cuando se verifica plenamente la sentencia   —347→   del profundo filósofo, y sabio historiador Tácito: Obtrectatio et livor pronis auribus excipiuntur, et à lectoribus plerisque amantur chartae dentatae, et summorum virorum ludibria. Ann. V. «La envidiosa detraccion y la maledicencia se reciben con el mayor gusto, y los mas de los que leen se complacen con las sátiras mordaces y que ponen en ridículo á los varones ilustres.» Veneraba el Sr. Amát todas las autoridades, mirándolas siempre como una emanacion de Dios: casi en cada página de sus obras se hallan pruebas de esta verdad. Ardía en zelo por la gloria de nuestra santa Religion y el bien de la patria; pero no por eso dejaba de conocer los abusos introducidos á su sombra tanto en la Iglesia como en el Estado; y atendido su amor á la verdad, y la santa libertad con que la publicaba, era imposible que patrocinase ni apoyase ciertas opiniones de algunos míseros ó necios mortales, aunque cubiertas temerariamente con el augusto y sagrado manto de zelosos defensores de la Iglesia y del Estado. Y la envidia que siempre ha perseguido á los hombres de mérito que descuellan sobre los demás; ¿cómo habia de perdonar al sábio y virtuoso Arzobispo de Palmyra, que cual otro Bossuet por sus vastos y profundos conocimientos en las ciencias sagradas, y siendo un retrato vivo de Fenelon por la amabilidad de su carácter pacífico y moderado, se elevaba entre el comun de sus contemporáneos, quantum lenta solent inter viburna cypressi?

352 Por desgracia no es nuevo en España el atacar la reputacion de los hombres que saben mas que el vulgo ó turba multa de los llamados sabios, gritando á la herejia ó al jansenismo. El respetable y sabio anciano Sr. D. José de Vega, constante amigo del Sr. Amát, aunque de contraria escuela, en una carta que le escribia con fecha de 29 de noviembre de 1788, hablándole de cierto ministro del Sr. rey D. Carlos IV, le dice: «Oí la especie de que opinaba podia el Rey pasar sin ningunos frailes quedándose con los solos jesuitas. La máxima se tomó al revés. Pero ella solo bastó para repicar á la herejía; que es por donde en un reino tan católico se baten los mas grandes políticos.»

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No puedo dejar de trasladar aquí un pasaje poco sabido que me hizo conocer el mencionado Sr. Vega, del célebre P. Domingo Fernandez Navarrete, honor de la Religion dominicana; el cual en sus Tratados históricos políticos y morales de la Monarquía de la China, impresos en Madrid en un tomo en folio en 1676, en el Tratado ll, cap. 13, núm. 5, escribia lo siguiente: «Suelen los hombres, dice Sto. Tomás, ya que no pueden reprender la vida de los santos, poner mácula y falta en su intencion, segun lo del Eclesiástico c. XI: Bona et mala.... et in electis meis ponit maculam. Y aun á veces ocultan y callan lo bueno, y manifiestan solo lo que puede tener apariencia ó alguna vislumbre de fealdad. Vióse esto claramente en aquel portento grande que obró CRISTO con el enfermo de la piscina, habiendo éste respondido á los judíos, y dicholes: El que me dió la salud, me mandó llevase el carreton; ellos perversos y llenos de malicia sepultaron lo primero en profundo silencio, y solo le hicieron cargo de lo segundo.» Cita despues lo que sobre esto dijo Sto. Tomás (In Joann. lectio 2) lo mismo que con mucha elegancia comentó el cardenal Cayetano, y prosigue: «Y si queremos pruebas mas modernas las tenemos hoy muy claras en el reino de Siam (no dudo habrá por estos paises otras muchas. ¡Ojalá me engañára yo!): sentencia es del Espíritu Santo que padecerá persecuciones y trabajos el que de veras se dedicare al servicio de Dios. Están allí unos obispos misionarios con algunos compañeros sacerdotes seculares, todos de conocida virtud y ejemplo raro en pobreza, humildad y otras materias de edificacion en su oficio de predicar el evangelio, inculpables, de que todo aquel mundo se hace lenguas. No obstante para bien suyo y de otros les ha dado Dios unos émulos, y stimulus satanae, que no les dejan hueso sano: publican ser fingida su virtud, á fin solo de llevarse el pueblo y aplauso de la gente: que son jansenistas, y otras cosas semejantes. Tratando de este punto con el Emmo. Sr. cardenal, Bona que esté en gloria, perdia S. Emma. los estribos, y levantando los ojos al cielo, plegadas las manos, decia: ¡Ser pobres, tener oracion, exhortar á los fieles la tengan, vivir ejemplarmente   —349→   y predicar á lo apostólico, es ser jansenista! ¡Oh! ¡si todos los hombres fueramos jansenistas! De esta manera á buen seguro estuviera el mundo muy diferente de como le vemos.»

353 Instábale su amigo Sr. Posada á que compusiese un compendio de las sólidas doctrinas que habia dado en sus escritos acerca de la Divina institucion de la Iglesia por JESUCRISTO, de la Unidad de ella, de su Gobierno gerárquico, del Primado del romano Pontífice, y de otros puntos tan importantes, y tan desconocidos hasta de muchos de sus mismos ministros. «Si Dios le da á Vd. mas vida y tranquilidad (le escribia) completaria la obra dando un compendio, á manera de Catecismo ó elementos, para las aulas de teología y de cánones, con el que los jóvenes tomasen las ideas que necesitan; pero en una edicion que por ahorrar un poco de papel no se haga tan trabajosa en la leyenda. Los maestros comprarian la obra grande, y los discípulos el compendio. Muérase Vd. despues cuando quiera; mas será con la satisfaccion de haber trabajado mas y mejor que ningun español en materia de controversia, y cantado ántes de morir como un cisne.» Cabalmente al recibir esta carta estaba trabajando el Diseño de la Iglesia, de que se hablará mas abajo.

354 Supo despues que se habia impreso un folleto contra dos ó tres proposiciones del Apéndice II; y en 27 de marzo de 1822 escribia á su dicho amigo el Sr. Posada, despues de cuatro meses de haber estado en cama, y le decia. «Ahora empiezo á registrar las cartas (las que habian llegado en los cuatro meses) y una de las primeras que se han buscado ha sido la de Vd., por haber tenido presente el Sacrista que Vd. hablaba en ella de la carta de un religioso que se titula Filósofo arrinconado, de que yo he tardado mucho en tener noticia. Pensaba hacer advertir al buen religioso que en su carta desde la página 2 se habia olvidado de su carácter de Filósofo; porque excitar dudas y escrúpulos, ó buscar mal sentido en una proposicion, sin querer ver los lugares á que la misma proposicion se refiere, parece mas propio del Sofista que ejercita su   —350→   ingenio en desacreditar lo que otros dicen ó defienden, aunque para ello sea preciso cerrar los ojos á la luz que se le presenta; que no de verdadero Filósofo que amante de la verdad la busca con diligente cuidado, y la indaga con maduro juicio. Sin embargo habiéndolo reflexionado, he creido mas oportuno dejar para otro tiempo el contestarle ó no; y solo darme ahora por entendido en los términos generales que verá Vd. al principio del cuaderno de que voy á hablar. Es el primero de los dos en que se divide mi Apéndice tercero y último de las Observaciones: debia publicarse ántes de Navidad, y el segundo en esta Pascua. Pero la epidemia de Barcelona, y mas después mi enfermedad, han retardado los dos. Del primero que estaba concluido en octubre, podré enviarle á Vd. un ejemplar en el primer viaje que despues de Pascua hagan á ese campo estos tragineros. Y desde ahora he de pedir á Vd. dos favores particulares. Primeramente en la nota que hay al principio de lo que contendrá el cuaderno segundo, verá Vd. que los principales puntos serán los relativos á la condecoracion, á la riqueza, al celibato y demás calidades del clero, mirados como convenientes al bien civil ó buen órden del Estado. Sobre todos estos puntos ocurren luego especies muy oportunas, y nunca bastante meditadas. Yo quisiera poder citar algunos sabios españoles, y espero que Vd. me hará el gusto de avisarme los lugares de sus escritos &c.

Además en la advertencia que sigue á la nota manifiesto de nuevo mis deseos de tener noticia de cuantos errores, equivocaciones ó descuidos haya tenido en mis Observaciones pacíficas y en los Apéndices, para poder extender al último mi fé de erratas. Y espero que Vd., como sincero amigo, me avisará no solo de los catalanismos (que no dejará de haber alguno en este cuaderno) sino también de cualquiera opinion, especie ó cláusula que le parezca á Vd. infundada, falsa ó confusa, y sobre todo de cualquiera critica buena ó mala que contra mí haya salido, ó salga en papel público: pues acá regularmente no vemos mas que la Gaceta, el Universal y el Diario de Brusi, y estos no siempre.

  —351→  

355 De la venida del Mesías en gloria y magestad, de Lacunza ó Ben-Ezra, tengo una copia manuscrita sacada en 1807 de la enviada por el autor al Gobierno. Es obra asombrosa en la meditacion y combinacion de las profecias; y aunque no todas las opiniones del autor me parecen bien fundadas, alabo y admiro el espíritu cristiano con que dice, con buen modo, sobre el gobierno de la Iglesia ó sacerdocio cristiano verdades que ojalá fuesen mas meditadas &c. &c. &c.

356 El Sr. Posada le volvió á escribir que no habia oido que se hubiese impreso nada contra las Observaciones, sino el folleto del Filósofo que con mucha razon se llama á sí mismo arrinconado, pronosticando la suerte que le esperaba á su mal forjada carta. Que de ningun modo perdiese el tiempo en responderle, pues entonces le daria la importancia que no tenia, y le sacaria del rincon ú olvido eterno en que ha caido ya, apenas nacido. Multa contemptu pereunt, et convicia spreta exolescunt. Jamás se le oyó al Sr. Amát quejarse de ningun enemigo; y sí muchas veces defender la buena intencion del que reprobaba sus opiniones. Entre todos sus escritos, las Observaciones pacíficas son donde brilla mas su profundo conocimiento de la Religion, su sólida piedad, su respeto y sumision á la Iglesia. ¡Cuán admirable es el candor angelical con que pide á sus lectores que le adviertan lo que no esté conforme con la verdad! ¡y cuán hermosa y digna de imitarse la humildad y modestia cristiana con que contestó á dos folletos, en que con estilo mordaz, acre y sin ninguna razon sólida, se tachaban algunas proposiciones evidentemente católicas! ¡Sombra benéfica del nuevo Iréneo de los obispos! ¡Como que veo sonreirse tu plácido semblante allá en la region de la paz en que habitas, no pudiendo ya impedirme, como solias, que explaye mi tierna gratitud publicando tus virtudes! Mientras que yace sepultado en el polvo del olvido el nombre de un ruidoso personaje que quiso desahogar contra tí la envidia que concibiera en su juventud, la gloria del tuyo va creciendo de dia en dia, cual rio caudaloso á proporcion de lo que se aparta de su orígen.

357 En octubre de 1822, concluido el Apéndice tercero, puso   —352→   al fin del mismo con el siguiente título la revision que habia hecho de todo lo impreso: Notas y correcciones, ó sea fé de erratas del autor, para poner al fin de las Observaciones y Apéndices sobre la Potestad eclesiástica de D. Macario Padua Melato. Enamorado del candor y sinceridad cristiana que respira este escrito uno de los sabios amigos del autor, muy conocido en España por su saber y virtud, exclamó al acabar de leerle: Hausisti numeros, culte Melate, tuos. Comienzan estas Notas y correcciones en la pág. 397 del Apéndice tercero. Es muy digno de leerse lo que dice sobre la carta del Filósofo arrinconado; porque es un modelo de lo que deben ser las disputas entre cristianos. Habla despues de la obra del Conde Le Maistre titulada Du Pape, de las de Bonald, y La Mennais, y concluye pág. 455:

358 «Cuando leo los veinte famosos capítulos de La Mennais, los antes citados (núm. 56) de Bonald, y la obra impresa en Lyon con el título Du Pape, en que se quiere confundir la infalibilidad de la Iglesia católica ó universal con la soberania de cualquiera potestad civil, y añadir una constitucion humana á la Iglesia divina de JESUCRISTO; y al registrar algunos otros escritos modernos, no puedo negar que temo mucho, muchísimo, que las potestades del infierno están ahora preparando nuevas máquinas para sostener y fomentar en las escuelas cristianas el espíritu propio del Anticristo, esto es, el espíritu de division y de cisma con que no han dejado nunca, ni dejarán hasta el fin del mundo de combatir el edificio levantado por JESUCRISTO sobre la confesion de San Pedro, procurando conmoverle, hacerle bambolear, desunir sus miembros ó partes, y así derribarle. Temo mucho que en estos ó en otros paises cristianos se nos pongan á la vista nuevos fantasmas ó monstruosos proyectos, ya como el de Burgofontana para destruccion del cristianismo, ya como el del cristianismo nuevo, para hacer olvidar el evangelio de JESUCRISTO. Temo nuevas apariciones de catolicismo; ya para negar toda necesidad de fe divina católica; esto es, que abrace todas las verdades reveladas por el Verbo de Dios hecho hombre: ya para confundir la revelacion sobrenatural del Verbo encarnado con la   —353→   natural del Verbo Criador del mundo y de la naturaleza humana: ya tal vez para substituir el catolicismo mundanal, ó la doctrina universal del hombre viejo de que debe desprenderse el que nace en JESUCRISTO, haciendo que se abandone el catolicismo cristiano, que es el verdadero de que debe revestirse el hombre nuevo al nacer en JESUCRISTO: esto es, se pretenda inducir á los cristianos á que desprecien la divina palabra, la doctrina y los ejemplos de JESUCRISTO que tienen en la Escritura y en la tradicion, y á que con vana y soberbia curiosidad busquen la luz en lo que han de creer, y la regla en lo que han de obrar en la autoridad mas general del linaje humano ó de los descendientes de Adan, que es decir, en las máximas, doctrinas y prácticas que el evangelio condena como mundanas, ó comunes y autorizadas por el mundo que aborrece la palabra de Dios y á los que obran segun su letra y su espíritu...

359 La guerra que sin cesar hace el infierno contra la Iglesia es guerra defensiva por parte nuestra ó de la misma Iglesia; y es siempre defensiva de alguna verdad especulativa ó práctica de las que el Verbo encarnado tiene confiadas á la Iglesia en el depósito de las sagradas Escrituras y de la tradicion divina. Por lo mismo siempre que el infierno nos ataque con alguna nueva máquina, nuestro primer cuidado debe ser mirar bien contra cuál ó cuáles verdades católicas se dirigen sus tiros; y por lo mismo fijar nuestro entendimiento y nuestra voluntad en la verdad ó verdades combatidas; y asegurar su defensa con el estudio de las Escrituras y tradiciones divinas, con la fervorosa oracion á Dios para que aumente y fortalezca nuestra fé, y con la predicacion de la divina palabra que anuncia tales verdades. Pero debemos tener muy presente que el demonio pondrá particular cuidado en distraer nuestra atencion y nuestros afectos de aquellas verdades que quiere combatir: y que á este fin se valdrá de todos los artificios é impulsos de la triple concupiscencia. Por lo mismo debemos desatender y despreciar las comodidades de bienes, placeres y honores terrenos con que procure distraernos de las verdades evangélicas: debemos con mas cuidado huir de los impulsos de   —354→   la vana curiosidad y del precipicio de meternos en querer entender los misterios de la fé; y debemos sobre todo refrenar la vana soberbia que nos presenta siempre como los mejores nuestros propios conceptos discursos ó juicios, y precavernos de los excesos que tanto fomenta el demonio con el espíritu de division ó partido entre escuelas para trocar en ódios de personas el aparente zelo contra los errores; y lo que es peor para fomentar el odio injusto contra algunos literatos á fin de desacreditar las verdades que ellos defienden.

Nunca demos lugar en nuestras discusiones teológicas á que pueda acusársenos de dar mal sentido á una proposicion que combinada con lo que la antecede y le sigue presenta otro sentido bueno ó indiferente. Estemos muy distantes de aguzar el ingenio en sospechas contra la buena fé de ningun autor, pretendiendo que en alguna proposicion oscura defiende algun error que él mismo impugna claramente ántes ó despues. No nos cansemos en buscar errores para tener el gusto de impugnarlos, ó de impugnar á quien los defienda: disputemos siempre de modo que se conozca con evidencia que solo luchamos en defensa de alguna verdad católica: que solo á favor de la verdad hablamos contra el error, y que todo nuestro esmero ó conato se dirige á conocer la verdad nosotros mismos, á darla bien á conocer á los demás, á defenderla contra los que la impugnan, y en fin á hacerla amable á los que la aborrecen, procurando á este fin ganar el corazon de todos, principalmente por el medio de proponer la verdad con candor, con franqueza, con buen modo y de buena fé.

360 Con este plan de defensa podemos los católicos mirar sin sobresalto cualesquiera nuevos monstruosos proyectos de cristianismo ó catolicismo nuevo que el infierno invente para combatir la iglesia. Se mantendrán unidas nuestras escuelas así teológicas como políticas, mientras que nos preservemos de las distracciones é ilusiones de la triple concupiscencia, y mantengamos nuestras almas fijas en el conocimiento y en el amor de las verdades católicas que el infierno intente derribar.

Justo es que nos tengan en algun sobresalto, y exciten   —355→   nuestra vigilancia las oscuras noticias que se oyen de cuadrillas de misioneros cristianos de varias iglesias entre sí desunidas, que de común acuerdo predican á CRISTO crucificado á las naciones infieles del Norte de la América, y reparten entre ellas ejemplares del Evangelio traducido en sus idiomas. Tambien del Mediodia de la misma América nos vienen proyectos de constitucion de la Iglesia católica para aquellos paises, con ideas poco conformes con la que le dió JESUCRISTO para todo el mundo. Y además en la Europa misma se habla de alianzas, confederaciones ó coligaciones entre Soberanos y pueblos de católicos, cismáticos y herejes, en las que se suponen ó sospechan promovidas varias reuniones no solo civiles ó relativas á la tranquilidad pública de los pueblos, sino tambien religiosas ó dirigidas á la salvacion de las almas. Por lo que si de varias partes se nos amenaza con nuevos monstruosos fantasmas de cristianismo ó catolicismo, procuremos los que nos gloriamos de verdaderos cristianos católicos, tener nuestras almas bien desprendidas de toda ilusion é impulso de la triple concupiscencia, y constantemente fijas en el conocimiento y en el amor de lo que son el cristianismo verdadero y el catolicismo verdadero.

361 Tengamos siempre muy presente que el cristianismo verdadero es el edificio levantado sobre la confesion de la divinidad de JESUCRISTO que hizo S. Pedro: es un edificio en el cual solo entran los que son llamados por el Padre celestial con el don de la fé, como lo fué S. Pedro: es la sociedad divina de JESUS, cuyo régimen ó ministerio el Señor, antes de subirse á los cielos, cometió al colegio de los apóstoles, del cual habia ántes constituido á S. Pedro como el primero y el gefe de los demás: es la Iglesia católica militante, de la cual el mismo S. Pedro fué el gefe ó la cabeza hasta que murió, y lo serán por su órden los que le vayan sucediendo en la primacía, hasta que el Señor descienda otra vez de los cielos, y venga con gloria y majestad á juzgar á los vivos y á los muertos. Tengamos asímismo presente que el catolicismo verdadero, en cuanto este nombre se aplica al cuerpo de la doctrina   —356→   católica que se ha de creer y practicar en la Iglesia militante, comprende todas y solas las verdades especulativas y prácticas que fueron reveladas por el Verbo de Dios hecho hombre. De modo que sería un catolicismo falso, por diminuto ó truncado, cualquier cuerpo de doctrina en que se negase ser revelada una sola verdad que realmente lo fuese: y seria igualmente falso catolicismo, como redundante y supersticioso, el que contase entre las verdades reveladas por el Verbo hecho hombre una sola proposicion que no lo fuese. Pero nunca olvidemos que el catolicismo verdadero no impide que en algunos tiempos y lugares haya en varios miembros de la Iglesia católica ignorancias ó errores del todo inculpables en los que las padecen, en órden al hecho de si esta ó aquella verdad ó proposicion fué ó no fué revelada por el Verbo hecho hombre, y si está ó no está declarada como tal por la Iglesia. Me parece que las pocas especies que acabo de indicar podrán servir, á quien las tenga bien meditadas, de prismas excelentes para ver bien claros y distinguidos los muchos y muy varios rayos de luz, ó ideas verdaderas que suelen reunirse, mezclarse y confundirse en los colores con que se pintan los planes ó proyectos imaginarios de constitucion, de union y de gobierno de cristianismo ó de catolicismo.»

362 Quien haya leido la Historia eclesiástica, los Deberes del cristiano, y las Observaciones pacíficas del Sr. Amát, conocerá bien el deseo que tenia de allanar las dificultades que hay para la reunion de todos los cristianos bajo el gobierno del romano pontífice. Por eso se electrizaba al ver que en aquellos críticos tiempos en que se trataba en Inglaterra de la emancipacion de los católicos de Irlanda, saliesen el conde Le Maistre, La Mennais &c. á resucitar la opinion del dominio temporal indirecto del Papa en todos los reinos, y otras pretensiones que ya se creian muertas ó anticuadas como dice el sabio Sr. Frayssinous. Tal vez por eso, enardecido con tan justo motivo, envió á un eclesiástico de Inglaterra los tomos de las Observaciones pacíficas con el siguiente escrito, en cuya lectura debe tenerse siempre ante los ojos que el Sr. Amát hablaba á un sabio, protestante,   —357→   que supondria opuesto á la emancipacion de los católicos.

El autor de los impresos con nombre de D. Macario Padua Melato empezó sus estudios cuando mas se hablaba y disputaba en España de la potestad eclesiástica, con motivo ya de las obras de Febronio, de Pereyra y de sus impugnadores, ya de la caida de los jesuitas en Portugal, en Francia y en España. Tuvo la fortuna de ser dirigido por un célebre obispo de Barcelona, y por otros dos ó tres eclesiásticos, que siendo entonces ancianos examinaban muy de propósito no menos los dos citados autores aleman y portugués, que sus impugnadores de varios paises; y principalmente habian meditado mucho cuanto en las obras de los dos franceses Bossuet y Fleury, y del italiano cardenal Orsi que los impugnó, se dice sobre el propio carácter de la potestad eclesiástica, y sobre sus relaciones con la potestad civil, y con sus propios súbditos, y las que hay entre sus ministros de varias clases ó grados. El entónces jóven Melato oia con frecuencia á sus mentores lamentarse de la general ignorancia é ilusion con que gran parte del clero de España, y por lo mismo tambien comunmente el pueblo, miraban como obsequio de Dios todo lo que fomentaba la independencia de bienes y personas de la Iglesia respecto de la potestad civil, ó tambien la autoridad Pontificia como soberana absoluta ó arbitraria en el gobierno de las iglesias y pueblos cristianos.

363 Conocia Melato cuanto temian aquellos piadosos sabios que naciesen muy fatales disturbios civiles ó eclesiásticos de la lucha inevitable en nuestra España entre dos fuerzas tan contrarias, como son por una parte la tan arraigada preocupacion y fanatismo en gran parte del clero y pueblo español, sostenidos por los incautos dependientes ó interesados lisonjeros de la Corte romana; y por otra la firmeza con que el Consejo Real y el Ministerio de España defendian ya entonces los derechos de la potestad civil; y la rapidez con que se iba extendiendo la ilustracion que en algunas universidades lograba la juventud sobre estas materias, y con que se descubría mas y mas la notoria falsedad ó nulidad de varias opiniones ó pruebas comunmente tenidas por ciertas ó seguras. Y desde entónces   —359→   estos temores han ido siempre creciendo, en especial con las ruidosas y largas disputas consiguientes á la constitucion civil que la Asamblea constituyente de Francia quiso dar á su clero, y despues con las suscitadas desde el año 11 en Cádiz y Madrid sobre Inquisicion, bienes de la Iglesia, sujecion de los Regulares á los Obispos, y otros puntos de disciplina pública.

364 Los temores pues de disturbios civiles ó eclesiásticos son los que han dictado los escritos publicados estos últimos años con el nombre de Padua Melato. Ya en 1813 se habia impreso en Madrid un tratadito de los Deberes del cristiano hácia la Potestad civil. Allí se daban reglas á los cristianos españoles sobre el modo con que segun las circunstancias debian conducirse bajo la dominacion de Bonaparte reconocida por notoriamente injusta. Y á este fin se presentaban ideas claras y distintas del espíritu de subordinacion y sufrimiento, que la Religion cristiana, con la divina palabra y con los ejemplos de JESUCRISTO nuestro Señor y de sus fieles discípulos, nos inspira y enseña que veneremos como enviados de Dios y ministros del Señor á las potestades públicas, civiles ó políticas, que se hallan constituidas sobre nosotros en el pais en que nos hallamos, sean de la forma que fuesen y gobiernen como gobiernen: esto es, sean uno, pocos ó muchos, y sean buenos ó malos los que manden; y manden con moderacion ó con crueldad y tiranía, con título legítimo, ó como injustos usurpadores de la suprema potestad. Si aquella doctrina cristiana se hubiese enseñado en los pueblos de Cataluña, especialmente en los pequeños de las montañas, no se hubiera visto el feroz anticristiano fanatismo, con que unas cuadrillas de supersticiosos ilusos, y de famosos bandidos, uniéndose con el nombre de ejército de la fé, han abierto el volcan de la guerra civil que está abrasando esta laboriosa desgraciada provincia.

Tales ideas se repiten é inculcan en los tres tomos de Observaciones pacíficas tal vez con molestia de los lectores, por exigirlo asi años hace la situacion de nuestro pais. En efecto,   —359→   el miedo de disturbios civiles ó eclesiásticos, fundados, ocasionados ó fomentados por la vulgar tenaz adhesion á las ideas de derecho divino de inmunidad ó independencia respecto de la potestad civil en las personas y en los bienes de la Iglesia, y de derecho divino de autoridad en el Papa sobre la soberanía temporal, son tiempo hace muy inminentes en España: entre cuyos jurisconsultos y secretarios ó ministros del Rey hay tal vez mas sólida instruccion de lo que fuera de España suele pensarse sobre los derechos y los deberes políticos y religiosos dados é impuestos por Dios á los hombres, tanto con las luces de la razon natural como con la revelacion divina.

365 La mudanza ó trastorno de planes ó ideas que en el gobierno civil de España resultó del Real decreto de 4 de mayo de 1814, naturalmente aumentó la fermentación de los ánimos, y la adhesion de los fanáticos de cada partido á sus opiniones exageradas, y opuso nuevos obstáculos á los esfuerzos de Melato para unir la verdad en el exámen y juicio de la potestad eclesiástica. La mayor dificultad ha nacido siempre de que conviniendo todos en que la Iglesia es una sociedad entre los que dirigen ó mandan y los que son dirigidos ú obedecen, es mucha la confusion de ideas con que hace algunos siglos que por los acalorados de ambos partidos opuestos se truecan, mezclan y confunden los derechos con los deberes, así de la potestad civil como de la eclesiástica; y los de la una con los de la otra: y tambien los mandatos de Dios que conocemos por la luz natural, con los que solo se promulgan en la revelacion divina; y lo que es todavia peor llegan á confundirse los mandatos de Dios con los de los hombres.

Para disminuir tan perjudicial confusion, pareció medio muy oportuno entónces en España el impugnar el sistema del contrato social, que adoptó el acreditado teólogo siciliano Nicolás Spedalieri en su famosa obra intitulada Dei diritti dell Uomo, impresa en Asís (ó sea en Roma) el año de 1791. La impugnacion se imprimió sucesivamente en Barcelona en los años 16 y 17 en las intituladas Seis cartas á Irénico contra &c. en las que se procuraron fijar, ó á lo menos aclarar ó distinguir   —360→   varias ideas ó conceptos, como de sociedad, derecho, deber, obligacion, pueblo, gobierno, y de otras mas ó ménos conexas con el buen órden de las sociedades políticas y cristianas.

366 Comenzaron despues á salir á luz las Observaciones pacíficas sobre la potestad eclesiástica. Desde el capítulo primero de la primera parte se presenta una idea general de la potestad espiritual y eclesiástica tomada de las palabras y de los ejemplos de JESUCRISTO y de los Apóstoles: y desde núm. 40 se observa que la sagrada Escritura y la tradicion antigua ó apostólica conspiran en que la potestad eclesiástica es muy distinta de la secular, y que la constitucion que JESUCRISTO dió para el régimen y extension de ella hasta su segunda venida, es la mas apta para que la Iglesia corra bien con las potestades terrenas; y de lo ántes dicho se sacan algunas consecuencias ó corolarios que los católicos deben siempre tener presente. En el capitulo segundo se trata de la mútua dependencia é independencia de las dos potestades en sus respectivas líneas, á cuyo fin se indica el orígen de las funestas disputas y disturbios que sobre ellas se suscitaron siglos hace entre los católicos romanos; y se examinan algunas cuestiones, dejando sólidamente demostrada la mútua independencia con que cada una de las dos potestades puede obrar en su propia línea. En el capítulo tercero se observan los varios modos con que las potestades civiles en distintos tiempos ó lugares han mirado á las sociedades religiosas de su pais: las máximas que sigue la Iglesia para correr bien hasta con los soberanos que la persiguen: las desavenencias que han solido ocurrir entre la potestad eclesiástica y la civil, donde la Iglesia esté protegida, y las dudas sobre límites de una y otra potestad de que nacen las desavenencias entre ellas. Se advierte (núm. 192 y sig.) que de la distincion entre las dos potestades tan claramente enseñada por el mismo JESUCRISTO, resultan algunos corolarios que demuestran que el solo principio de la distincion y mútua independencia basta para conocer que en los paises cristianos, aunque todos los socios del Estado sean tambien socios de la   —361→   Iglesia, las dos potestades deben tratarse y respetarse una á otra como dos soberanos ó pueblos independientes. Sobre estos principios se proponen varias Máximas y Observaciones que faciliten la buena armonía de las dos potestades, precaviendo desavenencias sobre las personas, los bienes, las leyes ó costumbres de los socios, sobre tolerancia de sectas falsas, y sobre competencias de jurisdiccion y recursos de fuerza.

367 Al modo que en la primera parte de las Observaciones se procura disipar la confusion de ideas que entre nosotros reina en órden á las relaciones que con la potestad civil tiene la autoridad eclesiástica, se considera á esta en la segunda parte en sus caractéres propios, en sus relaciones con sus particulares súbditos, y en la subordinacion que hay entre sus ministros ó depositarios, segun los varios grados en que los consideramos distinguidos. En el capítulo primero, indicado el origen del ministerio, autoridad ó potestad de la Iglesia, se resumen las principales memorias que sobre ello nos quedan de la época de las persecuciones. En el segundo se indican las mudanzas que en la disciplina de la Iglesia ocasionó la paz de Constantino, y se defienden los principales dogmas católicos sobre la potestad eclesiástica. En el capítulo tercero se examinan los principales puntos controvertidos entre católicos sobre potestad eclesiástica. Y por fin en el capítulo cuarto se aclaran ó distinguen varias ideas, y se reunen algunas observaciones para que se forme exacto concepto del ministerio ó gobierno de la Iglesia. De todo lo cual, desde núm. 638, se sacan con la exacta idea de la potestad eclesiástica algunas consecuencias dirigidas á contener el espíritu de division ó partido en tales materias, y á extender entre los que nos gloriamos de ser cristianos la máxima de que siempre ha de tomarse la caridad por luz ó guia cuando se busca de veras la verdad. A la segunda parte se añadió como Apéndice la noticia y extracto del Sermon del Sr. Bossuet sobre la unidad de la Iglesia.

368 Las mudanzas que ocurrieron en España el año de 1820 obligaron á variar el plan de lo que faltaba en la obra, y á tratar en particular, y tal vez con determinado fin, alguno   —362→   de los muchos puntos que se hubieran tratado con el debido órden en la última parte de la obra, con direccion únicamente al fin general de distinguir ó aclarar ideas confusas ú oscuras, contener el espíritu de partido en las discusiones eclesiásticas, precaver nuevas divisiones en la Iglesia católica de JESUCRISTO, y facilitar la reunion de las que se hallan separadas. Esta necesidad de variar el plan se advirtió desde el principio del Apéndice, que se llamó segundo con relacion al que era único en la segunda parte. El nuevo trata principalmente de lo que sobre bienes eclesiásticos pueden hacer ahora las Córtes en España. Imprimióse en diciembre de 1820, y pocos meses despues la Carta séptima á Irénico en defensa del Apéndice II, en especial de una proposicion que declara cierta la competencia de la potestad civil para suprimir en su pais el ejercicio de los gobiernos General y Provinciales de las casas religiosas. Las censuras á que se responde habian sido amistosas y reservadas, y el autor de ellas un eclesiástico sin duda sabio en ciencias eclesiásticas, y de buen corazon. Sin embargo se creyó preciso publicarlas luego con oportunas respuestas, por ser aquellas preocupaciones muy comunes en España, y porque ya entónces se veia demasiado la actividad con que el demonio se vale de ideas muy equivocadas sobre inmunidad eclesiástica para exaltar pasiones y fomentar disturbios.

369 El Apéndice III se dirigia al exámen de varias mudanzas de disciplina, cuya utilidad en España se discutia entónces en las Cortes, en los periódicos y en las conversaciones, defendiéndose las mas veces con excesivo ardor las opiniones opuestas mas exageradas. Los tres capítulos primeros contienen consideraciones generales sobre mudanzas de disciplina, y particulares ya sobre dispensas de matrimonio, ya sobre confirmacion de obispos. El objeto era siempre el de precaver disturbios civiles ó eclesiásticos; y al mismo fin en el capítulo 4.º se iban fijando algunas ideas que tienen entre nosotros varia ó confusa acepcion. Se hace ver la distincion de dos luces, y de dos especies de leyes ó derechos con que Dios   —363→   dirige al hombre mortal; y también la de dos sociedades generales del linaje humano, y de dos clases de autoridad y potestad dada por Dios para el buen gobierno de ellas. Se declara en qué consiste la confesion de S. Pedro: qué es la Iglesia que sobre ella edificó JESUCRISTO; y cuál su unidad y los vínculos que unen á los sócios entre sí y con JESUCRISTO. Se deshace una sensible equivocacion de Moshemio, y se manifiestan vivos deseos de precaver nuevas ruinas en la unidad de la Iglesia, y de reunir las partes que están ahora separadas entre sí. Se clama contra el anticristiano espíritu de division ó de cisma, de cuyos fatales efectos se dan un par de ejemplos. Y se indican á los teólogos españoles las principales ilusiones ó errores con que el demonio fomenta entre nosotros la guerra, con capa de defender la fé.

370 Cuando de estas ideas relativas á la unidad de la Iglesia se descendia á fijar la de las reservas y de otros puntos contraidos á la autoridad del sucesor de S. Pedro; fué preciso abandonar enteramente el trabajo y aun dar por concluida la obra en el estado en que se halla, como se dice núm. 517 del Apéndice III, por haber aumentado las irrupciones, y la ferocidad de las cuadrillas anárquicas en el distrito en que se hallaba Melato. Mas como buscó asilo en Barcelona, se imprimieron luego los dos pliegos últimos de dicho Apéndice, y los siete y medio de Notas y correcciones de toda la obra, que ocupan las páginas desde 381 á 456 del tomo 3.º y último.

371 Al dirigirse al Sr. Ch... los impresos de Padua Melato se ha creido del caso añadirle estas noticias; porque el autor de ellos en su última vejez tiene muy presente en su corazon á un amabilísimo jóven inglés, á quien vió como treinta años hace en Madrid, por la feliz casualidad de que un sobrino suyo, jóven de semejante edad y carácter, acompañaba al apreciable viajero en la lista y exámen de las instituciones, costumbres, y demás cosas notables de aquella corte. El tio consideraba entónces con particular gusto á dos jóvenes cristianamente educados, el uno en la iglesia Anglicana, y el otro en la Romana católica, los cuales con la prudente moderacion y franqueza   —364→   con que la caridad cristiana busca y defiende la verdad, hablaban de las costumbres y máximas religiosas de Madrid, comparaban entre sí las doctrinas y los actos del divino culto de una de las dos Iglesias con las de la otra, discurriendo tal vez sobre los medios con que puede lograrse su reunion, y siempre dirigiendo al cielo fervorosos votos de que se verifique. Por lo mismo el tio al dictar estos impresos tuvo muy presente en la imaginacion (en especial en las Observaciones, tomo 2.º, pag. 427, n.º 639, y en el Apéndice III, n.º 488, pag. 353 del tomo 3.º) al viajero inglés, que en su juventud hablaba el español con facilidad. Y por lo mismo el anciano autor espera del Sr. Ch..., ya respetable pastor de almas en su Iglesia, que leerá con particular cuidado lo que allí se indica, y cuanto sobre reunion de las iglesias entre sí separadas se lee en el artículo 5.º del capítulo IV del Apéndice III; y se promete de su buen corazon que en su correspondencia con su antiguo amigo le irá comunicando con candor cristiano las equivocaciones ó descuidos que notare en los escritos de Melato, y cualesquiera especies que juzgue oportunas para rectificar ó mejorar lo que en ellos se dice sobre reunion de las iglesias separadas. Entre tanto el anciano Melato descenderá al sepulcro con la confianza de que los dos amigos, en cuya juventud admiró en Madrid muy singular prudencia y caridad en defender cada uno las verdades ó prácticas que creia conformes con la fé católica, llegados ahora á la edad provecta serán en adelante instrumentos de que se valga la Divina Providencia para adelantar la ruina del muro de division que tiene ahora separada de la Iglesia Romana á la Anglicana, que le estuvo tan felizmente unida por muchos siglos.»

El que haya leido la dulzura con que S. Agustin procuraba la conversion de los donatistas, y la afabilidad y honoríficas expresiones con que les escribia, conocerá cuán penetrado estaba del espíritu apóstolico de este santo Padre, el Arzobispo de Palmyra, al escribir esta carta al sacerdote de la Iglesia anglicana.

372 Despues publicó el Sr. Amát dos cartas mas á Irénico:   —365→   primero la octava, en que trata de las Sedes episcopales vacantes, é impugna con mucho decoro y respeto algunas proposiciones de una Nota pasada por el Nuncio de S. S. al Gobierno contra la ley sancionada por S. M. en 3 de noviembre de 1822 sobre las vacantes de sillas episcopales. Esta carta octava la envió luego al Sr. cardenal Bardají por medio de su capellan, á quien escribió lo siguiente: «Se acaba de imprimir esta Carta octava de que se remiten tres ejemplares al Sr. Ferran, suplicándole que ponga los dos en manos de su Ema. en nombre del autor. Ha impugnado varias opiniones corrientes en España por creerlas infundadas, y solo útiles para hacer odioso el mismo dogma, para impedir la reunion de las iglesias separadas de la Romana, y para excitar horrendos escándalos semejantes á los que tenemos á la vista de los ejércitos de la fé. Pero como el fin que se ha propuesto en cuanto ha escrito sobre potestad eclesiástica es la defensa del dogma católico de la primacia del sucesor de S. Pedro en la cátedra de Roma; por eso ha enviado luego sus impresos á algunos amigos que sabia no ser de su modo de pensar. Se le han hecho presente algunos reparos de que se aprovechó en el último cuaderno de Notas y correcciones. Mas en órden á los principales puntos controvertidos sobre la autoridad del sucesor de S. Pedro, solo uno le contestó que no le gustaba lo que se dice en el Apéndice III. sobre confirmacion de obispos. El autor le dió inmediatamente las gracias de la franqueza con que le hablaba, y le renovó con mas eficacia la súplica que solia hacerle siempre que le enviaba algun cuaderno; á saber, que le hiciese el favor de ir poniendo en una esquela las especies ó expresiones particulares que le disgustasen, ya sobre cuáles son los derechos propios del Primado, ya sobre las pruebas de la opinion que se defiende, ó respuestas que se dan á los argumentos contrarios.

373 Sin embargo han pasado meses: no se ha logrado que el amigo indicase siquiera las tres ó cuatro proposiciones que creyese mas inexactas ó equivocadas. Este favor de nuevo le pide ahora el autor al Sr. Ferran, quien con la proteccion de su Ema. podrá lograr que algun teólogo ó canonista de los muchos   —366→   que sin duda hay en Roma versadísimos en estas materias, se tome el trabajo de leer con cuidado los últimos cuadernos, é ir notando con franqueza cualesquiera equivocaciones, omisiones ú otros defectos notables, en especial sobre Sedes vacantes, confirmacion de Obispos, y supremacía espiritual sobre los soberanos y soberanías temporales. Una nota de esta especie, de que se usará con toda reserva, es un favor grandísimo que de la bondad de su Ema. y de la amistad del Sr. Ferran se promete este anciano, que con una salud quebrantada y en una vejez debilísima se ha visto y teme verse otra vez precisado á salir huyendo entre peligros: y solo le anima la esperanza que al fin de esa carta octava indica, de que la caridad del sucesor de San Pedro, aplicando un oportuno remedio á los males de la Iglesia, restablecerá á lo ménos en España la pública tranquilidad. Barcelona 20 de abril de 1823.»

374 En enero de 1824 imprimió la Carta nona y última, con una de las tres Adiciones que queria publicar, quedando las otras dos manuscritas. Acerca de estas cartas octava y nona óigase lo que escribia á su amigo el Sr. D. Cárlos Gonzalez de Posada en 29 de marzo de 1824.=«Amigo Sr. Enfermero: Una brochure, impresa en Bayona con fecha de Pyrinées 21 janvier 1822, me obligó dias pasados á enviar á este Sr. Obispo, á D. José de Vega, y á algunos otros amigos la Carta nona y última que incluyo, y no queria echar á volar hasta que tuviéramos en esta ciudad juez Real de imprentas, con cuya licencia se hubieran impreso (y á su tiempo se imprimirán) tres notas sobre puntos importantes que hubieran acompañado mi carta de despedida, como Adiciones de ella. Y esta es la razon porque está en las dos últimas páginas de la carta, como recapitulacion, lo que habia de estar al principio como índice ó guia de los que quieran leerla. No pretendo que hasta que estemos en abril lea Vd. el tal impreso; ni que me conteste sino con el mayor laconismo, que el pliego ha llegado. A su tiempo hablaré á Vd. del indicado impreso; cuyo oculto veneno es de los mas contagiosos que ha publicado el moderno espíritu anticristiano solvendi Jesum, tanto en su persona negando la   —367→   Divinidad confesada por San Pedro, como en su cuerpo místico ó Iglesia, negándole el vínculo del primado Pontificio o de la cátedra de los sucesores del Santo. Entónces rogaré y suplicaré lo que siempre. Y como siempre quedo entre tanto de Vd. afectísimo &c.»

Habiendo entregado yo de parte del Sr. Amát al Secretario del Sr. Nuncio un ejemplar de la Adicion primera á la Carta nona, me dijo algunos dias despues que el Conde Le Maistre era católico, y que le hacia una injuria el Sr. Amát llamándole protestante. Se lo avisé, y me contestó que le bastaba eso para corregir lo impreso. Véase ántes núm. 347 lo que escribia al Vicario general de Perpiñan en 24 de setiembre de 1824.

375 Desde últimos de 1823, en que nuestro Monarca quedó otra vez en el ejercicio de su soberanía absoluta, manifestó siempre el Sr. Amát vivísimos deseos de que el Gobierno legítimo, dejándo que se atribuyese á la revolucion lo que algunas providencias tomadas ántes podian tener de odioso y contrario á ciertas clases, no anulase aquello que hubiese útil y provechoso para todos en varios de los decretos dados en los años anteriores. Pero aun estos mismos los deseaba como renacidos con el sello de la autoridad Real. La felicidad del Rey y de la nacion fueron siempre el objeto constante de sus deseos, siendo imposible que quien ame de veras al Rey, no ame tambien el bien de sus vasallos. Para formar concepto del modo con que el Sr. Amát miró el restablecimiento de Fernando VII. en la plenitud del poder soberano, basta leer la Carta nona á Irenico escrita á principios de 1824. Despues de aclarar algunas ideas oscuras, y otras poco exactas sobre los cuatro puntos soberanía, legitímidad, salud del pueblo, y España, dando un extracto de lo que tenia escrito é iba á publicar en marzo de 1823, prosigue de esta manera núm. 15: «Ahora mas que nunca los cristianos particulares, en especial los españoles como católicos y como escarmentados por la experiencia, debemos estar plenamente convencidos de que la reforma de los abusos ó las mejoras del gobierno político de un vasto pais y nacion muy numerosa, particularmente de toda monarquía, sea simple   —368→   y pura, ó sea mixta ó temperada, es acto propio de la misma soberanía absoluta: acto en que no debemos meternos, á no ser con atentas súplicas, los socios que componemos la parte mayor del cuerpo de la monarquía que se llama el pueblo ó la muchedumbre dirigida ó gobernada; sino únicamente aquella parte ó aquel miembro principal del cuerpo que se llama la cabeza ó el gobierno, y consta de las personas morales ó físicas que son los gobernantes ó dirigentes de las cosas públicas.

Las semillas de disturbios civiles, de insubordinacion á las potestades públicas y de corrupcion de costumbres, que el comun enemigo del linaje humano no cesó de esparcir por España en los siglos inmediatos y sobre todo desde el verano del año séptimo del presente, y entre las calamidades de la invasion de Bonaparte y las á ella consiguientes, levantaban sin cesar de los corrompidos lagos de los placeres sensuales, al soplo de los impulsos de la vana curiosidad y de la loca soberbia, muy densas nieblas de la triple concupiscencia. Y estas impedian ó frustraban aquel celestial rocío ó pequeña y frecuente lluvia de sus gracias, con que el Sol de justicia suele presentar á la vista de los mortales el íris de la verdadera paz. De ahí provino que entre los sucesos extraños del principio del año de 1820, en especial desde 7 de marzo hasta fines de octubre, la serpiente infernal halló sobrados medios para confundir las cosas, de manera que no tardaron en verse tales injusticias cubiertas con la capa de autoridad competente, y tales vislumbres ó apariencias de justicia con que brillaban algunos arrebatos contra la autoridad constituida, que fué fácil la ilusion de muchas almas sencillas y bien intencionadas, que eran sin pensarlo instrumentos de que se valia el demonio (que tenia en ello bien asegurada su ganancia) para excitar odios y furores, para frustrar todos los planes de moderacion, y para contener todos los impulsos del espíritu cristiano de sufrimiento, de paz y de caridad.

376 De estas obvias observaciones entiendo que son consecuencias necesarias las siguientes: 1.ª No debemos admirar   —369→   ahora que en los escritos en que justamente se celebra la total disolucion del gobierno de faccion ó partido, y el restablecimiento de la monarquía anterior á la constitucional del año 12, se lean algunas especies que á primera vista parezcan contrarias á las ideas mas comunes sobre gobierno verdaderamente constituido ó establecido. Semejantes proposiciones deben todas interpretarse y tomarse en buen sentido, como claramente fundado en uno de dos motivos muy justos. O en el derecho de gentes, que supone siempre justa la ocupacion de un pais, cuando es acto de la fuerza de un Soberano independiente que la juzga necesaria para conservar el suyo propio: ó tambien en la notoriedad de que las injusticias del gobierno constituido le han ya destruido, ó han roto sus vínculos; notoriedad que cuando es verdadera, suele al principio ser conocida de pocos, y fácilmente tarda en serlo de muchos de los ciudadanos mas amantes de su patria.

2.ª «Tampoco debemos admirar que por toda España se oyesen ó leyesen en el marzo del año 20 y meses inmediatos, ni tampoco despues en los años siguientes, antes de la entrada y de la extension del ejército pacífico francés, muchas proposiciones que parecen ofensivas de la justicia de ciertas empresas ó máximas. Sin embargo todas pueden interpretarse benignamente por alguno de varios motivos: ya por el justo respeto que debe el vecino particular al gobierno del pueblo de que es miembro: ya por las densas nieblas que suelen oscurecer y confundir la pureza de intencion y la verdad, y echar dudas sobre la notoriedad de las injusticias públicas: ya sobre todo por el miedo de ocasionar con la resistencia males peores que el mismo mandato injusto: miedo que nunca habrá sido ni tan fundado, ni tan digno de caer en varon constante, como en nuestra España en los dos ó tres años últimos.

3.ª No olvidemos nunca lo mucho que ha sufrido nuestro deseado Fernando, así en Francia como en España mismo, por no ocasionar peores males; y mucho ménos el bondadoso corazon que le hacia mirar como olvidados sus derechos mas inamisibles, por miedo de que su justa vindicta aumentase los trabajos   —370→   de la oprimida España. Considérese lo que poco ántes deciamos de los derechos particulares de nuestra Real familia en España, y de todos los Príncipes soberanos independientes en sus dominios; y combinémoslo con lo que en las Seis cartas á Irénico (IV. 59 y sig.) aludiendo á lo que sucedió en España en su gloriosa insurreccion contra las tropas de Bonaparte, se dijo sobre las dificultades que suele haber en distinguir lo que es realmente mision de la autoridad pública, de lo que es mera empresa de un individuo particular; y entre estas las que despues merecen ó no merecen que las adopte y premie la autoridad pública, al paso que se va restableciendo. Esta combinacion da á conocer el mérito extraordinario que hayan podido contraer con la España algunos varones distinguidos, á quienes la Divina Providencia haya puesto en disposicion de conocer la voluntad decidida de la potestad superior, cuando era todavía muy oculta, y de pelear en su defensa cuando era mas oportuno. Por otra parte la sola consideracion del generoso sufrimiento de nuestro augusto Soberano en Cádiz nos hace ver tambien cuán fácil ha sido en disturbios tan extraordinarios que muchos españoles de los mas interesados en la prosperidad de la Real familia y mas verdaderos amantes de su esplendor, y muchos militares de singular valor, fidelidad y zelo de la disciplina se hayan visto muchísimas veces, hasta en los tiempos últimos, en tales conjuntos de circunstancias, que se creian obligados á seguir la corriente en que se hallaban metidos.»

377 Nos hallamos ya al fin de la vida de nuestro Bossuet español, y por lo tanto en el caso de tener que hablar del mayor disgusto y de la mas amarga pena que tuvo este varon verdaderamente pacífico, y digno de no haber tenido jamás ninguna. Con sentimiento de mi corazon voy á hablar de las cartas que en abril de 1824 le escribió el Excmo. Sr. Nuncio de S. S. desde Madrid. Ya dijimos antes cómo el Sr. Amát remitió á Roma al Sr. cardenal Bardají algunos ejemplares de las Observaciones, y tambien al Sr. Nuncio de S. S. en Madrid, y á varios Sres. Obispos de España, rogándoles le advirvirtiesen cualquier cosa que á su juicio mereciese correccion   —371→   ó aclaracion: pues que con el fin de que la obra saliese exenta de todo tropiezo, solamente habia impreso un pequeño número de ejemplares para que sirviesen como de otras tantas copias. Vimos tambien la respuesta satisfactoria que le dió entónces el Sr. Nuncio. Siguió el Sr. Amát como hemos dicho publicando los tres Apéndices á las Observaciones con el recto fin de poner en claro los límites de las dos potestades eclesiástica y civil, y de que se conservasen siempre hermanadas y procediesen con perfecta armonía: especialmente en tiempos como aquellos de convulsiones ó agitaciones políticas, en que se veian ya señales de que iban á chocar violentamente entre sí, y las terribles consecuencias que producia en todo el reino esta discordancia. Tratábanse mútuamente de herejes ó enemigos del Gobierno muchas personas tanto eclesiásticas como seculares, de buen corazon, pero poco instruidas en la fé, y de ideas políticas muy exaltadas, que es decir fanáticos por uno y otro partido. Cada vez que imprimia algun Apéndice le enviaba al Sr. Nuncio con una esquela dentro que decia: «Al Excmo. Sr. Arzobispo de Tyro, Nuncio de S. S.=B. L. M.=el autor de este cuaderno, y le dirige á su S. E. con los deseos con que le envió los dos tomos de Observaciones pacíficas.»

378 En 1822 de resultas de una expresion que me dijo el secretario del Sr. Nuncio y trasladé yo al Sr. Amát, me envió éste el siguiente papel para dicho señor secretario.=«Los impresos con nombre de Padua Melato se dirigen á facilitar ideas fundadas y pacíficas sobre las relaciones que hay entre las dos potestades eclesiástica y civil, y sobre el gobierno de cada una de por sí. Movióme á esta empresa el miedo ó presentimiento de que las ideas exageradas á favor y contra la autoridad pontificia y la inmunidad eclesiástica llegarian con el tiempo á tener en España funestas consecuencias. Así lo manifesté en la primera página de las Observaciones. Añadí luego que sobre estos puntos mi modo de pensar era el del Sr. Bossuet; al modo que en las Cartas á Irénico habia ántes manifestado que de los escritos de tan acreditado maestro habia tomado mis ideas contra el contrato social. Al fin de las Observaciones puse   —372→   como Apéndice un largo extracto del célebre Sermon de la Unidad de la Iglesia, y las cuatro proposiciones que resultaron del sermon.

Las mudanzas políticas de España en el principio del año 1820 me han obligado á tratar en los dos Apéndices II y III algunos puntos con mas ó ménos extension de la que tenian en los borradores: pero siempre ha sido y será el principal objeto á que se dirige la obra, la defensa de la unidad de la Iglesia, y los estragos del anticristiano espíritu de division ó cisma, de que se trata en el cuaderno que falta, como se indica en la última página del impreso. Allí se defiende la unidad de gobierno como la mas necesaria en todo cuerpo moral visible; y determinadamente se impugna la mala fé con que suelen los protestantes hacer odioso el dogma católico del Primado de S. Pedro y de sus sucesores, presentando como dogmas de fé que Roma manda creer á todos los católicos, no solo opiniones poco fundadas, sino hasta ideas extravagantes. Si se hubiese publicado de una vez todo el Apéndice III, hubiera hecho ménos impresion lo que se dice en el cuaderno impreso sobre Confirmación de obispos. Pero cabalmente lo que me obligó á dar al público lo que ya estaba impreso, sin esperar la impresion de lo demás, fué el sobresalto en que estuve algunas semanas de que la dificultad ocurrida sobre las bulas de algun diputado á Córtes podia ocasionar alguna tremolina ruidosa como las del tiempo de Felipe V; y me pareció que lo que yo tenia ya impreso, podria coadyuvar á los que con razon deseaban precaver toda resolucion precipitada, y dar tiempo al tiempo.

379 Por lo demás en la hipótesis de las últimas páginas estuve muy distante de hacer ninguna alusion al caso de Utrech, del cual estoy muy poco informado: aunque mas ha de cuarenta años que en tiempo de mis estudios se hablaba mucho en España de una pastoral y otros papeles que en su defensa publicó un Arzobispo de aquella iglesia; y la memoria que me queda es que no me parecian sólidos los motivos en que el Arzobispo fundaba la novedad de aquellas elecciones. Sobre todo   —373→   cuanto digo sobre confirmacion de obispos se dirige solo á indagar por punto general lo que es de institucion divina, y lo que exige la ley de la caridad, prescindiendo de las particulares circunstancias de tiempos, lugares y personas, cuyo exámen supongo que en cada caso deben hacer las autoridades respectivas sin obrar ninguna de ellas contra lo que le dicta su conciencia ser de su obligacion. Esta idea general la escribí como necesaria para sentar despues contra los protestantes que son inexcusables las nuevas iglesias, si no procuran reunirse con la antigua de que sus mayores se separaron.

De cualquier modo agradezco muchísimo al Sr. Cad.... la franqueza con que habla del cuaderno, y le suplico que en algun rato ménos ocupado se tome el trabajo de apuntar los especies ó proposiciones que mas le disuenen, ó las equivocaciones mias en que tropiece, para que yo pueda aprovecharme de sus amistosos avisos en la fé de erratas de que hablo al principio del cuaderno: pues aunque no es mucho lo que se ha de añadir ó rever para enviar á la imprenta el cuaderno último, es ahora poco ó nada lo que me deja trabajar en la conclusion de la obra, la amargura con que estoy viendo que los temores que me la hicieron emprender, empiezan á verificarse en esta provincia del modo mas doloroso para todo corazon cristiano. Julio 6 de 1822.»

380 Hallábame yo en Madrid desde setiembre del año 1822 con motivo de la nueva version castellana de la Biblia que habia hecho por órden del Rey nuestro Señor y de su augusto Padre, y cuya censura de oficio, comenzada en virtud de Real órden en 1817, se habia acabado en 1822. Con este motivo era el encargado por el Sr. Amát de poner en manos del Excmo. Sr. Nuncio los Apéndices, Cartas y Adiciones que iba publicando. Y cada vez le suplicaba en nombre del autor, y por encargo suyo muy especial, que tuviese la bondad de advertirle verbalmente por mi conducto, si no podia por escrito á causa de sus graves ocupaciones, cualquiera proposicion que le pareciese falsa ó poco exacta, ó que pareciese tal á cualquiera otra persona de su confianza, á la cual encargase la atenta lectura y exámen   —374→   de su obra. Porque ya desde el año 20 tenia escrito á S. E. la satisfaccion que recibiria en ello. Cuatro veces hice esta súplica á S. E. en el año de 1822 y siguiente, y pedí lo mismo á su secretario. Pero no obstante las muestras de afecto con que ambos me distinguian desde que en 1816 al venir á España pasaron por Barcelona, donde mi respetable amigo el Excmo. Sr. Capitan general Castaños quiso que le ayudara á obsequiarlos, no pude jamás conseguir que me dijesen alguna cosa que les pareciese falsa en las Observaciones pacíficas y sus Apéndices &c. Unicamente pocos dias despues de restablecido el Rey en Madrid en la plenitud de sus derechos, habiendo repetido al Sr. Nuncio la misma súplica de parte del Sr. Amát, logré oír de su boca que no le gustaba cuanto dice sobre la Confirmacion de los obispos. Hícele presente que la opinion de mi tio era la de Bossuet y otros sabios y piadosos católicos, y concluí: «Mi tio solamente desea que V. E., ó su secretario, apunten en una esquelita las proposiciones que disuenen á V. E., porque las meditará mas y las corregirá ó aclarará de modo que no puedan hacer ningun mal sentido.» No juzgó S. E. oportuno condescender á estos ruegos del modesto y humilde Arzobispo de Palmyra, ni volví yo á instar mas, conociendo que era supérflua toda otra gestion.

381 Mas sin que llegara yo á traslucirlo, le dirigió el Sr. Nuncio una carta muy fuerte, con fecha de 21 de abril de 1824, la cual, así como las demas que siguieron y sus contestaciones, no pongo aquí en seguida, como exigia esta historia; porque me parece contrario á los principios de indulgencia y de caridad cristiana con sus enemigos que dirigieron siempre al Sr. Amát, el dar publicidad á esta correspondencia. Y asi omitiendo dichas cartas, aunque con sentimiento de no poder manifestar este rasgo de virtud y nobleza cristiana que en ellas aparece, me ceñiré á decir que el Sr. Amát formó un expediente sobre este asunto, con el objeto de su justa defensa si viniere el caso de tener que hacerla en juicio, el cual se conserva entre sus manuscritos. Luego que ocurrió su muerte escribí á los albaceas que tuviesen bien reservadas las cartas del Sr. Nuncio   —375→   y las respuestas, sin dejarlas ver á nadie; y que no queria que ni á mí me enviasen copia de ellas, y así lo hicieron. Despues de dos años supe que la tenia cierta persona de distincion en la Corte, franqueada, segun pude colegir, por un dependiente de la Nunciatura. Entónces la pedí á los testamentarios; me enviaron éstos copia del expediente formado por el difunto; y creí que debia ponerle en manos del Emmo. Sr. cardenal Inguanzo, arzobispo de Toledo, como un documento digno de que se custodiase en su secretaría, y como una señal de gratitud por el alto concepto que acababa de manifestarme de la sabiduría prudencia del Arzobispo de Palmyra.

382 Cuando recibió el Sr. Amát la carta del Sr. Nuncio de 21 de abril de 1824, estaba muy distante de pensar en la tormenta que se levantaba contra él. Alegre por ver que nuestro amado Soberano se hallaba ya otra vez en Madrid en la plenitud de sus derechos, sin las terribles desgracias de una cruel guerra civil que muchos temian; y mientras daba gracias á Dios de que hubiese librado á la populosa é industriosa Barcelona de los horrores de un sitio, y restablecido en toda España la tranquilidad y el órden, llega á sus manos la sobredicha carta. Por mas que á nadie comunicó su contenido, todos sus sobrinos, especialmente D. Juan Amát que le visitaba siempre una ó dos veces al dia, conocieron que el ánimo pacato del venerando anciano padecia una extraordinaria y vivísima sensacion. Desde que leyó el correo, veian demudado su ántes alegre y plácido semblante, y muy encendido el color de su rostro, bajo y casi pálido siempre por razon de la debilidad de su naturaleza. Al otro dia de recibida la mencionada carta de que hemos hablado, sin valerse de amanuense, puso al Sr. Nuncio la contestacion de propio puño; en la cual brilla aquella cristiana modestia y humildad que tanto admiramos en las cartas con que S. Agustin se defendia de S. Gerónimo, cuando éste con su carácter natural fuerte ó ménos dulce, le decia: Juvenis cum sis, senem provocas in campo Scripturarum?... Bos lassus fortiùs figit pedem.

383 Estando separado de su compañía me escribia siempre   —376→   todos los correos. En este en que contestó al Sr.Nuncio me puso las siguientes palabras: «Sobre Biblia hoy te escribe Bartolomé: pues yo desde que llegó el correo he estado muy atareado en escribir al Sr. Nuncio una carta que sentiria mucho que se extraviase; y por desgracia he de tener de ello algun temor. Deseo pues que procures saber del Sr. Cadolino, si su Excelencia recibe mi carta del 28 cuando tú recibas esta, y sácame de cuidado. En órden al objeto de la carta, repito, como te he dicho mil veces, que si quieres darme gusto, no debes ahora ocupar ni tu ánimo, ni el tiempo mas que en tu Biblia hasta que la hayas impreso toda. Y ruega á Dios te guarde=Tu afecto tio &c.=Barcelona 28 de abril de 1824.» Ya poco ántes habiéndole avisado que sus Observaciones eran mal miradas por el Sr. Nuncio, me contestó: «No quiero que en bien ni en mal te metas nunca en cosas de Melato; á no ser para decir que conoces la pureza de mis intenciones, y mis deseos de que se me avise de todos mis descuidos é ilusiones, como he protestado públicamente en mis impresos, y no dejo de repetir de palabra.» Pocos dias ántes de este disgusto mortal que tuvo, me decia con fecha de 14 de abril: «No admiro que el Sr. Nuncio esté de ejercicios en Valverde. El tiempo es propio para esto. Tambien yo, del modo que en mí cabe, estoy repitiendo unos ejercicios que hicimos con el difunto D. Félix en Hortaleza, destinando ocho dias en meditar sur le bonheur de la mort chretienne, con aquel precioso librito que él tradujo9

384 Estaba tambien agitado el ánimo de este zeloso Prelado desde que leyó la obra Du Pape del conde Le Maistre: así lo indica la siguiente carta que me escribió en 5 de mayo: «Me han causado y me causan notable disgusto las especies relativas al conde Le Maistre, ó por mejor decir al furor con que los Moshemios en odio del primado Pontificio y de la unidad   —377→   de la Iglesia, y los incrédulos en apoyo de la divinidad metafórica de JESUCRISTO, que con tanto artificio propone y adopta Rousseau, procuran ahora sorprender la ligereza de algunos jesuitas franceses, y la ilusion ó preocupacion de la ignorancia é ideas mundanas de una parte del clero de España y del de Italia: á fin de ver si pueden allanar el camino para fijar el que llaman Sistema de infalibilidad de la Iglesia, explicada por la dignidad que tiene el Papa de Soberano del universo. Porque ellos tendrán buen cuidado de que en adelante para la unidad de la Iglesia católica, baste el símbolo de los Apóstoles, en que están las tres palabras Padre, Hijo y Espíritu santo, y JESUCRISTO hijo de Dios é hijo de María, para tener la Iglesia cristiana católica ó universal en toda Europa, unida con la fé de los misterios de la Trinidad de Personas divinas, y distincion de naturalezas en Cristo: aunque los católicos tomen estos misterios de un modo, y los rusos y protestantes como quiera su patriarca, su consistorio ó sus obispos: con tal que estos gefes religiosos nada manden confesar en público á sus creyentes, sin prévio consentimiento del Soberano político, ni impidan la asistencia de los creyentes, que admitan el símbolo de los apóstoles, en todas sus funciones públicas y religiosas, mientras que no perturben ni desprecien con palabras ó acciones lo que cada culto disponga en su casa ó iglesia.

Contra mis temores me ha animado siempre la palabra del Señor: Portae inferi non praevalebunt &c. Pero mi ánimo está perfectamente tranquilo desde la eleccion de nuestro santísimo Padre Leon XII; como verás en el impreso titulado Adicion primera, que estaba ya extendido por Navidad, esperando que se fijase completamente en Barcelona el Gobierno legítimo. Pero las ocurrencias me obligaron en enero á imprimir mi Carta nona y última á Irénico, y posteriormente á imprimir la Adicion primera. De las dos te envio un ejemplar hoy.... El 28 del pasado escribí al Sr. Nuncio, y le envié el primer ejemplar ó capilla de la Adicion primera, y te encargué que supieses del Sr. Cadolino, y me avisases   —378→   si habia llegado. Por lo demás repito lo que siempre, que de los asuntos de Melato nada te diré hasta que acabes la Biblia.»

385 No creo que desagrade al juicioso lector el que, conforme al plan que me propuse, procure siempre dar á conocer el carácter y cualidades del Sr. Amát, valiéndome de sus mismas cartas familiares. Por lo mismo que se escribieron sin premeditacion, y con la franqueza y libertad que debia usar con un sobrino que habia educado desde niño, son mas seguras pruebas de su modo de pensar. Y estas cartas privadas sirven en la historia de un varon respetable, para hacerle conocer bajo un punto de vista que regularmente queda ignorado ó invisible para la posteridad, cuando solamente se muestra la brillantez del talento y de sus grandes empleos ó acciones públicas. En carta pues del 12 de mayo me decia que habia tenido respuesta del Sr. Nuncio; y que leia en ella con asombro que le habia disgustado mucho la Adicion primera que le remitió al contestar á la primera carta, y que se interpretasen tan mal sus expresiones de confianza y alegría por la eleccion de Leon XII. Y el correo siguiente se explicaba de esta manera: «Mucho confio que el Sr. Cadolino y el Sr. Nuncio cuando hayan leido segunda vez el impreso, conocerán que léjos de publicarse en odio del primado Pontificio, le compuse en su defensa, é hice correr algunos ejemplares: el primero fué el que envié al Sr. Nuncio, y los siguientes al Sr. Obispo y á su Gobernador, á D. José de Vega, á algunas autoridades civiles, á los germanets10 Estalella, Tramullas &c., solo para convencer á su Excelencia de la sinceridad con que me ofrecí pronto á imitar al Sr. Fenelon. De mi conducta estoy cierto que quedará satisfecho su Excelencia cuando yo me haya explicado; pero es preciso ántes acudir á la defensa de las   —379→   verdades fundamentales sobre que está edificada la Iglesia, que están todas solemnemente impugnadas por los iluministas, ó por la faccion masónica mas audaz, compuesta desde su orígen principalmente de los protestantes mas anti-papistas, y que con mas descaro se burlan, como Moshemio, de los católicos romanos.

386 Al conde Le Maistre no le conozco sino por su edicion en 1819 de la obra Du Pape, que yo creí entonces de Mr. Bonald; y así hablé del autor como católico. El amigo D. José de Vega tiene la última edicion de dicha obra en que está el nombre del autor, y algunas otras obras suyas que me dejará cuando yo pueda leerlas: pero segun las medias palabras del tímido y moderado Vega, temo que me confirmarán en el dictámen de un autor francés que me dejó el difunto amigo Gassó (q. e. p. d.), en el cual se da al conde Le Maistre la nota de illuministe exaltè.--De cualquier modo me sirve de muy saludable humillacion contra la soberbia que he heredado de Adan y Eva, el que se me tenga por tan tonto que se crea que para impugnar el primado Pontificio he dictado é impreso un papel que fácilmente parecerá muy oportuno á los que crean que lo he escrito en honor y obsequio del Padre santo actual.

El ánimo está muy tranquilo con la animosa confianza que en órden á la defensa de la Iglesia me da la eleccion del Padre santo; y solo te he hablado de este asunto, porque alguna expresion de tu carta, y algunas del buen A. que ha venido dos veces á verme en pocos dias, me han hecho creer que tú me temerias agoviado y agitado. La primera carta del Sr. Nuncio en nada me incomodó; porque creí que el impreso justificaria la sinceridad de mi respuesta. Por lo mismo la segunda me sorprendió; y las infinitas especies que me ocurrian en mi defensa, me ponian en una situacion semejante á la en que estuve tanto tiempo en Sanpedor. Pero ya quedo convencido de que he de valerme de amanuense, y de que no puedo responder á correo visto, sino en todo caso para acusar el recibo; y que he de dejar mi completa satisfaccion   —380→   al amigo á quien dejo heredero en mi carta última o Irénico, ó en mi testamento literario. No importa que yo muera ántes de entrar en la defensa de mi conducta. Os será facilísimo justificarla: no tenemos pues tú ni yo que hablar mas de Melato en nuestras cartas. En la Biblia hallarás tú la mas honesta ocupacion, y ambos nuestro verdadero consuelo. Y ruega á Dios te guarde tu afectísimo tio=Félix»

387 En vista del disgusto con que recibió el Sr. Nuncio la Adicion 1.ª á la Carta IX, el Sr. Obispo de Barcelona, á quien lo escribió dicho Señor, encargó reservadamente á tres teólogos de esta ciudad, de cuyo nombre no quiero acordarme, que censurasen dicha Carta IX y el Apéndice. Ya están dos de ellos en el mundo de la verdad. Fué la censura tan insignificante y rídicula, como era sólida la doctrina que pretendian tachar, y grande la prudente moderacion con que el autor la habia propuesto. Y en dos de los censores se hallaba ademas una fanática oposicion á las máximas políticas del sabio y virtuoso Arzobispo, de quien se vieron jueces. La censura disgustó mucho al secretario del Sr. Nuncio, á quien la remitió luego el Sr. Obispo. Pero y ¿cómo habia de satisfacer sus deseos, cuando el primer punto que sindicaban era que el Sr. Amát en un paraje de sus escritos hablaba bien de la santa Alianza, y en otro mostraba rezelar de ella? Seguian despues otros cinco puntos presentados de un modo escolástico y metafísico, y que demostraban únicamente el deseo que tenian los censores de hallar algo que pudiese interpretarse mal en la obra del modesto, sábio y humilde Arzobispo de Palmyra. A pesar de eso, y de que nada se le comunicó, ni aun indirectamente, de la censura de los tales presuntos teólogos, el Sr. Obispo al ver la obra en un índice de Roma, aunque sin calificacion ninguna, ni prévia citacion del autor, prohibió no solo el cuaderno censurado, sino todos los tomos de Observaciones pacíficas publicados desde el año 1817, en los que nada habia hallado que le disgustase, segun él mismo escribió, y envio á decir al autor antes del año 1824. Díjole un dia D. Bartolomé Moreno, su capellan, que ya se susurraba quiénes habian   —381→   sido los censores; y el Sr. Amát le impuso al instante silencio, manifestándole que no queria saberlo. Ayer mismo, añadió, vino un sugeto que quiso hablarme de eso, y le corté la conversacion. Es de saber que en 1826 en que concluida la edicion de la Biblia regresé á Barcelona, me recibió el buen Sr. Obispo con las mismas afectuosas demostraciones de amistad con que siempre me habia honrado. Y al comenzar á excusarse por lo que habia hecho contra el Sr. Amát, á quien decia él mismo que debia su eleccion para aquella mitra, le interrumpí luego pidiéndole que no se acordase mas de lo pasado: le conté que un Emmo. y sabio Prelado á quien impugnó el Sr. Amát con solidez y decoro la opinion de que la Confirmacion de los obispos es del romano Pontífice no por ley disciplinal de la Iglesia, sino por derecho divino, me aseguró por dos veces distintas, que desde que salieron á luz las Observaciones pacíficas las mandó comprar: que habia leido los dos tomos, y que le habian parecido muy sólidos los fundamentos en que se apoyaba. Al oir esto el Ilmo. Sr. Sichar, asomándosele las lágrimas, me aseguró que habia sentido mucho lo que tuvo que practicar contra el Sr. Amát por encargo del Sr. Nuncio.

388 A principios de este año de 1824 comenzó una impugnacion del pernicioso libro Ruinas de Palmyra, en el que con tan maligno artificio y falaz elocuencia, como poca lógica, quiso burlarse Volney de todos los cultos religiosos, y entronizar el puro materialismo en todas las naciones civilizadas. Opone el Sr. Amát al sueño ó delirio de aquel impío, otro sueño que un filósofo juicioso habia tenido entre las ruinas de aquella antigua ciudad. Pensaba primero extenderle de modo que fuese como la primera parte del Diseño de la Iglesia de que hablarémos luego; mas viendo muy debilitada su salud, resolvió imprimirla con el título de Corolario del dicho Diseño. Figura una reunion de diputados de todas las sociedades filosóficas, civiles y religiosas del mundo, que acuden allá entre las ruinas de Palmyra á la Inteligencia general del linaje humano, para que las declare cuál es el DIOS que deben adorar y cómo. Esta importantísima obra que iba trabajando, aunque la dejó sin acabar, la creo digna de   —382→   la luz pública11. Aun imperfecta como está, y sin la última mano, da una grande idea de la sabiduría del Sr. Amát, y de su ardiente é ilustrado zelo por la defensa de la Religion.

389 A primeros de mayo tenia ya puesto en limpio el mencionado Diseño de la Iglesia militante; en que se ve que la Iglesia de JESUCRISTO fundada sobre la confesion de S. Pedro es edificio divino, sobrenatural, único, siempre visible sobre la tierra, é indestructible &c. Es quizá el escrito mas digno y provechoso que ha salido de su pluma, y como la quinta esencia de los profundos conocimientos de la Religion adquiridos en sesenta años de estudiarla y meditarla, y su último legado á la Iglesia en cuya defensa habia trabajado toda su vida. Los católicos romanos verán en dicha obra que nuestra Iglesia es sin disputa la antigua Iglesia de JESUCRISTO de que son hijos: los cismáticos, protestantes y demas sectas cristianas reconocerán fácilmente que se separaron sin motivo de la Iglesia madre; y hasta los mahometanos y gentiles, luego que la conozcan, no podrán dejar de amar esta sociedad divina sobrenatural, que reune en paz á todos los hombres de cualquier nacion que sean, con el dulce vínculo de la caridad fraternal, y los convida á manifestar su amor y gratitud al Criador con algunos actos interiores y exteriores eminentemente sociales y conformes con lo que inspira la razon natural ilustrada con los motivos de credibilidad que le ofrece el mismo Autor de la naturaleza. Obra es esta tal vez única en su clase, y que publicada ya en latin hace dos años, se está traduciendo al francés. El espíritu de paz y de reconciliacion, la modesta timidez y el decoro con que siempre habla este irénico ó pacífico Prelado, verdadero ángel de paz que fué toda su vida, no podrá dejar de causar la mas grata impresion en todos sus lectores. En 1826 hice ver en Madrid esta preciosa obra á algunos sabios eclesiásticos y magistrados, y uno de los mas acreditados consejeros que tenia el Rey nuestro Señor   —383→   me dijo que le habia llenado de gozo y admiracion el modo con que se describe la Iglesia, su gobierno y doctrina, y añadió: Todo hombre que use de razon ha de amarla, si llega á leer esa pintura exacta que hace de ella el sabio Arzobispo de Palmyra. Solía el Sr. Amát lamentarse enérgicamente del descuido de muchos predicadores en hablar de los dogmas de nuestra Religion, especialmente en nuestros dias en que es tan grande la ignorancia de los cristianos en la doctrina de la Iglesia. «¡Cómo han de amar la Religion, si no tienen mas que una ligera noticia de sus principales verdades y moral sublime y consoladora! ¡Cómo han de amar la Iglesia, si casi no saben lo que es ella! ¡Cuántos hay que confunden las prácticas de devocion con las obligaciones esenciales del cristianismo! que no saben lo que exige de cada uno la caridad fraternal!...»

390 Los esfuerzos de su virtud, y la admirable resignacion con que hablaba siempre de los disgustos que padecia, no pudieron estorbar que se resintiese de ellos su naturaleza, cuya buena constitucion é igualdad de ánimo prometian harto mas larga ancianidad. Se le observaba cierto ardor en la conversacion cuando recaia ésta, como era frecuente, sobre los asuntos de la Iglesia; y comenzó entónces á padecer algun quebranto en la salud y continuos pervigilios. Desde la primera carta que recibió del Sr. Nuncio, y especialmente desde la segunda, se aumentó extraordinariamente la postracion de sus fuerzas físicas, y aun de las mentales. Todas sus conversaciones versaban sobre la nueva persecucion que el Anticristo movia contra la Iglesia, valiéndose de la triple concupiscencia, tan contraria al espíritu de caridad y de humildad que inspira nuestra santa Religion. Lamentábase de la política mundana de aquellos que zelan con mas cuidado y defienden con mas ahinco los intereses temporales de la Iglesia, que sus misterios y verdades y la moral divina del evangelio. Se enardecia muy particularmente al ver que algunos por su crasa ignorancia, y otros por su impía política, et in hypocrisi loquentes mendacium, como dice S. Pablo (I. Tim. IV. 1.), servian de instrumentos al Anticristo ó al espíritu de Satanás: el cual mudando ahora de táctica en la cruel guerra que hace desde el   —384→   principio á la Esposa de JESUCRISTO; así como en los primeros siglos se valia de la crueldad de los tiranos para perseguirla, ahora tira á conseguir lo mismo con los alhagos de la triple concupiscencia, por medio de aquellos que como decia S. Cipriano humanam conantur facere Ecclesiam. «Yo puedo equivocarme con esos temores, puedo haber hecho un concepto falso (decia un dia al piadoso y erudito caballero Sr. Vega), pero es cosa bien sensible y extraña que por mas que pido y ruego repetidas veces á los que están encargados actualmente del gobierno de las cosas eclesiásticas, que me avisen cualquier equivocacion que lean en mis escritos, jamás haya podido conseguir que se me diga: esta máxima ó esta proposicion es falsa ú oscura. Crea Vd., amigo mio, que no tendría que vencer ninguna repugnancia para retractarme de cualquier cosa: por carácter natural, y por principios mudo fácilmente de dictámen y me retracto al instante que se me avisa de mi error.» Contóme todo esto aquel digno amigo suyo y mio en 1830, deseoso de que no omitiese esta prueba de la sólida virtud y sabiduría del autor de las Observaciones. «Yo temo (me escribia éste en 24 de marzo de 1824) que los enemigos de la revelacion divina han logrado causar alguna ilusion en los escritores La Mennais, el conde Le Maistre, y ya rezelo que hasta en Bonald. Si tuviese fuerzas me creeria obligado á escribir en latin una humilde exposicion á Leon XII, ó á lo ménos una en castellano, que me costaria menos trabajo, al Sr. Nuncio. Mas aunque adoptase este plan, tú no sabrias nada hasta mucho despues de ejecutado, como ya te dije el correo pasado.»

391 No podia ni de dia ni de noche apartar de su mente el triste cuadro que se habia formado de la persecucion que sufria la Iglesia: se agitaba extraordinariamente su ánimo al hablar de ésta, y á pocas palabras se le notaba encendido su rostro. En tal situacion le acometió de repente, el dia 28 de setiembre de 1824, un fuerte insulto de retencion de orina, mal de que nunca habia adolecido hasta aquellos dias, y era un natural efecto de la exaltacion de su ánimo. Es muy digno de notarse que en los dos meses anteriores á su última enfermedad,   —385→   aunque al parecer se hallaba sin peligro de la vida, se hacia leer muy despacio mañana y tarde por su capellan D. Bartolomé Moreno algunas hojas del precioso librito de la Felicidad de la muerte cristiana, que, como dijimos, habia traducido en 1812 estando en Hortaleza. Mandábale muchas veces repetir una misma cláusula; y no pocas sucedió que despues de un rato de oir la lectura la hacia suspender, y dando un profundo suspiro decia al capellan: Anda; ya no puedo mas, y quedábase despues solo en su gabinete.

392 Al otro dia de haber caido malo, dictó desde la cama á su secretario el siguiente papel: «En la ciudad de Barcelona á 29 de setiembre de 1824, hallándose el Ilmo. Sr. Arzobispo de Palmyra D. Félix Amát indispuesto de resultas del fuerte insulto de retencion de orina que acometió á S. I. en la mañana de ayer 28 de los corrientes, quiso desde luego arreglar sus cosas dando algunas disposiciones testamentarias, y haciendo varios encargos á sus albacéas y herederos de confianza: para lo que llamó particularmente á su sobrino D. Juan de Amát y á su secretario D. Bartolomé Moreno, á quienes instruyó en algunos asuntos propios reservados, y les hizo varios encargos en que les manifestó su voluntad en órden á ciertos asuntos importantes12 para obrar confidencialmente despues de su muerte: previniendo al mismo tiempo á su secretario que fuese notando dia por dia lo que ocurriese y fuese disponiendo S. I.; para que si fuese necesario en algun tiempo pudiese dar testimonio, no de lo que S. I. debió de hacer, pues los médicos le impusieron precepto de no acordarse de ciertos asuntos y ménos de toda idea literaria ó que le causase alguna inquietud, sino de lo que realmente hiciese por creerse obligado á ello. En consecuencia desde luego mandó llamar al escribano D. Eudaldo Elías y Rovira, á quien S. I. entregó cerrado un pliego que dijo ser un codicilo al testamento que ya tenia hecho desde 1818, y guardaba el escribano de Sallent D. José Vilacendra.=Está rubricado de la mano de S. I.=Ante mí=Bartolomé Moreno, Presbítero, Secretario.»   —386→  

393 Al otro dia dictó otro auto que es el siguiente: «Dia 30 de setiembre de 1824. Continuando S. I. en dar sus disposiciones testamentarias, habló en presencia de los dos sugetos mencionados en el auto antecedente, de asuntos árduos y relativos á la defensa de la unidad de la Iglesia militante fundada sobre la confesion de S. Pedro, y defendida y explicada en los dos Sumarios manuscritos de la Iglesia levantada por el divino arquitecto JESUCRISTO sobre la confesion de su divinidad que hizo S. Pedro. Y entre otras cosas dijo: «Mis pesadas ilusiones procedentes de mi débil constitucion, y de otras concausas ocasionadas por varios motivos, me ponen en la indispensable necesidad de darme por muerto desde ahora en todo lo que concierna á asuntos relativos á la verdad de la revelacion divina, y á la unidad de la Iglesia militante. En todos estos asuntos, nadie despues de mi muerte podrá y deberá disponer lo conveniente como mi sobrino el sacrista D. Félix Torres Amát que está iniciado en ellos. Pero por ahora y hasta que haya concluido la traduccion de la Biblia y publicado el último tomo, le tengo prevenido que no ocupe ni uno de sus momentos en otro negocio que aquel. Estoy convencido de que así conviene, y de que nada perderá en esto la justa defensa de la unidad de la Iglesia por mas que parezca desatendida ú olvidada. Entre tanto mi secretario tendrá gran cuidado en que no se pierdan los documentos originales que puedan ser importantes, y que estén en los sagrados depósitos en que deben estar aquellos que por motivos reservados son de interés de la Iglesia católica. Y en cuanto al expediente reservado é importante, que tengo confiado al mismo secretario D. Bartolomé Moreno y á mi sobrino D. Juan de Amát, habiéndolos instruido en todo lo necesario para que en él no se perjudique á los preciosos dogmas de la unidad de la Iglesia, prevengo á los dos expresamente que no se desprendan, ni entreguen á ninguna autoridad eclesiástica ó secular ninguna de las piezas del expediente que obra en poder de dicho secretario y comienza desde el dia 21 de abril de 1824. Pero si alguna autoridad sea eclesiástica, sea secular, desea copia   —387→   de cualquiera de las piezas de dicho expediente, la entregará francamente, reservándose el original; acreditando siempre que por mi parte no se quiere ocultar ninguna de mis ideas, opiniones ó máximas á ninguno de mis superiores, si no proceder con todos con la franqueza, humildad y pundonor que exije nuestra Religion divina, y las lecciones que nos da un verdadero Dios, y verdadero hombre muerto y resucitado.=Ante mí=Bartolomé Moreno, Presbítero, Secretario.»

394 Al dictar estos papeles se le notaban en el rostro y en el tono mismo de la voz señales de grande agitacion de ánimo, y algunas veces parecia que se perturbaba su mente. Estaba ésta muy tranquila cuando la conversacion no versaba sobre los peligros de la Iglesia: hablaba entónces como si no tuviese ningun motivo de disgusto. Al principio logró tal cual alivio con los remedios que se le aplicaron; pero el dia 2 de octubre tuvo otro ataque. Serian las diez y media de la mañana cuando llamó á su sobrino D. José Torres para dictarle: mas luego que principió, tuvo que dejarlo por la debilidad de su cabeza. En seguida comenzó á temblar y cayó á poco en un desmayo del que se creyó que moria: despues de media hora volvió en sí y dijo estas palabras: Todos los pecadores están ya perdonados: Dios los ha perdonado á todos, á todos. Palabras que dichas saliendo de un estado de enagenamiento, denotan bien cuán poseido estaba del espíritu de caridad fraternal. Siguió hasta las dos de la tarde con la cabeza casi siempre desvanecida: entónces pudo conciliar algunos ratos el sueño; pero despues continuó en el mismo estado hasta el dia 7 en que por la mañana se halló con la cabeza muy despejada, y repitió el encargo de custodiar bien el expediente sobre las cartas del Sr. Nuncio. Llamó por la tarde repetidas veces á su sobrino D. Juan Amát y á su secretario D. Bartolomé Moreno para dictar algun encargo sobre dicho expediente; pero á pesar del afan que manifestaba de querer dictar algo no pudo efectuarlo, y solamente indicaba con el continuo desasosiego y el movimiento de su ojos, cuánto padecia interiormente su ánimo.

395 En todos estos dias no se te oian sino expresiones relativas   —388→   á los puntos eclesiásticos que trata en las Observaciones. Los nombres de La Mennais, del conde Le Maistre, las voces de unidad de la Iglesia, confesion de S. Pedro, la turba de italianos &c. era lo único que se le oia pronunciar en las pesadillas que padecia durmiendo por la noche. Mas durante el dia solia repetir muchas veces á los amigos que le visitaban, que se habia entregado lleno de confianza en manos de la Providencia, y que estaba muy tranquilo y resignado, y esto mismo decia en las cartas que me escribió hasta el 23 de octubre que fue la última.

En la que recibí del 9 de octubre, despues de decirme el estado de su enfermedad, concluia: «Por lo demás gozo de suma tranquilidad, y no tengo sino motivos de dar incesantes gracias á la Divina Providencia por los consuelos y auxilios que me proporciona en medio de mi indisposicion.» En dicho dia tuvo gran placer en la visita que le hizo el Sr. Camprodon, discípulo suyo, y Superior de la casa de la Congregacion de S. Vicente Paul: hablaron de cosas relativas al alma: le dijo que pocos dias ántes se habia confesado; y le contó cuanto le habia pasado con el Sr. Nuncio. Al despedirse le suplicó S. I. con muchas ánsias que le encomendase á Dios. Pidióle la mano para besársela; y resistiéndose á ello el Sr. Camprodon, le dijo S. I. con su natural viveza y energía acostumbrada: Déjeme Vd. hacerlo, á lo ménos como un acto de humildad. Cogióle luego la mano, y se la besó. Aquella noche manifestó á su sobrino D. Juan Amát y á su secretario temores de que alguno quisiese tal vez valerse de los ratos en que estaba desvanecido y no en su cabal discernimiento, para hacerle retractar de alguna cosa contra el dictámen de su conciencia: En tal caso, dijo, lo desmentiréis.

396 Aumentándose cada dia la debilidad de sus fuerzas, volvió á confesarse el dia 10 de octubre con el respetable eclesiástico Dr. D. Segismundo Arqués, sacerdote de singular crédito en Barcelona por su sólida virtud é instruccion y gran prudencia en la direccion de las almas, catedrático que ha sido muchos años de teología en este seminario Episcopal, de   —389→   cuya mano recibió despues como Viático el cuerpo de nuestro Señor JESUCRISTO. Sentado en la cama, revestido de roquete y estola, pectoral y anillo, descubierta la cabeza, fué pronunciando las oraciones del Ritual con tan tierna y fervorosa devocion que hizo derramar lágrimas á todos los circunstantes, y conmovió extraordinariamente el ánimo del sacerdote. En la profesion de la fé se adelantaba siempre á éste, y con voz tan fuerte que parecia de un hombre sano y robusto. En el acto del perdon de los enemigos añadió, dando un profundo suspiro, et debeo. Mas ¿y qué dificultad habia de costar al pacífico y mansísimo Sr. Amát el perdonar á sus enemigos? ¿Quién, que haya leido una página de sus escritos de controversia, dejará de observar que pudo siempre decir lo que el grande obispo de Barcelona san Paciano decia al hereje Simproniano: Nos tecum quasi columbae ore, potiùs quàm dente, confingimus? Despues del Viático repitió á su confesor el sentimiento que tenia de que ni el Sr. Nuncio ni nadie le hubiese manifestado la falsedad de alguna proposicion ó máxima suya para retractarla. Esto de retractarse, añadió, que á otros les parece duro, es un acto de humildad á que siempre me he sentido naturalmente inclinado: de manera que tendria menos mérito que otros en hacerlo. En efecto, el modestísimo Sr. Amát casi pecaba por demasiada docilidad en ceder al dictámen de otros sabios, porque siempre propendia á creer que sabian mas que él. Y de ahí provenia el parar mucho su atencion en las razones que alegaban en contra de alguna opinion suya. Ya vimos la oferta que hizo en los concursos á la Doctoral de Tarragona en 1797, de ceder su dictámen al de su sábio y virtuoso Prelado el Sr. Arzobispo Armañá, como éste le dijese que creia conveniente al bien de la Iglesia que diese el voto á uno que él no juzgaba ser el mas digno (Vease ántes n.º 64). Y así es que el Ilmo. Sr. Santa María, obispo que fué de Segovia, admirado un dia de la prontitud con que cedia en una disputa que tenian los dos Prelados sobre un punto de historia eclesiástica en que confesó el Sr. Amát que tenia razon el Sr. Santa María, le dijo despues éste, cogiéndole de la mano: No tema Vd. nunca, amigo mio,   —390→   condenarse por hereje ni cismático: guárdese Vd. de otros peligros de perder su alma: porque de este le preservó ya Dios dándole esa facilidad en ceder al juicio de los otros. Le confieso á Vd. que á mí me cuesta que rabia.

397 A poco tiempo de haber recibido el Viático vino á visitarle el Ilmo. Sr. Obispo de Barcelona con su provisor D. Pedro Abellá. En el tiempo que duró la visita estuvo el Sr. Amát muy sereno y tranquilo, diciendo que tenia puesta su confianza en Dios, y que esto le bastaba. Mas al despedirse el Sr. Abellá le dijo el enfermo: Sr. D. Pedro: una cosa voy á decir á Vd. sobre esos asuntos en que el Papa.... Aquí paró sin poder acabar de formar el concepto, y quedó suspenso. Siguió en el mismo estado de debilidad hasta el dia 20 en que comenzó á notarse alguna mejoría, y que la memoria volvia á su pristino estado. Cesó ya aquel hablar dia y noche de la union de la Iglesia: preguntó qué novedades habia, pidió la carta mia que se recibió en aquel correo, y el dia 23 firmó la última que me escribió, en que manifestaba con cuánto placer veia que estaba ya imprimiéndose el tomo cuarto del antiguo Testamento. Mas esta mejoría duró solos cuatro dias. Comenzó otra vez á padecer tan fuertes pesadillas, que le postraron como si fuesen accesiones de fiebre. En un intervalo claro contó él mismo, sonriéndose, que le parecia estaba batallando con cuarenta italianos. En estos últimos dias de su vida llamaba varias veces á su capellan, y le dictaba algunas proposiciones relativas siempre á la unidad de la Iglesia, á la reunion de todas las sectas cristianas, bajo el gobierno del supremo Vicario de JESUCRISTO el Pontífice de Roma sucesor de S. Pedro, á la caridad como base principal del gobierno eclesiástico &c. Pero apenas habia dictado una cláusula seguida, cuando ya perdia el hilo y pasaba á otra cosa inconexa.

398 El dia 24 de octubre dictó el siguiente auto á su secretario; que aunque informe y algo confuso, como dictado por un entendimiento ya sin vigor ni perspicacia, tiene cierto interés cuando se reflexiona que sirvió á desahogar los últimos esfuerzos del zelo con que el moribundo Arzobispo de Palmyra   —391→   deseaba consagrar en defensa de la Religion hasta los últimos momentos de su existencia.= «Auto del dia 24 de octubre. Se lamentó S. I., hoy dia 24, de los males que ocasionaba á la Iglesia la imprudencia de algunos que se figuran defensores de ella, y se ve claramente que con los delirios de su extraviada imaginacion no hacen mas que fomentar la division entre los miembros de ella. Causa espanto, dijo S. I., el ver como ha podido extenderse, aun entre sabios que se honran con el dictado de piadosos, un modo de opinar y de hablar tan ageno de la doctrina revelada en el Nuevo Testamento y en la Tradicion apóstolica. Como S. I. desde que comenzó el estudio de la teología, y despues en todos sus escritos, ha trabajado siempre en defensa de la Iglesia católica y de los tres principales dogmas de su unidad, y especialmente en los últimos años de su vida, en que trabajó cuanto pudo en promover la union y en precaver nuevas roturas; de aquí es, que en su actual indisposicion no ha tenido otras ideas ni otro objeto que éste, y todos sus conatos y deseos se han dirigido á procurar la union y concordia entre los cristianos. Clamó mucho contra esa loca soberbia de la naturaleza humana ó del hombre, que impelida por las sugestiones del comun enemigo no quiere sujetar su débil conocimiento á las luces de la razon natural y de la revelacion Divina. Por lo mismo protesto que en todos mis escritos siempre he procedido con el ánimo de inquirir la verdad para prestarla un dócil rendimiento despues de hallada: ni nunca ha sido mi intencion faltar en lo mas mínimo á la obediencia y sujecion debidas á los superiores, ni tampoco ofender á nadie; ántes al contrario, en cada página de mis escritos he manifestado siempre y repetido mis deseos de que se me avisase de cualquier error, descuido, inexactitud ó equivocacion que haya padecido, para corregirla desde luego. Por lo mismo querer ahora tentarme para que haga una declaracion opuesta á mis principios manifestados constantemente en todos mis escritos, y contra mi propia conciencia, es una pretension diabólica, es un error clásico, por no decir un delirio. En mi correspondencia con el   —392→   Sr. Nuncio siempre me he conducido con la franqueza y respeto propios de nuestra Religion divina: suplicándole una y mas veces que me hiciese la caridad de manifestarme mis errores y las opiniones que él llama cismáticas, para retractarlas al momento, sin que hasta ahora haya tenido este consuelo. Por lo mismo, si yo moria ántes de hacer esta declaracion podrian seguirse perjuicios al dogma de la unidad de la Iglesia.» Puso por testigos de cuanto habia dicho á los dos sugetos indicados en el primer auto del dia 29 de setiembre y concluyó: «Mis fuerzas no me permiten trabajar mas en defensa de la fé católica y de la unidad de la Iglesia: pero vosotros ya haréis lo que os tengo encargado.... Ya no quiero hablar mas, y lo dejo todo en manos de la Providencia.»

399 El dia antes de morir aun quiso dictar algo. En estas ocasiones luego que se le hacia presente que el médico le tenia prevenido que no cansase su cabeza, cesaba de dictar, y solia manifestar que conocia él mismo que no estaban acordes las especies que mandaba escribir. Pero despues que habia descansado algun rato, solia oírsele suspirar por la union y paz de la Iglesia, y rogar á Dios por ella con fervorosas jaculatorias. Acompañábanle en estos últimos dias de su vida sus mas caros amigos. No se separaban de su lado mi hermano D. José, D. Bartolomé Moreno, el apreciable médico Dr. Merli, D. Juan Amát y D. Ramon Mornau y Amát. Eran muchos los que venian á honrar con sus suspiros y piadosa tristeza los últimos dias de éste sábio y virtuoso Prelado: los mas jóvenes se excitaban á bien vivir, y los de edad avanzada aprendian á bien morir. En los últimos dias de la vida sucede que el olvido que se ha tenido de las ideas de nuestra divina y consoladora Religion, causa con un gran decaimiento de espíritu una cruel melancolía que roe las entrañas del enfermo, y le presenta el terrible lance de la muerte y entrada en la eternidad, sin sombra de consuelo. Solamente se acuerda de Dios como de un juez irritado que está ya para fulminar la sentencia de condenacion contra él. No, no presentaba el Sr. Amát este cuadro del infeliz pecador moribundo, sino la imágen de la muerte   —393→   del justo: una prueba evidente de la felicidad de la muerte cristiana, ó de las máximas con que en el librito que lleva este título ha dejado á los fieles un depósito de ideas consoladoras para la hora de la muerte. ¡Apóstoles de la impiedad! Vuestros frios cálculos sobre una religion puramente natural, vuestra indiferencia ó desprecio de la religion revelada, arrancan del corazon del hombre toda idea de consuelo en los infortunios de la vida, y la dulce esperanza de vivir eternamente feliz!

El dia 9 de noviembre se sintió algo aliviado: á las seis de la tarde tomó chocolate; y despues estuvo muy sereno en conversaciones piadosas con su confesor, á quien tenia ya dicho de antemano que se las moviese. El dia 10 víspera de su muerte, advirtiendo que sus familiares disputaban sobre cerrar ó no una ventana del aposento, les dijo: Dejadla estar, que mañana las abriréis todas. El Sr. D. Próspero de Bofarull, muy querido del Sr. Amát, que se habia hallado presente, contaba despues esto al Sr. Posada de Tarragona, quien arrasados en lágrimas sus ojos oia de aquel fidedigno testigo de vista esta y otras circunstancias de la muerte de su amigo.

400 Finalmente el dia 11 á las nueve y algunos minutos de la noche, despues de recibido el sacramento de la Extrema-uncion, voló á la dichosa region de la paz y caridad la candorosa alma del Irenéo de los Obispos de España, el sabio, pacífico y virtuoso Sr. Amát, amado de cuantos le trataron y respetado de cuantos le conocieron. Perdióle la patria cuando mas eficazmente la servia. Y el amargo dolor que sintió mi corazon al recibir la noticia de su muerte, y testifican aun ahora en este momento las lágrimas que vierto, penetrará mi alma hasta que el cielo se digne unirla para siempre con la suya.

Mientras estuvo de cuerpo presente vino un innumerable gentío á ver el cadáver del venerando Prelado, cuya mano ó anillo besaba con singular respeto y devocion. Al ver su habitacion y muebles de ella, exclamó uno: ¡Y aquí vivia el arzobispo Amát! á lo que respondió otro, que parecia militar: Vivia como los apóstoles.

401 Arregladas como tenia todas sus cosas en su testamento,   —394→   que hizo siendo canónigo de Tarragona, y habia reformado despues siendo abad de S. Ildefonso, y últimamente estando en Sanpedor en 7 de abril de 1818, solamente tuvo que añadir un pequeño codicilo para nombrar algunos testamentarios en lugar de los que habian fallecido. Nombró á un sobrino de cada familia de sus hermanos y hermanas, como se vé en la copia del testamento que se pondrá en el Apéndice núm. 86. Solamente manifestó su predileccion por la casa de Torres; pues además del sobrino D. Antonio nombró al mayor de edad entre sus hermanos sacerdotes, y tambien á D. José que le habia servido de capellan y secretario en S. Ildefonso. Quiso dar esta prueba en memoria de su especial amor á su hermana doña Teresa que le habia educado en su niñez, como se dijo ántes núm. 5, y del esmero con que le sirvieron y acompañaron siempre en todas partes los hijos de dicha hermana, que todos ménos el heredero fueron sacerdotes, y educados por tan digno tio. Los demás albacéas y herederos fiduciarios todos son sobrinos, á excepcion de D. Bartolomé Moreno, único familiar que habia venido con él de Madrid, y le tenia ya de paje en S. Ildefonso. En el testamento que hizo en dicho Real sitio habia puesto este lema: Justicia y Misericordia: máxima que una vez hizo presente, con el debido respeto, á S. M. el Sr. D. Cárlos IV. delante de su augusta Esposa: y que solia inculcar mucho, especialmente á personas de distincion tanto de la Corte como de las provincias, cuando le hablaban de hacer alguna fundacion piadosa ó cualquier acto de generosidad y beneficencia, estando la casa cargada de deudas ó con muchas obligaciones á que atender. Así es que durante su larga vida jamás tuvo ninguna deuda; y despues de su muerte no hubo que satisfacer mas que el salario de los criados por el mes en que falleció. Encargó ántes de morir, que al único criado que tenia se le diesen por gratificacion tantas anualidades de salario cuantos eran los años que le habia servido; y que se proveyese de chocolate, pañuelos, calzoncillos &c. al lego franciscano que le servia de cocinero.

402 Despues de varias mandas de limosnas á algunos pobres,   —395→   dispuso que un censo redimible de seis onzas anuales que dejaba, autorizado por el escribano de Sallent Dr. D. José Vilacendra en agosto de 1818, se aplicase á las fábricas de las tres parroquias de Sabadell, Sallent y Sanpedor y á los tres hospitales de dichas villas, á razon de una onza anual para cada uno de los seis establecimientos. Para el hospital de Valls compró en vida unas huertas que reditúan unos tres mil reales anuales, dejando el usufruto á su sobrino D. Antonio Gallissá, que habia administrado gratuitamente las rentas de la dignidad de Prior de la santa iglesia de Tarragona que obtenia el difunto, las cuales están casi todas en dicha villa. Pero dejó prevenido por escrito que en el caso de no necesitar de este auxilio que le dejaba para la vejez, distribuyese su producto entre los pobres como le tenia dicho. La mayor parte de las limosnas mas importantes las hizo el Sr. Amát durante su vida; y manifestó muchas veces el sentimiento que tenia de que las tristes circunstancias de los tiempos no le proporcionasen la venta de todas las existencias de la Historia eclesiástica y otros impresos, para repartir su producto entre los pobres. No obstante habia tenido el consuelo de poder recoger lo bastante para asegurar la subsistencia á la anciana viuda de su hermano D. Jayme, y á la hija soltera que éste dejó huérfana, las cuales no cobraban entónces la viudedad.

Dejó por herederos del resto á los pobres, y los testamentarios creimos conforme á la voluntad del difunto que, despues de las limosnas á los de los lugares de que habia sacado los diezmos, debian ser preferidos los de la parentela. Al que esto escribe le legó sus manuscritos y los libros que no tuviese en su librería, con el encargo de que procurase la impresion de la obra Diseño de la Iglesia, que habia concluido poco ántes de caer enfermo, y el Resúmen ó compendio de la Historia eclesiástica en latin, que estando en Sanpedor acabó de poner en limpio con notables é importantes adiciones al que se imprimió en castellano en 1807, y se mandó estudiar en las universidades. Para todo esto dejó depositados los fondos necesarios.

403 El Sr. Amát habia prevenido en el testamento que   —396→   no se embalsamase su cadáver, y que á las veinte y cuatro horas se le enterrase en el cementerio sin poner ninguna inscripcion ó epitafio. Solo advertia que el sepulturero hiciese el hoyo cuatro ó cinco palmos mas hondo, dándole una gratificacion por este mayor trabajo. Al dia siguiente despues de su muerte vino el Cabildo de la santa iglesia catedral á cantarle los responsos acostumbrados, y lo mismo hizo el Vicario perpétuo y comunidad de la parroquia de Sta. María del Mar, en la cual está situada esta casa en que murió. En la mañana del 13 el Cabildo junto con el clero de la santa iglesia, y las cuatro órdenes mendicantes, vinieron á buscar el cadáver: que fué llevado á la catedral, donde se le cantó un oficio como á los dignidades y canónigos segun habia dispuesto en su testamento. Asistió á todo el Ilmo. Sr. Obispo y un gran concurso de gente. El cadáver fue llevado por la tarde al campo santo acompañado de trece sacerdotes y de los sobrinos y familiares de su Ilma., que le depositaron en un nicho, mientras se disponia colocarle en el suelo, segun su voluntad, aunque en sepultura de piedra. Hízose ésta fuera de la capilla á mano izquierda junto á la pared de ella: sobre la losa, aunque por humildad prohibió poner inscripcion, se resolvió en 1830 grabar á lo ménos su nombre y apellido, y el dia y año en que murió.

404 Poco despues de la muerte del Sr. Amát dispusieron los sobrinos y testamentarios que se sacase en yeso la efigie de su rostro, para que en vista de él y de un retrato que tenia en Madrid su sobrino D. Mariano Amát se grabase en una lámina por alguno de los mejores profesores de la Corte, á fin de que pudiese colocarse al frente de su Historia eclesiástica. Hice este encargo al acreditado D. Blas Ametller, grabador de cámara del Rey nuestro Señor; de quien es la lámina de la Iglesia que ya al frente de la segunda edicion de dicha Historia eclesiástica, hecha por encargo del autor. El retrato es conocido á primera vista por todos los que habian visto al difunto: pues es la perfecta semejanza con su rostro en la edad de cincuenta y tres años, en que fué consagrado Arzobispo de Palmyra, y en cuya ocasion procuré yo que el hábil retratista Cardona   —397→   formase su boceto durante la funcion. Este retrato, perfectamente grabado, expresa ya en cierto modo la afabilidad y grandeza de alma del Sr. Amát, á cuyas dotes al fin de la vida diera la ancianidad mayor realce; aunque no las expresa tanto como debia, que por eso algunos tachan de sério el semblante. Grabóse tambien al pie la siguiente inscripcion y dísticos que denotan igualmente el carácter del digno Prelado:


FELIX AMAT
Archiepisc. Palmyren.
Sapiens. Pius. Mitis. Pacificus.
Pax fugit ad superos è terris pulsa; sed ipse
Inquiris pacem, persequerisque modo.
Illa ait: Hùc propera: mecum conside beatus:
Sic licet aeternâ jam tibi pace frui.

Cuando el canónigo cardenal de Orense D. Juan Manuel Bedoya supo la muerte del que habia sido su Prelado y singular favorecedor en la colegiata de S. Ildefonso, hizo de repente un epitafio, que algo mas extendido por mi, y revisado por algunos académicos de la Historia, compañeros y apasionados del difunto, se pondrá, sin contrariar la última voluntad de éste, en la capilla del cementerio. Dice así;


FELIX AMAT
ARCHIEPISCOPVS. PALMYRENVS
ORTVS
SABADELLII. IN GOTHOLAVNIA
IN ECCLESIA. PRIMVM. TARRACONENSI
DEIN
REGIA. SANCTI. ILDEPHONSI
DERTVSANA. ET COMPOSTELLANA
VARII. NOMINIS
DIGNITATIBVS
PRAECLARE. MERITVS
CAROLO. IV. HISP. REGI
—398→
A. SACRIS. CONFESSIONIBVS
PIETATE. INGENIO. SCRIPTIS
SVAVITATE. AC. ANIMI. CANDORE
SVIS. PROBISQVE OMNIBVS
APPRIME. CHARVS
OBIIT. BARCINONE. XI. NOVEMBRIS
ANNO. DOM. MDCCCXXIV.
AETATIS. LXXIV
MAGNVM. SVI. DESIDERIVM
NOSTRATIBVS. ET EXTERIS
PRAESERTIM
SACRAE. ET PROFANAE.. ERVDITIONIS CVLTORIBVS
RELINQVENS
FELIX. TORRES. AMAT. EPISCOPVS. ASTVBICENSIS
AVVNCVLO. OPTIMO. ET. AMANTISSIMO
MOERENS
P. C.

Encima de la losa sepulcral creí deber poner lo siguiente:


H. S. E.
FELIX AMAT
ARCHIEPISCOPVS. PALMYRENVS
QVI
FVNEBRIS. LAVDIS. HONOREM
TESTAMENTO. PROHIBVIT.
OBIIT
DIE. XI. NOVEMBRIS. ANNI. MDCCCXXIV. (13)

Al saber el Sr. Posada, dignidad de enfermero de Tarragona, que habiamos trasladado el cadáver desde el nicho á la sepultura   —399→   mencionada, explayó nuevamente el vivo dolor que le causaba la muerte de su grande amigo, del modo siguiente:

Al Arzobispo de Palmyra y su ahijado el Sacrista de Barcelona.


Hic situs es FELIX, valdè et cognomine AMATUS
Qui veri et pacis semper AMATOR eras.
Mortuus in nato vives, ibisque per ora
Omnia, quod fueris geminus auctor AMANS.

En cumplimiento de la última voluntad del difunto, se enviaron para los pobres del arcedianato de Nendos y del priorato de Tarragona considerables limosnas en dinero, y en ejemplares de la Historia eclesiástica, del Sumario de ella en castellano, y tambien de algunos en latin, de las Instituciones de Filosofía del mismo, de la Felicidad de la muerte cristiana, Pláticas del Ilmo., Sr. Climent &c. Todas estas obras se distribuyeron entre las 176 parroquias del arcedianato; se entregaron varios ejemplares de todas á los seminarios de Santiago y Tarragona, junto con algunos de la nueva version castellana de la Biblia; y el Sr. D. Fermin Eulate, digno penitenciario de aquella santa iglesia, encargado por el Sr. Amát de distribuir las limosnas, hizo poner en cada volúmen la tarjeta siguiente: «Donativo del Ilmo. Sr. D. Félix Amát, arzobispo de Palmyra, arcediano que fué de Nendos, á la parroquia de N... N... con anuencia del Excmo. Sr. Arzobispo de Santiago, por mano del penitenciario de la misma S. A. M. Iglesia.» Por dicho Señor supe que quedaban ya distribuidos dichos ejemplares, junto con treinta y cinco de la nueva version castellana de la Biblia, y doscientos de la traduccion de los Salmos; que al todo suman mil ochocientos y veinte y dos volúmenes. ¿Quién podrá dudar que de esta limosna se seguirán muchos bienes á los párrocos del arcedianato de Nendos y por consiguiente á sus feligreses?

405 Creo haber descrito en esta historia los principales hechos y virtudes del Ilmo. Sr. Amát, hombre de bien á las derechas,   —400→   justo en el riguroso sentido de esta palabra, compasivo, misericordioso, desinteresado y amigable. Queda bien probado su ardiente amor á la verdad y su continuo afan para conocerla: su zelo apostólico en defender la Iglesia contra todos sus enemigos: su moderacion en todas las cosas, y una sinceridad á toda prueba. He hecho ver que tratando con los libros conservó siempre su nativa sencillez, que suele perderse fácilmente conversando mucho con los hombres, y que la tuvo siempre exenta de aquella secatura ó desabrido encogimiento que suele notarse en los que llevan una vida afilosofada. Aunque estuvo en la corte y vivió en palacio, nunca fué cortesano, ni aprendió aquel forzoso disimulo que tanto repugna siempre á un corazon sano y recto. Hemos visto que con su condicion apacible y mansa, unida á su gran talento y saber, se granjeó la amistad de cuantos llegaron á tratarle; al paso que con su rectitud y zelo por la verdad disgustó á algunos pocos que no pudieron sufrir la luz que brilla en sus escritos, sin embargo de estar templada con el velo de la discrecion y modestia. Se ha podido observar que su zelo fuerte y vigoroso contra el error y el vicio, era sumamente indulgente con las personas, y lo fué casi con exceso en algunas ocasiones en que no debió haberse fiado de ciertos sugetos: amaba tiernamente al prójimo, y este amor hacia que tardase mucho en sospechar mal de nadie. Se han dado muestras ó extractos de sus escritos, en que se ve que el método, la claridad, la erudicion y la solidez forman el carácter de los del Sr. Amát, que casi todos son didácticos y acomodados al talento y capacidad de cualesquiera lectores, aun de los poco instruidos. Por eso advierte él mismo que de propósito repite ciertas verdades, y por eso se detiene en explicarlas mas de lo que necesitan los hombres instruidos. Y así es que una de las cualidades que el sabio arzobispo de Tarragona Sr. Armañá alababa mas en los escritos del Sr. Amát, es que á pesar de su elevado talento y pronta penetracion se acomodaba al de todos los lectores en general, descendiendo y parándose en unos pormenores de que suelen desentenderse con perjuicio de la claridad grandes ingenios. Jamás se sirvió de las   —401→   palabras sino para expresa bien claramente sus ideas; nunca para ostentar particular conocimiento de la lengua, ó causar un mero y estéril placer. Hay cierto lujo de elegancia ó de espíritu que en la república de las letras, como alguna vez sucede en la civil, es una señal de indulgencia o escasez. Los mismos extractos de sus escritos demuestran que muy ageno de todo resentimiento y de toda pasion ó espíritu de partido procuró huir siempre de todos los extremos, conservando una suma imparcialidad, y un estilo ageno de toda agrura; sin usar jamás de expresion ninguna dura ó injuriosa. Sus obras manifiestan la extension y la profundidad de sus conocimientos en materias las mas diversas. En sus sermones y escritos parece un padre de la Iglesia, y en la santa austeridad de su vida un modelo de la moral cristiana. Nacido en una villa de Cataluña de una familia poco esplendorosa, le coloca su mérito en el palacio del monarca augusto Monarca de las Españas, y vive sin orgullo al lado de los Grandes y Magnates de la Corte, estimado y respetado de todos. Pontífice ilustrado, ciudadano zeloso, vasallo fiel, pesa con mano firme en justa balanza los derechos de las dos Potestades civil y eclesiástica: y las une sin confundirlas entre sí. Mas hábil defensor de Roma que muchos de los que tanto se glorían de serlo, presenta á sus lectores asegurada la grandeza y supremacía de la Silla apostólica, por derecho divino, sobre cimientos sólidos é incontrastables; dando á su autoridad la plenitud y los límites que la Iglesia ha manifestado en sus cánones. Combate victoriosamente los enemigos del primado Pontificio de Roma, sin denostar ni agriar á los protestantes. Descubriendo claramente á los teólogos ménos instruidos la firme é indestructible barrera que separa al Sacerdocio del Imperio, contiene al mismo tiempo el indiscreto zelo con que, só color de defender las Regalías, hacen salir los falsos políticos la Potestad Real fuera de sus justas atribuciones. Su vida pública presenta un carácter verdaderamente grande y noble; y su vida privada las costumbres mas sencillas y modestas. Mientras le queda un aliento de vida, le consagra al apoyo y defensa de la Iglesia; por la cual trabajó durante mas de medio siglo. Vió con amargo dolor formarse grandes   —402→   tempestades, y hasta sus últimos dias previó que se formarian otras, y murió fijando sus ojos enternecidos en la Iglesia de España, de la cual habia merecido bien el título de Defensor. A pesar de su gran saber y virtudes cristianas y civiles, no pudo evitar el que en medio de las dos terribles revoluciones, que han devastado la España desde el año 8 de este siglo, levantasen la voz contra alguno de sus escritos ciertos espíritus siempre dispuestos á alborotarse contra todo lo que puede obstar á sus intereses y deseos de dominar. (Véase el Apéndice núm. 87). Pero la memoria de la sólida y modesta sabiduría y amables virtudes del Ilmo. Sr. D. Félix Amát pasarán de una á otra generacion, y su ejemplar vida y luminosos escritos servirán siempre de honor á la Religion, de modelo á sus ministros, de excelente defensa de la Iglesia y del mas puro amor á la patria.

Nota. No podrá publicarse inmediamente el Apéndice de notas y documentos á que se refieren las citas de este tomo por haberse extraviado algunos de ellos muy importantes; de los cuales se confia hallar una copia comprobada por el mismo autor.