Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Breve descripción de los viajes hechos en América por la Comisión Científica enviada por el gobierno de S.M.C. durante los años de 1862 a 1866...

Manuel Almagro



portada



  —3→  
Excmo. Sr. Marqués de la Vega de Armijo, Ministro de Fomento

Excelentísimo señor:

Con fecha 14 de Marzo próximo pasado, recibimos una Real orden, que nos honraba con el encargo de escribir una obra de grandes dimensiones y carácter puramente científico, en la que se consignen los adelantos y descubrimientos hechos durante los tres años y medio que ha durado nuestro viaje en las comarcas de la América Austral.

En la misma Real orden se disponía que se hiciese una exposición pública de las colecciones que con tantos afanes hemos traído de aquellos países, y que a esta exposición acompañara una breve descripción del viaje, debiendo ser esta última de pequeñas proporciones y de carácter popular. Estas dos últimas condiciones hacen difícil la redacción de la Memoria que hoy tenemos el honor de presentar a V. E.

Nada más fácil que escribir muchas páginas con poco material; la menor idea, el más pequeño detalle, el hecho más insignificante, se pueden prolongar con descripciones largas, comentarios inmensos y razonamientos más o menos lógicos. Un átomo de pintura muy diluida puede embellecer una gran superficie; al contrario, encerrar en pocas páginas numerosas observaciones, describir medio mundo en pocos capítulos, y mostrar la sublimidad de la naturaleza americana en pocas líneas, es algo más que difícil,   —4→   y tal vez imposible; si la amplificación es fácil, la síntesis es dificultosa. Además, este extracto de viajes tiene que ser de carácter popular. De aquí un nuevo inconveniente. ¿Qué debemos entender por esa última palabra? En nuestro Diccionario tiene variadas acepciones: ¿debemos tomarla por el lenguaje vulgar con que se habla al pueblo? Así parece lógico; pero en nuestras sociedades modernas, todo el mundo es pueblo, y nadie lo es; a veces todos quieren serlo, y a veces todos desdeñan ser calificados con ese epíteto; debilidad social, propia del período de transición que atraviesa actualmente la humanidad. Pero, en rigor, si bajo otro orden de ideas, la palabra pueblo puede tener acepciones equívocas, bajo el punto de vista científico, todos los no iniciados en las ciencias son vulgo y pueblo, desde la persona acaudalada hasta el último mendigo. Por eso hemos procurado separar todo carácter científico de esta Memoria, y que, al contrario, pueda ser comprendida por todas las clases sociales, desde el labriego, que cultiva la viña sin conocer las propiedades del alcohol, hasta el rico banquero, que ignorando el género nicotiana, redondea su fortuna vendiendo el vulgar tabaco, o hasta la espléndida duquesa, que echa polvos sobre su poblada cabellera, sin pensar sea mica la sustancia que embellece su tocado.

Creemos así cumplir los deseos de V. E., dejando para la obra completa el estilo que la ciencia reclama.

A las dificultades ya enunciadas, añada V. E. la brevedad del tiempo concedido, del que gran parte ha sido empleado en el arreglo de las colecciones y en reparar nuestra quebrantada salud, destruida a causa de largas y azarosas peregrinaciones; y comprenderá V. E. que esta Memoria debe ser necesariamente imperfecta y enojosa. Tal es nuestro leal modo de ver y entender, y sólo la buena voluntad con que cumplimos los deseos de V. E., ha hecho que saquemos fuerzas de flaqueza para redactar las mal aliñadas descripciones, que afortunadamente serán leídas por muy pocas personas.

En nuestro particular, y en nombre de las ciencias españolas, tenemos que agradecer y esperar mucho de V. E. Durante vuestro Ministerio se organizó esta Comisión, si bien pobre por las cualidades   —5→   de sus encargados, quizás preludio de otras mejor encomendadas, que saquen a las ciencias españolas de su letargo lastimoso. Nuestra nación, Excmo., Señor, cuna de casi todo lo bueno que hay en el mundo, ha sido tan pródiga o tan mala conservadora, que poco ha guardado para sí. Las ciencias españolas, tan brillantes en otra época en las comarcas que os vieron nacer, atraían a nuestra patria a todos los que deseaban instruirse: Córdoba, la Sultana, era la residencia del saber del viejo mundo, y encerraba escuelas, con razón más afamadas que ninguna de las de la Europa moderna. Aquellos días pasaron; la cruz y la espada de los godos reemplazaron el libro y el crisol de los mozárabes: Pelayo, saliendo de Covadonga, nos enseñó el camino del cielo borrando la senda de las ciencias, por donde venían a España los sabios de todos los países. Aquellos españoles hijos del saber, a quienes debíamos haber levantado monumentos, fueron quemados o arrojados al desierto; entonces murió la escuela científica de España: desde esa época, alguno que otro hombre descuella en las ciencias naturales: Mutis, Cabanilles, La-Gasca, Clemente, Ruiz, Azara, Asso, brillan como astros, pero astros sin satélites, sin firmamento, que andan errantes, dejando gloriosa huella, conocida sólo por pocas personas. Lastimoso es que de aquí, donde nació la ciencia, y atraía y aclimataba a los que la cultivaban, salgamos hoy a buscarla en los pueblos extranjeros. Pero recuerde V. E. la sublime parábola de la mitología, fantástica creación de aquella era marcada por hombres de colosales facultades; recuerde V. E. aquella ave que renaciendo de sus mismas cenizas, se va con rapidez formando, hasta desplegar sus abrillantadas alas y su plumaje de riquísimos colores: el Fénix, símbolo de la esperanza, que cerrando las puertas a la desesperación, aconseja reedificar aquello que se ha convertido en nada: imagen consoladora que nos anima, y que debe ser el emblema de nuestra nación. V. E. ha comenzado a remover esas cenizas, y a V. E. se deberá sin duda la rehabilitación del esplendor científico de España. V. E. está ayudado por la época, fuerza fatal del mundo, más poderosa que la que hace correr los torrentes y subir las mareas: fuerza imperiosa, que todo lo consigue, y que destruye y condena a aquellos que quieran ponerle rémora o dique. ¡Felices   —6→   los que, como V. E., han sido designados para dirigir la corriente de la época actual! Pero, si bien, ella presta inmensa ayuda y promete gloria inmortal, también hace responsables ante la posteridad a los que desperdiciando su benéfico influjo, no emplean todos los medios para obtener el legítimo progreso.

Gracias también damos a V. E. por haber colocado a nuestro lado a los eminentes profesores Sres. Graells, Colmeiro, Pérez Arcas, Vilanova, Galdo, y Janer, quienes con gran entusiasmo científico han contribuido sabia y poderosamente en el buen arreglo de nuestras colecciones.

Madrid, 3 de Mayo de 1866.





  —7→  
Breve descripción de los viajes hechos en América por la comisión científica enviada por el Gobierno de S.M.C. durante los años de 1862 a 1886


I

En el mes de junio de 1862 se nombró una Comisión de profesores de ciencias naturales, que debía acompañar una escuadra que marchaba al Pacífico. Era entonces Presidente del Consejo de Ministros el Sr. D. Leopoldo O'Donnell, y Ministro de Fomento el Sr. Marqués de la Vega de Armijo. Dicha Comisión fue organizada del modo siguiente: D. Patricio María Paz y Membiela, Presidente1; D. Fernando Amor, encargado de la parte de geología y entomología2; D. Francisco Martínez y Sáez, de peces, moluscos y zoófitos; D. Marcos Jiménez de la Espada, de mamíferos,   —8→   aves y reptiles; D. Juan Isern3, de botánica; D. Manuel de Almagro, de antropología y etnografía. Un ayudante disecador4 y un fotógrafo5, provistos de los útiles necesarios, completaban la Comisión.

El 10 de agosto del mismo año, a las cinco de la tarde, abandonamos el puerto de Cádiz, a bordo de la fragata de S. M., Nuestra Señora del Triunfo. Buenos mares y felices vientos condujeron la escuadra a la rada de Santa Cruz de Tenerife, donde fondeó el 14, a las diez de la mañana. No debiendo permanecer allí más que dos días, ninguna excursión científica pudo tener lugar, por esta circunstancia, en el famoso archipiélago, tan digno de estudio para el naturalista, que ve en él un eslabón que une la zona tórrida a la templada, como para el antropólogo, que hubiera deseado hacer estudios sobre la antigua nación Guanche, aborígena de estas islas, y de la cual sin duda deben quedar trazas en alguna de ellas.

En este archipiélago colocaba la mitología el jardín de las Hespéridas, y el nombre de Afortunadas, que siempre tuvieron, indica lo hermoso de su clima, la feracidad de su suelo y la bondad de sus producciones.

Los primitivos pobladores fueron los Guanches, de estatura agigantada, blancos, y probablemente descendientes   —9→   de las naciones berberiscas, cuyo idioma hablaban. De naturaleza dulce, apacible y hospitalaria, se dejaron fácilmente conquistar por los Normandos, capitaneados por Juan de Betancourt, a principios del siglo XV; los cuales, siguiendo la costumbre de aquella época, los persiguieron, los maltrataron, y trajeron muchos a Europa, donde fueron vendidos como esclavos. Este manejo produjo contiendas sangrientas, que dieron por resultado la casi total destrucción de esos interesantes aborígenes, mandados por su jefe Tinguaro. Mas sin duda ya se habían efectuado mezclas continuadas entre europeos y mujeres aborígenes, cuyos productos, hasta el día, son de una estatura elevada, que nos chocó a todos. El antiguo idioma guanche se ha perdido enteramente. Estos indígenas momificaban sus cadáveres, y estando nosotros en Santa Cruz, vimos en el gobierno político tres magníficas momias, encontradas pocos días antes en una caverna de la isla. Después de examinarlas, quisimos adquirirlas para el Museo de Madrid, mas el Sr. Gobernador nos dijo que él ya había determinado mandarlas a ese mismo establecimiento6.

El mayor número de los individuos de la Comisión hizo una expedición científica al vecino lugar de la Laguna, recogiendo en ella bastante número de objetos de historia natural, de los cuales muchos se perdieron, por prohibir la Ordenanza que a bordo de un buque de guerra se hagan las preparaciones necesarias para la conservación de las colecciones.

  —10→  

El 17 de agosto, a las diez de la mañana, salimos de la rada de Santa Cruz, con dirección a las islas de Cabo Verde, y llegamos a la de San Vicente el 22 del mismo mes, a las nueve de la mañana, y donde no debíamos permanecer más que un día para hacer carbón.

Este archipiélago, dependiente de la corona de Portugal, consta de cuatro o cinco islitas, situadas en el Atlántico y separadas de la costa de África por un canal de 160 leguas de ancho. La principal de ellas nos dijeron ser la isla de San Antonio; pero teniendo ésta mal puerto, se ha escogido la de San Vicente para tener allí depósito de carbón. En esta isla hacen escala los vapores que van de Europa al Brasil y a la costa de África. Fue la única que vimos: es sumamente árida, sin ninguna vegetación ni agua que temple su ardiente clima; su población consiste en unos quinientos o seiscientos negros, que hablan portugués, y parece descienden de la nación de los Yolofs, que ocupa la región africana vecina. También se cree que estas islas, descubiertas por marinos españoles mandados por Cadamosto, fueron pobladas en su principio por negros, que debieron ser vendidos en las colonias portuguesas y españolas, y que por accidentes marítimos tuvieron que ser abandonados en esas islas: oímos decir que en la de San Antonio se cultivaba con éxito la caña de azúcar, el café, plátano y otros productos tropicales.

El día 24, a las dos de la tarde, continuamos nuestro viaje, para no desembarcar ya sino en tierra americana. Diez y seis días duró la travesía desde Cabo Verde a San Salvador o Bahía de Todos los Santos, donde   —11→   llegamos el 9 de setiembre, a las cuatro de la tarde. Durante el viaje pudimos reparar el celo del Sr. Don Enrique Croquer y Pavía en hacer que se cumplieran las más mínimas reglas de la ordenanza, la cual nos impedía el sentarnos en cualquier punto de la cubierta, teniendo que estar constantemente confinados en nuestros camarotes. Seguramente que comandantes tan expertos como D. Enrique Croquer no tendrán nunca que lamentar desgracias sucedidas en buques de su mando7.

Pocos espectáculos habrá en el mundo tan bellos y grandiosos como la llegada a la ciudad de Bahía. A medida que nuestra nave se le aproximaba, un panorama espléndido se iba desarrollando: elevados cocoteros, que parecían salir del mar, colinas de un verde magnífico, de lujuriosa vegetación, encubrían a medias una gran ciudad, de blancas y hermosas casas dispuestas en anfiteatro. El sol del mediodía aumentaba la belleza del paisaje, y nuestros ardientes deseos de pisar la tropical tierra de América aumentaban la grata satisfacción que experimentábamos.

La ciudad de Bahía, capital de la provincia del mismo nombre, una de las que componen el imperio del Brasil, está situada en la costa oriental del imperio, sobre el Océano Atlántico, a 12º de latitud S. y a 41º de longitud 0. Su magnífica bahía es inmensa, y a ella misma acuden ballenas, que se pescan a la vista de los habitantes de la ciudad. Su   —12→   población pasa de cien mil almas; la mayor parte son negros, esclavos o libres, muchos europeos, dominando en número los portugueses y alemanes, que se aclimatan allí perfectamente, a pesar de la fiebre amarilla, que ha visitado varias veces esta ciudad. El clima es ardiente todo el año, las lluvias excesivas de diciembre a mayo, y las producciones del suelo son las de los países intertropicales. Los renglones principales de exportación son el azúcar, el café, el tabaco, preciosísimas maderas, entre ellas las de palisandro, el productivo palo de tinte llamado brasil, y una gran cantidad de diamantes, por valor de 50,000 duros mensuales. Gracias a la riqueza del suelo, a la naturaleza de sus productos, a la liberalidad del Gobierno y al orden de la administración, Bahía progresa de una manera notable, no siendo desconocidas allí la mayor parte de las innovaciones de este siglo. Quizá o seguramente es la única población de Europa y de América donde aún se usen las sillas de mano al transitar diariamente en las calles, que son conducidas por dos robustos negros, y cubiertas con colgaduras de lana azul y doradas. Las autoridades de Bahía y el público estuvieron sumamente afectuosos con nosotros, facilitándonos muchos recursos para aumentar nuestras colecciones. Hubiera sido muy interesante visitar el interior de la provincia, lo cual no nos permitió el corto tiempo que debía permanecer allí la escuadra; sin embargo, hicimos numerosas excursiones en los alrededores de la población y en las islas vecinas, aprovechando también el ferrocarril para internarnos algún tanto. Ya allí conocimos era indispensable residir   —13→   en tierra; porque según la ordenanza, nada se podía hacer a bordo.

Nuestras colecciones se aumentaron considerablemente, sobre todo en aves y reptiles: estos últimos son muy numerosos en las cercanías de la población, abundando, entre ellos, las especies venenosas. El elemento de población indígena (guaraní) ha desaparecido totalmente de Bahía, y sólo con mucho afán, y después de muchas pesquisas, pudimos examinar una niña india de ocho años, perteneciente a la tribu de los Tapajos.

El día 26 de setiembre abandonamos el puerto de Bahía, y al amanecer del 6 de octubre vimos la cima de la cordillera de los Órganos, verde como esmeraldas y de graciosa ondulación; poco después apercibimos el Gigante8, que indica la entrada de Río de Janeiro, y a las doce del día fondeamos en su opulenta bahía, que asilaba en sus aguas un inmenso número de naves de todos pabellones, mercantes y de guerra. Esta bahía es vastísima y reúne todas las condiciones de un magnífico puerto; sus dos riberas están pobladas, y numerosos buques de vapor, de elegantes formas y cómoda construcción, sirven de vehículo a las personas que pasan de una a otra ribera.

Río de Janeiro es la capital del imperio, y por consiguiente, la residencia del Emperador, de las Cámaras, del Gobierno central, etc., etc. Su población pasa de medio millón de almas, compuesta de blancos,   —14→   mulatos y negros; el elemento indio ha desaparecido, lo mismo que en Bahía, y el europeo está representado en mayor número por portugueses y franceses. Dentro de la población hay varios cerros, cubiertos de virginal vegetación, lo cual hace que la ciudad sea sumamente extensa. Uno de estos es el Corcovado, de aspecto imponente, y cuyo ápice, accesible hasta para cabalgaduras, se halla a una altura de tres mil pies sobre el mar. El panorama que se percibe desde este ápice es digno de llamar la atención del viajero; los otros cerros, la inmensa y bellísima bahía, la población entera, se descubren desde allí, afectando variados contornos y diferentes matices. El Corcovado y los otros cerros encierran numerosas y bellas especies, tanto vegetales como animales.

Las autoridades nos facilitaron medios para formar nuestras colecciones, y el público nos recibió con mucho agrado; el mismo Emperador nos concedió el honor de desearnos conocer, y en las dos visitas que le hicimos, pudimos apreciar su gran ilustración científica y la amenidad de su carácter. En Río tuvimos ocasión de relacionarnos con varios hombres de ciencias, y hoy deploramos la muerte del consejero Paula Cándido, cuyos trabajos sobre la influencia patogénica del ozono son muy importantes, y enteramente desconocidos en Europa. El Emperador puso a nuestra disposición su hacienda de Santa Cruz, y el Sr. Espada, acompañado de su ayudante disecador, pasó allí algunos días, formando preciosas colecciones.

El clima de Río es ardiente y húmedo; las lluvias, que nunca faltan, son más abundantes de diciembre   —15→   a julio; está situado a 22º latitud S. y 46º longitud O. Los principales objetos de exportación de Río son café, maderas y brillantes; la importación es variadísima, y da vida a una numerosa clase comercial, compuesta, en su mayoría, de portugueses y franceses; de los primeros hay como cien mil, y treinta mil de los segundos.

El Museo de Historia Natural de Río es muy interesante y digno de ser examinado, sobre todo, por sus colecciones indígenas, pertenecientes a los tres reinos de la naturaleza. El Jardín Botánico y el Jardín Público merecen también ser estudiados. Numerosas colecciones y preciosas fotografías aumentaron nuestra cosecha en aquella capital.

Creímos, y con razón, que sería más provechoso para los resultados de nuestra comisión, separarnos temporalmente de la escuadra, y en virtud de eso, salimos de Río Janeiro el 6 de noviembre, a bordo del vapor Brasileiro Tocantins, que nos condujo en tres días a la ciudad de Desterro, capital de la provincia de Santa Catalina, formada esta última por una isla poco separada del continente.

Desterro, donde llegamos el 8 de noviembre, está situado a 27º latitud S. y 51º longitud O. Es una población poco importante, de cuatro a seis mil habitantes, y cuya exportación consiste en carnes saladas y cueros de buey secos; pocos negros se ven ya allí, y la mayoría de los habitantes son del país o portugueses. El aspecto de la isla es sumamente risueño, numerosas colinas y hermosos bosques forman paisajes de gran belleza: hicimos allí interesantes colecciones, entre   —16→   ellas, una de plantas orquídeas de aquella localidad, las más bellas del mundo, y tan apreciadas en las estufas de Europa. Diez y siete días estuvimos en la isla de Santa Catharina, y el 19 de noviembre nos embarcamos en el vapor Emperatriz, para ir a San Pedro de Río Grande do Zul, donde llegamos el 24 por la mañana; esta población es una de las principales de las de la provincia de Río Grande, cuya capital es Porto Alegre; está situada en la orilla S. del río, a 20 millas de su desembocadura en el mar. Ya en esa latitud desaparece la cordillera de los Órganos, y con ella los hermosos paisajes que se percibían desde el mar. Desde el S. de Santa Catharina, el aspecto de la costa es árido, arenoso, bajo y monótono. El Río Grande, poco al O. de San Pedro, nace del inmenso lago de los Patos; esta última ciudad tiene más de doce mil habitantes; su exportación consiste en carnes saladas y cueros; está rodeada de arenales, que con frecuencia movidos por el viento, cubren casi la mitad de la altura de las casas. Gracias a la buena amistad del distinguido naturalista D. Federico Alburquerque, natural de la misma ciudad, pudimos hacer diversas excursiones en provecho de nuestras colecciones.

La goleta de S. M., Virgen de Covadonga, vino desde Montevideo a buscarnos, y nos embarcamos en ella el 4 de diciembre; abandonando por entonces los dominios del emperador Pedro II.

Sensible nos es que la brevedad de esta Memoria popular nos impida extendernos sobre las impresiones que hemos recibido, como naturalistas y como pensadores. La situación del Brasil intertropical, la   —17→   presencia de selvas vírgenes, que abrigan tesoros científicos; sus numerosos y colosales ríos, sus cordilleras, sus costas, sus poblaciones, encierran objetos de estudio para varias generaciones. Allí se ha sabido amalgamar el imperio con el sistema federal, y la personalidad del actual monarca da ejemplo a sus súbditos de moralidad privada y pública, de patriotismo bien entendido, y de amor a todas las ciencias y conocimientos humanos. El Brasil, aún en su infancia política, es ya una nación justamente apreciada y respetada por las demás. Siguiendo, como es probable siga, su marcha, en progreso e importancia, será, andando el tiempo y a pesar de su inmenso territorio, casi tan grande como el de toda Europa, una de las primeras naciones del mundo.




II

El 6 de diciembre, a las ocho de la noche, fondeamos delante de Montevideo, e inmediatamente pisamos el primer suelo de la América española, que tantos recuerdos despierta en todo español.

Montevideo está situado a 35º latitud S. y 58 longitud O., sobre la margen N. del río de la Plata. Este anchísimo y quizá impropiamente llamado río se forma de la unión de los ríos Uruguay y Paraná, que se reúnen cerca de Buenos-Aires, 20 leguas al poniente de Montevideo. El Uruguay nace en territorio brasileño, y después de un curso N. S. de más de 200 leguas, desemboca en el río de la Plata, sirviendo,   —18→   en la última parte de su curso, de límite entre las república Oriental y Argentina. El Paraná nace también en territorio brasileño, a 120 de latitud S.; se dirige primero al S. O., recibe el caudaloso río Paraguay, y después de un curso de más de 400 leguas, contribuye, con el Uruguay, a formar el río de la Plata; este último, a la altura de Montevideo, forma horizonte, siendo su agua salada y considerable la marea.

Montevideo, capital de la república oriental del Uruguay, es una preciosa y risueña población de 40,000 habitantes, todos blancos y de origen español, habiendo también muchos italianos. Las costumbres son allí casi españolas, y grande la afabilidad de sus habitantes.

La república oriental del Uruguay y las márgenes del Plata fueron descubiertas y conquistadas por Solís, en 1512. Aquellos valientes aventureros tuvieron que combatir rudamente con los indígenas, pertenecientes a la belicosa y ya extinguida nación de los Charrúas.

Formó luego parte del inmenso virreinato del Perú, hasta la creación del de Buenos-Aires, en 1778, en el cual naturalmente ingresó el territorio, hoy independiente, de la república.

Después de la emancipación de esa parte de América, el Brasil y la república Argentina dominaron y se disputaron tan importante comarca, hasta que esas dos naciones resolvieron crear y respetar la independencia de esa nueva nación. Esta apenas tiene 500,000 habitantes, diseminados en un vasto territorio, limitado por el mar, los ríos Plata, Uruguay y   —19→   una frontera al N., que se continúa, sin demarcación fija, con el imperio brasileño. La riqueza del país consiste en las abundantísimas crías de ganado lanar, vacuno y caballar, del primero sólo se aprovecha la lana, y de los otros el cuero y la grasa; la carne del vacuno, salada y seca, constituye el charquí o tasajo, que se exporta en gran cantidad para el N. del Brasil y nuestras colonias de las Antillas. Las matanzas se hacen en los meses de noviembre a marzo, en grandes establecimientos, llamados saladeros. En uno solo de éstos se matan hasta 800 animales (bueyes o caballos) en un solo día: el precio de ellos es, poco más o menos, de cien reales vellón por cabeza. Con ese gran elemento de riqueza, la salubridad y amenidad de su clima y su excelente posición geográfica, la república Oriental debía ser una nación rica y floreciente; mas las encarnizadas contiendas civiles, que desgraciadamente menudean allí, retrasan todo progreso y han puesto a la actual república en estado lamentable.

Con el objeto de dar más variedad a nuestras colecciones, resolvimos que una sección de la Comisión fuera a Chile por tierra, mientras que la otra seguiría en los buques de la escuadra. La primera, compuesta de los Sres. Paz, Amor, Isern y Almagro, salieron de Montevideo, el 26 de diciembre, a las cinco de la mañana, en una diligencia que debía llevarles a la ciudad de Mercedes, donde llegaron el 28 por la tarde, después de haber atravesado las Pampas9 orientales,   —20→   cubiertas de un excelente pasto, que sin ningún cuidado de labranza es siempre abundantísimo y alimenta una inmensa cantidad de ganado; así es que una estancia (dehesa) de 8 a 10 leguas de extensión, y que contiene 10 o 12,000 cabezas de ganado, es atendida solamente por uno o dos hombres.

En el camino tuvimos el placer de ver manadas de avestruces, que huían al ruido de nuestro carruaje. Pasamos por las poblaciones de Santa Lucía y San José.

Mercedes es una bonita población, situada en la orilla S. del río Negro, tributario caudaloso del Uruguay, notable por la propiedad incrustante de sus aguas, las cuales, por un mecanismo bien conocido, trasforman en piedras las sustancias, sobre todo vegetales, que han permanecido en su seno durante algún tiempo. También esta región es digna de estudio por la abundancia de fósiles que se encuentran allí. Mercedes es la capital del departamento de Soriano; su población es de 5,000 almas, casi todos estancieros u ocupados en el comercio.

De Mercedes fuimos en tres horas, por tierra, al lugar llamado Fray Bentos, que es embarcadero y escala del vapor en el río Uruguay. Subimos éste hasta la villa del Salto, haciendo una escala de varios días en la de Pay-Sandú; bajamos el mismo río, deteniéndonos en la Concepción del Uruguay, llegamos al Plata, y continuamos por él hasta la ciudad de Buenos-Aires, donde llegamos el 14 de enero de 1863. El río Uruguay es navegable por buques de alto bordo, desde la villa del Salto hasta su confluencia con el Plata (60 leguas). De la villa del Salto para arriba su caudal de agua es todavía muy considerable, pero una bella cascada imposibilita la navegación. El río Uruguay está sembrado de numerosas y pequeñas islas de verde y lozana vegetación; sus orillas, siempre bajas, están pobladas de pequeños arbustos, que abrigan una inmensa cantidad de seres vivos, entre ellos el bellísimo jaguar, o tigre americano, a veces enemigo terrible del hombre, y siempre del ganado, lo cual hace que a menudo se le cace con notable arrojo y gran peligro.

Buenos-Aires, capital del antiguo virreinato del mismo nombre, y hoy de la república Argentina, fue descubierto por la expedición de D. Pedro de Mendoza, en 1514, y así llamada por haber dicho Sancho del Campo, cuñado de D. Pedro, al desembarcar: «¡Qué buenos aires hay en esta tierra!» Estaba poblado por las naciones indias, Querandis, Caracaras, etc., que fueron rápidamente desapareciendo del suelo. Desde 1810 proclamó su independencia, y fue capital de la actual república Argentina, compuesta de las provincias de Buenos-Aires, Entre-Ríos, Corrientes, Santa Fe, Santiago del Estero, Córdoba, Tucumán, Salta Jujuy, San Luis, Rioja, Catamarca, San Juan y Mendoza, regidas por el sistema federal, y que con triste frecuencia han sido teatro de continuas luchas intestinas, que han impedido su natural desarrollo. Un delicioso y saludable clima, riquísimas producciones, minerales, vegetales y animales, una topografía envidiable, permiten creer que cesando esos disturbios, que sin causa ni objeto han ensangrentado esas ricas comarcas, llegue   —22→   la nación Argentina a ser el foco de una numerosa y útil inmigración, que pueble y de vida a las espléndidas y fértiles llanuras que ocupan este territorio. La mayor parte de éste está constituido por las Pampas, que, análogas a las de la república Oriental, producen espontáneamente un magnífico pasto, que alimentan millones de cabezas de ganado lanar, vacuno y caballar, que forman la principal fuente de riqueza.

La variada topografía de esta república permite que los productos del suelo sean diferentes; así es que en las provincias de Corrientes y Entre-Ríos se cultiva la yerba mate y algodón, caña de azúcar y café en la de Tucumán y Salta y producciones de climas templados en las de San Luis y Mendoza. Los minerales de plata, cobre y oro son abundantes en las de San Juan y la Rioja.

La importación consiste en la mayor parte de objetos europeos, que animan un numeroso y rico comercio, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires: ésta es una gran ciudad, de más de 150,000 habitantes. Hermosas calles, buenos edificios y monumentos, bellos paseos, museo interesante, varios teatros, etc., constituyen, con un cómodo y rico caserío, la más importante población española de la América meridional.

El presidente de la República, Bartolomé Mitre, nos facilitó medios para nuestras tareas científicas, y entre otros, hizo que nos reuniéramos en su casa con varios jóvenes indios de las tolderías de Patagonia y del Gran Chaco, que él había hecho venir allí para educarlos convenientemente, y enviarlos más tarde a sus comarcas,   —23→   para contribuir de ese modo a la civilización de esas naciones, siempre refractarias a ella. Mucho tiene que ganar la nación Argentina por la gran ilustración y bien entendido patriotismo del presidente Mitre.

El 2 de febrero salimos de Buenos-Aires, a bordo del vapor Pavón; entramos en el río Paraná, y llegamos el 4 al Rosario. El río Paraná está sembrado de islas, que presentan una hermosa vegetación; su lecho es de arena movediza, lo cual hace que se formen y desaparezcan bancos, que dificultan su navegación, la cual, aunque peligrosa, es practicada hasta el Rosario (80 leguas) por buques de alto bordo. Las avenidas de este río producen el curioso fenómeno de arrancar grandes pedazos de terreno, que constituyen islas flotantes, cubiertas de vegetación, y a veces conteniendo grandes animales.

El 4 por la mañana llegamos al Rosario, distante 80 leguas de Buenos-Aires; desembarcamos allí, y empezamos a arreglar nuestro viaje por tierra. El Rosario fue una próspera y linda población, de más de 12,000 almas, hasta hace pocos años. La causa de su prosperidad, debida a la escisión de la provincia de Buenos Aires, era el arribo a su puerto de todo el comercio extranjero para las otras provincias. Buenos Aires, unido de nuevo a la confederación, monopolizó todo este comercio, arruinando así al Rosario que apenas cuenta hoy 5 o 6,000 habitantes.

El 10 por la mañana nos instalamos en una magnífica diligencia, que debía llevarnos a Córdoba, distante 112 leguas del Rosario. Sí la diligencia no tenía nada de característico, no era así con los tiros: éstos   —24→   consistían en doce hermosos caballos, y cada uno llevaba su jinete; en la lanza del coche estaba el tronco; el hombre que monta el caballo de la derecha se llama ladero, y el de la izquierda capataz; a la lanza le seguía una cuerda de cuero muy doble, y de trecho en trecho, por ambos lados, se desprendía otra de tres varas, provista de un garfio en su extremo externo: este garfio se engancha en una argolla que hay en la cincha de la montura del postillón, que allí se llama cuartero, y cuartas las cuerdas provistas de garfios. Este sistema, que impide al caballo emplear todas sus fuerzas, es necesario, pues se enganchan a menudo animales cerriles, que sólo la destreza de aquellos jinetes puede gobernar. El personal de la comitiva se aumentó también con ocho soldados y un oficial, que el presidente Mitre nos obligó a aceptar como escolta, durante todo el tiempo que anduviéramos en la confederación. Todos iban a caballo, y el público, que ignoraba el objeto de esa escolta, creía que iban presidarios en la diligencia...

En el gran espacio de 112 leguas, que recorrimos entonces, no hay ni una sola población. A cada 4 o 5 leguas encontrábamos una casucha y un corral; en la primera vivía el maestro de postas, y en el segundo había 40 o 50 hermosos caballos. Apenas llegaba la diligencia a una de las postas, cada jinete desensillaba su caballo, enlazaba otro de los del corral, lo ensillaba, casi lo domaba, enganchaban todos juntos, y emprendían de nuevo el galope. Allí no hay carreteras; el camino es todo llano, y gracias al poco tráfico, no es malo. Llegados a la posta donde debía dormirse   —25→   (pues nunca se anda de noche), cada jinete desensillaba su caballo, hacían hervir agua para tomar su querido mate10, degollaban la oveja que debían comer, asaban su carne, que constituía su único alimento, y se acostaban al aire libre sobre los aperos de sus monturas, para descansar de los galopes del día. Siempre alegres, serviciales y chistosos, los Gauchos11 reúnen a una naturaleza de hierro, excelentes cualidades morales. Nosotros sacamos nuestras camas de campaña, y las colocamos en la casucha de la posta, donde pronto percibimos tantas vinchucas o chinches, de cerca de a pulgada, que nos fue preciso imitar a los Gauchos y dormir como ellos. Se nos sirvió una comida compuesta de oveja asada, oveja cocida, y caldo a guisa de postres. A la hora de almorzar no se demoraba el coche, y en él hacíamos esta operación con las provisiones que llevábamos, inclusa el agua, pues en las Pampas, las raras veces que se encuentra, es sumamente salobre y desagradable.

Todo el camino es enteramente llano y cubierto de la gramínea de las Pampas, de gran variedad de verbenas y otras plantas de pequeñísima talla. El segundo día de nuestro viaje descargó por la noche una terrible tormenta de agua, vientos y rayos, cuya fuerza es imposible figurarse sin haberla visto: afortunadamente   —26→   duran poco, y el Pampero, que es viento del S. O., tan fuerte, que a veces ha volcado buques grandes, pasa con bastante rapidez. El 14 por la mañana entramos en la ciudad de Córdoba, capital de la provincia del mismo nombre, población de cerca de 20,000 almas, situada cerca del río Primero, al pie de la sierra, también llamada de Córdoba, sus habitantes son casi todos blancos y naturales del país. Está situada a 32º latitud S. y 67º de longitud O. Hicimos una larga excursión de seis días en la sierra, la cual produjo hermosas colecciones: las autoridades nos obsequiaron, y facilitaron todos los medios necesarios a nuestros estudios. En Córdoba resolvimos, por ser más cómodo y económico, tomar una diligencia pequeña por nuestra cuenta, y del mismo modo pagar los caballos de tiro y los peones.

En la mañana del 26 de febrero salimos de esa capital, con rumbo al S., para andar las 58 leguas que la separan de la villa de río Cuarto, donde llegamos el 28 por la tarde, sin el menor accidente, habiendo atravesado los ríos Tercero y Cuarto, y escapado de la invasión de indios que temíamos12. Río Cuarto es una villa de 2 a 3,000 almas, que no tiene la menor importancia; salimos de allí el 3 de marzo, con rumbo al O., en busca de la ciudad de San Luis, donde llegamos el 6 al mediodía. San Luis está a 58 leguas   —27→   de Río Cuarto, y es la capital de la provincia del mismo nombre; tiene sobre 6,000 habitantes, todos blancos. Allí tuvimos la suerte de adquirir dos liebres de los Pampas, que han venido luego a esta corte, siendo las primeras importadas a Europa. Desde San Luis se ve ya la cima del colosal Tupungato, situado en los Andes, y visible a 100 leguas de distancia. San Luis está también al pie de una pequeña sierra, que lo mismo que la de Córdoba, son, pequeñas ramificaciones de los Andes. El 11 por la mañana salimos en nuestra diligencia para Mendoza, distante 76 leguas de la ciudad, que dejamos, y donde llegamos el 16 por la tarde.

El nombre de Mendoza no puede oírse sin recordar uno de los más espantosos sucesos de estos tiempos: el terrible terremoto de 1861, que convirtió en ruinas una de las más bellas, ricas y pobladas ciudades de la república Argentina. Por su posición entre Chile y esta última, Mendoza era la escala necesaria del considerable comercio entre estas dos naciones. Su magnífica situación al pie de la cordillera Andina y al fin de las Pampas, el clima más hermoso que puede imaginarse, y la naturaleza de sus excelentes productos, hicieron que llegara esta población a más de 20,000 habitantes, todos agricultores o comerciantes. El 26 de marzo de 1861 era miércoles santo, y la mayor parte de la población estaba en los templos. De repente, a las seis de la tarde, sobrevino un ruido terrible, seguido de un terremoto, que derribó completamente todos los edificios, sepultando en sus escombros más de 15,000 almas. El movimiento   —28→   de la tierra hizo salir de cauce los ríos y acequias, produciendo una inundación: un incendio vino a coronar esta terrible calamidad.

Cuando pasamos por allí, dos años después, las ruinas estaban como al siguiente día del terremoto, y solamente diez o doce casas de madera para las necesidades del comercio, habían sido construidas fuera de la ciudad. Allí pasamos el segundo aniversario de la catástrofe, y presenciamos una misa, dicha al aire libre, por carecer de templo donde decirla. Hicimos numerosas, variadas y distantes excursiones en las bellísimas cercanías de la población, cubierta de álamos y sauces; examinamos las numerosas, profundas y anchas grietas que produjo en la tierra el terremoto, y allí sentimos por vez primera el angustioso fenómeno de los temblores de tierra.

Mendoza es la capital de la rica provincia del mismo nombre. Al entrar en ella, ya cesa la monotonía de las Pampas, y se ven, a derecha e izquierda del camino, magníficas calles de álamos, que cercan hermosos potreros (dehesas) de alfalfa, perfectamente regados por numerosas y bien cuidadas acequias.

Allí terminó nuestro viaje al través de las Pampas, de las cuales habíamos recorrido 320 leguas, y atravesado los ríos Primero, Segundo, Tercero, Cuarto y Quinto, Desaguadero y Mendoza. Guardamos muy agradables recuerdos de todos aquellos habitantes, y gratitud a las autoridades, que con tanta bondad nos sirvieron.

Arreglados nuestros preparativos de viaje para atravesar la cordillera a caballo, salimos de Mendoza   —29→   el 31 de marzo, a las cinco de la tarde, con el objeto de pasar de noche un cálido arenal de 10 leguas. Salimos, acompañados por el Gobernador, el Ministro y más de cincuenta personas de la población, hasta dos leguas de ésta. Las mulas de carga, las del arriero y sus ayudantes, formaban, con las nuestras, una hermosa caravana de veinte mulas, guiada por una yegua, portadora de un cencerro en el cuello, y llamada la madrina: el cencerro tiene por objeto el que las bestias extraviadas, al oír su sonido, vengan a reunirse con ésta. El ganado está tan bien enseñado, que por las noches, en medio del desierto, sólo se ata la madrina, y las otras bestias, sueltas, no se alejan de ella: el que monta la madrina es un niño de diez a doce años, llamado madrinero o marucho.

Toda la noche del 31 de marzo, martes santo, anduvimos montados, a las cuatro de la mañana concluimos el arenal, y empezamos a subir por los desfiladeros de las montañas; a las seis penetramos en la bella y salvaje quebrada de Villavicencio, y a las ocho llegamos a una choza de paja, ocupada por una familia, que vende algunos víveres a los numerosos pasajeros que por allí transitan. En ella descansamos hasta las doce del día. Continuando nuestro viaje, subimos al alto Paramillo de las minas, donde años atrás se extraía cobre y plata; sufrimos un fortísimo viento, que nos soplaba por delante, y casi impedía andar nuestras cabalgaduras; una pequeña bajada nos condujo al hermoso valle de Uspallata, alti-planicie de 10 leguas, situada a 8,000 pies sobre el nivel del mar, y a las doce de la noche llegamos al establecimiento   —30→   del mismo nombre, compuesto de una casa, medio destruida, que sirve de aduana. El 1.º de abril lo pasamos allí, recogiendo diferentes objetos de los alrededores, y admirando los colosales cóndores, que en gran número venían a comer los restos de un animal muerto. El día 2 continuamos por el mismo valle; llegamos al río Mendoza, limitado por barrancos altísimos que permitían estudiar las diferentes capas del terreno; pronto pasamos, con gran susto, por las imponentes laderas13, y a las cinco de la tarde acampamos, entre unas enormes piedras, que nos resguardaban del viento, a orillas de un torrente. La temperatura era bastante fría (6º), pero la calma del aire y la claridad de la luna hacían agradable el pernoctar allí. Hicimos una hoguera, donde asamos un pedazo de carnero, y en breve nos dormimos perfectamente. El 3 salimos muy de mañana, y nos detuvimos a las cinco de la tarde. Todo el camino de este día lo hicimos sobre la orilla del río Mendoza y por entre los precipicios numerosos de la cordillera: por la noche hizo mucho frío, y a pesar de la gran hoguera que hicimos, tuvimos trabajo para conciliar el sueño.

El 4 hicimos una corta jornada, pues a la una de la tarde llegamos al puente del Inca, y nos demoramos allí para examinar esta maravilla de la naturaleza. Seguramente   —31→   esta denominación es posterior a la conquista de América, pues el título de Inca era sólo de los jefes indios del Perú, y no de los de Chile. Este famoso puente está formado por el terreno común al del camino, tiene 20 varas de largo y 8 de ancho; debajo de él, a distancia de 15 varas, pasa el torrentoso río Mendoza, el cual seguramente en una época remota ha formado dicho puente, taladrando el terreno que se oponía a su curso; pasamos sobre él, y vimos que en la parte superior de la barranca derecha del río surgían tres ojos de agua, uno de temperatura ambiente y dos de agua termal a 31º. Con algún trabajo bajamos por esta barranca a un piso situado debajo del puente, desde donde admiramos las blancas y magníficas estalactitas que cubren toda la bóveda del puente, formando preciosos dibujos de aspecto gótico; vimos también que la filtración del agua termal se reúne en dos pozas de piedra dura de una vara de profundidad, y tan pulidas, que parecían trabajadas por la mano del hombre; recogimos muestras de las estalactitas y otras rocas, y nos bañamos en las pozas. Heliogábalo, o el más suntuoso de los emperadores romanos, no hubiera podido tomar un baño tan delicioso como nosotros, a la vista de las sublimes cordilleras, debajo de un soberbio y pintoresco puente natural, encima de un bullicioso torrente, que corría a nuestros pies, y en un agua cristalina, de temperatura deliciosa. El resto del día lo pasamos recogiendo rocas, insectos, herborizando y entretenidos con las relaciones que nos hacían unos cazadores de Huanacos, que allí encontramos. Puesto el sol, cesó el viento,   —32→   pero empezó un frío que por grados iba aumentando- tanto, que a las ocho de la noche tuvimos que derretir hielo para tomar agua. El termómetro marcaba 6º bajo cero, y teníamos que dormir al aire libre; encendimos una gran hoguera, asamos parte de un carnero muerto que traíamos sobre las cargas, y nos preparamos a dormir, consolados con la ausencia del viento y la claridad de la luna. El 5, domingo de Pascua, emprendimos de madrugada nuestra marcha: ese día debíamos doblar la cordillera, y queríamos hacerlo antes de la hora en que arrecia la fuerza del viento; subimos una porción de cuestas, que parecían conducirnos a las nubes, y a la una de la tarde llegamos al paso de la cumbre situado a 13,500 pies sobre el nivel del mar, con un viento muy recio e incómodo. Inmediatamente empezamos a bajar, ya en territorio chileno, pues la cumbre es el límite entre las dos naciones. La bajada con dirección al Pacífico es sumamente pendiente, y se comprende con facilidad, pues en el corto espacio de cerca de 150 millas hay una diferencia de nivel de 13,500 pies. Bajamos, pues, con suma rapidez; observamos la diferencia notable de las rocas, debida a fenómenos de oxidación; percibimos un hermoso lago helado, el riachuelo del Juncal y el río Aconcagua que corría de E. a O.: la vegetación era ya más robusta, dominando en ella el árbol llamado Quillay. Sabiendo que había cerca una casa habitada, anduvimos hasta las nueve de la noche, y llegamos a la Guardia Vieja, especie de ventorrillo, llamado así por haber sido, en tiempo de nuestro dominio, resguardo de Aduana. Cenamos con buen apetito malísimos   —33→   manjares, que nos parecieron deliciosos. El 6 almorzamos allí, y empezamos nuestra marcha a las diez; a las doce pasamos el puente que hay sobre el río Colorado, atravesamos por magníficos caminos, en medio de campos bien cultivados de cebada y maíz, y llegamos a las seis de la tarde a la población de Santa Rosa de los Andes, hospedándonos en el único mal hotel que hay en ella. Aquí cesó nuestro viaje a caballo.

El paso de la cordillera desde Mendoza hasta Santa Rosa es delicioso e interesante. En los meses de Noviembre a Mayo el tiempo es constantemente hermoso, la temperatura agradable y el camino relativamente bueno. En esa época, el tránsito entre las dos poblaciones es muy activo, y pasan de 20,000 las cabezas de ganado que van de Mendoza a Chile; considerables recuas de mulas trasportan mercancías europeas de Chile a Mendoza; y de ambas clases de animales quedan numerosos cadáveres, que, devorados por los cóndores, subsisten en esqueletos, que siembran el camino. Un artista o un hombre de ciencias encuentra gran interés en tal viaje: el primero admira mil bellezas naturales, caprichosos y variadísimos paisajes sorprendentes de sublimidad y panoramas espléndidos que la naturaleza ha formado en esas gigantes montañas: el segundo puede estudiar la gradación de las rocas, los bellos pórfidos, granitos, basaltos, cuarzos y calizas, que, según la elevación y topografía, soportan un aluvión, donde la vegetación va minorando en razón de la altura, hasta desaparecer completamente. Se asombra cómo en regiones tan inhospitalarias puedan algunos seres escoger su residencia constante, y admira   —34→   a sus antepasados, que han logrado abrir caminos donde la naturaleza se negaba a recibirlos.

No sucedo lo mismo en los meses de mayo a octubre: esta época es la del invierno en el hemisferio S., y como la latitud es de 33º, la nieve cae en gran cantidad, forma borrascas terribles y hace enteramente intransitable el borrado camino: sólo correos a pie transitan cada quince días por esos abismos, y con triste frecuencia perecen en ellos.

Por ese camino condujo el coronel español, luego general argentino, San Martín, un ejército de 3,000 hombres para ayudar la independencia de Chile. Seguramente es mayor el mérito de San Martín atravesando los Andes, que el de Bonaparte en su tan exagerado paso del San Bernardo. Nosotros, que hemos visto ambos, no dudamos un momento en admirar en esto más a San Martín que a Napoleón.

Descansamos un día en Santa Rosa, pasamos el lindo pueblo de San Felipe de Aconcagua, y en coche fuimos hasta el pobre caserío de Llay-Llay, donde tomamos el ferrocarril para ir a Valparaíso.

Habíamos atravesado todo el continente Sudamericano por el paralelo de 33º, desde el Atlántico hasta el Pacífico.




III

Los otros individuos de la Comisión, que habían quedado en Montevideo, dejaron ese puerto el 16 de enero de 1863, embarcados en la fragata Triunfo,   —35→   excepto el Sr. Espada, que lo hizo en la goleta Covadonga. Los embarcados en la Triunfo entraron en el estrecho de Magallanes el 6 de febrero, fondeando ese mismo día en Bahía de Posesión, permaneciendo allí hasta el 12, a causa de un fuertísimo temporal, que impidió a nuestros viajeros ir a tierra: allí se les reunió la goleta Covadonga. El 13 salieron de Bahía de Posesión, llegando a pasar la noche en Bahía Real; el 14 llegaron a Punta de Arenas, ocupada por una colonia chilena, compuesta de deportados de ese país. Allí pudieron ver los corpulentos Patagones, casi siempre ebrios cuando van a esta colonia, adonde llevan hermosas pieles de avestruz, guanaco y zorra, que cambian por aguardiente, cuchillos, etc. El 15 llegaron a Playa Borja, donde el malísimo tiempo, el huracán y la continua lluvia les obligó a permanecer hasta el 17, llegando ese día a Playa Parda, saliendo de esta última el 18 por la mañana, regresando a la misma poco tiempo después, a causa del temporal: allí permanecieron hasta el 20. El tiempo persistía muy malo, y los jefes de marina, temiendo se les concluyera el carbón, creyeron prudente no aguardar más, retroceder hacia el Atlántico, favorecidos por la fuerte corriente, y arribar a las islas Malvinas. Resuelta esta arribada, las fragatas fondearon el 20 en Playa Borja, el 21 en Puerto del Hambre, el 22 en Bahía Gregorio, y el 28 de febrero, después de haber sufrido fuertes temporales, echaron el ancla en el magnífico puerto de Stanley, población única de las islas Malvinas. Permanecieron en este puerto hasta el 9 de abril.

  —36→  

Estas islas, descubiertas y poseídas en un principio por los españoles, siguieron la suerte del virreinato de Buenos-Aires, a quien de derecho pertenecían; fueron abandonadas por esta nueva nación, y la Inglaterra tomó posesión de ellas, estableciendo allí un depósito mercantil para las atenciones de sus escuadras. Stanley tendrá unos cien habitantes, colonos ingleses y argentinos pescadores de focas, que benefician éstas, extrayéndoles el aceite y la piel, allí naufragó la corbeta francesa Urania, que conducía, en 1822, a su bordo una comisión científica, presidida por Mr. Arago. Situadas esas islas en latitud tan austral, su clima es sumamente frío, reinando constantemente fuertes vientos de S. O., que impiden el desarrollo de toda vegetación. Su posición cerca del Cabo de Hornos permita que frecuentemente se preste allí auxilio a los numerosos náufragos que peligran en aquellos mares, siempre borrascosos. El 9 de abril abandonaron las fragatas el puerto de Stanley, el 13 llegaron a 30 millas E. del Cabo de Hornos, doblándolo con buen tiempo; el 16, 17 y 18 sufrieron fuertes temporales, y el 9 de mayo llegó la fragata Triunfo a Valparaíso, precedida por la Resolución, que había llegado el 5.

La Covadonga había quedado en el estrecho de Magallanes cuando las fragatas resolvieron arribar a las Malvinas; el Sr. Espada a bordo de ella, permaneció en Playa Parda hasta el 22 de Marzo, en cuyo día llegó a Puerto Tamar, último punto de la costa patagónica del estrecho. El tiempo seguía horrible; furiosas tempestades de viento, agua, nieve y granizo aumentaban lo sublime de aquella región final del   —37→   mundo. La Covadonga, no pudiendo arrostrar el temporal y la fuerza de la corriente contraria, permaneció en Puerto Tamar durante trece días, hasta el 4 de marzo, saliendo entonces de él para llegar el mismo al de la Misericordia, situado en la Tierra del Fuego. El temporal, que aún no había cesado, arreció, obligándoles a permanecer allí hasta el 8 por la mañana, día en que el buen tiempo permitió se desembocara el estrecho, y se entrara en las aguas del Pacífico. A los cinco días de haber desembocado el estrecho, llegó la Covadonga a San Carlos de Ancud, capital de la isla de Chiloe, perteneciente a la república de Chile. Allí permaneció la Covadonga hasta el 22, día que salió para Lota (bahía de Arauco), provista de abundantísimas minas de carbón de piedra, donde llegó el 25. Zarparon de allí el 26, llegando a Valparaíso el 28 de marzo.

El estrecho de Magallanes, así llamado en recuerdo del marino portugués al servicio de España, que lo descubrió, está situado a 50º de latitud austral, y hace comunicar las aguas del Atlántico con las del Pacifico. Después de su descubrimiento por Magallanes, fue de nuevo olvidado durante más de cien años, hasta que las correrías de los piratas ingleses y holandeses hicieron que el gobierno español, que procuraba destruirlos, mandase desde Chile buques que cruzaran por esas regiones. El marino Sarmiento dio a conocer el mapa de ese estrecho, y desde entonces, con más o menos frecuencia, se ha navegado por él. La corriente, de una fuerza extraordinaria, se dirige siempre del Pacífico al Atlántico, permitiendo   —38→   sea fácil la navegación en ese sentido, y sumamente difícil en el opuesto.

Varias colonias se han procurado establecer allí, habiendo tenido todas un fin desastroso, pereciendo todos sus individuos por el hambre, las inclemencias del tiempo y los ataques de los indios Patagones y Fuegianos. Últimamente el gobierno de Chile fundó, en Punta de Arenas, una colonia, donde manda sus criminales, que a menudo carecen de alimentos, por ser necesario enviarlos desde Valparaíso. Esta colonia apenas tendrá unos 80 habitantes, que no tienen otro empleo que la pesca y el comercio con los indios Patagones.

La anchura del estrecho es variable, y permite que siempre se vean las dos costas, las cuales, bajas y arenosas cerca del Atlántico, empiezan a cubrirse de vegetación cerca del Pacífico. Se ven en ellas hermosísimos paisajes, neveras análogas a las de Suiza, y mil variados accidentes del terreno.

La navegación al vapor ha permitido en estos últimos tiempos, el tránsito frecuente de buques del Atlántico al Pacífico, y ha habido algunos que sólo en diez días han ido de Montevideo a Valparaíso, evitando así la larga y peligrosa travesía por el cabo de Hornos. El primer buque blindado que ha pasado por él ha sido nuestra fragata Numancia, mandada por Don Casto Méndez Núñez.

En la costa patagónica del estrecho se ven habitantes, que aunque no viven en ella, y sí tierra adentro, vienen con frecuencia a pescar. Los Patagones, que ocupan la región N. del estrecho, son hombres   —39→   corpulentos, aunque no tanto como se dice; bien formados y muy robustos, visten con el poncho y el chiripá argentino y se abrigan con pieles de avestruz y de guanaco preparadas por ellos mismos, andan siempre a caballo y no tienen residencia fija, estableciendo sus tolderías en los diferentes puntos donde van a cazar. Los habitantes de la Tierra del Fuego son pequeños, cubiertos de pedazos de piel, muy sucios, parecen estúpidos, y representan ocupar el más bajo escalón de las diferentes razas que constituyen la humanidad. Su idioma es enteramente diferente del patagón; emplean flechas para cazar el pescado, y pasan su triste vida, en aquellas frígidas regiones, siempre al lado del fuego, que llevan hasta en sus canoas, cuando van a buscar en el mar el pobre alimento que sólo les hace falta.

Más de dos meses permanecimos por entonces en la república de Chile, y nuestra sujeción a la escuadra nos impidió emprender el interesantísimo viaje al Arauco, que habíamos proyectado. Nuestros conocimientos de Chile se reducen solamente a Valparaíso, Santiago, poblaciones intermedias, y al de Copiapó, célebre por sus riquísimas minas de plata y cobre, y donde nuestro malogrado compañero, D. Fernando Amor, hizo interesantes estudios geológicos, adquirió numerosas y preciosas colecciones de mineralogía, y contrajo en el vecino desierto de Atacama la enfermedad mortal que pocos meses más tarde le condujo al sepulcro, a más de 3,000 leguas de su patria.

Chile fue habitado por los indígenas Araucanos, por las naciones patagónicas de Peguenches, Huiliches,   —40→   Moluches y Tehuelches, al S. al N. por los naciones indeterminadas, que con el nombre de Mapochos, Quillotas, Coquimbos, etc., ocupaban esa parte del territorio. Los Incas del Perú lograron dominarlos, mas luego fueron rechazados por los valientes Araucanos.

En 1535, ya descubierto y bastante adelantada la conquista del Perú, el adelantado D. Diego de Almagro fue el primero que penetró en Chile, yendo a esa comarca por las inmensas alti-planicies que hay desde el Cusco hasta el Tucumán, atravesando las nevadas y terribles cordilleras que separan el interior de la costa. Es asombroso lo que tuvieron que andar y sufrir para llegar allí, y más extraordinario aún el regreso, al través de 300 leguas seguidas del arenoso desierto de Atacama, donde no hay una gota de agua, ninguna sombra, un sol ardiente, ni la más mínima vegetación. Este descubrimiento, hecho por Almagro, fue infructuoso para sus compañeros y costosísimo para él, pues encontraron un país tan pobre, que pronto desearon regresar a la espléndida capital de los Incas. Almagro había adelantado a sus compañeros más de millón y medio de duros, y viendo lo estéril del viaje, quemó en presencia de sus deudores los documentos otorgados en su favor. Fracasada esta primera expedición, emprendieron otras Pedro de Valdivia, fundador de la ciudad de Santiago y muerto en un combate por los indómitos Araucanos (tan celebrados por Ercilla), Francisco de Villagra y García Hurtado de Mendoza, quien logró por fin conquistar la mayor parte del territorio. Posteriormente el Gobierno español   —41→   creó allí una capitanía general, dependiente del virreinato del Perú.

A principios de este siglo estalló la revolución contra la metrópoli, y los chilenos, auxiliados eficazmente por los argentinos, a las ordenes de San Martín, se declararon libres, constituyéndose en república soberana o independiente.

Numerosas y sanguinarias, aunque breves, discordias civiles, saludaron la aurora de aquella nación, mas luego cesaron casi completamente, permitiendo que el país progresara y se engrandeciera. A la sombra de la paz y del orden se desarrollaron con rapidez el comercio, la agricultura y la industria minera, dando trabajo a todas las clases de la sociedad, que apoyadas por un gobierno liberal y patriota, recogieron el fruto de sus afanes. La topografía de la república, que forma una faja estrecha entre la cordillera y el mar, favorece eficazmente la práctica del orden, y el carácter de los habitantes, menos ardiente y belicoso que el de sus vecinos, ha hecho de Chile una excepción de las otras repúblicas sudamericanas. Existen hoy en Chile casi todas las innovaciones europeas: algunas de ellas, como el ferrocarril de Valparaíso a Santiago, construido por una compañía norteamericana, hacen honor a la nación chilena. Esa prosperidad, y el ver que las otras repúblicas sudamericanas son realmente inferiores a ella, ha producido en la clase ilustrada un excesivo amor propio; no se contentan con pregonar que su país sea el más adelantado de la sección española en Sudamérica, sino que llegan hasta a figurarse que sólo Francia e Inglaterra pueden competir   —42→   con ellos. Tan exagerada vanidad es sin duda la causa de las complicaciones desagradables que tenemos hoy con aquel hermoso país.

Nosotros, que hemos sido mal juzgados y calumniados en documentos públicos por el Sr. Covarrubias, distinguido ministro de Relaciones Exteriores de aquella república, no podemos menos de tributar al César lo que es del César, aunque éste se haya transformado en Bruto para nosotros y nuestra nación.

Chile exporta cereales para todo el Pacífico, Oceanía, y antes para California; también minerales de cobre, plata, oro, vinos de buena calidad y caballos para las repúblicas del N. Su importación consiste en toda clase de objetos europeos, no sólo para el consumo del país, sino para ser exportados para Bolivia, Ecuador, Perú y parte de la república Argentina. Valparaíso es el principal puerto de la república. Consta de 70,000 habitantes, todos blancos, dominando el elemento extranjero, sobre todo el inglés. Su rada, mal abrigada de los vientos del N., recibe constantemente gran número de buques, que acarrean variadas y valiosas mercancías. Su proximidad a la capital, y el estar cerca del cabo de Hornos, hace que todos aquellos, procedentes de Europa, vayan allí con preferencia a los otros puertos del Pacífico.

Santiago, capital de la república, situada sobre el pobre río Mapocho, en medio del valle del mismo nombre, es una pintoresca y preciosa ciudad, de cerca de 100,000 habitantes. Tiene magníficos edificios y hermosísimas calles, rectas y anchas, cortadas en escuadra, bien empedradas y siempre limpias. Es residencia del   —43→   Presidente de la república, de las cámaras, altos tribunales, universidad, escuelas de todas clases, casa de moneda, una magnífica penitenciaría, museo de ciencias naturales, biblioteca, etc., etc. Hemos debido al Dr. Philipi, director del museo y nuestro querido y buen amigo, las mayores pruebas de deferencia, y a sus indicaciones y bondades debemos haber aumentado allí considerablemente nuestras colecciones.

En Chile juzgamos conveniente separarnos para extender más el teatro de nuestras observaciones. En consecuencia de esto, los Sres. Almagro e Isern marcharon al Perú y Bolivia. Los otros individuos de la Comisión siguieron con la escuadra. Veamos desde luego el interesante viaje que hicieron los dos primeros, sintiendo que la naturaleza de esta Memoria no permita detallar las observaciones hechas en él.




IV

Los mencionados señores se embarcaron el 11 de junio de 1863, en el vapor caletero San Carlos; el 18 del mismo, después de numerosas escalas en los puertos de Chile, Bolivia y Perú, desembarcaron en el de Arica, perteneciente a esta última república. Tomamos allí el ferrocarril que va hasta Tacna, distante 13 leguas: tres días permanecimos en tan linda ciudad, una de las más importantes del Perú, haciendo los arreglos necesarios para ir a Bolivia del único modo posible, que es en mulas, atravesando las cordilleras.

  —44→  

El 21, a las tres de la tarde, emprendimos el viaje, acompañados por el excelente arriero José Lanchipa. Desde la salida de Tacna empieza la subida a la cordillera; pernoctamos en un caserío llamado Pachia, donde, gracias a las provisiones de boca y lecho que llevábamos, pudimos comer y dormir medianamente. El siguiente día, de madrugada, continuamos el viaje, llegando a las dos de la tarde a un establecimiento de depósito de minerales, llamado el Ingenio. Todo el día habíamos subido, y ya nos encontrábamos a más de ocho mil pies sobre el nivel del mar: uno de nosotros experimentó el malestar, a veces peligroso y aún mortal, que llaman soroche en Bolivia, puna en Chile, veta en el Perú, debido a la rarefacción del aire en las regiones elevadas y que se manifiesta por vértigos, fuerte dolor de cabeza, vómitos y dificultad en respirar.

Por esa circunstancia no continuamos la jornada, y pernoctamos en el Ingenio. El 23 continuamos subiendo por cuestas muy empinadas, donde el viento nos molestaba sobremanera, hasta las cinco de la tarde, que llegamos a un tambo14, llamado de Tacora, al pie de las alturas nevadas de ese nombre. Allí el frío y el viento eran insoportables. Todo estaba helado alrededor de nosotros; una malísima habitación sin puerta, y cuyas paredes estaban horadadas, fue nuestro único refugio para pasar tan desagradable noche. Estábamos en altura superior a la del monte Blanco. El 24, con temperatura de 8º bajo cero y viento   —45→   terrible, salimos muy de mañana, deseando que pronto viniera el sol, para hacernos entrar en calor. Seguimos andando todo el día por llanuras, donde no hay más vegetación que la gramínea de los páramos, finos rebaños de vicuñas salvajes, de llamas domesticadas y de alpacas de rica lana. A las cinco vadeamos el río Maure, que forma límite entre Perú y Bolivia, y fuimos a pedir hospitalidad en una miserable choza que vimos cerca del río. Vivía en ella una familia de indios aymardes. Nada más repugnante, más miserable, que aquella casucha de piedras aglomeradas, sin puerta, compuesta de una sola pieza de cinco varas en cuadro, donde teníamos que guisar y dormir en compañía de la familia propietaria, formada de seis sucios individuos y una multitud de conejillos de Indias. La temperatura era sumamente fría, y gracias al cansancio, pudimos dormir bien. El 25 continuamos por la misma alti-planicie, cubierta de hielo, que hacía resbalar nuestras cabalgaduras: gozábamos de la hermosa vista de la cordillera nevada del Chulumani, que afectaba preciosísimos dibujos, y terminamos nuestra jornada en el pueblecito boliviano de San Andrés de Machachi. Alojados en casa del cura, pasamos mejor noche que las anteriores. Al siguiente día llegamos hasta el caserío de Nasacara, situado a orillas del río Desaguadero, el que pasamos por una calzada de paja, sobrepuesta a un puente de barcas, también de paja. El 27 hicimos una larga jornada de 14 leguas, y dormimos en el pueblecito de Viacha, teniendo el gusto de saber que al inmediato día llegaríamos a la Paz. En efecto, el 28, a las doce   —46→   del día, bajamos la dilatadísima cuesta que desde el alto de Potosí conduce a la Paz, principal ciudad de la república boliviana.

Habíamos andado 96 leguas.

Por no haber fonda de ninguna clase, nos hospedamos en casa de los amables comerciantes españoles, Sres. Gómez y Manteca.

Bolivia debe su nombre al libertador D. Simón Bolívar. Su territorio fue conocido desde los primeros tiempos de la conquista del Perú, puesto que por él pasó Almagro para ir a Chile, y casi al mismo tiempo se descubrieron en el cerro del Potosí las fabulosas minas de plata que aún se explotan, y que fueron propiedad de Hernando y Gonzalo Pizarro, hermanos del marqués D. Francisco.

Esta comarca formó luego parte del virreinato del Perú, y fue conocida bajo el nombre de Alto Perú, por estar la mayor parte de su suelo en las elevadísimas planicies situadas en lo alto de las cordilleras.

Efectuada la independencia, Bolívar fundó esa nueva nación, pero con tan poco acierto, que hizo, como allí juzgan, una casa sin puerta. En efecto, un inmenso desierto, de 300 leguas de ancho, sin agua ni vegetación, separa la parte principal de Bolivia del mar, donde no tiene más puerto que el miserable de Cobija, el cual nos ocupará más adelante. Tiene, sí, gran número de ríos, que si fuesen navegables, pondrían a esta república en comunicación con el Atlántico por los llamados Pilcomayo y Madera, que van a desaguar en el Plata y el Amazonas; pero aquellos, en los terrenos   —47→   bolivianos, están sembrados de numerosas cascadas que imposibilitan su navegación. De aquí nace que un país favorecidísimo por la naturaleza en productos de los tres reinos sea tan pobre, que apenas tiene rentas para cubrir sus más indispensables gastos. Añádase a esto la falta de vías de comunicación, el estado de revolución constante, y se comprenderá la poca importancia de una nación, que con paz, orden y caminos, sería de las más prósperas y ricas de América.

La población de Bolivia, en su mayor parte, se compone de indios, muchos de éstos en estado salvaje, numerosos mestizos de blancos e indios, llamados cholos, y descendientes puros de familias españolas. Los indios pertenecen a las grandes naciones Quichua, Aymará y Guaraní. Las dos primeras habitan las regiones elevadas, y la tercera las comarcas calientes de la república.

El clima de Bolivia varía, según la localidad, desde las frígidas regiones de la Paz y Oruro hasta las ardientes del Beni y Santa Cruz de la Sierra; los productos del suelo siguen el mismo orden, descollando por su valor la cascarilla calisaya15, la coca, cacao, café y azúcar. En las regiones frías se cultiva con éxito mucha y excelente patata, trigo, cebada y maíz. Un numeroso ganado lanar, sobre todo de alpacas, es cuidado por los indios que viven en lugares desconocidos de las cordilleras. Los minerales de oro, plata, cobre, estaño, bismuto, son abundantes, y mencionando   —48→   solamente los del Potosí y Corocoro, se da idea de su riqueza.

En los días que estuvimos en la ciudad de la Paz, presenciamos una interesante y grotesca mascarada de indios en honor de las fiestas de S. Pedro. La Paz cuenta más de 50,000 habitantes, la mayor parte indios aymardes: está situada a 13,000 pies sobre el mar, lo cual hace, que aunque esté entre trópicos, sea un país muy frío. Atraviesa la ciudad un río llamado Chuquiapo, que arrastra arenas de oro, y a poca distancia de ella se apercibe el colosal y majestuoso nevado del Ilimani. Aunque no es la capital de la república, la Paz es la ciudad más poblada e importante de ella.

A las tres de la tarde del 6 de julio salimos de allí por el llamado alto de Lima, dirigiéndonos al O. Nuestras colecciones se habían aumentado, y necesitábamos tres bestias de carga y dos de silla. Pernoctamos ese día en el caserío de la Laja, situado en una fría región, a 6 leguas de la Paz. Dormimos en un pajar, y el siguiente 7 llegamos a Tiaguanaco, donde debíamos estudiar ruinas magníficas, trabajadas con esmero, y que, diferentes de las del Cuzco, indican una civilización distinta y seguramente anterior a la quichua. Allí vimos bajos relieves hechos sobre roca de arenisca dura y bruñida, y piedras labradas tan colosales, que una tenía ocho metros de largo, cuatro de ancho y uno y medio de espesor. Sin embargo, hay que andar cerca de cinco leguas para encontrar en las serranías vecinas las rocas que las constituyen.

Si se reflexiona que aquellos indígenas no conocían   —49→   los usos del hierro, ni tenían grandes animales ni maquinarias para labrar y transportar semejantes rocas, se comprenderá su industria, sin poder determinar el modo que tenían para verificar tales empresas. En sus sepulturas se encuentran solamente artefactos de barro, piedra, oro, plata, cobre, y una mezcla de estos tres últimos metales, llamada tumbaga. Ni las crónicas contemporáneas a la conquista, ni los testimonios sacados de sus sepulturas, indican conociesen el hierro, ni su derivado, el acero.

En las numerosas excavaciones que hicimos de los antiguos sepulcros, llamados allí chulpas, que rodean la población de Tiaguanaco, encontramos, entre otros objetos interesantes, los curiosos cráneos antiguos, comprimidos de delante a atrás, que figuran en la actual Exposición. Algunos autores, sin el menor fundamento, han creído que la forma de esos cráneos era característica de una raza, otros con razón creen que esa forma es debida a la compresión practicada por medio de tablillas en las cabezas de los niños recién nacidos y continuada hasta el total desarrollo de los huesos. Por haber enfermado allí uno de los expedicionarios, permanecimos en Tiaguanaco diez días. Nos alojamos en una casa de adobe, llena de agujeros, y con un cuero de vaca por puerta; de modo que el recio viento y la fría temperatura hacían desagradable nuestra estancia allí, donde nos cubríamos por la noche hasta con los sudaderos de los caballos. Solamente el idioma aymará se habla en Tiaguanaco, así es que a duras penas podíamos pedir lo único que nos podían dar o vender, es decir, agua, fuego, patatas y carne seca.

  —50→  

El 17, a mediodía, salimos de aquel interesantísimo e inhospitalario lugar, llegando a las cinco de la tarde al pueblo Guaqui, donde ganó el general Goyeneche el título de conde. En Guaqui, donde dormimos, empezamos a ver el famoso lago de Titicaca, curioso por su elevación de 13,000 pies sobre el mar, por no recibir ningún gran río en su vastísima extensión de 50 leguas, por ser la cuna de donde la mitología quichua sacó sus incas, y por los bellísimos panoramas que forma con las sierras y nevados vecinos. Su dirección es de N. O. a S. E., en la cual tiene 50 leguas, y su anchura, variable, impide con frecuencia ver la opuesta orilla. Sus aguas pueden ser navegables, y actualmente el gobierno peruano conduce allí vaporcitos desarmados en pequeñas piezas, para dar vida a sus bellas y desiertas márgenes. Esperando que estos vapores lleguen cargados por mulas, los ribereños del lago navegan en embarcaciones hechas de paja, de difícil equilibrio y fácil naufragio.

El siguiente día 18 atravesamos, por un puente de paja, el río Desaguadero, que ya antes habíamos atravesado, pero mucho más al S. En esta latitud, el Desaguadero forma límite entre el Perú y Bolivia: dormimos aquella noche en el pueblo peruano llamado Zepita, a orillas del lago. El 19 hicimos una larga jornada, orillamos siempre el Titicaca, pasamos por el pueblo de Pomata, y dormimos en el de Juli. El 20 Regamos a Ilabe, y el 21 a Puno, capital del departamento del mismo nombre, situada sobre el lago, poblada con 8,000 almas, la mayor parte indios aymaraes y quichuas. Recibimos los más obsequiosos agasajos   —51→   del prefecto, Sr. General Morote, que nos obligó con suma bondad a ser sus huéspedes en la prefectura. Visitamos los fríos alrededores de Puno y la famosa mina de plata del Manto, cuya riqueza costó la vida a su propietario Salcedo, ajusticiado por orden del virrey, Marqués de Montes Claros.

Nos había sido tan dificultoso obtener en las postas las cinco caballerías que necesitábamos, que resolvimos con gran pesar separarnos, pues yendo juntos, nos exponíamos, por falta de bagajes a tenernos que quedar en el camino, o abandonar nuestras colecciones. En consecuencia de esta necesaria y sensible separación, el Sr. Isern se marchó el 27 por la tarde para Arequipa, distante 76 leguas. Visitó allí los valles de Quequeña y volcán del Misti, atravesó, para ir a Islai, el arenoso desierto, de 30 leguas, que separa esas dos poblaciones, y se embarcó en la última para el Callao y Lima, donde pronto lo encontrará su compañero Almagro.

Para ir de la Paz a Puno anduvimos 56 leguas.

El Sr. Almagro salió también de Puno el 27 por la tarde, acompañado del amable Sr. Coronel Tobar, para visitar interesantes ruinas quichuas situadas en una hacienda de este señor. Estas son llamados de Cilostani, y consisten en colosales piedras pulidas, formando torreones de gran altura, destinadas a sepulcros. Un precioso lago artificial aumenta el interés de estas ruinas. El siguiente día 28, ya solo el Sr. Almagro, pernoctó en el frío caserío de Pucará, habiendo pasado por las poblaciones de Hatuncoya y Lanpa, y subido y bajado la inmensa cuesta de Choconchaca.   —52→   El 28 anduvo hasta el pueblo de Santa Rosa, al pie de un espléndido nevado: el 29 atravesó el páramo de éste, en medio de una borrasca de nieve y granizo, bajando luego al lindo pueblo de Sicuani. El 30 alcanzó el pueblo de Quequejana, situado sobre un hermoso río, y el 31 llegó al Cuzco, habiendo pasado por los lindos pueblos de Urcos y Oropesa.

De Puno al Cuzco se pagan en la posta 76 leguas.

El Cuzco representa en la civilización quichua, a Roma y a Atenas en la europea. Allí fue la cuna de la dominación de los hijos del Sol, nacidos de las olas del lago Titicaca. Allí Manco Capac y su compañera Mama Oclla encontraron el lugar donde desaparecía la barra de oro que, según las órdenes del Sol, debía ser el sitio para fundar el centro de su imperio. Por eso le llamaron Cozco, que en su idioma quiere decir ombligo. Ellos y sus descendientes de sangre pura, pues para no mezclarla se unían los hermanos con las hermanas, fundaron vastísimos centros de población, y redujeron a los salvajes, primitivos habitantes, a vivir en sociedades bien reglamentadas, obedeciendo en todo a su teócrata soberano. El Cuzco es de las poblaciones más interesantes para un etnógrafo, pues allí hay numerosos restos de una civilización muy adelantada, que han sobrevivido a los ataques de los siglos y de los hombres. Una gran parte de la población actual está edificada sobre paredones de bruñidas y colosales piedras, que sin materia intermedia, se adaptan artísticamente entre sí, con tal perfección, que en ningún punto de su unión recíproca se puede introducir la más fina aguja. El actual convento de   —53→   Santo Domingo está edificado sobre el antiguo y gamado templo del Sol, y el de las monjas Claras, en las suntuosas residencias de las concubinas del mismo. Acueductos de gran trabajo llevaban a esas residencias, por medio de cañerías de plata, el agua necesaria para el uso de personas, animales y jardines.

No sólo los monumentos quichuas interesan al viajero. El Cuzco es también notable por sus edificios modernos y por los recuerdos históricos de nuestra conquista. Sabido es que su posesión y sus numerosas riquezas, fueron el anhelo de los primeros conquistadores. Luego fue el Cuzco la manzana de la discordia que hizo reñir a los antiguos amigos Pizarro y Almagro, que habían jurado sobre los altares de Panamá, partiendo una hostia, que jamás quebrantarían sus amistosos vínculos. Almagro, desgraciado en la contienda, fue derrotado por Hernando Pizarro en la llanura de las Salinas, a una legua de la ciudad. Encarcelado y ejecutado en la plaza mayor del Cuzco, sus restos, reunidos con los de su hijo, también D. Diego, los de Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, todos ajusticiados en diferentes épocas, reposan bajo el altar mayor del convento de la Merced.

La catedral del Cuzco es un monumento soberbio, capaz de competir con las más bellas de Europa, y seguramente la mejor de la América meridional. Fue construida en el reinado de Felipe II, y su altar mayor, todo de plata, reposa sobre una laguna. Encierra preciosas y riquísimas alhajas de toda clase, y muy buenos cuadros: entre éstos, uno que representa el matrimonio de un D. Diego Ossorio, que fue de gobernador   —54→   a Chile, con una Coya, o india de estirpe Inca, y dice et cuadro que de ese matrimonio descienden los actuales marqueses de Alcañices. La bellísima iglesia que fue de la Compañía de Jess es digna también de cualquier ciudad europea de primer orden. Hay en el Cuzco un museo, que debiera ser el primero de etnografía peruana, pero, por causas que no nos incumbe averiguar, sólo encierra en sus galerías el apolillado uniforme del general Gamarra. En cambio, la Sra. D.ª Mariana Centeno posee un gabinete de antigüedades peruanas de inmenso interés, aunque es triste ver colocados al lado de soberbios guacos porcelanas vulgares de París o de Alemania. Con frecuencia se encuentran en las cercanías del Cuzco objetos de barro, piedra, oro, plata o tumbaga, que necesariamente van a parar en manos de la Sra. Centeno, quien sino consigue más que un ejemplar, no lo cede, esperando a tener el par, y si reúne éste, no da ninguno por no descompletarlo. Esta circunstancia monopolizadora nos impidió hacer muchas colecciones, aunque sí pudimos conseguir algunos objetos de barro y piedra, que con gran dificultad condujimos hasta Lima, situada a 200 leguas del Cuzco. Grandes objetos era imposible sacar de allí, a causa de la naturaleza de los caminos y lo largo de la distancia.

El general Allende, prefecto del departamento, alojó al expedicionario, haciéndole sumamente agradables los doce días que permaneció en aquella ciudad, visitando sus alrededores y la magnífica fortaleza quichua de Sacsa-Huaman, situada sobre un cerro y formada con enormes piedras pulidas, donde se sentaba   —55→   cada día el Inca para saludar la aurora del Sol. La población del Cuzco es de 20 a 25,000 almas, la mayor parte de indios quichuas. Sus edificios y caserío, de aspecto antiguo, han sido casi destruidos en diferentes épocas por indios, españoles y peruanos. Los productos del suelo son muy variados; pues si en el Cuzco y sus inmediaciones éstos son los de los países templados, los próximos valles de Santa Ana y Paucartambo abastecen la población de productos tropicales. Tanto unos como otros son muy abundantes y de excelente condición: muy pocos se consumen en el país, a causa de la corta población, y el resto no puede ser sacado a la costa por lo difícil de los caminos y costo de los fletes.

El 11 de agosto salió el Sr. Almagro del Cuzco, a las dos de la tarde, con una bestia de carga y un guía indio, que siempre va a pie. Durmió en el precioso pueblo de Urubamba, situado en el valle del mismo nombre, regado por un bellísimo río, y donde la temperatura permite la fructificación de los naranjos. Al siguiente día, de mañana, llegó a Oyaytan-tambo, donde hay unas soberbias y colosales ruinas de granito, colocadas sobre un escarpado y pendiente cerro, situado a 2,000 pies sobre el nivel del suelo. Extraño es que no hable de estas magníficas ruinas el con razón afamado cronista del Perú, Garcilaso Inca de la Vega.

El 13 atravesó un cerro de mármol, pasó por el pueblo de Zurite, y una prolongada bajada le condujo al del Limatambo, situado en una altura que permite a la vegetación ser más lozana y corpulenta.   —56→   A la salida de Oyaytan-tambo, vid por primera vez los ingeniosos puentes inventados por los Incas. Tienen éstos el mismo mecanismo que los modernos colgantes, con la capital diferencia de ser de paja, en vez de ser de hierro; así es que se cimbrean al menor viento, y causan susto al viajero que los pasa por vez primera: las bestias, ya acostumbradas, los atraviesan sin zozobra.

El 14 pernoctó en la posta de la Banca, y el 15, después de una bajada de cuatro horas, llegó al puente de mimbres situado a más de 100 pies sobre el precioso río Apurimac. Ese día durmió en Abancay, capital de provincia; el 16 en la posta de Carhucagua, y el 17 en la ciudad de Andahuaibas. El 18 en el rancho de paja que constituye la posta de Uripa, el 19 subió la inmensa cuesta de 9 leguas llamada de Ocros, y el 20, después de haber atravesado el río Pampas por un puente de mimbres, llegó a la ciudad de Ayacucho, capital del departamento del mismo nombre. La actual Ayacucho es la antigua Huamanga, a la cual le cambiaron el nombre después de la independencia, en conmemoración de la decisiva batalla dada a cuatro leguas de distancia de la población. Del Cuzco a Ayacucho hay 86 leguas.

El prefecto de dicho departamento, Sr. Coronel Mendoza, no imitó la delicadeza que tuvieron los generales Morote y Allende; por lo que resolvió el expedicionario permanecer poco allí. El 22, salió para el caserío de Quinua, situado en el lugar donde tuvo efecto la batalla de Ayacucho; visitó el campo de infaustos recuerdos para nosotros, donde durmió aquella noche.   —57→   El 23 pasó por la preciosa ciudad de Huanta, donde sólo permaneció algunas horas, yendo a terminar la jornada, después de atravesar el difícil vado del río Huarpa, en la ciudad de Acobamba. El 24 subió al frío páramo de Pucará, durmiendo en la choza de la posta, tan llena de patatas, que tuvo que acostarse sobre ellas. El 25 continuó sobre ese páramo, y después de una larguísima y pintoresca bajada, llegó al pueblo de Iscuchaca, situado sobre el precioso río del mismo nombre. El 26 continuó por la quebrada de ese río, y en breve descubrió el magnífico panorama que forma el valle de Jauja, más bello aún para él, ya fatigado por las inmensas subidas y bajadas que necesariamente había hecho en los caminos de las cordilleras, durante más de dos meses. Pronto penetró en ese delicioso valle, y pernoctó en la ciudad de Huancayo, rica por su comercio y las producciones de su campiña.

El valle de Jauja mide 14 leguas de E. a O., y la mitad de N. a S.; está rodeado por magníficos cerros de altura majestuosa, y cruzado en diferentes direcciones por numerosos riachuelos, que van a alimentar el río de Jauja. La altura de este valle, que es de 8,000 pies sobre el mar, y su latitud de 12º S., permite que una temperatura deliciosa favorezca el cultivo de cereales y frutos de las zonas templadas. La topografía de esta localidad ha llamado a ella una numerosa población, y desde cualquier punto se divisan numerosísimos y blancos caseríos, rodeados de verdes campos y frondosas arboledas. El 27 pasó parte de la noche en la celebrada y nunca bien ponderada ciudad de Jauja, la cual, aunque muy agradable, bonita y bastante poblada,   —58→   está muy lejos de corresponder a las aleluyas que aprendemos en nuestra infancia. El 28 salid de allí, y subiendo un frío páramo, bajó luego al río de la Oroya, que atravesó por un puente colgante de mimbres; enseguida comenzó una enorme y prolongadísima subida, que no termina hasta el ápice de la cordillera de Morococha, donde pasó algunas horas de la noche en el magnífico establecimiento mineral que tiene allí un alemán llamado Fluker. Nada más bello que esa magnífica cordillera nevada, donde hay tres lagos, de los cuales, dos van a derramar sus aguas al Atlántico, y otro, formando el río Rimac, va al Pacífico. La nieve es allí perpetua, y a 120 de latitud S. se goza de una temperatura polar, por estar el establecimiento del Sr. Fluker a 16,000 pies sobre el nivel del mar. El siguiente día comenzó a bajar rápidamente la cordillera, siguiendo siempre el curso del allí bellísimo Rimac; pasó por la interesantísima y pintoresca quebrada de San Mateo, y llegó a la ciudad de Matucana, donde descansó algunas horas. El 30 de agosto entró por la tarde en la ciudad de Lima, tan derrotado, mal montado y peor parado, después de un viaje a caballo de 450 leguas, por entre cordilleras y despoblados, que no le quisieron recibir en el hotel. Acudió a la amistad de nuestro vicecónsul el Sr. Ballesteros, y pudo dormir en blando lecho, del que hacía tiempo no gozaba.

Reunidos en Lima los Sres. Isern y Almagro, y habiendo salido ya la escuadra para el N., se resolvió que el primero iría a las frondosísimas selvas vírgenes de Chanchamayo, situadas en la provincia de   —59→   Tarma, y el segundo a Panamá, Quito y Trujillo. El Excmo. Sr. General Pinzón había dejado órdenes en Lima para que se nos diera dinero y lo demás que necesitáramos.




V

El Sr. Isern salió de Lima, y pasando por la quebrada de San Mateo y ciudad de Tarma, dobló la cordillera para llegar a las haciendas que en corto número ocupan los magníficos bosques de Chanchamayo.

Grandísimos trabajos y penalidades tuvo que sufrir durante tres meses, nuestro malogrado compañero, y numerosas e interesantísimas colecciones de todas clases, debidas a su gran laboriosidad y amor a la ciencia, fueron el producto de su peligroso viaje.

El Sr. Almagro se embarcó para Panamá el 13 de setiembre, y haciendo cortas escalas en Payta y Guayaquil, llegó el 22 a Panamá, capital del estado del mismo nombre, uno de los que componen la actual república de los Estados Unidos de Colombia. Panamá fue una de las poblaciones más importantes de América en los primeros tiempos de la conquista; allí se prepararon y salieron las numerosas expediciones que con tanta fatiga y heroísmo debían conquistar un territorio inmenso. Por su situación geográfica entre las dos Américas y los dos Océanos, por sus ricas minas de oro y sus pesquerías de perlas, Panamá sostuvo buen   —60→   rango entre las ciudades americanas hasta la época de la independencia de América. Desde entonces ha ido decayendo rápidamente, y presenta hoy el aspecto de una gran ciudad arruinada: su población consta de algunos comerciantes de todas naciones, de pocas familias blancas del país y de un considerable número de gente de color, libre, que seguramente desea vengar su pasada esclavitud, y con sus maneras insolentes, y con el desdén que tratan a los blancos, dan a entender que son allí los más fuertes y los árbitros de las vidas y haciendas de éstos.

Situado Panamá sobre la costa del Pacífico, a 11º latitud N. su clima es tropical en la mayor acepción de la palabra; las lluvias abundantísimas en los meses de mayo a setiembre, y la temperatura constantemente ardiente y desagradable. Todos saben que esta ciudad está situada sobre el istmo del mismo nombre, y que un ferrocarril la pone en comunicación con el puerto de Colón, sobre el Atlántico. Numerosos buques de vapor procedentes de California, Méjico, Centro América y Sud Pacífico, le conducen mercancías y pasajeros numerosos, que pasan inmediatamente el istmo, para embarcarse en los buques que van a Europa y a los Estados Unidos.

Embarcados en la goleta de S. M., Cavadonga, regresamos a Guayaquil, donde llegamos el 26 de octubre; de allí pasamos a Quito, capital de la república del Ecuador, distante 100 leguas16. Volvimos de nuevo a Guayaquil, saliendo de esta población el 1.º   —61→   de diciembre, a bordo de un vapor inglés, que nos llevó hasta Huanchaco, miserable puerto peruano, situado a seis millas de la ciudad de Trujillo. El Sr. Almagro fue a esta última población con el objeto de estudiar las numerosas ruinas indias que allí se hallan: Muy lejos están éstas de ser tan grandiosas como las de piedra del Cuzco y Tiaguanaco: son de tierra, y naturalmente, el tiempo ha hecho en ellas demasiada mella. En numerosas excavaciones hechas en las Huacas17 de Concha, del Obispo y Palacio del Sol, se han encontrado multitud de objetos de barro, plata, oro y tumbaga. Regresamos a Huanchaco, embarcándonos allí para el Callao y Lima, donde llegamos el 13 de diciembre de 1863. Ese mismo día fondeó en la bahía del Callao nuestra fragata Resolución, y naturalmente, decidieron los Sres. Isern y Almagro aguardar su salida, para ir en ella a Valparaíso, donde estaban los otros individuos de la Comisión. Tres meses estuvimos entonces en Lima, hasta el 7 de marzo de 1864, que zarpamos en la Resolución para Chile.

El Perú, patria de los antiguos Incas y cuna de la civilización sudamericana indígena, fue ocupado en los tiempos ante-históricos por naciones salvajes y mal determinadas; más tarde los Incas, quizá de origen Aymará, fundaron el centro de su imperio en el Cuzco, conquistaron esos aborígenes, los redujeron a vivir en sociedad, a cultivar los campos y a tributar culto al Sol y al Monarca. Numerosos Incas se sucedieron en el poder, distinguiéndose unos por las artes de la paz,   —62→   y otros por las hazañas de la guerra, extendiendo considerablemente sus dominios. El último de ellos fue Huascar, hijo del glorioso Huayna-Capac, y hermano de Atahualpa, quien le disputó con éxito favorable el dominio de los imperios de Quito y el Cuzco, y aprisionó a su hermano Huascar en una fortaleza de Jauja, donde lo hizo asesinar.

En 1524, Pizarro con sus compañeros descubrieron el Perú, y encontraron a Atahualpa ejerciendo la soberanía. Estaba éste en su suntuoso palacio de Cajamarca cuando llegó Francisco Pizarro, quien astuta y malamente hizo morir al Inca; mancha que empaña la inmensa gloria de aquel celebérrimo conquistador. Con la muerte del Inca, precedida por el asesinato de su hermano Huascar, fue menos difícil la conquista del territorio peruano, donde los mayores enemigos de los conquistadores fueron las enormes distancias sobre ardientes arenales o nevadas cordilleras. Si se admira la constancia y la gloria de aquellos héroes cuando se leen las relaciones de la conquista, ¿qué sucederá a los que, como nosotros, hemos recorrido la mayor parte de ese suelo? Lo que nos parecía heroísmo, lo hemos encontrado maravilla, quedando atónitos al reflexionar, sobre el terreno que ellos pisaron, la sublimidad de esa fabulosa epopeya del siglo XVI. Reducido el Perú a colonia española, se conservaron las ciudades indias y se fundaron otras, entre ellas la de Lima, llamada así por estar fundada en el valle del Rimac, cuyo nombre, alterado, dio su nombre a la capital del virreinato, fundada por Francisco Pizarro con sólo diez y ocho españoles. Esta capital adquirió   —63→   pronto importancia, debida a su buena situación y a ser la residencia de los virreyes con sus cortes. Durante el coloniaje, el antiguo imperio inca prosperó inmensamente, aunque no en provecho de sus primitivos poseedores, los indígenas. La riqueza mineral era inmensa, y el vastísimo territorio que dependía del virrey del Perú contribuía poderosamente a que fuera Lima una verdadera corte, quizá tan lujosa como la de Madrid. La revolución de los Estados Unidos de América y la de Francia despertaron en nuestras colonias el espíritu de independencia. El mayor número de ellas, después de muchos años y de accidentes favorables o adversos, consiguieron emanciparse de la metrópoli, cuya dominación cesó, en el Perú, el 9 de diciembre de 1824, día de la batalla de Ayacucho. Ya por los usos de corte, por la numerosa aristocracia que había, o por pusilanimidad y falta de civismo, el Perú fue la colonia menos dispuesta a la emancipación, y retardó la hora de su autonomía, que sin duda no hubiera conseguido sin los auxilios de San Martín, y enseguida de Bolívar.

Nosotros, que siempre hemos sido la nación mejor colonizadora, nunca hemos sabido gobernar nuestras colonias. La revolución de América fue lógica, justa, indispensable. Sobre todo en época en que no teniendo España libertad, para sí no podía darla a sus colonias. Pero desgraciadamente para el mundo y para éstas la revolución fue prematura. Con el coloniaje había despotismo, pero había orden; había arbitrariedades y vejaciones, pero había paz. Con esos dos elementos aquellos países prosperaban materialmente. A esa prosperidad   —64→   sucedió, después de la emancipación, un desorden general, político y social. Nuevas naciones, que debían haber establecido y practicado principios de libertad y subordinación, no hicieron más que establecerlos, sin practicarlos; hasta la época presente, los sanos principios que brillan en todas sus constituciones son completamente alterados en la práctica. Desgraciadamente, al desorden gubernativo se han unido infinitas contiendas civiles, sumamente sangrientas, sobretodo en la Plata, Bolivia y Colombia. Para mayor desgracia, estas revoluciones no son debidas a ninguna causa radical; son hijas del caudillaje y de las simpatías, más o menos interesadas, por tal o cual personaje, que encuentra buenos todos los medios para obtener las riendas del poder. Así es que, después de una lucha más o menos larga, causa de enormes pérdidas de todas clases, el país queda peor que antes, sin esperanza de que el nuevo Régulo pueda mejorar la suerte de la nación: el despotismo de los monarcas absolutos ha sido reemplazado por el de los presidentes constitucionales.

Es fácil adivinar que de semejante estado de cosas nace el aniquilamiento de esas naciones, y exceptuando la república chilena, todas las demás tienen hoy menos riqueza que poco antes de la emancipación. Salen de esa regla las poblaciones marítimas, a quienes el comercio extranjero ha excluido del decaimiento general.

La actual república peruana consta de tres partes completamente distintas entre sí: una, denominada con el nombre de la Costa, se extiende sobre   —65→   toda ésta, y está limitada por la vertiente occidental de los Andes; la segunda ocupa las altiplanicies de la anchísima cordillera y por esto se llama la Sierra; la tercera se extiende desde la vertiente oriental de los Andes hasta los límites indeterminados con las repúblicas de Bolivia, Ecuador e imperio del Brasil.

La primera, o la Costa, es sumamente árida, pues excepto en algunos puntos, carece completamente de agua. Siendo la lluvia desconocida, los arenales son inmensos, la temperatura ardiente, y nula la vegetación. La población se compone de oriundos de españoles, extranjeros, pocos indios quichuas, mestizos de éstos y blancos, y muchos negros, con sus deriva dos los mulatos; además, desde hace algunos años, se ha traído gran cantidad de asiáticos chinos, que se ocupan en labores de campo y en pequeños comercios. Hace poco se introdujeron también en el Perú isleños de Oceanía, quienes desgraciadamente sucumbieron poco después de su llegada. Anexas a la Costa, están las riquísimas islas de Chincha, cuyo suelo está compuesto del conocido huano, que produce 20.0000,000 de pesos anuales, y es causa de la riqueza de su gobierno y de la desmoralización del Perú.

La Sierra presenta un clima muy variado, poco ardiente en los numerosos valles que forman los accidentes de las montañas, delicioso en las altiplanicies, y excesivamente frío en las eminencias de las cordilleras. Por esta circunstancia los productos del suelo son tan variados, que sin temor de equivocarnos, aseguramos que todas las producciones del orbe encontrarían allí terreno propicio a su desarrollo: la abundancia   —66→   de agua, tanto pluvial como de ríos, aumenta la feracidad de ese suelo privilegiado, donde también abundan los minerales de mercurio, plata, oro, cobre., etc. En la Sierra predomina numéricamente la raza india, pura o mestiza, que yace en un estado de indiferencia completa, y aparenta un embrutecimiento, que impide descubrir en ella los hijos de aquellos brillantes e ingeniosos Incas...

La región oriental se compone, en totalidad, de inmensas selvas vírgenes, de corpulencia colosal, y de innumerables y bellos ríos, que arrastrando oro más o menos grueso, van a desaguar en el Amazonas. Este suelo es de fertilidad asombrosa, su temperatura es tropical, y los productos vegetales corresponden a esos elementos. El mayor número de los pobladores es enteramente salvaje; otros, que pertenecen a las naciones Quichua y Guaraní, son medio salvajes, obedeciendo con pesar a las autoridades, y a pocos comerciantes blancos que van allí a medrar, arrostrando lo mortífero del clima, la mala voluntad de los indios y el terrible azote de los mosquitos.

La ciudad de los Reyes (Lima), la fastuosa capital del Perú, con razón una de las más alabadas ciudades de América, bañada por el Rimac, próxima al mar, al cual la une un ferrocarril, no lejos de la cordillera, que le envía algunas ramificaciones, es de temperatura dulce y agradable durante nueve meses del año, y bastante ardiente en enero, febrero y marzo. Lima es residencia de los jefes de la nación, de las Cámaras, altos tribunales, arzobispado, etc. Tiene establecimientos de enseñanza de todas clases, y un   —67→   interesante, pero descuidado, museo de ciencias naturales, donde luce una rica colección de antigüedades peruanas. La magnífica penitenciaría, émula de las mejores del mundo, es el único edificio público construido después de la independencia, pues los demás, incluso el palacio de Gobierno, son de nuestra época: y algunos tan antiguos, que el último nombrado fue edificado por Francisco Pizarro. La población de Lima pasa de 100,000 almas: las calles son rectas, anchas, horriblemente empedradas, y en general muy sucias, por haber en medio de cada una acequias descubiertas, donde echan las inmundicias de todas las casas. El caserío es en general de aspecto mezquino, aunque en el interior de las moradas hay magníficas habitaciones adornadas con el mayor lujo. Lo que constituye el agrado de Lima y le ha producido la fama de que goza, es su buena sociedad, tan hospitalaria como agradable. Nosotros, que tuvimos el placer de frecuentarla, no podemos sino tributarla los mayores elogios, y desear cese el lamentable estado político que nos ha convertido en leales enemigos, de amigos afectuosos que éramos. El bello sexo limeño es el tipo de la amabilidad, finura y buen tono: un talento despejado, una inteligencia prodigiosa, y una imaginación viva y espiritual, hacen que el trato de las lindas limeñas sea sumamente agradable.



  —68→  
VI

El 16 de marzo de 1864, llegamos a Valparaíso, donde encontramos nuestros compañeros de viaje, excepto el digno Presidente, Sr. Paz y Membiela, quien, por sensibles disgustos con los jefes de marina, se había retirado a la península. Veamos ahora el itinerario seguido por los otros expedicionarios desde su salida de Chile, verificada en junio de 1863, parte de ellos en la goleta Covadonga, y el resto en la fragata Triunfo. Los Sres. Paz y Martínez dejaron a Valparaíso, a bordo de la Covadonga, el 13 de junio de 1863; se dirigieron a Coquimbo, donde llegaron el mismo día, internándose hasta la bonita población La Serena, situada a 2 leguas de la costa; a la cual regresaron, para dirigirse a Huasco, donde llegaron el 17. El 18 llegaron a Caldera, puerto de la costa chilena, que comunica con Copiapó por un ferrocarril de difícil construcción, a causa de lo accidentado del terreno, entre la población y las minas de Chañarcillo. En Copiapó encontraron al señor Amor, quien desde fines de abril estaba allí, reuniendo una magnífica colección de minerales de cobre, plata y oro, compuesta de numerosos ejemplares de gran valor científico.

Copiapó es un asiento de minas, que ha llamado una numerosa y variada población, que se ocupa en el laboreo de ellas, y en divertirse y jugar en demasía. Los mejores minerales son los llamados Chañarcillo y Tres-puntas. La situación de Copiapó, al principio   —69→   del desierto de Atacama, hace que esta localidad sea muy desagradable, aunque la mucha concurrencia que acude allí procura mitigar los efectos de la mala topografía de la ciudad.

Reunidos los tres expedicionarios, regresaron a Caldera, continuaron visitando algunos puertos poco importantes de la costa de Chile, haciendo en todos ellos variadas colecciones de peces, insectos, minerales y moluscos; reconocieron las huaneras de Mejillones, que por fuerza, y sin razón, quiere Chile despojar a Bolivia, y llegaron al puerto boliviano de Cobija el 30 de junio. Allí fueron cordialmente obsequiados por los Sres. Artola y por el vicecónsul de S. M., D. José M. de Insausti, quien les regaló, para nuestro museo, un soberbio ejemplar de cobre nativo, extraído de las minas de San Bartolo (desierto de Atacama), que pesa más de seis arrobas, y que quizá es único en el mundo. El 2 de julio fondearon en el puerto peruano de Arica, internándose hasta Tacna por el ferrocarril; regresaron al puerto, y llegaron al Callao el 12 de julio, donde se reunieron con las fragatas y con los otros comisionados, excepto los señores Isern y Almagro, que como ya hemos dicho, se hallaban entonces-en las cordilleras.

En el Callao y en Lima permanecieron hasta el 26 de julio, en cuyo día salieron todos embarcados en la Triunfo, menos el Sr. Paz. La escuadra hizo una corta escala en Paita, llegó el 3 de agosto a la isla de la Puna, situada en la desembocadura del río Guayas, llamada allí golfo de Guayaquil; pasaron en seguida a la ciudad de este nombre, de la cual salieron en breve,   —70→   dirigiéndose hacia Taboya y Panamá, donde llegaron el 13. El Sr. Amor muy enfermo ya, apenas podía abandonar la cama, y le fue imposible acompañar los expedicionarios en una excursión que hicieron éstos al archipiélago de las islas del Rey, célebre por las ricas pesquerías de perlas que hacen allí los negros con suma destreza y habilidad, a pesar de los enormes tiburones, que con frecuencia devoran algunos de ellos. Esos negros se zabullen en 12 ó 15 brazas de agua, cargados con una piedra, que les facilita llegar hasta el fondo y de éste arrancan siete u ocho ostras, que traen con las manos hasta la superficie. Esas ostras las venden a dos o cuatro reales fuertes la docena, y el comprador a veces encuentra en ellas perlas, y con más frecuencia no halla más que el animal, que no tiene el más mínimo valor.

El jefe de la escuadra resolvió que la goleta Covadonga fuera a los puertos del Pacífico pertenecientes a las repúblicas de la América Central, y que la fragata Triunfo fuera directamente a San Francisco de California. En consecuencia de esa resolución, el Sr. Espada se embarcó en la Covadonga, y los señores Amor y Martínez, acompañados del fotógrafo y del disecador, continuaron en la Triunfo. Zarparon de Taboga el 27 de agosto, y después de una penosa travesía de 43 días, llegaron a San Francisco de California el 9 de octubre. Allí se agravó de tal modo nuestro desgraciado compañero Amor, que fue necesario alojarlo en una casa de salud, donde falleció pocos días después.

Los Sres. Martínez y Castro hicieron interesantes   —71→   excursiones en los magníficos bosques de colosales pinos, en los lavaderos de oro de Sacramento, en las ricas minas de cinabrio de Nueva Almadén; aprovechando en hacer colecciones y fotografías los pocos días que pasaron en aquel hermoso país.

Aunque algunos padres jesuitas habían indicado la presencia de oro en California, nuestro gobierno, dueño entonces de ella, no pensó en explotarlo. Entonces aquel territorio no tenía la menor importancia, y casi por no abandonarlo completamente mandaba el virrey de Méjico unos pocos soldados y un sargento, que simpatizaban frecuentemente con los indígenas, casi salvajes, que vivían allí.

Cuando se efectuó la separación de aquel rico virreinato, esos soldados quedaron abandonados por España y por Méjico y empezaron a cultivar algunos campos, esperando alguna nave que los sacara de tan triste destierro.

Méjico, ya independiente, tampoco pensó en explotar a California, y al vender su territorio a los Estados Unidos, en 1.847, creyó hacer buen negocio deshaciéndose de tan improductivo país.

Los norteamericanos, apenas dueños de aquel suelo, comenzaron la explotación de los ricos pláceres de oro, que tan enormes cantidades han producido. No sólo el oro constituye la riqueza minera; las minas de plata de la Sierra Nevada y las de cinabrio de Nueva Almadén son también de una riqueza extraordinaria.

La población de San Francisco, que en 1848 apenas contaba algunas chozas, es hoy una ciudad de más de 100,000 almas, donde se encuentran todas las comodidades   —72→   y adelantos de Europa o de Nueva-York. La riqueza minera no es la única causa de este prodigioso desarrollo; a ella se une la fertilidad extraordinaria de su suelo, que produce con abundancia y de excelente calidad todos los frutos de las zonas templadas. Hace algunos años enviaba Chile a California numerosos cargamentos de trigo y harina, y hoy sucede lo contrario: los bien cultivados campos de California producen más de lo que allí se necesita para el consumo. Las frecuentes comunicaciones con China han atraído a San Francisco un gran número de inteligentes e industriosos asiáticos, los que medrando, contribuyen al adelanto de la población californiana.

Poco tiempo permaneció la fragata Triunfo en San Francisco, pues el 1.º de noviembre se hizo a la mar con dirección a Valparaíso, donde llegó el 13 de enero de 1864, después de una estéril y fastidiosa navegación de 74 días. Así es que en los 139 días que hay desde el 27 de agosto hasta el 13 de enero, ¡los comisionados estuvieron en tierra sólo 21! ¿Cuánto más provechoso no hubiera sido el empleo de ese tiempo, si no hubiesen estado sujetos a los movimientos de la escuadra? 18

  —73→  

Veamos ahora la interesante excursión que a bordo de la Covadonga hizo el Sr. Espada.

El 28 de agosto de 1865 abandonó dicha goleta el golfo de Panamá para ir a los puertos situados en el Pacífico, pertenecientes a las repúblicas hispanoamericanas de Centro-América. El 5 de setiembre llegaron al puerto de Punta-Arenas, perteneciente a la república de Costa-Rica, donde permanecieron sólo dos días, saliendo el tercero para la república de Nicaragua: el 9 llegaron a Corinto, pequeño puerto de esta última república, situado cerca de Realejo, desde donde pasó el Sr. Espada a Chinandoga, distante 2 leguas de Realejo. El 11 salió la Covadonga para la república de San Salvador, llegando el 15 al puerto de Acajutla; de allí fue el Sr. Espada a Sonsonate, dos leguas al interior, con objeto de visitar el activísimo volcán de Izalco; se detuvo en Sonsonate un día, llegando el 16 a las cercanías del volcán; el siguiente día lo empleó en visitar éste, regresando el mismo a los pueblos de Izalco y Sonsonate: el 18 volvió a Acajutla, desde donde se embarcó para el puerto de la Unión, perteneciente también a la república de San Salvador. Salió el 24 con dirección a Taboga, donde, reunido con el Sr. Almagro, permaneció hasta el 16 de octubre, saliendo juntos en la Covadonga para Guayaquil. En esta última ciudad encontraron al Señor Paz, que regresaba de Quito, y se disponía a venir a Europa. El Sr. Almagro se separó de nuevo para ir a la capital de la república Ecuatoriana, y el Sr. Espada, continuando en la Covadonga, siguió a Paita y al Callao: permaneció un mes en Lima, y llegó a   —74→   Chile a principios de diciembre.

Ya hemos visto cómo por diferentes caminos todos los comisionados nos reunimos en Chile a mediados de marzo de 1864.




VII

El destino de la escuadra le impedía llevarnos a su bordo, y el jefe de ella nos ordenó desembarcar con nuestros efectos y colecciones. Consultamos al Gobierno de Madrid sobre nuestro destino ulterior, proponiéndole que en vez de regresar a España por los cómodos paquetes de vapor, viniéramos atravesando la mayor anchura del continente sudamericano, y pasando por regiones enteramente salvajes. Deseábamos hacer un viaje verdaderamente científico, prescindiendo de todas nuestras comodidades y exponiéndonos a mil vicisitudes más o menos peligrosas, que debían redundar en perjuicio nuestro y beneficio de la ciencia. Esperando la respuesta del Gobierno, el mayor número de los comisionados permaneció en Chile, aumentaron las colecciones y adquirieron animales vivos del país, que enviados a España, perecieron en gran cantidad, llegando otros que son hoy los más importantes huéspedes del parque del Botánico.

El Sr. Almagro, no pudiendo ir al Arauco, por ser época de lluvias, las que imposibilitan el paso de los ríos, resolvió ir a Chiu-chiu, en Bolivia, donde sabía que podía encontrar cadáveres momificados. Embarcado   —75→   dicho señor el 17 de abril de 1864, llegó a Cobija el 22 del mismo, pocas horas después de desembarcar fletó una mula de carga, otra de silla, y anduvo parte del inmenso arenal que, empezando en la costa, termina cien leguas tierra adentro. Al amanecer llegó a la posta de Culupo, descansó allí algunas horas, y concluyó la jornada en una choza arruinada e inhabitada, llamada Chacansi, donde tuvo que permanecer todo el siguiente día, por haberse extraviado una mula. Al viento ardiente del desierto se unía la carencia de agua, pues el riachuelo que por allí pasaba la traía tan salobre y desagradable como la de Loeches. El 25 llegó hasta la posta de Huacate, también sobre el desierto, inhabitada y con la misma calidad de agua; el 26 llegó al pueblecito de Calama, donde pudo saciar su sed: el 27 siguió al caserío de Chiu-chiu, distante 45 leguas de Cobija. Practicó allí muchas excavaciones, de las cuales tuvo el placer de sacar numerosas momias, que con mucho trabajo han podido ser conducidas hasta Madrid, figurando en la actual Exposición. Arreglado todo para el trasporte de dichas momias, regresó a Cobija el Sr. Almagro por el mismo inhospitalario camino, situado en el desierto de Atacama, desierto de arena movediza, que levantada en gran cantidad por el viento, borra el camino, causa mucha incomodidad y a veces la pérdida del viajero. No hay en el desierto ninguna vegetación, y la poca agua que se encuentra es de tan mal gusto, que ni las bestias la beben; el alimento de éstas tiene que ser conducido por ellas mismas, que acostumbradas a comer poco y beber nada en tres días, perecen   —76→   en gran cantidad. Sin embargo, éste es el camino que hace comunicar todo el S. de la república Boliviana con la costa, y numerosas recuas conducen mercancías de ésta al interior, regresando cargadas de plata acuñada, procedente de la casa de moneda del Potosí. Estas recuas, a pesar del valor de sus cargamentos, vienen sólo guiadas por un hombre, y nunca han sido robadas: el Sr. Almagro volvió a Cobija, acompañado de una que conducía 120,000 pesos.

El puerto de Cobija, único que posee la Bolivia, está situado a 22º latitud S. y 73º longitud O., a 200 leguas de la parte poblada de la república: su población consta de indios changos, pescadores o arrieros, de mestizos y de algunos blancos, empleados en el comercio. Entre éstos está el Sr. Artola, español, dueño de la casa de comercio más importante de Bolivia, a quien le tenemos que agradecer el interés que en diversas ocasiones tomó por nosotros y nuestras colecciones, ayudado en el envío de éstas por nuestro simpático y buen amigo el vicecónsul de España D. José Manuel de Insausti.

Habiéndonos facultado el Gobierno para hacer el gran viaje al través del continente sudamericano, hicimos numerosos preparativos para efectuarlo. Nos reunimos en Guayaquil en octubre del 64; aunque en agosto estaban allí ya los Sres. Martínez y Almagro haciendo numerosas excursiones en la provincia del Guayas, y en el bellísimo río Daule. Éramos ya pocos: el Sr. Paz había marchado a España, nuestro malogrado compañero Amor había fallecido en California, el fotógrafo Castro y el ayudante disecador Puig,   —77→   temiendo la magnitud y peripecias de tan colosal viaje, regresaron a Europa. Quedamos, pues, reducidos a cuatro: Martínez, Espada, Isern y Almagro. Este viaje consistía en cortar la América del Sur por el paralelo de 2º de latitud meridional desde Guayaquil, en el Pacífico, hasta el Gran Pará, en el Atlántico. Guayaquil no está precisamente sobre el Pacífico, y sí sobre el río Guayaz, que lo hace comunicar con el Océano; en la desembocadura del río está situada la isla de Puná, cuya topografía es ventajosísima para una estación marítima. De Puná hacia el interior corre el río de S.O. a N.E.; su fondo es difícil de conocer, por lo cual son indispensables los prácticos del país para conducir los buques. Las dos orillas, adornadas de bella vegetación se perciben, y después de un curso de 25 leguas, se encuentra la ciudad de Guayaquil, situada sobre la ribera O. del río: la cantidad de agua que tiene éste permite el arribo de buques de gran porte, la mayor parte españoles, que van a buscar cacao. Las naves que calan más de 22 pies tienen que esperar las mareas de luna llena para entrar y salir; el curso del río depende de las mareas, que son sensibles hasta 15 leguas más adentro de Guayaquil, el agua corre durante seis horas del interior al mar, y durante otras seis en sentido opuesto. Esta circunstancia permito la navegación por balsas, muy comunes allí, y que son movidas por la fuerza de la corriente. El agua del Guayas es salobre, y para el consumo de la población se trae ésta desde el río Daule, contenida en enormes cántaros, trasportados en colosales balsas.

  —78→  

Desde el río, Guayaquil tiene un aspecto muy bonito y original, pero en el interior de la población se nota con desagrado lo sucio de las calles, donde pacen, sueltos, cerdos, gallinas y asnos. Lo vetusto de sus casas de madera y embarrado, numerosos y fétidos pantanos, son continua causa de graves enfermedades. Añádanse a estas circunstancias, una temperatura. sumamente cálida y sofocante, frecuentes y copiosas lluvias durante siete meses, enorme plaga de toda clase de insectos incómodos, y se comprenderá sea Guayaquil una de las ciudades más desagradables del mundo. Solamente la riqueza de sus producciones, y ser el único puerto de república, unido por camino al interior, ha podido hacer prosperar esta ciudad. Su población parece ser de 20,000 almas, compuesta de negros, mulatos, blancos e indios diferentes a los quichuas, probablemente oriundos de la nación Cara que habitaba esta parte del Pacífico.

El principal artículo de riqueza de la provincia de Guayaquil es el cacao; siguen a éste las maderas, tabaco, café, azúcar, aguardiente de caña y goma elástica; estos renglones se exportan para Europa y puertos del Pacífico. Por el de Guayaquil entra la totalidad de los artículos extranjeros que se consumen en la república.

El 11 de noviembre salimos de esa ciudad, en un lindo vapor que sube el río Guayas hasta la población de Babahoyo; este trayecto es muy pintoresco. El río se estrecha cada vez más, sus orillas crecen en belleza, aumenta la espesura de las arboledas, pobladas de bulliciosos y pintados pájaros, de curiosos monos y   —79→   por enormes lagartos hasta de ocho varas de largo, que descansan indolentemente, abiertas sus terribles bocas, en los pantanos de la orilla, o atraviesan con suma rapidez las aguas del río. Estos monstruosos reptiles son numerosísimos y cuando la marea baja se colocan, reunidos en gran número, a recibir los rayos del sol en los fangales de la playa: son el terror de los ganaderos; a veces atacan al hombre y aun a las pequeñas canoas que surcan por allí. Cazamos algunos, que fueron disecados.

Siete horas de deliciosa navegación empleamos para llegar a Babahoyo, comúnmente llamado La Bodega, situado en la confluencia de los ríos Guayas y Caracol, que se reúnen en tiempo de lluvias, inundan la península donde está Rabahoyo, y hacen necesario que el tráfico sea por canoas. Hicimos en Bodegas los preparativos del viaje a la Sierra: necesitábamos más de cincuenta bestias, para trasportarnos con el material hasta Quito, distante 100 leguas; pero nosotros, en vez de ir por el camino directo, hicimos varios rodeos para visitar la ciudad de Río Bamba, y cercanías del terrible volcán Sangay; practicamos ascensiones en los célebres nevados del Chimborazo, y del Cotopaxi, coronado este último por un bellísimo volcán.

Desde Bodegas hasta Huaranda (escala necesaria), hay 30 leguas de selvas vírgenes y de aspecto tropical; ya en Huaranda, la altura sobre el mar es de 9,000 pies, y la temperatura y la vegetación están en armonía con ella. En Huaranda comienza la peligrosa, larga y pendiente subida al páramo del Chimborazo, donde el camino pasa a 15,000 pies sobre el nivel   —80→   del mar: una pequeña bajada conduce desde este páramo a la altiplanicie que se extiende hasta más allá de Quito. Lo malo, peligroso, incómodo e inhospitalario del camino desde Bodegas a Quito, es sólo comparable con la belleza y majestad de los sitios que pasamos: la magnífica mole de hielo del del Chimborazo, el estruendo y las llamas del Sangay, los torrentes de humo negro que arroja el soberbio Cotopaxi, los nevados del Tunguragua, Antisana, Caraguayrasu, Yliniza, Cayambe, etc., son maravillas de la naturaleza, que sorprenden el ánimo, entusiasman el espíritu, y demuestran que las creaciones artificiosas del hombre son raquíticas, pigmeas y ridículas, al lado de aquellas que por mil mecanismos sorprendentes produce la naturaleza, madre de todo lo bello y de todo lo sublime. Cualquier fatiga, cualquier inconveniente de tan penoso viaje, están generosamente recompensados con el magnífico panorama que se goza desde todo el camino, sobre todo desde la llanura llamada Cayo, al pie del Cotopaxi, donde, por no faltar nada, hay magníficas ruinas, contemporáneas de la dominación quichua19.

Nos reunimos en Quito a principios de diciembre, y comenzamos a arreglar nuestras cargas de una manera especial. Tenían éstas que ser conducidas a espaldas de indios durante 12 ó 15 días, por lo que debían ser pequeñas, y no exceder de 70 libras cada una. Hicimos gran provisión de tocuyo20, cruces y medallas   —81→   de metal, hilo, agujas, tijeras, abalorios y cuchillos, que nos habían de servir para pagar los indios del Napo, y obtener de ellos objetos y auxilios. Concluido este difícil arreglo, fue necesario conseguir más de 200 cargueros. Fácil es comprender que nunca hubiéramos obtenido en una sola vez tal número de indios; por lo que paulatinamente fuimos enviando nuestras cargas, auxiliados por las recomendaciones del Gobierno. Dos meses tardamos en hacer marchar el cargamento, durante los cuales hicimos numerosas excursiones en la pintoresca provincia de Imbabura, adornada de caprichosos lagos, en el nevado de Antisana, en el volcán Pichincha, en cuyo inmenso cráter se perdió el señor Espada, quedando cuatro días sin comer, sufriendo aguaceros, nevadas y temblores de tierra; su salvación fue providencial. En esas excursiones se aumentaron considerablemente nuestras colecciones, debidas, en parte, a los consejos de nuestro buen amigo, el Dr. Don Manuel Víllavicencio. El Sr. D. Mariano del Prado, ministro de España en el Ecuador, nos hizo soportar con agrado la monotonía de la ciudad de Quito.

Esta ciudad siempre ha sido capital, primero del imperio de los Quitus, gobernados por sus shiris, cuyo distintivo era una hermosa esmeralda en la frente. Los quichuas peruanos invadieron el territorio quitu, combatieron largo tiempo, y después de la batalla de Hatuntaqui, sellaron su dominación, uniéndose el conquistador Huayna Capac a una princesa del país; de esa unión nació el Inca Atahualpa, de quien ya hemos hablado.

Sebastián de Benalcázar fue el primer español que entró en Quito, encontrando la población quemada por el jefe indio Rumiñahui, quien escondió grandes tesoros, que aún se andan buscando.

En los primeros tiempos de conquista, perteneció el actual territorio ecuatoriano al virreinato del Perú; más tarde, con el nombre de presidencia de Quito, se anexó al de Santa Fe.

La revolución contra la metrópoli, allí bastante sangrienta, concluyó en 1821 con la batalla de Pichincha, dada por Bolívar, a 14,000 pies sobre el nivel del mar. La presidencia de Quito, durante el dominio español, fue próspera y rica; el gobierno impedía el trabajo de las minas, pero protegía la industria de tejidos de lana, sedas y algodón, que vendidos en los vecinos virreinatos, alimentaban un comercio considerable. Verificada la independencia, se abrieron los puertos de la república al comercio extranjero, y los géneros fabricados en el país no pudieron competir en calidad ni precio con los europeos; por esa circunstancia, quedó arruinada esa industria, que daba capitales a los ricos y subsistencia a los pobres. Hoy es la república más miserable de todas, y el total de sus rentas consiste en las recaudaciones de la aduana de Guayaquil. Numerosas contiendas armadas, ya interiores, ya con los Estados vecinos, han contribuido poderosamente al horrible pauperismo, que excepto   —83→   en Guayaquil, se nota en toda la república. Como el Perú, la república Ecuatoriana puede dividirse en tres porciones: una entre la cordillera y el mar, otra situada en las altiplanicies de aquella, y la tercera en los inmensos bosques y ríos que constituyen la provincia de Oriente.

La primera difiere esencialmente de la peruana. En vez de desiertos y áridos arenales, contiene una vegetación lujuriosa, magníficos ríos, y un suelo que sólo necesita brazos para producir con exuberancia todos los productos tropicales; las lluvias son allí abundantísimas de diciembre a junio, y la temperatura, constantemente ardiente.

La segunda sección, o sea la Sierra, es análoga a la del Perú, pintoresca, de agradable temperatura, y poblada principalmente por individuos de la raza india. De la tercera hablaremos en breve, pues la hemos recorrido casi toda.

La capital de la república es la ciudad de Quito, población de más de 50,000 almas, situada en las faldas del Pichincha, a 12,000 pies sobre el nivel del mar, a 11º latitud S. y 81º longitud O., con un clima agradable, aunque demasiado lluvioso. El terreno de la ciudad es muy quebrado y las calles se están ahora empedrando. Hay un coche, llevado hasta allí sobre mulas; único medio de comunicación que hay entre Quito y la costa. Quizás con el tiempo se concluya un camino carretera, que actualmente se construye en aquellas montañosas regiones.

El caserío de Quito es malo en general, aunque hay varias casas de aspecto lujoso. No hay museo, teatro   —84→   ni paseos; sus habitantes, muy retraídos, hacen que la sociedad sea inaccesible al viajero. La población se compone, en su mayoría, de indios quichuas y de blancos de raza pura, descendientes de españoles.

Enviadas ya todas nuestras cargas a Baeza, pensamos emprender nuestra marcha hacia el Oriente, y abandonar por entonces los confines de la civilización, para entrar en los territorios salvajes. Fue imposible ir todos juntos, por no poder reunir todos los indios que necesitábamos.

Debíamos reunirnos en Baeza.

Difiere tanto el modo de viajar por esas tierras a todo lo conocido en nuestras regiones, que seguramente nadie en Europa podría suponer la manera de atravesar aquellos bosques, como se verá en el siguiente extracto de una carta que escribimos desde Baeza. Habiendo hecho el mismo viaje los Sres. Espada y Martínez, y con las mismas peripecias, bastará la sucinta relación del nuestro, para dar una idea de tan penosa excursión.

La carta citada dice lo siguiente:

Baeza, 10 de marzo de 1865.

«Querido amigo: Le voy a relatar algunas páginas de mi Diario de viaje. -19 de febrero de 1865. -Por más tiempo que se tenga para los preparativos de cualquier viaje, el último día siempre hay mucho que hacer, de modo que hasta las tres de la tarde de hoy he estado sumamente ocupado. A esa hora salió, caballero, en un burro, mi buen compañero Isern, con   —85→   su criado y el mio, escoltados por los perros Quito y Napo. Poco después vino a mi posada nuestro excelente amigo y digno representante en el Ecuador, Don Mariano del Prado.

»Montamos a caballo, y salimos, yo para siempre, de la elevada capital de la república ecuatoriana: el camino se dirigía hacia el Oriente: pasamos por la destruida alameda del Egido, y salimos a la hermosa llanura del mismo nombre, que tiene más de media legua de diámetro, y donde debió haberse fundado la ciudad de Quito21. Hétenos ya en el campo del Egido; la más deliciosa tarde de otoño en Madrid envidiaría la suave y dulce temperatura que gozábamos; la atmósfera, trasparente y perfumada, nos permitía ver hacia el Oriente la inmensa cordillera Andina, coronada allí por el majestuoso Cayambe, constantemente cubierto de nieve, que parece perderse en el cielo. Al N. veíamos muy próximo el terrible Pichincha, en cuyas faldas, de aspecto sombrío, se dio la batalla que destruyó nuestro dominio en esta parte de América: al S. y S.O. las onduladas ramificaciones de los Andes, terminadas por el sorprendente Cotopaxi, elevadísimo cerro de blanca nieve, cuya cúspide, elevada 19,000 pies sobre el mar, derrama torrentes de humo y llamas, que producen estragos en las poblaciones vecinas.

»Imposible sería pintar el magnífico cuadro que presentaban en tan bella tarde los sorprendentes y admirables alrededores de Quito, adornados de mil matices y atractivos, que sólo la naturaleza puede formar.

  —86→  

»En breve comenzamos la bajada al pueblecito llamado Guápulo, donde Prado se despidió de mi. Bajaba solo esta cuesta, formada de numerosos zig-zag y muy mal empedrada. Al terminar una de las primeras revueltas, se percibe a Guápulo en una hondonada profunda, rodeada de altísimos cerros; tres cuartos de hora después se llega a dicho pueblo, compuesto de miserables casas y de un hermoso convento. Continué bajando aún más de 500 varas, hasta llegar al río Machangara, que se pasa por un bonito puente de piedra, donde concluye la inmensa cuesta ya indicada. Una pequeña subida conduce al hermoso valle de Tumbaco, ancho de 7 leguas, situado entre las ramas oriental y occidental del sistema Andino; continúa el camino por esta llanura, de monótona belleza, donde pronto se ve el río San Pedro, que perforando una roca de caliza, ha formado un puente natural de más de 15 varas. La naturaleza, siempre sabia, adivinó que en este país poco pensarían y menos harían los hombres en beneficio de las obras públicas, y tomó a su cargo hacer puentes y otras cosas para alivio de los pobres caminantes. Poco después de pasado el río, se llega al triste pueblo de Cumbayá, y una corta bajada conduce a Tumbaco, distante 5 leguas de Quito: allí encontré a mi amigo Isern, muy contento de su borrica, que no tenía el defecto de la de Balahan.

»Casi todo el campo situado entre Quito y Tumbaco está cultivado de maíz, papas y frutales.»

«20 de febrero, lunes. -La del alba aún no era, cuando ya estábamos en pie, y pronto la aurora pudo   —87→   contemplarnos arreglando nuestras cargas y personas; podíamos disponer de diez indios, que debían llevar los objetos más necesarios y víveres para el viaje, pues dicho sea de paso, en el camino que íbamos a emprender no se encuentra ningún recurso. A poco rato pedimos al teniente Político los cargueros. Le oí mandar los sacaran de la cárcel, admirándonos que tanta gente honrada estuviera en ese lugar; pero él nos explicó que así era necesario, para evitar la deserción, aconsejándome al mismo tiempo que les amarrase cada noche, si no quería verme expuesto a ser con las cargas abandonado en medio de los bosques. El sistema de reclutar indios no armoniza seguramente con los principios republicanos. El Gobierno, cuando necesita aquellos para cargueros, para componer calles o cualquiera otra cosa, envía una orden a los tenientes políticos, diciendo que tomen tal número de ellos. Como la experiencia ha demostrado que voluntariamente ninguno se prestaría a trabajar, el teniente los sorprende en sus chozas, los lleva a la cárcel, y frecuentemente atados los dirige al lugar donde los han pedido. El Gobierno los paga a razón de medio real diario, con cuyo jornal tienen que mantenerse. Gracias a una orden del Gobierno, obtuvimos indios por ese sistema, los cargamos con tres arrobas cada uno, les pagamos treinta reales vellón, y dos más por individuo para su alimento de todo el viaje; el que para ellos sería de siete días. Esta paga era espléndida, comparada con las acostumbradas.

»Pronto vinieron los indios; cada uno tomó su carga, la arregló, nos ofrecieron no fugarse y que nos   —88→   ayudarían en el camino. El capitán se llamaba Rafael Cayaguaso; los otros Quilumba (Pedro, José y Manuel), Quiña (Santiago), etc. Cito estos nombres para hacer ver que esos individuos, barbarizados por la civilización, tienen cariño a sus nombres indígenas. Nuestros esclavos en Cuba acogen hasta con entusiasmo el nombre de sus dueños, y seguramente aceptan sin gran pesar la servidumbre. Los indios son más dignos, sirven porque se les obliga, siempre con disgusto, y cuando pueden, demuestran la independencia de su carácter.

»Actualmente la familia india de la cordillera, en contacto con la raza blanca, parece imbécil y casi idiota. Pero ese estado en que la hemos visto, ¿es natural o adquirido? Al ver los monumentos que los hombres y el tiempo no han podido destruir en el Cuzco, Tiaguanaco, Cayo, etc.; monumentos cuya construcción es casi misteriosa; al considerar las instituciones y organización social narradas por el Inca Garcilaso de la Vega, seguramente no se les negará un alto grado de inteligencia a los indios anteriores a la conquista. Y ¿cómo hoy sus descendientes yacen en ese estado lastimoso de embrutecimiento en que los vemos constantemente? Temo mucho que la causa de ese fenómeno sea nuestra dominación en época en que poco caso se hacía de la vida del hombre, y donde las ideas de fanatismo y lucro hacían que los fines excusasen los medios.

»Los primeros conquistadores de estas regiones creían al indio un animal próximo al hombre, y fue necesario una declaración de la corte romana para   —89→   que los americanos comenzasen a ser nuestros prójimos y aptos a ser cristianos: pero prójimos siempre condenados a la servidumbre más miserable e ignominiosa, siempre ocupando un puesto infinitamente inferior al blanco más estúpido. El clero fanático y ambicioso, que constantemente ha predominado en estas regiones, hacía de ellos una parodia de cristianos, que creían obtener su salvación pagando fiestas de iglesia, pretexto de borracheras. El indiófilo Fray Bartolomé de las Casas quiso redimir esta raza del yugo horrible que la oprimía, y con las mejores intenciones, sólo consiguió añadir un elemento más de desmoralización en las novicias sociedades de América22. Sin embargo, consiguió que en el nombre los indios no fueran esclavos y se dictase desde España un código propicio a ellos, que desgraciadamente nunca se puso en práctica.

»Vino la gran revolución de 1810; fácil es creer que al establecerse naciones cuya base escrita era igualdad y fraternidad, la suerte de los indígenas, verdaderos dueños del suelo, había de cambiar; pero pronto se desengañaría el que así creyera. La posición de los indios no se ha modificado; siempre es una bestia, que se maneja a palos, que se manda sin consultar su voluntad, y que denigra tener relación sanguínea con ellos.

»Los llamados republicanos del Sud América son tan déspotas con los indígenas como lo eran los conquistadores, sin tener la excusa de la época ni del régimen   —90→   absoluto. Los que tanto pregonan, como tampoco practican los principios democráticos, es decir, 99 por 100 de los habitantes de las repúblicas hispanoamericanas han cometido un grave error, o mejor dicho, una gran falta en no haber reconquistado los indios por diferentes medios a los empleados en otra época; si así hubieran hecho, habrían conseguido ver estos ricos países bien cultivados y con población suficiente para no mendigar la inmigración europea y asiática. Pero, repito, han continuado el mismo sistema que usábamos nosotros; las bellas palabras igualdad y fraternidad quedan sin aplicación, y el indio, perseguido siempre, detesta y evita todo contacto con el blanco, arma sus chozas en lo más oculto de las cordilleras, y procura no ver sino a sus paisanos. El fanatismo religioso, que malos maestros les han imbuido, los hace reunir en el pueblo vecino para celebrar alguna fiesta religiosa, costeada por ellos, que sirve de pretexto a repetidas borracheras. Los curas, lejos de evitar ese horrendo vicio, lo favorecen, pues saben que es el mayor incentivo para que los idiotizados indios paguen con exceso y frecuencia los derechos de pie de altar, última ratio de la mayoría de los curas sudamericanos.

»Ahora bien, vuelvo a preguntarme. Ese estado casi idiota en que yace la raza americana, ¿es natural o adquirido? Natural, lo niega su historia, sus monumentos, sus instituciones, sobre todo en las naciones Quichua y Azteca, y hasta la estructura de los órganos que están en razón de la inteligencia: adquirido, lo hace sospechar la interrupción de esos rasgos morales,   —91→   la educación trisecular que han tenido, capaz de apagar toda luz de inteligencia y de agotar el cerebro más fecundo. El desdén y desprecio del blanco hacia ellos, la servidumbre forzada, el fanatismo y la embriaguez, son la causa del triste estado actual de la raza aborigen de América.

»No se crea que por esa razón anatematice yo a nuestros padres, primeros conquistadores de estas regiones, deplorando su manera de tratar los indígenas; admiro cual ninguno las maravillas que aquellos gigantes concluyeron; maravillas cuya magnitud sobrepuja a todas las efectuadas por los hombres de cualquier época, y que forman la epopeya más estupenda de la humanidad. También creo que si macularon algo su espléndida gloria, esas máculas fueron lógicas. ¿No vivían en los siglos XV y XVI? ¿No venían de la guerrera Europa, donde la vida de un hombre era algo menos que nada, y cortejados por sacerdotes fanáticos, fundadores de la Inquisición? Y después aquí, ¿no les fue necesario mistificar a los americanos, haciendo alarde de un poder que no tenían, y que era indispensable ostentar para combatir uno contra diez mil? Sus sucesores fueron culpables en continuar ese régimen, ya no necesario, y los modernos republicanos son criminales en proseguir lo que está tan lejos de la humanidad, en época donde las ideas liberales tienden a desarrollarse de más en más. No se crea tampoco que culpe a nuestra nación en su manera de colonizar; al contrario, estoy persuadido que es la mejor colonizadora. La Inglaterra, que tanto vocifera de su filantropía, ¿no despobló las islas de la Sociedad? El capitán Cook   —92→   evaluó su población, al descubrirlas, en 200,000 habitantes; 50 años después no contaban ni 20,000, y hoy apenas tienen 10,000: eso pasaba en otra época, pero hoy, en el siglo XIX, ¿no continúa Inglaterra despoblando sus colonias de Nueva Holanda y Nueva Zelandia? La civilizada Francia, ¿no ahuma actualmente sus colonos de Argelia y sigue despotizando sus protegidos de Otahití? Los sesudos holandeses, ¿no han conseguido alejar de sus colonias a los indígenas de Java y Borneo? Y en fin, los laboriosos Yankees, ¿no procuran extinguir los llamados salvajes que viven en el territorio occidental del Norte América?

»Que no se piense ni un momento que al citar esos hechos, conocidos de todos, tengamos la mezquina idea de disculpar nuestra conducta colonizadora. Que otros hagan peor no excusa el mal que hayamos hecho. Cito esos ejemplos para hacer reflexionar en un fenómeno, quizá una ley de la humanidad, que consiste en que siempre que una raza superior se pone en contacto con una inferior, aquella tiende a dominarla, a esclavizarla y aún a destruirla. Es una triste ley, pero los hechos consumados en tan diferentes épocas por diversas naciones parecen confirmarla, sin que, por desgracia, se vea la menor excepción que pueda destruirla.

»El traje de nuestros cargueros indios de Tumbaco era el mismo: pie desnudo, calzoncillo de algodón amarilloso hasta medio muslo, poncho de lana con franjas blancas y negras, algunos llevaban camisa, y todos sombrero de fieltro blanco, sin límite marcado entra la ancha ala y corta copa. Además de la   —93→   carga, cada indio llevaba su cucayo, es decir, su alimento, para los días que durara el viaje. Este consistía en maíz tostado y harina de cebada. Todos iban armados de larguísimos bastones, indispensables para el camino. Nuestro traje difería algo del que usamos en Europa: por calzado era necesario llevar alpargata, el pantalón no llegaba sino a medio muslo, dejando desnudo el resto del miembro inferior; una camisa de franela encarnada y un sombrero de paja completaban nuestro vestido. Era necesario fuera así, pues debíamos con frecuencia atravesar ríos y lodazales profundos, que hacían inútil y enojoso el calzar botas y pantalones largos.

»A las diez de la mañana del día 20 emprendimos nuestro viaje a pie: abrían la marcha nuestros criados, luego los indios, enseguida Isern y yo, escoltados por los perros. Poco detrás venían las mujeres de los indios, que los acompañaron hasta una legua de Tumbaco: allí se despidieron de sus maridos, entonando un coro de lamentaciones en lengua quichua con entonación particular, melodiosa, que nos hacía sentir no poder escribir las tristes canciones que pronunciaban: abundantes lágrimas brotaron de sus ojos, que contrastaban con la impasibilidad de los hombres, en cuyos rostros el fisonomista más perspicaz no hubiera notado la menor tristeza o alegría. Esta despedida, acompañada de cantos, duró cerca de 15 minutos; privados ya de esa parte del bello sexo, proseguimos nuestra marcha. Un solo indio hablaba, aunque mal, el castellano, y era tan lacónico en sus respuestas, que pronto cesamos de hacerle preguntas: a cada hora,   —94→   poco más o menos, los cargueros se echaban en el suelo, y descansaban cuatro o cinco minutos. Atravesamos campos cultivados de maíz; algunos, sin ningún cultivo ni vegetación, presentaban un piso de caliza muy compacta, en la cual los torrentes han abierto profundos surcos. Pasamos sobre el bonito río de la Alcantarilla, el de Itulcache; y subiendo continuamente, terminamos nuestra jornada de 6 leguas en el tambo miserable de la hacienda del Tablón, hospedándonos en un corredor abierto, en el que nuestros criados nos prepararon el indispensable alimento. Los indios se colocaron al raso, y nos cambiaron por media botella de aguardiente la promesa de no fugarse».

«21 de febrero, martes. -Comenzaba a rayar el día cuando nos levantamos, y nuestro primer cuidado fue averiguar si alguno de los indios se había fugado: este temor era tanto más fundado, a causa de ser en breve las fiestas de Carnaval, que celebran ellos con mucho entusiasmo, disfraces grotescos, bailes tristes y espantosas borracheras. Ninguno se había fugado, y juntos emprendieron la jornada, seguidos de nosotros. Por una hermosa pradera llegamos a la quesera de la hacienda, a tiempo que ordeñaban las vacas, con la mejor voluntad y por señas nos ofreció una india un pilche23 de leche, que aceptamos con placer. La mañana estaba fría, y a medida que subíamos, el cielo se cubría de niebla, nubes, y una llovizna, llamada páramo, nos molestaba algo, pero no lo extrañábamos:   —95→   ya sabíamos por experiencia que en las alturas siempre se encuentra ésta. Todo el cultivo desapareció; los quisuares, árbol propio de estas frías regiones, comenzaban ya mostrándonos su acolchonada corteza, destinada a abrigar sus tallos. El piso era de arcilla resbaladiza, y algunas raíces prestaban el mejor apoyo a nuestros pies: la subida comenzaba a ser muy pendiente, la chuquiragua24 nos indicaba la altura en que estábamos, el cielo continuaba encapotado y la lluvia se hacía más incómoda. Cerca de las once encontramos nuestros indios, que almorzaban su maíz, resguardados del viento por una zanja natural; los imitamos, y era triste ver la avidez con que recogían las migas de galleta que se nos caían y el pellejo del salchichón que tirábamos. Cerca de una hora duró nuestro descanso y almuerzo. El día abonanzó algo, aunque el sol no se descubría; cazamos algunas aves, que disecamos inmediatamente; herborizamos, perdiendo un tiempo, que pronto conocimos lo precioso que era. Acabamos de subir un primer y prolongado escalón, que nos condujo a una llanura larga y estrecha llamada la Encañada, por estar situada entre dos cordones de cerros, que se dirigen de N. a S., limitando entre sí un valle de 500 varas de ancho y una legua de largo, donde corre un hermoso riachuelo. Hacia la izquierda veíamos la eminencia de la cordillera que íbamos a doblar, es decir, la cuchilla del Guamaní.

»Penosa por demás era la marcha, siempre hacia arriba: con deplorable frecuencia teníamos que descansar   —96→   algunos minutos. Terminada la Encañada, otro escalón, mucho más pendiente, pero más corto, quizá de media legua, conduce al ápice del paso de la cordillera. Eran ya las cuatro y media de la tarde, nuestras fuerzas minoraban a medida que subíamos, los descansos eran por fuerza más repetidos, y renunciamos a concluir de día nuestra jornada: enviamos a uno de los criados, excelente caminador, a que alcanzase los indios y les dijese nos esperaran, y que si veían se cerraba la noche antes de nuestra reunión, vinieran a buscarnos: medida prudente, que nos evitó una noche fatal y quizás una catástrofe. Seguimos avanzando con pena: sólo diez o doce minutos podíamos andar sin tomar descanso: la lluvia, acompañada de nieve y viento, no nos abandonaba: el piso era de más en más resbaladizo. Al fin, sacando fuerzas de flaqueza, llegamos a la cumbre de la cordillera25 con los últimos albores del día y en medio de un temporal de viento, lluvia y nieve, que calculamos disminuiría a medida que bajásemos. La única vegetación se componía allí de pajonales, separados por surcos, en los que es muy fácil extraviarse: la noche empezó muy oscura, la lluvia y el viento disminuyeron. A la media hora de bajada oímos gritos distantes en otra dirección de la que seguíamos; juzgamos que eran dados por los indios para indicarnos el camino, y nos dirigimos hacia ellos. En efecto, allí los encontramos, y cayéndonos mil veces, llegamos a las nueve y media a un rancho sin techo, había establecido en el campamento;   —97→   encontramos fuego encendido, armamos una tienda de campaña, hicimos algo de comer y nos dormimos, a pesar de la lluvia, que con frecuencia nos mojaba».

«22 de febrero, miércoles. -Amanecía apenas, y aún llovía, cuando nos dispusimos a comenzar la corta jornada que íbamos a hacer hasta Papallacta. Los indios emprendieron la marcha después de haber tomado un poco de aguardiente que les dimos, siendo seguramente éste el mejor medio para impedir su fuga. La lluvia de la víspera, y la naturaleza del terreno, formaban una ciénaga continua, cruzada por numerosos arroyos de agua medio helada, que causaba agradable impresión en nuestros pies casi desnudos. A las nueve llegamos a una choza, llamada Cuznitambo, donde una india hacía quesos, demorándonos allí cerca de media hora. En breve vimos hacia la derecha el curioso lago de Papallacta, situado en el hundimiento del cráter de un volcán. El lago tiene la forma de un corazón de naipe francés, y se termina en su vértice por un lindo riachuelo; a primera vista parece haber en su base una isla cubierta de escorias volcánicas y materias carbonizadas; los bordes del lago, de siete a ocho varas de alto, forman anfiteatro, donde se ven Guisuares, cuyo aspecto secular anuncia haber sido muy remota la época del hundimiento del volcán. El lago parece tener 300 varas de largo y 200 de ancho: su aspecto es triste: los elevadísimos cerros que lo rodean le comunican un aspecto sombrío, aumentado hoy por lo nebuloso de la atmósfera. Las aguas de este lago se derraman en ríos tributarios del Napo y Amazonas, que van hasta el Atlántico, después de un curso de más de 2,000 leguas.

  —98→  

»Pasado el lago, una bajada muy rápida, de fangal incómodo y empalizadas resbalosas, nos condujo al pueblo de Papallacta, donde llegamos a la una del día. Vino a nuestro encuentro el gobernador indio, quien hablaba algo castellano: nos alojó en el Cabildo. Este monumento municipal se compone de un solo salón con poco menos yerba que fuera; sus paredes son de tablas no muy juntas, pues entre una y otra pasaba fácilmente una gallina: el techo de hojas de palmera, y ningún mueble por adorno. Una sola puerta sin cerradura ponía al Cabildo en comunicación con el lindo valle de Papallacta. Esta población, compuesta de doce o quince casuchas, está habitada por unas treinta familias de indios que se ocupan en hacer toscas artesas de madera y en conducir cargas, lo mismo hombres que mujeres. El valle de Papallacta, estrecho y muy pintoresco, está cruzado por el río del mismo nombre, que va a ser tributario del Coca

«23 de febrero, jueves. -Hoy hemos comenzado a andar por entre espesos bosques, situados en las faldas de la cordillera. Gracias a la menor altura sobre el mar, éstos son ya frondosos y de aspecto tropical. Hoy hemos probado ser excelentes gimnastas; hemos conocido que el hombre puede tener pies de cabra, agilidad de mono, equilibrio de pez y vista de pájaro.

»Algo tarde salimos de Papallacta, pues nuestros indios se habían emborrachado la víspera, y fue difícil hacerlos venir a recoger sus cargas. A las nueve emprendimos la marcha: poco después comenzó la serie de malos pasos con un desnivel de seis varas en el terreno; y para bajar del primero al segundo suelo, se hacía por   —99 →   una escalera formada por un tronco de seis pulgadas de diámetro, en el cual varios sacabocados reemplazaban los escalones. Era admirable ver a los indios, con tres arrobas en la espalda, conservar un equilibrio perfecto, y bajar con mucha más facilidad que nosotros, que íbamos solos, sin peso alguno; salvado este mal paso, se entra inmediatamente en el bosque. El llamado camino consiste en una borrada senda, de una tercia de ancho, limitada a cada lado por un espeso arbolado, entretejido por bejucos y matas, que lo hacían inaccesible; por arriba, y a variable distancia de nuestras cabezas, se reunían las cimas de las matas y bejucos, lo cual nos obligaba a agacharnos y pasar en cuclillas por debajo de esa bóveda, la cual, cuando no era muy tupida, la cortábamos con nuestros machetes, para facilitar el paso de las cargas. Esta disposición del bosque nos favorecía, privándonos de los ardores del sol y de la lluvia. El piso es imposible de describir con exactitud: una capa de barro blando y asqueroso, a veces bastante profunda para que nos enterrásemos hasta el muslo; innumerables raíces, que pasaban de un lado a otro, prestaban el mejor apoyo a nuestros pies. Para evitar caer en la ciénaga, se han puesto muchos maderos sin labrar, unos de tercia de diámetro, otros sólo de tres a cuatro pulgadas, todos cubiertos de musgo e inmensamente resbaladizos; así es que con frecuencia nos caíamos en el fango. A menudo encontrábamos en el camino árboles derribados, de más de vara de diámetro, que teníamos que subir y volver a bajar. Escaleras como la ya descrita antes se presentaban con una frecuencia deplorable,   —100→   siempre difíciles de bajar, y situadas a una altura que haría peligrosa la caída; añádase a esto, numerosas ortigas y espinas, que herían nuestras piernas desnudas, y lo quebrado del camino, que presentaba numerosas subidas y bajadas. Seguíamos la orilla del río Mazpa, que oíamos, pero no veíamos, a causa de la barrera de bosque que nos separaba de él. Al cuarto samai26, atravesamos el río Chalpi, por un puente formado por dos maderos, de una cuarta de diámetro, extendidos de una a otra ribera. A las cinco de la tarde concluimos nuestra jornada, en la orilla del río Mazpa. Con una rapidez extraordinaria, los indios nos hicieron una choza de hojas, compuesta sólo de un techo, que impedía nos mojáramos y poder hacer fuego para guisar, pues la lluvia no había cesado desde las dos de la tarde».

«24 de febrero, viernes. -La jornada de hoy ha sido corta; la hemos concluido a la una, y el acontecimiento más notable ha sido pasar el río Mazpa. Anoche dormimos con alguna zozobra, pues la lluvia no cesó en toda ella, y como estábamos acampados a tres varas del río, temíamos que una rápida avenida, tan comunes en estas regiones, inundase nuestra choza y nos hiciera pasar sustos o peligros. Afortunadamente, nada sucedió, y a las ocho de la mañana levantamos el campamento, subimos una pequeña cuesta, bajamos en seguida, y nos encontramos con un puente sobre el Mazpa. Este río tiene allí 12 varas de ancho: el puente, situado a 6 varas de la superficie   —101→   del agua, está formado en cada orilla por una rampa compuesta de tres maderos, unidos entre sí por lazos de bejucos. Uno de los extremos de la rampa está enterrado; el otro, suspendido sobre el río. A estos últimos están atadas con bejucos tres vigas horizontales, de ocho pulgadas de diámetro, que forman el puente: estos tres palos son redondos, más altos unos que otros, separados por intervalos de tres a cuatro pulgadas, flexibles, cubiertos de musgo y sumamente resbaladizos. Malo o pésimo, peligroso o no, había que pasarlo, y lo hicimos sin deplorar el menor accidente. Estando en su parte media, contemplamos la blanca espuma y erizada superficie del río, que corría como un torrente por entre colosales piedras y bosques de lozana vegetación. Nuestros pobres indios se persignaban al comenzar el paso del puente; a la vez sólo pasaba uno, fijando siempre el bastón antes de mover el pie, y con la mirada fija en el leño sobre que pisaba: los perros pasaron bien, y tuvimos la precaución de ponerles una larga cuerda al cuello, para poderlos salvar si caían en el torrente. Este puente que acabamos de describir, es arrebatado con frecuencia por las avenidas, y cuando así sucede, tiene el viajero que demorarse en su orilla hasta que los indios formen otro. Sobre el río Mazpa fundó, con el título de villa, Gil Ramírez Dávalos, una población en 1558, en 25º latitud S. y 37º longitud E. de Quito. Esta población ha desaparecido tan completamente, que se ignora el lugar donde existió.

»Pasado el río Mazpa, comenzamos a subir una   —102→   cuesta muy pendiente, que nos fatigó bastante, pero tenía la ventaja que no nos caíamos, pues si frecuente es el hacerlo cuando se baja, no lo es así en las subidas. Continuamos nuestra marcha hasta la una, que llegamos al llamado tambo de Güila, habitado por un indio de Papallacta, quien seguramente encontró demasiado populosa su ciudad natal. Llovía mucho, estábamos algo fatigados, en el tambo había fuego y techo, los indios nos propusieron quedarnos allí, a lo cual accedimos con gusto. Al mismo tambo llegaron poco después varios indios caminantes, que venían de Loreto

«25 de febrero, sábado. -Hemos madrugado bastante, a las seis ya estábamos en marcha. Pronto llegamos al lugar llamado Quijos-Punta, desde donde comienza la inmensa bajada que conduce al río Quijos. ¡Qué cuesta! Aún la recordamos con horror; imposible figurarse la existencia de semejante cosa, y nos parece mentira hayamos podido bajarla: tiene más de una legua de extensión, un piso sumamente inclinado, formando ángulo de 50º con el horizonte, ninguna piedra donde poder afianzar el pie, y unos escalones de barro, donde, en vez de procurar no caer, se debe estudiar de qué modo se caerá con menos daño. Sus bordes son poco tranquilizadores; el derecho, formado por el bosque, no ofrece ningún peligro, pero el izquierdo se continúa sin ninguna barrera, con una profundísima quebrada de centenares de metros de profundidad. Otras veces falta el camino, y para evitar la muerte, cayendo en la quebrada, hay que agarrarse y casi suspenderse en los árboles   —103→   del borde derecho, y ¡cuántas, veces, creyendo asir una rama resistente o tronco seco, encontrábamos que la primera se quebraba, y el segundo, ya podrido, se desmenuzaba al afianzar la mano sobre él! Nos caímos quince o veinte veces, y aun los indios, a pesar de su maestría, cayeron también: es verdad que a lo malo de la cuesta, se añadía el estar lloviendo, lo cual hacía que la resbalada fuese más inevitable.

»Más de tres horas empleamos en bajar esta cuesta, y al finalizarla, nos encontramos al hermoso río Quijos, que debíamos atravesar por un puente análogo al del Mazpa, con la diferencia de ser tres veces más largo y más elevado sobre el río. El del Quijos tiene cinco maderos en vez de tres, y no van de un extremo de la rampa al otro, sino que se reúnen en el centro del puente, atándose allí con los que encuentran procedentes de la orilla opuesta. Este mecanismo, que aumenta el peligro del paso, es necesario, por ser mucha la anchura del río, y no encontrarse maderos bastante largos para alcanzar de la una a la otra orilla. Lo pasamos como el anterior, y al llegar a la ribera opuesta, fuimos asaltados por millones de hormigas bravas, que se apoderaron instantáneamente de nuestras rollizas y desnudas pantorrillas. Esta fatal circunstancia nos impidió almorzar allí, como habíamos pensado.

»El río de Quijos da su nombre a un cantón de la provincia de Oriente; es bastante caudaloso, pero las inmensas piedras que están sembradas en su lecho, y la impetuosidad de su corriente, impide sea navegable hasta por canoas. Este río recibe al Mazpa, y va a engrosar el Coca. Hubo también una ciudad de Quijos,   —104→   fundada en 1552 por Egidio Ramírez Dávalos, gobernador de los países de la Canela en tiempo del segundo virrey del Perú, D. Antonio de Mendoza. Don Gil, hermano de D. Egidio, destruyó esta ciudad, a causa de lo enfermizo de su clima.

»A media legua del puente ya pasado, llegamos al río Toldo-Quijos, el cual atravesamos de una manera original. El río tiene ocho varas de ancho, la orilla oriental es más alta que la occidental; primero en tramos en el agua, muy fría, que nos llegaba hasta la cintura: andamos así como tres varas, luego subimos a una piedra, cubierta de una tercia de agua, se adelanta sobre ella una vara, y de esta piedra se alcanza la providencial rama de un árbol que se inclina sobre ella; se sube por la rama hasta llegar al tronco, en el cual están figurados ocho escalones, que conducen a la otra orilla. Seguramente es necesario ser buen gimnasta para andar por estos bosques. Los indios tuvieron que ayudarse unos a otros para pasar el río, y tardaron bastante tiempo, aprovechándolo nosotros para almorzar, abrigados de la lluvia por algunos árboles. Subimos enseguida algunas cuestas de piso trabajoso, y llegamos a la llanura llamada Pachacmama, donde el barro era tan profundo, que a cada pisada nos enterrábamos hasta la rodilla. Innumerables arroyos, pequeños troncos y multitud de zuros, o cañas bravas, hacían más difícil el camino, hiriéndonos pies y piernas. A las cuatro concluimos nuestra jornada en la orilla de un arroyo llamado Chonta-Cruz. Los indios nos hicieron el tambo, debajo del cual pudimos guisar y dormir».

«26 de febrero, domingo de Carnaval. -Seguramente ninguna máscara se presentará en cualesquier parte con un traje tan extravagante como el nuestro. Únase a la descripción de él hecha, ocho días de uso, mucho barro; el sombrero, de color desconocido, abriga en su ala algunos rasguños; las alpargatas rotas, los pies y piernas despedazados, así como el diminuto pantalón y la camisa. Nosotros, que nunca nos hemos vestido de máscara, lo hemos hecho, sin pensar, en estas australes latitudes. ¡Cuántas fiestas y regocijos habrá hoy en las tres cuartas partes del mundo, y cuán pocas personas pensarán que en medio de estos bosques salvajes hay hombres que en aras de la ciencia sacrifican sus mejores años, sus más caras afecciones, y exponen sus vidas cien veces cada día!

»A las siete salimos de nuestra vegetal mansión de Chonta-Cruz, y continuamos, como el día anterior, arrastrándonos sobre el fango, hiriéndonos con los suros, resbalando sobre los palos del camino, atravesando fríos riachuelos y recogiendo plantas para coleccionar. El camino continuaba peor, si posible es. Pronto encontramos a los indios que habían llevado a Espada a Baeza, y que regresaban a Tumbaco: uno de ellos se había roto los huesos del antebrazo, de resultas de una caída. Pronto llegamos al Guagra-yacu, río situado a 1 legua de Baeza, que se pasa generalmente por un vado. Desgraciadamente aquel estaba crecido, y éste había desaparecido; si hubiésemos entrado en el río, hubiéramos sido arrebatados por la corriente y estrellados contra las piedras. Estuvimos deliberando, y uno de los indios reconoció que a 100 varas   —106→   de donde estábamos, un árbol caído podía servir de puente. Nos acercamos en efecto al árbol, con un hacha tallamos algunos escalones, y con más susto que en los otros puentes, pasamos sin desgracia este último, empleando en ello cerca de dos horas. Subimos enseguida una terrible e infernal cuesta, y llegamos a Baeza a las cinco de la tarde, encontrando allí al Sr. Espada, que había llegado la víspera.»



Con el título de ciudad fundó a Baeza, en 1558, Gil Ramírez Dávalos. Luego fue de tal modo arruinada, que hoy se ignora el lugar preciso de su situación, que parece haber sido sobre la orilla del próximo río. Actualmente, una familia india, procedente de Tumbaco, ha construido dos chozas, que constituyen la única población. No cabíamos en ellas, por estar ocupadas con nuestras cargas, e hicimos construir rápidamente una habitación para alojarnos.

Nuestra estancia de más de un mes en Baeza fue sumamente provechosa para el número y la calidad de nuestras colecciones. Situado este lugar a 7,000 pies sobre el nivel del mar, en la bajada oriental de los Andes, no solamente tiene un clima medio, sino que su fauna difiere de la que vive en las cordilleras y la que ocupa las ardientes playas, de los grandes tributarios del Amazonas. La vegetación es también particular a esta región. Bien es verdad que la adquisición de los objetos de historia natural era sumamente difícil, a causa de lo escabroso del suelo y de la abundancia de las lluvias; pero si la adquisición era difícil, la conservación   —107→   lo era más aún, pues la grande humedad que había nos obligaba a inventar medios artificiales para secar nuestras plantas y aves disecadas. Nosotros mismos teníamos que emplear mil ingeniosos recursos, a menudo sin éxito, para impedir se mojaran nuestras pequeñas camas. Los víveres que habíamos traído de Quito disminuían rápidamente, y tuvimos que acortar nuestras raciones.

Hacia el 20 de marzo comenzaron a llegar indios del Napo, enviados a buscar nuestras cargas por el gobernador de la provincia de Oriente. Era curioso verlos llegar, todos ellos corpulentos, fuertes y de esbeltas formas: su vestido consistía en un calzoncillo de una tercia de largo, muy ceñido al cuerpo, de tela de algodón, teñida de morado; el mayor número no traía otro vestido, y algunos se cubrían parte de la espalda y del pecho con un pequeño poncho, llamado cuschma, formado solamente por una vara de lienzo, abierta en el centro, para poder pasarla cabeza. Todos venían con largos bastones de cinco varas, que llamaban taunas, y las caras y brazos pintados con rayas rojas y negras. Cuando llovía al llegar ellos, traían la cabeza cubierta con unas hojas inmensas, atadas sobre la frente, para resguardarse de la lluvia; venían inmediatamente a saludarnos, apuntábamos sus nombres y apodos27, y les entregábamos las cargas que debían conducir hasta Archidona. Algunos regresaban inmediatamente, otros descansaban hasta el siguiente día, y en las horas que pasaban con nosotros examinaban   —108→   con mucha curiosidad nuestros objetos, inclusas nuestras barbas, haciendo infinitas preguntas, que no podíamos comprender, por ser en lengua quichua. La provisión de su viaje la traían hecha desde sus tambos de Archidona, y consistía en plátanos verdes asados, ya mohosos, y de chicha de chonta-ruro28. Por cama ponían dos o tres hojas en el suelo, y dormían sobre ellas. Sucesivamente todas nuestras cargas salieron para Archidona, y nosotros decidimos continuar también hacia ese punto. Lo mismo que en Quito, sucedió que no pudimos ir juntos a causa del corto número de indios que venían a la vez. Los Sres. Isern y Almagro fueron los primeros en salir de Baeza, haciéndolo el día 30 de marzo por la mañana.

El camino que íbamos a emprender era mucho más largo y peor que el de Quito a Baeza; teníamos que atravesar grandes ríos, en cuya anchura es imposible poner puentes, y que con frecuencia crecen de tal modo que aumentan en 20 ó 30 varas su profundidad. Estas crecientes son más o menos duraderas, y sucede a veces que el viajero que espera en sus orillas poder pasar, consume sus víveres y tiene que retroceder al lugar de donde ha salido. Sucede también que no puede   —109→   efectuar esto por hallarse entre dos ríos crecidos, y también sucede con frecuencia que es abandonado por los indios, y queda expuesto a una muerte segura. Todas esas consideraciones nos hacían emprender con alguna zozobra esta segunda parte del viaje.

El día 31 anduvimos hasta las cinco de la tarde, llegando al caudaloso río Bermejo, que pasamos por un vado, donde el agua nos llegaba hasta el pecho; la corriente era fuertísima, y gracias al apoyo que hacíamos en nuestros bastones, no fuimos arrastrados por ella. Pagado el río, nos hicieron los indios un lindo tambo, donde dormimos perfectamente. Toda la noche llovió, y pudimos ver a la mañana siguiente lo crecido del río y lo bien que habíamos hecho en pasarlo la víspera. Los indios también nos traían leña de un árbol llamado nina-caspi, que aunque mojada, arde perfectamente: cualidad preciosa, sin la cual sería imposible hacer fuego, pues todo está constantemente húmedo y mojado.

El 1.º de abril anduvimos todo el día por medio de los bosques, hasta las cuatro de la tarde, que llegamos al río Tachna-yacu, que por estar crecido no pudimos pasar. Dormimos cerca de su orilla, y al siguiente día 2 vimos con placer, al despertarnos, que la creciente había bajado y se podía vadear. Así lo hicimos con gran trabajo, agarrándonos al cinturón de los indios, para no ser arrastrados por la corriente. Los indios, habituados desde niños al paso de los ríos, son sumamente más fuertes que cualquier blanco. Este día 2 debíamos vadear el mayor de los ríos del camino: el caudaloso Cozanga, que va a reunirse con   —110→   el Quijos y formar el río de la Coca. Desde por la mañana lo veníamos orillando por entre matorrales de cañas bravas, o suros, que herían nuestros pies, sobre todo en el lugar llamado Chini-playa, donde el suro es tan espeso, que hay que cortarlo para poder pasar. Según su costumbre, los indios se habían adelantado, y cuando llegamos al vado del río, no encontramos a nadie e ignorábamos la manera de hallar su sitio. Poco tiempo duró esta zozobra, pues en breve vimos en la orilla opuesta, distante 150 varas, a los indios, que enteramente desnudos venían a nuestro encuentro. Los aguardamos, y ayudados por ellos, atravesamos el ancho vado, de piso sumamente resbaloso, que nos condujo a la otra orilla. Con el paso de este río cesaron nuestras inquietudes, pues los otros que debíamos pasar antes de llegar a Archidona, no siendo tan caudalosos, permitían poner puentes en el caso de que estuviesen crecidos. Concluimos la jornada después de pasado el Cozanga. Al siguiente día emprendimos muy de mañana la jornada, subimos la larga cuesta del Guacamayo, y bajamos la pendiente opuesta hasta el río Urcu-siqui, que encontramos muy crecido y nos impedía el paso. Dormimos allí, y al siguiente día 4 continuaba crecido. Con suma destreza y habilidad construyeron los indios un puente de tres palos, sobre el cual pasamos perfectamente: concluimos la jornada a orillas del río Hondache, que también encontramos crecido. El 5 construimos un ligero puente sobre este río, y llegamos hasta el río Panga, que pasamos por un vado, y el 6, a las tres de la tarde, llegamos a Archidona, siendo   —111→   recibidos por los indios del pueblo, que todos pintados, y tocando tambores, venían a abrazarnos, queriéndonos por fuerza llevar en brazos. El jefe blanco de la provincia de Oriente nos hospedó en su casa, llamada cabildo y tratándonos perfectamente.

Archidona fue fundada en 1560, por el ya citado Egidio Ramírez Dávalos, cerca del bello río Misagualli, caudaloso tributario del Napo.

Ya estábamos en la provincia de Oriente, y en beneficio de nuestros lectores copiaremos algunos párrafos de la Geografía del Ecuador, escrita por nuestro excelente amigo, el quiteño Dr. Villavicencio, que ha residido como gobernador once años en dicha provincia.

«Esta provincia, tan poco conocida por los ecuatorianos y rara vez visitada en su tránsito por algún célebre viajero, llamará particularmente mi atención. Aislada, en cierto modo, del resto de las poblaciones del Ecuador, rara vez recorrida en parte por unos pocos comerciantes, a quienes la codicia lleva a aquellos solitarios e impenetrables bosques, que en estos últimos tiempos han servido de presidio a los reos políticos, permanece desconocida, y apenas se tiene de estos ricos países ideas muy imperfectas.

Se llama provincia de Oriente la gran extensión de suelo ecuatoriano encerrado entre el descenso de los Andes al O., el Marañón al E., el Chinchipe al S., y con la nueva Granada al N., sirviéndole de límite el   —112→   río Putumayo; su área se calcula en 12,800 leguas cuadradas, divididas en tres cantones: Quijos al N., Canelos en el centro, y Macas al S.

»Entre Quijos y Canelos hay comunicación, aunque por veredas, en que más parece que el caminante sigue el rastro de algún animal montaraz, que no un camino hollado por el pie del hombre; los indios de estos soledades tienen un instinto tan especial para dirigirse de un punto a otro, que causa sorpresa y admiración. Entre el espeso follaje de esos gigantescos árboles, pocas veces se alcanza a ver los rayos del sol, rara vez se descubren los picachos de las cordilleras o la cima de una colina que pueda servir de norte, y sin embargo, el hombre de los bosques nunca pierde la ruta, ni deja de llegar al punto que se propone.

»La cordillera de los Andes forma la elevada barrera de la provincia Oriental por el O.; su descenso es rápido y profundo; está cubierto de arbustos y chaparros impenetrables, los cuales van convirtiéndose en una vegetación más gigantesca a proporción que desciende. Aquí y allí se ven pendientes descarnadas de piedra viva, donde las plantas no han podido arraigarse, o cavidades causadas por los derrumbes, que precariamente presentan precipicios desnudos de toda vegetación, pero que en poco tiempo vuelven a cubrirse de arbustos y malezas. Por el descenso de esta cordillera se precipitan los torrentes, más o menos caudalosos, que manan desde la cima, y forman   —113→   quebradas profundas en un lecho de pedrones monstruosos; en estas mismas quebradas se ven cascadas elevadísimas, cuyos contornos son inaccesibles para el hombre. El descenso oriental, pues, presenta el aspecto de un mundo que se ha desplomado, dejando un hacinamiento de picachos elevados, crestas, precipicios y grietas profundas, todo cubierto de un verdor eterno, bajo un clima húmedo, que mide gradualmente todas las temperaturas, desde la glacial, que se siente en la cima, hasta el calor agradable, que se goza en sus faldas.

»Los planos de este país son tan húmedos como la cordillera, y se puede asegurar que la época de las lluvias dura todo el año; no obstante, desde noviembre hasta abril el cielo está mas despejado y las lluvias son menos frecuentes. Durante estos meses se entra menos difícilmente en los bosques orientales, ya por la causa que acabamos de decir, ya porque los ríos caudalosos que cortan el camino están menos crecidos y es más fácil vadearlos.

»También en estas llanuras se desencadenan algunas veces los vientos que vienen desde el Amazonas, con tanta furia como en el mar de las Antillas, y que arrancan de raíz los árboles más robustos, dejando tras de sí una ancha calle, que marca su dirección. En cuanto al clima, va subiendo su temperatura gradualmente desde el pie de la cordillera hasta las orillas del Amazonas, donde se siente el maximum del calor. De este fenómeno resulta otro no menos importante,   —114→   y es, que los mismos frutos maduran sucesivamente, viniendo primero a sazón los que están cerca del Amazonas, y por grados van madurando, tanto más tarde, cuanto más dista el país de las orillas del gran río. Esto produce, no sólo la vida nómada de los animales, sino aun la de los salvajes; aquéllos van sucesivamente recorriendo el país a proporción que maduran los frutos, y los salvajes siguen la misma marcha, para proporcionarse éstos y cazar aquellos. Este país es sin duda la patria de los animales raros; las aves más bellas ostentan plumajes variados, de vivísimos colores, que interrumpen con sus cantos el profundo silencio de estas soledades; los monos se distinguen por especies numerosas, y aunque no hay allí elefantes, leones ni tigres asiáticos, hay panteras, tigres negros, tigrillos, osos y onzas, que son las fieras más temibles, sobre todo la pantera llamada tigre es la más temible, y hace destrozos en algunas poblaciones. La danta o tapir, llamada huagra por los indios, es el animal más corpulento de estos bosques, su talla llega a ser la de un burro, pero lejos de ser temible, su encuentro es buscado con codicia por los cazadores, así como las manadas de jabalíes y puercos bravos, que proporcionan riquísimo alimento. En cuanto a la vegetación, podemos asegurar que es más robusta que la de los gigantescos árboles del Congo, y más lozana que la de las palmeras de la India. Los reptiles son muy variados, el mayor número de ellos venenosos, y algunos de colosales dimensiones, como el magnate boa constrictor.

» Hemos dicho que desde la falda de la cordillera la   —115→   vegetación es corpulenta y que los ríos corren con mucha rapidez en un lecho de piedras, falta sólo añadir que en ellos viven los indios catequizados, que se llaman cristianos, y que asimismo éste es el límite del terreno que contiene lavaderos del oro. Desde aquí, esto es, 35 leguas lejos de la cordillera, hasta el Marañón, la vegetación es más gigantesca, el lecho de los ríos y playas es de arena, los lavaderos de oro desaparecen, el curso de los ríos es más manso, las tortugas depositan en sus playas grandes cantidades de huevos, y la pesca y cacería son más abundantes. De este límite para abajo es donde con más frecuencia vagan los salvajes del Oriente.

»Los indios catequizados, o cristianos, ocupan el país contenido entre la orilla N. del Napo hasta el río Coca; los del Cantón de Canelos ocupan el país contenido entre los ríos Pastasa y Curaray, hasta 20 leguas más abajo del descenso de la cordillera; los Macabeos viven a orillas del río Upano, a 10 leguas del mismo descenso. El resto de este inmenso país está habitado, por los salvajes conocidos con la denominación de infieles. Los indios llamados cristianos son tan poco adictos a la vida social, que siempre viven en tambos fuera del pueblo donde se alojan dos o tres familias juntas. En estos tambos tienen sus plantaciones de yuca y plátano. A veces hay indios que viven ocultos 10 y 20 años y aun toda la vida, sin salir a los pueblos.

»Los llamados pueblos de esta provincia son un conjunto de 20 ó 30 chozas, donde rara vez van los indios; en cada uno de ellos hay dos casas mejor construidas que las otras: una llamada cabildo, destinada al gobernador   —116→   blanco, y otra llamada convento para el cura. Cuando uno de estos dos personajes llega al pueblo, convoca a los indios, y entonces se logra que salgan de sus tambos y vengan a las chozas del pueblo, que se llenan de hombres y mujeres, los cuales sólo permanecen en ellos mientras duran las fiestas y borracheras. Esta época es por lo regular la de los casamientos y bautizos; en ella fabrican los indios gran cantidad de aguardiente de plátano y chicha de yuca, con la cual se emborrachan constantemente.

»La lengua general de estos indios es el quichua, que lo hablan con bastante pureza. Sus danzas consisten en evoluciones circulares, en las cuales uno de los que tocan pito forma la cabeza, y le siguen como en sarta los danzarines con sus tamboriles, describiendo circunferencias y contramarchando en el mismo sentido, después de haber dado muchas vueltas. Las mujeres, al bailar, no levantan la cabeza, y van dando unos pasos con los pies unidos, tan cortos, que parece no los mueven.

»Aunque se llaman cristianos, no tienen la menor idea del cristianismo, y apenas conciben un Ser Supremo. Son sumamente supersticiosos y creen en la trasmigración de las almas, figurándose que las de los que han sido buenos pasan a animar bellas aves, mientras que la de los malos se convierten en inmundos y sucios reptiles.

»Ya hemos dicho cómo se visten los hombres; el traje de las mujeres consiste en un pequeño saco con tirantes, que viene desde el pecho a la rodilla, y encima de éste una sábana de lienzo, larga como el   —117→   cuerpo, que recogen a la cintura con una faja, y la parte alta la prenden sobre los hombros, sacando los brazos desnudos.

»La mujer es entre ellos la destinada a criar los hijos, a cuidar las labores del campo y a todas las atenciones domésticas. El indio pasa muchas veces días enteros en un estado completo de indolencia, o cuando más, se ocupa de sol a sol en andar por entre los bosques, buscando cacería. Sin embargo, en sus viajes a pie llevando cargas, o en el río cuando sirven de bogas, es admirable su fortaleza y la alegría con que sufren todas las privaciones.

»El modo con que se hace el comercio en estos pueblos es sumamente escandaloso. El gobernador y el cura reúnen en un día a todos los indios que pueden trabajar, hombres o mujeres; da a cada uno, quiera o no, de grado o por fuerza, algunas varas de lienzo, un machete o cuchillo, y se le despide, para que dentro de cuatro o cinco semanas traiga cada cual el oro o cierto número de libras de pita, precio en que se concertaron los efectos repartidos; se marchan entonces a sus tambos, y en los últimos días de la licencia reúnen la cantidad que deben pagar29. Poco más o menos, estas son las costumbres de los indios llamados   —118→   cristianos; digamos ahora algunas palabras sobre los salvajes, comúnmente llamados infieles, mucho más numerosos que los cristianos, y que viven en los caudalosos afluentes del Napo y Marañón.

»Las familias más numerosas son los Záparos, que ocupan la parte, comprendida desde la orilla meridional del Napo y las orillas del Pastasa y Bobonasa; los Jíbaros, que viven desde la orilla S. del Pastasa hasta el río Santiago. Además de estas dos grandes familias, hay las de los Anguteros, Encabellados, Orejones, Avigiras, Oritus, Cotos, etc.

»Los Záparos hablan un idioma especial y muy gutural; son trabajadores, y tienen plantaciones de yuca, plátano y maíz; fabrican hermosas casas de madera, techadas con palma, y duermen en hamacas primorosamente tejidas por ellos mismos, con el hilo sacado de la hoja de la palma llamada chambira, con la que también hacen cómodas bolsitas, que tiñen de diversos colores. Los hombres se visten solamente con una camisa larga, sin mangas, hecha de la corteza de un árbol llamado chanchama, que lavada, seca y pintada, es de agradable aspecto. Las mujeres se ponen solamente un cinturón, de una tercia de ancho, fabricado con hilo de chambira, que cubre sólo la parte inferior del cuerpo, dejando todo el resto completamente desnudo. Cada hombre tiene todas las mujeres que consigue, y no existen celos entre ellas. Se desprenden fácilmente de sus hijos, que cambian por hachas o lienzos.

»Los Záparos son excelentes cazadores, hábiles en   —119→   manejar la lanza y la bodoquera o pucuna30, muy joviales, hospitalarios e inofensivos. Con frecuencia toman la infusión de un bejuco llamado yaguasca, que produce delirio y excitación nerviosa, semejante a la que causa el hachisch de los mahometanos.

» Los Jíbaros tienen también un idioma especial; son valientes, belicosos, y batallan constantemente por robarse las mujeres. Son muy industriosos, y fabrican telas de algodón, que pintadas, les sirven de vestidos, andan constantemente con lanza y rodela, y no quieren tener amistad con los blancos».



Dadas ya estas indicaciones, parte de nuestra cosecha y parte de la del Dr. Villavicencio, continuemos la relación de nuestro viaje.

Nos reunimos todos en Archidona, y permanecimos allí cerca de un mes, viviendo en el Cabildo, donde recibíamos plátanos y yuca, que por hilo, agujas y abalorios los cambiaban los indios; también alguna que otra gallina o huevos nos vendían del mismo modo. Llegadas ya todas nuestras cargas, las enviamos al pueblo de Napo, distante dos días de camino, pagando a cada indio carguero una vara de lienzo. Nosotros mismos nos trasladamos a ese pueblo, pasando por la villa de Tena, situada a orillas del río del mismo nombre; en Napo fletamos canoas, que pagamos con lienzo, hasta el Aguano31.

  —120→  

Las canoas del río Napo son hechas con un tronco ahuecado. En hacer una de ellas emplea un indio tres o cuatro meses; las hay tan grandes, que pueden conducir 300 arrobas de peso; son guiadas por un indio, sentado en la popa, el cual, con un ancho remo, le da la dirección necesaria. Otros indios, en número variable, sentados en los bordes de la proa, bogan con cortos y anchos remos, llamados cahuinas. El popero tiene que ser fuerte y hábil, pues de él depende la buena dirección de la canoa, sin la cual ésta se estrellaría contra los pedrones que sobresalen al agua, o se sumergiría en las fuertes correntadas del río.

Desde el Aguano, pueblecito de 30 familias indias, empezamos a hacer los numerosos preparativos para nuestro viaje al Marañón. Habíamos resuelto construir dos balsas, capaces de contener parte de nuestras cargas, y donde pudiéramos alojarnos con alguna comodidad. Se tenía también que nombrar los indios, en número de 30, que nos debían acompañar. Éstos tenían que preparar sus chichas y demás efectos para su viaje; todo esto requería tiempo, el cual aprovechamos ventajosamente en aumentar nuestras colecciones.

A fines de mayo nos separamos, para emprender diferentes excursiones. Los Sres. Espada e Isern fueron desde el Aguano a Santa Rosa, por el río, y de allí, a pie y por tierra, fueron a los pueblos de Concepción, Loreto, Ávila y San José, pasando caminos como los ya mencionados, atravesando ríos por peligrosos vados o resbaladizos puentes: unos días comiendo plátanos y yuca, otros sin comer nada, siempre mojándose   —121→   y expuestos a todas las contingencias de tan incómodos viajes. Visitaron, quizá los primeros, el cerro llamado Zumaco, sin razón creído volcán; hicieron amplia cosecha de colecciones y animales vivos, y llegaron a principios de julio al pueblo llamado la Coca, lugar de nuestra reunión, donde ya estaba Martínez. Éste no había abandonado el río Napo, donde se ocupaba con éxito en formar colecciones de peces, insectos y moluscos. También se ocupó en dirigir la construcción de las balsas y en arreglar todo lo necesario a la expedición; visitó la zaparía del río Humuyaco, distante poco trecho de Santa Rosa, y salvó milagrosamente su vida de la caída de un corpulento árbol sobre la canoa en que iba, la que quedó completamente destrozada. Afortunadamente esto pasó muy cerca de la orilla, por la circunstancia de navegar contra la corriente del río32. El Sr. Almagro se dirigió hacia el S., con dirección a Canelos, así llamado por haber en sus bosques árboles de este nombre. Allí era donde quiso dirigirse Gonzalo Pizarro en 1540, no pudiendo llegar por la mala dirección que tomó.

Para ir allí, tomó el Sr. Almagro seis indios del Aguano, que condujeran sus cargas, atravesó el río Napo y el Arajuno, siguiendo a pie y por tierra hasta el pueblecito llamado Curaray, distante tres días del Aguano, encontró aquel sin gente, y sólo pudo hablar   —122→   con el Curaga33. Continuó su viaje por tierra. A los dos días de salir de Curaray, llegó al tambo del curaga de los indios canelos, llamado Domingo. Este tambo, alto, bien techado y sin paredes, era una de las residencias de nuestro buen amigo Domingo, quien nos obsequió a su manera, dándonos chicha y vendiéndonos dos gallinas34. Con el curaga Domingo vivía su mujer y nueve hijas: aquella y éstas estaban desnudas de medio cuerpo arriba, sin que eso les causara el menor rubor; sus gargantas solamente sostenían collares de abalorios y dientes de monos. Cuando llegó la hora de comer, nos reunimos los hombres a un lado, y las mujeres al otro: éstas nos traían, en un solo plato de barro, las presas de puerco bravo, que constituían la comida; colocaban este plato en el suelo, y cada uno de los indios y nosotros tomábamos con la mano el pedazo que queríamos, lo untábamos con una piedra de sal y salsa de ají, antes de comerlo. Algunos indios no lo untaban de sal, y antes de introducir el bocado en la boca, se frotaban la lengua con la misma piedra, que servía para todos. Las mujeres, poco más o menos, hacían lo mismo, en un lugar retirado del tambo, levantándose a menudo para servirnos.

Dos días se quedó el Sr. Almagro en casa de Domingo, y acompañado por éste, que no abandonaba nunca su lanza, llegó en un día de camino a la ranchería   —123→   llamada Lliquino, situada a orillas del río del mismo nombre, rico en arenas de oro. En Lliquino no hay sino tres casas de indios záparos; se alojó en la de mejor aspecto, sin contar con la voluntad de su dueño, pues sabía de antemano, por ser costumbre del país, que sería bien recibido. Tres días permaneció allí, y continuó para el pueblo llamado Sara-yacu35. Llegó a este pueblo tres días después y permaneció cinco en él. Sara-yacu está situado en la orilla N. del caudaloso río Bobonaza, tributario del Pastasa que desemboca en el Marañón. Esta población tiene veinte o veinte y cinco casas, todas sin paredes, donde viven cerca de 150 indios de origen jíbaro, muy joviales y sumamente preguntones. Todo el día tenía el expedicionario indios en su casa, que registraban todo el equipaje, sin robar nada, y que le preguntaban «cómo se llamaba, a dónde iba, de dónde venía, de qué tierra era»; repitiendo las respuestas a todos sus compañeros. Los indios de Sara-yacu hacen bonitos adornos de pluma y élitros de coleópteros, que se ponen para festejar sus continuos bailes y borracheras.

Desde Sara-yacu debía ir el Sr. Almagro a Canelos, subiendo durante cuatro días el río Bobonasa. Para ello fletó por seis varas de lienzo una canoa, y con los mismos indios que había sacado de Aguano surcó ese pintoresco río hasta el pueblo de Canelos, deteniéndose cada día en los numerosos tambos situados en ambas orillas del río.

Al llegar a Canelos le sucedió un chasco muy desagradable.   —124→   Los indios aguanos, que consideraba como amigos, al ver que no había ningún habitante en el pueblo, echaron a correr, abandonando las cargas y dejando al expedicionario solo en aquel desierto. Afortunadamente venía con él un mestizo, sirviéndole de criado y práctico en aquellos caminos. Pero era imposible abandonar las cargas, y resolvió enviar al criado al Aguano, distante cinco días, con instrucciones para que mandaran otros indios. Catorce días permaneció en aquel desierto, alojado en un abandonado convento, formado de tablas, que quemó en gran cantidad, para tener fuego donde asar los riquísimos plátanos que él mismo iba a buscar al monte. También cazaba alguna que otra ave, que contribuía a variar su alimento. A los trece días vio con placer llegar los otros indios, en cuya compañía regresó al Curaray por entre bosques y ríos. Había algunos indios en el Curaray, y con ese motivo se demoró dos días, que aprovechó en hacer una embarbascada36, acompañado de 51 indios.

  —125→  

Salió del Curaray el 24 de junio, y llegó al Aguano el 26 al mediodía.

Allí dispuso rápidamente su viaje a la Coca, reunió los 10 indios de ese pueblo que debían venir con nosotros a Marañón, y les indicó que cesaran sus borracheras y arreglaran sus cosas para partir tres días después37. En efecto, el día fijado salieron los indios aguanos, tripulando tres grandes canoas, que debían aguardar al expedicionario en Santa Rosa, situada ésta sobre el mismo río Napo, a cinco horas del Aguano. Presenció la tierna despedida que hacían los indios a sus mujeres y familias, besándose mutuamente las manos. Embarcados ya, prorrumpieron en salvajes gritos, que anunciaban su salida.

Al siguiente día, a las ocho de la mañana, hizo el Sr. Almagro disponer su pequeña canoa, en la cual debía ir acompañado de dos indios, su criado y perros; esa canoa   —126→   era más pequeña que la que actualmente figura en la Exposición. A la poca carga, que consistía en efectos particulares, unieron los indios cuatro achangos de chicha. Con este peso salimos del Aguano, bajo un aguacero; pronto la canoa llegó al medio del río, y siguió su curso hasta un lugar llamado Rodríguez-Punta, donde existe una correntada rápida y bulliciosa. La canoa empezó a embarcar agua, que a pesar de nuestros esfuerzos, no pudimos ni minorar, ni conducir a la orilla; la canoa se hundió, y cada cual salió nadando por su lado38. El río tenía allí 300 varas de ancho, y la corriente impedía ganar a nado la orilla, aunque si hubiéramos conseguido esto, habría sido infructuoso, pues la corriente se estrellaba furiosamente sobre unas peñas, de donde volvía rápidamente al centro del río. Afortunadamente no perdió el náufrago la serenidad, y observó lo que hacían los indios: reparó que éstos no procuraban ganar la orilla, y sólo trataban de sostenerse contra la corriente, esperando un bulto negro que flotaba por el río, y que conoció era la canoa. En efecto, al sumergirse ésta, botó la carga, y aligerada ya, rebalsó, y venía impulsada por la corriente, flotando entre dos aguas. Sacando fuerzas de flaqueza, conseguimos agarrarnos a ella cuando, ya exánimes, íbamos a sucumbir. No podíamos entrar en la canoa, por hallarse ésta llena de agua; procuramos poner el fondo hacia arriba y nos pusimos sobre él. No teníamos remos para dirigir la embarcación, que seguía a merced de la corriente. Una hora después   —127→   de esta penosa situación, uno de los indios percibió un árbol que flotaba en el río, lo alcanzó nadando, y cortó una fuerte rama, que nos sirvió de remo, con el cual dirigimos la canoa hacia la orilla. En ésta achicamos el agua, y dentro ya de la canoa, continuamos la navegación hasta Santa Rosa, donde llegamos a las tres de la tarde39. Al día siguiente, reunido a los indios, emprendimos muy de mañana la navegación, y llegamos hasta el lugar llamado Supay-playa, durmiendo a orillas del río; en la mañana después, nos reunimos en la Coca con nuestros compañeros.

El río Napo, el más considerable de la república Ecuatoriana, nace en las faldas orientales del volcán Cotopaxi, y se precipita, formando torrentes, hasta los bosques del cantón del Napo, donde ya su curso es menos rápido, dirigiéndose al E. hasta el encuentro del río Coca. Su navegación es practicable por canoas desde la isla de Cando en adelante, siendo dificultosa desde esa isla hasta Santa Rosa, a causa de las numerosas correntadas y de las enormes piedras que sobresalen de la superficie del agua. La anchura del río al nivel del pueblo Napo es de 100 varas, y gradualmente va aumentando hasta su desembocadura en el Marañón, donde es de una milla. De Santa   —127→   Rosa en adelante la corriente es más mansa; cesan las cascadas, las piedras desaparecen, y la navegación podría ser practicable hasta por buques de mediano calado. Las playas del río son de piedra hasta la confluencia del Coca, y de ellas se extraen arenas que contienen oro de 21 quilates. Del Coca para abajo las playas son de arena, ostentan colosal vegetación, no contienen oro, y están de distancia en distancia habitadas por indios salvajes, pertenecientes a diferentes naciones. Tanto en la parte superior como en la inferior del Coca, el río está sembrado de numerosas islas de reciente formación, indicada ésta por la naturaleza de su vegetación. Numerosísimas son estas islas, por cuya razón es difícil conocer el punto por donde va el cauce principal del río. Desde el puerto del Napo hasta el Coca la distancia es de 60 leguas, y desde este punto hasta el Marañón, las numerosas vueltas que dan sus aguas hacen que ésta sea de más de 200.

La fauna es abundantísima y variada en los bosques situados a orillas del Napo: innumerables y bulliciosos insectos de miles especies diferentes, moluscos raros, reptiles dañinos y monstruosos, aves de gran variación y brillante plumaje, mamíferos de suculento alimento, pueblan estas orillas, donde sólo falta el trabajo del hombre, para hacerlas tan productivas como ellas son feraces.

Reunidos, pues, en el pueblo llamado San Antonio de la Coca, donde convergen los ríos Coca y Napo, pensamos ya en fijar el día de la salida para el Marañón.

  —129→  

Como ya hemos dicho, este viaje debíamos hacerlo embarcados en balsas y canoas.

Es curiosa la descripción de nuestra escuadra. Se componía ésta de dos balsas, cuatro canoas grandes y tres chicas. Las balsas estaban hechas, cada una con diez y ocho maderos del palo de balsa40, de una tercia de diámetro y doce varas de largo; estos maderos estaban unidos entre sí por fuertes bejucos incorruptibles en el agua. Sobre este primer piso, seguía otro de cañas bravas, formando tabladillo, de una cuarta de elevación, para impedir que el agua del río mojase nuestras cargas y personas. Encima de ese tabladillo se hizo construir una choza de regulares dimensiones, donde nos alojábamos, Espada y Martínez en la una, e Isern y Almagro en la otra.

Las canoas son embarcaciones estrechas y largas, formadas del tronco de un árbol, excavados y adelgazados en sus extremidades, principalmente en la anterior o proa, para que corte el agua con más facilidad; comúnmente se hacen con madera de cedro (cedrela brasiliensis); sus dimensiones son variables, pasando algunas de una vara de ancho y veinte de largo. Para impedir que las lluvias mojaran nuestras cargas, embarcadas en las canoas, hicieron los indios, desde cerca de la popa hasta la parte media, un techo con hojas de palma, semicircular e impenetrable a los más fuertes aguaceros: a este techo llaman los indios pamacari. En las canoas chicas no era necesario el pamacari, por estar destinadas a cacerías.

  —130→  

Teníamos que embarcar algunos víveres a bordo de nuestra escuadra; pues si bien podíamos encontrar bastante cacería, era también cierto que no hallaríamos sino rara vez plátanos y yuca, que no solamente necesitábamos nosotros, sino también los indios y los numerosos animales vivos que habíamos reunido. Embarcadas nuestras colecciones y las chichas de los indios en balsas y canoas, arregladas en aquéllas nuestros lechos, más o menos incómodos, fijamos el 17 de julio para zarpar del pueblo de la Coca. Tres días antes murió allí un záparo, y prevenidos a tiempo, extrajimos su esqueleto, que colocamos en un cajón, donde hicimos numerosos barrenos y atamos con una fuerte cadena a remolque de la balsa. Los barrenos tenían por objeto establecer dentro del cajón una corriente de agua, que arrastrara las sustancias blandas unidas a los huesos41.

Él 17 de julio, a las once de la mañana, en medio de salvajes gritos dados por todos los indios, zarpó nuestra fluvial escuadra de San Antonio de la Coca; pronto las embarcaciones llegaron al centro del río, y fueron conducidas velozmente por la corriente; en cada balsa había ocho indios provistos de cahuinas, estando el resto de ellos embarcados en las canoas. Mientras el río estaba limpio, los indios no hacían nada, y nos estorbaban, registrando todos nuestros objetos. Al contrario,   —131→   cuando la balsa se dirigía hacia algún árbol seco, fijo en el fondo del río, o hacia la punta de alguna isla, bogaban con mucha fuerza, animándose con gritos hasta pasar el peligro, el cual veían con mucha serenidad. Estos accidentes, sobre todo el de los árboles fijos en el lecho del río, se repetían con deplorable frecuencia, y solamente la destreza de los indios hacía que la embarcación no se estrellara contra ellos. Desde muy de mañana habíamos enviado por delante, en una pequeña canoa, dos indios, armados de bodoqueras y dardos, para que nos procurasen cacería para comer y disecar42. Nosotros continuamos en las balsas hasta las cuatro de la tarde, que nos arrimamos a la playa de una isla llamada Tibino, donde establecimos aquella noche el campamento. Al aproximar la balsa a la orilla, era necesario que uno o dos de los indios, tripulando la canoa pequeña, llevase un extremo del largo cable, de más de cien varas, atado en la balsa. Así que llegaban ellos a la orilla, enredaban el cable en algún tronco o árbol, y desde allí, detenido el impulso de la balsa, aproximaban ésta hasta pocas varas de la tierra. Inmediatamente hicieron diferentes fuegos para cocer la cacería de ellos y la nuestra. Formaban sociedades diferentes los indios aguanos y los loretos; nunca comían juntos, y aun se miraban con recelo mutuo. Los aguanos más jóvenes eran mejores bogas, y venían en la balsa de los Señores   —132→   Isern y Almagro; los loretos, más diestros cazadores, pero poco avezados al río, venían con los Señores Martínez y Espada. Era necesario, pues, mezclar la gente, poniendo aguanos y loretos reunidos en cada balsa. Tan precisa medida fue sumamente desagradable tanto a unos como a otros, pues su mayor deseo era no reunirse con los del otro pueblo: no se convencían con las razones que les dábamos, y fue necesario emplear la fuerza para conseguir que cada balsa tuviera buenas bogas aguanos y diestros cazadores loretos. El día siguiente, 18, continuamos por el bellísimo río Napo, sin accidente de clase alguna, admirando sus fértiles orillas y sus caprichosas islas, siendo éstas tan numerosas, que es raro ver las dos orillas del río. Concluimos nuestra jornada a la hora acostumbrada, y continuamos los días siguientes del mismo modo, hasta el 23, que dejando las balsas en el río Napo, subimos en canoas algunas millas del hermoso río Aguarico, que desde las cordilleras de la Nueva Granada viene a engrosar el Napo. El Aguarico está poblado por indios llamados encabellados, que viven en familias separadas unas de otras por dos y tres días de distancia; estuvimos en dos casas de estos indios, cuyas mujeres sólo se cubrían con un cinturón de una tercia de ancho, tejido con hilo de palma, y los hombres con una larga camisa sin mangas, hecha de la corteza de un árbol. Los habitantes de esas casas huyeron al aproximarnos y se internaron en el bosque: esto no nos impidió que desembarcáramos y entráramos en la gran pieza techada donde tenían sus hamacas y fuego. Pronto regresó el más viejo de   —133→   los dueños, a quien por señas, pues no hablaban ni quichua ni záparo, y sí lengua especial a ellos, que éramos amigos, y que en vez de molestarlos, les regalaríamos. En efecto, abalorios, agujas y espejitos nos reconciliaron rápidamente con el viejo, que pronto hizo venir al resto de la familia, y aun de otras casas situadas a la otra orilla del río vinieron otros salvajes. El corto tiempo que nos queda para finalizar esta Memoria nos impide extractar los interesantísimos detalles consignados en nuestro Diario de viajes, no sólo relativo a estos salvajes del Aguarico, sino también a los avigiras payagüas, cotos, oritus, yagüas, mayorunas, orejones y ticunas, que habitan las orillas del río Napo y parte de las del Marañón.

Salimos del Aguarico el 25, y tuvimos la desgracia de que creciera extraordinariamente el río Napo. La creciente era tan fuerte, que inundó todas las islas, e hizo que el río penetrase en el bosque contiguo a cada orilla, de modo que nos era imposible pisar la tierra; por lo tanto, no se pudo cazar, y mucho menos pescar, con gran detrimento de nuestra alimentación. Sin embargo, como las partidas de monos de diferentes especies vienen en tanto número a los árboles de las orillas, los indios embarcados en las pequeñas canoas cazaban algunos con dardos envenenados43. El haber   —134→   sido muertos los animales con veneno no altera en nada la calidad de su carne, que sin el menor inconveniente se puede comer.

Llegarnos el 27 por la mañana a una casa habitada por indios borjanos44, en el lugar llamado Tarapoto, y permanecimos allí hasta el 31, que seguimos hasta la desembocadura del inmenso río Curaray, cuyas orillas abrigan algunas tribus de záparos y payaguas.

Desde Tarapoto empezamos a ser terriblemente molestados por una infinidad de mosquitos pequeños, que no sólo picaban hasta sacar sangre, sino que dejaban un escozor sumamente incómodo; afortunadamente se retiraban a la puesta del sol, y nos dejaban tranquilos durante la noche.

Pasamos por las desembocaduras de varios caudalosos ríos, y llegamos al llamado Mazán el 4 de agosto por la mañana.

Es imposible, sin haber sido víctima, imaginar la cantidad de mosquitos zancudos que nos asaltó inmediatamente que desembarcamos. No podíamos tener un momento las manos tranquilas, ni hablar, ni comer, ni nada. Era una nube, que conocida por Esopo, lo hubiera hecho variar su hermosa fábula del León y   —135→   del Mosquito. Lo peor era, que no cesaban un momento, ni de día ni de noche. Afortunadamente todos los indios, lo mismo que nosotros, teníamos mosquiteros, y podíamos burlar la voracidad de esos importunos seres; pero ya hacía un fuertísimo calor, y era insoportable permanecer mucho tiempo bajo el lienzo que formaba nuestros toldos.

Del Mazán hay un camino por tierra, que en tres horas conduce al río Marañón. Uno de los expedicionarios se separó, con dos indios de la escuadra, hizo preparar una canoa en este río para ir en ella, después de atravesar el bosque que separó el Napo del Marañón, a Iquitos, población peruana, que el gobierno de ese país quiere fomentar, haciendo allí considerables gastos, que probablemente no darán resultado favorable.

Estando en el Mazán, vimos llegar varios indios, enteramente desnudos, con unas rodelas, de dos pulgadas de diámetro, introducidas en el lóbulo de la oreja, el que, horadado y estirado, recibía tan colosal adorno. Estos indios eran los llamados Cotos, que vivían como fieras en los bosques, sin construir habitaciones, y que, probablemente con razón, tienen fama de antropófagos.

Estuvieron muy afables con nosotros, y nos cambiaron por adornos y abalorios algunas flechas envenenadas y las rodelas que constituían su único adorno y vestido.

Los otros expedicionarios siguieron con las balsas hasta la confluencia del Marañón, y se detuvieron en el lugar llamado Destacamento, hasta que se les reuniera   —136→   el que había ido a Iquitos, Sr. Almagro, que bajando el Marañón, debía encontrarlos allí.

Las orillas del río Napo fueron colonizadas con éxito por los padres jesuitas, quienes fundaron numerosas misiones, que atraían muchos salvajes a formar centros de población. Aquellos jesuitas hicieron inmensos beneficios a esa parte de América, y tan a ellos era debida la reducción de los indios, que después de la expulsión de aquéllos, en 1740, todos estos abandonaron sus sociedades, y regresaron a la vida salvaje, en que se encuentran hoy. Reunidos todos los expedicionarios en el río Marañón, continuaron su ya largo viaje. Pasaron y se demoraron en las poblaciones peruanas de Pevas, Cochiquinas, Peruaté, Caballococha y Loreto, siendo obsequiados en esta última por el gobernador de ese distrito, D. José María Bernales.

El 24 de Agosto llegamos a la frontera brasileña del Perú, donde hay un escaso caserío, llamado Tabatinga, residencia del comandante militar de la frontera y de un administrador de la mesa de rentas. Como Tabatinga pertenece ya al Brasil, las autoridades mencionadas eran brasileñas. El administrador, D. Agostino Rodríguez de Souza, nos prestó grandes servicios durante el tiempo que allí permanecimos. A Tabatinga llegan dos vapores, uno brasileño, que viene de Manaus, y otro peruano, que viene desde Yurimaguas, en el río Huallaga, pasando por Iquitos. Ambos hacen un viaje mensual, llegando a Tabatinga el 18 de cada mes; así es que nosotros, que llegamos el 24 de agosto, teníamos, que aguardar hasta   —137→   el 18 de setiembre siguiente. Cualquiera creería que siendo Tabatinga lugar donde llegan dos vapores, habría allí recursos de toda clase; sin embargo, sucede lo contrario, y pasamos allí más hambre que durante todo el viaje anterior. Las autoridades y los diez o doce comerciantes45 que viven allí, lo mismo que la guarnición de 25 hombres, que guarda la frontera, hacen venir sus víveres mensualmente desde Manaus. Afortunadamente, el teniente coronel Delgado nos vendía a veces, y no barato, malísimos chorizos, galletas añejas y café insípido. Con agradable frecuencia el Sr. Rodríguez de Souza nos convidaba a comer, y repartía con nosotros los pocos víveres que el vapor anterior le había traído.

Pero, si no había alimentos ni recursos de clase alguna, había en cambio una prodigiosa cantidad de mosquitos, tábanos y otros insectos dañinos que nos impedían reposar un momento ni de día ni de noche. Un calor abrasador y abundantes lluvias completaban el cuadro que se nos presentaba al entrar por segunda vez en los dominios del emperador D. Pedro. Y no se crea que era pereza la causa de no proporcionarnos alimentos. En los bosques había cacería, en el río peces; pero nuestros indios del Napo se habían marchado ya, y nunca, a pesar de nuestras ofertas, pudimos conseguir nos acompañasen algunos del   —138→   país, no pudiendo ir nosotros solos a lugares que nos eran desconocidos. Seguramente los 28 días que pasamos en Tabatinga, acompañados de tantas calamidades, han sido los más desagradables de nuestro viaje, habiendo vivido allí algunos días en completo ayuno, ¡a pesar de los dos vapores, de un teniente coronel, de un administrador de rentas, y de su guarnición de 25 hombre! Nuestra suerte fue tan negra, que el 18 de setiembre no llegó el vapor brasileño, que nos debía conducir a Manaos. El vapor peruano Pastaza llegó de Iquitos el 18, y por su comandante y los oficiales de a bordo supimos se habían arreglado, desde fines de enero, nuestras disensiones políticas con el Perú. Gracias a ello, aceptamos con placer y necesidad las atentas invitaciones que a comer nos hicieron los tripulantes del vapor peruano, que, sea dicho de paso, se portaron tan bien con nosotros, que condujeron gratuitamente hasta el Gran-Pará algunas cargas voluminosas que el vapor brasileño no quiso conducir; entre ellas la pequeña canoa que figura en la actual Exposición pública. Por fin, el día 19 por la tarde llegó el vapor brasileño Icamiaba, que debía regresar al día siguiente; por esta razón trasbordó inmediatamente su cargamento al Pastaza, y a las diez de la noche nos avisaron que podíamos llevar nuestras cargas al buque.

El vapor Icamiaba había fondeado en medio del río, y teníamos que trasportar hasta allí más de 80 bultos grandes, que contenían nuestras colecciones y efectos particulares. En este día nadie nos convidó a comer; no habíamos podido comprar víveres algunos, por lo   —139→   cual estábamos en ayunas a las diez de la noche, continuando en ese mismo estado hasta el día siguiente. Gracias a un comerciante portugués, que había venido a embarcar pescado salado46, pudimos disponer de una embarcación pequeña, para conducir paulatinamente las cargas desde nuestras balsas al vapor. La desgracia, que se había propuesto perseguirnos, hizo que descargase aquella noche una terrible tempestad de truenos, rayos y lluvia, que mojó parte de nuestras colecciones, todas nuestras personas, e hizo además que pasáramos completamente la noche ocupados en esta operación.

En Tabatinga comenzó nuestro bondadoso, excelente y malogrado amigo Isern a sufrir los síntomas de la terrible enfermedad que en breve le arrancó de los brazos de su querida esposa, de sus inocentes hijos y de sus numerosos y buenos amigos, a los que sólo pudo ver y abrazar durante pocos días al llegar a su patria. Fue un verdadero mártir de la ciencia, que era para él su más grata ocupación. Su memoria quedará para siempre grabada en la de sus compañeros de viaje, que durante tanto tiempo pudieron apreciar sus grandes dotes científicas y personales. Era   —140→   tan incansable como activo, tan modesto como franco y cariñoso. ¡Descanse en paz!

El 20 de setiembre, por la mañana, nos embarcamos en el Icamiaba, no como correspondía a nuestro carácter de comisionados científicos, pues por no tener suficiente dinero, tuvimos que tomar pasaje de proa. Zarpó el vapor a las siete de la mañana, y pronto supimos había venido, y regresaba en el mismo buque, una comisión científica norteamericana, costeada por un banquero de Boston y presidida por el eminentísimo naturalista Agasiz.

El administrador de rentas de Tabatinga, Agostino Rodríguez de Souza, y el ingeniero brasileño Dr. de Silva Coutinho, impidieron que siguiésemos nuestro viaje en la proa del buque, facilitándonos lo necesario para pasar a primera cámara, aceptando de nuestra parte una letra de cambio sobre el vicecónsul de España en el Gran-Pará, donde esperábamos que el Gobierno de S.M.C. nos habría enviado los fondos necesarios.

Ya en la popa, hicimos relaciones con Agasiz y sus compañeros, notando el contraste que hacía una comisión científica con la otra. Ellos comenzaban su viaje por medio de vapores y con todos los recursos necesarios; así es que estaban bien vestidos y arreglados. Nosotros estábamos derrotados completamente, sin ropa, sin zapatos, con larguísimas barbas, y otras circunstancias, hijas de un viaje tan dilatado, cuya última parte había sido hecha a pie y por ríos, donde la temperatura y la humedad habían podrido los pocos efectos que traíamos. La intensa ictericia que tenía el pobre Isern, y todo nuestro conjunto, parecía más de mendigos que de comisionados de un gobierno europeo.

El mismo día de nuestra salida de Tabatinga, hicimos por la noche una escala en San Pablo de Omaguas, y dos días después varó el vapor en el ensanchamiento que sigue a una angostura llamada Huarinhi; allí estuvimos varados durante 40 horas, y sin accidente notable continuamos nuestro viaje hasta Teffé, preciosa población brasileña, donde se quedó la comisión científica norteamericana. Nosotros proseguimos nuestro viaje, llegando a Manaos el 26 de setiembre, a las once de la mañana.

Los brasileños llaman Solimán a este río desde Tabatinga hasta la unión con el río Negro; la distancia entre esos dos puntos es de 350 leguas, y la anchura no se puede apreciar a causa de las numerosas y continuas islas, que impiden constantemente ver las orillas continentales del río. El vapor donde íbamos calaba diez y ocho pies, y fue la poca pericia del práctico la razón de su varada, pues siempre hay bastante agua donde puedan navegar buques de cualquier porte.

Manaos es la capital de la provincia del Amazonas, y está situada sobre la margen S. del río Negro: éste nace de las cordilleras de Venezuela, y después de un largo curso de más de 200 leguas, se reúne con Amazonas, contrastando el color de sus aguas con las de este último río. En efecto, no en balde se le llama río Negro; pues sus aguas, si no son enteramente negras, tienen un color oscuro intenso, que con nada se puede comparar mejor que con la cerveza Porter;   —142→   este color, probablemente debido a materias orgánicas en disolución, no daña la trasparencia del agua, que, al contrario, es sumamente limpia y traslúcida. Puesta esta agua en un vaso de cristal, tiene color de ámbar y su gusto es muy agradable. En los orígenes del río Negro existe un curioso canal, llamado Casiquiari, que lo hace comunicar con el río Orinoco, que va a desembocar en el mar de los Caribes. De modo que se puede ir por ríos desde la costa N. de Sudamérica hasta el Amazonas, y aun aprovechando el cauce del Madera, continuar hasta cerca de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, donde comienzan los ríos que van a desaguar en el Plata. ¡Cuánta prosperidad no reportaría a estos centros de Sudamérica la explotación de tan excelente sistema fluvial!

Desgraciadamente llegamos a Manaos un día después de salir el vapor para el Gran-Pará, por lo cual permanecimos allí quince días, esperando otro viaje del vapor. En otras condiciones la estancia en Manaos nos hubiera sido útil y agradable, pero en las que nos encontrábamos nos fue tan perjudicial, que tuvimos que empeñar en manos de un judío portugués nuestros averiados relojes y el oro procedente de los ríos del Napo, que traíamos para las colecciones del Gobierno de S.S. Y la cantidad obtenida por esta usuraria operación fue tan corta, que no pudimos comprar ni los objetos más necesarios para nuestro vestido. Ya en Manaos, habíamos salido de los territorios desiertos y salvajes, y nuestra situación, allí soportable, era lastimosa en poblaciones donde procurábamos sin éxito guardar un riguroso incógnito.

  —143→  

Manaos es una población de 8 a 10,000 almas, compuesta de blancos, sobre todo portugueses, y de un gran número de mestizos de éstos e indios Huaranis.

El vapor Belén llegó el 7 de octubre, y en él nos embarcamos para ir al Gran-Pará. El estado de nuestra hacienda nos obligó a tomar pasaje de proa, y allí no tuvimos redentores como en Tabatinga; afortunadamente la belleza del río hacía menos enojosa nuestra precaria situación. Hicimos escala en Serpa, Villabella, Obidos47, Santarem, etc., etc., y llegamos al Gran-Pará el día 12, a las cuatro de la tarde.

De Manaos al Gran-Pará hay 360 leguas.




VIII

Quizá agraden al lector los siguientes detalles sobre el descubrimiento del río Amazonas.

En diciembre de 1539, el más joven de los Pizarros, Gonzalo, nombrado por su hermano D. Francisco gobernador de la provincia de Quito, emprendió una de las más peligrosas expediciones contemporáneas a la conquista. Había oído decir que Gonzalo Díaz de Pineda había descubierto, en 1536, un país donde la canela era abundante y donde los ríos arrastraban arenas de oro. Formó Gonzalo una expedición, compuesta de 80 caballos, 300 infantes y 2,000 indios de carga, que debía mandar él mismo, teniendo   —144→   por segundo jefe el capitán Francisco de Orellana. Trabajos sin cuento y peripecias de toda clase, aunque ninguna agradable, acompañaron a aquellos expedicionarios, primero al través de las cordilleras, luego por medio de bosques húmedos e impenetrables, por los que tenían que abrirse camino. Marchaban sin saber a dónde iban, querían ir al oriente, y se dirigían por el sol. Un terrible enemigo encontraron, después de cuatro meses de viaje: era éste el río Coca, que les impedía el paso, y que les hizo cambiar de rumbo, dirigiéndose al S. Si desde un principio hubieran marchado hacia el S. E., habrían en poco tiempo encontrado los bosques de la Canela; pero su mala estrella dispuso lo contrario, y en las orillas del río Coca vieron que una horrible cascada, cuyo ruido se oía a seis leguas de distancia, les impedía el paso por tierra y por agua. Con mil artificios sorprendentes, construyeron un puente de tanta elevación, que al querer considerar un español la profundidad del abismo, le dio un vértigo y cayó en él; los otros pasaron sin mirar, hacia abajo. El río continuaba siempre; por lo que juzgaron sería conveniente construir un buque. Para nosotros, que vivimos en el siglo XIX, eso hubiera sido imposible; pero los españoles del siglo XVI no conocían esa palabra. En el desierto, sin herramientas, sin clavos, construyeron a toda prisa un bergantín. Es verdad que las maderas abundaban, es decir, los árboles, que había que cortar y sacar del bosque, de ellos hacer tablas, arquear éstas, clavarlas, calafatear las costuras. Su arsenal era bien pobre: no tenían techado ni carbón para la fragua, pero   —145→   tenían la necesidad, que les hacía inventar medios y cambiar de profesión. Gonzalo Pizarro mismo hacía carbón, y sus compañeros, que sólo sabían pelear y vencer, fabricaron clavos con las herraduras de los caballos. Los bosques les proporcionaron algodón, cortezas y brea para calafatear: por fin, se construyó el bergantín, que sin duda dio más trabajo y necesitó más habilidad que cualesquier monitor o fragata blindada de los tiempos modernos. Y sin embargo, ¡ese buque estaba destinado a la traición! Gonzalo Pizarro embarcó en él a Francisco de Orellana, con cincuenta hombres, cien mil pesos y muchas esmeraldas; Pizarro mandó a su segundo que fuese a un lugar próximo, donde encontraría víveres y salvajes hospitalarios; que cargado con aquellos, regresara a su encuentro, para calmar el hambre de los expedicionarios.

Orellana llegó con el bergantín a la confluencia de los ríos Coca y Napo, y dejando a un lado todos los miramientos del honor, del compañerismo y de la obediencia militar, se declaró independiente de Pizarro, poniendo tan ignominiosa base a la gloria de descubrir el gran río, que él llamó de las Amazonas.

Gonzalo Pizarro con los suyos esperaron inútilmente al pérfido Orellana, y siguieron bajando las orillas del río Coca, y llegaron al Napo tres meses después, encontrando allí al leal Hernán Sánchez de Vargas, que no había querido seguir con el traidor Orellana. Tanta contrariedad no intimidó a aquellos valientes españoles; siguieron adelantando por las orillas del río Napo, probablemente hasta cerca de la confluencia   —146→   de éste con el Marañón. No encontraban los bosques de la canela, ni nada capaz de recompensar su glorioso viaje: ya estaban desnudos los pocos que sobrevivían; el alimento les faltaba a veces de tal modo, que tuvieron que comerse los caballos, y hasta los cadáveres de sus compañeros. Ya era tiempo de volver a Quito.

¡Treinta solamente, desnudos y enfermos, pudieron regresar a esa población!48

Orellana prosiguió su viaje a bordo del bergantín, conducido por la corriente. En la relación de su viaje dice que encontró en las orillas del río numerosas y pobladas tribus de indios, unos hostiles y otros hospitalarios; y próximo ya a la desembocadura, en el lugar que hoy ocupa la Guayana holandesa, tuvo que sostener reñidos combates con mujeres belicosas, que pretendían disputarle el paso del río49. Por esa razón lo llamó río de las Amazonas50.

  —147→  

Después de Orellana, otros aventureros navegaron las aguas del río, con el objeto de descubrir ricos países, y reducir a la fe cristiana los numerosos habitantes que vivían en sus bosques y orillas.

En 1560, una expedición, organizada por el virrey del Perú, Marqués de Cañete, salió de Lima con intención de descubrir un país misterioso, llamado Paititi o el Dorado, donde debía haber riquezas extraordinarias. El mando de ella fue dado al capitán Pedro de Urzua. Por los bosques de Huanuco y río Huagaya, llegó ésta al Marañón. La rebelión no tardó en introducirse en el seno de los aventureros, siendo jefe de ella el después llamado tirano, Lope de Aguirre. Aquellos españoles eran grandes en todo, en sus proezas, en sus virtudes y en sus crímenes. Lope de Aguirre asesinó a Urzua y a gran número de los partidarios de éste, para hacerse jefe de la expedición. Llegó a tal punto su vanidad, que escribió a Felipe II, entonces rey de España, una carta, que entregada a un fraile, fue conducida a la corte. Poco más o menos, la carta decía así: «Yo, Lope de Aguirre, natural de Oñate, en Vizcaya, hijo de padres pobres, pero nobles, vine desde niño a estas tierras para ganarme la vida lanza en mano y servirte con fidelidad; combatí contra el traidor Gonzalo Pizarro, en cuya batalla me dejaron cojo y manco. Hoy me vanaglorio de ser traidor, y negar obediencia a ti y a los tuyos; pues tú no has hecho nada, ni tienes derecho a poseer estos países, y los virreyes y ministros que mandas son afeminados e inmorales.

»Hace once meses que navego con los míos por estos   —148→   inmensos ríos, donde te aconsejo no mandes nunca tus escuadras, pues las destruiré, como a ti mismo, si vinieras.»

Aguirre continuó bajando el Marañón y el Amazonas hasta el río Negro, tiñendo sus aguas con la sangre de las numerosas víctimas, indias y españolas, que con frecuencia hacía. Probablemente por el río Negro, Casiquiari y río Orinoco, llegó hasta Venezuela, donde fue apresado por las fuerzas del Rey, que castigaron, cortándole la cabeza, los infinitos crímenes que había cometido. La víspera de su muerte mató a puñaladas a la única hija que tenía.

Con intenciones diferentes a las de Urzua, vinieron otros españoles a las aguas del Napo, Marañón y Amazonas; pero éstos, en vez de venir con la lanza y la espada, vinieron con la cruz. El primero de esos insignes varones fue el jesuita Ferrer, valenciano de nacimiento, quien en 1605, después de haber empleado algunos años en convertir al cristianismo los salvajes cofanes, quiso aumentar el número de sus prosélitos. Siempre anduvo solo, y nunca llevó más armas que el Breviario y un crucifijo. Probablemente no pasó del Marañón, y después de diez y ocho años, empleados en santas obras, los indios cofanes, que tanto bien de él habían recibido, lo asesinaron cobardemente, haciéndole ganar la palma del martirio.

Hacia los años de 1635, una misión de padres franciscanos se estableció en el río Aguarico para convertir los indios encabellados. Poco después, en 1697, éstos se rebelaron y dieron muerte a casi todos aquellos. Dos legos, Francisco de Toledo y Andrés de   —149→   Briega, escaparon en una canoa, y navegando en ella más de 1,200 leguas, llegaron al Gran Pará, fundado desde 1630 por Caldeira. Seguramente fueron los primeros que después de Orellana bajaron todo el río Amazonas. Gran sensación produjo allí el milagroso viaje de estos legos, y el Gobierno español51, deseoso de completar ese descubrimiento, envió una expedición armada, compuesta de más de 400 personas, al mando del capitán Pedro Texeira, la cual, después de trece meses de viaje, llegó a los bosques del Napo, donde el jefe la dejó, para ir él acompañado de pocas personas hasta la ciudad de Quito.

Si hizo gran sensación en el Pará la llegada de los legos franciscanos, más hizo en Quito la llegada de Texeira, que fue saludada con repique de campanas. La presidencia de Quito comunicó tan extraordinario suceso al virrey del Perú, D. Jerónimo Fernández de Cabrera, conde de Chinchón, quien ordenó que regresara Texeira, acompañado de dos personas de reconocida ilustración, para que notasen y escribiesen todo lo relativo a tan extensos países. Fueron elegidos los padres Cristóbal de Acuña y Andrés de Artiera, ambos de la Compañía de Jesús.

Estos hicieron enteramente el mismo camino que nosotros, y el padre Acuña, que continuó hasta España, hizo una interesante descripción de su glorioso viaje. En ella daba a conocer la topografía de estos ríos, y las consecuencias que de ella podrían sacarse en el caso de estallar una guerra entre Portugal y España.

  —150→  

Esta circunstancia condenó su obra a ser quemada poco después de salir a luz; pues en 1642 Portugal procuró emanciparse de sus conquistadores, y el gobierno español, para privar al enemigo de los datos consignados en la obra de Acuña, hizo destruir todos los ejemplares publicados. Portugal, por idénticos motivos, hizo lo mismo: un solo ejemplar de tan interesante obra pudo escapar al auto de fe, refugiándose en el Vaticano52. Después de Acuña, numerosos jesuitas penetraron en esos ríos, esparciendo por doquiera sanas máximas de moralidad y fundando poblaciones, que pronto florecían. Largo sería enumerar la lista de tantos evangélicos varones, que sin más interés que la caridad cristiana, venían a perecer en aquellos inhospitalarios lugares; sin embargo, no podemos menos que mencionar a Juan Lorenzo Lucero y al padre Fritz, quien hizo un mapa de esos lugares, que es el mejor y más exacto de los que se conocen hoy.

Todas esas misiones florecientes, donde el estado salvaje era reemplazado por el cristiano y social, fueron destruidas, con la expulsión de los jesuitas en 1740.

Hemos olvidado hablar de un célebre aventurero, que también reconoció parte de estos ríos en el siglo XVII.

El soldado Pedro Bohorques juzgó sería más agradable ser soberano que súbdito. Se internó hasta el Tucumán, e hizo creer a los indios alzados que era   —151→   descendiente directo de los Incas y que traía la misión de reconquistar su perdido imperio. Fue creído por aquellos y gozó de todas las prerrogativas soberanas durante diez años, hasta el de 1667, que fue apresado y ajusticiado por orden del virrey del Perú, Pedro Fernández, conde de Lemus. El Inca Bohorques entró en el Marañón por el Huallaga.

No solamente las riquezas del Paititi, y la conversión de los indios a la fe de Cristo, atrajeron viajeros a estos ríos. Las ciencias también tuvieron sus héroes, sus apóstoles y sus mártires, aunque en época muy posterior a aquellos. La Condamine, Maldonado, Paepig, Montúfar, Haencke, Humboldt, Mme. Bouguer53, Castelnau, Wedel, Herndon, Gibbon, Spruce han pasado largos y penosos años estudiando aquellos bosques y aquellos ríos, que encierran innumerables objetos de estudio, siempre nuevos para los que sin esperanzas de lucro ni de ganar el paraíso, van allí dispuestos a sacrificarse por la ciencia y por la humanidad.

El Amazonas es seguramente el monarca de los ríos: Mr. Agasis, que ha viajado todo el Misisipi, nos   —152→   aseguraba que éste era infinitamente inferior al Amazonas.

Los orígenes de este océano de agua dulce ocupan un territorio comprendido entre 8º de latitud N. y 16 de latitud S., es decir, cerca de 500 leguas. De esos extremos parten numerosísimas ramas, que constituyen luego el tronco del Amazonas.

Su origen más remoto parece ser el lago de Lauricocha, situado cerca del Pacífico, en el Perú, a 8º de latitud S. Quizás los orígenes del inmenso Ucayali estén más distantes del mar. El curso total del río, con sus variadas denominaciones, tiene más de 2,000 leguas. Sus orillas varían, según la topografía de ellas: montañosas en la proximidad de la cordillera, son llanas y cubiertas de lujuriosa vegetación desde el Huallaga en adelante (1,600 leguas). Sus aguas abrigan infinita variedad de peces de todos tamaños y de buen alimento, dos especies de cetáceos, algunos sireneos, reptiles inmensos y numerosos moluscos.




IX

En el Pará tuvimos la fortuna de encontrar en nuestro vicecónsul, D. Antonio S. Piñeiro, un caballero que comprendió nuestra situación y nos auxilió con algunas cantidades, indispensables para renovar nuestro equipaje y poder llegar hasta Pernambuco, después de desempeñar nuestros efectos. Muy agradecidos hemos quedado a sus importantes servicios, no solamente a   —153→   nuestras personas, sino también en su cuidado en enviar a Barcelona desde allí los numerosos cajones que encerraban nuestras colecciones. El Pará, o Gran-Pará, es una población de 15,000 almas, situada sobre la margen S. del Amazonas, 25 leguas del Océano Atlántico, cuyas mareas se hacen sentir hasta Santarem, 70 leguas del Pará. De Manaos al Pará hay 360 leguas, y el Amazonas, siempre sembrado de islas, tiene una anchura de más de doce millas. La población del Pará se compone de blancos del país, numerosos portugueses e indios de nación Guaraní, que es la que ocupa casi toda la extensión del Brasil. Al Pará acuden buques de travesía, que llevan a los Estados-Unidos y Europa cueros secos de buey y ciervo, goma elástica, bálsamo de copaiba, maderas, etc., etc. Numerosos buques de vapor lo ponen en comunicación con los otros puertos del imperio.

El vapor norte-americano Habana llegó allí el 17 de octubre, y pudimos, gracias al préstamo de Piñeiro, embarcarnos en él hasta Pernambuco, donde llegamos el 24 por la mañana. Estábamos convencidos de que en esa ciudad encontraríamos fondos y comunicaciones del Gobierno de S. M. C., por cuya razón, sólo tomamos del cónsul del Pará lo estrictamente indispensable para llegar a ella. Chasco nos dimos, pues no encontramos absolutamente nada, y nuestro estado pecuniario era deplorable. El vicecónsul de S. M. C. en Pernambuco, Sr. Maury, no imitó en nada al del Pará, y nuestra situación hubiera sido terrible sin la providencial llegada del Excmo. Sr. D. Juan Blanco del Valle, que iba de ministro de España a Río de Janeiro.   —154→   A ese señor le debemos, pues, tributar inmensa gratitud, pues gracias a él pudimos pagar nuestras deudas en Pernambuco, vivir en el hotel y regresar a nuestro país. El Sr. Almagro salió para San Thomas y la Habana el 10 de noviembre; los otros expedicionarios, el 30 de noviembre, para Lisboa.

El 18 de enero de 1866 nos reunimos en Madrid, de donde habíamos salido en julio de 1862.





  —[155]→  
Enumeración de las colecciones expuestas

  —[156]→     —157→  
Número I

Colección de minerales, rocas y fósiles


Minerales

Consta esta colección de 796 ejemplares, que están representados por 158 especies distintas.

Son, entre ellos, notables los procedentes de Copiapó, especialmente los de cobre y plata, y también, aunque en número reducido, los de plomo, hierro, cobalto y níquel. Fueron recogidos en su mayor parte por el malogrado D. Fernando Amor, al cual ayudaron con sus donativos la mayor parte de las sociedades mineras establecidas en Chile, y también la incesante cooperación del que entonces era vicecónsul de S. M. C., D. José de Urbina, hoy ya difunto.

Son curiosos también los ejemplares de cuarzos auríferos de diversos puntos de la América del Sur, y los de California, entre los cuales, en dos grandes frascos están contenidas las celebradas tierras de los pláceres del oro.

En seis tubos de cristal se hallan recogidos los granos auríferos y escamas o pajas del mismo metal, sacadas de las arenas de los ríos Napo, Santa Rosa, Aguano y la Coca. Del Ecuador figuran igualmente varios ejemplares de azufre, procedentes de los conocidos y famosos volcanes Antisana y Pichincha.

  —158→  

Por último, es de notar el cascalho, o tierra de los diamantes, del Brasil, y los grandes ejemplares de minerales de azogue o mercurio de la Nueva Almadén, en la California.

Rocas

Se compone esta colección de 530 ejemplares, que están representados por 178 especies.

Proceden todos de los diversos puntos visitados por los individuos de la Comisión, y son, entre otras, las más curiosas y notables las recogidas en los volcanes Antisana, Cotopaxi, Pichincha, y Lechacopata.

Fósiles

Las más notables (aún cuando los hay que pertenecen al reino animal y al vegetal) son los del animal, representados por huesos y fragmentos o restos de esqueletos de grandes dimensiones, que proceden de Alangasi, en el Ecuador.

Entre los fósiles figura en primer término la cubierta exterior del cuerpo de un animal antediluviano, llamado glyptodon, y muy parecido en su forma, aunque no en sus dimensiones, al animal que se conoce con el nombre vulgar de armadillo o tatuejo. Procede de San Nicolás, a orillas del río Paraná, en la república Argentina, y fue regalado a la Comisión Científica.

Nota. Esta colección ha sido arreglada por los Sres. D. Manuel Galdo y Don Juan Vilanova.



  —159→  
Número II

Herbario


Número aproximado
de las especies,
muchas repetidas en
las diversas colecciones
Plantasde las Islas Canarias. (Isern.)42
Id.de San Vicente de Cabo Verde. (Isern.)25
Id.del Uruguay. (Isern.)304
Id.del Río de la Plata. (Isern.)592
Id. de la isla Soledad. (Martínez.)25
Id.de las costas del estrecho de Magallanes. (Martínez y Espada)190
Id.de Chile. (Isern.)559
Id. de Chile. (Philipi.)1,308
Id.de Chile. (Krause.)568
Id. de Chile, criptógamos (Krause), 610 ejemplares150
Id.del Perú. (Isern.)725
Id. del Perú y Bolivia o alto Perú. (Isern.)283
Id.de Guayaquil, en el Ecuador. (Isern y Martínez.) 124
Id. de diversas localidades del Ecuador. (Isern.)2,021
Id.del Ecuador. (Regalados por el Sr. Paz y Membiela)114
Id. de los Andes de Quito, en el Ecuador. (Jameson.) 41
Id.de California. (Martínez.)16
Id. del Brasil. (Isern.)956
Id.de Tabaringa y del río de las Amazonas, en el Brasil. (Isern.)15
Id. del río de las Amazonas y Fernambuco, en el Brasil, posteriormente cogidas. (Isern.)38
Id.sin procedencia, y al parecer del Brasil, últimamente cogidas. (Isern.)80
Total, que habrá de rectificarse. 8,176

  —160→  

Advertencias

1.ª La repetición de unas mismas especies en las distintas colecciones arriba indicadas, y aun en cada colección, se opone a fijar el número exacto de aquellas hasta tanto que sean definitivamente ordenadas.

2.ª No están clasificadas todavía las plantas cogidas en las diversas regiones recorridas por la expedición; pero hay entre las adquiridas, y comprendidas en el número total, unas dos mil especies denominadas.

3.ª Existen además colecciones de leños, maderas labradas, cortezas, hojas, frutos, semillas y algunos productos de los vegetales.

Nota. Esta colección ha sido arreglada por el Dr. D. Miguel Colmeiro.




Número III

Colección de Zoófitos


Consta esta colección de 54 especies distintas, o de diferente localidad, y 302 ejemplares.

De San Vicente, 1 especie, 5 ejemplares. (Martínez.)

De Bahía, 2 especies, 26 ejemplares. (Martínez.)

De Río Janeiro, 3 especies, 8 ejemplares. (Martínez.)

De Desterro, 18 especies, 80 ejemplares. (Martínez.)

De las Malvinas y Magallanes, 8 especies, 45 ejemplares. (Martínez.)

De Valparaíso, 4 especies, 44 ejemplares. (Paz y Martínez.)

De Chiloe, 1 especie, 1 ejemplar, (Espada.)

De la isla Puna (Ecuador), 1 especie, 1 ejemplar. (Espada.)

De Esmeraldas (Ecuador), 2 especies, 2 ejemplares. (Regalados por D. Manuel Riaño.)

De Panamá, 8 especies, 17 ejemplares. (Paz y Martínez.)

De la América Central, 1 especie, 1 ejemplar. (Espada.)

De Fernambuco, 5 especies, 18 ejemplares. (Martínez.)



  —161→  
Número IV

Colección de moluscos


La colección de moluscos consta de 816 especies diferentes, o de distinta localidad, y de 38,755 ejemplares, recogidos, en su mayor parte, por los Sres. Paz y Martínez, algunos por los Sres. Espada, Isern y Almagro; regalados tan sólo 43 especies, con 767 ejemplares, por los Sres. Zamerón, Barreiros, Philippi y Richardson, y comprados 19 especies, con 37 ejemplares.

Bivalvas marinas
N.º de especiesLocalidadesRecogidas por los señoresN.º de ejemplares
2Cabo VerdePaz3
7FernambucoMartínez45
9 BahíaPaz y Martínez30
5Río JaneiroPaz y Martínez23
4Río GrandeId.29
25 Santa Catalina (Desterro)Id.89
2 MontevideoId.14
1 Buenos AiresPaz8
1 Río de la PlataMartínez6
1 Islas MalvinasId.6
13 Estrecho de MagallanesId.109
1Islas ChiloePaz y Martínez4
10ValparaísoId.60
10CoquimboId. e Isern71
1HuascoMartínez1
2CallaoPaz y Martínez13
2 PaitaId.9
11 Santa ElenaPaz69
3GuayaquilId.6
33 PanamáPaz y Martínez133   —162→  
1TabogaMartínez1
1Centro AméricaEspada1
2San Francisco de CaliforniaMartínez11
146 741

Nota. Esta colección ha sido arreglada por los Sres. D. Patricio María Paz y D. Joaquín González Hidalgo.

Bivalvas fluviátiles
N.º de especiesLocalidadesRecogidas por los señoresN.º de ejemplares
1MontevideoPaz y Martínez61
3Buenos AiresPaz82
18Salto OrientalId.70
1Río NegroMartínez2
4Río MigueleteId.12
1QuillotaPaz y Martínez7
1MassanMartínez6
1DestacamentoId.2
4Río UnuyacuId.24
3Río DauleId. e Isern7
1BodegasPaz6
1AguanoMartínez1
1OtavaloId.3
1TabatingaMartínez3
3Río JavaríId.14
44300

Univalvas terrestres
N.º de especiesLocalidadesRecogidas por los señoresN.º de ejemplares
12Santa Cruz de TenerifePaz175
19 BrasilCompradas37
8BahíaPaz y Martínez229
14 Río JaneiroId.173
7 MacahéId.72
3Santa CatalinaId.30   —163→  
1UruguayMartínez1
6MontevideoPaz y Martínez91
1RosarioPaz12
2ConcordiaId.17
1MercedesPaz11
1San RoqueId.12
2Córdoba del TucumánId.25
4ValparaísoPaz y Martínez95
8CoquimboMartínez104
7HuascoPaz y Martínez70
2CobijaPaz7
3PaposoId.25
1ChuchumeoMartínez4
1ValdiviaPhilippi (regalada)6
1TacnaPaz17
1San Mateo de HuarásAlmagro6
7PerúAlmagro e Isern26
6LimaPaz y Martínez47
2PachacamacIsern9
1TarmaId.10
7ChanchamayoId.47
6GuayaquilPaz y Martínez43
1PanamáMartínez11
1TabogaId.8
1San Francisco de CaliforniaId.4
2IbarraId.28
1PíllaroId.12
1OtavaloId.16
1AlchipichíId.10
1CumbayáId.12
1AntisanaId.8
1PichinchaId.1
14NapoId.36   —164→  
1AguaricoMartínez6
4NanegalId.24
1TenaId.5
10BaezaId.72
2CanelosAlmagro3
2La MochaPaz12
1MachachiId.12
3MacasBarreiros (regalados)3
2San JoséEspada e Isern6
2AmbatoPaz24
4CuencaYameson (regalados)7
8QuitoPaz, Martínez e Isern34
2TaitíRichardson(regalo)4
1OtahitíId.Id. 2
8Isla LambierId.Id.305
1Isla ChainId.Id.20
2 Islas 12MarquesasId.Id.12
1GambeaId.Id.12
2152,117

Univalvas fluviátiles
N.º de especiesLocalidadesRecogidas por los señoresN.º de ejemplares
2TenerifePaz y Martínez78
2 BahíaId.9
2Río JaneiroMartínez17
2Río GrandePaz y Martínez16
1MacahéMartínez8
2Santa CatalinaId.1
4MercedesPaz66
1UruguayId.4
6 MontevideoPaz y Martínez146
2Buenos AiresPaz51
2La ConcordiaId.67   —165→  
1 PiedraPaz13
1UzpallataId.115
1VillavicencioId.47
1MendozaId.58
1PortilloId.14
1Laguna de AculeoMartínez30
1ValdiviaPaz y Martínez9
2ValparaísoId.24
3CoquimboRichardson (regalo)187
2GuayaquilMartínez8
2PanamáId.59
2Centro AméricaEspada49
2EstacamentoMartínez2
1QuitoPaz10
1BodegasId.8
1Río GuayasMartínez65
1NapoId.20
1ArchidonaId.13
5Santa RosaMartínez34
1MacasBarreiros (regaladas)4
2TabatingaMartínez4
1Río AmazonasId.1
59 1,277

Univalvas marinas
N.º de especiesLocalidadesRecogidas por los señoresN.º de ejemplares
1 CanariasPaz4
14Cabo Verde (islas)Paz y Martínez181
4FernambucoMartínez21
19BahíaPaz y Martínez153
13Río JaneiroId.106
22Santa CatalinaId.136
6Islas MalvinasMartínez33
24Estrecho de MagallanesId.75   —166→  
49Valparaíso Paz y Martínez391
32CoquimboPaz, Martínez, e Isern233
6CallaoPaz y Martínez35
3PaitaPaz19
4Santa ElenaId.329
2GuayaquilPaz y Martínez21
1MantaPaz6
79PanamáPaz y Martínez425
5TabogaMartínez31
22Centro AméricaEspada102
1San Francisco de CaliforniaMartínez1
3AspinwallPaz55
6Islas MarquesasRichardson(regalo)66
5Isla LambierId.Id.48
1AustraliaId.Id.6
2Isla ChainId.Id.6
1TaitíId.Id.7
1OtahitíId.Id.67
352 2,557
816EspeciesTotal6,992
265Cajas de duplicados de las especies anteriores, que contienen30,788
117Frascos, que contienen igual número de especies conservadas en alcohol975
Total, ejemplares38,755



  —167→  
Número V

Colección de insectos miriápodos y arácnidos


Consta esta colección de 65 cajas con tapa de cristal, en las que se hallan los objetos clavados con alfileres proporcionados a su tamaño, o pegados los muy pequeños, en placas de mica o de cartulina.

De 20 nidos de insectos, y dos panes de cera de una abeja silvestre.

De 342 frascos, que contienen los objetos que se conservan mejor en espíritu de vino.

De 46 frascos, con los duplicados, conservados en serrín empapado en alcohol, de los que ya existen varios ejemplares clavados de cada especie.

De 4 cajas con tapa de cristal, con las mariposas duplicadas, envueltas en papel, como han sido preparadas y conservadas durante el viaje.

Esta colección ha sido adquirida del modo siguiente:

Por compra
EspeciesEjemplares
Al Sr. Tamm, insectos del S. de Chile172527

Por donación
EspeciesEjemplares
El Sr. Philipi, insectos de Chile95165
Id., insectos del mismo país6689
El Sr. Paulsen, insectos de Chile224424
El Sr. Joglar Martino, insectos de Centro-América63179
El Sr. Barreiro, insectos de Macas, en el Ecuador1215
Total de las donaciones460873

  —168→  

Por recolección
EspeciesEjemplares
El Sr. Paz264735
El Sr. Amor1,6287,843
El Sr. Martínez1,70610,427
El Sr. Espada49170
El Sr. Isern163347
Total de lo recolectado3,81019,522

Resulta de los cuadros anteriores, que esta colección consta de 4,442 especies distintas, o de diferente localidad o de diversa procedencia, y de 20,922 ejemplares.

Todavía resultaría mayor la cifra de lo recolectado, si se incluyeran los objetos deteriorados que ha sido necesario desechar como inútiles, y que se pueden calcular en unos 500 ejemplares de los clavados, y unos 2,000 de los que venían entre serrín empapado en espíritu de vino.

Nota. Esta colección ha sido arreglada por el Sr. D. Laureano Pérez Areas.




Número VI

Colección de crustáceos


Desechados los ejemplares que han resultado inútiles, consta esta colección de 179 especies distintas, o de diferente localidad, y 1,874 ejemplares.

De San Vicente, 1 especie, 6 ejemplares. (Martínez.)

De Bahía, 16 especies, 35 ejemplares. (Martínez.)

De Río Janeiro, 8 especies, 50 ejemplares. (Martínez.)

De Desterro, 22 especies, 160 ejemplares. (Martínez.)

De Río Grande, 2 especies, 53 ejemplares. (Martínez.)

De las repúblicas Argentina y Uruguaya, 3 especies, 9 ejemplares. (Amor e Isern.)

  —169→  

De las Malvinas y estrecho de Magallanes, 11 especies, 90 ejemplares. (Martínez.)

De Chiloe (Chile), 3 especies, 6 ejemplares. (Espada.)

De Valparaíso, 31 especies, 380 ejemplares. (Martínez.)

De Coquimbo y Caldera, 10 especies, 27 ejemplares. (Martínez.)

De Guayaquil, 6 especies, 70 ejemplares. (Martínez.)

De Panamá, 20 especies, 70 ejemplares. (Martínez.)

De la América Central, 8 especies, 44 ejemplares. (Espada.)

De San Francisco, 2 especies, 3 ejemplares. (Martínez.)

De diferentes ríos del Ecuador, Perú y Brasil, 14 especies, 40 ejemplares. (Martínez.)

De Fernambuco, 22 especies, 859 ejemplares. (Martínez.)




Número VII

Colección de gusanos


Consta esta colección de 26 especies y 60 ejemplares.

Del Brasil, 14 especies, 41 ejemplares (Martínez.)

De Chile, 2 especies, 2 ejemplares. (Martínez.)

De las Malvinas y estrecho de Magallanes, 2 especies, 2 ejemplares. (Martínez.)

Del Ecuador, 8 especies, 15 ejemplares. (Martínez.)




Número VIII

Colección de peces


Desechados por inútiles los ejemplares que se han encontrado en mal estado, consta esta colección de 677 especies distintas, o de diferente localidad, y 2,540 ejemplares.

De San Vicente (Cabo Verde), 13 especies, 23 ejemplares. (Coleccionados por Martínez.)

  —170→  

De Babia (Brasil), 38 especies, 120 ejemplares. (Martínez.)

De Río Janeiro (Brasil), 46 especies, 123 ejemplares. (Martínez.)

De Desterro (Brasil), 32 especies, 64 ejemplares. (Martínez.)

De Río Grande (Brasil), 8 especies, 8 ejemplares. (Martínez.)

De Montevideo (Uruguay), 22 especies, 66 ejemplares. (Martínez.)

De las repúblicas Argentina y Uruguaya, 20 especies, 49 ejemplares. (Coleccionados por los Sres. Paz y Amor.)

De las Malvinas y estrecho de Magallanes, 3 especies, 4 ejemplares. (Martínez.)

De Valparaíso (Chile), 48 especies, 215 ejemplares. (Martínez.)

De Chile, 4 especies, 6 ejemplares. (Regalados por el Museo de Santiago.)

De la Laguna de Paine (Chile), 6 especies, 8 ejemplales. (Coleccionados por el Sr. Espada.)

De Coquimbo (Chile), 7 especies, 13 ejemplares. (Martínez.)

De Caldera (Chile), 6 especies, 6 ejemplares. (Martínez.)

Del Perú, 3 especies, 6 ejemplares. (Coleccionados por el señor Isern.)

De Panamá (Nueva Granada), 25 especies, 43 ejemplares. (Martínez.)

De Guayaquil (Ecuador), 24 especies, 81 ejemplares. (Martínez.)

De la América Central, 38 especies, 60 ejemplares. (Espada.)

De San Francisco (California), 8 especies, 30 ejemplares. (Martínez.)

De diferentes ríos del Ecuador, y Perú, 95 especies, 500 ejemplares. (Martínez.)

Del Amazonas (Brasil), 109 especies, 170 ejemplares. (Martínez.)

De Fernambuco (Brasil), 112 especies, 945 ejemplares. (Martínez.)



  —171→  
Número IX

Reptiles


N.º de especiesN.º de ejemplares en alcoholN.º de ejemplares en pielTotal
Quelonios4257
Saurios863566362
Ofidios603144318
Total15067215687




Número X

Anfibios


N.º de especiesN.º de ejemplares en alcoholN.º de ejemplares en pielTotal
Anura138785»785
Urodela11»1
Total139786»786

Huevos
N.º de especiesN.º de ejemplares en alcoholN.º de ejemplares en pielTotal
Quelonios3»»16
Saurios2»»2
Ofidios7»»31
Total12»»49

Nota. De los animales vivos que se remitieron de Chile, sólo restan cuatro huanacos, dos liebres de Patagonia, un carnero, dos ovejas de la Ligua y un coipu. Los traídos en este último viaje de la Comisión han muerto casi todos a causa del frío, pues llegaron en diciembre a la Península. Quedan con vida tres cebus, un tatú, un piuri y veinte entre palomas y tórtolas.



  —172→  
Número XI

Aves


N.º de especiesN.º de ejemplares en pielN.º de ejemplares montadosTotal
Psittaci32294372
Accipitres702034272
Passeres8281,9803832,363
Columbae19413677
Gallinae22582684
Struthiones1112
Grallae7318860248
Anseres72178107285
Ejemplares en alcohol1,117
»
2,667
»
699
»
3,376
102
Total»»»3,478

Nota. Se desechan 326 ejemplares inutilizados y no comprendidos en el total.

Huevos
EspeciesEjemplares
Accipitres820
Passeres3382
Columbae48
Gallinae414
Struthiones25
Grallae1677
Anseres1743
Total84249

Nidos
EspeciesEjemplares
De Boyero12
De Mango49
Total511



  —173→  
Número XII

Mamíferos


N.º de especiesN.º de ejemplares en pielN.º de ejemplares montadosN.º de ejemplares en alcoholTotal
Subcl. 1.ª
Primates194371161
Ferae13128»20
Belluae11»»1
Pécora23115
Bruta1071816
Cheiróptera201523249
Glires197015691
Subcl. 2.ª46»»6
Total881573458249




Número XIII

Sección de antropología y etnografía


Treinta y siete momias del Perú y Bolivia, con los objetos encontrados en sus sepulcros.

Una momia de la isla de Guaitecas (archipiélago de Chiloe).

Cuarenta cráneos de indígenas de América (antiguos peruanos, guaraníes, araucanos, aimaraes, quichuas.)

Una cabeza embalsamada de india guaraní.

Objetos encontrados en sepulcros

Un objeto de oro.

Doce id. de piedra.

Sesenta de barro.

Una hamaca bordada de plumas, hecha en el río Negro (Venezuela y Brasil).

  —174→  

Diez más por los indios yaguas y záparos.

Doscientos y cincuenta adornos y vestidos de indios guaraníes, jíbaros, canelos, záparos, aguaricos, ticunas, yaguas, etc.

Ochenta armas de los mismos.

Tres tambores de id.

Una canoa de los indios del Napo.

Una embarcación (destruida) de los indios changos.

Tres objetos de Oceanía.

Gran número de fotografías y dibujos de huacos.

Nota. Está en viaje una remesa encargada en Quito, compuesta, en su mayor parte, de objetos de etnografía, y también de los demás ramos de historia natural.







 
Indice