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ArribaCapítulo XIV

Dos brindis agronómicos


Me pedís, señores, un brindis agronómico, y todo en este sitio me inspira agronomía: el beefteak suculento y el salmón sonrosado que han desaparecido, y la dorada poma y el rubio manjar que Ceres aportó del Asia sacudiendo con la diestra el simbólico manípulo de espigas; el aceite que suaviza la aspereza de los alimentos, hijo de aquel árbol que hubiese desaparecido de nuestro suelo con el tumultuoso tiempo de nuestras discordias si no hiciera ya tantos siglos que descendió Minerva al panteón de la Historia; y el vino espumoso que sonríe en el fondo de esta copa, divina progenie solar, el agua más transparente y cristalina que el cristal en que se encierra, y que realiza en nuestro suelo el milagro del movimiento perpetuo en el inacabable arrastre de sus ondas por cauces más ricos que el Perú y que California; la mesa a que nos asentamos, substancia fabricada en nuestras montañas por los valientes pinos que han logrado desafiar hasta hoy las inclemencias del cielo y las injurias de los hombres, para levantar su voz doliente, acusadores implacables de nuestro ciego odio ante el tribunal inapelable de la Naturaleza; y esos apretados manojos de flores, tálamo donde celebran sus fecundas bodas las plantas, cálices henchidos del néctar dulcísimo que recolectan para nosotros las industriosas abejas, beso de amor que nos envían las auras de Levante, como en demostración de que los climas deben comunicarse sus producciones y como una ardiente invocación a la libertad de comercio.

Estas flores traen a mi memoria un recuerdo gratísimo. Cuando Lineo recibió herbarios de las Baleares, exclamó atónito: ¡Gran Dios! Estos felices insulares tienen en sus praderas y campos todas estas plantas que solamente adornan las estufas de nuestros jardines botánicos. Y yo digo ahora al labrador español: ¿Vale la pena de que seas paria y esclavo del terruno, vivas como un desecho de la civilización, sin tomar parte en sus goces y en sus beneficios, para arrancar al suelo y a la atmósfera unas cuantas libras de ázoe y de fósforo, en un clima donde crece espontáneamente esa flora riquísima que movía a algún botánico a bendecir a Dios; en una tierra cuyas excelencias ponderaban los poetas árabes comparándola a la Siria por la suavidad del ambiente y la pureza de la atmósfera, a la India por sus flores y aromas, al Hedjar por la riqueza de sus productos, al Catay por sus metales preciosos, a Aden por sus costas y puertos; aquí donde se crían como selvas esos árboles mitológicos, entre cuyo follaje de esmeralda alternan en todo tiempo flores de diamante empapadas de azahar con frutos de oro, cuya deliciosa visualidad y exquisita fragancia justifican la creación de las Hespérides; y aquel otro árbol de la paz, semejante a herborizaciones de oxidado bronce, en cuyas ramas penden a millares diminutas lámparas de esmeralda que encierran un rayo de sol en cada una de sus moléculas; por entre cuyas hendidas rocas brota frondoso ese otro arbusto y de olivo en olivo y de higuera en higuera tiende sus soberbios festones de pámpanos y olorosos racimos, donde se elabora el licor celestial que alegra a los hombres y a los dioses, y cuyas animadas moléculas enseñaron la sonrisa a la humanidad?

Hace pocos días en el Congreso designó, no recuerdo quién, al Sr. Graell, con el pintoresco dictado de Abraham de nuestra Agricultura, y alguien preguntó: ¿Quién es el Isaac? Yo voy a decíroslo, señores: el Isaac de nuestra patria es el labrador; todavía sigue resonando en sus oídos aquel horrible grito: Hijo mio, ¡tú eres la víctima! Pero también voy a deciros cómo ha de redimirse: tomad el símbolo bíblico como consejo y enseñanza. Cuando el afligido patriarca iba a descargar el golpe fatal en la garganta de su hijo, un ángel le detuvo la mano, y al levantar los ojos al cielo, vio cerca de sí un carnero prendido de unas zarzas, y colocándolo sobre el ara, lo inmoló en lugar de su hijo. ¡Fue enseñanza, señores! ¡Y qué enseñanza la que os da el humilde labrador canonizado por la Iglesia, que en vida santificó con su trabajo los campos de Madrid! Mientras él oraba en el templo y elevaba su corazón purificado hasta el cielo, sus bueyes arrastraban solos el arado y labraban el campo de su amo guiados por mano de ángeles. La oveja, la vaca: he aquí, señores, los ángeles rurales que han de hacer las veces del labrador en el campo, y los salvadores que han de redimir de su pecado original a nuestra agricultura, dándose en holocausto por el hombre en el altar de la Naturaleza.

¿Queréis que despliegue a vuestra vista el lema y la bandera del progreso en nuestra agricultura? Hela aquí:


Muchas ovejas y pocos rebaños;
muchos árboles y pocas selvas;
muchas acequias y canales y pocos ríos caudalosos;
muchas casas y pocas ciudades;
muchos cultivadores y pocos jornaleros;
pocos cuarteles y muchos soldados.

1.º Tablero surcado de un sistema arterial hidráulico, espléndida obra del arte;

2.º Que todo el territorio sea pradera entapizada y rebaño sin fin, dividido, espaciado;

3.º Población sin ronda y sin suburbios, inacabable red de casas diseminadas por los campos, a derecha e izquierda de los caminos y de las carreteras, verdaderos Estados domésticos, habitados por propietarios del coto que labran, y dueños de su albedrío;

4.º Vergel y bosque de árboles frutales, forrajeros y maderables, que surtan de pan gratuito al labrador y establezcan el equilibrio de las fuerzas atmosféricas roto por nuestra culpa.

Y esto me lleva a brindar también por el arbolado de la Península, ya que el Congreso parece haberlo mirado con cierto desvío por causas que deploro con toda mi alma, y ya que me salió al encuentro y me ha dado franca hospitalidad en las tablas labradas de esta mesa. Brindo, pues, por la eterna condenación del hacha desamortizadora y por la regeneración de nuestro arbolado y la repoblación de nuestros montes, que el insaciable monstruo de la desamortización ha devorado. Los árboles son los reguladores de la vida, y como los socialistas y niveladores de la creación:

Reducen y fijan el carbono con que los animales envenenan en daño propio la atmósfera;

Quitan agua a los torrentes y a las inundaciones, y las dan a las fuentes;

Distraen la fuerza de los huracanes, y la distribuyen sobre el poblado en forma de vida;

Arrebatan parte de su calor al ardiente estío y templan con él al frío invierno;

Mitigan el furor violento de las lluvias torrenciales y asola doras, y multiplican los días de lluvia dulce y fecundante;

Tienden a suprimir los extremos aproximándolos a su justo medio en relación con la Naturaleza;

Las plantas domésticas encuentran en ellos protección contra la helada y el pedrisco;

Almacenan el calor excesivo del verano y el agua sobrante de los aguaceros, y los va restituyendo lentamente durante el invierno y en tiempos de sequía.

Permitidme, pues, que exclame, puestos los ojos en el porvenir: ¡El bosque ha muerto! ¡Viva el bosque!

Y vosotros, delegados de provincias, al regresar a vuestros hogares, llevad al labrador un rayo de esperanza, alentadle, porque si en la honda subversión que han padecido todos los elementos de la patria, si en la descomposición y crisis por que atravesamos; que si por causa de los enjambres de dudas que guardan en el corazón y las tempranas arrugas en la frente, también desmayara el labrador, único grano de sol que queda puro, entonces sí que el porvenir se nos habría cerrado para siempre y habría que escribir en el frontispicio, de nuestra Historia la terrible leyenda de Kosciusko: finis Hispaniae29.

*

Otro brindis.-Me pedís un brindis: pues lo queréis, voy a poner punto final a los brindis-prefacio con que nos preparamos a escuchar los magníficos que estamos aguardando del Sr. Graell, del Sr. García, del Sr. López Martínez, del Sr. Cárdenas, del Sr. González de la Peña, del Sr. Espejo, del Sr. Abela, del Sr. Acuña, etc., etc. Suele decirse que el hombre es optimista y lo ve todo de color de rosa luego que ha comido; y pruebas os ha dado de ello el Sr. Muñoz Luna, que me creía, ¡inocente!, capaz de suplir con mi palabra el ramillete de flores que no hemos merecido por este lado de la mesa; pero a mí me sucede en este instante lo contrario, y tal vez si derramara toda la amargura que hay en mi alma, no pudierais hacer bien la digestión. ¿Sabéis de quién me estaba acordando cuando oía brindar con tanto entusiasmo por la agricultura? Me acordaba del labrador que ha producido todo esto para que otros lo coman, abeja obrera de la gran colmena social, por quien hubo de decir Virgilio: Sic vos non vobis mellificates apes; me acordaba de la ingrata sociedad que cree pagada su deuda con palabras y buenas intenciones, que brinda por el labrador a quien debe el pan de la vida, y lo deja sumido en las tinieblas de la ignorancia, y solo en su lucha perpetua con la Naturaleza; que brinda por el negro que le envía su sangre concretada en bocoyes de azúcar, y le deja, sin embargo, gimiendo entre cadenas, envidiando la libertad del pez, del bruto, del ave...

¡Cuán bella misión la del labrador si fuese siquiera uno de tantos a participar de los frutos que recolecta! ¡Y cuán triste su suerte cuando vemos convertida su casa en una especie de factoría universal donde hacen escala por minutos todas las maravillas del mundo vegetal y animal que él con su verbo creador ha producido, y que pasan por virtud de su trabajo desde la Naturaleza a la sociedad sin recibir su parte, verdadero rey Midas en cuyas manos las piedras se convierten en pan y en oro las viles arenas del arroyo mientras perece de hambre! Aquel montón de trigo rubio como el buey que lo enterró en el surco, como el sol que lo ha madurado dentro de la espiga; aquel lagar de aceite que cayó como una lluvia mágica de próvido olivar, vertiéndose de mil y mil diminutas lámparas de esmeralda pendientes de sus ramas; aquel río espumoso de vino que en sus olas de púrpura difunde la alegría entre los hombres y derrama bálsamo bienhechor en las almas, tornando en gozo los pesares; aquel promontorio de frutos azucarados, que son sangre de la sangre del labrador; y aquella despensa ambulante que se encamina triste y silenciosa al sacrificio; ¡ah!, señores, nada de eso es para el labrador: apenas reunidos en la era o en el lagar esas riquezas, el labrador los ve filtrarse por los mil invisibles conductos y arterias del organismo social, conductos y arterias tanto más anchos, tanto más voraces, cuanto mayores son sus esfuerzos por cegarlos, hasta que esa cruel transfusión que hincha las venas de la sociedad con la sangre del labrador acaba y el labrador cae desfallecido, como fruta cogida antes de tiempo, abrazado al arado como a su cruz, y se entierra en el último surco que puso término a la triste odisea de su vida, para remontarse desde allí en gloriosa resurrección en busca de mejores mundos donde reine y florezca la justicia.

¿Dónde están, señores, para el labrador los beneficios de la civilización? Cabalgad conmigo en un rayo de luz, seguid con el pensamiento la carrera del sol: llegamos a América, y vemos al brasileño arrancar raíces de manioc y servirle de pan tostadas bajo la ceniza; pasamos a la Oceanía, y vemos al taitiano cortar un racimo de frutos del artocarpo o árbol de pan que da sombra a su cabaña y asarlo sobre ascuas al medio día; llegamos a Asia, y vemos al indio derribar de un machetazo un platanero y distribuir entre sus hijos el suculento racimo de bananas; llegamos a África, y vemos al berberisco cortar de la palmera un puñado de dátiles, y servirle de casi exclusivo alimento; nos aproximamos a Europa, y antes de tomar tierra en el continente, vemos al corso llenar en el monte del procomún su alforja de castañas, y macerarlas con la leche de sus cabras o cocerlas en forma de pan o de polenta. ¿Y qué haces mientras tanto, tú, labrador español, descendiente de griegos y romanos, redimido por la sangre de Jesucristo, regenerado por el agua del bautismo, heredero de treinta siglos de un progresar eterno, coronado rey por las revoluciones, hijo de esta moderna civilización tan presuntuosa y engreída? ¡Ah!, eres más infortunado que el indígena del Brasil, que el de O'Taiti, que el indio, que el corso, que el berberisco; padeces más hambre, más frío, más calor y más infortunios que ellos, salvajes y todo como son; tu entendimiento es como su entendimiento, una tabla rasa; tu vida, más todavía que su vida, un batallar sin tregua; tu libertad, un nombre; tu redención, una mentira. En vez de adelantar, parece que has retrogradado.

Todo se emancipa y redime en la vida; la zarza se hace rosal; el agracejo, viña; el selvático acebuche, olivo; el cabrahigo, higuera; el peruétano, peral; la abeja es redimida por la remolacha; la ballena por el aceite de palma; el caballo por la locomotora; la enhiesta selva por el extracto hullero; todo se emancipa, todo menos el labrador, como si la ley del progreso rigiera únicamente para aquellos seres inferiores que no piensan ni sienten; como si la cruz de la redención se hubiese levantado sobre el Gólgota para redimir a la Naturaleza y no para redimir al Hombre.

Así mientras todo sonríe, y ama, y juguetea, y canta en la Naturaleza, el labrador padece y llora y no desplega los labios sino para maldecir. Como en el rito eclesiástico hay una oración para cada día del año y para cada hora del día, el calendario del labrador tiene para cada estación, para cada luna, para cada día, para cada minuto, un ser que maldecir: maldice un día a la nube que pasa sin humedecer los abrasados surcos y los calcinados barbechos, y al siguiente porque ha llovido demasiado y despojádole del suelo vegetal que había creado con su trabajo y que era su única riqueza; -maldice un día al sol porque arde con demasiado brillo y le quema las plantas, y otro día porque queda velado tras de nubes y la atmósfera no se calienta y las cosechas sufren peligrosos retrasos; -maldice a la nieve cuando cae, porque hiela los olivos, y cuando no cae porque no se empapan las mieses ni se llena el pantano; maldice al rayo que reduce a cenizas su cosecha de hierba; -y al huracán que troncha sus árboles y apedrea sus viñas; -y al torrente que se hincha y destruye sus acequias; -y a la raposa que diezma su gallinero; -y al águila que le roba sus cabritillos; -y al gorrión, y a la langosta, y a la filoxera; -y a la hormiga, esta señora feudal que le cobra pingüe tributo en el campo, en la era y en el granero, y a los espinos que se levantan a la altura de las ovejas para robarles vedijas de lana, y a la zarza y al matorral, que se asoman a las orillas del camino extendiendo sus garras de infinitas uñas para arrebatarle parte de la mies; -y al agente del fisco que le recoge las últimas sobras de la cosecha, y al ejército que le priva del auxilio de sus hijos, y al cacique que le oprime; -y a las clases ilustradas que en vez de tenderle la mano, consumen su escasa vitalidad y arrojan millones en mascaradas y festejos, mientras él pasea su miseria por Europa a raíz de inundaciones y diluvios apocalípticos; -y a su infausta suerte que mientras él está aguardando, como los patriarcas en el Limbo, el advenimiento de un gobierno que sepa crear riqueza, no le proporciona más que gobiernos que sólo saben crear contribuciones; -y así entre rogativas y maldiciones y conjuros, camina tristemente desde la cuna al sepulcro, siendo su vida una maldición coreada contra la Naturaleza su enemiga y contra la sociedad su madrastra.

Yo no quiero dejaros, señores, yo no quiero dejar a los agricultores españoles bajo la impresión de este doloroso presente: el hombre se diferencia del bruto en poseer el don de profecía, en tener esas llaves doradas del porvenir que se llaman las leyes de la Historia, y puede por tanto anticiparse en espíritu y representarse en una como proyección ideal los goces y las grandezas venideras que lleva en tensión las ansias y angustias que ahora viene padeciendo. España no será siempre lo que es al presente: la agricultura española no será siempre como ahora víctima propiciatoria de la sociedad. Florecerá el reinado del látigo, habrá un Jesús que arrojará del templo a los sofistas y a los mercaderes para poner en su lugar a los hombres de recto sentido y de buena voluntad; y a los retóricos que se adormecen y adormecen a la nación con su inútil palabrería, sucederán los hombres de acción que enseñarán al pueblo, no con discursos sino con obras, que la vida no es sueño, sino actividad, y lucha y movimiento, que el sueño es retroceso o ignominia y estancamiento y muerte, que los pueblos que se duermen en medio del día, como las vírgenes fatuas, llegan tarde y con las lámparas apagadas a las puertas ya cerradas del peregrino sin alcanzar a donde se celebran los desposorios del mundo antiguo con esta espléndida civilización moderna.

La Península que hoy es, a pesar de tantos programas y de tantas circulares llenas de buenas intenciones de esas de que está empedrado el camino del infierno, un cuerpo seco, por donde no corre ninguna savia, se verá surcada por un sistema arterial hidráulico de acequias, canales y pantanos, por los cuales circulará en gigantescas palpitaciones la vida y se derramará la riqueza y la abundancia, la alegría y el bienestar; -desde el fondo de los valles y desde las orillas de los ríos, irá trepando el arbolado por las despobladas laderas hasta ganar las cumbres y reconstituir el destrozado de Silva y de Pomona; -encontrará por doquiera pingües pastos la oveja, para transformarles en carnes, en leches, en lanas, y brindar con ellas al hombre, como directo colaborador de Dios en el plan de la creación: en las lindes de los campos y a orillas de los caminos y a la sombra de las casas, extenderán liberalmente sus cien brazos los frutales, obreros cuyo salario paga el cielo, y que trabajan noche y día para el hombre sin dar nunca señales de fatiga; -el motor helio-dinámico aprisionará la fuerza solar, y sin que el labrador se afane ni distraiga, el sol por sí solo ascenderá agua de riego y labrará la tierra y trillará la mies, como en otro tiempo los divinos agentes que sirvieron a San Isidro; -gigantescas lámparas eléctricas, transformando la luz solar del día en luz nocturna, coronarán de penachos inflamados las cimas y derramarán cataratas de luz por los aires, e iluminarán los valles y harán crecer las plantas y abrirse las flores y sazonar los frutos más aprisa que al presente; -gigantescos pozos taladrando la corteza del planeta en todos sentidos pondrán a contribución el calor central, y con ellos proyectará poderosos surtidores de vapor a la atmósfera a fin de entibiarla y descorrerá cortinajes de nubes por el espacio en las noches frías de invierno, convirtiendo la Península en una estufa de proporciones infinitas; -congregará al estampido potente de la dinamita los vapores rebeldes disueltos en el aire y los resolverá a día fijo en fecundante lluvia, y se jubilarán en parte los canales; -y así, domadas las fuerzas de la Naturaleza, unido a ella el labrador en fraternal abrazo, fenecida la lucha por la existencia, podrá ya penetrar dentro de sí mismo y departir con Dios en el misterioso locutorio de su conciencia; sentirá los divinos goces de la familia, vivirá en todos los climas y cambiará su pensamiento con todas las razas en el teléfono y el telégrafo, y gozará de ese maravilloso espectáculo, de movilidad y belleza infinita, con el cual no hay magia que pueda compararse, la Naturaleza; y leerá en ese libro más elocuente que los más elocuentes libros humanos; y no serán para él cuadros mudos la esplendorosa salida del sol precedida de las rosas del alba y la música indefinible de las esferas. -Entonces, la casa y el campo serán un verdadero reino, y el labrador dentro de él soberano, rehaciendo la poética leyenda del Paraíso; -entonces la libertad no será como ahora un nombre, sino el producto vital y como el aliento de la sociedad; -entonces la semana tendrá siete domingos para el labrador y el año será una perpetua primavera y un festín eterno; -entonces se cerrarán las cárceles y los presidios, porque habrá concluido el reinado de la miseria y de la ignorancia; -entonces, el sol no será ya el ciego y mortal enemigo del labrador, ni siquiera una estrella ceñida a su frente como una diadema, sino el escabel de sus pies, el proveedor universal de sus necesidades, el dócil servidor de sus antojos, el trono sobre el cual asentará su imperio para siempre; -entonces la vida habrá dejado de ser un calvario y el trabajo una maldición y un castigo; -entonces podrá alzarse, en medio de la tierra, radiante y luminoso el leño de la cruz, porque habrá sido un hecho la redención del espíritu; -y el labrador, cargado de venturas y de años, podrá dirigir la vista al cielo y exclamar como el viejo Zacarías: «Señor, ya puedes disponer de tu siervo, porque hasta el presente siempre me habías vuelto las espaldas, pero ahora, por fin, he podido ya contemplarte cara a cara»30.