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De hecho, sólo en algunos tramos del recorrido, en particular ante los monumentos romanos del Sur de Francia (Arles, Narbona, Nîmes...: II, 300-301, 307-308, 312-316, 332) se detiene en describir con cierto detalle ruinas y edificaciones antiguas, sin que ello le detraiga de sus principales inquietudes. Sobre las características de los modelos de viaje clasicista, «ilustrado» y prerromántico, véase Ana Clara Guerrero, Viajeros británicos en la España del siglo XVIII, Madrid, 1990, 36-50.

 

22

José Clavijo y Fajardo, El Pensador, Madrid, Joaquín Ibarra, 1762-1767 (edición facsímil: Lanzarote-Las Palmas de Gran Canaria, 1999), «Pensamiento XIX», 159-188, cita en p. 161; cursiva nuestra. «En los objetos que debe proponerse un viajero, no se puede dar regla fija. Éstos varían a proporción de su inclinación o de sus luces. Los unos se aplicarán a investigar el modo de pulir una nación; los otros a la navegación y al comercio; éstos a examinar el origen y medios de mantener la opulencia de un Estado, y aquellos a indagar sus fuerzas y los motivos de su decadencia. Las manufacturas, los varios ramos de hacienda, el ceremonial, las alianzas y tratados, los cálculos políticos, las leyes y el buen orden de la sociedad son materias a que deben aplicarse los viajeros, cada uno según su inclinación y estado en que se halle colocado» (178-179). «Mientras que un francés frecuenta a los artistas de un país, un inglés hace dibujar alguna antigüedad y un alemán lleva su álbum a casa de los sabios, el español estudia en silencio el gobierno, las costumbres y la policía, y él es el único de los cuatro que saca del viaje observaciones útiles para su patria». Jean Jacques Rousseau, Emilio, o la educación, Barcelona, Bruguera, 1983, 618-624: «De los viajes», cita en p. 621.

 

23

Carta del 29 de diciembre de 1777; cfr. Nicolás Bas Martín, «A. J. Cavanilles en París (1777-1789): un embajador cultural en la Europa del siglo XVIII», Cuadernos de Geografía, 62 (1997), 223-244, cita en p. 229. Sobre la importancia y sentido de la observación de las costumbres en el viaje ilustrado, véase Mónica Bolufer, «Cambio dinástico: ¿"revolución de las costumbres"? Las percepciones de moralistas, ilustrados y viajeros», en Actas del congreso internacional sobre Felipe V y su tiempo, Zaragoza, 2002,5 79-623.

 

24

María Pemán Medina, ed., El viaje europeo del marqués de Ureña (1787-1788), Cádiz, Unicaja, 1992, p. 229. Armando Alberola, «Un viajero de excepción por la Italia del siglo XVIII: el abate Juan Andrés Morell», Quaderni de filologia e lingue romanze, 7 (1992), 722. Gabriel Sánchez Espinosa, «Juan Andrés: el viaje ilustrado y el género epistolar», en P. Aullón de Haro, J. García Gabaldón y S. Pastor Navarro, eds., Juan Andrés y la literatura comparatista, Valencia, 2002, 269-286.

 

25

Clavijo y Fajardo, Diario del viaje..., pp. 24, 38, 46, 89, 107, 127, entre otras referencias. M. Pemán, El viaje europeo..., 231, 267-68. Ambos consignan con frecuencia la presencia de un «nutrido público de ambos sexos» en todo tipo de actos culturales y científicos, asistieron a las demostraciones de la célebre anatomista Mlle. de Bihéron, y el segundo apreció la presencia de damas en la Biblioteca Real y en otras instituciones culturales, a la vez que ridiculizaba a las astrónomas de París.

 

26

Ponz apenas recoge dos anécdotas, que le sirven para justificar su itinerario o realizar alguna digresión: el engaño de que fue objeto por un postillón, que le impidió visitar el Pont du Gard en Francia (II, 313), y la rotura del carruaje cerca de Saint Jean Pied-de-Port, a propósito de la cual comenta los usos lingüísticos de la zona (II, 335).

 

27

Rasgo que Gómez de la Serna estima común a los relatos de viajes ilustrados por España, pero que consideramos no puede hacerse extensivo a todos los viajeros: «Diríase que las personas interesan solamente a los viajeros de la Ilustración como unidades económicas, no como seres humanos dotados de estas o aquellas características tipificadoras». Gómez de la Serna, Los viajeros..., p. 88.

 

28

José L. Amorós, Mª Luisa Canut y Femando Martí Camps, Europa 1700. El «Grand tour» del menorquín Bernardo José, Barcelona, 1993. El manuscrito, inédito hasta esa fecha, es anterior al considerado por Gómez de la Serna el primer libro de viajes del Setecientos español: la Sucesión del rey don Phelipe V (1701), descripción del viaje del nuevo monarca realizada por Antonio de Ubilla, marqués de Ribas.

 

29

José Viera y Clavijo, Apuntes del diario e itinerario de mi viaje a Francia y Flandes y Estrado de los apuntes del diario de mi viaje desde Madrid a Italia y Alemania, realizados respectivamente en 1777-78 y 1780-81, y publicados en Biblioteca Isleña, Santa Cruz de Tenerife, 1849.

 

30

Ofrecen un amplio recorrido por la visión recíproca que la sociedad francesa y la española del siglo XVIII albergaron del país vecino Francisco Lafarga, ed., Imágenes de Francia en las letras hispánicas, Barcelona, 1989, J. R. Aymes, L'image de la France..., y Mercedes Boixareu y Robin Lefère, eds., La historia de España en la literatura francesa. Una fascinación, Madrid, 2002.