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ArribaAbajoV. Historia del Ampurdán, por don José Pella y Forgas

Desgracia grande es para mí, y sobre todo, porque nace de la falta de saber é inteligencia, el no poder apreciar las excelencias de ciertas hipótesis, ni dejarme convencer por algunos razonamientos. Acostumbrado principalmente á estudios y trabajos de índole matemática, que den una exactitud tangible, no encuentro suficientes todas las demostraciones, ni de crédito á lo que resulta de analogías un tanto arriesgadas. Esto me sucede con varias afirmaciones contenidas en la segunda parte ó cuaderno de la Historia del Ampurdán, por D. José Pella y Forgas, de igual modo que me aconteció con otras apreciaciones del primero.

Trabajos excelentes ambos, como reunión de datos y noticias, y que demuestran la alta inteligencia y sabiduría de su autor, carecen, sin embargo, y en alguna parte, de condiciones muy esenciales para un estudio verdaderamente histórico. Ciertos detalles y argumentos, inmejorables para un libro descriptivo, para guiar en un viaje de recreo al par que de instrucción, no pueden servir de fundamento sólido en el desarrollo científico de la historia de una región ó de un pueblo. Bien sé que hoy la Historia no   —17→   ha de limitarse á la enumeración árida de hechos ó personajes, ó á la citación de fechas, y que es, no solo conveniente, sino hasta indispensable, acompañarla con las descripciones del país, de los habitatites, de sus costumbres y hasta de sus tradiciones y leyendas; pero de esto á hacer que algún pormenor en las costumbres sea base principal de los raciocinios, ó que se interpreten forzadamente las leyendas en el calor de la fantasía, para sujetarlas áuna idea preconcebida, hay mucha diferencia.

Dije ya, al ocuparme de la primera parte de la obra, que hallaba exagerada la influencia predominante concedida á la raza sarda en el tipo, en las costumbres y hasta en alguna parte del traje que hoy usan los pobladores del Ampurdán, mucho más queriendo compararlos con las figuras esculpidas en los muros de Karnak. Todavía me he afirmado más en aquella idea con el examen del segundo cuaderno, al ver que se habla extensamente de los grandes vestigios que han dejado en el mismo territorio del Ampurdán, por cierto bastante reducido, las razas indo-europeas ó aryas, sobre todo en lo relativo á la constitución de la propiedad, derechos y costumbres de las mujeres y ceremonias en los matrimonios, todo ello en oposición completa con lo apuntado anteriormente respecto de los sardos. Es, á la verdad, bien difícil de comprender el predominio de unos y otros principios que se presentan simultáneamente; la variedad de ellos, lo que viene á de mostrar, según mi juicio, es la influencia de las diversas gentes que han cruzado el Ampurdán, paso el más fácil y obligado, en la mayoría de los casos, para las grandes invasiones que llegaron á España procedentes del Norte y del Oriente.

Se explicaría muy bien que los vestigios de las razas primitivas, sus tipos y costumbres, se conservaran en los valles fragosos del Pirineo y distantes de las comunicaciones frecuentadas; así lo indica Festo Avieno, para el pueblo çordo ó sardo, en su famoso poema; pero no se comprende la coexistencia en los sitios más próximos y en las mismas llanuras del Ampurdán, donde el señor Pella y Forgas señala como reunidas las trazas de los sardos y los vestigios, en costumbres y nombres, de las razas indo-europeas. Esta es la cansa principal de que no me convenzan algunos razonamientos, y de que yo halle forzadísima la interpretación de   —18→   ciertos hechos, de varios vocablos que el autor hace derivar del sanscrito, y sobre todo la de algunas leyendas ó consejas, tales como las del Castro de Carmany, de la piedra iluminadora de Fanals, u otras, á las cuales busca origen en las tradiciones de la India ó de la Persia.

En una zona tan expuesta á frecuentes invasiones, y tan barrida por ellas, nada tiene de extraño la subsistencia de los restos de antiguas fortalezas ó castros, ni sus analogías con los de otras comarcas de España, especialmente con los de Galicia; pero bueno es decir que el de Carmany, ya citado, no pudo tener la gran importancia que se le atribuye, ni servir de refugio y defensa á importantes tribus, encerrando sus ganados y recursos; basta considerar, para asegurarlo así, que sus dimensiones son solo de 260 pasos de Este á Oeste, por 256 de Norte á Sur, según los datos del autor. Tampoco creo que los nombres actuales de algunas poblaciones puedan servir de guía para fijar la existencia, ni menos la importancia, de estas primitivas fortificaciones.

No soy autoridad cia las cuestiones etimológicas, pero me parece que hay abuso notable en querer explicar las circunstancias topográficas de muchos pueblos por sus nombres, de lo cual presenta numerosos ejemplos el Sr. Pella y Forgas, buscando la interpretación en el idioma celta, y hasta en el sanscrito. Como ejemplo, citaré primero los nombres de Canadalt, Canapost, Canya, Canellas, Canet y Casavells, que autos se pronunciaba Canavells, y cuya raíz supone procede de Cane ó Cana, que significa lago. Verdad es que en el último y en los de Canapost, Canya (que está equivocado, y debe ser Canyano), Canellas y Canet de Verges, agrupados en corto espacio y cerca de los ríos Ter y Fluviá, quedan hoy vestigios de lagos, ó pudo haberlos en otras épocas, pues se trata de terrenos formados por los aluviones de aquellos; pero en los de Canadalt y Canet de Adri, muy apartados de los demás y en regiones montuosas, no es probable la existencia anterior de lagos, y hay también muchos pueblos donde los ha habido, ó subsisten todavía, y cuyos nombres no llevan la expresada radical. En el de Canet de Adrí, otros creen ver la procedencia de Canis como figura ó señal de término entre los Indigetes y Ausetanos.

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Tampoco creo que puedan derivarse del idioma céltico y denotando la relación con ríos, estanques ó aguas, los nombres de los pueblos de Ullá, Ullastret, Ultramort y Vulpellach, que el autor dice pronuncian generalmente Ullpellach ó Ulpellach. Cierto es que en todos ellos, también reunidos y cerca del río Ter, han existido lagos, y en algunos hasta época bien reciente; pero puede aplicárseles igualmente el raciocinio anterior. Además, el de Ullá se llamó en lo antiguo Olianus, con raíz diferente; el de Ultramort, Ultra-mortui, y Vulpiliacus el de Vulpellach. Ni hallo censurable, como el Sr. Pella y Forgas, que al de Ullastret ó Ullastredo, según se le nombra en documentos más antiguos, se le tradujera por Oculo-Stricto en el siglo XIV; acaso esto demuestra mejor el origen de dichos nombres, porque pueden referirse á los ojos ó manantiales que contienen y alimentan la mayor parte de los pequeños lagos. Bueno es añadir que el pueblo de Ullastre, en la misma región, y que omite el autor, se llamó también Oleastrum, y está en paraje donde no es probable la existencia de lagos. Además debe tomarse en cuenta que el sitio donde se encuentran los pueblos citados últimamente, debió ser en lo antiguo excesivamente pantanoso y completamente inhabitable, ú ocupado, si acaso, por estaciones lacustres.

No menos forzado me parece ir á buscar el origen del nombre de Pals en el de peul, pol ó pul, de las lenguas indo-europeas; y mucho más cuando el autor reconoce que de estas nació la voz latina palus, de la cual es más probable se derivase el nombre de aquella villa, colocada cerca de parajes que en lo antiguo debieron ser pantanosos. Ni juzgo que se hace bien en acudir al celta para buscar los orígenes de los nombres de Alis, Albons, Alfar ú otros; y aún mucho menos comparando el último citado con los de Faro y Farelo en Galicia, cuya significación es bien distinta.

Excusado me parece detenerme á refutar otras analogías, citando solo la del río Tordera, que no creo deba atribuirse á las razas indo-europeas, cuando es sabido que se llamó Larnum en tiempos históricos. Conviene no olvidar que se desconoce la época de la fundación de casi todos los pueblos citados, que apenas hay datos de alguno, entre los de esta comarca, anteriores al siglo IX, y que es bien singular que entre los nombres que conocemos de   —20→   la geografía antigua, en esta región de la Indigecia, no se halle uno solo con raíces célticas ó anteriores, siendo entonces más natural que apareciesen tales vestigios en la nomenclatura. Esta observación no se opone á las trazas que se conservan evidentemente en algunos nombres topográficos usuales ó de localidades; pero me parece mucho más aventurado buscarlas en las denorninaciones de gran número de los pueblos actuales, que deben tener origen muy posterior.

Así como para cumplir con un penoso deber, he tenido ocasión de consignar y combatir algunas apreciaciones sobrado atrevidas, a mi juicio, acerca de los primeros pobladores del Ampurdán, con entera convicción, y además con un placer grandísimo, debo declarar que la obra de D. José Pella y Forgas cambia esencialmente de aspecto desde que entra ya en los tiempos verdaderamente históricos, donde se prescinde de vagas conjeturas ó de interpretaciones más ó menos forzadas, y pueden tenerse en cuenta documentos seguros para razonar los hechos y las descripciones. La reseña de las invasiones y dominación de los iberos ó Confederación ibérica, la de los Briges ó Bébrices, de los Indigetes, Celtas, Ligyos ó Liguros, y, por último, la del primer establecimiento de las colonias griegas, hasta donde alcanza el segundo cuaderno publicado, está magistralmente hecha y con gran copia de documentos y razones. Admirable hallo también la interpretación del bello texto de Rufo Festo Avieno, y muy acertadas las reducciones del Iugum Celebándicum al Cabo Bagun, el más saliente por esta parte, y de la ciudad de Cypsela al fondo de la playa, de formación moderna, que sigue á dicho cabo por el Norte, en vez de colocarlos en puntos más meridionales, como han propuesto otros.

Fundadas creo las consideraciones de que el establecimiento griego de Emporion precediese al de la ciudad contigua de los indígenas, en contra de lo que afirman los más, fundados en el texto de Estrabón, y antes de que ambas poblaciones se juntasen abarcándolas un recinto común, aunque divididas entre sí por un muro, formando una ciudad doble ó Gémina. Ni encuentro fuera de camino los argumentos del autor para probar que dicha colonia se estableció más bien en tierra ligura que indigete, y de   —21→   que la ciudad indígena no fuese la llamada Indica ó Indike, según afirma Stéfano de Byzancio. La existencia de esta población, que debió dar nombre á los Indigetes, no aparece en verdad tan dudosa como el autor lo cree; pero si puede serlo el sitio que ocupó realmente; y es lástima que el Sr. Pella y Forgas no haya ampliado más sus indagaciones sobre este punto importante, ya que señala el hecho, muy atendible, de que la mayor parte de las monedas que llevan el nombre de Indike, ú otro parecido, se encontraron cerca de Figueras y en el alto Ampurdán.

Curiosísima es también la reseña de los parajes donde se han hallado monedas de Emporion y de Rhoda ó Rhode, para demostrar la importancia y la extensión que alcanzó su comercio.

De todo lo dicho resulta que en la obra del Sr. Pella y Forgas, llena toda ella de curiosísimos datos, y en que se demuestra una erudición muy grande, hallo censurables, en mi pobre opinión, algunas afirmaciones demasiado concluyentes ó las analogías deducidas de las leyendas y hasta de vocablos aislados, produciendo unas y otras incoherencias ó inexactitudes en los primeros períodos de la historia del Ampurdán, pero sin que afecten estos lunares al mérito del conjunto. Después, y á medida que avanza el autor en su camino, acercándose ya á los tiempos verdaderamente históricos, refrena el vagar de su fantasía, y precisa y describe los hechos con clara lógica, excelentes razones y apoyándose en multitud de documentos.

Aunque la portada del nuevo cuaderno lleva el lema del tomo II, se ha tenido el buen acuerdo de seguir la paginación del primero, llegando desde el folio 81 al 164, con inclusión de los cinco apéndices que lo terminan. La impresión es tan esmerada como en el primer cuaderno, y hay varias viñetas muy notables, además de las dos preciosas láminas heliográficas de Figueras y Ampurdán.

Para concluir, debo manifestar que la Historia del Ampurdán por D. José Pella y Forgas, me parece muy digna de la protección del Gobierno de S. M., y en la medida que el mismo pueda considerar conveniente. La Academia, sin embargo, con su ilustración superior, acordará y propondrá lo que juzgue más oportuno.

FRANCISCO COELLO.

Madrid 20 de Mayo de 1881.