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ArribaAbajoVI. Las ciudades bastetanas de Asso y Argos

Aureliano Fernández-Guerra


En 1869 nuestro esclarecido socio honorario el Dr. D. Emilio Hübner sacó á luz, bajo los auspicios de la Real Academia de Prusia, el volumen importantísimo de Inscripciones de la España   —459→   Latina. Servicio inmenso y nunca bastantemente agradecido y alabado, fué aquel para nuestra historia y geografía; cabiendo al activo y erudito epigrafista alemán la gloria de utilizar en bien común cuantas innumerables riquezas literarias, acopiadas en más de un siglo, y cuantos peregrinos datos y sazonados frutos de asiduo estudio y aplicación tardaban en ser del dominio público, así en el valioso archivo de esta Real Academia, como en el bufete de muchas personas particulares. Pero ni un punto se detuvo la Academia en franquearle sus tesoros literarios; ni tampoco se retrajeron de hacer lo mismo nuestros finos amantes y colectores de objetos arqueológicos y epigráficos, antes bien, supieron competir noblemente en evidenciar al viajero hasta donde llegan la proverbial hidalguía y la nunca desmentida generosidad españolas.

Con delicada crítica, el Sr. Hübner, y con envidiable preparación, quilató en su libro, el mérito, el valor científico y la historia de las inscripciones, una por una; y rara vez la desconfianza excesiva le llevó á condenar lo genuino.

De esas pocas veces fué aquella en que, al inventariar las inscripciones de la ciudad de Cartagena, como hallase copias antiguas de dos epígrafes muy íntima pero no literalmente relacionados entre sí, y con sus propios ojos hubiese visto original el uno de ellos, tuvo al otro por superchería de aborrecibles interpoladores. Refiérome á las dos gigantescas y famosas lápidas de Lucio Emilio Recto. Conservada la una por espacio de seis siglos en Cartagena, se ha traído á esta corte, no mucho después de la revolución de 1868, y enriquece el Museo Arqueológico Nacional. La otra existe aún en Caravaca sobre la puerta de la ermita de la Soledad.

Importa que me sea lícito recordar á la Academia algo de ese Lucio Emilio Recto, y algo de esas dos lápidas romanas, interesantísimas á la corografía de la provincia de Murcia.

Bien entrado ya el siglo II, un escribano cuestorio y edilicio, español por ventura, debió al César Adriano Augusto (117-138), elevarse de su humilde clase civil (honesta la llama Ciceron: In Verrem, act. II, lib. III, 79) hasta la prepotente de los caballeros. Los cuales, después del año 704 de Roma, 50 antes de Cristo,   —460→   formaban el privilegiado cuerpo honorífico de donde habían de salir, por necesidad, todos los oficiales superiores de la milicia y cuantos iban á ejercer las principales magistraturas del Estado. En la antigua república, solo después de una victoria se ennobleció al escribano con el anillo de oro, signo de caballero; aun cuando no faltase un Verres que, á fuer de propretor brutal, envileciera aquella y toda honra en el cómplice adulador de sus delitos (Cicerón, 1. c.). Así como el anillo de oro, el caballo público fué también distintivo y privilegio del orden ecuestre.

Iniciado, pues, de esta manera en la vida pública y de los encumbrados honores el équite novel, tuvo que domiciliarse en Roma, donde sin excusa eran obligados á residir los caballeros, si no se hallaban en activo servicio (Dion., LIX, 9. -Capitolino: M. Aurel., VI. -Lampridio, Comm., I).

Pero tan afortunado agente debió ser para sus conterráneos, tales riquezas supo allegar y tal maña se dió, afianzando el logro de bien encaminadas esperanzas, que seis poblaciones meridionales de la España Tarraconense disputáronsele por conciudadano suyo. Fueron estas Carthago Nova, Sicelli, Asso, Lacon (Lacoena urbs), Argos y Basti. Mortal enfermedad vino á desbaratarlo todo; y al hacer testamento el antiguo escribano, que Lucio Emilio Recto se decía, tan pródigo y bizarro anduvo con una y otra, sino con todas estas seis españolas ciudades, que llegó á dotarlas de algún monumento ó edificio suntuoso donde vino á perpetuar su nombre y rústica tribu, domicilio y séxtupla ciudadanía, primitiva ocupación y posterior dignidad, y juntamente su gratitud y largueza. Doscientas cincuenta libras de plata legó para una estatua á la Concordia de los Decuriones de Cartagena; y el pedestal, con letrero sumamente curioso, pareció en 1526 (Hübner, Inscriptiones Hispaniae Latinae: 3424), mas ya no existe.

Reconocido al honor de la edilidad que obtuvo de sus conciudadanos cartaginenses, mandó erigirles un teatro; y la gigantesca lápida, que por memoria allí se puso, hecha extraer de las ruinas, en 1244, por el sabio príncipe D. Alfonso X, y colocar sobre la puente levadiza del castillo (según nos dice Cascales en el Discurso de la ciudad de Cartagena, Valencia, MDXCVIII; 23), ilustra ahora   —461→   el Museo Arqueológico Nacional, merced al Sr. La Rada y Delgado, que logró ponerla á cubierto de vandálica destrucción. En fin, pagando el haberle escogido por patrono suyo la república de Asso (cuyos valientes y hoy despedazados alcázares baña recién nacido el Quípar), dejó hacienda bastante para construir allí edificio soberbio, y solemnizar la erección todos los años con público banquete.

Hace cuatro siglos que de la subvertida ciudad se trajo á Caravaca, distante una legua hacia el septentrión, la ingente piedra conmemorativa de ello (tiene 3,8 m. de largo por 0,37 m. de alto): labrábase entonces la ermita de la Soledad, y el mármol fué colocado por dintel sobre la puerta que mira al Occidente. Allí la hubo de copiar el antiquísimo epigrafista hispano (que muchos creen ser D. Rodrigo Sánchez de Arévalo, obispo de Oviedo en 1458, de Zamora en 1467, de Calahorra en el año siguiente, y de Palencia en 1470 y 1471); allí la vió y copió el año de 1600 Robles Corvalán, hijo ilustre de Caravaca; y en 1700, el historiador Cuenca Fernández; y en 1800, el docto por quien la supo reproducir más exacta D. Juan Agustín Cean-Bermúdez. Y como si tantos y veraces testigos, en siglos tan diversos, no hicieran plena fe á los ojos de la crítica, recelosa y justamente apercibida contra audaces interpoladores, hoy día subsiste la colosal piedra, con admirable conservación, en el mismo lugar que se puso.

Fielmente la hube de reproducir en mi contestación académica al Sr. La Rada y Delgado (27 de junio de 1875), cuidando de justificar la existencia, el tamaño colosal, la ingenuidad del monumento y la exactitud de la copia, con el testimonio fehaciente de las primeras autoridades de la provincia y con testigos de la mayor excepción. Esta piedra dice así:

L·AEMIL·M·F·M·NEP·QVIRINA·RECTVS·DOMO·ROMA·QVI ET·KART·

·ET·SICELLITANVS·ET·ASSOTANVS·ET·LACEDAEMONIVS·ET·BASTETANVS·

·ET·ARGIVS·SCRIBA·QVAESTORIVS·SCRIBA·AEDILICIVS·DONATVS·EQVO·PVEL·

·AB·IMP·CAESARE·TRAIANO·HADRIANO·AVG·AEDILIS·COLONIAE·KARTHAGI·

REI·PVB·ASSOTAN·FIERI·IVSSIT·EPVLO·ANNVO·ADIECTO·



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Como era de inferir de su probidad literaria, el Sr. Hübner reconoció gustoso la purísima antigüedad del epígrafe (á mi ver, sin razón bastante puesta en duda); y le reprodujo en el volumen III, página 45 de la Ephemeris Epigraphica; pero con dos equivocaciones, hijas de distracción seguramente.

1.ª Afirma, y no es así por cierto, que la ingente piedra (objeto de contradicción) ya no está en Caravaca, sino que hoy se conserva en el Museo Arqueológico de Madrid.

La que existe ahora en el Museo de esta corte, es la piedra de Cartagena, señalada entre las Inscriptiones Hispaniae Latinae con el número 3423.

La que de las grandes ruinas llamadas Las Cuevas, se trajo á Caravaca hace cuatro siglos para la ermita de la Soledad que se labraba entonces, no se ha movido de Caravaca.

2.ª Asegura el sabio profesor no estar demostrado todavía en qué sitio fué la bastetana ciudad de Asso. Lo está, y por la misma piedra llevada á Caravaca; supuesto que la tradición constante y la aseveración de intachables escritores, unánimes todos en espacio de cuatro siglos, expresan que aquella lápida vino de las expresadas ruinas; y supuesto que publica evidentemente la inscripción haberse construido para la república de los Assotanos el edificio donde esta memoria se puso.

De las grandes ruinas de Las Cuevas de los Negros, ó sea La Encarnación, pregoneras de antigua y floreciente ciudad, se extrajo la lápida; luego conforme á la buen a crítica, allí fué Asso.

De los testimonios seguros que afianzan en Las Cuevas hasta muy mediado el siglo XV la piedra de Asso, cuéntase el de D. Juan Bautista Valenzuela Velázquez, egregio consejero de Italia y del supremo de Castilla, presidente de la chancillería de Granada, obispo salmantino, escritor apreciable en materia jurídica ó histórica, diligente y generoso colector de antiguas inscripciones, varón de gran prudencia y doctrina, sincero y probo á toda ley. Al copiar sus palabras nuestro benemérito colega, bajo la ofuscación de tener por imaginario el epígrafe assotano, aventura la inmerecida advertencia de quibus cave confidas. La afirmación del respetable prelado y la de otros varios antiguos escritores, uno de ellos natunal de Caravaca, y ninguno de los cuáles hubo   —463→   de poner su amor propio en reducir la ciudad de Asso á este ó aquel paraje, no pueden menos de inspirar entera confianza.

En lo que procede con laudable cautela el Sr. Hübner, es en no ver demostrado aún todavía donde fueron las tres poblaciones de Lacon, Sicelli y Argos, que juntamente con las de Carthago Nova, Asso y Basti llamaron á Emilio Recto conciudadano suyo; pero se inclina á que Argos y Lacon hayan de ser las de Grecia, por no haber querido aparecer menos este habitador de muchos ópidos. Sin embargo, más natural me parece á mí estimarlas españolas, atendiendo al orden con que entremezcladas se citan en la lápida, y sobre todo á correr por la provincia de Murcia un río Argos, que supone á su orilla en la pasada edad población de idéntico nombre, según los repetidísimos ejemplos que de ello nos ofrece la antigua y moderna geografía española.

Quizá esté próxima la hora en que averigüemos donde fué la deitana Argos, si tomando por guía de investigación y exploración un dato de que voy á hablar en seguida, aspira la actividad murciana á obtener el premio ofrecido por la Academia para casos como este, desde 3 de Abril de 1858.

He aquí la guía interesante á que me refiero.

Por encargo del Sr. D. Quintín Baz, nuestro erudito correspondiente en Caravaca, me gozo presentando á la Academia el calco de un pequeño resto de losa de mármol, cuya altura mide 17 cm. y lo mismo su anchura, con solas diez letras, pero bastantes á despertar curiosidad muy viva. Están por bajo de lindo bocel, y pertenecen á época antoniniana:

imagen

La sagacidad del Sr. Baz le hizo al instante adivinar en la piedra las palabras (Qui)rina, R(ectus, et sic(ellitanus); y comprender que este fragmento pertenece á una tercera lápida conmemorativa   —464→   de la espléndida generosidad de Lucio Emilio Recto. A pesar de negarse el labriego, dueño y descubridor de la inscripción, á manifestar de donde la hubo de extraer, parece cosa averiguada y segura que la halló en el sitio denominado La Vereda, cerrillo puesto á la margen derecha del río Argos y como á media legua SO. de Caravaca.

Reúnense y combínanse, pues, muy elocuentes indicios (y tales como el fragmento de una tercera lápida de aquel opulento escribano cuestorio; la elevación del lugar en que pareció, conveniente á un ópido, supuesto el genio de los antiguos; y el descollar la altura junto al río que lleva el sonoroso nombre de Argos), para imaginar y conjeturar aquí uno de los tres ignorados pueblos, sea el que fuere, entre los seis de cuya vecindad se ufanó Lucio Emilio Recto.

Hay que excitar el interés individual, recordando en los periódicos del distrito que la Real Academia de la Historia, en todo tiempo, satisfará 500 pesetas á quien para ella adquiera una inscripción antigua, legítima, inédita y no conocida de este cuerpo literario, la cual decida y resuelva definitivamente un punto controvertido geográfico ó histórico, ó se estime como descubrimiento de importancia.

El Sr. D. Quintín Baz se ha hecho acreedor á la gratitud de la Academia, por haber llenado tan bien la obligación que á nuestros individuos correspondientes impone el art. 8.º del reglamento. Debe, pues, dársele muy expresivas gracias por las noticias y el calco; y hacer público todo ello en el BOLETÍN, para estímulo de unos, para empeñar á o otros en útiles exploraciones, y para ofrecer nueva materia de estudio y observación á los eruditos.

Madrid 27 de Mayo de 1887.

AURELIANO FERNÁNDEZ -GUERRA.