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ArribaAbajoI. Retratos de Isabel la Católica

J. de Dios de La Rada y Delgado


Con motivo de haberse dirigido por una ilustrada persona amante de los estudios históricos atenta instancia, acompañando una copia sacada de un retrato que se suponía el más exacto de Isabel la Católica, acordó la Academia se estudiase la cuestión detenidamente, para depurar, á ser posible, cuál es el retrato verdaderamente auténtico de la gran Reina. El ilustrado comunicante dice en su instancia, «que habiéndole unido estrecha amistad con el Sr. D. Nicolás Gato de Lema, Académico de San Fernando, peritísimo en el arte de restaurar pinturas antiguas, y que entonces desempeñaba tan difícil tarea en el Real Palacio, tuvo ocasión de ver en su estudio un retrato original que le hubo de pasar para su restauración la Reina Gobernadora Doña María Cristina, retrato que era de Isabel la Católica, y que cuando la expulsión de los Regulares se encontraba en la Cartuja de Miraflores.

«Mucho se diferenciaba esta imagen, continúa, de la ideal que, tenía concebida al pensar en tan admirable señora, y no se conformaba tampoco mucho con otros retratos que se suponen tomados del original. La consideración de estas observaciones avivó en mí el empeño de obtener una copia exactísima de la joya que poseía el Sr. Gato de Lema. Me parecía imposible que aquella, cuyo nombre llena toda una época, iniciando y llevando á cabo   —10→   los hechos más portentosos de nuestra historia, pudiera reflejarse por este cuadro en el azul oscuro de unos ojos diminutos, en una boca sumida, y en otros rasgos de la fisonomía, tan contrarios a la figura y apariencia forjadas por nuestra imaginación. Verdad es que no siempre se revelan por el rostro las cualidades de la persona. -Adquirí, pues, la copia apetecida, y al conocerla mi sabio amigo el Sr. Espada, éste me animó para que presentase el cuadro á nuestra Academia, por si cree que estudiando el asunto, puede servir su análisis de alguna utilidad á los conocimientos iconográficos. -Y ahora paso á manifestar las razones en que me fundo, para creer que esta pintura es fiel y verdadero retrato de Isabel la Católica.

En primer lugar, regla de crítica debe ser para este caso, la procedencia del retrato original y la manera cómo pudo llegar á las manos de S. M. la Reina Doña María Cristina, puesto que procedía de la Cartuja de Miratlores, y es el propio á que se refieren el Sr. D. Valentín Carderera en su colección iconográfica, y el Sr. Arias Miranda en la descripción de aquella Cartuja. Allí, entre otros cuadros no menos interesantes, se encontraba este retrato original, como correspondía á la casa en que reposaban los padres de la retratada, quien también prestó á dicho monasterio grandísima protección. Por desgracia la revolución francesa primero y nuestra revolución después, concluyeron con muchos de estos cuadros. Este retrato, sin embargo, fué de los pocos salvados, tanto en el primer trastorno como en el segundo... siendo aquellos trastornos el origen de haber llegado la pintura á manos de la princesa ilustrada, que no sólo lo defendiera, sino que procuró su restauración. Dejo, pues, explicado cómo la procedencia de este retrato es una de las pruebas mejores de su fidelidad. Pero como diste mucho en su parecido del que presenta, en su colección el Sr. Carderera, cuyo original existía en el convento de Santo Tomás de Ávila, esto me obliga á añadir algo en defensa del original de la Cartuja de Miraflores, del que es un calco fidelísimo la adjunta copia.

El propio Sr. no lo desconocía así, y hé aquí lo que en una nota que pone á su artículo LIV de su Iconografía.

Los retratos, dice, de que hoy se hace ostentación en algunos   —11→   juntos de la Península, y los que hay en Granada pintados por Cano ó sus discípulos, están lejos de corresponder á su objeto. El brío de la ejecución y el agradable colorido que les distingue, no compensan en manera alguna ni las alteraciones de los primitivos tiempos, ni las inconvenientes licencias introducidas en los trajes y accesorios. El que existió en la Cartuja de Miraflores hasta principios del siglo pasado, tiene grandes condiciones de autenticidad, aunque representa á la Reina en edad avanzada y con alguna incorrección en el dibujo.

Por lo que de esta nota se deduce, el Sr. Carderera, verdaderamente aragonés en sus trabajos de investigación, da á la Cartuja de Mirallores la posesión del retrato más verídico de la Reina Católica, por más que fuese diferente del que él presenta y que existiera en el convento de Ávila, en el cual parece que el pincel se cuidó más de las bellezas de la ornamentación que del reflejo de la realidad. Pero todavía podemos invocar otra autoridad que nos da explicación cumplida de la verdadera efigie del retrato que se encontraba en la Cartuja de Miraflores.

D. Juan Arias Miranda, en sus apuntes sobre la historia de esta Cartuja, se refiere también á este retrato de Doña Isabel I, cuya imagen hubo de producirle extrañeza, bastante parecida á la mía, y se expresa de este modo: «Todos estos preciosos cuadros, á excepción de dos ó tres, fueron presa de la insaciable rapacidad de los franceses; pero entre las escasas reliquias de naufragio tan sensible, pudo salvarse una tabla muy digna á todas luces del aprecio nacional. Es el retrato de la magnánima y esclarecida Reina, Doña Isabel la Católica, reputado generalmente por original: es de medio cuerpo algún tanto más chico que el natural. Su grave aspecto, sus rubios cabellos y los colores blanco y rosado de la cara, nos revelan que participaba de una raza extranjera, que lo venía por padre y madre. Sus virtudes, empero, sus nobles y elevados pensamientos y sus relevantes y extraordinarias prendas, demostraban que en aquel cuerpo inglés se contenía un alma, verdaderamente castellana.»

Creo que estas explicaciones disipan cualquier escrúpulo que acerca de la antigüedad de este retrato pudiera ofrecer su discordancia con el de Ávila. Es verdad que el Sr. Carderera sienta,   —12→   según queda ya copiado, que el de Miraflores representaba á la Reina en edad avanzada; pero esto lo contradice lo rubio de sus cabellos, y también que habiendo muerto esta Soberana á los cincuenta y tres años, no pudo ser retratada con los rasgos de una avanzada edad; estando muy conforme en lo demás, con la toca, y sobre todo, con lo de ser algún tanto más chico que el original

De propósito hemos copiado las palabras del comunicante que termina manifestando, falta sólo que la Academia juzgue acertada su opinión; palabras que hemos reproducido, para que no pueda presumirse siquiera, las tergiversamos en lo más mínimo al combatirlas.

El asunto á que se refiere es de la mayor importancia, pues se pretende nada menos que fijar de una manera absoluta, que el retrato presentado á la Academia es calco fidelísimo del que reputa como el retrato más verídico de la gran Reina, que llena con la merecida fama de sus hechos la historia de nuestra patria, en el período de sus mayores y legítimas glorias.

Para hacer tales aseveraciones, aunque guíe la pluma del investigador el más noble deseo del acierto, como sucede en el caso presente al celoso autor de aquel documento, creemos es necesario allegar todos los datos que puedan reunirse antes de pronunciar un fallo que puede redundar en perjuicio de ideas generalmente admitidas, y aun rebajar la importancia del personaje á que se refieran. Cierto es que no siempre se revelan por el rostro las cualidades de la persona; pero esta es la excepción, pues por algo se elevó á la categoría de axioma popular, que el rostro es el espejo del alma. Si el retrato verídico de Isabel la Católica fuese el que motiva este informe, trabajo costaría á los más entusiastas adunar la grande idea que justamente se tiene formada de aquella mujer incomparable, con aquel rostro bobo, sin expresión, sin armonía en sus líneas, con aquellos ojos y sin vida, con aquella cortísima nariz, con aquella boca sumida, con aquel todo, en fin, tan poco simpático, que nada dice al que lo contempla, y que no deja en el alma más que un profundo desencanto al comparar la pintura con el ideal que todos tenemos de la Reina de Castilla. Por fortuna, semejante pintura dista mucho de ser su retrato. Es una   —13→   desdichada copia, hecha por otra que, aunque antigua, también consideramos copia desvirtuada del verdadero original.

Para llegar á esta conclusión, hemos procedido con la prudente calma que tales investigaciones requieren, procurando ver por nosotros mismos los retratos que se dan por originales del célebre artista alcarreño Antonio del Rincón, tan justamente apreciado de los Reyes Católicos, cuyo pintor de cámara fué, y tan celebrado por los escritores de Bellas Artes, como escasamente conocido por sus obras. Cuéntanse entre estos retratos, el que se conserva en la llamada capilla de la Antigua de la Catedral de Granada, el de San Juan de los Reyes de Toledo, uno que existe en poder del Sr. Duque de Abrantes, que estuvo en un convento de monjas de Baeza, patronato de aquella antigua casa nobiliaria, y otro que se guarda en el Real Palacio, y que con la ilustración que le distingue, tiene en preferente lugar de sus habitaciones particulares S. M. el Rey. Todos estos retratos, así como el del cuadro de Santo Tomás de Ávila, copiado por el Sr. Carderera, ofrecen análogos rasgos fisonómicos, variando sólo en pequeños accidentes, que demuestran la diferente época en que se hicieron: pues en unos aparece la gran señora en todo el esplendor de su juventud, ó de su buena edad, como sucede en las tablas de Santo Tomás de Ávila y del Duque de Abrantes; en otros, ya con algunos, aunque escasos rasgos, que acusan la edad madura, aun en los rostros más hermosos, cuando las mujeres pasan de los cuarenta años, como acontece en la preciosísima tabla del Real Palacio, prototipo de todos estos retratos, y nos atrevemos á decir el original de donde se sacó la copia de la Cartuja de Miraflores, que ha servido de original, con poca fortuna, al que motiva este informe. Desearía, Sres. Académicos, poder traer á este acto el notable cuadro á que me refiero, para que pudierais juzgar de la exactitud de mis palabras. Obra admirable en sus perfecciones técnicas, pintada con aquel singular empaste de los artistas que estaban educados en las hermosas escuelas germánicas del siglo XV y comienzos del XVI, á que ya Antonio del Rincón es quizá el primer pintor español que empieza á unir el naturalismo del Renacimiento italiano, ofrece todos los caracteres de exactitud, que no dejan duda alguna acerca de que es un retrato hecho á vista   —14→   del regio modelo, coincidiendo todas sus líneas y su conjunto con los retratos escritos que nos dejaron sus contemporáneos.

En el Carro de las donas, obra traducida y refundida por el provincial franciscano Fr. Alonso de Salvatierra, de la que á mediados del siglo XV, compuso en lemosín con el título de Libre de les dones, el obispo de Elna Fr. Francisco Ximenez, se describe de la siguiente manera á la reina doña Isabel: «Esta cristianísima reina era de mediana estatura, bien compuesta en su persona y en la proporción de sus miembros; muy blanca y rubia; los ojos entre verdes y azules; el mirar muy gracioso y honesto; las facciones del rostro bien puestas; la cara toda muy hermosa y alegre, de una alegría honesta y muy mesurada; una gravedad encumbrada en la contenencia é movimiento de su cuerpo.» Compárese esta descripción hecha á vista de ojos, con el cuadro que se acompaña á la comunicación que da origen á estas líneas, y digase si en éste se ve siquiera el menor indicio de todos aquellos rasgos fisionómicos, tan gráficamente descritos por el escritor contemporáneo. En cambio, si se hace la comparación con la tabla del Real Palacio, que coincide con todas las demás que he visto y dejo anotadas, pero que es la mejor, á mi juicio, y la que presenta caracteres técnicos de autenticidad y de ser obra del afamado pintor de los Reyes Católicos, se ve inmediatamente la íntima relación que existe entre el retrato hecho al describir de la pluma, el trazado sobre la tabla por el pincel.

La mirada en el retrato de Palacio, como en los demás que hemos consultado, lejos de tener esa impasibilidad que nada dice de la copia presentada á esta Academia, tiene la honesta gracia del retrato escrito; las facciones, en lugar de aparecer desarmonizadas, como en dicha copia acontece, tienen todas la armonía del conjunto, que constituye uno de los principales elementos de la belleza; la nariz, en lugar de ser corta y casi roma, es de un corte perfecto y distinguido, notándose en sus dilatables ventanas los trazos característicos de la firmeza de carácter y de la dignidad; la cara aparece muy hermosa y alegre según las palabras del narrador; y su alegría honesta y mesurada se refleja en todo el rostro, y especialmente en la dulce sonrisa de la boca, que lejos de ser sumida, es expansiva y franca, con el labio inferior algo   —15→   abultado, carácter fisionómico que tanto se exagera en los reyes de la casa de Austria.

Después de examinar la tabla del Real Palacio, y de haberla comparado con la que hoy posee el Excmo. Sr. Marqués de Pidal, que se dice fué la que perteneció á la reina doña María Cristina, y por lo tanto la de la Cartuja de Miraflores, y con la copia remitida á la Academia, he adquirido la convicción profunda de que la tabla auténtica de Rincón, es la que posee S. M. el Rey: que de ella es copia, la que se atribuye á la Cartuja de Miraflores, pero copia hecha en época antigua, por un pintor que, como acontece la mayor parte de las veces, no interpretó fielmente el original, variándole por completo la expresión y apartándose de la pureza del dibujo, como ya notó con su extraordinario acierto y competencia el Sr. Carderera; y que el anónimo autor de la copia que tenemos á la vista, acabó de desvirtuar la hermosa pintura de Rincón, como acontece siempre que se van sacando copias de copias.

La exactitud de un retrato, su parecido, estriba á veces en los más pequeños accidentes. La inclinación de una línea, la mayor ó menor curvatura de otra, la veladura más insignificante, los accidentes que pueden parecer tales al que copia un cuadro, pero que no lo son para el que lo ha pintado a la vista del modelo, constituyen á veces la esencia del parecido, el quid inexplicable que le da vida, porque el artista logra sorprenderlo ante el original, y el copista que lo desconoce ni lo presume siquiera.

El retrato de Antonio del Rincón, que posee S. M. el Rey, retrato conocido y apreciado por el egregio pintor de Cámara y director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Excmo. Sr. D. Federico de Madrazo, á quien debí la noticia de su existencia, así como el haberlo podido consultar detenidamente y sacar de él un calco en líneas y papel trasparente por mí mismo, á la benevolencia de S. M. el Rey y á la bondad de su Secretario particular el Excmo. Sr. Conde de Morphy, es en mi juicio el que hoy existe más exacto de la gran Reina, en su edad madura, así como el de Santo Tomás de Avila, que publicó el Sr. Carderera, en su edad juvenil; y no hay más que ver el primero y compararlo con los que posee el Sr. Marqués de Pidal, y el remitido á la Academia,   —16→   para comprender, como llevamos dicho, que éste es copia de aquella copia, á que sirvió de original el de Palacio.

Después de lo que llevamos escrito, casi no es necesario añadir que, aunque sentimos quitar una ilusión á persona tan digna de aprecio como el ilustrado poseedor de la última copia, ésta no puede considerarse como retrato exacto de la regia señora que quiere representar, sino como una copia de otro que tampoco consideramos fidelísimo, que ya vió el Sr. Carderera, y que lejos de aceptar como el más verídico, no lo tomó para seguirlo en su Iconografía, prefiriendo el de Santo Tomás de Avila, y contentándose con decir de aquél, que tenía condiciones de autenticidad aunque representa á la Reina en edad avanzada, y con alguna incorrección en el dibujo. El de Palacio, en cambio, está admirablemente dibujado, copiando con esmero el artista hasta las nacientes ondulaciones, presagio de próximas arrugas, que notaba, en el rostro de la Reina, con aquella misma escrupulosidad de los pintores de su época, que no tendían á embellecer sus originales, sino á presentarlos tales como los veían; sin embargo de lo cual, el retrato de la Reina Isabel aparece como ella era, con las perfecciones fisionómicas apuntadas, y con una distinción inexplicable, á través de la cual se trasparenta el carácter firme y enérgico de aquella mujer singular, que encerraba en tan delicadas formas la más elevada inteligencia y el más hermoso y esforzado corazón.

A estas razones, deducidas del examen de retratos auténticos de doña Isabel, no está de más añadir, que tanto el que hay de relieve en uno de los altares de la capilla real de Granada, como el de la admirable estatua yacente del artístico mausoleo esculpido por Ordoñez (descubrimiento debido á la sagaz o ilustrada investigación de nuestro doctísimo Secretario perpetuo, excelentísimo Sr. D. Pedro de Madrazo), aunque hechos en época algo posterior, pero bastante cercana á la muerte de los Reyes Católicos, conciertan con el de Palacio, mucho mejor que con la copia que motiva este informe ni con la que le sirvió de original, y es de presumir que para labrar aquellas esculturas se tuvieran presentes los reputados por más exactos, como en tales casos acontece siempre.

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La Academia, en vista de todo lo expuesto, y del ligerísimo pero exacto calco que yo mismo he hecho sobre la tabla del Real Palacio, pasando cuidadosamente el lapiz sobre el papel vegetal, que trasparentaba como si casi nada hubiera encima el admirable retrato de Rincón, resolverá lo más acertado.

J. DE DIOS DE LA RADA Y DELGADO.

Madrid 12 de Junio de 1885