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11

Bartolomé de Torres Naharro, «Prohemio», a Propalladia, en su Obra completa, edición y prólogo de Miguel Ángel Pérez Priego, Madrid, Turner (Biblioteca Castro), 1994. La cita en p. 9.

 

12

Calderón de la Barca, La Hidalga del Valle, ed. Eugenio Frutos, Madrid, Aguilar (Biblioteca de iniciación hispánica), 1963. La cita en p. 69.

 

13

Juan Manuel Rozas, «La licitud del teatro y otras cuestiones literarias en Candamo, escritor límite», en Segismundo, I ,1965, pp. 247-273.

 

14

A continuación, en el original de Juan Manuel Rozas figuran tachadas las siguientes líneas:

Se encargaban a uno o varios dramaturgos los autos, se señalaban las dos Compañías, y desde mucho antes del día grande no se dejaba salir a los cómicos de la ciudad. Algunos -tenemos abundantes documentos sobre esta organización, en Pérez Pastor, y en Shergold y Varey- hasta fueron encarcelados por intentar escapar. El día del Corpus, matemáticamente, autor, actores, tramoyistas, todos, habían cumplido con su cometido.

Por la mañana la procesión recorría las principales calles de la población con gran pompa y teatralidad.

 

15

Ramón Esquer Torres, «Las prohibiciones de comedias y autos sacramentales en el siglo XVIII. Clima que rodeó a la Real Orden de 1765», en Segismundo, I, 2, 1965, pp. 187-226. La cita en p. 200.

 

16

Antes de este párrafo, y tras la cita del documento transcrito por Esquer, figuran en el original de Rozas las siguientes líneas:

Presidían las autoridades, y en Madrid, el propio Rey. A la suntuosidad de las ropas talares, a la solemnidad que daban las autoridades, se unían las alegorías tradicionales y populares, los gigantes, los diablillos y la tarasca. Ningún español necesita imaginarse lo que serían los gigantes, porque puede ver su rostro en las fiestas de casi todas las ciudades: gigantes y cabezudos de Zaragoza; y en relación directa con el Corpus, los seis de Sevilla. Lo que sabemos peor es su significado.

Todo este espectáculo popular está dentro del contexto del auto sacramental, como lo está la asistencia de todo el pueblo. Se representaba para el rey, luego para los Consejos, y luego en la Plaza pública. Esta serie de funciones llegó a ser tan penosa que el Rey decidió que todos los Consejos juntos asistiesen a una sola sesión.

 

17

C. A. Jones, «Brecht y el drama del Siglo de Oro en España», en Segismundo, III, 1967, pp. 39-54.

 

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Concluye Rozas el trabajo con una frase, «Nada más y muchas gracias», propia de la conferencia que en origen fue.