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Carlos Edmundo de Ory

Semblanza crítica de Carlos Edmundo de Ory

Por Francisco Ruiz Soriano

Carlos Edmundo de Ory

Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923 - Thèzy-Glimont, Francia, 2010), máximo representante de una vertiente del surrealismo lúdico, es heredero del juego poético del barroco, el esperpento valleinclanesco, el eclecticismo vanguardista del 27 y Gómez de la Serna. Arremetió contra las corrientes garcilasistas y rehumanizadoras (existencialista y social) de la primera posguerra con una postura sarcástica y humorística que tenía en la imaginación y la experimentación del lenguaje sus mejores baluartes, dentro del movimiento denominado Postismo que fundó junto con el poeta y pintor Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi la noche de Reyes de 1945, dando a la luz manifiestos y revistas efímeras como Postismo y La Cerbatana (ambas de 1945). Más tarde, en 1949, colaboraría con Mathias Goerith en Los nuevos prehistóricos, y en 1951 crearía con el pintor dominicano Darío Suro el Introrrealismo, una búsqueda de lo simbólico en la realidad interior. Esta efervescencia experimental le llevaría luego, en su exilio francés, a fundar el A. P. O. (Atelier de Poésie Ouverte), vehículo de una concepción de un arte poético abierto y total.

Hijo del diplomático y escritor modernista Eduardo Ory y de Josefina Domínguez, creció en el ambiente cultural del modernismo y del neorromanticismo del 27, que, junto con los ecos ultraístas y lorquianos, resuenan en sus primeras composiciones adolescentes de finales de los años treinta y primeros cuarenta, denominadas por él prehistoria poética, y que antologizaría luego en el volumen Poesía primera (1986). Se recogían allí poemarios como Sombras y pájaros (1940), La canción meditada (1941), Romancero de amor y de luna (1941), Elisa, poema en 11 estancias (1941) -donde aparece ya una prosa poética que encontraremos más tarde en Noches dantescas (2000) o en La memoria amorosa (2011)-, Paladín de Ponto (1942) o Canciones amargas (1942), entre otros.

En 1942 se trasladó a Madrid, donde trabajó de bibliotecario en el Parque Móvil de Ministerios Civiles hasta 1952. Son años de intensa actividad literaria, con publicaciones en revistas de la época como Garcilaso, Espadaña, Cántico, Halcón, Mensaje, El Español, Cuadernos Hispanoamericanos, Ínsula, El Espectador, La Estafeta Literaria, Poesía Española, Fantasía (donde aparecen sus «Versos de pronto» en 1945), etc.; pero también lo fueron de confrontación literaria contra los «peotas» del café Gijón y el desdén de la oficialidad cultural ante las propuestas de renovación literaria (comprendidas solo por unos pocos como Cirlot, Aldecoa o Eugeni d'Ors, quien le prologó sus Poemas de 1944). En aquel asfixiante ambiente de posguerra, Ory no solo no acababa de encajar en la dominante vertiente socialrealista que se estaba imponiendo y que tenía en Antonio Machado su principal modelo, sino que su heterodoxia era vista como un juego subversivo -a veces molesto- cuando satirizaba tradiciones y patrones convencionales con su técnica del «enderezamiento» postista (baste recordar, por ejemplo, aquel «Retrete», que tiene de trasfondo el «Retrato» del maestro de Campos de Castilla).

La situación de desamparo existencial y profesional en aquellos años luzbelianos en los madriles de posguerra -en la propia denominación de Ory- le llevaría a exiliarse a París en 1952, gracias a una beca. Su definitivo establecimiento en Francia vendrá tras su matrimonio con Denise Breuilh, con quien tuvo una hija, Solveig, y tras un paréntesis de un año en Perú (1957) trabajando de profesor de español, docencia que también ejercería en la École Alsacienne y en el Institut Catholique de París. Tras la separación de su mujer en 1967 se trasladó a Amiens, en cuya Maison de la Culture trabajó de bibliotecario y donde, al amparo del ambiente cultural de Mayo del 68, llevaría a cabo una gran actividad experimentadora en el A. P. O. Tras esta etapa ejerció de profesor en la Universidad de Picarde hasta su jubilación en 1992. Estableció entonces su residencia definitiva, con la pintora Laure Lachéroy, al norte de París, en Thèzy-Glimont, punto de encuentro «wellingtoniano» para todos aquellos que admirábamos su genialidad.

Fue principalmente a partir de los años setenta cuando empezó a reivindicarse su obra y a crearse toda una leyenda de heterodoxia y malditismo en torno a su figura. Este reconocimiento se trasluce en la fascinación de las nuevas generaciones, que ven en el poeta un modelo de libertad imaginativa y experimentalismo con el lenguaje, a la vez que se fueron sucediendo antologías poéticas sobre su obra (las realizadas por Félix Grande, Jaume Pont, Rafael de Cózar o el mismo Ory con Energeia, de 1978). Si Los sonetos (1963) muestra una evolución del juego verbal hacia preocupaciones más existenciales, no exentas de lo simbólico y misterioso, esto es algo ya evidente en Poemas (1969), aparecido en la colección Adonáis. Allí se vislumbra el paso de un surrealismo lúdico hacia una poesía cada vez más gnómica y metafísica en torno al dolor y la angustia, que definirá etapas posteriores como Música de lobo (1970), donde los temas y las formas tradicionales se ven relegados por un culturalismo alquímico y sagrado que abre las puertas a diferentes facetas que muestran lo chamánico y lo mágico, lo dionisiaco y lo órfico. Esta pluralidad interpretativa se puede seguir en Lee sin temor (1976), La flauta prohibida (1979), Miserable ternura / Cabaña (1981) o Melos melancolía (1991). Nunca Ory representó mejor la liberación del poema de la realidad para crear un nuevo espacio abierto a múltiples interpretaciones y experiencias.

Dentro de su obra narrativa y ensayística cobran relevancia los cuentos aparecidos en diversas revistas, así como la publicación de El bosque (1952), Kikiriquí-Mangó (1954), El alfabeto griego (1970) o la novela Mephiboseth en Onou (Diario de un loco) (1973). Alcanza su cumbre con la importante recopilación de sus relatos Cuentos sin hadas (1999) y con su Diario 1944-2004 (2004). Por su parte, una línea aforística emocional, a caballo entre la greguería y el budismo zen, se presenta en sus sucesivos Aerolitos (1962; 1985; 1995; 2009; 2019), pólenes novalisianos de pensamiento que destilan alquímicamente la experiencia que el mismo poeta definió como perlas del cráneo llenas de corazón.

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