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ArribaAbajo La gitanilla

Juan Bautista Avalle-Arce



University of North Carolina, Chapel Hill

La gitanilla is the first of the twelve Novelas ejemplares . This article fathoms some of the reasons that might have decided Cervantes to give it the place of honor in such an extraordinary collection of short stories.


La gitanilla, como es bien sabido, forma el pórtico de esa colección de doce novelitas que constituyen las Novelas ejemplares de Cervantes (Madrid: Juan de la Cuesta, 1613).1 Es preciso indagar los motivos que pueden haber motivado a Cervantes para ponerla como primera muestra de un conjunto que le causaba la íntima satisfacción que rezuman las siguientes palabras del prólogo a la colección:

A esto se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva mi inclinación, y más que me doy a entender, y es así, que yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas; mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la imprenta.



A mí no me cabe duda que la tipología literaria de los personajes y el tipo de argumento que allí se expone fueron los motivos decisivos para escoger a La gitanilla como primera de la colección, vale decir, como la trampa más indicada para atrapar al ingenuo lector en forma tal que éste ya no pueda dejar las Novelas ejemplares de la mano. Y para explicar esto debo explayarme un poco.

Los gitanos habían llegado a España en el siglo XV y la primera fulminación contra ellos data del último año de ese siglo: Real Cédula de los Reyes Católicos para que los egipcianos no anden vagando por   —10→   el reino, Madrid 4 marzo, 1499.2 El próximo golpe contra los gitanos cayó en 1539, en pleno reinado del Emperador Carlos V, y se trata de un conato de expulsión: Real Cédula para que los egipcianos tomen oficio y se asienten, o salgan del reino, Toledo, 24 de mayo 1539. Ya entrado en el siglo XVII la opinión oficial les es unánimemente desfavorable. Sancho de Moncada en su Restauración política de España (Madrid, 1619), el doctor Salazar de Mendoza en el Memorial de un hecho de los gitanos, para informar el ánimo del Rey nuestro señor, de lo mucho que contiene al seruicio de Dios y bien destos Reynos desterrallos de España (Toledo, 1618), Pedro Fernández Navarrete en su Conservación de monarquías (Madrid, 1626), y muchos más, claman y truenan contra los gitanos e invocan contra ellos las más severas medidas. La historia política de aquellos siglos nos presenta un frente sólido y severo contra los gitanos.3

La historia literaria, sin embargo, se ofrece pronta a plasmar en tipo literario al gitano, pero esto es en la primera mitad del siglo XVI. Gitanos y gitanas aparecen con frecuencia en el teatro de Gil Vicente, Diego de Negueruela, Lope de Rueda, Juan de Timoneda, y presentados hasta con cierta simpatía.4 Pero, tras los rigorismos étnicos y religiosos que caracterizan el reinado de Felipe II, para la época de las Novelas ejemplares la literatura amena ha formado cerrada falange contra la gitanería. Basta repasar el Marcos de Obregón (Madrid, 1618) de Vicente Espinel, el Soldado Píndaro (Lisboa, 1626) de don Gonzalo de Céspedes y Meneses, el Donado hablador de Jerónimo de Alcalá (Valladolid, 1626), para que surja nítida y unánime la enemiga que se sentía contra el gitano. La condenación general del gitano en las primeras décadas del siglo XVII queda acabadamente ilustrada por esta definición del gran lexicógrafo Sebastián de Covarrubias Orozco, quien en su Tesoro de la lengua castellana o española (Madrid, 1611) escribe sobre el nombre conde de gitanos: «El capitán y caudillo desta mala canalla, que tiene por oficio hurtar en poblado e robar en el campo».

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No puede caber duda de que en la España de las Novelas ejemplares el gitano vivía en los extrarradios de la sociedad, que ni siquiera afectaba un gesto de tolerancia hacia él. Todo esto hace más extraordinaria la actitud que adopta Cervantes en La gitanilla hacia la gitanería. Hay una simpatía cordial por parte del autor hacia esta gente que le lleva a acentuar sus rasgos positivos (como ser, todos los aspectos que caracterizan la vida natural de ellos), y a atenuar aquellos que más odio les concitaba, muy en particular sus hurtos y latrocinios. El discurso del viejo gitano, que actúa como una suerte de columna central a la estructura de la novelita, es buen ejemplo de la dialéctica cervantina en la ocasión.5 Como resultado de este limpio vuelo idealizante de la imaginación de Cervantes el personaje de Preciosa se nos aparece como la más cautivadora y lograda de sus creaciones femeninas.

Ahora bien, escribir una novela poblada por tipos literarios extrarradiados por las letras de la época, y que actuaban como definitorios de la obra a leer desde el propio título, todo esto constituía audacia y seguridad creativas. Además, y esto es muy importante, el hecho de que la protagonista fuese gitana (al parecer), y que su presencia en la escena siempre provocase aparición casi simultánea de una comparsa de su propia tribu, todo esto, para el lector de la época tiene un valor revelatorio. Más aún si consideramos que las palabras iniciales del relato son: «Parece que los gitanos y las gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones, y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo». Dadas las proclividades de la novelística de la época un comienzo semejante, más los conocimientos al alcance de todos acerca de los gitanos, todo esto sólo podía apuntar la novelita hacia el género picaresco. Mi sentir es que para el lector del siglo XVII La gitanilla tiene arranque de novela picaresca. Y todo esto lo cohonesta la calidad de los personajes (gitanos-ladrones), el ambiente   —12→   urbano (la picaresca no se puede desempeñar en ambiente rural); fiestas y refocilaciones.

Pero esto no dura mucho, ya que Cervantes sólo ha querido encandilar al lector, como en forma análoga, pero mucho más sostenida, lo hará con la verdadera identidad de Preciosa. Las repetidas poesías y músicas del comienzo bien pronto introducen el tema del amor, dado el pitagorismo imperante de la época, que explicaba que amor y armonía eran las dos caras de la misma medalla.6 El amor, sin embargo, el buen amor, es ajeno, más aún, antitético a toda novela picaresca. Porque el pícaro es el solitario (de ahí, en parte, la maravilla artística de Rinconete y Cortadillo), el victimario de sus semejantes, el personaje radicalmente insolidario con la sociedad. El lector comenzaba a seguir de prisa una pista, cuando Cervantes con ademán de maestro, le desengaña y le hace ver que la novela está apuntada a otros nortes.

Una vez que se ha puesto en juego el tema del amor, éste se presenta sucesivamente bajo diversos aspectos. El primero es el del paje anónimo (que sólo más tarde será identificado como Clemente) por Preciosa, que es eminentemente un amor ambiguo en sus manifestaciones. Después el amor-pasión (buena pasión, entendamos) de don Juan de Cárcamo (Andrés Caballero) por Preciosa. Como éste es el buen amor, recibirá la retribución máxima en el ideario cervantino: el matrimonio cristiano.7 Y luego el amor lascivo de Juana Carducha por Andrés Caballero, que siendo mal amor casi provoca una catástrofe final, de la cual, sin embargo, dada la pureza de las intenciones de Andrés y Preciosa, la única víctima es ella, la Carducha. En resumidas cuentas, Cervantes al comienzo de La gitanilla nos propone una novela picaresca, para muy poco después, y con elegante esguince, ponernos ante los ojos una acabada novela amorosa, en la cual resuenan decididos ecos del omnia vincit Amor virgiliano.8

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Por lo demás, el amor de Andrés es puesto a severas pruebas, primero por la propia Preciosa, quien le impone el cambio de nombre de don Juan de Cárcamo a Andrés Caballero, como consecuencia del cambio de clase social de noble a gitano, y cerca del final de la novela la más dura prueba a que es puesto el amor de Andrés es a manos de la Carducha. El amor de don Juan se manifiesta en Madrid, y allí, antes de ponerse en marcha la tribu ocurre su metamorfosis a Andrés Caballero. En compañía ahora del aduar de Preciosa, todos se encaminan hacia Extremadura, pero antes de llegar a su destino la peregrinante tribu cambia de rumbo y se interna por Castilla la Nueva, la Mancha, hasta llegar, después de múltiples perspicacias, a su nuevo destino que es Murcia, donde todo se finiquita con el matrimonio cristiano. Un amor puesto a continuas pruebas que se manifiestan a lo largo de una peregrinación más o menos extensa de inmediato nos debe alertar a un buscado bosquejo de novela bizantina, o de aventuras, como prefiero llamarla.9 Todo esto se hace aun más sensible si tenemos en cuenta el muy significativo hecho de que a lo largo de toda su larga peregrinación amorosa don Juan de Cárcamo y doña Costanza de Meneses son identificados únicamente por sus nombres peregrinos gitanescos: Andrés y Preciosa. Lo mismo ocurre en el Persiles y Sigismunda, donde la pareja central de peregrinos enamorados son identificados a lo largo de toda la novela como Periandro y Auristela. Sólo en Roma, previa catequesis, pueden adoptar sus nombres originales, como prolegómeno a su matrimonio cristiano.

Creo que basta lo expuesto hasta ahora para comprender mejor el sistema de prioridades que utilizó Cervantes cuando decidió poner a la cabeza de su peregrina colección de Novelas ejemplares a La gitanilla.

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Ésta nos ofrece total singularidad de protagonistas y marco. Éste es gitanesco en lo humano, y aquéllos son seudo-gitanos. En este tipo de singularidad de personajes claro está que estas novelitas rápidamente se remontan a esos dos protagonistas únicos, esos dos cínicos filósofos que comparten opiniones y relaciones, esos dos perros, Cipión y Berganza, que son, sin otra apoyatura, el Coloquio de los perros. Además, La gitanilla, en su reducido marco de novela corta (aunque sólo el Coloquio la excede en extensión) apunta a dos posibilidades novelísticas distintas (picaresca, bizantina), antes de plasmar en una tercera, que es una imbricación de la vieja sentimental y la nueva novela bizantina, que he llamado novela amorosa, a falta de mejor denominación. Bien merecía La gitanilla, a los ojos de su creador y de la posteridad, abrir la puerta a esa galería de pequeñas maravillas literarias.

Para alumbrar la belleza de este pórtico hay un verdadero juego de luminarias de temas, ideas, estructuras, efectos estilísticos, y sobre todo mucha poesía, ya que bien podría Andrés haber dicho a Preciosa «Poesía eres tú»,10 Pero me resulta imposible, en la ocasión, ni siquiera asomarme a esos temas. Quede para otro momento. Pero en buena conciencia debo tocar, siquiera, uno de los temas de cuyo tratamiento debe haberse ufanado Cervantes, al ceder a La gitanilla el puesto de honor. Y para ahorrarme mayores filigranas iré a lo más manido, el uso del folklore. Desde este punto de vista, pronto se ve que las relaciones entre Andrés y Clemente, ya en marcha la peregrinación, son un sutil replanteamiento del viejísimo cuento de los dos amigos, que se remonta a la Disciplina clericalis de Pedro Alfonso (siglo XI, y que tiene múltiples reelaboraciones en España hasta la romántica leyenda de José Zorrilla, Dos hombres generosos. Cervantes ya había sido tentado por el tema, y ya le había desarrollado con máxima extensión en dos ocasiones distintas, y con planteamientos radicalmente diferentes. Me refiero al tratamiento del folklórico cuento en la Galatea (Timbrio y Silerio), y al sorprendente desarrollo del mismo en el Quijote de 1605 (Curioso impertinente).11 En consecuencia, ahora, en La gitanilla,   —15→   ya no se siente más la necesidad de abundar en los bien sabidos episodios del cuento tradicional. La reelaboración del cuento ya no es más el fin buscado; ahora se trata de desvalijar al cuento folklórico de aquellos elementos que más económicamente hiciesen resaltar la pureza de intenciones de Andrés. Por eso, el largo torneo de sacrificios mutuos entre los dos amigos, que tanto espacio acaparan en la Galatea, queda reducido a rasgos mínimos, que bastan para hacer ver que Andrés y Clemente, los dos amigos enamorados de la misma mujer, tienen muchos parientes, antepasados y descendientes, en la tradición literaria española.

El secuestro de Preciosa y su anagnórisis son tan reconocidamente folklóricos que no vale le pena de detenerse en ellos, al menos hoy. Mucho más interés ofrece el estudio de la falsa denuncia de Juana Carducha, que apresura el desenlace. Arrebatada la Carducha por la lascivia, y rechazada por la honestidad de Andrés, para impedir la partida de éste coloca entre sus prendas unas alhajas, y de inmediato denuncia el robo, con incalculables consecuencias para todos. Antes de seguir adelante, conviene llamar la atención al hecho de que esta falsa denuncia es folklórica, como se verá de inmediato, pero que lo folklórico aquí está puesto al servicio de una fina intención artística que estructura las dos partes de La gitanilla. En la primera mitad los gitanos, desde las primeras líneas, son identificados con el robo. Cuando don Juan de Cárcamo se metamorfosea en gitano, para cumplir con los deseos de Preciosa, su noble sangre considera con alarma los robos a que le obliga su nueva identidad, e in mente decide no participar en esos latrocinios. En la segunda mitad, episodio de la Carducha, todos esos robos cuidadosamente evitados por don Juan, bruscamente le son imputados, de sopetón, a su alias Andrés, simbolizados en esa denuncia tan falsa como el robo con que escandaliza la Carducha.

En un breve estudio el llorado maestro Marcel Bataillon demostró que el episodio de la Carducha, en su meollo, está íntimamente relacionado con un viejo milagro atribuido a Santiago, y ocurrido a peregrinas en el camino de Compostela. Desde el venerable Codex Calixtinus (siglo XII) este milagro rueda por la tradición dentro y fuera de la Península, y llega a adquirir dimensiones folklóricas. Aunque no se ha señalado hasta ahora, el episodio de la Carducha, firmemente arraigado en la tradición del camino de Santiago, ha sido catalogado con múltiples ejemplos en el monumental Motif-Index of Folk Literature de Stith Thompson, H151.4. No puede quedar lugar a duda acerca de la categoría folklórica de la falsa denuncia de la Carducha, pero como el   —16→   maestro Bataillon no encontró ningún ejemplo impreso, en los siglos XV o XVI, M milagro del peregrino, supuso que Cervantes tuvo que recogerlo de la tradición oral. Y hasta llegó a asociarlo a la tradición italiana, dudoso camino por el que lo ha seguido Celina Sabor de Cortázar.12 Pero no hay necesidad alguna de postular tan hipotética relación. El milagro del peregrino está narrado en un libro español impreso en el siglo XVI, y reimpreso varias veces, lo que hace muy probable el hecho de lo haya leído Cervantes. Se trata de la interesantísima obra del maestro Pedro de Medina, Libro de grandezas y cosas memorables de España (Sevilla, 1548).13 Las concomitancias y diferencias entre el cuento del peregrino, según lo recoge Medina, quien responde con rigor a la tradición narrativa del milagro, y hasta lo localiza en Santo Domingo de la Calzada, y la versión que nos da Cervantes en el episodio de la Carducha, son tan fáciles de explicar como de entender. El maestro Cervantes toma un cuento folklórico (así lo reconozca como tal o no, tanto monta) y lo asimila a una narración suya, donde servirá funciones propias del novelista, y ya no más del folklore. Toda variante que se le imprima al original será para servir los nuevos fines. Y a mí me resulta incomprensible pensar que Cervantes podría imitar (si de esto se trata) de cualquier otra manera. La materia artística   —17→   adquirida sirve de trampolín, es el punto de partida, no el punto de llegada. Y para ilustrar todo esto hay gitanos, secuestros, anagnórisis. No hay duda: La gitanilla es bastante más que la suma de sus partes.