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Adiós al vate mexicano

Concepción Gimeno de Flaquer





¡Cómo no dirigir a Riva Palacio un adiós desde las columnas de El Álbum de la Mujer! Desde El Álbum, periódico de su predilección, tantas veces engalanado por él.

Las mujeres podemos remontarnos hasta el infinito de la idea, mas, cuando profundas emociones agitan nuestros sentimientos, no sabemos expresarla. Pero aun sin lujo de estilo y en frases desnudas de todo adorno retórico, no puedo renunciar al placer de decirle al General Riva Palacio, que me congratulo de su viaje a Madrid, porque allí hará conocerá la caballeresca poesía mexicana.

La literatura retrata fielmente el carácter de los pueblos; del mismo modo que el Quijote revela el idealismo del pueblo español, y el Robinsón el espíritu industrial y positivista de los ingleses, la poesía mexicana refleja los hidalgos sentimientos de este pueblo.

Cuando parecían haber muerto para siempre las cortes de amor y los torneos, hundiéndose con la Edad Media en el antro profundo de los tiempos; mientras el Nuevo Mundo dormía el sueño del no ser, cuando las mujeres acusábamos de prosaico a nuestro siglo, porque prosaica y tiene que parecemos una época en la cual se ha hecho de la Economía Política la primera de las ciencias; cuando veíamos tronchadas nuestras ilusiones por la cortante daga del moderno realismo, despiertan los antiguos trovadores; ¿dónde? En la joven, en la risueña, en la gallarda América.

¿Acaso puede encontrarse un modelo más perfecto de poesía caballeresca que el poema de Riva Palacio titulado «La Flor»? Vedlo: Un amante sorprende en los ojos de su amada el vehemente anhelo de poseer una flor que ha divisado en la cúspide de una montaña; pero esa montaña es inaccesible, profundas simas la rodean; el ardor del amante crece a la vista del peligro, salta zanjas, atraviesa torrentes, se desliza entre ortigas, y cuando su pie no tiene más apoyo que el pico de una abrupta roca, y su mano desgarrada no puede asirse más que a espinosa zarza, y ve la flor irguiéndose orgullosa desafiando a las nubes y amenazando castigar su osadía con el insondable abismo, fija en ella su mirada audaz y exclama alborozado: «Suya será la flor, pues la desea».

¡Sublime arranque de amorosa arrogancia! Y para que todo sea interesante en el poema de «La Flor», es una flor doblemente poética, porque es una orquídea. ¿Conocéis a la orquídea? Es la flor aristocrática por excelencia; desdeña los jugos nutritivos de la tierra por considerarlos impuros, duerme sobre las alas de los vientos, se alimenta con las miradas de las estrellas y los besos del céfiro, viste rico manto de oriental brocado, y no permite jamás que su pedúnculo se profane rozando el suelo.

La orquídea, que es multiforme y multicolora, seméjase tanto al pájaro, que a nadie sorprendería oírla cantar: la orquídea es una flor con alas, una mariposa con perfumes.

Es flor saxátil; y a pesar de ello sumamente delicada; nace entre breñas o en rugoso tronco, y sin embargo tiene tendencias elevadas. Ya sea breña; guijarro, tronco o roca su cuna, no se resigna a habitar la tierra; su constante aspiración es la bóveda-celeste.

Semejante al alma del poeta, está siempre suspendida en la etérea inmensidad.

El poema de la orquídea, que pronto conocerán las españolas, es digno de aquellas imaginaciones románticas y exaltadas, digno del sentimentalismo de aquellas mujeres que, cual Isabel de Segura, mueren de amor.

Honor a los trovadores, pues ellos nos devuelven el perdido cetro.

Por ellos fuimos reinas de las justas y presidimos los torneos, por ellos alcanzamos un día el envidiable derecho de dictar severas sentencias, de imponer terribles castigos a los prevaricadores en amor.

Gloria a los modernos vates que cual los ilustres trovadores, Príncipe de Orange, Alfonso II, Pedro III de Aragón, Guillermo de Poitiers y Federico II de Sicilia, dicen en sus trovas:

Si mis cantos, si mis acciones me valen alguna nombradía, sea todo el honor para mi dama; ella ha aguzado mi ingenio, ha estimulado mis estudios y me ha dictado graciosas canciones; mis obras no logran aplauso sino porque en mí se refleja algo de los encantos de mi dama, objeto supremo y constante de todos mis pensamientos.



¡Parta veloz la nave que conduzca al vate mexicano a las floridas playas españolas; guíenla ligeras brisas y suaves auras, y cuando su tajante quilla rasgue los encajes de espuma; abandonen las nereidas sus palacios de corales y de esmeraldas para presentarse coronadas de algas ante el vate, arrancando cadenciosas notas a sus cítaras de cristal, ofreciéndole esa serenata del espíritu que no percibe el órgano auditivo y que solo pueden escuchar las almas soñadoras!

México, julio 10 de 1886.





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