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Itinerario de una filósofa y creadora del siglo XIX: Concepción Jimeno de Flaquer

Solange Hibbs-Lissorgues





Gracias a los esfuerzos investigadores de la última década centrados en la temática de la mujer en la sociedad española del siglo XIX, se sacaron del olvido a numerosas creadoras, filósofas y literatas injustamente ignoradas o infravaloradas1. Las causas de esta relegación son probablemente múltiples. En primer lugar no pueden infravalorarse la autocensura y la marginación que muchas de estas creadoras se impusieron en un contexto cultural y social que se regía por una distribución rígida de los respectivos papeles de varones y mujeres. Predominó a lo largo del siglo XIX y bien entrado en el siglo XX, la imagen de la mujer sensible que compensaba sus inferiores capacidades intelectuales con inmensos recursos afectivos. Esta representación estereotipada, transmitida por escritores católicos pero también por filósofos y novelistas de cuño más liberal y progresista, fue interiorizada por las propias mujeres que justificaban sus intentos creadores con un enorme sentimiento de culpabilidad. En la abundante producción ensayística y novelística de aquel período, tanto las escritoras abiertamente conservadoras que reproducían en su obra representaciones femeninas tradicionales como las novelistas más audaces en su pensamiento y en su expresión, se encuentran huellas de esta autojustificación y autocensura2.

La escritura siempre representa un compromiso doloroso entre la emancipación del espíritu, la aspiración a la creación y las exigencias sociales y morales inherentes a su condición femenina. Por ello, muchas de ellas llegaron a la creación artística por vías marginales o llevadas de la mano por esposos, hermanos protectores y con cierto prestigio intelectual3.

Otra posible causa de esta postergación puede ser el hecho de que muchas de estas mujeres se limitaron en un primer momento a expresarse recurriendo a distintos tipos de escritura que no se consideraban como una verdadera creación. La traducción, a veces sistemática, de obras extranjeras y su posterior adaptación para lectores españoles así como la redacción de artículos en la prensa (crónicas de moda, crítica literaria) o la elaboración de manuales escolares y tratados pedagógicos eran géneros tolerados y considerados bastante inocuos4. Las muchas dificultades materiales e intelectuales que tenían que superar las mujeres con ambiciones creadoras eran numerosas. Buena ilustración de esta situación es la confesión de María Pilar Sinués en El ángel del hogar (1859):

«[...] En esos tiempos en que tanto se escribe, es tan difícil encontrar un editor como un marido y tan difícil agotar la edición de unas poesías como hallar un avaro generoso. Es necesario un nombre conquistado a fuerza de vigilias y penalidades. Es necesario que el que se dedique a escribir haya consumido sobre su mesa el color de sus mejillas, el brillo de sus ojos y la savia de su vida, para que pueda ganar algún dinero con su pluma».


(Ed. 1855, pp. 223-224)                


Hay que tener en cuenta estas restricciones y los muchos escollos que dificultaban la creación de las mujeres para comprender porque, a pesar de la abundante presencia femenina en el ámbito de la creación literaria y artística, pocas fueron las obras y las escritoras que alcanzaron un verdadero reconocimiento y un éxito duradero. Personalidades destacadas y vigorosas como Fernán Caballero, Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal son las referencias más notables que puede tener hoy en día un lector del siglo XXI, poco especializado en el ámbito artístico-literario del siglo XIX.

Sin embargo un detenido paseo por los distintos espacios de la cultura y de la creación en la España de aquel siglo permite descubrir a personalidades femeninas que fueron verdaderas creadoras. Algunas de ellas, como Concepción Jimeno de Flaquer, se adentraron en ámbitos poco asequibles a la mujer como la filosofía y lo que podría llamarse la sociología. Concepción Jimeno de Flaquer, nacida en Alcañiz (Teruel) en 1850, periodista, novelista y filósofa, fue como muchas otras creadoras de aquel período una viajera curiosa y una gran conocedora de la cultura europea. Nunca dejó de interesarse por las condiciones propicias a la creación artística y denunció de manera insistente, como Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, las múltiples trabas que cortaban el paso a las mujeres. La peor injusticia es la falta de reconocimiento del talento y de las obras de las mujeres en general: «¡Cuántos talentos de mujeres españolas pasan ignorados por las preocupaciones ridículas y el oscurantismo de los hombres!»5.

A lo largo de distintas obras y conferencias, Concepción Jimeno de Flaquer, en el período que va de la década de los 70 hasta 1908, hace un diagnóstico de las causas sociales, culturales y políticas de esta relegación. Entre los trabajos y ensayos suyos más significativos a este respecto conviene citar: La mujer española. Estudios acerca de su educación (1877), La mujer juzgada ante el hombre (1882), Mujeres. Vidas paralelas (1853), Ventajas de instruir a la mujer (1856), Evangelios de la mujer (1900), La mujer intelectual (1901), El problema feminista (1903), Iniciativas de la mujer en higiene moral social (1908). Los tres últimos títulos que corresponden a discursos-conferencias reflejan la progresiva y lúcida maduración de una escritora que aboga por una regeneración social de la mujer y cuya observación jurídica, social y política de la sociedad contemporánea constituye una aportación innovadora en muchos aspectos.

El itinerario intelectual y artístico de Concepción Jimeno de Flaquer sigue las pautas de algunas de las creadoras más destacadas de aquella época. Casada con un escritor y periodista de bastante prestigio, Francisco de Paula Flaquer y Fraise, director de La Aurora y de El Álbum Ibero-Americano (Madrid, 1890), Jimeno de Flaquer se lanza por la senda de la escritura mediante crónicas en la prensa. Esta actividad periodística se intensifica con su cargo de directora de La Ilustración de la Mujer, un periódico fundado en 1873 y, posteriormente, de El Álbum de la Mujer (Méjico, 1883).

Su prolífica contribución en El Álbum Ibero-Americano refleja la riqueza de una reflexión centrada en cuestiones relacionadas con el arte y la creación en general, con las ciencias sociales, la ciencia. Es de destacar la serie de artículos dedicados a la literatura y más especialmente a la novela y a las obras de la llamada escuela realista, a la música y a la pintura. Esta reflexión sobre la creación artística es la que profundiza en obras como La mujer española. La mujer intelectual y Mujeres. Vidas paralelas. Vuelve a afirmar, y en esto reside la modernidad de su enfoque, que la razón, el pensamiento analítico propiciados en parte por los avances científicos, no están reñidos con la sensibilidad y la espiritualidad consideradas hasta entonces como recursos propiamente femeninos. En este aspecto se nota la maduración de una creadora cuyas obras no se restringen al ámbito literario y abarcan ensayos filosóficos y sociológicos.

Como muchas coetáneas suyas, establece una red de colaboraciones con publicaciones y revistas dirigidas por mujeres. En este ámbito de la prensa española se destacan relaciones con La Mujer de Faustina Sáez de Melgar, El Parthenon de Josefa Pujol de Collado. No puede ignorarse el papel desempeñado por estas publicaciones aparentemente insípidas muchas de ellas, pero que se convierten para numerosas escritoras, literatas y ensayistas en un ámbito privilegiado de creación y de reflexión6.

Para Jimeno de Flaquer, la referencia es el caso de las escritoras francesas cuyas iniciativas fomentaron, desde 1848, la emergencia de los periódicos como La Politique des Femmes, L'Opinion des Femmes7.




Una producción polifacética

Como otras escritoras españolas de su época, Concepción Jimeno de Flaquer se dedica a la novela. Su producción novelística es escasa: Victorino, o heroísmo del corazón, de 1873, que es la primera obra que llega a publicar y El doctor alemán en 1880, Suplicio de una coqueta en 1885 y, por fin, ¿Culpa o expiación? en 18908. Estas novelas cuyos títulos indican claramente la intención didáctica se sitúan en la línea tradicional y algo folletinesca de escritoras como Pilar Sinués del Marco, Aurora Lista, Antonia Rodríguez de Ureta. En ellas, su autora pone en práctica los principios y las reglas que menciona en varios artículos de prensa como por ejemplo la serie titulada «Influencia de la novela en la imaginación de la mujer»9. Consciente del atractivo de la novela para el público femenino y de las muchas reticencias que existen con respecto al género especialmente cuando las autoras son mujeres, Jimeno de Flaquer no abandona la vertiente pedagógica y ejemplar. El lenguaje utilizado para definir el arte de escribir novelas refleja un trasfondo moral y denota un sentimiento de autojustificación tan presente en muchas mujeres escritoras del siglo XIX: «La influencia de la novela en la imaginación de la mujer puede ser benéfica o nociva».

Mucho más interesante y original resulta su producción periodística que alimenta sin discontinuar las columnas de publicaciones como El Álbum Ibero-Americano. A lo largo de estos artículos, se preocupa por cuestiones relacionadas con la literatura y más precisamente con el naturalismo y el realismo. Aunque no es el propósito de este trabajo, conviene subrayar el interés de una reflexión que alimenta muchos debates de la época: la trascendencia social de la novela que ya no puede suscribir plenamente al romanticismo ni al idealismo y cuya vocación es la de reflejar el entorno político-cultural de una época10. Es significativo a este respecto que Jimeno de Flaquer especifique, en varias de sus novelas, que se trata de novelas de costumbres sociales. Este interés por cuestiones arraigadas en un ámbito socio-cultural particular es el que lleva a esta autora a dedicarse casi de manera exclusiva a temas de ética social como la educación, la regeneración individual y colectiva mediante medidas tanto morales como político-sociales y culturales.

En la prensa, Concepción Jimeno de Flaquer esboza el programa de reformismo social que le parece imprescindible para mejorar el individuo y más particularmente la situación de la mujer. Convencida de que las capacidades intelectuales de las mujeres y su predisposición creadora podían abrirles caminos vedados hasta entonces, Jimeno de Flaquer había escogido las tres vías que le parecían más complementarias y propicias para su propia expresión: la poesía, la novela y la filosofía.

Evidentemente, sus obras filosóficas y sociales son las que mejor reflejan el carácter innovador e incluso audaz en aquella época de su pensamiento. En su análisis de la sociedad jurídica, política y social de la España en la que vive, reivindica la filiación espiritual de Concepción Arenal y, aunque en menor grado, la de Emilia Pardo Bazán.

Sus ensayos y conferencias constituyen la mejor muestra de su gran cultura tanto en filosofía como en derecho penal y civil, así como su atinado conocimiento de los progresos científicos que marcaron el siglo XIX. Estos textos que fueron publicados desde el año 1877 y hasta principios del siglo XX tienen una extensión ajustada a las exigencias de una lectura pública. Cabe señalar que el impacto de estos ensayos se incrementaba con el poder sugestivo de la lectura, ya que la prensa recalca con ocasión de las conferencias celebradas en el Ateneo de Madrid, en la Sociedad Española de Higiene por ejemplo, el destacado talento de oradora de Concepción Jimeno de Flaquer11.

Este militantismo social, el afán reformador de una mujer que adhiere a lo que ella misma llama un feminismo moderado, así como la defensa de condiciones que propicien el desarrollo intelectual de la mujer están vertidos en varias obras publicadas desde la década de 1870 hasta 1908, fecha de su última conferencia.




Impacto de las corrientes de pensamiento filosófico y social europeas en la obra de Concepción Jimeno de Flaquer

Las distintas estancias de Concepción Jimeno de Flaquer en Europa y América Latina así como su acercamiento a las principales corrientes filosóficas y culturales europeas dejaron huellas duraderas en su obra.

En el extenso panorama de la literatura novelesca que desarrolla en varias obras como Mujeres de raza latina (1904), La mujer intelectual (1901), Mujeres. Vidas paralelas (1893), da a conocer su perfecto conocimiento de novelistas y autores como Balzac, Zola, Flaubert, los hermanos Goncourt, Champfleury, Belot, representantes de un naturalismo que repudia aunque reconoce «las pinceladas magistrales» de los representantes de la escuela naturalista. En su intento por definir un arte literario realista acorde con el ámbito social y político-religioso de España, cita a autores que participaron en el nacimiento del género realista del siglo XIX: María de Zayas Sotomayor, Cervantes y Quevedo. Se ha familiarizado con la literatura clásica y encomia a Plauto, Aristófanes y Sófocles que a su juicio «fueron escritores realistas»12.

En su conocido ensayo El problema feminista, alude a las obras de Ibsen cuya preocupación por la cuestión femenina le parece acertada; pero rechaza tajantemente su visión radical ya que «el feminismo no debe derrumbar al hogar ni desquiciar católicos principios»13.

Lo que representa una aportación original y enriquecedora a la reflexión de Jimeno de Flaquer es la amplia conciencia que tiene de la situación social, jurídica y cultural de la mujer en distintos países europeos. No puede valorarse acertadamente el pensamiento reformista y social de esta autora ni aquilatar la pertinencia de su análisis «sociológico» sin tener en cuenta las constantes referencias en varias de sus obras a filósofos y sociólogos como Fourier, Proudhon, Saint-Simon, Nietzsche y Auguste Comte. Rechaza lo que llama el «catecismo positivista», las componentes socialista y utópica que considera demasiado excesivas y contrarias al reformismo social y al regeneracionismo cristiano de evidente filiación krausista que propone en su obra.

De la lectura de Comte saca nociones claramente relacionadas con la evolución social que conviene situar en un contexto más global de transformación de la sociedad. Esta evolución inspirada también en una filosofía de la historia dinámica supone una conciencia social. Sólo mediante esta conciencia social puede manifestarse una «activa acción sociológica» (Jimeno de Flaquer, O. C., p. 8). Esta conciencia social que constituye el núcleo de distintos ensayos está entroncada con la filosofía krausista de la que se reclama. Evidentemente esta filosofía está impregnada de algunos valores fundamentales del krausismo: fe en la perfectabilidad del hombre, en el progreso tanto individual como colectivo alcanzable mediante la educación y el pleno desarrollo de la razón.

En su ensayo Iniciativas de la mujer en higiene moral social, uno de sus textos más progresistas, aborda la cuestión de la «higiene moral social», que no sólo abarca las condiciones de vida materiales sino que está enlazada con la ética. Una mejora de los derechos de los individuos, y más especialmente de la mujer, pasa por medidas jurídicas, sociales y, ante todo, por un compromiso ético. Este compromiso está encaminado a propiciar la educación, el acceso a la cultura que pueden borrar las desigualdades fomentadas por el entorno social.

Es interesante notar como la maduración en el concepto de regeneración social enriquecido por la filosofía krausista abarca una serie de reflexiones favorecidas por un extenso conocimiento de distintas ramas científicas. Sus referencias a la frenología de Gall, a la antropología y la fisiología le permiten ensanchar su análisis respecto a lo innato y lo adquirido. Sin abandonar su enfoque cristiano, señala las causas que explican el retraso social, cultural e intelectual de la mujer en general y más concretamente en España. Son el resultado de un determinado ámbito: la discriminación entre ambos sexos ha generado una serie de valores y comportamientos considerados como naturales, pero injustificados desde un punto de vista científico. La desigualdad es histórica y debida al retraso cultural y social14. En este aspecto retoma los argumentos del fisiólogo francés Louis Lapicque (1866-1952), que opina que «la intelectualidad de la mujer no depende de su organismo físico sino del organismo social a que está sujeta»15.

Concepción Jimeno de Flaquer se apoya en varios estudios científicos europeos antropológicos para afirmar ya en La mujer española «que la mujer tiene el cerebro perfectamente organizado para pensar, es cosa que nadie puede poner en duda [...]. La anatomía más exacta no ha podido observar todavía ninguna diferencia entre la cabeza del hombre y la de la mujer. Sus cerebros son enteramente semejantes»16.

La supuesta inferioridad fisiológica y orgánica de la mujer no existe y las causas de la postergación femenina radican en lo que la autora llama el entorno social y jurídico. Las preocupaciones científicas de Concepción Jimeno de Flaquer la llevan a interesarse por una cuestión estrechamente vinculada con la fisiología, ya que contribuye a los debates de su época sobre la higiene. Es interesante notar que más tardíamente este tema es objeto de un ensayo en el que la autora explicita los vínculos entre aspectos fisiológicos, físicos-psíquicos y el ámbito social y material de las mujeres de su época. Aunque el título revela la doble vertiente carismática y sociológica habitual en sus ensayos, Jimeno de Flaquer define la compleja naturaleza de la situación de la mujer: «el problema feminista, más que problema es síntesis de varios problemas sociológicos». El nuevo ámbito laboral debido a la industrialización, el fenómeno urbano, las restringidas posibilidades de las mujeres de la clase media para acceder a una profesión explican a sus ojos la inferioridad social y la miseria fisiológica17. Para que la mujer, átomo como el hombre de la «molécula social», y que tiene por ley la misma importancia, tiene que acogerse a medidas de higiene propiciadas por una moral social. Por muy progresista que sea el pensamiento social de Concepción Jimeno de Flaquer en dicho ensayo, siempre está presente el enfoque moral y cristiano. La perfectibilidad de los individuos y de la sociedad pasa por la regeneración moral18.

Pero es resueltamente moderna cuando señala que la debilidad fisiológica, las dolencias consideradas tradicionalmente como inherentes a la naturaleza femenina son psicosomáticas. El histerismo, la hipocondría, la neurastenia son el resultado de la atonía mental. Al repasar varias enfermedades nerviosas que aquejan al sexo femenino insiste sobre la necesidad de no considerar separadamente el cuerpo y la mente. Hace consideraciones muy interesantes sobre las condiciones propiciadoras de dichas patologías y su análisis puede considerarse como un auténtico estudio epidemiológico.

Para remediarlo es necesario extender el acceso a la instrucción, a la educación y enseñar a las mujeres, cualquiera que sea su condición social, a desarrollar competencias especiales en el ámbito de la higiene física, de la obstrética, de la biología y de la psicología. Sólo de este modo podrán curarse «pretendidas enfermedades que no son patologías sino el resultado del atraso intelectual de la mujer»19.

Este atraso es más dramático en España que en otros países de Europa y se debe también a una grave discriminación jurídica de la mujer. Una vez más Concepción Jimeno de Flaquer echa mano para ilustrar esta reflexión de la obra y de las iniciativas de pensadoras y militantes feministas y europeas que contribuyeron a fomentar esta regeneración social20.

En otra obra menos original que La mujer intelectual e Iniciativas de la mujer en higiene moral social, sugiere que urge resolver problemas de la higiene familiar, de la higiene en los pueblos y en el campo. Para ello es oportuno que las mujeres ejerzan determinados oficios como el de farmacéutica: «Nuestra vida psíquica se halla tan enlazada a nuestro ser fisiológico, que nadie como la mujer, dotada de extraordinaria astucia, puede comprender, hasta lo más recóndito, aquello que la enferma quiere ocultar»21.

No es ajena a las medidas que se adoptan fuera de España, en otros ámbitos como la educación y el derecho civil tan necesarios para el mejoramiento general de la situación de la mujer. Mencionemos brevemente a este respecto su notable cultura en materia de reformas educativas, sociales y jurídicas en otras naciones. Tendríamos que añadir que esta autora también está al corriente de los avances legislativos propicios al género femenino en países anglosajones como Canadá y Norteamérica. No adhiere a lo que llama la índole radical de ciertas iniciativas tomadas por y a favor de las mujeres pero no puede menos que citarlas como una referencia envidiable ante el enorme retraso de España22.

A su juicio, las últimas décadas del siglo XIX representan un período clave en la conquista de nuevos derechos. Evidentemente enfoca esta transformación desde una óptica fundamentalmente feminista. Pero este feminismo no supone en ningún momento que se desvincule el problema de la mujer de los demás problemas sociales y jurídicos. Como lo advierte en sus escritos, es síntesis de todas las demás cuestiones que afectan a la evolución de la sociedad: «[...] es un problema sicológico-social. Mucha más compleja es la situación de las hembras que la de los varones»23.

Por ello es imprescindible comprender la evolución de las leyes, ajustarías a las necesidades de todos sus miembros, buscar un equilibrio capaz de propiciar todas las competencias y facultades. Una vez más no puede más que deplorarse el retraso de España en materia de conciencia social. Hace un balance profundizado de las leyes civiles y de las medidas especiales en el ámbito de la educación de distintos países europeos. En su ensayo Iniciativas de la mujer en higiene moral social, dedica un capítulo entero (titulado «Nuevo carácter del feminismo: la mujer ante la ley civil y ante la ley penal») a consideraciones sobre la situación española comparada con la de los demás países de Europa. Francia aparece como una referencia en materia de código civil. Menciona la Ley Schemall por la que la mujer francesa ha conseguido que le sea otorgada la libre disposición del producto de su trabajo. Su admiración por las reformas llevadas a cabo y la toma de conciencia de las francesas se manifiesta con frecuencia: como lo atestiguan estas palabras sacadas de su opúsculo Mujeres de raza latina, «es la francesa la mujer de raza latina que más ha luchado por la dignificación de su sexo, la que más ha manifestado su fuerza y poder para destruir prejuicios seculares, extravíos de la opinión e injusticias preconizadas» (op. cit., p. 239).

También recalca los progresos conseguidos en otras naciones: en Italia, el artículo 213 del Código napoleónico «nulificador de la mujer» ha sido borrado del código italiano; en Alemania, a finales del siglo, el nuevo código civil permite a la esposa absoluta administración sobre sus bienes reservados; la ley danesa del 7 de mayo de 1880, la ley noruega del 29 de junio de 1888 así como la sueca del 11 de diciembre de 1874 han otorgado a la mujer la posibilidad de administrar bienes y una mayor independencia económica. Sin embargo, en España recalca que «poco se ha hecho todavía por la reforma de la triste situación económica de la mujer»24.

La marginación económica y social son una consecuencia de la falta de educación, de instrucción de las mujeres. Retoma en este punto las reflexiones y advertencias de la que considera como un ejemplo, Concepción Arenal25. Las preocupaciones pedagógicas van más allá de lo que C. Jimeno de Flaquer llama educación o instrucción. De lo que se trata es de fomentar una auténtica emancipación intelectual que permita a mujeres de todas las clases sociales acceder a una igualdad cívica y laboral, desarrollar su inteligencia y sus especiales capacidades injustamente postergadas.

Una vez más acude a ejemplos de logros en otras naciones, Señala la existencia en Portugal de escuelas industriales para la mujer, la posibilidad para las mujeres inglesas de ingresar en escuelas de medicina abierta para ellas en 1874. A sus ojos, Italia es un ejemplo modélico ya que las mujeres trabajan en correos, en la banca, en los ferrocarriles y los telégrafos y ocupan cátedras en las escuelas normales. La conclusión a la que llega para el caso español no puede ser más desoladora:

«Poca parte ha tomado nuestra nación hasta hoy en el movimiento feminista. [...] El concepto público respecto a la capacidad intelectual de la mujer no es muy favorable. La opinión general niégale aptitud para ocupar los cargos administrativos y para desempeñar las funciones que desempeña en otras naciones; las leyes y las costumbres la postergan [...]. Está anulada en el matrimonio [...]. Niégase capacidad política a la mujer española [...]. De todos los menosprecios de la ley, los que más duelen a la Española son el verse privada de la tutoría de sus hijos y la pérdida de la patria potestad sobre ellos cuando cumple segundas nupcias»26.



Otra constatación que hace es la inexistencia en España de una toma de conciencia por las propias mujeres de la discriminación de la que son víctimas. Sólo existen iniciativas aisladas, intentos de regeneración social de la mujer gracias al «apostolado» y a la lucha de escritoras, filósofas destacadas como Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, María Goyri y otras. Pero no ha fraguado aún en España un auténtico y duradero programa feminista:

«En naciones más progresistas que la nuestra está ganando tanto terreno el feminismo que pronto será fuerza incontrastable. Sorprende que no haya tomado parte España en ese movimiento. No existe entre nosotras ninguna agrupación que sostenga su bandera, ningún partido militante, programa alguno oficial [...]. Algunas mujeres se lamentan aisladamente de su situación pero sus quejas no toman carácter colectivo»27.






Militantismo feminista y reformismo social

Desde los años 1870 hasta la primera década del siglo XX, Concepción Jimeno de Flaquer orienta sus esfuerzos y sus escritos hacia esa obra de regeneración social, de esta «moralización» de las instituciones centradas en la mujer, como lo demuestran los títulos de sus ensayos más difundidos: La mujer española (1877), Mujeres. Vidas paraleles (1893), Evangelios de la mujer (1899), La mujer intelectual (1901), El problema feminista (1903), Iniciativas de la mujer en higiene moral social (1908).

El propósito de este trabajo no es el estudio detenido de estas obras y de otras no mencionadas. Lo que nos interesa es esbozar las grandes líneas del pensamiento social y filosófico de una escritora bastante poco conocida. Sin llegar a ser tan conocida ni tan difundida como la obra de Concepción Arenal, la de Jimeno de Flaquer desempeñó un papel importante en su época. Casi todos sus escritos fueron reeditados durante las primeras décadas del siglo XX y su producción periodística abundante proporciona datos valiosos acerca de la literatura novelesca del XIX. El conjunto de ensayos, conferencias y obras refleja un recorrido por temas variados casi todos centrados en la mujer. Todos revelan la casi obsesiva preocupación de su autora acerca de la educación y la formación intelectual femeninas.

En 1877, Concepción Jimeno de Flaquer publica una de sus obras más paradigmáticas. El título, La mujer española. Estudios acerca de su educación y de sus facultades intelectuales, anuncia los primeros elementos de una reflexión que irá madurando a lo largo de los años. La mujer española es la que concentra las preocupaciones de Jimeno de Flaquer ya que, como afirma desde entonces, es la que sufre la peor situación de postergación y de discriminación. Se trata de una obra en la que las ideas expresadas remiten a una visión moral y cristiana y no tanto sociológica como en ensayos, opúsculos y conferencias posteriores. Este ensayo está impregnado por una visión moral que se refleja constantemente en el lenguaje: se habla de la «fuerza moral» de la mujer en la cultura de los pueblos y se recalcan su misión de ángel del hogar y su superioridad en el ámbito de lo espiritual y de lo afectivo: «en aras del deber nos inmolamos siempre: el deber, palabra que tenemos grabada en el corazón, rindiéndole un culto respetuoso [...]. El pedestal de la mujer existe en el hogar, y en este santo templo encuentra la mujer su gloria» (op. cit., pp. 42-43).

Recurre a los mismos argumentos esgrimidos por la cultura doméstica y burguesa de su época: no pueden negarse la obligación y la necesidad de educar, ilustrar a la mujer, pero esta emancipación está estrictamente controlada. Es interesante notar en aquellos años la mezcla de un lenguaje cristiano y moral con términos y conceptos que revelan ¡a influencia krausista: «Sí, es preciso ilustrar a la mujer, es conveniente desarrollar su inteligencia, es necesario hacerla amar lo bello y lo sublime, es indispensable iluminar su alma [...]. Hemos apellidado titánica nuestra empresa, porque al regenerarse la mujer, se regenera la sociedad» (O. C., pp. 40-41).

Si Concepción Jimeno de Flaquer reconoce entonces la necesidad de una emancipación en todas las esferas de la inteligencia, aún no habla de emancipación social28. Tiene un enfoque evangelista en el que prima el concepto de caridad: «predicación» del amor a todos sus semejantes. De manera significativa titula el segundo capítulo de este opúsculo «La misión de la mujer» y aparece una vez más un enjuiciamiento moral de la situación de la mujer: la mujer siente una notable predisposición para practicar lo bueno. Rechaza por completo las ideas positivistas, el materialismo y proclama que «lo bello es lo bueno puesto en acción y lo estético es una categoría ideal que trasciende la materia» (O. C., p. 64).

En esta línea llega a afirmar en el capítulo «La mujer hermosa» que si la mujer tiene con respecto al hombre una evidente superioridad en la esfera de los sentimientos, sólo puede aceptar el «amor espiritual puro». Hay en todas estas páginas una clara condena de la sensualidad y un silencio total con respecto a la sexualidad. Virtud, modestia, belleza moral son los dotes más preciados por esta autora cuyo lenguaje recuerda, por los símbolos y las metáforas, el de muchas escritoras tradicionales de la época: Ángela Grassi, Fernán Caballero entre otras. Hay en efecto una total desconfianza con respecto a los sentidos y predomina la idea de que la belleza física es efímera y peligrosa ya que suscita pasiones y deseos: «La virtud [...] debe ser la aspiración de la mujer digna, de la mujer que atraviesa el impuro lodazal que se llama mundo, sin mancharse las níveas alas» (O. C., p. 102).

A pesar de los límites morales que restringen el tímido reformismo social que asoma en esta obra, pueden encontrarse enfoques novadores. Concepción Jimeno de Flaquer es resueltamente moderna en su denuncia de determinadas formas de «esclavitud» femenina: la prostitución, el matrimonio de conveniencia que fomenta la dependencia y la postergación económica y social. También señala los peligros de lo que considera un peligro social: el celibato. Para evitar los escollos de la miseria material, la mujer tiene que poder acceder a profesiones industriales y liberales29. Concepción Jimeno de Flaquer hace suya la cultura católica de su época y reivindica, como muchos filósofos, escritores, eclesiásticos, las ventajas y los progresos conseguidos por el cristianismo.

Este discurso tradicional es el que impregna las páginas de otra obra de notable interés, Evangelios de la mujer (1893), en la que se insiste sobre el arraigo de cierto feminismo en la cultura católica que parte de un postulado de base: la igualdad moral e intelectual de los dos sexos. Sin embargo matiza su juicio acerca de los beneficios de la religión para la mujer, ya que si la fe es un factor de progreso porque es un dique contra los excesos del feminismo revolucionario, la excesiva devoción desemboca en la mojigatería y la superstición. La falta de instrucción, especialmente de las mujeres de clases sociales más desprotegidas, resulta en «errores alimentados por la superstición y el fanatismo» (O. C., p. 160).

En esta obra que adolece de las limitaciones impuestas por una visión a menudo muy tradicional y excesivamente moral, Concepción Jimeno de Flaquer declara su militantismo a favor de las mujeres. Su reformismo moderado no pone en tela de juicio, en la década de los 70, los fundamentos sociales, religiosos de las injustas discriminaciones que padece el sexo femenino. En el epílogo, la autora afirma su voluntad de reformas muy ajustadas a la cultura doméstica convencional:

«Hemos alentado a la mujer para que sacuda el ominoso yugo de la ignorancia, convencidas de que el hombre ha de hacer poco en su favor, y de que todas las prerrogativas que ella conquiste se las deberá a sí misma [...]. Pero queremos que la mujer enarbole la bandera del progreso dentro de la familia porque fuera de ella la mujer es un ser incompleto».


(O. C., p. 127)                


Aparte de revelar dicha obra el hondo conocimiento que tiene Jimeno de Flaquer de la realidad cultural y socio-política europea, sintetiza y desarrolla la cuestión del feminismo. Las primeras afirmaciones no dejan lugar a ninguna duda con respecto al talante moderado y muy reformista del feminismo preconizado: «Los apóstoles de este evangelio pretenden la igualdad del hombre y de la mujer; santa doctrina elocuentemente predicada por el divino Crucificado»30.

Se esbozan en Evangelios de la mujer la crítica social y un análisis sociológico del estatuto desigual de la mujer. Hay una evolución en el mismo lenguaje y aparecen términos reveladores de un compromiso ético y social: se refiere la autora al problema psicológico-social planteado por la marginación femenina y, dentro de un feminismo conservador, opuesto al feminismo radical que rechaza, propone una serie de medidas o «ideales del feminismo moderado». Se trata de una enumeración que constituye un programa muy general en el que se mezclan consideraciones morales, jurídicas y sociales. Trasluce una postura basada en valores como el altruismo, el humanismo y lo que podría calificarse de cristianismo social31.

Mucho más interesantes resultan las obras posteriores publicadas de 1901 a 1908, en las que Jimeno de Flaquer propone una reflexión más comprometida de la realidad jurídico-social y política de su época. Evidentemente la obra de Concepción Arenal ha influido mucho en la maduración de Jimeno de Flaquer32. Su preocupación por la higiene, por la salud pública, la prostitución y la desigualdad laboral de la mujer es muy reveladora en este aspecto. En La mujer intelectual, hace un apasionado elogio de Concepción Arenal. Su militantismo feminista cobra vigor y coherencia en El problema feminista, conferencia preparada en 1903 y cuya publicación tuvo un éxito duradero. Su definición con respecto al feminismo se precisa. El compromiso a favor de la mujer cobra una importancia social y ética tan imprescindible como cualquier otra cuestión de índole nacional. Por feminismo hay que entender todas las iniciativas públicas y privadas, colectivas e individuales para fomentar la independencia intelectual, laboral, jurídica y cultural de la mujer. Su crítica del matrimonio es demoledora: lo califica de «institución de refugio o seguro sobre la vida de la hembra» (O. C., p. 29). Sin embargo mantiene una cierta prudencia con respecto a lo que considera «el feminismo integral con sus radicalismos»33.

En Mujeres de raza latina, obra dedicada a las mujeres de todas las regiones españolas, a las mujeres latino-americanas y a las de Francia, mantiene su rechazo con respecto al socialismo, al anarquismo34. Reitera su adhesión a una visión cristiana y altruista, y propugna una regeneración social que no esté promovida por un partido político en particular. Estos principios son los que vuelven a encontrarse en otro texto de Concepción Jimeno de Flaquer, quizá el más progresista de todos: Iniciativas de la mujer en higiene moral social.

Esta conferencia-opúsculo es muy esclarecedora en cuanto a su pensamiento social. Aunque sigue afirmando que la perfectibilidad de los individuos pasa por la moralización y que la moralización es el fruto de la educación, habla de conciencia social y propone una «activa acción sociológica» de la mujer. Este protagonismo supone una honda reforma del código civil, del organismo social en su conjunto. Ilustra esta participación de la mujer en la vida política con su propia intervención en las Cortes en 1908: «Pido en nombre de las españolas conscientes a los señores Maura, Moret, Canalejas y Salmerón que influyan para que el Código nos conceda la autonomía que disfruta el sexo femenino en los pueblos de espíritu moderno» (op. cit., p. 22).

Otras intervenciones suyas se relacionan con los Congresos pedagógicos desde 1882 y hasta 1892. Con otras mujeres como María Goyri, Carmen Rojo, Concepción Saíz y Otero, cuyas referencias explícitas son la Institución Libre de Enseñanza, apoya la reforma de la enseñanza en la Escuela Normal Central de Maestras, la creación de centros como la Institución para la enseñanza de la mujer instaurada en Valencia a finales del siglo.

En esta última obra se afianza un análisis crítico acerca del funcionamiento social y económico de su época. Tiene en cuenta los problemas planteados por la industrialización, el éxodo rural, la emergencia de diferencias de clase entre mujeres. Si las mujeres de determinados estamentos sociales como las de la clase media y de la clase obrera pueden gracias a la industrialización acogerse a mayores posibilidades laborales, sigue habiendo una situación dramática para mujeres de ámbito rural más alejadas de los centros educativos y culturales.

Su lucidez social y su compromiso ético reflejan las naturales limitaciones de su época. Sin llegar a la madureza filosófica de Concepción Arenal, tuvo intuiciones que estimularon a otras feministas y creadoras de su época: su impugnación de los falsos argumentos científicos esgrimidos para justificar la inferioridad biológica de la mujer, su conciencia del impacto del entorno socio-económico sobre la situación de las mujeres de distintas clases sociales, su comprensión de la fisiología y de la psicología femeninas representaron una valiosa aportación.

El enfoque moralizador y religioso neutraliza a menudo la modernidad de su obra y de su reflexión. Concepción Jimeno de Flaquer se sitúa indudablemente en la línea de un reformismo social conservador, de un regeneracionismo cristiano.





 
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