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Abajo

Cortejo y Epinicio. Selección

David Rosenmann-Taub








ArribaAbajo- I -


[Después, después el viento entre dos cimas]

Abajo    Después, después el viento entre dos cimas,
y el hermano alacrán que se encabrita,
y las mareas rojas sobre el día.
Voraz volcán: aureola sin imperio.
El buitre morirá: laxo castigo.
Después, después el himno entre dos víboras.
Después la noche que no conocemos
y, extendido en lo nunca, un solo cuerpo
callado como luz. Después el viento.

Cortejo y Epinicio (LOM Ediciones, 2002, p. 21).




ArribaAbajo- X -


El gato coge a una mariposa

ArribaAbajo    Es un claro de luna desmoronado, ciego,
que lóbregos estambres enarbola; es un claro
de luna en la pared del comedor, y avanza,
por garras de candor, las alas a la rastra.
Bajel de inmensidad, todo gris ligereza,
con indolencia gris te amustias y tu vuelo,
       rezongando, rebota.
Las bandejas se apartan de tus torcidos mimbres:
       te mastica la sombra:
       a las sillas recorre
un conventual chirrido, la alcuza tintinea
       roncamente en el trinche,
las servilletas gritan, se funden los rincones.
Es un luto estridente, es un lamento eterno
de cucharas, manteles, platos, saleros, vasos;
es un claro de luna desmoronado, ciego,
que lóbregos estambres enarbola; es un claro
de luna en la pared del comedor, y avanza,
por garras de candor, las alas a la rastra.

Cortejo y Epinicio (LOM Ediciones, 2002, p. 38).




ArribaAbajo- XVII -


Genetrix

ArribaAbajo Acabo de morir: para la tierra
       soy un recién nacido.

Cortejo y Epinicio (LOM Ediciones, 2002, p. 46).




ArribaAbajo- XXVII -


[Dios se cambia de casa. En un coche de lujo]

ArribaAbajo    Dios se cambia de casa. En un coche de lujo
muy solícitamente guarda la estrellería
del sur. Echa en un saco al ángel principal:
la loza del ropaje afina el festival.
Cuán atareado se halla: por convencer a un brujo
de una residencial, de que la estantería
del juicio amamantó a la percha del mundo
-los grimorios ganzúan la absoluta palabra-,
se le escapa la luz del carro de mudanza,
con primogenitura. (En la tierra, iracundo,
se queja un costurón.) Perpleja, la Balanza
redila los rebaños y la dilecta cabra
apacienta en la nada. Requiriendo su espacio,
la vilhorra, en desquite, trisca en una mejilla
de este Dios distraído que cierta vez nos hizo.
Los torpes serafines tropiezan en un rizo
de Lucifer. Los coros yacen con la vajilla.
Y así entre trueno y trono se desarma el palacio.
Dios mete los edenes en unos cuantos tiestos,
y al fuego del infierno le aplica naftalina.
Los imanes neutrales en un baúl son puestos
junto a la senectud del alma y los anteojos
de Dios. El turbulento bergantín se encamina
por las olas del fárrago hacia la nueva casa.
Antes de abandonar el reino carcomido,
logrando repinarse sin que el polvo despierte,
Dios sube a la azotea a ver si, por olvido,
algo se le ha quedado: y aunque atisba y traspasa
los libres pasadizos, y baldean sus ojos
tejados y buhardas, se olvida de la muerte
y la vida que riñen en un rincón vacío.
Y Dios se va sin verlas, mas siente escalofrío.

Cortejo y Epinicio (LOM Ediciones, 2002, p. 64).




ArribaAbajo- LIV -


Retrospectiva


ArribaAbajo    Yo, yo, adorado cauce, quédate en tu santuario,
revolotea estático en el beleño armario.

    Y en lo que comencé brinca mi despedida.

    Porque, antes de partir, mi alma está de viaje,
te reconozco en aras de tu febril plumaje.

    Merodeabas el fondo de bizcochos y madre.
       Los trastos, exaltándose,
arpas de mansedumbre, se ensañan tenuemente.

    Mi colección de súplicas, mi trompo sentencioso,
mi ciclamor titán, mi desgreñado apolo:
calcomanías mías hasta el amanecer.

    Me zahiere, moldura, descolorida lengua,
       desde la seria caja
de zapatos, la mueca cediza de un horario:
       canicas, volantines,
       andaderas, sifué.

Cortejo y Epinicio (LOM Ediciones, 2002, p. 113).




Arriba- LVI -


Twilight


Arriba    Soler ir por arcanos recodos, timonel
de mallas y barrancos y claustros y atavismos,
acosando el oleaje de sensatos delirios
con la soberanía de lo que no ha de ser.

    Como a la esposa esposo vigilante y dormido,
proteger el regazo del ángelus que sufre,
aguardando en portales de ciudades de herrumbre,
noche, tu advenimiento, cual si llegara un hijo.

    Aguardarte, sí, noche, con tumultuoso hierro
y templar en el aire el materno alarido
y a la tarde que cae pungirle: «¡Es hijo nuestro!».

    Y bebiendo la sangre del lubricán herido,
a ti, negro pomar, celada de senderos,
ofrecerme cual padre con los brazos tendidos.

[Escuchar poema]

[Ver partitura]

Cortejo y Epinicio (LOM Ediciones, 2002, p. 116).





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