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Azorín y Campoamor

Ricardo Gullón





En un artículo titulado «Doloras» comenta Azorín, en ABC, la poesía de Campoamor, de manera algo desconcertante. «Todo en Campoamor es etéreo -dice-; no sabemos dónde estribar; los conceptos no tienen permanencia; nos deslizamos; vamos envueltos en "el drama universal" título de uno de sus grandes poemas». «En Campoamor todo es espiritual y discreto».

Sin rebatir estas afirmaciones del ilustre autor de Los pueblos, permítasenos sugerir algunas de las razones que invalidan la casi totalidad de la poesía campoamorina. Pudiéramos decir, como el buen párroco del cuento que si las campanas no repican es por varias causas y confesar que «la primera» es la falta de campanas, es decir, la falta de poesía, pero bueno será concretar que para gran parte de los lectores lo así llamado por Campoamor tiene la enorme tacha de su connatural vulgaridad que se disfraza de sencillez.

En Campoamor es ramplón el pensamiento y es ramplón el verso; su filosofía no pasa de ser un amasijo de lugares comunes dichos a media voz; de tópicos susurrados con aire de revelar a la chita callando algo importante sobre el hombre y la vida. Situado en su época -¡la de Bécquer, la de Rosalía!- sigue pareciéndonos que no es más que un figurón a quien su dulce egoísmo y su indiferencia dejaron al margen del «drama universal» y, lo que es más grave, del drama individual, en donde arraiga y nace toda emoción y, por lo tanto, toda poesía.





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