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La Gatera. 1992


Enrique Cerdán Tato






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Dos reales por maleta

12 de mayo de 1992


En 1940, se establecieron los siguientes radios urbanos para los coches de alquiler: por la carretera de Torrevieja, hasta los doce puentes; por la de Ocaña, hasta la Casa de José Antonio; por la de San Blas, hasta el cementerio viejo; por la de San Vicente, hasta Los Ángeles; por la de Villafranqueza, hasta el campo de fútbol; por la de Valencia, hasta La Goteta; y por la de la Albufereta, hasta la factoría de Campsa. Por entonces, y según el resumen del padrón municipal, en 31 de diciembre de 1939, Alicante y su término contabilizaba una población de derecho de 84.623 habitantes, y de hecho de 103.391.

A propuesta del Sindicato Provincial de Transportes y Comunicaciones, el Ayuntamiento, presidido por Ambrosio Luciáñez Riesco, acordó aprobar las siguientes tarifas, para los automóviles con taxímetro, de menos de 18 caballos: bajada de bandera, con un recorrido de 500 metros, ochenta céntimos; y la misma cantidad, por cada kilómetro más de carrera. Por una hora de espera, cuatro pesetas. Y el mismo tiempo, en servicios especiales de bodas, bautizos y hogueras, se pagaba, nada menos que veinte pesetas; mientras que si se trataba de entierros sólo eran quince. Por supuesto, se cobraban también los transportes de equipaje a razón de cincuenta céntimos por maleta y de una peseta por baúl, suplemento por bultos que ahora el sector del taxi reivindica y fija en unas cincuenta pesetas. Naturalmente, estas tarifas que entraron en vigor a partir del 27 de junio del referido año, aumentaban casi el doble si el coche de punto tenía una potencia superior a los 18 caballos.

Y mucho más, si se trataba de automóviles de lujo, con franja azul. Entonces, costaba una carrera, dentro del casco urbano, y hasta tres personas, tres pesetas, y una cincuenta más, por cada nuevo pasajero. En estos vehículos, los usuarios aficionados a los toros y a las hogueras, apoquinaban hasta cuatro duros por hora de alquiler. Cuatro personas que quisieran visitar los castillos de Santa Bárbara y San Fernando, en plan franja azul, sabían que el capricho de una buena vista panorámica, valía diez pesetas. Pero a un posible quinto viajero, la cosa se le ponía difícil: era un duro más que tenía que rascarse del bolsillo. Todo un despilfarro.




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Expropiaciones para la Rambla

13 de mayo de 1992


En la inmediata posguerra, se iniciaron las expropiaciones de cuantos edificios impedían la prolongación de la Rambla de Méndez Núñez -antes paseo de Quiroga y de la Reina- hasta la Explanada, por el sur, y por el norte, con Alfonso el Sabio. Después del desmonte de la alameda central elevada, decimonónica y romántica, que comenzó en 1923, la importante avenida iba a experimentar muy considerables transformaciones urbanísticas.

De forma que el 4 de noviembre de 1939, el pleno municipal, en sesión ordinaria, recoge en acta: «Ya han comenzado las expropiaciones, para la apertura de la avenida de Méndez Núñez. La primera casa que se adquirió, ángulo Dr. Esquerdo y Explanada de España, era propiedad de doña Juana Rodes y de sus hijos don Eugenio y don Manuel Rodes Ibáñez. El 25 de octubre se adquiere la casa número 1 de la misma calle Dr. Esquerdo, ángulo a Rafael Altamira, por el precio de 175.000 pesetas. Se expropia la casa número 23 de la calle de San Fernando, de don Francisco Alberola Such. Otra de próxima adquisición es la de doña Aurelia y doña Rosa Bono, en el número 20 de la calle de San Fernando, ángulo al Dr. Esquerdo, por 150.000 pesetas. Con esta expropiación, quedan ultimadas las que habían de efectuarse en el tramo comprendido entre la Explanada de España y la plaza del Generalísimo».

Posteriormente, el Ayuntamiento compraría los inmuebles propiedad de los hermanos Garriga y Amérigo; del señor Esplá; de doña Carmen Curt Amérigo; de los herederos de don José Campos Vasallo; de los herederos de don Francisco Alemañ Pérez, situada en la calle de Padilla número 8, y en cuyos bajos se encontraba el estanco de la calle de Altamira, una administración de Lotería, un despacho de la panificadora Magro y un bar; de don Casimiro la Viña; de doña Enriqueta y doña Manuela Mingot Shelly; y de doña Ana y doña María Mingot Tallo. Así la manzana limitada por las plazas Castelar y del Generalísimo y las calles Altamira y Padilla pertenecía ya al Ayuntamiento, salvo la casa de don Agustín Núñez Díaz, que se encontraba ausente, y con cuya compra «se anunciará la demolición de dicho grupo de edificios».

El ensanche de la Rambla por el sur estaba dispuesto.

Por el extremo superior, la cerraba la casa de la familia Manero que hacía esquina con la calle López Torregrosa, antes Liorna.




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Reventón de «El gato»

14 de mayo de 1992


El 31 de julio de 1943, una tremenda explosión puso en vilo a toda la ciudad. Era mediodía y el Postiguet y los balnearios estaban a tope. Cundió el pánico y la gente corrió despavorida, sin saber qué ocurría. En la memoria redactada, en febrero del 44, por la Comisión Especial Pro-Damnificados se dice: «En la planta baja de la casa número 30 de dicha importante vía urbana (Altamira), con acceso también a la del Capitán Meca número 2, había establecido desde antiguo, una expendeduría de cartuchos, armas y artículos de caza y pesca. Sólo para tales géneros hallábase autorizada la industria. Nadie podía sospechar siquiera que el local estuviera convertido además, en un depósito de pólvora, detonadores y dinamita en elevadas cantidades. La sorpresa resultó harto cruel».

La armería «El gato», propiedad, por aquel entonces, de Alfredo Llopis, causó con su imprudencia 17 víctimas mortales, 123 heridos de diversa consideración y 62 inmuebles afectados gravemente, entre ellos el que fuera Consulado del Mar, de mediados del siglo XVIII, la casa aneja al pórtico de Ansaldo, que había pertenecido a los padres de Jorge Juan y Santacecilia, y el Ayuntamiento.

Muchos empleados municipales tuvieron que ser asistidos, y la Guardia Urbana sufrió una baja definitiva, don Miguel González Ortiz, teniente segundo jefe de dicho cuerpo.

El gobernador civil señor González Vicens presidió la comisión especial integrada por el alcalde, don Román Bono Marín, primer teniente de alcalde, señor J. Quero, ingeniero jefe de Hacienda, don Eladio Pérez del Castillo, presidentes de la Cámara Oficial de Comercio y Propiedad Urbana, señores J. Lamaignére Rodos y Soler Asensi; arquitecto municipal, señor F. de Azúa. Como secretario se designó al concejal don Manuel Montesinos Gómiz, en el que concurría la condición de damnificado, y como vicesecretario al jefe del negociado de Beneficencia de las Oficinas Municipales, don Carmelo Simón. Alicante entero se volcó generosamente con objeto de paliar la tremenda catástrofe.

La sentencia, publicada en el Boletín Oficial de la Provincia, el 14 de marzo de 1959, condenó a los procesados Alfredo Francisco Llopis Alemañ, José Andrés Ferrándiz Miralles y José García Jerez al pago de distintas indemnizaciones.




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«La fuga»

15 de mayo de 1992


El doctor Negrín protagonizó la única hoguera que se plantó en 1939 y cuyo título, «La fuga», aludía a la huida del político republicano, a Francia. La construyó, frente al Mercado Central, Francisco Muñoz. Según recoge la «Gaceta de Alicante» de 7 de junio, a instancias del jefe provincial de Propaganda, se celebró una reunión, a la que asistieron foguerers y artistas. De aquella convocatoria, salió una comisión gestora provisional que encabezaba el citado jefe del Servicio de Propaganda, Juan Luis Bueno Martínez y en la que se integraban, además, Ramón Gilabert Davó, que ostentaba la representación de la alcaldía, Francisco Javier Morales, secretario local de Falange, José Romeu Zarandieta y Guillermo Veroní. Fue aquella ciertamente una hoguera inquisitorial.

El año siguiente, sin embargo, las fiestas de San Juan recuperaron parte de su pujanza. Las veintiuna hogueras recibieron una subvención municipal de quinientas pesetas. Y como se recoge en acta, de la permanente del 30 de mayo, se establecieron dos categorías y tres premios para cada una de ellas. Las dotaciones económicas eran de ochocientas, quinientas y doscientas cincuenta pesetas, respectivamente, para las de primera; y para las de segunda, de quinientas, trescientas y ciento cincuenta.

Por otra parte, se consignó una partida de siete mil pesetas para los gastos «de castillos de fuegos artificiales y de la palmera que ha de dispararse en la "cremà", disponiéndose que dicha cantidad se abone a la Comisión Gestora que organiza ambos festejos. La Alcaldía queda facultada para designar los componentes del Jurado que ha de intervenir en la distribución de los premios acordados y de cuantos pudieran concederse por entidades oficiales y particulares».

Cuando apenas faltan unos días, para que aparezca la revista oficial de Hogueras «Festa '92», de presupuesto millonario, en aquel año, el Ayuntamiento destinó mil pesetas para la publicación equivalente que «se está editando a todo lujo y que constituirá una gran propaganda para Alicante». Y en un saluda, aparecido en la misma, se leía: «Por Franco, se ha recuperado esta fiesta del pueblo». Para que no lo olviden los presuntos implicados.




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«Belleas del Foc»

16 de mayo de 1992


Aquel domingo, 3 de Junio de 1956, Gastón Castelló, presidente de la Comisión Gestora, tras la lectura de las papeletas de la votación, cantó el nombre de la nueva «Bellesa del Foc»: Solita Valls García. Los comentaristas coincidieron en destacar el éxito del espectáculo que fue «de los que marcan época». Un decorado suntuoso con una inmensa rosa, bajo la cual estaba el trono de la belleza.

Fue un mes de apoteosis. El día 10, también domingo, «Pacorro» debutó, en Madrid, como novillero, y el barrio de San Blas se volcó: varios autocares le siguieron, en una jornada triunfal. El presidente de la peña que llevaba su nombre, Manuel Soler, declaró que su mayor anhelo era que Francisco Antón toreara en Alicante porque «está pendiente de su actuación». «Su ausencia de nuestro ruedo, las polémicas suscitadas en torno a su figura y la curiosidad, acapara, de unos meses a esta parte, la atención de la afición alicantina».

Las veinticuatro «hogueras» que se plantaron en dicho año y las otras tantas «barracas» se ventilaron algo más de un millón de pesetas. Contabilizando las cuatrocientas mil de las treinta bandas de música contratadas; las ciento cincuenta mil de castillos artificiales; las ciento veinticinco mil de «atavíos» para las «belleas y damas»; y las otras ciento cincuenta mil de cabalgatas, desfiles y «palmera» de la noche de la «cremà», el presupuesto fue calificado de «fabuloso». El pregón oficial estuvo a cargo de «don Jesús Carrión, juez municipal decano de nuestra ciudad».

De otro lado, el jurado del premio «Gabriel Miró», instituido por el Ayuntamiento, e integrado por Melchor Fernández Almagro, Juan Antonio de Zunzunegui e Ignacio Agustí, lo otorgó a la obra de Jesús Fernández Santos, y una mención honorífica a Miguel Signes. Curiosamente, la novela ganadora se titulaba «En la hoguera».




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La estación, un incordio

19 de mayo de 1992


No viene la cosa de unos pocos años a esta parte. Lo de la estación de Madrid se engresca ya, en la inmediata posguerra. Las instalaciones ferroviarias que inaugurara un 25 de mayo de 1858, la reina Isabel II, en medio de un hervidero de gente, colapsaba casi medio siglo después, el desarrollo urbanístico de la ciudad.

Tan es así, que en el pleno municipal extraordinario celebrado el 4 de noviembre de 1939, se afirma: «Ya se está iniciando la gestión y la continuaremos -aunque se nos ha dicho que de momento no es oportuno- para conseguir que la estación de MZA, establezca más al exterior, ya que ahora queda como embotada dentro de la ciudad». En el acta correspondiente, se avisa que dicho proyecto, junto con otros varios, se contemplan en un «plan que se está confeccionando y que no se basa en meras aspiraciones imaginativas, sino que se funda en estudios que realiza el señor arquitecto municipal».

Se insinúa, pues, en un principio, la posible solución del retranqueo. Sin embargo, no mucho después, el entonces alcalde Ambrosio Luciáñez Riesco trata de conseguir «el cambio de emplazamiento de la estación que dicha empresa tiene en esta capital y que desaparezcan los pasos a nivel establecidos dentro de la zona urbana». Con ese propósito, el 30 de agosto del año 1940, el presidente de la corporación local eleva dos exposiciones sobre el tema: una, dirigida al director general de Ferrocarriles; la segunda, a los responsables de la compañía Madrid-Zaragoza-Alicante. Con el tiempo, desaparecerían los pasos a nivel, pero la hoy estación de Renfe continúa en su lugar, aunque zarandeada y sometida a tanteos y especulaciones sobre su futuro.

Se habla de retranqueo, de vías soterradas; del traslado de las instalaciones a la vieja estación de Murcia, con la subsiguiente pérdida del litoral.

Cada quien expone sus criterios, sus razones o sinrazones. Pero sesenta y dos años después, la pelota sigue en el tejado. ¿Hasta cuándo?




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Las Mil Viviendas

20 de mayo de 1992


En febrero del 56, el gobernador civil, don Evaristo Martín Freire, presidió una interesante reunión del Patronato Provincial de la Vivienda Francisco Franco. Después de aprobar la reforma de sus estatutos, se estudió el proyecto de construcción de mil viviendas sociales, en los «terrenos adquiridos en el Pla del Bon Repós». El siguiente domingo, James Stewart estrenaba, en el cinema Ideal, «El hombre de Laramie», era el 25 de dicho mes. Tres días antes, el Ayuntamiento dotaba a la calle Mayor de un potente alumbrado que «causó admiración entre los alicantinos».

Meses después, el 28 de abril, un edicto advertía a los propietarios de solares «sitos en el paraje conocido por Pla del Bon Repós -carretera de Villafranqueza de esta capital», don Antonio Mollar Mollar y doña Francisca Pérez Gonzálvez, que en un plazo de diez días, se procedería al levantamiento del acta previo a la expropiación de los mismos.

Una saludable calentura edificatoria recorría la ciudad. Y es que las carencias apretaban lo suyo.

Y así, al día siguiente, se efectuó la entrega de las 340 viviendas del grupo Felipe Bergé, levantado en Los Ángeles, por la Obra Sindical del Hogar y Arquitectura, y cuya inversión ascendía a unos veinte millones de pesetas, en los que se incluían también treinta y seis locales comerciales.

Un periódico de la época lo notificaba así: «Las nuevas casas fueron solemnemente entregadas por las primeras autoridades y jerarquías en el curso de un acto en el que los beneficiarios mostraron su satisfacción por la eficaz política emprendida en la lucha contra el problema de la cacareada escasez».

No asistió a la inauguración la actriz Emma Penella que terminaba el rodaje de «Fedra» y casi se nos queda congeladita en nuestras playas. «Me pasé demasiado tiempo a remojo», dijo.

Aunque no tanto como las Mil Viviendas. Si el reto de Evaristo Martín Freire fue ponerlas en pie; el reto de Pedro Valdecantos es, primero que nada, demolerlas.




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La boda

21 de mayo de 1992


Domingo y Trinidad se casaron en la parroquia de San José de Carolinas, un ardiente miércoles de julio, justo cuando el camarada Evaristo Martín Freire, gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, se sudaba las jornadas inaugurales señaladas en números encarnados, sobre el almanaque de las solemnes conmemoraciones.

Pero ellos nada sabían de ajetreos oficiales. Domingo miró los ojos apenas ya sin luz de Trinidad y dijo que sí. Trinidad trasvió la sombra tullida y tierna de Domingo y dijo que también. Luego convidaron a sus vecinos a coca en molletes, en la bodega Soriano.

Domingo López Bernabé tenía 61 años y vendía tabaco, cerillas y la suerte de los décimos, de calle en calle, y las gentes le llamaban «Charlot». El mal tino y un exceso de pólvora, dejaron al hombre-cañón de otros tiempos sin sus fugaces vuelos de laurel, cuando un tremendo disparo lo subió sobre la red y lo desbarató contra un poste. Cojo y con un brazo lisiado, aún ferió una leve y melancólica fragancia de circo, por los pueblos, de la mano de «La Pastora», antes de parar en el trapicheo ambulante.

«La Pastora», Trinidad Álvarez Doval, se maridó al filo de los ochenta y en la penumbra de sus pupilas colgó toda la celebridad de su padre: el prodigioso maromista internacional Arsense Blondin que se había paseado sobre las cataratas del Niágara. Qué boda tan de postín la de aquellos dos veteranos de la pista circense. Poco después, el 14 de julio de 1956, un editorial de un semanario sindical decía: «El 18 de julio nació para redimir pueblos españoles, para elevar el nivel de vida, para operar abierta y concretamente llorando al campo, a las ciudades, a las pequeñas villas de nuestra geografía el amplio cúmulo de realizaciones que señalan jubilosamente la política nacional sindicalista. Suenan campanas de gloria para España. Alegrémonos». El camarada Martín Freire y el camarada Claudio Reig Botella, subjefe provincial de Movimiento, se dejaron la piel en un programa de entrega de viviendas tan apretado como elocuente: cuarenta y nueve pueblos nada menos. Mientras, «Charlot» y «La Pastora», molidos por las nupcias y el piscolabis, se recogieron en su casita húmeda, desvencijada y oscura, pero rebosante de mundos insólitos y de una cartelera de ensueños y de burbujas.




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Vuelta ciclista

22 de mayo de 1992


Aquel uno de mayo que entonces era la fiesta de San José Artesano, Poblet alcanzó la meta instalada en el muelle de Poniente y se ganó, entre aplausos, la etapa Albacete-Alicante de la Vuelta Ciclista a España de 1956. Qué conmoción para la mayoría de los vecinos y para los buenos aficionados, muy en particular. Allí estaban los grandes del pedal. Y todos tenían palabras de elogio para la organización que corrió a cargo de la Asociación de la Prensa y en la que colaboró INFORMACIÓN: Louison Babel, Bahamontes, Hugo Klobet, Van Ateenbergen... Se daban por muy bien invertidos los dineros que posibilitaron el acontecimiento. El Gobierno Civil, el Ayuntamiento, la Diputación, la Delegación Provincial de Sindicatos, la Cámara Oficial de Comercio, la Caja de Ahorros del Sureste de España, el sindicato de hostelería... contribuyeron económicamente a celebrar una jornada deportiva, ya histórica. Corresponsales y enviados especiales de diversa procedencia dieron fe de tantas atenciones. Hasta la televisión italiana nos visitó. Atrajo la atención de algunos de los informadores, un turismo con el rótulo «Europa» provisto de una emisora, «valorada en más de dos millones de pesetas» que retransmitía, aún en diferido, nada menos que para París. Impresionante todo aquello.

Mientras, la ciudad esperaba con gran interés la celebración del Consejo Económico Sindical que iba a estudiar un amplio y acuciante temario: desde la repoblación forestal hasta la concentración parcelaria, y en que intervendrían como ponentes, entre otros, Luis Torras Uriarte, Román Bono Marín, Fernando Luis Prats García y Pedro Zaragoza Orts.

Por supuesto que aquel uno de mayo, el héroe popular fue Poblet. Aunque no se olvidó la festividad instituida por el Papa y hubo misa en San Nicolás oficiada por José Jurado Díaz, asesor religioso de los sindicatos y a la que asistieron jerarquías y autoridades. Nuevos ámbitos, pero otras voces.




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No hay petróleo

23 de mayo de 1992


Figúrense las amas de casa de quienes, como sarcásticamente afirmaba un sagaz y anónimo comentarista: «ya es sabida su torpeza en el manejo del más simple mechero», cuando escaseaban las cerillas. Entonces, las pobretas se quedaban en un pasmo «frente a los modernos hornillos de petróleo que habían desplazado al incómodo, sucio y hasta caro vegetal». El artefacto fue una conquista de los años cincuenta, como aquel vehículo para enlatar conductores que se llamaba Biscuter. Curioso invento aquel hornillo que dejaba los guisos con un sabor anticipado a guerra del Golfo. Y eso después de hacer colas frecuentemente porque, sobre todo en un principio, las provisiones de petróleo no alcanzaban. Y así, hasta que, allá por el 58 llegó, con recato, la redentora bombona de butano. Qué alboroto y cuánta precaución.

A comienzos del 56, el Ayuntamiento se encontró con tres millones de pesetas sobrantes del presupuesto ordinario del ejercicio anterior y dispuso aquellos dineros para acometer la perforación del Benacantil que permitiría enlazar Alfonso el Sabio con la carretera de Valencia, entre otros asuntos de interés como la mejora de las instalaciones de baño en el Postiguet. En el pleno de la corporación municipal, celebrado a mediados de marzo, presidido por Agatángelo Soler Llorca, se acordó destinar el préstamo de 30 millones de pesetas concedido por el Banco de Crédito Local de España, al presupuesto extraordinario de construcciones: Parque de Bomberos en los talleres municipales junto a Autobuses; matadero y mercado de ganados en Babel; mercado de abastos en Carolinas. Además, se aportaron en efectivo tres millones y medio de pesetas, para la municipalización del servicio de tranvías. El alcalde ultimaba ya las gestiones para la adquisición del mismo, operación que culminaría en mayo con la compra de las líneas y material de Tranvías y Electricidad S.A. por 22 millones de pesetas.

Los viejos vehículos amarillos y los más recientes de color blanco y azul, movidos por electricidad, tenían los años contados. Los autocares de la empresa de transportes urbanos Blayet se imponían. Entonces, la modernidad se expresaba así, con el trueque del voltio limpio y económico, por el octanaje de una gasolina para la contaminación.

Por lo demás que si «El Tino», que si «Pacorro». Ya saben: Santa Cruz y San Blas. Y frío. En el invierno del 56, las temperaturas alcanzaron mínimos «que no tienen precedente en el siglo actual». Por entonces, el ozono le pasaba los agujeros al gruyère.




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Alicante de José Antonio

25 de mayo de 1992


Naufragada la república en el puerto de Alicante, durante los últimos días de marzo de 1939, el 1 de abril, un lacónico parte del Cuartel General de Franco, concluía: «La guerra ha terminado».

Era sábado, pero ya el jueves anterior, se había constituido la comisión gestora municipal, presidida por Ambrosio Luciáñez Riesco.

Entre tanto, Ernesto Giménez Caballero, en sus mensajes radiados y en sus alocuciones públicas, reprochaba ásperamente a nuestra ciudad, la muerte de José Antonio Primo de Rivera.

Su retórica era contundente y apasionada: «Dios ha hecho que sobre tu sino chorreante de sangre y crímenes, venga el perdón de Franco y nuestra paz llena de lágrimas y nuestra justicia de hermanos, hablándote de Patria, de padres, de hermandad, de comunes anhelos... ¡No cierres los oídos ni escondas los ojos! ¡Míranos cara a cara, Alicante!».

En medio de aquel clima y con ánimo de restañar tanto oprobio, la corporación, en sesión extraordinaria de 30 de junio del mismo año, levantará la siguiente acta: «Se da cuenta de una moción de la Alcaldía en la que se recoge la iniciativa del eximio periodista Giménez Caballero, que la ciudad al conocerla la acogió con entusiasmo y propone en consecuencia, que el excelentísimo Ayuntamiento eleve al Gobierno de la nación respectiva solicitud en súplica de que se conceda a esta capital el honor de denominarse Alicante de José Antonio».

«Ampliándose dicha moción añade el señor alcalde "in voce" que con esa petición, rendirá sólo una insignificante parte del tributo que España debe al fundador de la Falange».

«Cuando el Gobierno acceda a nuestros deseos, propongo que el Ayuntamiento celebre una sesión solemne, con asistencia de las jerarquías del Movimiento y autoridades, para dar cuenta de la resolución del poder central, y aparte de los rótulos que se fijen en las entradas de la ciudad, debe colocarse una placa artísticamente grabada, en la fachada del Palacio Constitucional recayente en la Plaza 18 de Julio (hoy el Ayuntamiento) conmemorativa de la fecha en que Alicante comenzará a llamarse Alicante de José Antonio».

La moción se aprobó por unanimidad y con gran entusiasmo. La propuesta, sin embargo, no prosperó.




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A escena

26 de mayo de 1992


El 27 de febrero de 1939 y en un ataque aéreo, una bomba se precipitó sobre el Teatro Principal y se llevó por delante frescos irrepetibles, sillerías isabelina, gótica, Luis XV. Escasamente, dos meses después, los italianos de la división «Littorio», con el general Gastón Gambara al frente, instalaron allí cuartel y letrinas.

Voraces y victoriosos, lo dejaron, al irse, convertido en un despojo. A Pablo Portes, cuando lo recuerda, la voz le sale de níspero ácido.

El principal restaurado y arrendado a los señores Padilla Oliva, Ripoll Mogica y Papí Palomares, inauguró temporada el 28 de octubre de 1941, con la compañía del maestro Guerrero. Desde entonces, se sucede una variopinta programación y un abundante anecdotario. Por ejemplo, el 14 de enero de 1955, Josita Hernán y Roberto Rey representaron la comedia musical «Treinta años y un día», «de mal libro y peor música», tanto que al finalizar la obra, alguien de general, gritó: «Treinta años y un día, no, ¡cadena perpetua!».

De la empresa se marcharon José Papí y Juan Andrés Padilla, y entró Fernando Espí Vaello, en tanto continuaba en la misma José Ripoll. Ambos, Ripoll y Espí, manifestaron al semanario alicantino «Sábado» que el teatro no era negocio y que la temporada del 55 se salvaba algo gracias a la compañía de Manuel Paso, ya que Tony Leblanc «había batido todos los récords de taquilla registrados en el Principal, en las últimas temporadas».

Tras muchas otras vicisitudes, la propiedad la adquirieron el Ayuntamiento y la entonces Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, con una pequeña participación de la Sociedad de Conciertos. La operación se cerró a últimos de noviembre de 1984. Desde entonces, la dirección y la gerencia del Teatro Principal está a cargo de Luis de Castro.

El pasado día 6 del mes en curso, se cumplió el primer aniversario de su reinauguración, tras diecinueve meses de cierre obligado por las necesarias obras de rehabilitación. La reina doña Sofía presidió un concierto a cargo de la Orquesta Clásica de Madrid, con el solista Joaquín Achúcarro.

El teatro Principal abrió sus puertas al público, por vez primera, el 25 de septiembre de 1847. Lo diseñó el arquitecto Emilio Jover y se invirtieron otros diecinueve meses en su construcción. Todo un capítulo de nuestra crónica.




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Paseíto de Ramiro

27 de mayo de 1992


El pleno extraordinario del 1 de julio de 1939, iniciado el día anterior, aprobó una moción de la Alcaldía relativo a la rotulación de algunas calles y plazas. Así las de Cano Manrique, Quiroga, Borrejón, Pablo Iglesias y de la Fábrica pasarían a denominarse respectivamente: Italia, Alemania, Portugal, Onésimo Redondo y Camarada Ibáñez Mussó. En el acta correspondiente se dice: «Además se acuerda por iniciativa de varios concejales que la plaza de la Baronesa de Satrústegui se llame desde ahora plaza del Teniente Luciáñez.

El señor alcalde con palabra reveladora de la honda emoción que siente, agradece a sus compañeros este acuerdo encaminado a honrar la memoria de uno de los dos mayores suyos (Joaquín) que fueron vilmente asesinados, muriendo por Dios y por España».

La plaza de la baronesa de Satrústegui no era otra que la histórica y emblemática de Ramiro y que, según refiere el presbítero y cronista provincial, Gonzalo Vidal Tur, recibió tal nombre, en 1920, de acuerdo con la moción presentada por el concejal Florentino de Elizaicín, cuando ostentaba la presidencia municipal, Antonio Bono Luque. El referido concejal manifiesta: «En su testamento, la virtuosa dama (Baronesa de Satrústegui), no olvidó el gran cariño que profesaba a esta ciudad, y por eso hizo un donativo al Asilo de Nuestra Señora de los Remedios construido a su instancia, en el paso de Campoamor».

En la antigua plaza en la que desembocan las calles de Jorge Juan (antes de la Palmereta o de la cuesta de Santa María), la de Gravina (antes de la Pescadería) y de la Bajada al Mar, procedente de la de Villavieja, se construyó un jardín, en 1885, siendo alcalde Julián Ugarte, y al que se le dio el nombre del entonces gobernador civil Ruiz Corbalán por «un acuerdo del Ayuntamiento, tomado en noviembre de dicho año, a iniciativa del cronista don Rafael Viravens y Pastor».

Oficialmente, volvería a denominarse plaza o paseíto de Ramiro, a partir del pleno municipal del 7 de enero de 1983, por mayoría de votos favorables, y de acuerdo con la moción presentada por el alcalde José Luis Lassaletta Cano y el concejal de Cultura, Ángel Vives. En la misma sesión plenaria se le daría el nombre de Plaza Nueva a la de Hernán Cortés, y las calles del Camarada Ibáñez Mussó y Onésimo Redondo recuperarían sus anteriores denominaciones de Cuesta de la Fábrica y Pablo Iglesias. El callejero no es más que un escaparate de las tendencias políticas regemónicas.




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Presupuestos municipales

28 de mayo de 1992


Entre alternativas, pactos, debates y mosqueos, se han aprobado los presupuestos municipales que ascienden a casi diecinueve mil millones de pesetas. En vísperas de junio. Tardíos y abrumadores, si los comparamos con los de 1957, a los que se dio luz verde a principios de octubre del 56 y que alcanzaban la cifra de 38.093.913 pesetas con dieciséis céntimos. Treinta y cinco años de por medio y sigue subiendo, a razón de unos 500 millones por ejercicio, más o menos.

En aquel octubre, se inauguró oficialmente la Casa Sindical, en Pintor Lorenzo Casanova, 4. Allí estaban los camaradas Diego Salas Pombro, vicesecretario general del Movimiento; José Solís Ruiz, delegado nacional de Sindicatos; Francisco Gandía García, delegado provincial, y otras jerarquías. Bendijo las obras el obispo de la Diócesis, Pablo Barrachina Esteve. Y Solís Ruiz pronunció un emotivo y reconciliador discurso, en el que dijo: «Traer aquí a todos los hombres de buena voluntad dispuestos a sacrificarse por la patria. Ni mirar hacia atrás, sino hacia adelante. No me importa lo que fueron sino lo que son. No me importa si no supieron sacrificarse y hoy están dispuestos a morir por España. No me importa si tuvieron un pecado, ¿quién no pecó?».

Pero entre tanta actividad municipal y sindicalista, el mundillo de los toros andaba más apacible. La «Peña Santacrucina» le tributaba un homenaje a Vicente Blau «El Tino», en el Hogar del Pescador. Con él, los críticos taurinos más relevantes de nuestra ciudad: Juan Martínez «Santero», Raúl Álvarez Antón «Pepe Varas», Miguel Hortelano «Horteguito», Francisco Muñoz «Paquiro». Además de otras personas vinculadas estrechamente a la fiesta taurina: Fernando Claramunt. Daniel Pérez Jordá, Francisco Esplá, Tomás Salinas... Por cierto que en febrero del mismo año, El Tino ultimaba su cuadrilla: Cantitos, procedente de los subalternos de Antonio Bienvenida; Toreri, anteriormente a las órdenes de Dámaso Gómez; Pepe Manzanares, banderillero alicantino, y para picar el Hiena. Pero, ¿quién no picó?




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Tabarca plató

29 de mayo de 1992


Y quién nos lo iba a decir. Quién nos iba a decir-que Elsita, Elsa Martinelli, a la que tan sólo conocíamos de un celuloide medido a tijeretazos, nos enseñara, en vivo, sus largas piernas y sus braguitas, oooooh, en el Postiguet, una noche de octubre, cuando le dio por meterse en el mar y dejó a toda una panda de mirones, entre perplejos y cachondos.

Estaba Esla, Elsita, con el productor inglés Foxwell, el director inglés Guy Hamilton, y los actores Pedro Armendáriz y Trevor Howard, y unos cuantos amigos y periodistas, en el restaurante «Postiguet» inaugurado a primeros de junio de aquel año 56 y «dotado de las mayores comodidades y adelantos técnicos», cuando a la Martinelli le pegó la ventolera y se nos fue no precisamente de cabeza, sino con las faldas bien arriba, hacia las apacibles aguas del otoño.

Qué palpitos, en aquella juventud que aguardaba. Y en los que la guardaban, también, aunque con reprimidos suspiros.

Después, días después, en Tabarca, desembarcarían un coche y le pondrían luz con los generadores del carguero griego «Capitán Costas», para filmar unas secuencias de la película «Manuela», cuya acción se supone en algún país latinoamericano. Tabarca, tan sufrida, parpadeó con asombro. Pero aún habrían de pasar bastantes años, antes de que disfrutara de su propia instalación eléctrica. Y de tantas otras cosas como le faltaban y como todavía le faltan y le sobran.

Y es que mediados los cincuenta, Alicante recibió sorpresas cinematográficas, algunas en el filo del rumor: Sofía Loren y Gary Grant.

Otras, constatadas más que de sobra. Que se lo cuenten si no a aquellos, ya desaparecidos, pero siempre potentes todoterrenos de la información, Pepe Vidal Masanet y Ángel García, el de la cámara ligera. Que se lo cuenten cuando abordaron el yate «Zaca» de Errol Flynn, de un Errol esquivo tras su telón de lona y que ordenó a su marinería que le dieran una manta de palos al audaz reportero. Y casi. Que por ahí andan las fotos de Ángel García.

Por entonces, éramos tan diferentes. Tanto que el mismo Vidal Masanet declaró: «Ni sus propias admiradoras lo reconocerían. Errol es muy distinto a como aparece en sus películas».




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Analfabetos

30 de mayo de 1992


Actualmente, los jóvenes alicantinos disponen de un amplio catálogo de estudios universitarios. En 1955, apenas si había alternativas. Según datos estadísticos, cursaban el bachillerato unos tres mil alumnos, mil setecientos asistían a la Escuela de Comercio, situada ya por entonces, frente al parque de Canalejas, en el mismo edificio que hoy ocupa Ciencias Empresariales. En la Normal, de General Marvá, se formaban algo más de mil maestros y maestras. El déficit de centros de enseñanza era ostensible, aunque en la década anterior el panorama docente aún fue bastante más sombrío. Francisco Moreno señala que en 1940, el índice de analfabetismo alcanzaba, en nuestra ciudad, un 30%; y en 1950, se había reducido hasta un 22%. De acuerdo con la Junta Provisional de Construcciones Escolares, constituida en 1954, en la provincia ese índice rondaba el 29 por ciento. Cifras tan elocuentes que reflejan una precaria situación social y un escaso interés por parte de los organismos oficiales.

Con motivo de la conmemoración del vigésimo aniversario del 18 de julio, el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, inauguró en 49 pueblos diversas obras, y grupos escolares en Rojales, Hurchillo, Cañada, La Campaneta y San Bartolomé. No mucho después, a finales de agosto, el Ayuntamiento en sesión plenaria, presidida por el alcalde Agatángelo Soler Llorca, tomó el acuerdo de construir quince escuelas «en el casco urbano de la capital». Actuaciones de urgencia, cuando la política autárquica del régimen, después de diecisiete años, se tambalea y tiende a «una mayor liberalización de la economía», que se iniciará con el Plan de Estabilización de 1959.

Enseñanza y cultura viven en la miseria. El director de la Biblioteca Pública, don Isidro Albert, declara, en el semanario de actualidad «Sábado» (núm. 39, de 29 de septiembre de 1956): «Dependemos directamente del Estado y apenas contamos con apoyo económico. Mire: ahí tiene toda la prensa de las postrimerías del siglo pasado y principios de éste y sin encuadernar por falta de medios para ello». Por cierto que el propio Albert señaló que «Tenemos un incunable: la Biblia latina editada en Basilea en 1491, por Juan Froben. Cuando la invasión francesa se llevaron de aquí muchos incunables a Palma de Mallorca». Y agregó: «En Alicante, existe otro en el Ayuntamiento: De Consolatione, de Severino Boecio. Y veinte en la biblioteca del marqués del Bosch». Por entonces nuestra ciudad contaba con unos 118.000 habitantes y la tasa de analfabetismo oscilaba en torno al quince por ciento. Nos faltaba mucho todavía.




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Accidentes de tráfico

31 de mayo de 1992


Durante la última semana, nuestras carreteras se han cobrado un considerable número de víctimas. La noticia, reiterada una y otra vez, apenas si nos afecta. Gajes del oficio, pensamos, quizá, y sanseacabó. Durante 1955, en nuestro término municipal se produjeron 5.550 accidentes.

El doctor Manuel Ribelles Gadea, jefe de los servicios de la desaparecida Casa de Socorro, facilitó la cifra. Ahora bien, a pesar de tan elevado número, el índice de mortandad a consecuencia de tales accidentes era afortunadamente bajo.

El secretario de la institución José Compañ, mostró su preocupación ante la abundancia de casos que se atendían y de los cuales, diariamente, enviaban partes informativos a las autoridades.

De acuerdo con la estadística, los vehículos que más estragos causaban eran las motocicletas, seguidos de los coches. Figúrense, por aquel tiempo, con el menguado parque automovilístico de que disponíamos. la puntería de los conductores, para llevarse por delante tanta gente.

Por supuesto que las causas no se agotaban ahí. Las agresiones en el mismo año sumaron 341, y además estaban los tranvías, si bien el número de atropellos observaba una disminución esperanzadora.

A juicio del doctor Ribelles, «se cometen imprudencias constantemente. Coches y motos circulan a velocidades prohibidas por la ciudad, velocidades propias de velódromo». El citado médico no veía otra solución más que «cumplir el Código de Circulación. Y nada mejor que las fuertes sanciones para cuantos lo incumplan». ¿No les suena? Casi cuatro décadas más tarde, sus palabras suenan como a profecía.

Entre tanto, la ciudad experimentaba algunos retoques anecdóticos. Por ejemplo el Teatro Principal decidió instalar una pantalla de plástico, con objeto de alternar las actuaciones escénicas con las proyecciones cinematográficas. José María Martínez Tercero, a la sazón apoderado general de la empresa, anticipó una programación que contemplaba, entre otras muchas, las siguientes películas: «Sissi», «Las cuatro plumas» y «La mujer más guapa del mundo».

El cine, ahora tan vapuleado por otros medios de comunicación, ganaba terreno. Mientras aquellos locos con sus viejos cacharros, viejos y escasos, descalabraban a una inmensa población peatonal.




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Franco viene

2 de junio de 1992


Sobre las seis de la tarde del 30 de mayo de 1949, Francisco Franco visitó oficialmente nuestra ciudad e inauguró el edificio del Gobierno Civil, en la plaza que había de llamarse del Caudillo, hoy de la Montañeta. Todo un acontecimiento que conmocionó a los alicantinos. Allí estaban el gobernador civil, Jesús Aramburu Olaran, el gobernador militar, Alberto Lagarde Aramburu, el obispo de la Diócesis, García Goldáraz, el alcalde, Francisco Alberola Such, y numerosas autoridades civiles y castrenses.

Diez años y dos meses después de concluida la guerra civil, el jefe del Estado, en su breve alocución dijo: «Tenía ardientes deseos de venir a Alicante, porque sabía cuánto era vuestro entusiasmo, porque en aquellos tiempos primeros de la Cruzada estabais presentes en nuestro afán (...)».

Posteriormente, el general Franco, acompañado del alcalde, se trasladó a la Santa Faz, en cuyo monasterio se cantó un solemne Tedeum, «por la Schola Cantorum del Seminario de San Miguel de Orihuela». Más tarde, se dirigió a la Casa Prisión «José Antonio», y depositó un ramo de flores al pie de la cruz que se alzaba en el sitio donde fue fusilado el fundador de la Falange.

Por último, cenó, acompañado de la comitiva, en el Club de Regatas, en el que su presidente, Joaquín de Quero, «le hizo entrega de una insignia del Club adornada con brillantes, en testimonio de agradecimiento de la sociedad y como recuerdo de su visita a Alicante».

Por último, y en automóvil, se desplazó al puerto para embarcarse en el crucero «Méndez Núñez», desde donde presenció el disparo de una palmera y un castillo de fuegos artificiales. Francisco Franco fue recibido, a su entrada en nuestra provincia, por el alcalde de Villena, Alberto Pardo Caturla, y de otros de los pueblos que comprende el partido judicial.

Gonzalo Vidal Tur ha escrito una pormenorizada crónica de esta efemérides, aunque afirma que tuvo lugar en 1950, cuando realmente fue un año antes.

Francisco Franco realizó otras visitas de carácter privado a Alicante. Cautelarmente y con celo desmedido, en tales ocasiones, se detenía, ¿o retenía?, a aquellas personas claramente desafectas al régimen. Qué cruz y qué cruzada.




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Los estraperlistas

3 de junio de 1992


Se les veían correr en la noche, en ocasiones perseguidos por números de la Guardia Civil, cuando por las ventanillas del «granadino», ya próximo a la estación de Benalúa, volaban pequeños fardos de harina, de aceite, de pan. Artículos sometidos a régimen de racionamiento por una Orden del Ministerio de Industria y Comercio, del 14 de mayo de 1939, cuando en la inmediata posguerra sobrevino una época de carestía y de hambre. Las asignaciones decretadas de algunos productos de primera necesidad eran: 400 gramos de pan; 250 de patatas; y 50 de aceite por día y para hombres adultos. Las mujeres y personas mayores de 60 años, sólo tenían derecho a un ochenta por ciento de las tales cantidades; y los menores de 14 años, se conformaban con el sesenta. Aunque difícilmente se alcanzaron tan precarias cuotas.

Por otro lado, los recursos de las clases sociales más desfavorecidas resultaban insuficientes, para conseguir tan escueta dieta. Recordemos que, según fuentes de la Delegación de Abastos de Alicante, los salarios diarios eran: para los agricultores, entre 6,60 y 9 pesetas; para los «productores» industriales, de 6 a 25; y en el sector servicios, los oficinistas cobraban entre 9,25 y 13; los empleados de banca, entre 11,15 y 16,65; los del puerto, 13,50; y los del comercio, entre 5,50 y 12,50. De forma que el sueldo medio de los obreros alicantinos estaba, en términos generales, por debajo de los precios medios de la ración tipo. En 1944, el gobernador civil, González Vicens, responsable de los servicios de abastecimiento, así lo manifestó en un proyecto remitido al comisario general de los mismos.

Tan desolador panorama favoreció la picaresca: cartillas de racionamiento de difuntos, de soldados o duplicadas, que extremó las medidas de las autoridades, hasta el punto de que fueron detenidas «en hornos y tiendas de ultramarinos por supuesta ilegalidad», en el referido año 1.632 personas. Sin embargo, «la ocultación de parte de los productos agrarios y su comercialización en el mercado negro a precios muy superiores a los de tasa, durante la posguerra fue un fenómeno generalizado», operaciones fraudulentas de consideración contempladas con permisividad más que sospechosa «que reflejan la escasa eficacia del aparato interventor y el bajísimo interés en descubrir esas prácticas debido a que muchos de los personajes del nuevo régimen participan de los enormes beneficios producidos por el mercado negro», como señala el profesor Roque Moreno Fonseret. No así con los modestos estraperlistas del ferrocarril que tenían que sudarse unas no muy generosas ganancias de su ilegal actividad.

Con todo, algunos industriales alicantinos estuvieron confinados en Tabarca. Y solamente en nuestra ciudad, se aplicaron penas capitales: dos personas fueron fusiladas por apropiarse de harina y leche con destino a Auxilio Social, a finales de 1941. Durante una larga década, el estraperlo fue la gran corrupción y la harina de trigo su estrella.




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Relevo en la Alcaldía

4 de junio de 1992


«En nombre del Gobierno doy posesión a don Román Bono Marín de la Alcaldía-presidencia de este excelentísimo Ayuntamiento», concluyó solemnemente Luis González Vicén, gobernador civil y jefe de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. La sesión plenaria y de carácter extraordinario, defenestró a Ambrosio Luciáñez Riesco que había estado al frente de la Gestora Municipal, desde el 30 de marzo de 1939. ¿Causas? En el acta correspondiente, se dice: «La primera autoridad civil de la provincia manifiesta que ha sido necesario proceder a una sustitución de personas en los cargos del Ayuntamiento, añadiendo que no son estos momentos oportunos para hacer historia de las razones que han motivado la sustitución».

Por cierto que dicha acta comienza con un estilo retórico, entre singular y abrumador: «En las Casas Consistoriales de la ciudad de Alicante, siendo las dieciocho horas del día dieciocho de febrero de 1942 de la era cristiana y IV de la gloriosa liberación de España por nuestro invicto caudillo y generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, excelentísimo señor don Francisco Franco Bahamonde (...)».

El gobernador civil, tras cesar al tercer teniente de alcalde Javier López Benito, en la Alcaldía-presidencia que venía desempeñando con carácter provisional, agregó: «La gestión administrativa del Ayuntamiento ha sido, hasta hoy, intachable. Todos sus componentes trabajaron con honradez y con entusiasmo hasta conseguir el acierto. La gestión que hoy se inicia ha de ser mejor todavía, si posible fuera. El camarada Bono, al aceptar el cargo de alcalde que se le confía, sabe que tendrá en sus manos todos los resortes que pueden facilitar su labor. Él es quien ha de escoger sus colaboradores y determinar quiénes son los gestores que deban constituir la corporación municipal». Del nuevo alcalde ensalzó «sus firmísimos y patrióticos ideales, patentizados durante toda su vida y muy en especial en la Cruzada de Liberación y al término de ella, sus dotes de talento, de juventud y de caballerosidad, como cumple a su ilustre prosapia y su amor a la ciudad de Alicante de la que es hijo». La sesión duró treinta minutos.

Poco después, el 3 de marzo el nuevo alcalde «agradece la labor, y cumpliendo lo ordenado por la superioridad declara disuelta la comisión gestora». ¿Cambio de rumbo? ¿Ajuste de cuentas?




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Va de fiesta, San Blas

5 de junio de 1992


Ahora que ya le toca el turno a los veteranos Moros y Cristianos de San Blas, la memoria nos deposita en la permanente municipal que tuvo lugar el 9 de junio de 1949 y que, entre otros varios asuntos, se deniega la instancia de los vecinos de San Blas que exponen sus pretensiones de celebrar fiestas en la segunda quincena de julio, expresándoseles que podrá concedérseles el permiso que piden «si se avinieran a trasladar esas fiestas al 3 de febrero y días próximos, ya que en esa fecha conmemora la Iglesia la festividad de ese insigne taumaturgo».

En la misma sesión, se dio cuenta de una comunicación del gobernador civil quien trasladaba a la corporación local la disposición ministerial por la que se admitía la dimisión del alcalde-presidente de nuestro Ayuntamiento y que en su día tuvo a bien presentar, a don Manuel Montesinos Gómiz. «El ministro hace constar su agradecimiento por los servicios prestados».

Fue precisamente ese día, cuando se procedió a la reorganización de la permanente. Entonces, ostentaba la Alcaldía Francisco Alberola Such y la distribución de las competencias se efectuó de acuerdo con el siguiente orden: Joaquín de Quero Brabbo, Hacienda; José Rodes Fajardo, Fomento; Ramón Guilabert Davó, Fiestas; Sebastián Cid Granero, Gobernación; Lamberto García Antance, Educación Nacional; José Román Zarandieta, Abastos; Maximiliano Jarabo López, Limpieza y Recogida de Basuras; y José Carbonell Zaragoza, Servicios Técnicos. Un nuevo gobierno municipal entró en rodaje y una de las primeras medidas fue autorizar la instalación de un carrito para la venta de chucherías. Ya saben: pipas, chufas secas o a remojo, regaliz, altramuces...

Eran aquellos años de intervencionismo, autarquía y fervorosas exaltaciones. No mucho antes de la referida reorganización de la cúpula municipal, el padre Vicente Dimas ilustró a una multitud de estudiantes que llenaban el Salón Monumental, con una conferencia titulada «Desarrollo del concepto soteriológico de Santo Tomás de Aquino comparado con el de San Juan». Se supone que Dios los cogió confesados, pobretes.




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A bombo y platillos

6 de junio de 1992


La Banda Municipal de Alicante se estrenó el 3 de agosto de 1912, en un templete instalado junto al Ayuntamiento, con motivo de la alborada a la Virgen del Remedio. La pusieron en pie un grupo de entusiastas, en un amplio local situado en la calle de Castaños, a espaldas del Teatro Principal, y donde funcionaba la Academia de Música. Entre sus fundadores: Daniel Llopis, Carlos Mas, Luis Torregrosa, Ángel Perea, Amando Guerri, José María Muñoz... Por entonces, era alcalde Federico Soto, y el edil Tomás Tato Ortega, a la sazón director de la Fábrica de Tabacos, impulsó decididamente la creación de aquella banda, que tuvo lugar a primeros de abril del citado año, toda vez que el 12 del mismo mes, se iniciaron los ensayos con el visto bueno municipal.

En una entrevista que publicó González Cayuelas, en INORMACIÓN el sábado 5 de noviembre de 1949, uno de los presentes, el músico Luis Alberola, de certera memoria, asegura que en el debut se interpretaron, entre otras composiciones, el pasodoble de Alier «París-London», y las fantasías «Pan y toros» y «La Walkiria», de Barbieri y Wagner, respectivamente. En 1919, nuestra banda se llevó el segundo premio del concurso nacional convocado en Bilbao. Viajó varias veces a Valencia y en 1935, a Orán.

Su primer director por oposición fue Luis Torregrosa García que permaneció al frente de la misma hasta 1944. El tribunal que lo examinó estaba compuesto por Vicente Poveda, Marcos Ortiz, Óscar Esplá, Luis Cánovas y el edil Tomás Tato.

Los componentes de la Banda Municipal de aquella primera época tuvieron frases de elogio para dos alcaldes que les prestaron una considerable atención; Ricardo Pascual del Pobil y Chicheri; al frente del Ayuntamiento entre 1915 y 1917; y Juan Bueno Soler, entre 1921 y 1922.

Carlos Cosmén Bergantiños que sucedió a Torregrosa en el 44 y ejerció la dirección hasta el 61, le dio una notable popularidad «con los conciertos semanales en la Explanada que levantaban gran expectación». «La enorme constancia de don Carlos, su gran cariño por la música, su extraordinaria competencia profesional y los diarios ensayos, así como la perseverancia de todos y cada uno de sus componentes han hecho recobrar a la banda su gran valía de siempre».

A Carlos Cosmén, habría de sucederle: Moisés Davia Soriano (1962-1978); en funciones, el subdirector Antonio Ferriz Muñoz (1979-1981); y, desde entonces hasta ahora, Bernabé Sanchís Sanz. Espléndidos maestros.




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De aeródromo a universidad

8 de junio de 1992


Hasta no hace todavía mucho, se barruntaban vestigios en el Campus de nuestra Universidad, de un pasado de hélices e himnos marciales. El 19 de octubre de 1940, en Valencia, se procedió a subastar las obras de ampliación del aeródromo de Rabasa, para las que el Ministerio del Aire disponía de un presupuesto de cuatrocientas cincuenta mil pesetas. Había que instalar adecuadamente el Regimiento de Aviación destinado en nuestra ciudad.

Por otra parte, la crisis de trabajo era tan agobiante que el Ayuntamiento estimó que con las referidas obras se mitigaría el problema del paro obrero. Sin embargo, los terrenos propiedad del Estado eran insuficientes para la proyectada ampliación. De ahí que se iniciaran las gestiones para adquirir aquellos otros colindantes con los ya disponibles.

A tal fin, el gobernador civil, Fernando de Guezabal e Igual; y el alcalde, Ambrosio Luciáñez Riesco, requirieron a la propiedad para alcanzar un acuerdo. Doña Josefa y don Agatángelo Soler «dando pruebas de un elevado sentir patriótico, después de ofrecer para ello toda clase de facilidades, han suscrito los documentos necesarios para que los aludidos terrenos puedan ser ocupados inmediatamente y puedan iniciarse en ellos las obras proyectadas».

Por cierto que desde 1927, año en que se constituyó en Alicante la Junta del Aeropuerto, fueron varios los intentos que se realizaron con este objeto. En 1932, el entonces alcalde republicano, Lorenzo Carbonell Santacruz, propició una nueva Junta, la cual eligió «los terrenos adecuados para el campo de aviación en la partida de Los Ángeles, lugar inmediato al Campamento de Rabasa, habiendo sido autorizado el señor alcalde-presidente de la Junta para llevar a cabo todas aquellas gestiones relativas a su adquisición. En la actualidad se están levantando los planos parcelarios de los diferentes terrenos necesarios para el aeropuerto». Finalmente, llegaría El Altet, por donde, mucho antes, Antoine de Saint-Exupéry, escritor y piloto, dictó, al vuelo, «El principito».




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Consejero love Dama de Elche

9 de junio de 1992


Coladito andaba Ernesto Giménez Caballero por la dama ibérica que, ajena a tanta fanfarria, proseguía contando siglos, en su zulo del Louvre de París. Y tanto insistió que al locuaz enamorado, como quiera que no lograba hacerse con el original, las depauperadas arcas municipales, le apoquinaron unos dineros, para que pudiera consolarse, de momento, con una copia.

Giménez Caballero, apocalíptico y lírico, según, escribió un inflamado artículo reclamando justamente la devolución de la emblemática reliquia, el 29 de agosto de 1940, en la «Gaceta de Alicante», que dirigía Fernando Ors, y que un año más tarde, se llamaría INFORMACIÓN.

Al día siguiente, la permanente municipal anotó: «La Alcaldía da cuenta de una bellísima crónica de Giménez Caballero publicada ayer, defendiendo la justicia de los deseos de los alicantinos que fueron objeto de anteriores gestiones del señor alcalde, de que vuelva a Elche, el famoso busto ibérico la Dama de Elche que se encuentra desde hace años en el Museo del Louvre».

En septiembre, el alcalde manifiesta que se ha recibido una carta del Consejero Nacional de FET y de las JONS, Ernesto Giménez Caballero, agradeciendo la que se le dirigió, a raíz de la publicación de su artículo, y además «dice que tiene conocimiento de que la Falange de Alicante piensa abrir una suscripción, para ofrendar al señor Giménez Caballero un busto de aquélla. S.E. adhiriéndose a esta iniciativa acuerda contribuir a dicha suscripción».

Por fin, el 18 de octubre y en sesión permanente, el alcalde Luciáñez Riesco manifiesta que al ilustre periodista y «mantenedor entusiasta de la iniciativa que partió de este Ayuntamiento de gestionar que la soberbia Dama de Elche sea recobrada, va a donársele una reproducción de esa valiosísima obra de arte y estima que a su coste debe contribuir esta corporación». Se acordó librar la cantidad de doscientas cincuenta pesetas.

Entonces, aún no se habían inventado las muñecas hinchables. Aunque tampoco era eso.

Don Ernesto, el bizarro Consejero Nacional iba por lo patriótico, lo patrimonial; y lo platónico. Nobleza obliga.




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El cacique de correos

10 de junio de 1992


El domingo, 12 de marzo de 1950, se celebró el 61 aniversario de la fundación del Cuerpo de Correos. Con tal motivo, el periodista y poeta Juan Sansano escribió, en el diario INFORMACIÓN, un elogioso artículo acerca del alicantino don Trinitario Ruiz Capdepón a quien «le cabe el honor de haber sido el creador en España del honorable y meritísimo Cuerpo de Correos, aprovechando su paso por el Ministerio de la Gobernación, en diciembre de 1888 a julio de 1890». «El señor Capdepón era un hombre de claro entendimiento, trabajador, perseverante y modesto, recto y escrupuloso en el cumplimiento de su deber. Fue diputado, senador, subsecretario, director del Banco de España, fiscal del Supremo, ministro»... Y también «Cacique del Segura», como le designa la Prensa local, según nos recuerda Fernando Peña Gallego, en su libro sobre las elecciones legislativas, en la época de la Restauración (1875-1902).

Ese mismo día, los alicantinos tuvieron noticia de cómo estaba el Asilo situado «en la meseta central del Castillo de Santa Bárbara», donde se internaba a los mendigos que pululaban por nuestras calles. «Se disponía de dos amplios locales, para hombres y mujeres, de cuarto para despiojamiento, de lavadero espacioso»... En total, los asilados a finales de 1949, eran 98: sesenta y ocho varones, veintiuna mujeres y nueve niños; a los que había que sumarle otros quince ya recogidos el año anterior. En todo ese tiempo, se distribuyeron 19.059 raciones alimenticias y no se produjo ninguna defunción. Los vagabundos vivían en permanente sobresalto, siempre bajo el acoso de los guardias urbanos, y desde la Alcaldía, al frente de la cual se encontraba Francisco Alberola Such, se instaba a los ciudadanos a no dar limosna alguna, con objeto de no fomentar la mendicidad. El emblemático Castillo cumplía así un nuevo y triste uso: el de ghetto para el pordioseo.

Aunque ciertamente hubo alguien que pretendió jugárselas: el 1 de aquel mes de marzo de 1950, Antonia Campos Torregrosa fue internada por tercera vez. Entonces, se descubrió que era titular de una cartilla en la Caja de Ahorros del Sureste de España. con 10.000 pesetas. Multa al canto de 50 y abono 4, por cada día de estancia en el Asilo. Picaresca y castigo.




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Banca y ahorro

11 de junio de 1992


En enero del 1941 y en noviembre de 1942, se reciben en el Ayuntamiento sendos oficios relativos a asuntos bancarios y de ahorro. En el primero de ellos se comunica que «ha sido aprobada la fusión de las cajas de Ahorro de Cartagena, Murcia, Yecla, Jumilla, Alicante y Sindicato Católico Agrario de Yecla, así como el estatuto por el que se ha de regir la Caja de Ahorros y Monte de Piedad del Sureste de España, como entidad fusionadora de las antedichas».

El segundo, da cuenta de que el consejo del Banco de España se ha ocupado con toda atención de las obras de construcción del edificio que proyecta para instalar las dependencias de la sucursal de Alicante. «Dicho edificio será construido en el solar que adquirió el banco citado, antes del Movimiento, recayente a la avenida de Méndez Núñez y a las calles Duque de Zaragoza, Bailén y Teniente Álvarez Soto». La comunicación añade que esta obra no sufrirá ya más aplazamientos, «por lo que se espera para un plazo breve la confección del proyecto que será sometido al Ayuntamiento para que éste dé su conformidad. El edificio llamado a ser, por su situación, uno de los mejores con que en un futuro próximo cuente Alicante, será de cuatro fachadas y estará rodeado de un amplio parterre». Un mes más tarde, en diciembre del 42, se hacía cargo de la dirección Aurelio Botella Torremocha.

La primera sucursal del Banco de España, en nuestra ciudad, se estableció en 1858, «como consecuencia de la política financiera gubernamental», como afirma Javier Vidal Olivares en su obra «Comerciantes y políticos» (Alicante, 1875-1900), y se ocupó de su administración José Gabriel Amérigo, durante los cuatro primeros años. Es decir, uno de los mayores contribuyentes, concretamente el tercero en la lista aparecida en el Boletín Oficial de la Provincia, del 9 de noviembre de 1875.

Un interesante precedente de las supuestas instituciones caritativas y filantrópicas «principios que escondían sus verdaderos objetivos, tales como conseguir el afianzamiento de la propiedad y el orden», fue la Caja Especial de Ahorros de Alicante, que fundó Eleuterio Maisonnave, en 1877. «La familia Maisonnave controlaba la representación del Banco Hipotecario de España, que apoyaba tradicionalmente a la agricultura, especialmente a los grandes propietarios y a la propiedad inmueble», mientras que Juan Llorca Maisonnave detentaba la subdirección de la poderosa empresa de seguros «La Unión y el Fénix Español». Pero todo eso ocurría el siglo pasado. Ahora, qué va.




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Castillo de San Fernando

12 de junio de 1992


La Generalitat parece dispuesta a invertir algunos caudales y transformar el monte Tosal en una espléndida zona de ocio. El Ayuntamiento ha dado el visto bueno al proyecto. Ahora, pues, a esperar.

Durante las últimas décadas, el castillo de San Fernando y su entorno, se ha ido deteriorando considerablemente, sin que se le prestara la atención que merece por su situación privilegiada.

Sin embargo, ya fue objeto, hace poco más de medio siglo, de interés municipal. Con motivo de un decreto del Ministerio de Trabajo publicado en el BOE, el 29 de julio de 1940, y por el cual se habilitaba un crédito de cuatro millones de pesetas, para incrementar la repoblación forestal, el teniente de alcalde Ramón Guilabert Davó propuso a la comisión permanente, el 2 de agosto del mismo año, la repoblación, entre otros, de los montes Benacantil y Tosal.

Con respecto a este último afirma que «se podrían introducir provechosas novedades, convirtiéndolo en ameno centro de expansión y recreo». Entre las posibles instalaciones sugiere: «La construcción de una piscina en lugar adecuado y la delimitación de parcelas en las mesetas superiores, para juegos deportivos, así como el establecimiento de unas líneas de alumbrado a partir de los caminos de acceso al parque, bien distribuidas».

«Finalmente, la edificación de pabellones, para expender meriendas y refrescos, con pistas de baile». Concluye el edil manifestando: «Haremos algo de lo mucho y bueno que recientemente hemos conocido en Zaragoza».

«Con una ventaja sobre esta hermosa ciudad: que ese centro de atracciones estaría dentro de la misma población, sin que constituyese una dificultad ni una molestia siquiera trasladarse a él desde cualquier punto, y desde luego no siendo indispensable el uso de vehículos».

Con motivo de la Guerra de la Independencia, y tras el estudio que realizó el ingeniero Pablo Ordovás, se acordó fortificar el monte Tosal. Las obras se iniciaron en 1809 y se concluyeron tres años después.

A esta fortaleza o castillo se le dio el nombre de San Fernando, en consideración al rey Fernando VII, «para cuya defensa fue construida». Así se las ponían.




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A ver, la de la estación

13 de junio de 1992


Ya advertimos cómo lo de la estación de MZA, fue objeto de un pleno extraordinario, en 1939 (INFORMACIÓN, 19.5.92) sin que finalmente las gestiones iniciadas entonces tuvieran resultados prácticos. Se quedó donde estaba. Donde aún sigue estando, sin que se resuelva de una vez la cuestión bien de su retranqueo, bien de su nuevo emplazamiento.

En 1950, reflotó el incordio. En materia urbanística, el Ayuntamiento resumió las aspiraciones de los alicantinos en dos temas capitales: de un lado, la supresión de los cuatro pasos a nivel, dentro de la ciudad, «dos en el parque de Canalejas; otro en la calle Reyes Católicos; y un cuarto, en la de Maisonnave»; y un segundo asunto de mayor entidad: la Estación de Madrid.

Los pasos a nivel citados irían desapareciendo en el transcurso de la década, pero el problema de las instalaciones ferroviarias tampoco se afrontaría prácticamente. Y eso que se planteó con rigor y urgencia, en sesión plenaria municipal, en la última semana de febrero del citado año 1950, bajo la presidencia de Francisco Alberola Such.

«Constituida la Junta de Urbanismo es imprescindible la desaparición de la Estación de Madrid (MZA), porque impide el ensanche de Alicante por esa zona, al separar el barrio de Benalúa del centro de la ciudad, siendo, por otra parte, innecesaria la existencia de dos estaciones actualmente, ya que ambas pertenecen a la Renfe, por lo que se había propuesto la solución de unificarías en una sola».

«Los ingenieros de enlaces ferroviarios, reunidos en el Ayuntamiento, el mismo día de la celebración del pleno, han hecho un estudio previo, ofreciendo la solución de llevar la estación única, al lado de la actual de Murcia, ganando terrenos al mar». Planes y proyectos que volverían a quedarse sobre la mesa.

Por cierto, como quiera que por aquel entonces la expresión cultural y, más exactamente, la literaria, se encauzaba por el perifollo, se creó la Orden de Mantenedores de Juegos Florales y, en la sesión corporativa que comentamos, se acordó conceder la medalla al señor Alberola Such.

El alcalde «modestamente expresó que no se consideraba acreedor a tal galardón». Pero, ¿por qué?




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La vida en un tranvía

15 de junio de 1992


Fueron cayendo, uno tras otro, viejecitos y amarillos o azules y blancos, lívidos más propiamente, los tranvías. La operación de acoso y derribo se consumó, en la década de los sesenta, del desarrollismo y del «milagro», cuando con un «Seiscientos» te comías la ciudad y los «Beatles» le decían a Fraga «Good morning, good morning» y le recordaban que España no era tan diferente. Tanto ajetreo se llevó por delante los denostados e inofensivos vehículos que a su paso dejaban un aire de burbujas y chispas, pero impoluto. Pero los sentenció a principios del 56, la línea de autobuses Blayet que te cogía en el centro y te depositaba suavemente en Benalúa o en La Florida. Era la modernidad de entonces bien empaquetada en una tripa neumática. Los tranvías de nuestra infancia se desvanecieron, pero nos dejaron, por años, sus huellas metálicas, tal vez para la evocación de unos itinerarios pasmosos.

Tan pasmosos que si frecuentabas la línea de Benalúa, por ejemplo, cuando aún estaban en pie los pasos a nivel de Reyes Católicos y Maisonnave, te hacías un curso de macramé, en una semana; te sacabas una licenciatura, en cosa de meses, o te entregabas al sueño, hasta que al tren le viniera en ganas. Y no digamos si viajabas a Muchamiel, con parada y cantabria o paloma en Vistahermosa de la Cruz. Una aventura. Y tiempo de sobra para el periódico, el crucigrama o una sosegada conversación. El tranvía era una escuela de convivencia, de estoicismo y de arte de disimulo para meterle mano a la vecina ocasional de plataforma, cuando aquellos viejos cacharros se ponían a tope, en las horas punta. Si el educando en esta gratificante disciplina era aventajado y hábil, la bofetada siempre se la llevaba el más ajeno. Pero había que estar muy inspirado, no vayan a creer.

El 12 de julio de 1883, echó a andar un coche de tracción animal que sólo se electrificaría en la segunda década del siglo que ya se nos está evaporando. El último trayecto lo cumplió penosamente en noviembre de 1969, cuando Alicante reorganizaba sus servicios urbanos. Fulminado por sus detractores, fue a dar, con su trole y sus campanillas, en chatarra. Una chatarra entrañable que se cobija en la memoria.




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Cambios de nombres

16 de junio de 1992


Casi 40 años ya. Creció un 18 de julio como de sopetón y tras un esfuerzo considerable: hubo que rellenar un barranco para que quinientas familias tuvieran casa. Mediaban los cincuenta y Alicante sabía sus deficiencias. Algunos afirman que Benalúa dormía por entonces una siesta estival, cuando le surgió a un tiro de piedra un barrio «moderno, de airosas perspectivas, con el encanto de lo actual, de lo inédito» y al amparo del Instituto Nacional de la Vivienda. Era el barrio de José Antonio, con su plaza de la División Azul: a la nomenclatura de los tiempos.

En febrero de 1956, se estaba a la espera de nuevos programas: jardines y aceras, para definir de una vez aquel núcleo urbano a unos cien metros de la iglesia de San Juan Bautista. Y según afirmaba algún entusiasta: «El Hogar del Camarada, ambicioso deseo, será en su día el lugar acogedor y apacible en el que la juventud funda sus aspiraciones y desvelos».

En verdad, y muchos lo recordarán, edificios e instalaciones presentaron serios problemas que hubo que resolver tan precipitadamente que como si no. Pero apremiaba la necesidad del pisito y por si acaso, no era prudente protestar más de la cuenta.

Los vecinos del nuevo barrio, casi una consigna de ladrillo y cemento, tuvieron suerte en lo que respecta al transporte urbano. Cuando ya se resignaban al uso del tranvía que les caía algo a trasmano, les llegó el reciente servicio de autobuses que enlazaba la Florida con el centro de la ciudad y muy concretamente con el Mercado Central.

En definitiva, por sesenta céntimos del billete y unos pocos minutos, los modernos vehículos te situaban en el lugar adecuado para las compras y la diversión: a pocos metros estaban los cines Monumental, España o Capitol e Ideal y varios bares y cafeterías.

Pero los años nos ofrecen otras alternativas, para todo. Ahora los vecinos de aquel barrio le revisan sus señas de identidad y no acaban de convencerlos. Antes de confirmarlo, proponen algunos cambios de nombre: José Antonio por Miguel Hernández; plaza de la División Azul por plaza de Lucentum. Sin molestar a nadie, por su puesto. Pero están en su derecho. Cuando menos, soberanía popular en el callejero.




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Bienvenido, templete

17 de junio de 1992


Creíamos que ya no había remedio, que éramos una gente incapaz de advertir la triste condición que nos endilgó razonablemente el erudito conde de Lumiares: apáticos, destrozones, encandilados por la apariencia, algo cerriles, en fin, y fugazmente presuntuosos. Cuando de repente nos disponemos a recuperar un noble vestigio de nuestro más inmediato pasado: el templete de música de la plaza de Navarro Rodrigo. Bueno, una réplica. Porque el original alguien se lo benefició, en el desguace, antes del desguace, o después del desguace. Pero se lo benefició. Aquí se está siempre a la que cae en plan tiburón voraz.

Y ese afán incontrolado de especulación y de oscuros intereses con frecuencia se enmascara, luego, ¡qué impostura!, de callada filantropía, de supuesta generosidad, de lindezas, en fin, para paliar el uso, la retención indebida, el deterioro y hasta la demolición del patrimonio común de los alicantinos. Y aún los hay que pretenden, a la desesperada, controlarlo u ocultarlo. Desde bustos, fuentes, verjas, documentos. Cualquier día, entre muchos vamos a levantar un inventario de desaguisados. Ya verán, ya, la que se monta.

De momento, noticia grata que la plaza de Benalúa recupere parte de su fisonomía y de su mobiliario urbano. Su espléndido templete tan denostado por algunos, allá cuando mediaban los cincuenta y pretendían un «despegue» a base de imponer el gusto ajeno y de preparar un programa de dudosas actuaciones urbanísticas. Bien, pues, por esa decisión. Ojalá se pudiera recuperar la plaza de San Cristóbal ¡qué navajazo! ¡qué iniquidad! ¡qué asalto! Ojalá, en lo sucesivo, se respete lo poco que queda de una plaza saqueada. Transformada en una caricatura, sometida a toda clase de manoseos, vejaciones y manipulaciones, vendida hasta la orillita del mar a promotores de muy curiosa reputación. Cosas.

Nos gustaría que Gabriel Miró tuviera en aquel barrio donde vivió y gastó parte de la adolescencia un recuerdo ahora que la ocasión parece propicia para corregir tanto abandono, tanta insensibilidad, tanta desidia, y tanto, tan enorme faraonismo grotesco.




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Tráfico y divisas

18 de junio de 1992


Ya en el verano del 56, nuestro Ayuntamiento nos armó una campañita de tráfico así, como de cachondeo. De entrada, reforzaron la desnutrida plantilla de guardias de la porra, con una docena más de números, por si acaso. Luego, nos los echaron encima a base de pito y ordenanza en mano, para que nos disciplinaran convenientemente y nos mostraran el camino que iba de uno a otro lado de la calle, entre fascinantes franjas amarillas. Camino de salvación, nos dijeron, con sonrisa premonitoriamente europea. Capullitos de alhelí, cantó algún peatón desbocado. Ustedes tienen que andar por estos pasos, ¿entendido?, y se golpeaban las rodillas, con un talonario de multas, al ritmo de «West side story», entreverado con unas acordes de la «Conga del Canuto». Y cuando lo de los semáforos, no vean, que al principio, como aquello tan intermitente y luminoso no se digería, se pegaban unas leches entre sí, los hasta entonces sosegados paseantes, que hubo que ponerle paciencia y un poco de tintura de yodo al asunto.

Pero reparen cómo se esmeraban nuestras autoridades municipales para no descarrilar el escaso parque automovilístico: permitían que se aparcaran los coches, siempre al resguardo del sol, en los meses de la canícula. ¡Qué finura! ¡Cuánta consideración! Claro que «tan plausible idea, puesta en ejecución por ciudades de categoría internacional, no hace más que poner de manifiesto el interés de nuestro Ayuntamiento por los temas de la circulación».

Sin embargo, aquella campaña ofrecía unas peculiaridades que dejaban los ánimos algo desfondados. Con relativa frecuencia, se advertía un auto de matrícula extranjera en dirección prohibida, en tanto los policías de uniforme andaban a silbato limpio con las musarañas. Y está escrito y publicado, no crean. Y es que, por aquel entonces, las divisas y particularmente los dólares, además de quitar el hipo, se tomaban unas licencias de las que aún quedan cicatrices imborrables. Permisividad y privilegio, ya con la funesta autarquía en el femer y la firma de los acuerdos conjuntos hispano-norteamericanos en el talego.

Pero las cosas del tráfico son ahora más severas. Cinturón de seguridad al canto y a cincuenta el paso de la oca. La ciudad así se nos hace más larga y más indemne, aunque menos íntima.




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Fotografía y deshielo

19 de junio de 1992


Fue Lamberto García Atance, presidente de la Diputación Provincial quien promocionó Alicante, a través de la fotografía. Allá por el año 53, se iniciaron los salones internacionales, organizados por la Sociedad Fotográfica, del Instituto de Estudios Alicantinos. Y qué revuelo. Era algo así como romper el farón en el que estábamos medio asfixiados y contactar con el exterior. Contactos, ya se supone, asépticos y responsables. Pero se avanzaba, en medio de tanto y tan lamentable aislamiento.

En 1956, se armó. Cerca de dos mil originales llegaron procedentes de todo el mundo. Y las campanas se marcaron un buen repique. Naturalmente, el nuestro era un certamen conocido en los más remotos lugares y la Prensa internacional se había volcado, sin reservas. En aquel IV salón había obras procedentes de Estados Unidos, Checoslovaquia, Grecia, Hungría, Portugal, Suecia, Brasil, Finlandia y hasta China. Todo un acontecimiento. Y allí estaban, no tanto para la foto como para la barriguilla, el gobernador civil, el consejero nacional del Movimiento, Artemio Payá Rico y, naturalmente, García Atance.

El jurado después de seleccionar 250 obras, otorgó los premios a Claude Viver, francés; Piero Borello, suizo; Romero Martínez, español; Piergiovani, italiano; y Kutter, de Luxemburgo. Medallas de oro y de plata.

Curiosamente, por Benidorm se encontraba el fotógrafo personal del mariscal Rommel.

En lo que se refiere a actividades culturales, la ciudad se puso a tope. El Ayuntamiento designó jurados de los premios recién instituidos «Carlos Arniches», «Gabriel Miró» y «Óscar Esplá», a Claudio de la Torre, José López Rubio, Antonio Buero Vallejo, Melchor Fernández Almagro, José Antonio de Zunzuneui, Ignacio Agustí, Eduardo Toldrá y Jesús Arambarri.

Más tarde, los correspondientes fallos originaron algunos desaires, más o menos justificados, pero Alicante, durante algún tiempo, se invistió pretensiosamente de «Café Gijón». Por la Explanada era frecuente ver a los intelectuales locales, más bien flaquitos y ojiabiertos, conversar con tan pulidas personalidades de nuestra cultura.

Para suministrarle ese aire cosmopolita que nuestra ciudad requiere, tampoco faltó a la cita la Royal Navy. Tres buques británicos se colaron en nuestro puerto. Aquello era el deshielo.




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El Palamó

20 de junio de 1992


Es, para muchos, una historia apasionante, un lugar privilegiado y un nombre con cantidad de episodios detrás. El Palamó de sabor frutal y con mártires que se evaporan, si nunca en el recuerdo, si en las actuaciones desatinadas o en la desidia administrativa, se anexionó al municipio de Alicante, a lo largo del año 31.

En sesión extraordinaria del Ayuntamiento de Villafranqueza, del 15 de marzo del mismo año, se acordó que a partir del 1 de enero de 1932, Alicante se haría cargo de todos los servicios de carácter municipal, satisfaciendo las cargas o deudas de todas clases que fueran impuestas o exigibles al municipio de Villafranqueza.

A pesar de todos los trámites y razonablemente, algunos palamoneros han mantenido ciertas dudas acerca de la transparencia de esta fusión. Tal vez, faltaba una pieza fundamental. Parece que las cosas se aclaran, si consultamos la «Memoria del Ayuntamiento de Alicante 1931-1932», donde se advierte que se adoptó el acuerdo de aprobar la anexión, comunicándola oportunamente al Ministerio de la Gobernación y a la Diputación Provincial, y también al presidente de la Audiencia «a fin de que fuera decretada por la correspondiente autoridad, la supresión del juzgado municipal y registro civil del Ayuntamiento de Villafranqueza».

A raíz de tales gestiones, en la «Gaceta de Madrid» de 28 de abril de 1932, se puede leer: «Dirección General de Administración. Anunciando haberse fusionado el Ayuntamiento de Villafranqueza con el de Alicante, para constituir un solo municipio».

No obstante, El Palamó ha sido reiteradamente marginado, en lo que respecta a los transportes y comunicaciones, muy en especial. En 1950, el alcalde Francisco Alberola Such que prolongara la línea número 2, Carolinas, hasta Villafranqueza, velando así por los intereses de los administrados y concretamente de los dos mil quinientos habitantes del referido «poblado». En su moción, encomendaba la defensa de esta propuesta al ingeniero director don Luis Badías.

No mucho después, se informaba a la comisión municipal permanente que «por el momento no era factible dicho proyecto, a pesar del interés que en el asunto ha puesto la Corporación».

Hasta muy recientemente, los problemas han continuado acuciando, sin que El Palamó haya bajado la guardia. Lo hemos dicho: hay mucha y luminosa crónica a sus espaldas, como para que la adversidad la doblegue ni un ápice.




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Rambla'42 (1)

22 de junio de 1992


Fue lugar tenebroso de lances y duelos; cauce de impetuosas lluvias; barranco de Canicia, junto a las viejas murallas; paseo de la Vall, por fin, ya en el siglo pasado, con alumbrado público, según el cronista Gonzalo Vidal, en 1816. Y sucesivamente, de Quiroga, de la Reina y, por último, Rambla de Méndez Núñez. Álamos y rosales, en el salón central elevado que se demolió, en 1923. Allí estuvo el mercado de abastos, cuando lo trasladó el alcalde Federico Soto Mollá, en 1912, desde la antigua Puerta del Mar. Durante muchas décadas, le marcó el paso a la vida ciudadana. Todo un surtidor de historia.

Después de la guerra civil, en 1942, el periodista Álvarez Blanco se la recorrió de una punta a la otra, cuando aún estaba cerrada en sus extremos, contándole la actividad mercantil. Un ejercicio minucioso y ameno, que ahora repasamos, para darle cuerda a los recuerdos personales o a las fotografías sepias de la época. La Rambla cincuenta años atrás, con sus comercios, sus bares, sus talleres, sus modas, su vida, su tremendo ajetreo de entonces, tan menudo, sin embargo.

No lo dude y vístase con elegancia en «Casa Aieta» o en las sastrerías de don Vicente Gomis, de muy esmerada confección; o de Montahud y Martínez, fundada, ojo, en 1884. Visite la «Camisería Vda. de Benavent» y le atenderá su hijo y apoderado don Pascual quien le mostrará ropa interior de calidad. Dispone de un extenso surtido. No olvide que se encuentra en la camisería de más raigambre. Se estableció nada menos que en 1905. También puede acudir, con su señora, por supuesto, a los «Almacenes Lucentum», donde su propietario, don Francisco Navarro Requena, le mostrará amablemente tejidos y novedades, para todos los gustos. O a «La Samaritana» que ya lleva vendiendo ropa desde 1911, y don Ramón Ivorra es un experto en tales prendas. Déjese aconsejar. Y las señoras a «Modas Cañamaque», que las espera doña Francisca, con unos sombreros de encanto y unas mantelerías de mesa sobrada. Y no olvide la acreditada «Isla de Cuba»; ni las finas telas de Luis Masanet; ni el corte de postín de Antonio Jurado, qué americanas; ni los «Almacenes Levante» que don Emilio Álvarez acaba de recibir unos artículos de caballero... Y, por favor, esos zapatos, corra a «El Relámpago» y don Juan Ribes Sopena ordenará de inmediato a uno de sus cuatro operarios que le haga un esmerado cosido manual. Y, oiga, ya de figurín como va, acérquese ahí mismo, junto al Banco de España, y cómprese unos buenos guantes en «Casa de Nicolás Bañón Valiente». Si le queda tiempo, ya sabe, un aperitivo en «La Ibense». Don Francisco Carratalá los prepara que ni en la Gran Vía, ¿o no?

Rambla de Méndez Núñez «emporio y centro de todas las actividades ciudadanas. Una guía mercantil».




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Rambla'42 (y 2)

23 de junio de 1992


Usted puede elegir: La Ibense; La Marquesina, teléfono 1937, qué lujo, con don Manuel Fuentes Oltra, al frente; o el Ivory, que los hermanos Font, don José y don Francisco, se montaron, cuando el Estado Mayor del Cuerpo de Ejército Italiano, abandonó el local, en 1940. Le servirán con la misma atención. Y si quiere llevarse alguna gaseosa o algún licor a casa, pásese por «La Austriaca» y don José Santamaría ya le recomendará. Hay experiencia. La fábrica la instalaron en Castaños, en 1895 pero al ampliarla, la trasladaron aquí, a la Rambla. También puede ir al número nueve, y don Jaime Luna que regenta un negocio fundado en 1848, le hablará de aguardientes y licores, que es lo suyo y con bodega propia, no lo olvide.

Si busca material fotográfico, algún perfume, o jabón, o lejía, a «Casa Tormo», sin dudarlo. Artículos de primera. Y para cosas de ferretería a «El Ferrocarril», de don Pascual Rico; o «El Candado de Bronce», de don Antonio Iborra Orts. Dos comerciantes muy puestos al día. Tampoco tiene que correr mucho, si busca discos, fonógrafos o instrumentos musicales, porque en «Radio Azul» le resolverán sus problemas. Y consuelen a don Juan López que anda mohíno con la moda del «sinsombrerismo», porque, a parte de no vender, afirma que la estética y la elegancia masculinas se están desmoronando.

Se supone que ya tiene usted su empresita asegurada, porque si no váyase al director de la Mutua General de Seguros, don Germán Oliver Biosca, y pídale una póliza. Verá, allí mismo; dispone de una clínica de urgencia, con rayos X y todo, que atiende el doctor Oliver Fo, para accidentes de trabajo, y si la cosa se pone más grave, el doctor tiene en propiedad el Sanatorio de Campoamor. Así que bajo control, tranquilo pues. En fin, por la tarde, cómprele a su prometida bisutería fina en la Relojería Navarro y luego llévesela al Central Cinema que echan películas patrióticas y de Miguel Ligero. El empresario, don Luis Martínez Sánchez, entiende lo suyo. Y si está usted de paso en Alicante, al Hotel Pastor, que lo tiene tan a mano, se fundó en 1927, y Juanito Pastor lo lleva con buen tino y eficacia. Dormirá usted plácidamente y por la mañana despertará en la Rambla de Méndez Núñez. Todo un privilegio.

Y no se agota el inventario de establecimiento y actividades: Academia Cots, que dirige Manuel Ripollés; academia de corte y confección, para las señoritas con ambiciones; porcelanas y lozas de Antonio Bernard... En 1942, la Rambla era un escaparate variopinto, por donde se asomaba una ciudad todavía abatida, pero con ganas. Con garras.




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Alacant, la nit

24 de junio de 1992


Hoy, a partir de las doce, baja sobre la ciudad una imperceptible, delicada y cálida lluvia de ceniza. El prodigio se repite cada año, la misma noche de un solsticio descolocado franciscanamente por el santoral. Quien conoce la ciudad conoce también el origen del singular meteoro, y es inmune a los efectos de la cúpula de fulguraciones que se desploma.

La ciudad mete todas sus noches en una noche suntuosa y la echa al aire como una libélula metalescente. Si se llamara Canicia, como la solicita de territorio ficticio cierto narrador, la ciudad sería un alud de fuego y sus calles y sus avenidas y sus jardines, un fugaz diseño de monumentos que se consumen, pavesa a pavesa, hasta el rescoldo. Pero si la ciudad persiste y sólo arden sus alas y nos inunda una imperceptible y tibia lluvia de cenizas, sucede que Alicante se renueva y tan sólo se enuncia en la naturaleza del fuego.

Se apura, pues, la hoguera y se escribe un dato más, una página que amarillea de una aún frágil tradición. La crónica sienta la memoria de estos fastos. Memoria inmemorial de ritos y de cachivaches inútiles. Memoria que se organiza en secuencias, desde 1928, y pone en su cuadro de honor a cuantos hacen posible el anual portento: gentes de la fiesta misma; gentes de la plástica y del llibret; gentes de la música y de la pirotecnia; gentes del vecindario; gentes de visita que se nos empadronan en el júbilo común; gentes de la noticia y de la cámara; de la imagen y de la voz; gentes, en fin, para quienes esta columna de hoy, rostrada y sincera, se le rinde al paso como una bengala que destiñe la efímera sombra.

La mayoría aquí, como hace ya sesenta y cuatro años, descontando aquellos que aventaron penosamente otros estallidos fratricidas. Refiriéndose a estos asuntos, Rafael Altamira escribió, en 1934: «Nunca he visto nada semejante a esto, a pesar de las muchas manifestaciones colectivas que ha presenciado en mi vida (...). Lo de Alicante es la creación de un alma colectiva por el acuerdo, instintivo casi, de los estados de espíritu individuales».

Apenas si nos quedan unas horas, para que el clamor salte por los aires y esa alma colectiva y consensuada se libere y haga de las suyas tal y como cumple a su condición. Y la ciudad insaciable de luz, volverá a quemarse las alas. Pero no se conturben, es el ciclo ritual calculado para el recambio y la renovación. Así que a la calle. Nos espera un generoso parpadeo de asombros. Es Alacant, la nit.




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Polémicas taurinas

25 de junio de 1992


Por ese que llaman planeta de los toros, hay que andar con mucho tiento. El sobresalto rueda del burladero al duro, de la ganadería al empresario, y del empresario al apoderado. Y sigue. Buena polémica la que se montó, cuando «Pacorro» era aún un joven y decidido novillero, allá por la feria sanjuanera del 56. Según el semanario «Sábado», donde escribía habitualmente ese inmenso «Paquiro» que nos dejó tan de sopetón, los seguidores del samblasino estuvieron en un tris de construirle una plaza nueva, a base de los ahorros de sus seguidores, un puñado de millones, «como lo hizo el Real Madrid creando el magnífico recinto conocido por el estadio de Chamartín o estadio Bernabeu, como ustedes quieran». El caso es que los pacorristas querían a su ídolo en el coso alicantino, que para muchos tenía vedado por la empresa.

Saltó, por fin la noticia. Y la citada publicación le pegó un buen repaso a don José Monllor, apoderado de Francisco Antón «Pacorro». Le dijo públicamente, claro está, que don Vicente Espadas, en Caravaca le propuso tres novilladas, que Monllor no aceptó. La oferta se concretaba en una primera, en Alicante, por la que el novillero percibiría 30.000 pesetas; otra, en Valencia, a determinar fecha y dinero; y una tercera, por San Juan, en nuestro coso, y cuya cantidad se estipularía por ambas partes. Pero habrá más: los directivos de la «Peña Pacorro», por tercera persona, propusieron a el señor Espadas que su titular toreara tres novilladas a 30.000 pesetas cada una de ellas. El empresario aceptó, sin obtener respuesta alguna. Según el referido semanario, los señores Barceló y Alegre, de Barcelona, telefonearon a Monllor al objeto de cerrar la contratación de «Pacorro». La oferta era la siguiente: una novillada en Alicante, el 3 de junio; otra, en Valencia el 10 ó el 17; y una última, en las fiestas de San Juan. Además se puntualizaba que el trato económico sería el mismo que se le daba a «El Tino».

Pero José Monllor contraofertó: 45.000 pesetas más el cincuenta por ciento de la recaudación en taquilla, en la primera de las novilladas. En la siguiente, sí, las mismas condiciones del torero de Santa Cruz. Y en la de «Hogueras», cobrar la cantidad que se le pagara a Chamaco.

Qué nervios. Alicante se dividía entre pacorristas y tinistas. Hasta había manifestaciones o algo muy parecido, sin consignas, pero con divisas. Cómo explicarles. De alguna manera aquello sonaba premonitoriamente a bipartidismo político; a militancia activa y sin regateos. ¿Que era asunto de pan y toros? Seguramente. ¿Que carecía de contenidos ideológicos? Ciertamente. Pero ¿y ahora? A los toros señores.




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Bomberos

26 de junio de 1992


La multitudinaria y casi flotante banyà es, sin duda, la verdadera y paradójica prueba de fuego del bombero: extinguir los ardores de una juventud que brinca y hasta levita sobre las brasas a impulsos del regocijo colectivo, resulta una práctica tan meritoria y precisa como la de abatir un Boeing 707 con un canutillo de lirones.

Con ocasión de la pasada Nit de San Joan, Nit del Foc o nit del aigua, ya se verá, pudimos apreciar de nuevo, en la hoguera del Ayuntamiento o en la de Hernán Cortés, o en otras muchas, ese derroche de pericia y paciencia, por un lado; y por el opuesto, la naturaleza esponjosa y volátil de los demandantes.

La manga riega que aquí no llega, se ha erigido en reivindicación popular y en justicia distributiva; todos tenemos derecho a empaparnos por igual, salvo aquellos de talante sequizo o impermeable. Que los hay.

Escribía un novelista que los bomberos voluntarios de Lisboa son tan apuestos y hermosos que sus amantes les apagan los incendios a suspiros, sin necesidad de que se les enfríen las sábanas. En nuestra ciudad, los fuegos del júbilo, cuando menos, se achatan a voces, a costaladas y a tragos.

Lo nuestro no es tan íntimo, pero también alivia lo suyo. Sobre todo, cuando la muchedumbre se da por bien mojada y mejor tendida. Los bomberos de por aquí son muy sacrificados y tienen manguera de santo para sofocar a chorros las escoceduras del alma y las ardicias de la aventura. Y qué cortesía la suya.

A los bomberos de Alicante les preparamos unos apuntes de sus antecedentes profesionales, ya bastante copiosos. Se lo merecen. No están en ningún consorcio, ni mancomunidad. Aunque en 1941, se dispuso la constitución de la Agrupación de Municipios del partido judicial de Alicante, que comprendía, además de la capital, El Campello, Mutxamel, San Juan y San Vicente del Raspeig. Se instruyó el oportuno expediente, al objeto de organizar y disponer de un común servicio contra incendios, y se acordó asimismo someter a aprobación los estatutos de la citada agrupación que estaría integrada por los representantes de los cinco ayuntamientos. Sin embargo, continúan en solitario. Tal vez porque nadie como ellos está en el secreto de la banyà ni dispone del arte de disparar el agua con tal ángulo que desborda las previsiones de cada año.

Maestros.




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Imagen del niño en la palmera

27 de junio de 1992


Las del 36 fueron, y qué voy a contarles, unas largas vacaciones de ayunos y chupinazos. Tras la derrota republicana en nuestro puerto, ahora también bajo la zozobra de un futuro dudoso, los niños descubrieron una ciudad para el juego. Desde los subterráneos del refugio a las colas del pan con cartilla de racionamiento, era como un tú-la-llevas de inocente penitencia y de renovada frugalidad. Quizás, muchos de ellos aún recuerden con fruición, el día que les soltaron el boniato. Alicante se puso de fiesta y los hornos, al rojo. Una peseta costaba el kilogramo. La efemérides tuvo lugar el 17 de noviembre de 1942, merced a una circular, la número 348, de la Delegación Provincial de Abastos, por la que se liberalizaba el azucarado tubérculo. Como en jauja; caramba qué derroche.

Pero los niños de aquel entonces tenían la imaginación a flor de piel y un insaciable afán de correrías. El medio rural y el medio urbano apenas si se diferenciaban. De modo que afanaban, en la huerta, lo que las estaciones y la climatología les ponían a mano y, por supuesto, siempre que el guarda o el agricultor no los espantara con la garrota o la escopeta cargada con tiros de sal: una posibilidad que de tan sólo pensarla hacía que se frotaran las nalgas, con anticipada desesperación. Pero los dátiles casi de almíbar, maduros y de color ámbar, los tenían fascinados. Así que eran un objetivo prioritario. Y para alcanzarlo, el más ágil y decidido trepaba, en tanto otros montaban la guardia. Si los vigías advertían la presencia de un municipal o de un tipo sospechoso gritaban: ¡queo!, y todos salían por piernas. Si no, el apetecible botín se repartía. Una proeza: la imagen de un niño subido en la palmera, que más de una descalabradura se pagó.

Entretanto, el Ayuntamiento ventilaba el tema de los dátiles por la vía del papeleo. El 30 de septiembre de 1943, se celebró concurso para contratar los servicios del aprovechamiento de los frutos de las palmeras de la ciudad y hubo tres ofertas: la de don José Santacruz Navarro, a razón de 3.025 pesetas por año; la de don Ginés Moreno Delgado, por 3.225; y la de don Ramón Antón Almeta, por 7.066,66. Se le adjudicó a este último, por ser la proposición más ventajosa y porque ya cumplía, con carácter provisional.

Los niños de aquel entonces no se enteraron del trámite y continuaron descalabrándose, como si tal. Tenían hambre, eran golosos y les atraía el riesgo. Niños de juegos de chapa de gaseosa, de canicas de barro, de muerta y palmo, de guá, de pelotas de trapo. Niños para la ternura.




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Los viejos profesores

29 de junio de 1992


Y qué instituto aquel de la calle Reyes Católicos, antes de Ramales, el único y tan encantadoramente destartalado. Cuando se reanudaron las clases, en diciembre de 1939, los alumnos casi lo tomaron al asalto. Y eso que por allí estaban, la mirada severa y el recuerdo entrañable, don Andrés Carrillo y don Bernardo Pérez y don Javier Gaztambide, entre tantos otros, viejos y queridos profesores, algunos de los cuales encajaron caña por todas partes. Don Javier, por ejemplo, que explicaba gramática y era como muy protocolario: al iniciar sus lecciones y ante la expectación, y las risas contenidas, de sus discípulos se colocaba, con parsimonia y solemnidad, la toga y el birrete. Cielos qué magnífico espectáculo. Tan menudo, con su perilla y su bondad, frente a una manada de chicos aún por desasnar y propicios al sarcasmo y a la burla. Pero los tiempos venían así de sesgados y desabridos.

La verdad, tanto al aire de la inseguridad, de los ajetreos bélicos y de la indisciplina escolar, empujaban a «fumarse» las horas lectivas, a pasárselas en la playa o por las rocas de la escollera buscando «crancas pelúas», o según la estación, por las acequias y balsas, más allá del cementerio viejo de San Blas, por donde ahora se levanta las urbanizaciones del polígono y el mismo diario INFORMACIÓN. Qué proeza cazar ranas y culebras acuáticas por aquellos parajes, tan remotos entonces, en lugar del alto magisterio de don Ángel Casado, de don Fernando de la Higuera, de doña María Pascual Ferrándiz, de don Juan Masiá Vilanova... Además, el decrépito e insuficiente caserón agobiaba. Tanto que Gaztanbide Sarasa y otros responsables de la enseñanza media, solicitaron a las autoridades y jerarquías un local más adecuado para los estudios del bachillerato.

Y fue el 30 de diciembre de 1941, cuando comenzó la cuenta atrás. El Ayuntamiento, en pleno, acordó ofrecer al Ministerio de Educación Nacional los terrenos situados en la ladera del Monte Tosal, frontera a la avenida de General Marvá, de propiedad municipal. Con los años se levantaría un nuevo edificio para el instituto que habría de llamarse de Jorge Juan. Pero, claro, los adolescentes desconocían tales proyectos y despotricaban de unas aulas y de unas instalaciones absolutamente inadecuadas. Aunque también había mucho de pretexto, para justificar las faltas de asistencia. Luego, llegaría la añoranza y la busca del dulce y pálido recuerdo. En fin, la memoria que nos va recuperando, a fogonazos, episodios y escenas, de una ciudad rastreada en todos sus puntos, para colorearla como entonces. De hiel y de miel.




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Balnearios y voyerismo

30 de junio de 1992


Las bombas que con tanta generosidad se desparramaron sobre Alicante, tan sólo nos dejaron dos balnearios y hechos una leñera. Astillitas hincadas en el alfiletero del Postiguet, para remendar laboriosamente «La Alianza» y «La Alhambra», como una frágil filigrana de caracolas y garlopín. Y en el vecindario de la arena, los vestigios del suntuoso «Diana», al que también un aeroplano abrasó con sus ingenios de fósforo, cuando las cabañuelas de agosto del 38.

Tal era el paisaje de posguerra en el Paseo de Gómiz. Sin embargo, la desolación no había colapsado cierta picaresca que se ejercía, de antiguo ya, en aquellos singulares establecimientos: algunos de los «bañeros» encargados del alquiler de las casillas -en el año 45, un duro la hora, para tres o cuatro personas-, por un suplemento de tapadillo, te facilitaban una, bien provista de agujeros camuflados, para fisgonear la contigua, en la que, con suerte y algo de artimaña, podías contemplar impunemente un involuntario, íntimo y gratificante «strip-tease». Las casillas disponían de unas escalinatas que conducían a las aguas. Además, las instalaciones ofrecían restaurante, solárium, baños de algas y de agua caliente, cuando aún ésta suponía un lujo en los domicilios particulares.

Los balnearios que cumplieron una función turística especialmente relevante a partir de la entrada en servicio del tren botijo, en 1893, datan, según algunos investigadores de 1834 ó 1851, en tanto otros lo fechan en 1864, alcanzaron su plenitud, en número y calidad, durante las primeras décadas del presente siglo. Hasta once hubo en la playa del Postiguet. Así nos lo recuerda una conocida letrilla que dice: De "Madrid" vino un "Almirante" llamado "Guillermo" "Delicias". Tuvo relaciones con "Rosa" "Florida". Perdió la "Confianza" y se casó con "Estrella". Tuvieron tres hijas que fueron "Alhambra", "Diana" y "Alianza". Los dos supervivientes, denostados y tachados de antiestéticos, fueron sentenciados al desguace en 1969. La propiedad de los mismos y la corporación municipal, presidida por José Abad Gozálbez, así lo acordaron, tras muchas negociaciones, como recoge Fernando Gil, en su crónica publicada en INFORMACIÓN, el 27 de abril del referido año.

Se fueron, en fin, con los viejos tranvías, absolutamente desvencijados por los embates y las exigencias de la higiene, del urbanismo y de la moda. Y los voyeurs iniciaron el nomadismo por arenas y calas más permisivas. La ciudad, en sus convulsiones, muda la piel de reptil y se deja trozos de nostalgia. La ciudad es también la evocación de sí misma.




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Mancebías (1)

1 de julio de 1992


Con cuánta frecuencia y ratería, a los adolescentes de mediada la década de los cuarenta, tras purificarse con los épicos e inflamados episodios de «Roberto Alcázar y Pedrín», les pegaba por cabrear al Chache.

Si sería, dicen, por emprender una cruzada doméstica e incruenta, estimulados, tal vez, por las tiras de aquel tebeo doctrinante y bien templado. Pero, ¡vaya usted a saber!

Por cualquier rendija del barrio de Santa Cruz te salía impetuoso el mar. Por allí arriba, por donde la ciudad se alhaja de recónditas arqueologías y de geranios, se iba siempre a investirse de guerrero del antifaz, en las horas de asueto o de escapada subrepticia. Luego, cuando ya la luz se empañaba de plata vieja, los chicos se revolicaban en la hoy acuchillada plaza de San Cristóbal, y le compraban un real de limones al Chache, para de inmediato tirárselos, con el mejor tino, a la cabeza. Era un acto de gratuita crueldad juvenil.

El Chache estaba hecho de resignación y de pecados nefandos. Le decían marica de postín, venido a menos, por la edad, la intransigencia y el machismo imperante. Sin embargo, mantenía una cierta dignidad y un pelo abundante y blanco, casi de patricio romano. Emblemático homosexual de una época fieramente pulverizada, se le adscribía a la nómina de los desperdicios sociales y, en consecuencia, se le podía vituperar y hasta agredir, con impunidad cómplice y solapada.

A determinadas horas, el Chache solía acomodarse, con su cesto de mimbre, en la escalinata que de la plaza de San Cristóbal, accedía a la calle Álvarez: comercio de zorrones y, quizá, el burdel más módico y abigarrado de tropa, marinería y transeúntes. A duro el fornicio, vente conmigo, guapo, y verás, y con posibilidades de descuento, echándole buena labia de navegante o invocando soledades y congojas de quinto indefenso, pero avituallado de chusco cuartelero que no era mala credencial. Vaya que no.

Fascinaba a la patulea de adolescencia aquel excitante comercio que se resolvía entre bisbiseos y caricias, no exactamente amorosas, sino más bien como de prontuario de pesas y medidas. Y que se hacía más urgente, cuando la oscuridad desalojaba la luz difusa, y un empleado, la colillita de picadura atornillada al labio, hastiado y casi transparente, con una pértiga al hombro y algo de alabardero en crisis, conectaba el alumbrado público: tres o cuatro lámparas pálidas y vacilantes que apenas si permitían barruntar las carnes en almoneda. Entonces, los muchachos, ocultos en algún rincón, inventaron lo de la imaginación al lupanar. Porque en los cinematógrafos, de sesión doble, sólo echaban películas de Tarzán o aquellas otras de Fu Manchú. Poco afrodisíacas, por cierto.




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Mancebías (y 2)

2 de julio de 1992


La calle Álvarez, embarrada y viscosa, con sus prostíbulos, era algo así como un aula itinerante y viva de educación sexual, para un enjambre de chicos, que practicaba la asignatura del vicio solitario, a su aire. Escampaban aquellas letras que desde luego, no entraban con sangre y transitoriamente pasaban del Ripalda. El chalaneo de unas carnes que, en ocasiones, guipaban furtivamente les despertaba una morbosa curiosidad. Repárese, en que por entonces, la moral era tan estricta que hasta en la playa debía de llevarse por debajo de las rodillas y con un escotito de nada. Sin duda, más de uno, por no someterse a las exigencias y por tomar el sol en taparrabos, por las playas del Postiguet o del Cocó, iría a parar a las dependencias de la guardia urbana, en los bajos del Ayuntamiento, con acceso por la plaza de la Santísima Faz, donde permanecería en depósito, hasta que su padre o persona autorizada pasara a retirarlo, previo pago de la multa estipulada. Como un chorizo, vamos. O como un sujeto de oscuros deseos.

Aquella calleja pina e irregular, según el presbítero Gonzalo Vidal Tur, cronista oficial de la provincia, tuvo primeramente el nombre gremial de Alpargateros y más tarde el de San José, hasta 1822, año en el que se la rotuló con el del doctor en leyes alicantino Francisco Álvarez, quien escribió, entre otras obras, su «Tratado contra el libro intitulado Almojarifasgo», del que era autor el oriolano Luis de Ocaña, también, jurista. Cuántos cronopios y cuántas famas, medidos por igual, en los lodos de una humilde lujuria.

A la calle Álvarez sólo le disputaba la hegemonía en asuntos de meretricio de saldo, la de Teatinos, denominación de una congregación religiosa que aprobó el Pontífice Clemente VII, en 1524. Sólo que al ser ésta, más céntrica e iluminada, cohibía a sus habituales clientes que se mostraban mucho más discretos y diligentes, en sus encelamientos.

Por supuesto, había otras muchas casas de lenocinio diseminadas por distintos lugares de la ciudad y sus alrededores, algunas de las cuales disponían de una selecta y muy reservada nómina de visitantes con pedigrí, casi a la altura de las pupilas.

Todo el tinglado se vino abajo cuando se prohibió la prostitución, por los cincuenta. Aquellas mujeres de afán profuso y paciente se encontraron, ya fuera de su ámbito, titubeantes y desoladas. Sin el oportuno reciclaje, perdieron los papeles por completo frente a la seductora y novedosa avanzadilla de las turistas extranjeras. Gentes sin principios que ejercían el intrusismo y de baldes además. La hecatombe, en fin. Durante algún tiempo, Alicante fue una de esas ciudades de sombras tenues y desteñidas que concluyen desvaneciéndose al alba, y apenas dejan un hilo de desasosiego y una fragancia suspendida de permanganato potásico.




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Orán

3 de julio de 1992


Si de golpe, se evaporaran todas las aguas del puerto, por uno de esos fenómenos imprevisibles y meteóricos, Alicante se quedaría en vilo y las grúas fósiles ni siquiera alcanzarían la credencial de metáfora. Si una línea férrea y espectral o de tubos de escape le pusiera fronteras a los muelles, la ciudad sería tan sólo un espejismo, sin discurso histórico; sin sus referentes de barrilla, de fondillón para Inglaterra, para Holanda, para la Corte de San Petersburgo; sin sus sequizos granos de uva de azúcar y sol; sin sus olorosos salazones; sin sus gritos estridentes; sin sus ajetreos. La ciudad así, violado el lacre sellado de la bocana, se elevaría como un aerostato para mirarse el pasado y para no verse el futuro.

Las gentes de antes pescaban llisas y cabots para la sopa, con un hilito de palomar y un anzuelo, en las aguas residuales de las opíparas indigestiones y de las digestiones de repollo y de caldo Maggi. O en un bote de a duro la hora, cuatro volatines y un puñado de lombrices, al cobijo de un espigón en tanto maniobraban los veleros de cabotaje los vapores tramp de matrícula remota, sin tocarles ni un pelo a los peces. Y un día, el 15 de enero de 1951, todos los pescadores vieron partir al «Rey Jaime II», con rumbo a Orán, otra ciudad mediterránea que no se descifra sin sus collas portuarias.

Por esa y por otras razones que ya se dirán, la nuestra y la argelina se hicieron hermanas. Cuántos episodios en común y cuántos emigrantes y cuántos refugiados políticos, por aquella municipalidad, que se descubre de abajo a arriba, y donde un magrebí anciano, venerable y vivaz, te pregunta: «Escolte, ¿voste es alacantí?». Y casi siempre acierta.

La Trasmediterránea estableció la línea marítima Alicante-Orán, en 1907, semanalmente, y la suspendió cuando comenzó la guerra civil, en 1936. La reanudó quince años más tarde. La demanda era mucha, declararía su delegado en Alicante, Tomás Morató Lis, al periodista José Cirre. Con tal motivo, el conde de Santa Pola, representante consular en Orán ofreció una recepción a los oficiales del barco español y «se hicieron votos por la prosperidad de la línea de comunicación que se restablecía».

Después de la independencia de aquel país, los argelinos regularon el servicio marítimo. El último buque llegó a nuestro puerto, tras la noticia del magnicidio del presidente Budiaf. Hay ciudades que sin buscarse, se encuentran irremediablemente en el itinerario del corso, del comercio o del repertorio de los sentidos.




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Carta de un progresista

4 de julio de 1992


Un nuevo libro sobre «Los mártires de la libertad» (La revolución de 1844 en Alicante) nos encoge el ombligo y el ánima, cuando nos percatamos de cómo todos los grupos políticos pretenden llevarse al héroe al agua de su molino ideológico y electoral. Alicante «la ciudad que encierra mil y mil nobles galardones», también enarbola ostentosamente la oriflama de la amnesia y de la desidia. Qué sofoco, ¿verdad, usted? La ciudad que se sucede a sí misma, desmemoriada y ambigua, sepulta los caminos de los acreedores, por si acaso. Y salda los monumentos y las páginas las emborrona, cuando ya desconoce su significado.

Las pocas gentes que el último 14 de febrero asistimos, en Villafranqueza, a la procesión cívica en recuerdo de siete de aquellos mártires, con objeto de reanudar una vieja costumbre, pudimos apreciar el peso de un tufo áspero, y alguien, transido de emociones, murmuró: «ah, salvas en honor de la libertad que defendieron». Paladinamente hablando tan sólo era caca de vaca. La cúpula del panteón de los Guijarro, sus despojos, se levanta sobre toneladas de estiércol. Allí, donde se consumó la intransigencia a balazos, se ha corrompido hasta la agenda de bolsillo. Y los pocos, ediles de diversas formaciones incluidos, pusimos el grito en aquel cielo fétido y apelamos al Ayuntamiento para que gestionara la rehabilitación de la conmemorativa ruina. Lo que se venga de aquello, ya se sabrá.

La reciente aparición del estudio de Díaz Marín y Fernández Cabello, sobre tales sucesos, nos mueven a publicar fragmentariamente una carta, cuya fotocopia nos facilita Vicente Huesca, del hijo del que fue intendente provincial, José María Gaona, y más tarde vocal de la Junta Provisional de Gobierno que presidía y vicepresidía respectivamente Pantaleón Boné y Manuel Carreras. Fechada en Cádiz, el 24 de diciembre de 1868, a poco de iniciarse el sexenio revolucionario, y dirigida al alcalde popular de Alicante, Francisco García López, Juan Bautista Gaona escribe: «Con el mayor entusiasmo he visto la manifestación de la corporación de esa capital que VS. dignamente preside abriendo una suscripción para erigir, en el paseo de los Mártires, un monumento dedicado a la memoria de los ilustres mártires que en 1844 fueron sacrificados por los sicarios de la reacción». Y agrega: «Participé en los sucesos que dieron ocasión a aquella horrible venganza, amenazado como estuve de haber tenido, con mi ya difunto señor padre, individuo de la junta en aquel heroico alzamiento, un fin tan sangriento, no he podido menos de conmoverme ante el recuerdo de ese municipio, hacia las víctimas desdichadas de la atroz inclemencia con que aquel gobierno abusó de su victoria». Qué rubores, si don Juan Bautista Gaona se asomara por una rendijita y oliera.




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«Los nueves» (1)

6 de julio de 1992


Cierto día, Alicante renunció a las tantas murallas levantadas contra la rapacidad de la piratería, contra el asedio de los navíos extranjeros, contra las furias enemigas. Se desartilló la plaza y toda su fortaleza militar se mudó en actividad urbanística y mercantil. Una Real Orden de 27 de abril de 1858, expedida por Isabel II, autorizaba la demolición de las ya desvencijadas defensas, y permitía así que la ciudad se sacudiera de encima apreturas y estrecheces. Casi de inmediato, se iniciaron los negocios financieros y de servicios: obras hidráulicas, transportes, alumbrado eléctrico. Con el tiempo, llegaría el ensanche de la mano de los arquitectos González Altés y Guardiola Picó, y en su plan, la edificación de Benalúa, a impulsos de la sociedad «Los Diez Amigos», fundada el 19 de enero de 1883.

Se vivía a otra velocidad. Alicante afrontaba, por fin, la aventura de su propia modernización. En medio de aquella euforia, la oligarquía comercial con intereses económicos comunes, aunque sus más cualificados representantes procediesen de las filas conservadoras, liberales y hasta republicanas, emprendió cuantos proyectos colmaran las tendencias expansivas de la ciudad. En este marco de actuaciones, se constituyó «Los nueve», ante el notario don Nereo Albert y Mira, según escritura de 21 de diciembre de 1892, sociedad anónima, con un capital de quinientas mil pesetas, y con objeto de construir y explotar el tranvía urbano de Alicante y ramal del barrio de Benalúa. La primera junta directiva de la misma, y para disipar ciertos frecuentes equívocos, estaba compuesta por los socios fundadores y de acuerdo con la siguiente elección de cargos: presidente, don José Soler y Sánchez; vicepresidente, don Primitivo Pérez Sánchez; interventor, don Amando Alberola Martínez; tesorero, don José Carratalá Cernuda; secretario, don Enrique Ferré Vidiella; vicesecretario, don José Mollá y Escoto; director facultativo de las obras, don José Álvarez de Coiñas; y vocales, don Agustín Bay Santonja, don Manuel Martínez Sánchez y don Victoriano Nuño Beato.

Meses antes, el 27 de junio del mismo año, al Ayuntamiento constitucional de Alicante, representado por su alcalde, don Manuel Gomis y Orts concedió a los señores don Quintín Fernández Morales, don Ricardo Beneyto García y don Andrés Puigcerver y Arazo, la referida explotación por un plazo de sesenta años, pero, posteriormente, los beneficiarios la cedieron a los diez promotores de «Los nueve», ya relacionados con la aprobación de la corporación municipal, en su sesión del 7 de diciembre de 1892. Una operación especulativa, como afirma Javier Vidal Olivares, que lesionaba considerable a los pequeños accionistas y «cuyo fin no era otro que la venta de la empresa a una compañía belga (...)».




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«Los Nueves» (y 2)

7 de julio de 1992


Y en efecto, la sociedad anónima «Los Nueves» se vendió, por un total de ciento setenta y tres mil pesetas, que el señor Gastón Philips y Haussens, banquero, de nacionalidad belga y administrador delegado de «Tramways et Electricité» («Tranvías y Electricidad»), con domicilio en Bruselas, entregó en billetes del Banco de España, a don Francisco Alberola, representante de «Los Nueves», siendo testigos de esta operación don Nicolás Baeza Javaloyes y don José Guardiola Ortiz, según la «copia simple de la escritura de compra-venta del tranvía urbano de Alicante», autorizada por el notario don Lorenzo de Irízar y Avilés, el 14 de octubre de 1913 y que nos confía nuestro amigo José Díaz. Por entonces, era presidente de «Los Nueves», el barón de Petrés, don Alfonso de Sandoval Bassecourt.

En la venta, se incluía, además de la concesión, el edificio-estación que la citada sociedad anónima poseía en la calle de Ilipe, esquina a la de Carratalá, en el barrio de Benalúa; el material móvil integrado por: dieciséis coches cerrados; dos coches mixtos; trece coches jardineras; varias vagonetas; y otros diversos objetos. Y, por supuesto, como se trataba de vehículos de tracción animal, «cincuenta y tres caballerías mulares», con sus correspondientes arreos. Y mobiliario, uniformes de empleados y herramientas. Unos diez años más tarde, se iniciaría la electrificación de las diversas líneas que componían la red.

Red que se amplió con las sucesivas concesiones que se produjeron tras la primera urbana y con el ramal de Benalúa. Así, en 1897, el Ministerio de Fomento, otorga la de Muchamiel, por sesenta años y con tracción a vapor; la de San Vicente, por el mismo plazo, en 1906, por la Diputación Provincial y que se abriría al servicio público, el 6 de mayo de aquel año; y en 1903, una nueva línea urbana, de concesión municipal, también por sesenta años, que se inauguraría el 24 de junio de 1906. Esta última, don Alfonso de Rojas y Pascual de Bonanza, entonces alcalde de la ciudad, adjudicó a la «Compañía General de Tranvías y Ferrocarriles Vecinales de España», que también era de propiedad belga, y que ya controlaba la línea a San Vicente del Raspeig. Demasiadas coincidencias, demasiadas especulaciones, demasiados intereses que, con frecuencia, compartían desde los más moderados a los más aparentemente radicales. La denuncia de todas estas manipulaciones «guiadas por el lucro particularísimo» la formuló reiterada y contundentemente «El Republicano». Pero ya se sabe. Como si lloviera.




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Conspiradores de la Rambla

8 de julio de 1992


Una ciudad que desmadeja siglos y sabe de callejuelas casi invisibles y de parques y de tugurios y de salones para bailar el fox trot, es también un buen terreno para el cuchicheo y la intriga, a cielo raso. Así lo hicieron, en Alicante, después de que el 11 de mayo de 1931 persistiera el humo de los escombros de iglesias y conventos incendiados. La crónica airosa cuenta cómo Pepe Doménech murmuró: «En vista de todo esto, no puedo, ni debo, ni quiero ser más republicano». Justo, frente a la camisería Benavent, imitó el gesto de Ruiz Zorrilla. Entonces, Ignacio Sevila, García Ruiz, Galán Benítez y otros amigos que, casualmente, al principio volverían a encontrarse en el mismo lugar y del que por fin «tomaron posesión». Allí estaban, además, los hermanos Rubio, Haroldo Parres y Ximénez de Couder. Un «centro de conspiración contra la República, en plena Rambla y al aire libre, cada tarde, a las siete en punto».

La ciudad, por entonces, les era hostil. Pero la crónica sigue diciendo que ni las inclemencias del tiempo, ni el riesgo, les impidieran reunirse ni una sola noche ni de «comunicarse las instrucciones». No nos revela sin embargo, qué consignas circulaban entre la docena de asiduos. Pero muchos de ellos o de los ocasionales de la que habría de denominarse «Peña de la Rambla» lo dirían jamás: César Elguezábal, Felipe Herrero, Manuel Domínguez Margarit, Victoriano Ximénez de Couder, Pedro Vera, Vicente Sansano, José Gil, Eduardo Altet, José Guijarro, José Niñoles y el teniente de la Guardia Civil, Martínez.

Las ciudades se alteran y se rompen en dos mitades, se enlutan y se acusan y se excluyen, hasta que un día traspasa los confines de la incomprensión y cada parte cede a la otra, sin advertirlo apenas, sin imprecaciones ni desafíos, los vestigios de la pena. Y esto sucede porque las ciudades conforme se consolidan sólo disponen de un pavimento común. Por las galerías subterráneas se escabullen las intrigas y luego los arqueólogos las llevan a los museos.

Según la «Gaceta de Alicante», de 31 de marzo de 1940, de aquellos conspiradores salieron indemnes: José Galán Benítez, Manuel Boscá, José Doménech Baeza, Ambrosio Luciáñez -alcalde de Alicante tras la contienda-, Daniel y José Rubio, Emilio Lafuente, Ignacio Sevila, Eduardo Mengual, Pedro José Ramos, Absterio de Pablo, Francisco Iborra, Luis Castelló, Lucas García, Adrián Parres y Luis Villena.

Luego, y durante cuatro décadas, le tocó a la otra mitad. Era el relevo. Y qué relevo. Ya lo comentaremos, ya.




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Alcaldes

9 de julio de 1992


El 19 de octubre de 1954, don Agatángelo Soler Llorca empuñó la vara de alcalde. El ceremonial de entonces era solemne e impresionante. El oficial mayor, don José García Sellés, en funciones de secretario general procedió a la lectura de su nombramiento, conferido, a propuestas del gobernador civil, don Evaristo Martín Freire, que presidía el acto, por el ministro de la Gobernación.

Agatángelo Soler tomó posesión del cargo y prestó el obligado juramento, de acuerdo con la fórmula que establecía el artículo 10 de reglamento de organización, funcionamiento y régimen jurídico de las corporaciones locales, de 17 de mayo de 1952.

«Puesto de rodillas ante el crucifijo colocado en la mesa -dice literalmente el acta de la sesión extraordinaria del pleno municipal- y con la mano derecha sobre los Santos Evangelios, el señor Soler Llorca, de viva voz, pronuncia las siguientes palabras: «Juro servir fielmente a España, guardar lealtad al jefe del Estado, obedecer y hacer que se cumplan las leyes...».

Por último, el gobernador le hizo entrega del bastón de mando y de las insignias correspondientes.

Desde el término de la guerra civil, al frente de nuestro Ayuntamiento se sucedieron: Ambrosio Luciáñez Riesco, Román Bono Marín, Manuel Montesinos Gomis, Francisco Alberola Such, bajo cuyo mandato se proclamó alcaldesa de la ciudad a la Santísima Virgen del Remedio, patrona de Alicante, y, finalmente, Agatángelo Soler Llorca, cerrando una etapa autárquica del periodo franquista, que concluye con el Plan de Estabilización, de 1959, y los subsiguientes planes de desarrollo a partir de 1964, precisamente cuando ocupa la Alcaldía Fernando Flores Arroyo. Por entonces, corrían otros aires. Y España modificaba sus caducos modelos económicos, para arrimarse tímidamente, con el desarrollismo en marcha, al Mercado Común.

Precisamente, y durante la dilatada permanencia de Soler Llorca al frente del Ayuntamiento, se producirá la llegada multitudinaria a nuestra ciudad y a nuestras comarcas de los refugiados francoargelinos, muchos de ellos de origen alicantino y valenciano, a raíz de la guerra de independencia de aquel país magrebí, tal y como se recoge, en el libro de Antoni Seva «Alacant, 30.000 pieds-noirs». Contingente que influiría notablemente en algunos sectores económicos de Alicante.

Por cierto que Agatángelo Soler Llorca, varios años después de abandonar la Alcaldía, hizo pública, en el diario «Primera Página», a principios de los setenta, una extensa y polémica carta vapuleando al señor López Rodó. Lo contaremos al hilo de la crónica.




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¿Plaza de toros en el siglo XIII?

10 de julio de 1992


Todas las ciudades y mayormente aquellas de orígenes y fragancias imprecisos, se guardan más de un secreto para deslumbrar, cuando le llegue el turno. Es la coquetería urbana. El subsuelo de tales ciudades resulta imprevisible y misterioso. Sorprende, pues, la noticia de que en uno de los viejos edificios de la calle Jerusalén, se encontraran «los vestigios de la primera plaza de toros que tuvo Alicante, cuya existencia se remonta a la segunda mitad del siglo XIII» y añade la crónica periodística que «con las obras de demolición de dicho edificio, donde se encuentran unos almacenes, desaparecerán los últimos testigos del antiguo coso alicantino». Por entonces, en febrero de 1940, se procedía a la demolición del vetusto cuartel de San Francisco y al desmonte de La Montañeta, «en cuyos terrenos resultantes, se van a hacer distintas edificaciones de importancia, entre ellas el Gobierno Civil, y otra una comunidad religiosa dedicada a la enseñanza, será establecida en la parroquia de San Francisco. Desaparecerán diversas calles, tales como la del Molino, y modernos edificios sustituirán a los de Jerusalén».

Significa entonces, por la supuesta edad del hallazgo insólito, que a extramuros de la Vila Vella. la pequeña medina musulmana, un poco antes o un poco después de su conquista por el infante don Alfonso, los nobles árabes o cristianos ya alanceaban toros bravos. No faltan hermosos dibujos de Lizcano de caballeros de aquella época ejecutando suertes y lances en campo cerrado. No obstante, y porque la duda nos zarandea, consultamos la documentada y minuciosa obra «Fiestas de toros en Alicante, 1605-1900», cuya autoría corresponde al que fuera cronista oficial de la ciudad y amigo inolvidable de tantos y tantos, Joaquín Collía Rovira. Cita la plaza de San Agustín como el posible lugar donde se celebraron las más primitivas corridas formales que se dieron en Alicante. Y más tarde «hay plena confirmación del sitio destinado a los festejos taurinos: la antigua plaza del Mar, hoy del Ayuntamiento». Y el primer coso importante que tuvo la ciudad, construido de madera, por varios comerciantes, presididos por don José Antonio Puigcerver, y situado entre las calles del Barranquet (Bailén) y de Las Rejas (Castaños), en la plaza del Teatro, en fin. Y se refiere, pero ya en el siglo XIX, al «pequeño coso de la Posada de San Francisco, cerca del convento y luego cuartel del mismo nombre». Es el único que nos aproxima, en lugar pero no en tiempo, a los vestigios que aparecieron en 1940, cuando se ejecutaban las obras de demolición de aquella zona. ¿Entonces? Probablemente el socorrido duende de la imprenta o quizá el apresuramiento erróneo, por lo que se deduce, de algún arqueólogo con mucho énfasis y poco tino.




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Orquesta de cámara

13 de julio de 1992


¿Se han percatado ustedes? Las ciudades suenan. Hay ciudades graves, medias y agudas. Alicante suena como un flautín, con el aliento que le llega del mar, o como una viola, si le ponen oído. Cada ciudad, según su situación geográfica, su clima, su actividad humana, su altitud, su antigüedad, sus barrios, sus arboledas, sus bazares y sus caminos, montan su propia orquestación. No tiene el mismo timbre una ciudad de navegantes, pilotos y mercaderes que otra de artesanos y pastores; ni lo tienen, por ejemplo, la que se tiende a pie de ola como aquella que se yergue en lo alto de la cordillera; ni la que se dedica a la minería del cobre; ni la que forra sus muros de madreselva; ni la que fabrica motores de aeroplano; ni la que comercia con especies y tejidos. Cada ciudad suena de una forma distinta. En ocasiones, los habitantes, inconscientemente, la silban o la tararean, como si tal cosa. Y algunos músicos, muy sensibles, lo ponen en su papel, después de auscultar, con paciencia, casi con mimo, las catedrales y las ermitas, las placetas sombrías, los edificios emblemáticos, las casas de vecindad, las avenidas, los monumentos, el aire mismo estrujado entre los aleros de filigranas que nunca descubrimos. Y les sale, a veces, una sonata; a veces, un oratorio; a veces, un scherzo; a veces, una sinfonía. Eso nunca se sabe, hasta después. Sucede que la estridencia de los automóviles, las prisas, las sirenas del estremecimiento, las alarmas, los gritos, esos decibelios, en fin, que desordenadamente envuelven la ciudad y le machacan los tímpanos, impiden o distorsionan la percepción de tal música, entre telúrica y urbana. Entonces reclamamos una banda o una orquesta para no perdernos del todo. Banda ya disponemos de una y prestigiada por muchos profesores. Lo de la orquesta sinfónica ya ofrece serias dificultades. Es el viejo problema de la carencia de instrumentos de cuerda, afirman los entendidos. La solución pasa por unos muy considerables presupuestos.

Hubo una Orquesta de Cámara del Sureste, gracias a la iniciativa de Mario Carratalá Naborel. Y a la Caja de Ahorros, a su presidente, Román Bono Marín, y a su director general, Antonio Ramos Carratalá.

Se constituyó el miércoles, 22 de agosto de 1956. Constaba de cuarenta profesores, con veintisiete instrumentistas de cuerda y el resto de viento, bajo la dirección de Carlos Cosmén, que también estuvo al frente de la Banda Municipal. En el acto de constitución, Mario Carratalá que alentó el proyecto, dijo que «Alicante adquiría así un relieve y una transcendencia en los ámbitos musicales y un prestigio de primera magnitud».

Algún tiempo más tarde se hizo tan sólo el ruido superfluo e insoportable. Nos queda, eso sí, la banda y el imperceptible sonido de la ciudad.

Ojalá nos saliéramos también con esa Sinfonía por la que se suspira.




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Periodistas

14 de julio de 1992


Ciertamente, la ciudad se conoce a sí misma, un poco más, cada mañana, con las noticias que vocea el pregonero, los papeles impresos o los medios de comunicación audiovisuales, según los lugares y los tiempos. En los primeros años del siglo que ya prescribe, los profesionales de la información de Alicante pusieron en pie la Asociación de la Prensa, de cuyas peripecias y vicisitudes ya se dará cumplida cuenta, en una próxima monografía. Ocurre que, cuando hay libertad de opinión y de expresión, los poderes públicos y los periodistas suelen andarse a la greña. Casi parece un ejercicio saludable. En el otro extremo, está, por ejemplo, la llamada Ley de Prensa de 1938 -se trata de un mero decreto- inspirada por Serrano Suñer y donde se consagra al profesional del periodismo como «apóstol» de las nuevas ideas y como servidor del Estado.

En Alicante, tal misión de «apostolado», con sistema de censura previa, de vigilancia y control, la asumió la nueva junta de la asociación integrada, según la «Gaceta», del 9 de enero de 1940, por: presidente, Fernando Ors; vicepresidente, Enrique Ferré Bernabeu; secretario, Gregorio C. Romero; vicesecretario, J. Antonio Muñoz Mompeán; censor, Adolfo Muñoz Alonso; y vocales, Rafael Quilis Molina, Francisco Bas Mingot, Juan Sansano Benisa, Juan A. Espinosa, Abelardo L. Teruel y Guillermo Muñoz Buades. Todos los cuales fueron designados por el gobernador civil y jefe provincial de Prensa. Las relaciones de subordinación y paternalismo, propiciaban el propósito de primar las «condiciones morales y materiales de los periodistas».

No mucho después, el 1 de noviembre de 1942, Luis González Vicens, al frente del Gobierno Civil, de acuerdo con la Delegación Nacional de Prensa y oído el dictamen de la propia asociación alicantina, ordenaba la disolución de la misma. Sus bienes y enseres, siempre escasos, pasaron a la Vicesecretaría de Educación Popular.

Por supuesto, hubo elogios a la gran labor cultural, social y benéfica que había rendido en tiempos pasados, y también palabras de homenaje y reconocimiento «al recuerdo de periodistas gloriosos por la realidad de sus plumas y el rango moral de sus empresas que en el ámbito de la asociación extinguida ahora, lucharon denodadamente por mejorar una profesión que en la Nueva España, el Caudillo ha dignificado y honrado cumplidamente». Poder y periodistas coincidieron. Nadie rechistó. ¿Curioso, no? Prudente y muy cauta actitud tan sólo. La Asociación de la Prensa resurgiría algún tiempo después.




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Cátedra Mediterráneo

15 de julio de 1992


Eran ciento cuarenta alumnos extranjeros, desgalichados y con playeras, hasta para mancillar el solemne sosiego del casino oriolano. Los bárbaros, murmuró a su paso por la penumbra de los salones, un estupefacto e impecable caballero. Pero con aquellas gentes desenfadadas, risueñas y curiosas, Alicante se sumía a los cursos internacionales de verano. Imagínese qué alboroto, en una capital tan provinciana y huérfana de actividades universitarias, aquellos estudiantes franceses, alemanes, ingleses, belgas, disciplinados en la clase, pero con ganas de fisgonearlo todo y de despellejarse al sol.

La entonces Escuela Profesional de Comercio, ahora de Ciencias Empresariales, en Ramón y Cajal les cedió las aulas. Así, el martes, 5 de agosto de 1958, se inauguró, en nuestra ciudad, la delegación de la «Cátedra Mediterráneo», de la Universidad de Valencia, que desde el 54 había conmemorado sus actividades, gracias a los auspicios de la Diputación Provincial que abastecía de los necesarios recursos económicos aquel tinglado, entre académico y turístico. A don Arturo Zabala, catedrático de Literatura, le correspondió el acto de apertura y la presentación de los profesores encargados de las correspondientes asignaturas y que eran: «Don Francisco Sánchez-Castañer; don Domingo Carratalá Figueras, delegado provincial de Educación y Cultura; don Vicente Martínez Morellá, presidente de la Comisión Provincial de Monumentos y correspondiente de la Real Academia de la Historia; don Vicente Ramos Pérez, profesor agregado de la Universidad de Estocolmo; don Manuel Moragón Maestre, ex profesor de la Universidad de Valladolid y director del Instituto Laboral de Elche; don Juan de Dios Aguilar, director de Radio Alicante; don Juan Giner Giner, profesor de Lenguas Clásicas; y don Vicente García Brotons, profesor de español, en el Collegue Saint Joseph de Morlaix». Por esta cátedra pasarán Sanchís Guarner, Ramón Aznar, Batllé Vázquez e incluso Blas Piñar.

A lo largo del curso, visitaron Jijona, donde Enrique Carbonell Sirvent, el alcalde, invitó a todos a un vino español, en las dependencias municipales, y tres días antes de que se clausurara aquella experiencia, el 30 del mismo mes, el Teatro de Cámara del Instituto de Estudios Alicantinos, hoy de Cultura «Juan Gil-Albert», bajo la dirección de Antonio Rives, representó «El sí de las niñas», de Leandro Fernández de Moratín, como homenaje y despedida a la nueva edición de la «Cátedra Mediterráneo», sucedería de una por entonces improbable universidad alicantina.

La ciudad se apuntaba un tanto. Y la convivencia con aquellos extranjeros, las conversaciones, a veces, cautelosas, ayudaban lo suyo a superar la asfixia de un prolongado aislamiento cultural, social y económico. Nos valía casi todo.




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«El telegrama» que no cesa

16 de julio de 1992


El Gabinete Caligari echó el guante y la Generalitat fletó un trenet sin fin para un Benidorm de estrépitos y maquilladas melancolías. Benidorm es un Brigadoom a levante que reaparece cuando Julito Iglesias saca su sólo perfil recortable al sol. Benidorm es un Shangreela mediterráneo, donde las tintas de aquel telegrama victorioso se conservan tan lozanas, como treinta y tres años atrás. El revival de añoranzas, para unos, y de bullicio para los más, ya desempolva las viejas gestas.

Cuando la primera edición del Festival de la Canción, en 1959, se montó toda una parafernalia, que se lo digan si no a Pedro Zaragoza que diligentemente formó a medio Gobierno en un comité de honor. Allí estaban los ministros José Solís Ruiz, Fernando María Castiella y Maíz, Jesús Rubio García-Mina y Gabriel Arias Salgado, sin contar a otras relevantes personalidades del antiguo régimen. Y, por supuesto, escuadras de informadores y esos velocistas de la cámara que se «pisan» hasta el aire revolicado de una fama.

Organizado por la red de emisoras del movimiento, a la convocatoria acudieron mil trescientas treinta y ocho canciones, de las que el jurado, seleccionó diez, para la final. Diez que debían ser interpretadas, en distintas versiones, por Pepe Lucena, Monna Beli, Mari Carmen, Juanito Segarra, Los Gemelos, Los Xey, Los Zafiros, Yahía y Los Extraños, entre otros. En julio de aquel año iniciático, los ajetreos adquirieron un ritmo de vértigo, en la medida que se aproximaban los días 9, 10 y 11. Días de laurel y de lágrimas. Bobby Deglané se ponía de figurín para conducir un espectáculo que tenía a media España al borde de una ulceración entre victoriosa y duodenal. Los estrategas de aquella operación de prestigio volaban.

Tanto el presidente de la Sociedad de Autores, Fernández Ardavín, como César González Ruano, coincidieron en dos cosas: felicitar a Benidorm y a Pedro Zaragoza, por un lado; y por otro, respecto a las canciones, aun ponderando su «calidad», se mostraron algo reticentes: «Tienen un carácter más bien internacional. Están faltas de marchamo auténticamente español». Una pizca de nostalgia, en fin.

Por último, los hermanos Alfredo y Gregorio García Segura, como autores, se embolsaron las cien mil pesetas del primer premio, mientras los intérpretes Monna Beli y Juanito Segarra se ganaron diez mil duros cada uno. «El telegrama» lo recibimos, con gesto impertérrito, durante ni se sabe cuánto, hasta que jubilosamente supimos que se acercaba otro festival: un clavo saca a otro clavo, pensamos. Pero ahora ya, a muchos nos ha pillado, desprevenidos, inermes y escépticos.

Apostamos por el fax. Es más sufrido.




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TV: señales lejanas

17 de julio de 1992


Todo un prodigio. Había quien no le llegaba la camisa al cuerpo del soponcio y también algunos afectados por el síndrome de la cuija. Demasié, palabra. Y eso que Madrid emitía desde años atrás y que la amenaza estaba al caer: no tardaría mucho en metérsenos en casa y en husmearnos hasta en la fresquera. Pero lo que jamás se pensaba era que las primeras señales llegaran del extranjero, por quién sabe qué sospechosas artimañas. Y como aún se invocaba aquello de la conspiración judeomasónica y comunista, pues ya me contarán. Que más de uno debió persignarse, a la vuelta de la esquina, por mucho que hubiera escuchado aquella murga que decía: «La televisión pronto llegará / yo te cantaré / y tú me verás». Che, pito, el dimoni.

El periódico dio el aviso: «Por primera vez, públicamente, se captan señales de TV, en un chalé del Cabo de las Huertas, de una emisora italiana». El beneficiario de tales señales era un comerciante, cuyo nombre prudentemente se omite, que tenía establecimiento abierto en la ciudad y que, de inmediato, se propuso instalar una antena en el negocio y montar un receptor en el escaparate, para que la gente pudiera seguir «de vez en cuando un programa extranjero».

En el 60, la primera cadena iniciaría la progresiva invasión de los hogares alicantinos. Con el tiempo, hasta las llamadas, en un eufemismo poético de la conciencia. Arrasó el invento, con la fiebre imparable del consumo. La voracidad de las primeras avanzadillas crearon ciertos espectáculos urbanos absolutamente surrealistas.

Y fue en aquel mismo verano del 58, cuando el tranvía, ya empresa municipalizada, inauguró la nueva línea del barrio de Santa Isabel, el 4 de agosto. Se le concedió el número uno, ya que sustituía a la desaparición de Benalúa, que lo detentaba por razones de escalafón. El itinerario era Portal de Elche, Mercado, Alfonso el Sabio, Onésimo Redondo, Poeta Carmelo Calvo, Padre Mariana, Calderón de la Barca, José Antonio y, de nuevo Portal de Elche. A sesenta céntimos el billete.

Ya lo hemos dicho: los vehículos eléctricos estaban a la baja. Los desplazaban, los autobuses urbanos, con sus tremendos escapes. Los hermanos Quintero llamaron a Alicante «ciudad espejo», ¿saben por qué?




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Terremotos

18 de julio de 1992


En ocasiones la tierra se encrespa y nos mete un cuponazo de pánico. La ciudad sufre convulsiones y las cañitas de las tomateras oscilan. Si la cosa se enfierece, ocurre, por ejemplo, lo que ocurrió en 1829 que se llevó diez pueblos de por medio, entre los que estaban Almoradí, Torrevieja, Rojales y Benejúzar, totalmente desbaratados. Cuando se estremece el subsuelo, hay que andarse con mucho tiento. Según los expertos, desde el sur de Valencia, hasta Murcia y parte de Albacete, la Vega Baja en el centro, es zona sísmica muy notoria. Sólo le saca una cabeza Granada. Los japoneses que tienen un territorio inquieto y de sobresaltos, suelen decir metafóricamente refiriéndose a tales condiciones: «Hay una ballena bajo nuestros pies». No sabemos qué se esconde bajo los nuestros, pero se mueve, de vez en cuando.

Para prevenir cualquier leve temblor o la catástrofe en cosa de segundos, en julio de 1914, el ingeniero Eduardo Mier y Miura fundó el Observatorio Sismológico de nuestra ciudad, en un espléndido edificio, al final del paseo de Campoamor, concretamente en la plaza de San Juan de Dios. Contemporáneo casi de los de Toledo, Málaga y Almería, y dependientes, por entonces, del Instituto Geográfico y Catastral.

En nuestro observatorio, se efectuó el primer registro, el tres de octubre del mismo año. Poco después de las diez y cuarto de la noche se obtuvieron datos de un seísmo, cuyo epicentro se localizaba en Turquía. En 1921, se ampliaron las instalaciones con objeto de montar allí también los servicios de meteorología, que en 1932 pasarían a ocupar otras dependencias.

En 1960, se le da el nombre de Vicente Inglada, prestigioso militar, matemático, geodesta y destacado esperantista. Vicente Inglada Ors nació en Alicante, el 9 de enero de 1879 y murió los mismos día y mes de 1949. Al frente del Observatorio Sismológico «Vicente Ingalda» han estado Wenceslao del Castillo, Juan García de Lomas y Lobatón, Luciano Estremera, José Poyato y Osuna, Alfonso Rey Pastor, Juan Martín Romero... Todos ellos ingenieros, astrónomos, marinos. Naturalmente, el instrumental se ha renovado en el transcurso del tiempo. Gracias a las mejoras que introdujo Alfonso Rey Pastor, verbigratia de los ciento cuarenta y tres registros de promedio anual en 1940, a los cuatrocientos tres, de 1953. En la actualidad, y con una tecnología más sofisticada, se ha convertido en una estación de paso que envía las observaciones a Madrid. Diversos sensores de la red nacional proceden a la toma de datos permanente para su traslado por línea telefónica. También está dotado de sensores de largo periodo, según nos manifiesta el jefe de la unidad y del Observatorio, Ricardo Pastor Rodado, que detectan terremotos en zonas situadas a gran distancia.

No se alarmen, pues, demasiado. Aunque nos encontramos bien metidos en el área levantina penibética, en expresión de algún especialista, que no es nada de fiar. Ponga un sismógrafo en su vida y échese a la bartola. Total.




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El esplendor de la Rambla

20 de julio de 1992


El 28 de marzo de 1960 se iniciaron, por fin, las obras de prolongación de la Rambla de Méndez Núñez que la enlazaría, en su parte norte con Alfonso el Sabio y el principio de la calle de San Vicente. El proyecto ya tenía sus añitos, ya. Imagínense la satisfacción del alcalde Agatángelo Soler y de sus ediles. Pues, nada menos que una vieja aspiración que se inició en 1939, cuando la corporación municipal que entonces presidía Ambrosio Luciáñez acordó la expropiación de varios edificios («La Gatera», 13.5.92) con objeto de posibilitar el ensanche de la Rambla, por el sur, hasta su convergencia con la Explanada. Arriba, la casa de la familia Manero taponaba la perspectiva, hasta que también se vino al suelo. Y en su lugar, se alzó un monolito a la modernidad: los quince pisos de la Torre Provincial, «rascacielos» con el rubor de tantos elogios, que le daba a nuestra ciudad un toque de progreso y que sonaba como el pistoletazo de salida para los especuladores.

Aquel acceso, con carácter temporal, se subsanó con una explanación insufrible para los vehículos. Una vergüenza. De modo que el contratista Antonio Durá apostó fuerte. Si el plazo previsto para la realización de aquellas obras era de cuatro meses, dijo que «nanay», que atendiendo a las urgentes necesidades, en dos meses y medio, asunto zanjado.

Había que pavimentar, de adoquín mosaico, cuatro mil metros cuadrados. La calzada tendría doce metros de anchura y cuatro, las aceras. De pronto, apareció un monstruoso tractor oruga de cadenas y con una fuerza de sesenta caballos. Lo nunca hasta entonces visto. Y naturalmente proliferaron los curiosos. Allí estaban, con sus relevos y todo, y pasmados. Remover dos mil quinientos metros cúbicos de tierra y piedras, con un artilugio tan formidable, es un espectáculo con propiedades casi hipnóticas. El poder que ejerce sobre el personal tiene mucho de enigma.

Se avanzaba a buen ritmo. Uno de los afanes urbanísticos más ambiciosos ya andaba en tranca de convertirse en realidad, veinte años después de su expresión. Las ciudades crecen y se transforman, con frecuencia a base de sacrificios y devastaciones de su propio pasado. INFORMACIÓN escribía: «La obra puede determinar hallazgos, porque por esta zona discurrió la muralla de Alicante. La Puerta de la Reina estaba por los alrededores, lo que produce inquietud entre los amantes de la investigación».

Pero las prisas primaban. Y un día, de espaldas al puerto, la gente contempló estupefacta y con el pescuezo estirado, todo el esplendor de la Rambla. Tránsito, agitación y aquel «rascacielos» rutilante, como un arbolito de Navidad. Ché, qué capital. Como de película.




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Cambios en el Ayuntamiento

21 de julio de 1992


Las ciudades son como enjambres. A veces, jamás se llega a observarlas del todo y sólo se perciben fragmentariamente. Por eso es bueno que cada quien se encargue de una fachada, de un jardín, de una boca de riego, de una acera, de una playa, de una fuente, de una cloaca, de un busto de mármol, de un semáforo, de una avenida, de una botica, de un cinematógrafo, de un quiosco, de una playa. Y finalmente se expongan los datos diversos y se amplíe la visión de un conjunto que crece, casi sin percatamos, por minutos. Sólo las ciudades participadas llegan a los suburbios. Porque las ciudades se envanecen y borran de sus paredes los grafittis de la memoria, cuando se las mira desde lo alto. Desde lo alto, ni se gobiernan ni se administran ni se desvelan las ciudades. Son retículas sin vida.

La historia nos informa acerca de las distintas maneras de comportarse las ciudades, según cómo y quiénes la dirigen. Y también de sus incómodas y sutiles respuestas. Un noble árabe de los Banu-Jattab dijo que las ciudades, algunas ciudades, eran como caballos: sin apenas tocarles las bridas, galopaban con más soltura, por la dirección adecuada. Lo que también explica por qué las autoridades urbanas se desconciertan y se extenúan, lo mismo que los jinetes cuando hacen el camino a pie. Nunca terminan de encontrar la relación precisa, descabalgan y se alivian, cuando consideran que han cumplido lo suyo.

Don Manuel Montesinos Gómiz, acuciado por el ajetreo, le reiteró al señor Aramburu Olarán, quien asumió el gobierno de esta provincia, su deseo de abandonar el cargo al frente de la Alcaldía que desempeñaba ya, desde los tres últimos años. Sin embargo, el gobernador le requirió para que continuara en el mismo, hasta tanto cuanto despachara ciertos asuntos en Madrid, en un próximo viaje que pensaba rendir a la capital.

Finalmente, como así consta en el acta del pleno municipal del día 3 de mayo de 1949, a su regreso, don Jesús Oramburu Olarán atendió la petición del alcalde y le manifestó que se encontraba autorizado por el ministro de la Gobernación, para aceptarle el cese que repetidamente le había solicitado. De manera que a últimos de aquel mismo mes se produjo un nuevo cambio al frente de la Alcaldía.

Por aquellos tiempos los asuntos públicos se resolvían de un plumazo. Los ciudadanos sólo eran transeúntes. Y andaba acongojados, pero, ¿de cierto era esa la actitud imperante?




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Cambios municipales

22 de julio de 1992


Fue el 28 de mayo de 1949, cuando don Francisco Alberola Such ocupó el sillón que hasta pocos días antes había disfrutado el señor Montesinos Gómiz. A decir verdad, las gentes comunes apenas si participaban de tales mudanzas, apartados como estaban de las decisiones que, afectando directamente a su ciudad, y a sus intereses, se tomaban, sin embargo, en palacios muy distantes. Así que el Ayuntamiento cambiaba, pero todo, es decir, Alicante, más o menos, continuaba lo mismo: monótona, sosegada con el sosiego de la impotencia, y con el aire combado por el grito de los vendedores ambulantes. Cuando Alberola Such ascendió a la Alcaldía, se apresuró a disponer lo oportuno ante la inminente llegada de Franco, para entre otras cosas, inaugurar el edificio del nuevo Gobierno Civil («La Gatera», 2.6.92).

Como de costumbre y con arreglo a la legislación vigente, el presidente de la corporación municipal entrante, cumplió todas las formalidades de rigor, bajo la presidencia del gobernador Aramburu Olarán, quien, a su vez, elogió la personalidad del recién designado alcalde y manifestó su confianza en una espléndida gestión.

Bien es cierto que Alberola Such en su breve discurso de toma de posesión trató de conjurar aquel estigma que algunos teóricos del régimen, se obstinaban en endilgarle enfáticamente a nuestra ciudad: el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera era una flameante maldición que a todos nos sumía en el infortunio. Por eso Francisco Alberola dijo: «Alicante es un pueblo de carácter individualista, quizá, pero siempre ha cumplido con su deber y ha derramado su sangre con generosidad en defensa de sus ideales, primero en al Guerra de Sucesión y luego en la de la Independencia.

Circunstancias posteriores hicieron que en Alicante ocurrieran hechos que no son imputables en ninguna manera a su pueblo. Sin embargo, se le han achacado culpas de las que no es responsable en modo alguno, porque si una sentencia se cumplió en Alicante, ni eran alicantinos los componentes del Tribunal, ni los que la ejecutaron, ni la orden de ejecución se dio en Alicante, partió de otra ciudad que no es precisamente Alicante».

Si se analizan sus palabras se advertirán muy curiosas contradicciones. Palabras redentoras. Palabras higiénicas. Teníamos que lavarnos la cara cuando empezaba cada amanecer. ¿Qué les parece?




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«La clau del Regne»

23 de julio de 1992


Hagamos un ejercicio de generosa fabulación e imaginémonos, verbigratia, a Bernat de Sarriá o a Francesc de Puigmoltó, ambos esforzados alcaides del castillo de Santa Bárbara, en aproximadamente, 1313 y 1432, escuchando a La Salsa Guay o a Lou Donaldson Superband, en el festival de jazz y blues que se nos ha enrocado, estos días, en las venerables reliquias. ¡Qué escabechina! Aún lívidos de espanto por el estruendo de la enemiga fanfarria, hubieran arremetido a mandoblazo limpio contra tanto y tan fascinante encantamiento. Pero, hecha la reserva de los derechos de autor, del portentoso lance, no hay que olvidar que al Benacantil lo violaron ya, con un ingenio que podía alcanzar la cumbre, en cincuenta segundos.

Fue cuando Agatángelo Soler Llorca, por entonces alcalde de Alicante, decidió dar luz verde al ambicioso proyecto previsto para 1960 («La Gatera», 11-7-92). El castillo de Santa Bárbara perdió su condición militar, en 1893. Y después de diversos usos, el tenebroso de prisión, incluido, Alfonso XIII lo donó gratuitamente a la ciudad de Alicante, el 4 de octubre de 1928. Lo donó, claro, para recreo de los alicantinos y forasteros. De modo que había que inventarse algo así, digamos sosegado y panorámicamente reconfortante. Había que dotarlo de accesos y sólo, por poniente, subía casi reptando una carreterita, que para refugio de mendigos, cumplía, pero para el turismo que se husmeaba, qué vamos a decirles.

Sin más, el Ayuntamiento pleno acordó el 6 de abril del referido año, aprobar el expediente relativo a la instalación de ascensores, según los estudios, proyecto y presupuesto -un total de 8.108.104 pesetas- de los ingenieros Antonio Requena Gallego y José Caturla Camino. Manos a la obra, pues, tras desechar otras posibilidades: funicular y cable aéreo que no se ajustaban a los cánones estéticos y además obligaba a ciertas expropiaciones. Por otra parte, el desembolso se justificaba teniendo en cuenta los cincuenta mil visitantes de 1959. Una buena inversión, en definitiva.

Se abrió el túnel de más de doscientos metros hasta los elevadores que permitirían subir a más de novecientas personas por hora y a una velocidad de tres metros por segundo. La monda. Con lo que se sudó aquellas escarpaduras el temerario Jaume II, al frente de sus caballeros aragoneses y catalanes, para arrebatarle la fortaleza al valiente alcaide castellano Nicolás Pérez, en abril de 1296.

Pues, lo que son las cosas, seiscientos sesenta y cuatro años después. Agatángelo Soler, el alcalde «pildoreta», lo taladra a base de barrenos y coloca en lo más alto, a propios y extraños, en un santiamén. «La clau del Regne», según el interesante libro de Hinojosa Montalvo, es ahora cuestión del ascensorista.




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La fuente de la Plaza del Mar

24 de julio de 1992


Es un lamento, pero también una flagrante realidad: carecemos de nobles piedras, de bustos de bronce oxidado, de edificios antiguos. Ya Antonio Valcárcel, conde de Lumiares, en 1780, nos pegó un repaso como para sacarnos los colores: «(...) tantas inscripciones destrozadas, tantas estatuas deshechas, tantas medallas consumidas, no han sido capaces de mover la desidia, viendo estos apreciables monumentos víctimas del pico y del fuego». Aunque seguimos sin enmendarnos. Y es que hay ciudades que se devoran a sí mismas y otras que guarnecen sus señas en el reverso.

Tal vez, con objeto de paliar el verecundo déficit, la Corporación decidió embellecer la emblemática y destartalada plaza de la Puerta del Mar, con una fuente luminosa. Antes, con buen criterio, se procedió a las obras de pavimentación, aceras y encintados del amplio solar, con un presupuesto que ascendía a 528.110 pesetas. Después, y en pleno de 29 de abril de 1960, se acordó, con carácter de urgencia, consolidar el subsuelo en torno al paraje de ubicación de la referida fuente, cuya iniciativa se tomó el 7 de diciembre de 1959.

De inmediato y prescindiendo de la exposición pública y demás trámites inherentes a la aprobación de cualquier proyecto, por cuanto gozaban del privilegio de obras de ejecución inmediata, se adjudicaron a don Avelino de Uz Rodríguez, «contratista acreditado ante este Ayuntamiento». Agatángelo Soler y sus ediles andaban jubilosos y con premuras. La Explanada iba a disponer pronto de un digno elemento ornamental.

Se encargó el proyecto de la fuente luminosa al ingeniero catalán Carlos Buigas, quien ya había puesto en pie la de la exposición de Barcelona. Y el alcalde se marchó a visitarlo para ultimar detalles.

El diámetro total de la fuente tendrá diecisiete metros y medio; el de la taza central, once. Y el caudal máximo de los trece chorros previstos será de ciento cincuenta litros por segundo, que caerán por el vertedero al estanque formando así una cascada luminosa. Fuerza y luz, con ochenta y tres kilovatios y medio. Se presupuestaron 750.000 pesetas para su construcción.

Las ciudades de agua que brinca al aire tienen la ventura de sucederse en imágenes y la gracia de en calmar los acaloramientos. Algunas noches de verano, a los automóviles que circulan cerca de la fuente, los parabrisas se les llenan de taraceas.




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Lujo histórico

25 de julio de 1992


Pues verán, se lo contamos sumariamente. Cuando el actual Ayuntamiento andaba aún en manos de los maestros canteros, albañiles y herreros, el Concejo de la ciudad resolvió celebrar sesión en las nuevas Casas Consistoriales, de cuya sesión se levantó acta que comienza así de impresionante: «A veinte y tres días del mes de febrero de mil setecientos y sesenta años...». En el ángulo superior izquierdo del pliego, se alzan las armas reales orladas con la siguiente leyenda: «Carolus III. D. G. Hispaniar Rex». Allí están los ilustres señores don Manuel Tomás Nery Villarroel, abogado de los Reales Consejos, Alcalde Mayor y Teniente Corregidor de esa ciudad, su partido y su jurisdicción; don Juan Rovira Torres y Mingot; don Ignacio Brogunyo y Ruiz; don Francisco Verdú; don Vicente Beviá; don Francisco Arques y Sánchez; don José Caturla; y don José Alcaraz, regidores de la misma que acuerdan, en el punto tercero de la sesión «que en atención a estar ya habitada la casa nueva del Ayuntamiento se trasladen a la misma todos los muebles y papeles concernientes a esta oficina por manera que el cabildo mediato se celebre en ella» y se celebró efectivamente muy poco después: el 1 de marzo de 1960.

Dos siglos más tarde, en tal día se conmemoró, y es que nos va esa fanfarria el bicentenario de aquella primera sesión en el todavía no cubierto palacio municipal. Se disparó la pompa y la guardia se puso de gala y agobios, mientras, a las veinte horas y cincuenta y cinco minutos, bajo la presidencia del gobernador civil, el oficial mayor, don José García Sellés, leyó el histórico documento. Seguidamente, el alcalde, Agatángelo Soler, pronunció un discurso conmemorativo y entusiasta. Lo dijo todo. «La monarquía liberal era así -manifestó en un momento dado- y a muchos no se nos olvidará jamás. En nombre de la libertad, se fusiló a los prisioneros carlistas, en la isla de Tabarca, y en nombre de la libertad, se fusiló a Pantaleón Boné y a sus compañeros sublevados». Ya casi al final y refiriéndose a Miguel Moscardó Guzmán, conde del Alcázar de Toledo, lo elogió como el «hijo del héroe que encarna en su memoria toda la gesta de España».

Y habló el gobernador Moscardó, para sellar tan alta ceremonia, a la que asistieron, además de la corporación, cuatro ex alcaldes invitados: José P. De Bonanza y Pardo, Román Bono Marín, Manuel Montesinos Gómiz y Francisco Alberola Such. También estaban: Lamberto García Atance, presidente de la Diputación; Francisco García Romeu, fiscal jefe de la Audiencia; el cabildo catedralicio, presidido por el deán Bartolomé Albert; Julio López Guarch, gobernador militar; y José Sierra Carmona, comandante militar de Marina. Por supuesto, se celebró misa en la capilla u oratorio del Ayuntamiento. Los fastos dan lustre y prestigio. De centenarios no hablemos más, que llevamos una racha... Pero la crónica debe de contarlo todo. Y lo contará. Oiga, que sí.




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Radiografía de Alicante

27 de julio de 1992


La estadística es una disciplina muy curiosa y simple. Algo así como un alambique que convierte vehículos, casas. Árboles y animales con más o menos sustancia pensante, en dígitos, en porcentajes, en rentas per cápita que poco tienen que ver con la cesta de la compra de cada día. Pero siempre nos ofrece una referencia. Así las cosas, y valorando la estadística con su propio rasero, veintiún años después de liquidada aparentemente la guerra civil, Alicante se ofrecía bastante más saludable, superados los setenta y un bombardeos aéreos, con más de setecientos edificios alcanzados, que había soportado, en la retaguardia, a lo largo de la contienda. Así que habían cambiado sustancialmente el urbanismo, la demografía, la producción, etc.

El Ayuntamiento dispuso un nomenclátor, en abril de 1960, que sustituyera al último y ya obsoleto de 1943. Según los datos contenidos en el mismo, nuestra ciudad contaba con: 684 calles, 30 avenidas, 41 plazas, 4 jardines, 5 paseos, 3 pórticos, 4 callejones y las siguientes 18 partidas: Tabarca, Babel, Albufereta, Condomina, Orgegia, Santa Faz, Tángel, Los Ángeles, Villafranqueza, Alcoraya, Bacarot, La Cañada, Font Calent, Monnegre, Moralet, Rebolledo, Vallonga y Verdegás. Un total de 38 barrios configuraban la ciudad y 24.000 casas distribuidas por todo el término municipal, albergaban a una población de 117.204 personas, de las cuales sólo eran de derecho 113.204, según la última rectificación del padrón efectuada el 31 de diciembre de 1958. De este número de habitantes de hecho, 54.824 eran varones y 62.380 mujeres.

Sin duda, un paciente paseante, con dotes de observador, se hubiera percatado de inmediato que la mayor densidad de tráfico rodado se daba en la plaza de Calvo Sotelo, con casi 1.466 vehículos por hora; le seguía, con poca diferencia, la plaza del Mar, con 1.434; y con cifras que sobrepasaban o casi los 800, la plaza de Los Luceros, la Rambla, la Explanada, a la altura del hotel Carlton, y el Mercado Central, es decir, en la confluencia de Alfonso el Sabio con la entonces avenida de José Antonio. Datos de la Delegación de Tráfico que estableció diversos controles, durante todo el año 1959. Naturalmente, entre los vehículos contabilizados, estaban también las bicicletas, los triciclos y los carros. Qué tiempos. Por supuesto, que ya de cara a la década de los 60, «espectacular y prodigiosa», los presupuestos municipales sufrieron un lógico incremento. Concretamente, en 1960, el presupuesto ordinario ascendía a 55.897.208 pesetas; y el especial de urbanismo, a 31.915.502,82. Y en el 61, respectivamente fueron de 60.612.683,35 y de 29.687.068,32. Discúlpesenos tanta cifra. Son claves imprescindibles para conocer un poco más nuestra ciudad: la de hace 30 años, y la de ahora. En cualquier caso, los números tienen su oculta poética y su no menos oculta fraudulencia, cuando se manejan con astucia y sin escrúpulos.




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Alicante se va a París

28 de julio de 1992


Nuestra ciudad bueno, ya saben, su clima, sus tantos días de sol, sus playas, ha enganchado, de muy antiguo, al forastero. Historias de príncipes enamorados o de nobles árabes de la añoranza, aparte, lo cierto es que en el principio fue el «tren botijo», al que ya nos referimos, cargado de madrileños, de paciencia y de sed. Finisecular y bullicioso llegaba a tomarse los baños tan saludables y refrescantes. Y qué ajetreos por el Postiguet y los ya desguazados balnearios («La Gatera», 30-6-92). Claro que todas aquellas buenas gentes aún no eran lo que se dice turistas, sino veraneantes. Y las incursiones apenas silban más allá del Cocó. Las infraestructuras no daban para mucho y la cosa se quedaba doméstica y muy a mano.

Las avanzadillas de extranjeros con el firme propósito de absorberse el sol por unos centavos y de dejarnos perplejos con sus preguntas y osadas extravagancias, se descolgarían en los cincuenta. En el litoral se registró una actividad inusitada y, con alguna frecuencia, lucrativa y desleal. Véase si no. Pero aquella calentura edificativa respetó casi nada: invadió, destruyó, privatizó. Lo estamos pagando todavía y lo que pagaremos. Se había levantado la veda de la divisa, del poderoso dólar. Y todo valía.

Las autoridades alicantinas no anduvieron remisas. Y para promocionar la Costa Blanca se marcharon a París. El jueves, 12 de mayo de 1960, se inauguró una exposición de arte, en la biblioteca de la embajada de España. Se expusieron obras de José Perezgil, quien la organizó, Lorenzo Aguirre, Manolo Baeza, Antonio Bautista Balastegui, Enriqueta Carbonell, Ramón Castañer, Gastón Castelló, Rafael Fernández Martínez, Andrés Forner, Heliodoro Guillén, Manuel González Santana, Enrique Lledó, Vicente Olmos, Francisco Pérez Pizarro, Alfonso Saura, Xavier Soler y Emilio Varela. Y junto a los óleos, a las acuarelas, a los guaches, muestras fotográficas de Alicante, Benidorm, Altea, Elche, Alcoy, Orihuela, Monóvar, Guadalest, Canalobre. Y, en lugar destacado, a todo color; el Misteri d'Elx. Además se proyectó un documental sobre la Costa Blanca, Benidorm y el aún recientísimo Festival de la Canción.

Aquella salida oficial para ofertar nuestros atractivos turísticos, la posibilitó Luis Villó, delegado provincial del Ministerio de Información y Turismo y su equipo de colaboradores. Presidía la delegación, el gobernador civil, Moscardó Guzmán, a quien acompañaban el alcalde, el presidente de la Diputación, el delegado de Turismo. En París, les esperaba el conde de Altea quien invitó a la embajada española a más de doscientas «personalidades de la vida pública» y a los representantes de unas ochocientas agencias de viaje. La crónica de tan venturosa iniciativa la escribió Timoteo Esteban, por entonces director de INFORMACIÓN. Lo tenían claro: el sol era una fuente de calor y de recursos económicos. Hoy se nos exige más. Como ya están descongelados, no se avienen.




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Pista a Cartagena

29 de julio de 1992


En cualquier caso, se trata de un anticipo que en su debido momento ratificaremos, pero en el año 1955, ya estaba esbozada una pista que iba desde Cartagena a Barcelona, por Alicante. Para que vean cómo las polémicas de hoy tienen sus antecedentes. No obstante el anteproyecto se mantuvo, durante algunos años, en silencio, hasta que se encontró el momento adecuado para sacarlo a flote y darle aire. Ese momento fue, según este mismo diario, en mayo de 1960.

Solemos documentar minuciosamente los temas que aportamos a nuestra columna, aunque, en ocasiones, algún error habrá de deslizarse. En ésta, y por la propia naturaleza y actualidad de la cuestión, ponemos nuestra confianza exclusiva, aunque interinamente también, en fuentes hemerográficas, hasta tanto en cuanto dispongamos de otros datos más sólidos y abundantes.

Para empezar no se concreta si se trata de autopista de peaje o libre de servidumbre alguna. Aunque por ciertos contenidos de la misma noticia, más que concesión a empresa privada, parece que se trata de un proyecto patrocinado por la ONU, toda vez que su realización se incluirá «en el plan de ayuda americana vinculado, en cierta manera y en lo práctico, al plan de autopistas europeas patrocinado por las Naciones Unidas».

Siempre de acuerdo, con nuestras indagaciones el trazado de la pista tendría su origen en Cartagena, continuaría luego por la carretera del litoral «ya existente», hasta Torrevieja y Alicante, desde donde alcanzaría la villa de San Juan, para desde allí dirigirse a Jijona «pero soslayando en cuanto sea posible la industriosa población turronera, en virtud del quebrado contorno». La sucinta descripción nos informa de que alcanzaría Alcoy «después de evitar el puerto de la Carrasqueta» (?). Y de Alcoy «salvando también los puertos de Albaida y Játiva» alcanzaría Valencia. Las citadas fuentes, algo ambiguas, se refieren a que dicho proyecto o más propiamente un esbozo del mismo lo tenía dispuesto Obras Públicas, cinco años antes de revelarlo o de que se produjera lo que más parece una «filtración».

De todas formas, y aunque procuraremos ampliar y detallar, el informe, hace treinta y dos años, INFORMACIÓN ya puso sobre el tapete un asunto que ha sido recientemente y aún es objeto de controversias. Y una observación: si se fijan en algunos puntos del supuesto recorrido, aquella pista, con todas las reservas que se quieran, tenía algo de oscuramente logístico. Mírenlo con atención.




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Tren entre playas y Corte

30 de julio de 1992


El 25 de mayo de 1858, la reina Isabel II inauguró oficialmente el ferrocarril Madrid-Alicante. Un acontecimiento del que el poeta y periodista Juan Vila y Blanco dejó testimonio escrito: «Desde entonces o poco antes (se refiere a la apertura de la explotación de la línea, el 1 de marzo de aquel mismo año), se han fijado aquí algunos capitalistas más, y por consecuencia, con más concurso a las operaciones industriales. Se ha establecido, no ha mucho, una «sucursal del Banco de España» que tanto favorece a las plazas mercantiles. Desde marzo hay «agencias» que no existían, facilitando a todos la marcha de sus respectivos asuntos: y agitándose están cuestiones importantes sobre mejores que ya no nos es posible prescindir. Desde entonces Alicante vive la vida de las ciudades populosas. Nos han visitado y visitan poblaciones limítrofes: todo Madrid ha venido a ver su puerto, un puerto que no tenía la Corte, un puerto digno de ella...». Hubo celebraciones, homenajes, arco triunfal, simulacro de combate naval. Ya lo saben: Vila y Blanco, el Milton alicantino, levantó acta. Y también fue «cronista de excepción el novelista Pedro Antonio de Alarcón».

A las seis y media de la tarde, llegó el tren inaugural con la regia comitiva. Ramón de Campoamor, enviado del periódico «El Estado» y viajero de aquel convoy, anotó: «Gracias a Dios que llegamos. Un poco magullados, pero, en fin, llegamos». En la estación, esperaban para el rendibú, el gobernador Conde de Santa Clara y el alcalde José Miguel Caturla y Pérez. Ciento dos años después, el 23 de junio de 1960, a las once y media de la mañana, en la misma estación, el gobernador Miguel Moscardó Guzmán y el alcalde Agatángelo Soler Llorca, recibían, al frente de unas diez mil personas, una réplica de tan romántico vehículo: una maquinita pintada de verde, un «primera» encarnado, un «segunda» amarillo y un «tercera» de color chocolate. A bordo, treinta y tres personas, con vestuario de época, el mismo que se utilizó en la película «Dónde vas Alfonso XIII», cedido gentilmente por una firma madrileña. Ayuntamiento y Renfe posibilitaron, con su colaboración, el «centenario y pico» del primer ferrocarril procedente de la Corte.

La curiosa conmemoración se debió a la iniciativa de la comisión del distrito fogueril que presidía Juan Valdés Follana y a las gestiones que uno de sus miembros, Francisco Ibanco Quevedo, llevó a cabo en Madrid, y a todos los componentes de la citada comisión. Gastón Castelló, presidente de la Gestora explicó a la Prensa que con motivo de la celebración del centenario de la primera línea férrea que fue la de Mataró, se construyó, en 1948, una fiel reproducción de aquellos trenes que «nuestros abuelos llamaban titanes, aunque fueran a treinta kilómetros por hora». La Renfe se lo prestó a Alicante. Los «figurantes» subieron en San Vicente. No querían repetir la experiencia de Campoamor.




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Centro de Iniciativas y Turismo

31 de julio de 1992


Cuando la gallina del turismo se les puso a huevo de oro, ni lo dudaron. Poco antes, ya lo hemos dicho, y en París, cantaron el alirón de la Costa Blanca. Había sonado, pues, la hora de darle a todo aquello curso oficial. De modo que de cara el inminente Consejo Sindical, procedieron a la redacción de una ponencia para someterla a la aprobación del pleno, tras el correspondiente debate.

De modo que Luis Villó, Soler Llorca, Gómez Padilla, Lamaignere Vila y Climent analizaron minuciosamente los elementos, factores y posibilidades de desarrollo del turismo, en la provincia. No era tarea nada obvia. Hubo que hacer un pormenorizado estudio climatológico, topográfico, paisajístico, monumental, folclórico, marítimo. Se revisaron alojamientos y medios de comunicación; atracciones de interés, rutas culturales y gastronómicas, puntos de amarre para yates y embarcaciones deportivas. El Castillo de Santa Bárbara fue objeto de un concienzudo examen, por sus características y peculiaridades. Exhaustos, por último, llegaron a la conclusión de que era absolutamente necesaria la puesta en pie de un Centro de Iniciativas y Turismo.

En un significativo fragmento de la ponencia elaborada, se recoge textualmente: «A fin de aunar las sugerencias que todo alicantino y, por qué no, todo visitante a nuestra tierra pueda ofrecer, sería conveniente estudiar la posibilidad de crear en Alicante y con carácter provincial un Centro de Iniciativas y Turismo, al igual que lo tienen otras poblaciones españolas, pero con unas miras más amplias y prácticas que redunden en beneficio del turismo de la Costa Blanca». Le echaron al asunto ambición y entusiasmo, como era de menester.

La propuesta contemplaba, además, una amplia campaña de publicidad conjunta de toda la provincia, con inserción de anuncios en periódicos extranjeros e invitación a informadores especializados en el sector. Y hasta una película de 16 mm., con banda sonora, en francés, inglés y alemán, en la que se exhibieran no sólo playas y parajes naturales, sino instalaciones hoteleras, restaurantes, salas de fiesta, monumentos históricos y artísticos, Fogueres de Sant Joan, Misteri d'Elx, Moros y Cristianos, escenas de montaña y de pesca submarina. En mayo de 1960, se cocía una operación de envergadura.

«Los Consejos Económicos-Sociales Sindicales, con sus reuniones y estudios, están prestando un gran servicio a la patria, con la participación de todos los sectores de la sociedad junto con las autoridades, todo ello siguiendo fielmente las consignas del Movimiento Nacional», había dicho el general Francisco Franco, anterior jefe del Estado. Y miren, sí, aquellos esforzados ponentes consiguieron un pleno.




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Una de piratas (1)

1 de agosto de 1992


El 16 de abril de 1755, tres jebeques argelinos dispuestos para hacer el corso navegaban a la altura de Alicante, avizorando una posible presa. Pero fueron interceptados, inesperadamente, por cinco navíos españoles a las órdenes de «el capitán don José de Flon, oficial de valor, el cual por orden de su Majestad Católica, tenía encargado el comandamiento de estas naves, para ahuyentar de los mares de España a estos corsarios». No se pudo evitar el combate que se resolvió con fiereza. Tanta que a los tres navíos piratas los «metieron a pique» e hicieron esclavos a «todas las guarniciones que escaparon de la muerte». Un total de cuatrocientos veinticuatro moros, «comprendiendo entre ellos al famoso leki Murca, su comandante».

«No hubo de parte de los españoles más que cinco muertos, entre ellos don Pedro Elgnero teniente capitán de una nave de la armada real, en esta ocasión era capitán del cheveco (jabeque) llamado «Gaviam».

El número de heridos es de cincuenta, y de estos don Juan Venero, guardiamarina ya habilitado. Pérdida muy pequeña en acción de consecuencia tan grande».

De estas incursiones corsarias, procedentes particularmente de las costas norteafricanas, nuestra ciudad tenía ya una larga y cruel experiencia.

La crónica pormenoriza batallas navales y desembarcos de gentes reclutadas en la Berbería, para el pillaje, el asalto y la captura de esclavos.

Recientemente, el Archivo Municipal ha adquirido para sus fondos, documentales y bibliográficos, un muy breve opúsculo, titulado «Relación sumaria de un combate sucedido en los mares de Alicante», editado en portugués, en Lisboa, en la oficina de Pedro Ferreira, impresor, «con todas las licencias necesarias», el mismo año del referido suceso. Su autor firma con las iniciales J. F. M. M.

Y aunque nuestra sección suele concretarse, en esta su primera tirada, en temas y asuntos concernientes, por lo común, al periodo comprendido entre 1939 y 1959 o incluso comienzos de la década de los sesenta, nos ha parecido oportuno ofrecer un hecho de casi dos siglos y medio atrás, que, sin relevancia histórica, ha de ser, a buen seguro, de interés para los investigadores; de solaz, para quienes gustan de aventuras; y de precaución para cuantos practican los deportes náuticos. Cuidado no vayan a hundir con la moto acuática, con la tabla de windsurf o con el catamarán, uno de esos espléndidos chevecos berberiscos. Son especies protegibles.




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Una de piratas (y 2)

3 de agosto de 1992


Pues reparen en cómo los chevecos (jabeques) argelinos o españoles iban de artillados; de 14, 22 y hasta 24 cañones. Eso los que tomaron parte en la batalla del 16 de abril de 1755, frente a nuestras playas. Los tres navíos corsarios que fueron echados a pique, formaban parte de una escuadra que partió a hostigar y apresar naves de los Estados Pontificios, Venecia, Génova, dos Sicilias, España y Portugal. Así lo mandó el rey Alí Bajá que no se mostraba muy respetuoso con los tratados de paz, aunque su antecesor, que murió el 12 de diciembre de 1754, sí estaba a partir un piñón con Inglaterra, Francia, Suecia, Dinamarca y Hamburgo, «naciones de las que había recibido considerables presentes».

Estaba claro: su flota ejercía la piratería en los mares Mediterráneos, Adriático, de Levante, Baleárico, y «llegan algunas veces a las islas Azores». Las potencias cristianas, para poner a buen recaudo sus barcos comerciales, les iban con zalemas y regalitos. Aquello era una peste. Pero cuando un buen día pusieron vela unos a Calabria, otros a Cerdeña y Córcega y «tres seguirán el rumbo de España», no se esperaban la escabellina que les iban a infringir frente al litoral alicantino.

El topetazo fue cruento, ya lo hemos dicho. Los argelinos perecieron o fueron reducidos a la esclavitud. De modo que cuando el comandante de la flota borbónica, don José de Flon, entró en el puerto de Alicante, vencedor del todo, figúrense las aclamaciones. El teniente general y corregidor de la ciudad, marqués de Alós, andaba como encandilado. Buen escarmiento para los infieles que no paraban, diantre, en sus tropelías. De inmediato, y tras la gozosa noticia, se despachó un correo expreso dando cuenta del suceso y que llegó «el domingo 20 de abril a Aranjuez, donde se hallaba la Corte».

Fernando VI, melancólico, moderado y pacifista, debió celebrar la buena nueva, con un disimulado aire de decoro y prudencia. Quizá pensó en darse una vueltecita en su nave regia «La Real», de la Escuadra del Tajo, como un gesto elocuente. Por las mansas aguas del río no habría de aparecérsele el semblante desencajado de ningún berberisco.

Pero por estas costas aún hay piratas. Ya no van en cheveco, ni asaltan a la brava torres ni caseríos. Se lo amañan muy bien, con elegancia y buena labia. Pero qué peste. También contaremos esas historias.




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Albufereta sufrida (1)

4 de agosto de 1992


Es un lugar privilegiado y polémico. Ya se habrán percatado. Con cierta periodicidad, levanta ronchas y cada quien, según el bando, las consignas, los conceptos, la razón o la sinrazón, la hace objeto de críticas o de panegíricos. No a la Albufereta propiamente dicha, claro está, sino a las atenciones y cuidados que se le dispensan o se le hurtan; a la higiene de sus arenas y de sus aguas; a su entorno. Miren, a principios de los setenta, un periodista del diario «Primera Página», con máscara antigás, entrevistó a dos turistas, también provistas de máscara antigás. Un emisario no cumplía y el hedor despobló de sopetón el entrañable paraje. La foto, evidentemente desmesurada y cáustica, corrió lo suyo, alarmó al personal responsable, revolicó a más de uno con mando y se armó el lío. Que en definitiva de eso se trataba. Si no, ni caso. Ahora, por ejemplo, el que dice llamarse Puertoamor está sobrevolándola, entre la voracidad y la cicatería. Y así, siempre.

Histórico objeto de diáfanos intereses, muchos la evocan aún con sus chiringuitos y sus tendederos de ropa íntima, sus cantinas de «paloma» y «canario»; de cerveza y café con unas gotitas de «Machaquito»; su pulpo y su salazón. Perdonen, pero no digan que todo aquello no tenía su estilo, tan peculiar, tan franciscano, tan prójimo. Y usted se iba en tranvía, hasta Vistahermosa, y luego de caminante bien asoleado; o en el trenet y se lo dejaba en el apeadero; a pie, por la carreterita de la costa, y contemplaba el impresionante espectáculo de los canteros de la sierra de San Julián, descolgándose con cuerdas, qué temerarios y cuánta necesidad, por las altas paredes de piedra viva -piedra de templo y palacio, de casa consistorial y muralla-, hasta hincarle el rejón de la dinamita, justo en su sitio. Entonces, usted se pegaba un sprint, por si acaso se le desparramaban encima unos quintales de futura ciudad. No, no digan que todo aquello no tenía su miaja de encanto y de incentivo.

Mediados los cincuenta, le llegó su turno al camping. Al otro lado de la carretera, al que se accedía desde la Albufereta por bajo el puente. El primero del municipio y muy probablemente de la provincia. Un camping al dudoso cobijo del cañaveral, porque impepinablemente cuando llegaban las riadas se llevaban por delante sacos de dormir, tiendas de campaña, remolques y turistas con untes de zanahorias, para el bronceado.

Qué escenas, si las recuerdan. O si no, imagínenselas. Hasta que, por fin, se presentó la modernidad. En serio.




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Albufereta, qué sufrida (y 2)

5 de agosto de 1992


La modernidad se presentó en la Albufereta. Primero, desguazaron la mugre: «Barracones y chiringuitos de madera, insalubres y antiestéticos, y se dio paso a los proyectos municipales que habían de aportar, mediante costosas inversiones, adecuados pabellones de baño, con las precisas instalaciones complementarias de gas, sombrillas, sillas y sillones, y amplia zona de aparcamientos de vehículos». En el ínterin, zarandearon las arenas, las rastrillaron tal y como si las despiojasen. Y finalmente «surgieron, junto al mar, los chalets y hotelitos, las edificaciones que brotaron como por encanto en las estribaciones de la Serra Grossa, todo en suma forma un conjunto de grata visión, una perspectiva de matices juveniles y multicolores». Y de especulación, y de privatización y de favoritismos, y de compadreos. Ya se dirá, ya, en su correspondiente casilla.

El entusiasmo se desbocó. Se aseguró que el camping había internacionalizado la playita y que la pequeña bahía era idónea para los deportes náuticos. Había que prepararse, pues, para recibir a un turismo de calidad.

En agosto de 1960, se diseñó una nueva Albufereta, el Ayuntamiento dio licencias para construir cinco bloques, con un total de ciento treinta viviendas, «en la ladera de la sierra de San Julián, o Serra Grossa, recayente al mar y a la carretera de la playa, que ocuparán una superficie de diez mil metros cuadrados». A doce millones de pesetas ascendía el presupuesto de «See-Nlick» que en alemán significa «VistaMar».

La urbanización la promovía don Ángel Piñuelas, de Madrid y quien «junto con Ulpiano Iglesias está llevando a cabo, en Elche, una nueva barriada llamada San Antón, con 1.008 casas de renta limitada». El autor del proyecto «es Paco Muñoz, jefe provincial de Urbanismo y teniente de alcalde del Ayuntamiento». Por su parte, «el constructor Paco del Cerre aseguró que estará concluido el próximo año». La prensa advertía que además de la iniciativa municipal, también participaba en la marcha de aquellas obras «la privada, por fortuna». ¿Para quién? Aunque, en verdad, a muy pocos se les oculta ya. La calentura edificatoria subió tanto que parte de la antigua necrópolis se esfumó como una pesadilla y poco faltó para que las excavadoras pulverizaran del todo los vestigios de nuestros orígenes. Ay, congoja pertinaz y ansiosa, buen Lucrecio.




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La Alcaldía, 9 años después

6 de agosto de 1992


Casi nueve años permaneció Agatángelo Soler al frente del Ayuntamiento de Alicante. En sesión extraordinaria del pleno municipal del 30 de septiembre de 1963, se vio el único punto del orden del día, cuyo lacónico texto decía: «Acto de despedida por cese de don Agatángelo Soler Llorca, como alcalde-presidente del excelentísimo Ayuntamiento; por haberle sido admitida la dimisión del cargo, por el excelentísimo señor ministro de la Gobernación». El primer teniente de alcalde y delegado de Tráfico Sorribes Mora gestionó la administración local durante un mes y medio, en funciones.

Justamente hasta el plenario del 14 de octubre del referido año. Fecha en la que accedió a la Alcaldía Fernando Flores Arroyo. Presidió la toma de posesión el gobernador civil Felipe Arche Hermosa, de apariencia afable y dado a los placeres de la buena mesa. Y se cumplió el protocolo de acuerdo con la fórmula que establecía el artículo primero del decreto de la Presidencia del Gobierno 2184/1963, del mes de agosto último. Flores Arroyo compareció en el salón, acompañado por los tenientes de alcalde José Cartagena Sempere y Gaspar Peral Baeza. Luego, y de acuerdo con el ceremonial, se arrodilló frente al crucifijo y depositó la mano derecha sobre los Evangelios.

De viva voz, exclamó: «Juro servir a España con absoluta lealtad y al Jefe del Estado, guardando estricta fidelidad a los principios básicos del Movimiento Nacional y demás leyes fundamentales del Reino (...)».

Seguidamente, Juan Sorribes, en su condición de alcalde accidental, le hizo entrega del bastón de mando y de las insignias del cargo. Ya investido, Fernando Flores tomó asiento en la mesa presidencial. Prácticamente, la ceremonia había terminado. Era la siempre y, aunque bien disimulada, temida hora de los discursos, de la solemne grandilocuencia, de las promesas programáticas. Pero, no. Cuando menos, el acta correspondiente no recoge, como en otras ocasiones ni el énfasis, ni la exaltación, ni el elogio. Concluye así de emotivo y simple: «Entre grandes aplausos, el excelentísimo gobernador civil da un abrazo de felicitación al nuevo alcalde de Alicante e inmediatamente después se canta el himno de la Falange, pronunciando las invocaciones finales la primera autoridad provincial (...)».

Al año siguiente, los presupuestos son ya de 89.580.235,54 pesetas, el ordinario; y el especial de urbanismo, de 37.258.636,49.

Al margen del ringorrango oficial, los jóvenes enamorados continuaban, arriba y abajo, por aquella Explanada de confitería y los refugiados piedsnoirs apañaban sus papeles y se ponían a llenarnos la ciudad de pressings y snacks. La poésie fout l'camp Villont, cantó Leo Ferré.




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Postiguet Kaput (1)

7 de agosto de 1992


Pues en un tris estuvo el que los jerifaltes de Madrid no arramblasen con la playa del Postiguet, con la playa de los balnearios, como se la llama en los papeles oficiales. Y todo por la estación clasificadora para los ferrocarriles del puerto, ¿la recuerdan? Estaba junto al Paseo de Gómiz y rodeada, desde 1911, por una espléndida balaustrada de cantería y hierro forjado. La Junta de Obras del Puerto (creada en 1901) edificó unas escalinatas que daban acceso a una pasarela metálica para pasar a los baños. Aquella estación también fue utilizada como apeadero por la compañía de Ferrocarriles Estratégicos y Secundarios: el trenet, y sobra. Antes y con objeto de que los vagones con destino al muelle de Levante pudieran maniobrar, se instalaron, frente al Hotel Palas, dos placas giratorias contiguas y así, hasta 1880. Más tarde y sobre los terrenos ganados con el derribo de las murallas, se construyó la dichosa estación clasificadora que en 1949, a punto estuvo de tragarse el Postiguet, ¡menudo sobresalto!, ¿no? El 20 de junio de tal año, el presidente de la Junta de estudios y enlaces ferroviarios, comunicó al Ayuntamiento que ya estaban ultimados todos los extremos relativos a la referida estación y que si la corporación deseaba informarse del proyecto y de las conclusiones, podía enviar a su representante para que los examinase, en la sede de dicha junta, en Castellana, 13, de Madrid. El pleno del 13 de aquel mismo mes, había elegido para esa función al concejal e ingeniero industrial, don Manuel Ibáñez Rodes. Pero don Manuel no se dejó convencer y tuvo que hacer el viaje el propio alcalde don Francisco Alberola Such. ¡Y cómo regresó!

Les dio cuenta a los ediles, en sesión del 28 de julio del 49, de la visita y se lamentó de que a los cabildos no asistiese «una nutrida representación del pueblo alicantino para que viera cómo se preocupa el Ayuntamiento de los problemas de la ciudad». Luego, agregó que había hasta tres proyectos y que efectivamente «el elegido es precioso», pero que de llevarlo a cabo, haría desaparecer la «playa de los balnearios». Claro que se les prometió que al ejecutar las obras se compensaría a Alicante con una playa artificial más amplia y moderna. El concejal Carbonell le preguntó si «alguien garantiza que se va a proceder así». Y Alberola Such repite que no y añade: «Si el sentir de los alicantinos es que no se corte la playa natural, él la defenderá, con toda corrección, pero con la mayor energía». Una actitud cabal y muy prudente. Nadie se jugaba ni una perra chica de confianza. Qué vista.




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Postiguet Kaput (y 2)

10 de agosto de 1992


Pero que ni una perra chica. Y es que el proyecto se las traía. Fíjense en la descripción que hace el propio alcalde y que consta en acta: «Se forma un triángulo, uno de cuyos lados es el actual paseo de Gómiz, hasta la escalinata que une la playa llamada de los balnearios con la que se extiende debajo del Arrabal Roig; otro lado lo constituye la escollera, partiendo del recodo que forma el muelle en la Aduana, hasta llegar a la curva del brazo del muelle; y la hipotenusa del triángulo une el final del paseo de Gómiz con la curva que forma el muelle», ¿lo entienden? Pues nosotros, otro tanto.

Así «desaparecerán las dos vías que existen entre las dos verjas, pudiendo continuar la Explanada, hasta el final del paseo de Gómiz». La nueva estación de clasificación había de levantarse en aquella superficie y «sobre la línea de la hipotenusa y en el espacio sobrante se establecen jardines y un paseo marítimo precioso». Sin perder el sentido de la responsabilidad a pesar del galimatías, el señor Alberola Such manifestó que «el proyecto le parecía ideal y que él mismo como ciudadano, bendeciría a quienes lo han confeccionado, si su emplazamiento fuera en cualquier otro lugar que no fuera éste, pero que al tener que tocar la playa, se reserva su entusiasmo porque esa playa es de los vecinos humildes de Alicante que no pueden desplazarse a San Juan y por tanto la belleza del proyecto no compensa este beneficio actual del vecindario, que puede decir que tiene la playa en la población, y sin ningún esfuerzo puede llevar a sus hijos a ella».

Asunto polémico, con guinda, como se verá. Agatángelo Soler, concejal por entonces, preguntó si «el Ayuntamiento puede oponerse como hace el de Madrid cuando un proyecto va contra el ornato y el interés de la población». Y el alcalde afirmó algo que nos deja perplejos: «Dice que le han dicho que el Ayuntamiento tiene realmente aprobado el proyecto, pero que él cree que no está resuelto como parece que ha podido colegir en Madrid, cuando le han pedido su complacencia, y él contestó que si estaba aprobado no la necesitaban, porque en cuestiones de Derecho Administrativo no hay complacencias, sino ejecutar los acuerdos una vez tramitados y cumplidas todas las prevenciones de obligatoria observancia; y si es que no estaba definitivamente aprobado, no podía dar su complacencia, porque sabía que parte de Alicante no lo quiere y que por eso decía que debe recogerse la opinión del pueblo». Certero. Soler Llorca abundó en que la posibilidad de cargarse el Postiguet había producido una unánime indignación. El presupuesto previsto para tan descabellado triángulo era de veinticinco millones y el plazo de ejecución de tres años, con la playa artificial, sobre la hipotenusa, incluida. Anda ya.

Mucho más tarde y superado el envite, se procedió a la remodelación del paseo de Gómiz. Fue a partir de 1966. Desapareció la estación clasificadora, la balaustrada y las palmeras en su torno. Se clausuró el 17 de abril de 1967, gracias a la presión multitudinaria de los alicantinos.




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Alarma en San Nicolás (1)

11 de agosto de 1992


Según nuestros informes, el mal de la piedra ya le ha puesto cerco a la concatedral. María Teresa Vilches nos pasa el aviso a toda prisa y con más que justificado recelo. Y casi de inmediato, nos ponemos en contacto telefónico con el párroco, don Ildefonso Cases, que está al quite y no le pierde la pista al probable deterioro de los viejos sillares: «Hay indicios de erosión», nos confirma. Y convenimos una cita para charlar sobre el asunto. Cita que ya se habrá consumado, cuando esta columna se apuntale cualquiera de estas madrugadas ardientes.

Por adelantado y, tal vez, con algo de apresuramiento, antes de manejar más datos y opiniones técnicamente autorizadas, nuestra sección y nuestro periódico, darán el clarinetazo, si así fuera oportuno. Apostamos, en tal supuesto, por una movilización unánime de los alicantinos, cualesquieran que sean sus credenciales. El desarrollo de la conciencia cívica y un mayor conocimiento de nuestro escaso, pero valioso, patrimonio artístico y monumental, hace previsible una respuesta contundente, generosa y generalizada. Que no se repita el caso flagrante de Santa María a la que la Generalitat va a administrarle los recursos necesarios para evitar su progresiva degradación. Entre Santa María y San Nicolás se escriben las capitulares de nuestra historia medieval, islámica y cristiana. Cuidado, no nos lo pasemos por alto, ni por los forros del menfotismo tan recurrente y hospiciano. Atentos, pues.

Hay un precedente, aunque muy otras eran las circunstancias. El 30 de septiembre de 1960, en sesión plenaria que presidía accidentalmente Juan Sorribes Mora, se aprobó una moción de la Alcaldía, relativa a la apertura de una suscripción popular, con destino a las obras y nuevas instalaciones que precisaba la catedral de San Nicolás y que el Ayuntamiento abrió con 100.000 pesetas. En el entonces vigente Concordato entre el Vaticano y el Estado español, de 22 de agosto de 1953 (BOE de 19 de octubre) se contemplaba que éste «además de por sí, o por medio de las corporaciones locales interesadas, contribuirá con una subvención interesada extraordinaria a los gastos iniciales de organización de las nuevas diócesis, en particular subvencionará la construcción de las nuevas catedrales (...)». Pero además de este párrafo al que naturalmente se recurrió, hubo por parte de nuestro consistorio otras consideraciones de carácter estético y memorable: «Y teniendo en cuenta de otra parte que San Nicolás fue la primera iglesia de estilo herreriano efectuada después de la de San Lorenzo del Escorial, y es obra de arte histórico monumental, y por lo tanto, corresponde a nuestra competencia venir en su ayuda (...)». En fin, que las arcas municipales aflojaron veinte mil duros y no exactamente para extirpar un mal lento pero inexorable.




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Alarma en San Nicolás (y 2)

12 de agosto de 1992


Muy puesto, como corresponde, el presidente del cabildo catedralicio visitó al alcalde Agatángelo Soler y le planteó la necesidad de llevar a cabo «diversas obras de fábrica del edificio, corregir las vías de agua en varios muros, cúpula y sobre el claustro, en uno de cuyos lienzos ha venido a ceder, sobre la tejería, sobre la cual se apoya; ampliación del presbiterio, pues con la elevación a concatedral, se eleva el número de canónigos y beneficiados, y también queda elevado el número de concejales, desde la primera erección. A más, hay que dotarla de ornamentos sagrados, para las funciones propias de catedral».

Con el concordato en la mano y aquella relación de reparaciones y mejoras, los ediles recapitularon: el 24 de julio de 1600, la hasta entonces parroquia de San Nicolás fue erigida en colegiata insigne. Pasaron más de tres siglos y medio, hasta que el 9 de marzo de 1959, Juan XXIII, decidió concederle la categoría de concatedral.

Y naturalmente se echó mano de la Santa Faz. Tal y tanto era el júbilo que «todos acordamos con gozo la traída del Lienzo Verónico, para la ejecución de la misma, cuyo hecho ocurrió el 15 de agosto de 1959».

Con los acreditados antecedentes sobre la mesa, la moción de Alcaldía tenía que prosperar. El Ayuntamiento pleno juzgó adecuadamente y sentó en el acta el acuerdo de «conceder cien mil pesetas a la concatedral de San Nicolás, para ayuda de los gastos que han ocurrido o que ocurran por tal honra de elevación de categoría que Alicante bien merecido tiene, figurando como aportación primera a la suscripción que se iniciará con tal motivo».

Cuando el aragonés Jaime I reconquistó Alicante para su yerno Alfonso X el Sabio de Castilla, reunió a los caballeros de la aún villa en la «esglesia d'Alacant, en la novela de fora (en San Nicolás), no en la major (Santa María)», en 1265. Entonces los maestros canteros desconocían esa enfermedad que disuelve la piedra, como un azucarillo, en el pozalito del tiempo, y nos asola las referencias épicas y urbanas. Toda ciudad contiene dentro otra; y ésta, a su vez, una tercera; y la tercera, una cuarta. Y así, sucesivamente, como el bonito juego de las muñecas rusas.

San Nicolás reclama ahora su oficio de siglos. Y es asunto que concierne a la ciudad, en su conjunto. Si se dispara la alarma, y de eso ya hablaremos, cada quien responderá como se debe: a pie de ciudadanía.




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Semáforos: la nueva frontera

13 de agosto de 1992


El último domingo, en estas mismas páginas, Jerónimo Playa, ingeniero técnico responsable de la central semafórica nos leía la cartilla: la abrumadora circulación de las horas punta desborda la red y nos descontrola.

Ya saben demasiado bien, y qué calores se pasan, cómo se encabritan los motores en la calle de San Fernando, en la avenida del Conde de Vallellano y, naturalmente, en la plaza del Mar. Hay que echar mano de los agentes que si no, paciencia y barajar.

Y, sin embargo, en 1960, nada. Cada uno a su pedal. Aunque eso sí, ya se pensaba instalarlos. Aunque la opinión pública, muy sensibilizada con el invento, reclamaba prioridades: antes que la plaza Puerta del Mar, la de España, donde «la circulación es extraordinaria y los accidentes, frecuentes». Luego rebajaron las exigencias a una mayor presencia policial y las rayitas blancas del paso de peatones. Lo de «cebra» aún quedaba como muy cinegético y exótico.

Los primeros semáforos que se levantan frente al Mercado Central, en la avenida de Alfonso el Sabio, a finales de los cincuenta, nos pusieron una nota de ufanía y admiración. Casi todos acudieron a ver el prodigio. Con aquellos artilugios urbanos que recordaban algo a los arbolitos de Navidad, entrábamos en el cuadro de honor de las ciudades más populosas. La gente permanecía espiando la luz roja, muy tensa y concentrada. Luego, cuando cambiaba a verde, salía a todo meter, en plan velocista, por si no le daba tiempo a cruzar la calle y la media docena de autos se le venían encima. Qué de zozobras y apuros. Además, como no teníamos costumbre, había quienes se los saltaban inocentemente, ante el berrinche de los guardias que le pegaban con ganas al silbato, mientras enarbolaban el talonario de multas y lo agitaban como un trofeo.

En octubre del citado año, el delegado de tráfico y teniente de alcalde Sorribes Mora anunció que, en breve, se regularía el tráfico peatonal y rodado en el Portal de Elche y la Rambla: pasos de rayas y catorce aparatos. Pero además también se iba a poner una «caja registradora central, dotada de cuatro motores auxiliares que controlarán todo el servicio y evitarán que con el exceso de carga se produzcan averías frecuentemente como ocurre en Alfonso el Sabio».

Y miren si éramos laboriosos y apañados que aquellos artilugios se montaban en los talleres municipales, donde siempre ha habido excelentes profesionales y «manitas» fuera de serie, que se lo digan a Ginés si no.

Sin duda, aquellos primeros semáforos fueron el despertar de la nueva frontera urbana. Hoy, la pesadilla.




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El último alcalde de la República

14 de agosto de 1992


A Ramón Hernández Fuster la alcaldía le duró a malas penas nueve días. Y qué nueve días de zozobras, con la República haciendo agua en el mismo puerto de Alicante y los legionarios italianos de Gambara cantándole la Giovinneza, mientras ya los miles de prisioneros del franquismo enfilaban la carretera hacia el legendario «Campo de los Almendros» que noveló, en la distancia y en la pesadumbre, Max Aub.

El 21 de marzo de 1939, bajo la presidencia del segundo consejero delegado de distrito, Rafael Ibáñez Llobregat, se celebró sesión extraordinaria, de acuerdo con el oficio del gobernador civil, para proceder a la elección de alcalde o más exactamente de presidente del consejo municipal, por cuanto quien lo ostentaba hasta entonces, Ángel Company Sevila, había dimitido.

Los resultados del primer escrutinio dieron los siguientes resultados: Ramón Hernández Fuster, siete votos; papeletas en blanco, cuatro. Juan Guerrero Ruiz, secretario del Ayuntamiento, advirtió que el candidato no había obtenido la mayoría que determinaba el artículo 51 de la vigente legislación municipal en aquel tiempo. La incorporación al pleno del consejero o concejal Rafael Pagán Navarro sería determinante. Se procedió a una nueva votación y el recuento facilitó a Ramón Hernández los ocho sufragios necesarios. Proclamado alcalde o presidente del consejo municipal, pronunció unas breves palabras y concluyó con un «viva a la independencia de España». A la histórica sesión asistieron además: José Cañizares, Rafael Jornet, Emilio Mira, Vicente Lillo, Vicente Maltés, Miguel Llorente, Isaac Nogués, Vicente Mira y Felipe Muñoz, miembros todos ellos de la corporación.

En su corto y turbulento mandato, Hernández Fuster, sólo tuvo ocasión de presidir la sesión ordinaria correspondiente al día 23 que se resolvió con aparente normalidad. Una semana más tarde, el citado secretario Juan Guerrero Ruiz, dejaría constancia de la constitución de la Comisión Gestora designada por los mandos del ejército de ocupación. La alcaldía-presidencia, como ya hemos dicho reiteradamente, la ostentó Ambrosio Luciáñez Riesco.

Ramón Hernández volvería a los salones municipales para ser sometido a juicio sumarísimo, semanas después de estos episodios. Militante del partido sindicalista y miembro anteriormente de las Juventudes Socialistas, fue condenado a treinta años de reclusión mayor. Pero en el 43, le llegó el indulto, cuando se encontraba en el penal del Dueso. Murió en abril de 1988 y entonces, en estas mismas páginas, lo recordamos respetuosamente.

Escribimos: «En el libro de actas municipales, entre la última de la corporación republicana y la primera de la franquista, hay dos hojas en blanco». Un espacio suficiente para despegar nuestra crónica.




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Un piso en virgen del Remedio

15 de agosto de 1992


En enero de 1962, el alcalde Agatángelo Soler acompañó a un grupo de periodistas de Valencia a visitar, la llamada, por entonces, colonia «Virgen del Remedio». «Había edificados diez bloques, con unas mil viviendas, y faltaban, según el plan, otras mil quinientas». El alcalde manifestó que aquella amplísima urbanización se debía «al gran interés del gobernador civil, Miguel Moscardó Gusmán, y al delegado provincial del Ministerio de la Vivienda. La gestión municipal respecto del incipiente barrio se canalizaba a través del departamento de Fomento y Construcción.

El coste de los pisos oscilaba entre las 495.000 pesetas y las 57.500. Pero advirtió que a cada una de dichas cantidades había que añadirles 30.000 más para obtener su valor real, si bien «esos seis mil duros los concede el Ayuntamiento a fondo perdido a cada comprador». De modo que el resto se pagaba abonando aproximadamente la mitad a la entrega de llaves, y la otra mitad como préstamo amortizable en doce mensualidades.

El reportero de INFORMACIÓN, Pepe Vidal Masanet, se refiere a sus promotores y cita concretamente al valenciano Alfredo Corral Cervera y a Luis Gimeno Brotons, de Alicante. Y puntualiza: «No es difícil aventurar que en el ámbito nacional se está batiendo un auténtico "récord” de economía en la edificación, dentro de la iniciativa privada, y que en Alicante y en la colonia "Virgen del Remedio” se ha puesto en práctica un ritmo de trabajo verdaderamente inédito».

En el estudio de Félix Pillet Capdepón «Un barrio de la inmigración en la periferia de Alicante: Virgen del Remedio», se data el origen del barrio en 1960, cuando la empresa Construcciones Benacantil, S.A. (COBENSA), compró unos terrenos en los que inició la edificación, y fija la población en 2.054 personas, para 1962, y de 16.745 para diez años más tarde, cuando se está finalizando la última fase. La superficie útil de la vivienda ya ha pasado de 45 metros cuadrados a 89, y el precio real de 53.000 pesetas a 472.000 en el periodo 1971-1973.

«Queremos hacer constar aquí -afirma en la introducción- el importante trabajo realizado desde 1974 por la Asociación de Vecinos la Virgen del Remedio que ha luchado día a día por conseguir para su barrio un nivel higiénico y un equipamiento social más acorde con sus necesidades. Con su esfuerzo ha logrado que aumentara el número de aulas y centros de enseñanza, contribuyendo también decisivamente a fomentar las actividades artísticas y culturales». Esto lo escribía el autor del citado estudio en 1979.

Pero desde entonces han pasado muchas cosas. Del antes y del después, saldrán, en su momento, varias columnas, algunas incluso salomónicas. Para «Virgen del Remedio» hay que tirar de lupa. Se lo ha ganado.




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Maestros de ciegos

17 de agosto de 1992


Ya ven por donde, hace ciento treinta años y casi de chamba, nuestra ciudad dio en disponer de una escuela de ciegos. Y todo merced a la iniciativa de un ilicitano que se afincó en Alicante y se empecinó en llevar a buen término un proyecto benéfico que apenas si, en un principio, contó con favor ni asistencia ajenas. Don Tomás Aznar Sánchez, azacanado e indoblegable frente a la adversidad y el portazo, comenzó sus clases para invidentes, con el curso académico de 1862. Casi sin percatarse y empujado por el entusiasmo, se había colado de rondón en una empresa mitad heroica, mitad descabellada. Pero pudo el entusiasmo y la obstinación de aquel pedagogo iluminado.

Las fuentes nos las proporciona el cronista Martínez Morellá, en base a un folleto de dieciséis páginas, en cuarta, publicado en la imprenta Carratalá y Gadea, en 1880, y titulado «Reglamento de la Escuela de Ciegos de Alicante costeada por la excelentísima Diputación Provincial y dirigida por su fundador don Tomás Aznar Sánchez». Pocas referencias más, salvo, las que se facilitan en el «Bosquejo histórico sobre el origen y desarrollo de la imprenta en Alicante y su provincia», de Manuel Rico García.

Sin embargo, no lo encontramos registrado en la exhaustiva «Bibliografía de la Ciudad de Alicante», aparecida recientemente, con motivo del quinto centenario de nuestra ciudad. De donde lamentablemente se desprende su probable pérdida o destrucción, o su presencia en alguna biblioteca privada, en cuyo caso, y ojalá fuera así, nos permitimos un llamamiento para conseguir unas copias con destino a nuestros archivos local y provincial.

Sí sabemos que Aznar Sánchez recurrió a la Diputación, mediante instancia, sin que en aquel entonces la precariedad de las arcas le permitieran allegar más recursos dinerarios que una escasa y esporádica subvención. Hubo que apelar, pues, a la generosidad de algunos particulares, con objeto de mantener en pie tan loable gestión. Así, hasta que, años después, como se deduce del citado reglamento, la Diputación estuvo en condiciones de hacerse cargo de la escuela.

Tomás Aznar Sánchez murió el 5 de febrero de 1908. Pero su obra continuó tutelada y dirigida por el poeta, dibujante y maestro don Francisco Just Valentí. Cuando se cumplió el primer centenario de aquel establecimiento docente, la ONCE lo conmemoró.

Hoy, por fortuna, los ciegos tienen en Alicante el Centro de Recursos «Espíritu Santo» y algunos van a participar en los Juegos Paralímpicos, después de una intensa preparación. Esperemos que regresen con metal sonante.




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Estado de guerra

18 de agosto de 1992


La que se montó en junio de 1896, no vean. Muchos de los cuarenta y tantos mil alicantinos que se contaban, por entonces, acogotaron al Ayuntamiento. Y nada de los descamisados que siempre reciben las bofetadas, aunque también, sino principalmente de los respetables tenderos quienes, a consecuencia de la aprobación de cinco nuevos arbitrios, para formar el presupuesto municipal de aquel año, organizaron la Junta de Defensa del Comercio, seiscientos de ellos se dieron de baja en la contribución, echaron el cierre de sus establecimientos e iniciaron una movilización popular de tan incalculable alcance y virulencia que después de apedrear la vivienda del alcalde conservador don José Forner y Pascual del Pobil y Martos, barón de Finestrat, y de otros edificios privados y públicos, arremetieron contra el fielato de consumos y tiraron al mar cuantos documentos encontraron a su paso. Un motín por todo lo alto, incluyendo enfrentamientos con las fuerzas de la Guardia Civil.

Imagínense cómo las pasarían el barón de Finestrat y el resto de los ediles: Enrique Ferré Vidiella, Mariano Mingot Shelly, Julio Corona Berenguer, Alejandro Sandoval y Bassecourt, Juan Navarro de Castro... Pero la crisis económica azuzó la presión fiscal del Estado y de la Administración Local, hasta que la irritación de la mediana y pequeña burguesía y de las clases trabajadoras saltó por donde buenamente pudo, dando así lugar a un conflicto social de considerable repercusión.

Tanta que, el dos de julio, el general José Márquez Torres, gobernador militar de la provincia de Alicante declaró el Estado de guerra y publicó la ley marcial «en esta ciudad y su término». A raíz de las dimensiones que había adquirido la protesta ciudadana y del sombrío cariz que tomaron los acontecimientos, la corporación municipal celebró sesión extraordinaria, el 10 del mismo mes, bajo la presidencia del alcalde accidental Ferré Vidiella, para echarse atrás en lo que respecta a los arbitrios aprobados el 16 de mayo de 1896. Las actas están ahí y son, en verdad, de muy copiosa retórica: Alicante había de figurar, en plazo próximo, no tan sólo como ciudad marítima y comercial de las de mayor importancia, sino también como una de las mejores estaciones de invierno. Con el propósito de llevar a efecto tales mejoras se sustanciaron los nuevos impuestos. Impuestos que desaparecerían o sufrirían una considerable rebaja, tras aquellos incidentes.

El estado de guerra se levantó el 15 de julio, tras el frenazo municipal al aumento presupuestario y después de que los soliviantados ánimos se encalmaran. Dos años más tarde, volvería la ciudad a amotinarse: el deterioro del poder adquisitivo de los obreros y de la burguesía mercantil no se había detenido.

Algo menos de un siglo de tan graves conflictos, dense cuenta, nuestros concejales se alarman o, cuando menos, se mosquean por una pacífica sentada o por una cívica protesta. Pues, miren, hoy el vecindario es paciente y dócil como nunca. Que se enteren.




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De la figa a la «bienpagá»

19 de agosto de 1992


AY, los voceados cupones de los ciegos y su fascinante onomástica, qué historia de prodigios y cuánto ingenio. Por imperativo de nuestro trabajo y como en tantas otras ocasiones, tuvimos que apresurarnos en la consulta y en la indagación de sus confusos orígenes. Y llegaron de inmediato los viáticos de Gaspar Peral Baeza, quien nos remitió a las investigaciones de Miguel Juan acerca del enigmático y curioso juego del bisbís, un tablero con números y figuras, y a los estudios del profesor Biel Sansano; en tanto Delfín Burdio Gracia de la ONCE, nos relataba detalladamente cómo los ciegos se agremiaron en la última década del pasado siglo, en Alicante después de Barcelona, y se sacaron el invento de la rifa, tan peculiar, tan pintoresca, allá por los años veinte, para agenciarse la vida. Y de por medio, también los versos de J. Cavanes sobre el nombre de los números de Elche, con tantas coincidencias con los de aquí.

Luego, agobios y zozobras. Los prohibió la Segunda República o cuando menos alguno de sus gobiernos, bienintencionadamente, pensamos, ya que, a lo mejor no les parecía de recibo. Pero volvieron, en la inmediata posguerra, con toda su carga de ilusiones, porque en este país, ¿quién lo dijo?, la gente sólo confía en el milagro y en la suerte. Por las esquinas, escuchamos de nuevo esa retahíla tan sonora de cien nombres y que se estira del galán a la muerte, metiendo en el recitado hasta la Explanada, y a los foráneos los deslumbra y los descoloca de tanto asombro, si es que andan de paso, que si no, le toman afición de seguro.

Pues en un principio, nos cuentan, la rifa se practicaba con un artilugio parecido al de los barquilleros, una ruleta de calle y de fervores, con un centenar de casillas, y en cada casilla una figura; y en cada papeleta una de aquellas figuras. Luego el golpe de fortuna o la decepción que se disipaba con el nuevo día. Hoy me toca, vaya que sí.

En los años cuarenta y cincuenta, se produjeron dos nuevas prohibiciones o mejor amputaciones: una de carácter eclesiástico; otra, gubernativa. Y es que había que velar por la moral, por el respeto, por el decoro. En fin, cosas de un tiempo transitorio que la chispa de los vendedores ciegos, con la complicidad de su clientela, remontaron en un tris. Y se cambiaron, tan sólo para vocearlos, los nombres de la vergüenza y del escándalo. Y así, a la mierda le pusieron la porquería; a las monjas, las cariñosas; al fraile, el cariñoso; y a la figa, «la bienpagá». Y que cada quien cavile y se saque sus conclusiones. Picaresca de mucha coña que preservó una de nuestras entrañables y grandísonas tradiciones populares.




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Macho Hércules

20 de agosto de 1992


Justamente el 18 de septiembre de 1932 se inauguró el estadio de Bardín, en Benalúa. El equipo local se las vio con el Real Madrid, como pedía un público enfebrecido y una nómina de socios más que abultada. Perdió por dos a cero, pero qué acontecimiento. Por once mil pesetas, lo consiguió el propio Renato Bardín tras negociárselo amigablemente con Pablo Hernández Coronado, Luis Coppel y Santiago Bernabeu. El desembolso se compensó con una recaudación de seis mil duros, un buen pellizco. Allí estaban Quincoces, Ciriaco, Zamora y los herculanos Maciá, Torregrosa, Ramonzuelo. El saque de honor le cumplió Lolita Bardín. El estadio se construyó velozmente sobre los planos de Juan Vidal y de Miguel López, y el costo de las obra rondó las setecientas mil pesetas, de las de entonces, que hoy serían la tira de millones.

El «Hércules, F.C.», meses antes, concretamente el 10 de julio del mismo año jugó su último partido en el Campo de La Viña o de La Florida, contra el Deportivo Alcoyano y lo batió por siete goles a cero. Pero cuando demolieron el Estadio en 1963, regresó a sus viejos cuarteles.

Curiosamente, el primer ascenso a la división de honor se produjo en la temporada 1934-35; el segundo, en 1944-45; y el tercero, en 1954-55, siempre dentro del periodo de tiempo que estamos indagando, y en su nuevo terreno. Aquella coincidencia hizo que los videntes pronosticaran para el equipo blanquiazul, siempre y cuando no variaran las circunstancias, su presencia en primera, cada diez años. Vaticinio que encandiló a sus numerosos e incondicionales hinchas que se deshacían en piropos: ¡Macho el Hércules!, le gritaban apasionadamente. Porque lo de macho, por aquel tiempo, era el culmen, qué les vamos a explicar.

El colega y amigo de ley que fue Pepe Vidal Masanet se sabía de carrerilla todas aquellas cosas, sobre las que escribía en INFORMACIÓN, con asiduidad y fluidez. Un día nos habló de Vicente Pastor al que apodaban «El Chepa», por la protuberancia de sus espaldas, y nos contó que él se había inventado el Hércules: todo un personaje.

Mediada la década de los cincuenta, íbamos frecuentemente en la «Guzzi» de Vidal Masanet haciéndoles reportajes a los santos patronos de nuestros pueblos y a los titiriteros ambulantes. Qué oficio de portentos es éste. De portentos y de tufos.

Tabarca island

21 de agosto de 1992

Pues, sí. Lo intentaron. Una empresa pretendía enmendarle la plana al ingeniero militar Fernando Méndez que levantó los planos de Tabarca, por el 1763, rematando el viejo proyecto y conservándolo y rehabilitándolo, pero paralelamente, poniendo en pie una moderna urbanización para unos ochocientos turistas. Estaban previstos puerto deportivo, zona residencial, jardín exótico, piscina natural, playas artificiales, cuadras, pistas de frontón y tenis, y hasta un helipuerto. Y naturalmente, luz eléctrica, agua corriente, teléfono. Todo. Mucho confort y mucho respeto a los vecinos y a sus costumbres y tradiciones, eso, por descontado.

Pidieron permiso para realizar una descubierta, al Ayuntamiento, y el Ayuntamiento se lo concedió, sin compromiso de ningún tipo. Eso escribía en INFORMACIÓN el redactor Francisco Bas, en febrero de 1963.

En efecto, el 11 de enero del año anterior, entró en el registro municipal una instancia solicitando la necesaria autorización para llevar a cabo los estudios necesarios y convenientes para el planeamiento urbanístico de la isla de Tabarca. Dicha instancia la firmaba y rubricaba don Federico Trías de Bes de Rocolóns (con perdón), en su condición de secretario del consejo de administración de la empresa «Tabarca Island, S.A.». Qué. Formalmente, se comprometía a restaurar todos los elementos de interés artístico e histórico, a la vez que concluiría el aludido «proyecto de mil novecientos setenta (sic)», del ya citado ingeniero, según acta correspondiente a la sesión plenaria del 31 de marzo de 1962.

El arquitecto municipal, señor López González, despachó el trámite, el 8 de febrero, en el sentido de que no había inconveniente alguno en otorgar a la entidad solicitante la debida autorización, de acuerdo con la ley de doce de mayo de 1956, de régimen del suelo y ordenación urbana. De la misma forma se pronunciaron la asesoría jurídica y la comisión de urbanismo. Así que el Ayuntamiento acordó conceder a la mercantil «Tabarca Island, S.A.», el permiso previo para «el estudio y formación de un plan municipal y proyecto de urbanización de la total superficie de la isla, así como ordenar a los servicios municipales que facilitasen a la empresa toda la información precisa para llevar a buen término la redacción del plan y Proyecto referidos».

Sucedió, sin embargo, que los promotores alegaron que tenían suscrita, con determinado propietario, una opción de compra de terrenos que representaban las dos terceras partes de Tabarca. Pero aquella opción, miren por dónde, les salió respondona y el tinglado dio al traste, y el Ayuntamiento a lo contencioso. Se lo contaremos. Y es que Tabarca, por una u otra razón, resulta tentadora. Mucho ojo, pues.




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La temperatura de Alicante

22 de agosto de 1992


En septiembre de 1939, se instaló nuestro Observatorio Meteorológico en Ciudad Jardín, donde aún continúa. A las ciudades se les suele tomar la temperatura varias veces al día, como a cualquier paciente delicado. Los hombres del tiempo que son minuciosos y objetivos nos facilitan una información rigurosa de sus mediciones, sin meterse en más historias. Luego les toca el turno a los políticos y mercaderes del lugar, que se apañan los datos y los arriman a sus cuarteles y tiendecitas, por ver por dónde les sacan punta. A un clima benévolo, por lo común, le crece el censó, las urnas y los votos, además del melonar y las tomateras; y los bazares y colmados se abigarran de chirimbolos variopintos, de sombreros de paja, de alfarería de frutos con los azúcares desparramados y de donuts. El clima influye lo suyo en los comicios y los comercios. Es, en fin, un valor de uso y también de cambio que hay que enarbolar, con envanecimiento, cuando además está privilegiado por el insobornable meteoro, como sucede en nuestra ciudad.

Y tan es así que ya en 1881, el catedrático don José Soler Sánchez, por aquel entonces, director del Observatorio, inició una polémica en «El Graduador», un periódico de la época, acerca de si las temperaturas registradas en el instituto, donde se encontraban las instalaciones meteorológicas, o en el Mareógrafo eran más o menos convenientes para la propaganda de Alicante. La polémica no se agotó en su tiempo, sino que adquirió más enjundia en la medida en que aumentaban nuestras posibilidades turísticas.

El observatorio meteorológico, según Enrique Arteaga, su director en 1963, tuvo un cierto carácter itinerante. Se acomodó en el instituto, en el centro sismológico de Campoamor, en el castillo de San Fernando, del que fue desalojado por imperativos de la guerra civil, y finalmente se subió a ochenta y un metros de altura sobre el nivel del mar, en Ciudad Jardín. A principios de los cincuenta, se suscitó, en los jardines «Madre e hijo» una estación termopubliométrica municipal, para el estudio de la microclimatología en Alicante y sus alrededores, y que venía a complementar una red en la que se contabilizaban otras varias de estas estaciones, en Rabasa y en la casa José Antonio. Y claro, había alguna diferencia térmica.

Por ejemplo, el 12 de febrero de 1956, el Observatorio Meteorológico registró la temperatura más fría desde 1939: cuatro grados y seis décimas bajo cero; en tanto, la estación municipal observó cinco grados también bajo cero. Una diferencia mínima que, sin embargo, originaba sus controversias y dudas: entonces ¿dónde se encontraba exactamente la «millor terra del món»? Ni Salomón se hubiera atrevido a dar ni un solo tajo.




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La Explanada para el puerto

24 de agosto de 1992


A petición del propio Ayuntamiento, la Junta de Obras del Puerto aceptaba la cesión de «los paseos llamados Explanada de España y de los Mártires», para que por la misma «se atienda a su conservación» y a efectos «de mejoras para las travesías de las carreteras, en toda la dimensión que comprende la zona de servicio del Puerto». Esta cesión se cumplía de acuerdo con la Real Orden de 22 de febrero de 1910, el día 3 de enero del año siguiente. Fotocopia de tan interesante acta nos la ha facilitado un buen amigo y estudioso de nuestra historia.

Al hilo del texto documental, se reunieron, a las dieciséis horas de ese día, y «en el templete de la música», el alcalde-presidente y abogado don Federico Soto Mollá, y don Juan Guardiola Forgas, banquero y presidente de la Junta de Obras del Puerto, acompañados por los concejales y vocales de la referida junta. El acta la redactó el secretario del Ayuntamiento, y en ella se recoge lo siguiente «Que por el Excelentísimo Ayuntamiento y atendiendo a altas razones de conveniencia se había acordado la cesión a la Junta de Obras del Puerto de los paseos citados, comprendiendo en dicha cesión no sólo la zona destinada al tránsito de vehículos de todas clases, sino también a la de paseos (...)».

Muy probablemente, el templete donde se celebró el acto sería el que aquel mismo año de 1911, se trasladó a la plaza de Navarro Rodrigo, y en su lugar se levantó otro nuevo, que según el cronista y presbítero Gonzalo Vidal Tur, permaneció allí, hasta que, siendo alcalde don Francisco Alberola Such se construyó el Auditorio, en 1964.

Y recientemente, unos y otros tirándose los trastos a la cabeza y disputándose las competencias sobre unos terrenos que, por último, y de acuerdo con la monografía «La Explanada de España», de José Luis Lassaletta Cano, el 2 de julio de 1966 «y ante la presencia notarial de don José Luis Pardo López, se otorga escritura de donación del Estado español al Excmo. Ayuntamiento de Alicante. Actuando en nombre del Estado español el delegado de Hacienda don Eduardo Fernández López, y en nombre del Ayuntamiento, don Fernando Flores Arroyo, alcalde-presidente, autorizado por sesión plenaria del 26 de octubre de 1965». Luego se describen minuciosamente las nuevas fincas registrales, desde Juan Bautista Lafora hasta el «patio de viajeros de la estación de la Renfe de Alicante, Benalúa». Y así, la Explanada, el antiguo malecón y luego paseo de los Mártires, se incorporó al patrimonio de la ciudad. Durante muchos años, los enamorados, los ancianos y las palomas ignoraron que susurros, nostalgias y aleteos, se prodigaban en terrenos ajenos. Aunque tampoco se hubieran impresionado mucho.




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El largo brazo de Santa Teresa

25 de agosto de 1992


¡Que bendición! El brazo incorrupto de la santa de Ávila llegó a nuestra ciudad el miércoles, nueve de enero de 1963. Y todo, gracias a la conmemoración del IV centenario de la reforma carmelitana, emprendida por Teresa de Cepeda y Ahumada y San Juan de la Cruz. La venerada reliquia, con tal motivo, se recorrió España entera, como la llama olímpica, y levantó a su paso fervores multitudinarios.

Una ciudad que se precie no puede quedarse en la cuneta, cuando tiene lugar un acontecimiento tan conmovedor y prodigioso. Y Alicante, por supuesto, no se quedó. De modo que autoridades y devotos se prestaron a recibir el insigne despojo, con todos los honores. Así que, a la hora prevista, se desplazaron a la partida del Rebolledo, límite del término municipal, y aguardaron la comitiva, que procedente de Novelda y Monforte del Cid, había de depositarlo en las seguras manos de los representantes alicantinos, civiles y religiosos.

Allí, en aquel lugar, se encontraban el alcalde, Agatángelo Soler, el gobernador civil, el deán del cabildo catedralicio y la corporación municipal, bajo mazas. Muy solemne. Muy impresionante. Soler Lorca pronunció una breve evolución destacando la significación profunda del acto. Y, a continuación, alcalde, gobernador y deán besaron la reliquia, en nombre del pueblo de Alicante.

Los días que precedieron a su llegada, ya se advirtió, en amplios sectores ciudadanos, un cierto nerviosismo, una impaciencia justificada, un acelerado bisbiseo, una bandada de jaculatorias. Y es que la autora de «Camino de perfección» siempre ha disfrutado de la querencia popular. Durante su corta estancia en nuestra ciudad, el brazo de la santa estuvo en la institución teresiana y posteriormente en el colegio de las hermanas carmelitas. Según cuenta el recientemente desaparecido sacerdote y amigo de grata memoria Francisco Espinosa Cañizares, «por la noche se depositó en la capilla del Perpetuo Socorro, con entrada libre, para cuantos fieles quisieran visitarla». El viernes, 11 de enero, la reliquia continuó su ajetreado viaje, hasta Altea donde también haría un alto.

Por entonces hechos de tal naturaleza adquirían una notable relevancia y eran objeto de comentarios y atenciones. Hoy estos asuntos apenas si se estilan.




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El violín de Gabriel Miró

26 de agosto de 1992


El viernes, 18 de marzo de 1949, este periódico publicó una curiosa noticia del corresponsal de Orihuela y que decía textualmente: «El propietario del "Guarnnier" descubierto en esta localidad ha sido requerido ante los tribunales por la familia del escritor Gabriel Miró, la cual manifiesta que en 1929 le fue sustraído el violín propiedad de ellos. Interrogado su actual propietario, señor Cases, ha manifestado que el "Guarnnier" lo compró a unos húngaros a un precio irrisorio, lo cual prueba que éstos desconocían el valor del violín. Agregó que además de la familia Miró, dice ser propietario del instrumento el que fue su profesor don Matías Roger». Ignoramos cómo se resolvió el episodio, pero no las zozobras que soportó tan excepcional prosista, con el que Alicante tiene aún una deuda insoslayable de solidaridad ciudadana. Por eso, desde esta columna, y abundando en el sentimiento expresado espontánea y justamente por tantas personas, solicitamos, con toda consideración, pero también con los fundados argumentos que nos asisten, que las corporaciones local y provincial tomen cartas en el asunto. A fin de cuentas, Gabriel Miró estuvo laboral y sentimentalmente vinculado a ambas: como cronista oficial de la Diputación, en unas circunstancias conflictivas y hasta penosas; y como secretario particular del alcalde y condiscípulo del escritor, Federico Soto Mollá. Acerca de tales vicisitudes que tanto desasosiego llevaron a Miró, nos informan ampliamente estudiosos de su vida y de su obra, como Vicente Ramos, Miguel Ángel Lozano y Heliodoro Carpintero, por citar sólo a quienes nos han sido o nos son más próximos. Recordamos igualmente que el autor de «Nómada» fue «custodio, auxiliar o no sé qué de este Puerto», y que la Asociación de la Prensa de Alicante, presidida por Florentino de Elizacín le otorgó el título de Socio de Mérito. Pero a lo que todos nos implica es el carácter local y universal simultáneamente de su obra, y las injusticias de que fue objeto a lo largo de su vida.

Injusticias que se han silenciado sistemáticamente por verecundia, embozo o contumacia, como lo evidencia el párrafo de una carta, creemos que inédita o escasamente divulgada cuya destinataria es Carlota Remfrey de Kidd, traductora de Miró. Parte de la interesante correspondencia entre ambos, la recibimos, desde Altea, por la mediación amistosa de José Planelles, que tiene ya nuestra gratitud. «Sagaces para el mal -escribe Miró refiriéndose a ciertos religiosos y "amigos suyos asalariados"- adivinaron que podrían perjudicarme económicamente, y no desaprovecharon el momento. El daño lo he recibido. En Norteamérica ha sido retirada de la circulación la edición inglesa de mis "Figuras", muy copiosa. Se han malogrado otras traducciones, entre ellas las de Alemania. Fue atropellada mi candidatura para la Academia; se me arrebató el premio académico. Se han publicado artículos repugnantes (...)». En fin, ¿qué más quieren?, volveremos sobre tanta intriga. De momento aquí queda la propuesta y la confianza.




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Cumpleaños del aeropuerto

27 de agosto de 1992


El aeropuerto de El Altet se inauguró en junio de 1967. Recientemente, cumplió algo así como sus bodas de plata. Pero la idea de su construcción viene desde mucho más atrás. Concretamente el 28 de febrero de 1959, el Ayuntamiento pleno de Alicante acordó presentar el proyecto de renovación de Rabasa, a la Dirección General de Aeropuertos. La respuesta afirmativa llegó el 16 de junio de 1961. La aprobación técnica se refería a emplazamiento, espesor del pavimento, paso subterráneo para balizaje... Sin embargo, se requería un informe complementario para que dicha aprobación fuera definitiva. Las condiciones indispensables que imponía la referida Dirección General eran: la demolición de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles, la limitación de las alturas de otros edificios colindantes y algunos inconvenientes que resultaban dilatorios y difíciles de resolver.

Sin embargo, la corporación estimó que «el movimiento turístico hacia Alicante y el interés que muestran las principales líneas aéreas internacionales, como la BEA y la KLM, por citar una muestra de ellas, hacen necesario salir del punto muerto y dar un impulso al asunto para mejorar el movimiento comercial de nuestras exportaciones y el tráfico de viajeros».

Agatángelo Soler presentó una moción en la que se decía: «Por todo ello esta Alcaldía considera altamente necesario que se apruebe técnicamente el proyecto de aeropuerto de Alicante, de primera categoría internacional, que el ingeniero aeronáutico, señor Tatay, ha redactado para el paraje denominado El Altet, situado en el término municipal de Elche, lindando con nuestra capital, y elevarlo a la Dirección General de Aeronáutica, con el ruego de su rápido despacho y orden de construcción. Señalando a tal fin el ofrecimiento de esta excelentísima corporación de costear el cincuenta por ciento del valor de la expropiación de los terrenos estando a cargo de la Diputación Provincial la otra mitad de dicho importe, según tiene ya acordado, el 28 de enero último del presente año de 1963». La moción se aprobó por unanimidad.

Incluso nuestro Ayuntamiento formó un presupuesto extraordinario, para colaborar con el Estado a su financiación y que ascendía a 21.052.500 ptas. El Ministerio del Aire aceptó aquella ayuda económica.

El alcalde y los ediles gestionaron con diligencia y entusiasmo la construcción del aeropuerto, ya que el de Rabasa en su precaria situación, no cubría ni las expectativas ni las necesidades que se avecinaban. Agatángelo Soler que tanto contribuyó a su realización, abandonó la Alcaldía, ya lo dijimos, el 30 de septiembre de aquel mismo año. Cuando todo aún estaba en el aire. Como debe ser.




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La población en el XVIII

28 de agosto de 1992


El que fuera notable cronista de nuestra ciudad, Vicente Martínez Morellá, en un breve artículo publicado en este mismo periódico, en febrero de 1963, afirmó que el primer padrón del siglo XVIII conocido se titula «Libro de repartimento que la Muy Ilustre Ciudad hizo del equivalente real de la sal y aguardiente en 1754. Y para que el reparto fuera justo se confeccionó el vecindario de todas las personas residentes en la ciudad de Alicante (sic), con expresión de los nombres, edad y número de que se componen cada familia». Documento que se conserva en el Archivo Municipal, así como el último, «sin signatura», que lleva el siguiente epígrafe: «Padrón de todos los vecinos de esta ciudad, caseríos y partidas de su término, hasta la distancia de dos leguas (una legua equivale a la longitud de 5.572 metros y 7 decímetros) conforme al vecindario general hecho por la Real Justicia de esta población a conocimiento y con intervención del síndico, curas, escribanos del Ayuntamiento y en dichas partidas por sus respectivos diputados de justicia, según las relaciones y diligencias practicadas en su razón, que se tomaron en diecinueve de noviembre del año próximo pasado de 1798».

Sin embargo, los más modernos estudios estadísticos y demográficos citan, y tomamos como fuente la obra de Antonio Ramos Hidalgo «Evolución urbana de Alicante», de 1984, los vecindarios de 1714; el llamado censo de Campoflorido de 1717; la relación de 1732; y los censos de 1754 y 1768, del conde de Aranda; el de 1786 de Floridablanca; «así como las estimaciones de Cavanilles, de 1794, y finalmente el censo de 1797, ordenado por Godoy».

En el primero de los documentos citados por Martínez Morellá, la población urbana se estima en 11.204 habitantes y en 14.987 para el término municipal. En el segundo, se registra un total de 3.977 vecinos, distribuidos de la siguiente forma: 94 nobles, 42 eclesiásticos, 400 matriculados (comerciantes y profesionales) y 2.029 pertenecientes al estado general. Ahora bien: para hallar el número de habitantes debe multiplicarse el de vecinos o contribuyentes por el factor 5 ó 4,5, lo cual nos daría una cifra comprendida entre los aproximadamente 18.000 y 20.000, sin contar un cinco por ciento de ocultaciones, esto es de personas que no se empadronaban para eludir los impuestos. Una picaresca que hoy funciona a mayor escala y por otros vericuetos más intrincados y sustanciosos.

Así, pues, a lo largo del siglo XVIII, del Siglo de las Luces, se observa una tasa media anual de crecimiento vegetativo e inmigratorio del 0,72 por ciento, un crecimiento discretamente menor que el del conjunto del país. Doscientos años atrás, se ve que los alicantinos andaban muy atareados y apenas si tenían tiempo para los juegos de alcoba. O es que quizá anduvieran ya encandilados con los inventos que habrían de traerles los ilustrados. Eran verdaderos videntes con una inconsciente vocación de televidentes. Así, se explica. Y si no, que se eche un vistazo a las series sacramentales, matrimonios y bautismos, de las parroquias, y se percatará.




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Navarro Rodrigo

31 de agosto de 1992


De chiripa. Pero absolutamente cierto. Estamos hojeando la siempre aleccionadora obra del arquitecto José Guardiola Picó, «Alicante en el siglo venidero», publicada en 1897, y cuando andamos ya mediada la relectura de algunos capítulos, la llamada telefónica de un condiscípulo y amigo, nos facilita una pista: «Apenas si sabemos quiénes fueron Maisonnave, Méndez Núñez, Montengón, Navarro Rodrigo...». Que consulte, de entrada «Alicante, sus calles antiguas y modernas», de Gonzalo Vidal. «Pero, por qué no destináis, de vez en cuando, una "Gatera" a esos personajes que tanto nos suenan, naturalmente, pero de los que apenas tenemos noticia». Aceptamos la sugerencia y, qué casualidad, volvemos al texto de Guardiola Picó y nos asalta el siguiente párrafo: «A pesar de las exiguas dimensiones de este edificio (se refiere a La Asegurada), ha tenido varias aplicaciones que no interesa detallar, habiéndolo ocupado en la época moderna, el instituto de segunda enseñanza desde que se fundó (Real Decreto de 5 de agosto de 1845), hasta hace tres años. En este edificio han estudiado renombrados hombres que España y particularmente Alicante, se envanece de contar entre sus hijos predilectos, que han desempeñado altos puestos, como Castelar Navarro Rodrigo, Gallostra, Maisonnave, Seriñá, Fuentes, Esquerdo, Álvarez Sereix y otros muchos que honran y honraron a la nación, por sus talentos; profesores tan distinguidos como Penalva, Ausó, Senante, Chamorro (...)». Y agrega más adelante: «Para mayor gloria de dicho edificio, en la actualidad, la Escuela de Comercio tiene allí su asiento».

Había además la Escuela Normal de Maestros (1844) instalada en parte de la planta alta del palacio municipal, y la de maestras «en una casa particular y dicho queda con ello». Un Real Decreto de 8 de septiembre de 1850 da origen a las escuelas de comercio, con carácter oficial, que en nuestra ciudad se ubica en La Asegurada, bajo la dirección, según María Rosa Mirasierras («Festa'87»), del catedrático del Instituto Blas de Loma. Aunque, como afirma, José Ferrándiz Casares, sólo recibirá «un reconocimiento pleno treinta y siete años más tarde, cuando desempeña la Cartera de Fomento un alicantino ilustre: Carlos Navarro Rodrigo, el gobernante recordado tan justamente en la plaza principal del barrio de Benalúa».

Carlos Navarro Rodrigo (1833-1903) nació en Alicante, en la plaza de Quijano, fue un político preocupado por el sistema educativo y por la inestable y precaria situación de los maestros nacionales de su época. Alcanzó la titularidad del Ministerio de Fomento y siempre permaneció atento a las necesidades de su ciudad natal. Veinticuatro quilates de ley.




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Azorín y Moscardó

1 de septiembre de 1992


Observen cómo los honores ciudadanos hermanan a personas de muy distinta profesión y procedencia, aunque no siempre se manejan criterios y normas más o menos homogéneos, para su concesión. Intervienen, en el proceso, la exaltación y la oportunidad, la gratitud y el reconocimiento, el entusiasmo y la conveniencia, y, por qué no, las afinidades políticas y las opiniones y querencias personales.

En 1963, José Martínez Ruiz, «Azorín», y Miguel Moscardó Guzmán los recibieron. En ambos casos, prosperaron las mociones de Alcaldía, presentadas por el titular de la misma Agatángelo Soler Llorca, y se aprobaron por unanimidad de los ediles asistentes. En la sesión extraordinaria del 13 de febrero de 1963, al Conde del Alcázar de Toledo y cinco años al frente del Gobierno Civil de nuestra provincia, Moscardó Guzmán, se le concedió el título de Hijo Adoptivo. De los veintidós miembros que por entonces componían la corporación municipal, los dieciocho que se encontraban en el pleno dieron su conformidad.

Meses después, el 5 de junio y también en sesión de carácter extraordinario, se propuso para el mismo nombramiento a «Azorín» que «el próximo día ocho del presente mes cumplirá los noventa años de edad». Se recordó su condición de académico, su larga y fecunda labor, su descripción de nuestros paisajes y costumbres, su origen, comprovinciano de Monóvar, y sus relevantes valores literarios. De modo que «por sus merecimientos y como prueba simbólica del cariño que le guarda esta ciudad» se le concede el honor de elevarlo al rango de Hijo Adoptivo.

Hay un párrafo en el acta correspondiente que dice: «Con lo cual se asocia el nombre de Azorín al de sus Hijos Predilectos Gabriel Miró, Carlos Arniches y Óscar Esplá». Sin embargo, hemos consultado cabildos y bibliografía, sin encontrar acta alguna que se haga eco de la concesión del título de «Hijo Predilecto» ni de ninguna otra distinción del Ayuntamiento a Gabriel Miró. Sí a Carlos Arniches y el de Hijo Preclaro a Óscar Esplá Triay, según la obra de Vicente Ramos «Honores concedidos por Alicante y su Provincia». En el mismo, hemos comprobado que tanto Azorín como Miguel Moscardó también fueron honrados con la Medalla de Oro de la Provincia, el 18 de diciembre de 1954 y el 28 de octubre de 1964 respectivamente. Miró tampoco aparece entre sus destinatarios, aún habiendo sido, cronista oficial de la provincia. Como tampoco la tiene de la ciudad, Francisco Figueras Pacheco, aunque el 28 de junio de 1957 se incoó el expediente que inexplicablemente aún no se ha resuelto.

Las distinciones y honores ciudadanos, a veces, se enroscan en el más oscuro fondo de los archivos, hasta que se quedan en un montoncito de polvo del color de la púrpura y del desdén. Claro que todavía es tiempo de reparar tanta negligencia.




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En el parque Ruiz de Alda

2 de septiembre de1992


Por fin, los chicos y chicas alicantinos iban a disponer de un lugar donde divertirse instruyéndose en el Código de Circulación y en el comportamiento cívico de los conductores tan irritables. En el mismo parque Ruiz de Alda se instaló el infantil de Tráfico, una vez estuvieron terminadas las obras e instalada la señalización, para el aprendizaje.

Lo anunció el concejal delegado del asunto: señores, todo listo. Ahora sólo faltan los vehículos, exclamó en el pleno del 30 de abril de 1963.

El edil, muy diligente, llevaba en cartera la propuesta más interesante de las presentadas por algunos comerciantes del ramo: la de El Palacio de los Deportes.

De modo que echó mano de los papeles y dio lectura a los precios. Un cochecito de motor eléctrico tipo kart, 8.315 pesetas; uno de pedales, 1.200; una bicicleta de niño marca Orbea, 1.500. Ahora bien, habría bonificación siempre y cuando el lote fuera de cinco karts, diez autos de pedales y diez bicicletas. Todo por 63.000 pesetas de nada.

Además se estableció una módica tarifa, con objeto de «restringir aglomeraciones y usos abusivos que perjudicarían el funcionamiento y conservación de las instalaciones».

De acuerdo con este criterio se fijaron los siguientes precios: utilización de las pistas del parque con bicicletas, triciclos o automóviles de propiedad particular, dos pesetas por hora; alquiler de un vehículo eléctrico, por cada quince minutos, cinco; y alquiler de coche de pedales y de bicicleta por el mismo periodo de tiempo, dos.

El Ayuntamiento no estaba muy seguro qué debía de hacer con aquello. Por último y considerando que no existía experiencia alguna de rendimiento económico, decidió inaugurarlo en régimen de administración directa a cargo de los funcionarios que la precisasen.

Durante algún tiempo, el parque infantil de Tráfico funcionó, y los niños y niñas se lo pasaban en grande en tanto «adquirían conocimientos elementales de tráfico urbano y de carretera». Luego, el invento se fue desinflando lentamente. Una lástima porque tenía buena pinta y bastante animación.

El parque infantil de Tráfico estaba situado en el parque Ruiz de Alda. Y el parque Ruiz de Alda estaba situado en la subida del monte Tosal o si lo prefieren del castillo de San Fernando: un ratito en kart y otro a pedal.




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De Mariana Pineda a Tucumán

3 de septiembre de 1992


Durante la Guerra Civil, las dependencias del consulado argentino en nuestra ciudad fueron (según relata la «Gaceta de Alicante», de 30 de marzo de 1940) la «antesala» para alcanzar el destructor de la misma nacionalidad «Tucumán», que relevó al crucero «25 de Mayo» a principios de noviembre de 1936 y que permaneció en nuestro puerto hasta junio del año siguiente. En esos meses, realizó unos diez viajes y salvó a más de seiscientas personas que «encontraron a su amparo el medió de salir del infierno en que se debatía esta zona desgraciada». En la referida sede consular del doctor Gadea, había una constante actividad y en su interior era mucha la gente que «aguardaba el momento de su liberación». «De ello pueden ser testigos por haber sido huéspedes del señor Barrera: el ministro de Gobernación, don Ramón Serrano Súñer que permaneció en el consulado diez días (antes de conseguir embarcar en el citado destructor), su esposa e hijos; Fernando Arias («El duende de la Colegiata»); don Felipe Polo, hermano político del Generalísimo; la duquesa de la Victoria; la marquesa de Santa Cruz; los hijos del duque de Veragua; los del marqués de Urquijo; la duquesa de Santo Mauro; el duque de Santo Domingo; el diputado de la CEDA Fernández Heredia; el señor Pan de Soraluce; el señor Merry del Val; el señor Navarro Reverter; el doctor Álvarez Castro; el señor Ortega Morejón, último presidente del supremo en la Dictadura; Augusto Figueroa, hijo del conde de Romanones; la marquesa de Benicarló y sus hijos...».

Los refugiados, siempre con la ayuda cómplice del cónsul argentino, en ocasiones disfrazados de marineros, embarcaban en lanchas que los depositaban finalmente en el «Tucumán». La «Gaceta de Alicante» refiere las peripecias y anécdotas de muchas de estas fugas, incluso la de una barcaza llena de hombres, mujeres y niños, que salió de Benidorm al encuentro del destructor y «como no aparecía por ninguna parte llegaron a remo a Alicante», donde lograron subir a bordo. Mandaba el «Tucumán» el comandante Mario Casari y era su segundo el señor Auman.

Años después, el pleno municipal en su sesión de 27 de noviembre de 1939 y a propuesta del concejal Emilio Guijarro Lledó se le concedió la medalla de oro de la ciudad a don Eduardo L. Barrera, cónsul de la República Argentina «por su meritoria labor durante la dominación roja, gracias a la cual muchos alicantinos pudieron salvarse del martirio al que les hubiera sometido la horda roja». El Ayuntamiento amplió la propuesta y concedió también el mismo honor a los comandantes del destructor «Tucumán» y del crucero «25 de Mayo». El alcalde, para cerrar el capítulo de exaltación, propuso a su vez que la calle «a la que los marxistas dieron el nombre de Mariana Pineda se llame desde ahora calle del Destructor Tucumán, perpetuándose de este modo el testimonio de gratitud de Alicante a la generosa y humanitaria flota argentina». Por supuesto, hubo unanimidad.




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El túnel de los suspiros

4 de septiembre de 1992


Tal vez para que la ciudad huyera de sí misma, de sus ajetreos y estridencias, se pensó en el túnel. Qué perspectiva: desde Alfonso el Sabio hasta el Pía del Bon Repós, a piñón fijo, por debajo de la impresionante mole del Benacantil. Tanta historia y tan emblemática piedra gravitando sobre peatones y automovilistas, coronándolos casi, en un alarde de ingeniería y de urbanismo épico.

El 27 de septiembre de 1957, la corporación conoció el avance técnico del proyecto que habían estudiado y redactado los arquitectos municipales López González y Fajardo Aguado. Los ediles, entre suspiros y parabienes, examinaron la memoria y el plano, en tres colores, donde se especificaban las fases correspondientes al desarrollo de la extraordinaria obra, así como las relaciones de propietarios e inquilinos afectados por cada una de ellas. Porque había que expropiar, y en cantidad. Y todo de conformidad con los informes y dictámenes de la intervención municipal y de las comisiones de Fomento y Hacienda. El Ayuntamiento pleno adoptó, por unanimidad, los acuerdos relativos el fraccionamiento en las citadas fases y señaló la zona de influencia de cada una de ellas. La primera, en rojo sobre el ya mencionado plano que documentaba la memoria, con forma de polígono irregular, «delimitado por: eje de las calles Ingeniero Francisco Mira y Aznar Lliso; ladera oeste del monte Benacantil; eje de las calles Desengaño, Huerta, Platos, Trafalgar, Gallo, pared medianera de las fincas números 27 y 29 de la calle del Pozo; 34 y 36, 31 y 33, de la calle de Díaz Moreu; pared medianera trasera de las fincas números 31, 29, 27 y 25 de la calle de San Vicente; y por último, eje de esta misma calle, entre las fincas números 8 y 16». Familias afectadas, 520. La segunda fase, de color verde, estaba comprendida por las calles San Vicente, Primo de Rivera, General Rovira; ladera sur del monte Benacantil; y eje de las calles Ingeniero Francisco Mira y Aznar Lliso. Las familias en dicha zona sumaban 116. Y la tercera, de azul, se encontraba comprendida por el eje de las calles Platos y Huerta; ladera oeste del monte Benacantil; y eje de las calles Ibáñez Musso, Huerta, Esperanza y Trafalgar. Afectaba a 434 familias.

En total las fincas inmuebles dispuestas para el derrumbe ascendía a 548. Para la compra de las mismas se disponía de 1.904.695,65 pesetas, previstas en el presupuesto especial de urbanismo y también para el pago de las indemnizaciones, «cuando proceda» a los inquilinos que las ocupaban. «Todo ello tan pronto como vayan siendo utilizables y destinadas a este fin viviendas económicas de la barriada que actualmente construye el Patronato Provincial de la Vivienda Francisco Franco».

Pero el sacrificio no se llevó a cabo. Y así fue cómo se nos quedó el túnel pendiente. El de los suspiros y de las grandes proezas imposibles.




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Tabarca, a escena

5 de septiembre de1992


Las previstas expropiaciones de siete parcelas en la lista sometida a vaivenes y no solamente marítimos, se dilucidarán en el próximo pleno municipal del día 14. El proyecto que se maneja tiende a liberar los terrenos que ocupan actualmente los chiringuitos y a construir un centro de servicios para los bañistas, y en cuyo edificio se instalarán los restaurantes. Vamos a ver cómo sale la jugada.

Tabarca siempre ha sido objeto de proyectos y mudanzas, pero tenemos la impresión de que, hasta ahora al menos, no se ha acertado del todo. Y eso que se le ha echado buena voluntad, por unos y otros. Pero hasta el momento las cosas no terminan de concretarse.

En 1959, López González redactó un proyecto para la edificación de un centro de higiene, con una superficie cubierta de casi ciento cincuenta y ocho metros cuadrados y veinticinco más destinados a pérgola. En el pleno de 7 de diciembre del citado año se examinó el expediente oportuno, «en trámite de aprobación técnica y de inmediata ejecución por contrata en subasta pública». El presupuesto ascendía a 288.008,52 pesetas. «La necesidad y conveniencia obedece a razones de carácter social y sanitario reconocido incluso por la superioridad que subvenciona por ello la ejecución de las mismas (obras) con 100.000 pesetas, según comunicado de 9 de abril procedente de la Dirección General de Administración Local».

Tanto la intervención municipal como las comisiones de Hacienda y Fomento se pronunciaron favorablemente. La atención médica a los vecinos de Tabarca era perentoria, y la corporación así lo entendió, por cuanto se aprobó el proyecto de construcción «de un Centro Rural de Higiene, con vivienda para médico en la isla de Nueva Tabarca». El arquitecto municipal mencionado cobraría del presupuesto, por la redacción-dirección e inspección de las obras la cantidad de siete mil ciento cuarenta y tres pesetas.

Periódicamente, la islita sale a flote. Se habla, se escribe, se planea, se avanza algo. Y luego cae en el olvido.

Como si hubiera naufragado interinamente. El titubeo se hace destino en la antigua Planesia.




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La Santa Faz pernocta en la catedral

7 de septiembre de 1992


Si el lienzo verónico visitó por vez primera el Palacio Municipal el jueves, día 6 de abril de 1989, es decir, quinientos años y veinte días después de que se manifestara públicamente («Crónica de un encuentro esperado», «Festa'89»), a San Nicolás ya elevada al rango de catedral, alegó el 14 de agosto de 1959, precisamente por tan grato motivo.

Así se recoge en el acta correspondiente de la sesión plenaria del Ayuntamiento, celebrada dos días antes de la última fecha citada, con carácter extraordinario. La ciudad se disponía a conmemorar el acontecimiento tan deseado: el Papa Juan XXIII por bula pontificia librada el 9 de marzo de aquel año de 1959, concedía la dignidad catedralicia a la hasta entonces insigne colegiata de San Nicolás, en la que también se recogía que «la denominación de Diócesis de Orihuela se añada el nombre de Alicante». Pues figúrense qué efusión de religiosidad impregnó gran parte el tejido social y de las instituciones oficiales.

Con este énfasis fervoroso se expresaba la corporación local, bajo la presidencia de Agatángelo Soler Llorca: «Es un hecho que no admite la más ligera duda que los alicantinos en todas sus tribulaciones y alegrías tienen presente a la Faz Divina en sus corazones, y cuando se trata de una alegría común o de un sinsabor colectivo, acuden a la Santa Faz, para que esta presencia en sus afanes, se manifieste materialmente. Así ha ocurrido a lo largo de nuestra historia y no ha de constituir la presente generación una excepción a esta necesidad espiritual».

De manera que alcalde u concejales tras examinar qué momento era el más conveniente para trasladar la reliquia de su santuario a la ciudad, propusieron «que sea el día 14 próximo por la tarde, para dejarla en el tabernáculo del altar mayor de San Nicolás. Las ceremonias tendrían lugar a las seis con, y citamos textualmente, «todas las solemnidades, formalidades y honores que le son debidos por prescripción de los estatutos acordados el tres de mayo de 1637, cláusula XII de los que en 1669 expidió el rey Carlos III». Se previno igualmente que la devolución al monasterio se efectuara el domingo 23 de aquel mismo mes. Y el deseo corporativo se notificó al cabildo de San Nicolás y se dio aviso de tal acuerdo prácticamente a toda la ciudad.

Una ciudad transida de entonces emociones con tan relevantes y devotas noticias.



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