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La Gatera. 1994


Enrique Cerdán Tato






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Represión en Albatera

3 de enero de 1994


Hace unas semanas («La Gatera», 9.12.93), nos referíamos a la inauguración del Campo de Trabajo de Albatera, para los enemigos de la República, que tuvo lugar, el veinticuatro de octubre de 1937. Dimos entonces algunos datos referentes a su funcionamiento y capacidad. A principios de enero de 1938, el periodista José Alfonso escribió: «Los campos de concentración de la zona facciosa -vil remedo de los campos alemanes donde la barbarie gamada comete todo linaje de desafueros- han sembrado la indignación en el mundo culto y consciente (...). Por el contrario, nuestro campo de trabajo -creación acertada de García Oliver- son hoy la admiración del mundo civilizado. En nuestra zona, el director general de Prisiones es un republicano ilustre que se llama don Vicente Sol (...). Y gracias a estos hombres como Vicente Sol del competente director del Campo de Trabajo del Segura, don Antonio Vega, de los jefes del servicios Joaquín Rubio, de los señores Millán, Mayara, etcétera (...). Los mismos presos se asombran del trato con que se les distingue (…). El contraste entre los campos de concentración de los rebeldes y los campos de trabajo nuestros es tan evidente que ya saben a estas horas en el extranjero -y en este aspecto penitenciario- de que lado caen la Dignidad y la Humanidad. Así, con mayúscula».

Cuando la Segunda República Española naufragó en nuestro puerto, fueron hechos miles de prisioneros y trasladados a diversas cárceles o lugares provisionales, como el Campo de los Almendros que popularizó con su libro del mismo título Max Aub, aunque él nunca estuvo allí. La mayoría fueron llevados una semana después al campo de Albatera. Son numerosos los testimonios y la bibliografía que abundan acerca del hacinamiento y mal trato que recibieron allí los prisioneros «rojos».

Si, de acuerdo con datos publicados, este campo construido por la República tenía una capacidad para dos o tres mil hombres, tras el triunfo de las tropas italianas y franquistas, fueron recluidos en el mismo, según informa la «Hoja Oficial de Alicante», de veintiocho de abril de 1939, seis mil ochocientos republicanos, cifra que duplica o triplica la capacidad citada. Pero son aún otras cantidades mucho más elevadas las que se barajan. Sobre tan siniestro lugar ofreceremos más informaciones.




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Pastor de la Llosa

5 de enero de 1994


Apasionada y urgentemente se busca a don Isidro Pastor de la Llosa, a quien, al parecer, se le distinguió con el nombramiento de «ciudadano inmemorial de Alicante», además de ser hijodalgo, según real cédula expedida el catorce de agosto de 1724. Se nos informa de que fue también gobernador militar y corregidor de nuestra ciudad, hacia mediados del siglo XVIII.

Sin embargo, consultamos una relación de tales cargos elaborada por Francisco Montero Pérez, y no consta tal nombre. Desde el mariscal Daniel Mahori que lo ostentó en 1701, hasta el mariscal de campo Wenceslao Prieto que lo desempeñó en 1819, poco antes de que desapareciera tal figura, en virtud de la Constitución de 1812, por la cual «cambiaron la denominación de gobernadores militares y alcaldes corregidores por la de comandantes generales, cesando en sus atribuciones de presidir los ayuntamientos». Naturalmente durante el trienio constitucional, porque reinstaurado el gobierno absolutista, volvieron las cosas a su sitio. A ver.

Por si acaso enumeramos los gobernadores militares, entre los dos ya citados del referido periodo: Juan Richard, marqués de Villarreal (1708), Pedro Ronquillo, con carácter accidental (1709), mariscal de campo, Joaquín Nicolás Díaz Pimienta (1746), teniente general Juan Ladrón de Guevara (1763), teniente general Guillermo de Ballencourt (1765), mariscal de campo Antonio O'Coven (1785), teniente general Francisco Pacheco (1786), teniente general Juan Ladrón de Guevara de nuevo (1790), mariscal de campo marqués de Alós (1793), mariscal de campo J. Romero (1802), mariscal de campo José Senmanat (1803), mariscal de campo José Betegón (1804), mariscal de campo Cayetano Iriarte (1810), mariscal de campo Antonio de la Cruz (1811), mariscal de campo José Sanjuán (1812), mariscal de campo Joaquín Riquelme (1814) y mariscal de campo Fernando Santacruz (1817).

Como se puede observar en esta relación aparecen periodos de tiempo relativamente extensos, como el que hay entre Pedro Ronquillo y Joaquín Nicolás Díaz Pimienta, por ejemplo, en los que muy posiblemente ejercieran el gobierno otros militares. El propio autor de tal listado, confiesa que la pérdida de algunas cuartillas, propiciaron la ausencia de varios nombres.

¿Se acuerdan? ¿Fue por los años cincuenta? ¿Se habló entonces de una fabulosa herencia de un tal Pastor de la Llosa?

Sí hubo una asamblea de cuantos se apellidaban Pastor. Pero nada.




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Marqués del Bosch

6 de enero de 1994


Don José de Rojas y Galiano fue un hombre de profundos sentimientos religiosos. Y junto a sus profundos sentimientos religiosos, su no menos profundo amor a la tierra. Tanto amor que la tenía en cantidad, para que le cupiera recatadamente. Don José de Rojas y Galiano estaba muy resentido con los revolucionarios del sexenio que le habían desbaratado su patrimonio, ¡qué gente tan cerril! Empujado por la desventura, don José de Rojas y Galiano, marqués del Bosch de Arés, militó en la extrema derecha del partido conservador, según nos cuenta el cronista y presbítero Gonzalo Vidal Tur, en la biografía que redactó del conspicuo personaje. Y militó como jefe supracomarcal del mismo, no vayan a creer.

El marqués del Bosch fue también conde de Torrellano, gran terrateniente, primer contribuyente en Alicante y Elche, diputado en varias ocasiones, y senador por «derecho», en 1987. Con tan fuerte personalidad y tantas razones inspiró al cronista Rafael Viravens, que tenía sus ambiciones políticas, precisamente, claro, en el campo del canovismo que lideraba el señor marqués, una obra titulada «La rebelión militar de 1844», publicada en la imprenta de Antonio Seva. Obra, sin duda, bajo unas concepciones muy diferentes, al drama que el propio Viravens escribió, mucho tiempo atrás, en 1853, y en el que se exaltaban los turbulentos sucesos a raíz del levantamiento liberal encabezado por Pantaleón Boné y que, según nos dice el bibliógrafo Manuel Rico García se representó «por varios jóvenes aficionados de la capital, en un pequeño teatro casero cercano al pueblo de Villafranqueza, a beneficio de la Milicia Nacional».

En fin, ¿nos puede sorprender algo, ahora?

Pues, hombre, verán. El cuatro de abril de mil novecientos, el comandante militar de Marina de esta provincia y capitán del puerto de Alicante, don Julio Meras, hizo saber, por si procedía alguna alegación, que el excelentísimo señor don José de Rojas y Galiano, marqués del Bosch, había solicitado la pertinente autorización para establecer «un criadero de ostras en el punto denominado "Torre de la Illeta" (Campello), y en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 26 del reglamento, para la propagación y aprovechamiento de los mariscos». Además de propietario agrícola, el marqués del Bosch tampoco se olvidó de la excelencias del mar. ¿Para su comercialización? ¿Para su personal degustación?




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Negrín, en Alicante

7 de enero de 1994


Don Juan Negrín López, presidente del gobierno del Frente Popular, estuvo en nuestra ciudad, acompañado por el ministro de Estado, Álvarez del Vayo, el diez de febrero de 1939. Es decir, nueve días después de que en la última e histórica sesión parlamentaria, celebrada en el castillo de Figueras, expusiera su programa de tres puntos para la paz, antes de partir hacia Francia, de la que regresaría, por vía aérea, para visitar de inmediato Alicante y Valencia.

Dos horas estuvo en el Gobierno Civil, junto con su titular, Ricardo Mella Serrano y los camaradas Arques y Martínez Sansano. Inmediatamente, realizó diversas visitas por las distintas dependencias de la casa. Siempre de acuerdo con las informaciones de «Nuestra bandera», órgano del Partido Comunista, se reunió con el presidente del Tribunal Especial de Guardia y con el abogado fiscal del mismo señor Mitenhoff.

Por su parte, Álvarez del Vayo se entrevistó con Milla, consejero provincial de Cultura, quien le expuso cuestiones relacionadas con el desempeño de sus funciones.

Posteriormente, salieron en dirección a Valencia, acompañados por el gobernador civil y el señor Guerrero, comisario de Policía. En Ifach, almorzaron junto con los generales Miaja y Matallana. En las noticias que nos facilita el referido diario, no se recoge con la suficiente claridad si los militares citados se desplazaron a Alicante a recibir al doctor Negrín o bien el encuentro se produjo en la citada localidad.

Una nota facilitada por el Frente Popular provincial dice así: «Llegó de Madrid el jefe del gobierno y en la visita que efectúa a otras provincias de la zona Centro-Sur, ayer pasó por nuestra ciudad. Acompañaba al doctor Negrín, el ministro de Estado señor Álvarez del Vayo y otras personalidades de la República.

El doctor Negrín y Álvarez del Vayo se dirigieron a Ifach, donde les aguardaba el general Miaja, en compañía del cual almorzaron y con el que reanudaron el viaje a Valencia».

No habría de pasar mucho, para que don Juan Negrín, «apóstol de la resistencia a ultranza», trasladara su residencia oficial a Elda, a la finca «El Poblet», conocida como «Posición Yuste», ya en las postrimerías de la guerra civil. Otra historia que, en breve, les contaremos.




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El guardia de asalto

8 de enero de 1994


Nos telefoneó previamente. Nos visitó el día de Reyes. Tiene ochenta y tres años y la jubilación de capitán de la Policía Nacional. Se conserva erguido y lúcido. Y es el suyo un testimonio de gran interés, para cuantos se ocupan y preocupan de nuestra historia. Sacó de su cartera los recortes de dos de nuestras columnas, las correspondientes a los días dieciocho y veintiuno del pasado diciembre, y unas fotografías: la del comandante Elías Palma Ortega y la del dirigente del Frente Popular Manuel Flores Rodríguez, procedentes de Huelva. Nos habló de ambos y muy en especial de Palma que fue jefe del sexto batallón de retaguardia, acuartelado en Benalúa.

Nuestro visitante, del que silenciamos su nombre por deseo expreso, ingresó en el Cuerpo de Asalto, pocos días después del dieciocho de julio, y estuvo destinado en la compañía 49, primero al mando del capitán Rubio Funes y posteriormente al del también capitán Luis Trives.

Cuando, por escalafón, ascendió a cabo, estuvo al frente de un grupo de unos ocho guardias encargados de custodiar a los detenidos de sus lugares de reclusión a donde iban a ser juzgados.

A José Antonio Primo de Rivera y a su hermano Miguel se les juzgó en la misma prisión provincial, en La Florida. Durante los cuatro días que duró el juicio, pasó varias horas con ambos. Siempre respetuosamente, nuestro interlocutor se refiere a ambos. Del primero, manifiesta que era un hombre de «viva inteligencia, pero demasiado arrogante»; del segundo que era «un señor correcto, educado e íntegro». Y nos cuenta cómo le costaba liarse los cigarrillos, con aquel tabaco «mataquintos», cuyo paquete cree recordar que costaba quince céntimos. Para facilitarle la operación, porque era buen fumador, se brindó él mismo a liárselos. Miguel Primo de Rivera no sólo accedió, sino que siempre le daba las gracias de forma muy expresiva. «A su esposa, doña Margot Larios y a otras señoras se las juzgó frente al Ayuntamiento, en donde hoy está la Audiencia Provincial».

Además de estos lugares, se celebraban juicios en el propio Ayuntamiento, en el cuartel de Benalúa, en algunas ocasiones, en la Diputación, y en un local habilitado convenientemente a la entrada del puerto. «Por lo general en este último sitio se veían asuntos de menor cuantía».

Volveremos sobre tan sugerentes confidencias.




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Remedios contra el cólera

10 de enero de 1994


El día primero de mes, en esta columna, nos referíamos a las epidemias más violentas de cólera que sufrió nuestra ciudad, durante la pasada centuria. Entonces, por razón de espacio, no pudimos dar la receta para combatir el tremendo mal, y que se publicó, por la comisión de sanidad, en un curioso bando que reproducimos, en su mayor parte: «(...) En el momento de la invasión, se favorecerán los conatos del vómito, las angustias, peso y desasosiego, con tazas de flor de malvas, tibia, o agua caliente, con aceite o sin él, según la más o menos facilidad del sujeto. Conseguido el objeto de evacuar las materias impuras, se le administrará al enfermo la cantidad de un escrúpulo (peso antiguo equivalente a veinticuatro gramos) de polvos disueltos en dos onzas de agua gomosa, té o flor de malvas, poniendo al paciente en una cama con bastante abrigo y serena quietud. Más tarde un sudor general hará que cesen los vómitos y calambres, y el semblante cadavérico del afectado se animará y la sed se irá extinguiendo. Se le dará, entonces, de media en media hora, tazas de caldo de gallina, ternera y garbanzos, pero sin grasa».

Desconocemos, por supuesto, las garantías de esta fórmula, aunque la elevada mortalidad tanto en 1834 como en 1854, no deja mucho margen a la confianza. En la epidemia correspondiente al segundo de los citados años, el gobernador don Trino María González de Quijano que, como ya se sabe y hemos repetido, murió víctima de la misma, publicó el bando que igualmente transcribimos en su totalidad, con fecha del veintitrés de agosto del fatídico año: «Vista la gravedad de las circunstancias y oído el parecer de los facultativos he dispuesto lo siguiente: 1.º Los dueños de los cafés y horchaterías tendrán en sus establecimientos constantemente, noche y día, depósitos de arroz, resfriado con nieve, sin canela, para el servicio público y especialmente para los enfermos; 2.º todos los farmacéuticos de la capital facilitarán gratis toda clase de medicamentos, mediante receta firmada por un facultativo, y con el visto bueno del respectivo alcalde de barrio. El importe de estas recetas se abonará en el Gobierno Civil, pasadas las actuales circunstancias». Si a González Trino se lo llevó el cólera, al alcalde Manuel Carreras, ya minado por la disentería que contrajo en su destierro de Filipinas, lo movió a presentar la dimisión, el cuatro de noviembre. Murió nueve meses más tarde. Dos personajes, dos referentes de nuestra crónica.




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Noventa años de Prensa asociada

11 de enero de 1994


Se cumplirán el día 5 del próximo junio. En aquella fecha y en la calle de San Fernando número treinta y cuatro, donde estaba domiciliado el periódico «El Demócrata», su propietario don Juan Manuel Contreras en compañía de: don Antonio Galdó Chápuli, de «La Unión Demócrata»; don Manuel Cano, director de «El Pueblo»; don José San Juan, redactor de «La Vanguardia»; don José Berenguer, director de «La Federación»; don Alfredo Guillén, director de «La Revista»; don Juan Bernabeu, director de «La Cruz»; don Joaquín Bellido Llorens, director del «Boletín de la Cámara de Comercio»; don Pascual Orozco, corresponsal de «El Liberal», de Madrid y Murcia; don Antonio Asín, corresponsal de «El Heraldo», de Madrid; don Antonio Solans González, corresponsal de «El País» y «La Lucha», de Madrid; don Luis Vázquez, redactor de «El Correo», en representación de don Florentino de Elizaicin y como corresponsal de «El imparcial» de Madrid; don Abelardo L. Teruel, corresponsal del «Diario Orcelitano» de Orihuela; todos ellos acordaron por unanimidad: primero, constituir la Asociación de la Prensa de Alicante; y segundo, considerar miembros de la junta organizadora a todos los presentes y adheridos a aquel acto.

Entre los adheridos se encontraban: don Tomás Tato Ortega, director de «El Graduador»; don Francisco Guardiola Ortiz, director de «El Liberal»; don José Guardiola Ortiz, director de «El Republicano» y don Juan Cabot Cahuet, director de «La Marina Mercante».

Con objeto de ultimar la constitución, se nombró una ponencia integrada por Contreras, Guardiola Ortiz (José), Orozco, Vázquez, Cano y Solans, como secretario de la misma.

Al día siguiente, se recibieron las adhesiones de los señores Francisco Martínez Yagües, Miguel de Elizaicin España y Justo Larios de Madrano, directores respectivamente de «La Opinión», «Museo y Exposición» y «El Noticiero». El primer presidente de la Asociación, Juan Manuel Contreras falleció poco después: el veintidós de diciembre de 1904. El veintiuno de enero del siguiente, fue elegido Antonio Galdó Chápuli.

En principio y hasta 1921, el domicilio social de la Asociación de la Prensa estuvo en el número uno del pasaje Amérigo.




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Estado de guerra

12 de enero de 1994


Malos tiempos soplaban para la República, cuando se plantó en el almanaque el año 1939, que algunos optimistas vaticinaron como el de la victoria sobre los sublevados. Pero el panorama militar no era muy alentador. En la tarde del veinticuatro de enero de aquel punzante año «representantes de las fuerzas armadas de nuestra capital, acompañados por una banda de cornetas y tambores, hicieron público el bando que proclamaba el estado de guerra».

El coronel de Infantería y comandante militar, don Manuel Hernández Arteaga, recibió un telegrama que decía: «Don José Miaja Menant, general de los ejércitos nacionales republicanos y general jefe del grupo de ejércitos de la Región Central hace saber: queda decretado el estado de guerra en todo el territorio dependiente de esta zona central, o sea las provincias de Valencia, Alicante, Almería, Murcia, Jaén, Granada, Córdoba, Ciudad Real, Toledo, Madrid, Guadalajara, Teruel, Cuenca, Castellón y Albacete, y en consecuencia con lo prevenido en el artículo noventa y cinco de la Constitución de la República Española (y los correspondientes artículos del Código de Justicia Militar y de la Ley de Orden Público), se declara el estado de guerra en toda la zona anteriormente citada».

Por dicho bando, se prohibía la formación de grupos de tres o más personas; el aproximarse, desde la puesta a la salida del sol, a vías férreas, líneas de energía eléctrica, conducciones de agua, cuarteles, polvorines y dependencias militares, bancos y establecimientos fabriles e industriales, y edificios públicos. Se contemplaban como delitos sujetos a juicios sumarísimos, la traición, el espionaje, la rebelión, la sedición y sus conexos, y los atentados y resistencias a la autoridad y sus agentes.

Sin embargo, las corporaciones civiles mantenían su normal funcionamiento en todos los asuntos, salvo en aquellos que se relacionasen con el orden público. El bando fue expedido en Valencia el día veintitrés de enero y en Alicante se publicó a las quince horas del día siguiente. Según «Nuestra Bandera», el pueblo de Alicante «hizo suya la declaración demostrando claramente cuál es el espíritu que anima a nuestra España, dispuesta a arrastrar todas las eventualidades para arrojar de nuestra patria a los invasores».

Pero, en el fondo, todo estado de guerra o excepción es un síntoma de desconfianza, inseguridad y debilidad.




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La marcha del jefe

13 de enero de 1994


Ya se lamentaba «El Correo», diario liberal-conservador y órgano del partido en la provincia, de cierto transfuguismo operado allá por el año 1909 y que los había dejado descabezados: «Pasados algunos meses -escribía en noviembre del mismo citado año-, el antiguo conservador don Alfonso de Rojas se marchó de nuestro partido, acompañado de elementos valiosos, entre ellos el señor Pérez Bueno. La ausencia de éstos causó profunda pena, porque significaban una suma importante, para la democracia alicantina, y una resta dolorosa, para nuestra agrupación, falta ahora de dirección política y de jefatura reconocida en la circunscripción de Alicante».

La jeremiada empezó porque don Luis Pérez Bueno, el 17 de noviembre y de manos de don Ricardo Pascual del Pobil y Chicheri, en sesión extraordinaria del Ayuntamiento, había recibido la vara de alcalde, gracias al acierto de los canalejistas. Sin embargo, tiempo atrás, cuando «un político brillante en la plana mayor de la "conservaduría alicantina", el señor don Manuel Antón, al figurar como candidato a Cortes, en las últimas elecciones a diputados, propuso al señor Pérez Bueno para la Alcaldía de la capital, un gobernador civil de ingrata memoria, el señor Ojesto (Pascual de Ojesto y Uhagón), de acuerdo con un político ilicitano, pusieron el veto a esta candidatura y, en su lugar, fue nombrado alcalde el liberal moretista don Luis Mauricio Chorro».

No obstante, «El Correo» se mostró generoso con su antiguo compañero de filas: «Se trata de un perfecto caballero, persona de gran cultura, de honradez sin tacha (...) Es de pensar que con mano dura y sin contemplaciones, administre rectamente los intereses comunales, cortando de raíz muchos abusos que perjudican al vecindario y que sólo sirven para engordar a algunos contratistas de arbitrios municipales».

En el Gobierno Civil, a Ojesto, le sucedió brevemente Alfredo Paradela y Martínez, y a éste, de la mano de Canalejas, el diecisiete de noviembre de 1909, Joaquín Moreno Lorenzo.

Sin duda, el dirigente del liberalismo avanzado preparaba su desembarco en la presidencia del Gobierno. Y en nuestra ciudad siempre tuvo buena imagen. Ya mucho antes, en 1981 y siendo alcalde de la ciudad don Manuel Gómez Orts, se le concedió el título de Hijo Adoptivo de Alicante, a don José Canalejas Méndez.




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Reformatorio de adultos

14 de enero de 1994


Anda que el nombrecito que le pusieron también tiene pecado. Pero, en fin, la cárcel de la carretera de Ocaña, en el barrio de Benalúa, ahora convertida en juzgados, se entregó oficialmente el trece de enero de 1926, al director general de Prisiones que se trasladó a nuestra ciudad, en compañía de su secretario, del arquitecto, señor Agustín y de otras personalidades, tal y como se recoge en la Prensa de por entonces.

El propósito de construir un nuevo establecimiento penitenciario, se recoge ya en los cabildos de 1872, cuando era alcalde popular de Alicante don Francisco García López. En un informe correspondiente al nueve de febrero de dicho año «se desprende la necesidad de edificar una nueva cárcel, con la exigencia que el siglo de la civilización y de las humanidades reclama». Además, se recuerda otro informe sobre el mismo tema del veinte de noviembre de 1869.

Muy posteriormente, ya en 1884, el alcalde constitucional interino don José Soler y Sánchez se interesa por el tema y lleva a cabo diversas gestiones que tampoco llegaron a fructificar.

La sociedad «Los Diez Amigos» ofreció al Ayuntamiento una parcela de tres mil quinientos metros aproximadamente, para la edificación del referido centro penal. Según Fernando Gil, los planos están fechados en 1886. Pero se presentan en sesión plenaria municipal el 22 de julio de 1887, cuando presidía el Ayuntamiento don Rafael Terol Maluenda. Sin embargo, aún tardarían en aprobarse. En aquella ocasión textualmente se dice: «Se presentaron los planos y presupuestos para la construcción de una nueva cárcel firmados por el señor arquitecto municipal. El Ayuntamiento acordó su aceptación y que se remitan a la superioridad, en cumplimiento de lo que dispone la real orden del doce de abril último, expedida por el Ministerio de la Gobernación».

El veintitrés de marzo de 1892, el alcalde Manuel Gómiz Orts da cuenta a la corporación de haberse firmado en tal día la escritura, en virtud de la cual la sociedad «Los Diez Amigos» cede gratuitamente al Ayuntamiento el terreno necesario para la construcción de la nueva cárcel (una parcela de diez mil metros cuadrados). Sólo entonces se autorizan las obras de construcción. En 1900, tras habilitarse una parte, llegaron los primeros reclusos. Toda una historia vidriosa y casi inacabable.




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Solemne celebración

15 de enero de 1994


Estaban todos, aquel primero marzo de 1960. En sesión extraordinaria de la corporación municipal, se procedió a conmemorar el segundo centenario de la iniciación de los cabildos, en el actual Ayuntamiento. Presidía el gobernador civil, don Miguel Moscardó Guzmán, y allí, a su lado, el alcalde don Agatángelo Soler Llorca, los tenientes de alcalde don Juan Sorribes Mora, don Pedro Carbonell Zaragoza, don Francisco Muñoz Llorens, don Arecio Gómez Padilla, don Rafael Tato Bahamonde, don Juan Die Coig y don Manuel Soriano Antón; los concejales don Manuel Martínez Beresaluce, don José Lassaletta Álvarez, don José Lamaignere Vila, don Pedro Herrero Rubio… el secretario general don Santiago Peña Carrasco y el interventor, don Juan José Seva Mas. Asistieron al solemne acto los ex alcaldes de Alicante, don José Pascual de Bonanza Pardo, don Román Bono Marín, don Manuel Montesinos Gómiz y don Francisco Alberola Such. Además, el ilustrísimo cabildo de la Catedral, presidido por el deán don Bartolomé Albert; el gobernador militar, el presidente de la Audiencia Provincial, y todo un largo etcétera.

Se inició el acto con «un toque llamado de la ciudad y ejecutado por los clarines y timbaleros a quienes compete este cometido». Seguidamente, el oficial mayor, señor García Sellés, dio lectura a las actas correspondientes a las sesiones o juntas celebradas por el cabildo municipal con fecha veintitrés de febrero y uno de marzo de 1760, anunciatorias, en síntesis, la primera de «la ya habitable casa nueva del Ayuntamiento» y la segunda reflejo «de la primera junta celebrada por el cabildo en su nueva sede que es el actual palacio municipal».

A continuación, hizo uso de la palabra el alcalde quien pormenorizó la historia del municipio y de su Casa a lo largo de los dos últimos siglos. En un momento de su intervención, dijo: «Aquí, residió la intriga de la política recién inventada y entonces, señores concejales, señores tenientes de alcalde, no venían nuestros antecesores, a esta casa, ampliamente interesados, como vosotros venís ahora a preguntar, a inquirir, a mover por esta calle, por aquel bache, por tal proyecto, y a disgustarse, eso sí, porque las cosas no vayan aprisa, como nosotros queremos, pero nunca a disgustarse porque un compañero quiere hacer una cosa y porque no piensa como nosotros, por envidia, por maldad, porque no es de nuestro grupo, no se la dejamos hacer». Agatángelo Soler pidió al secretario que «constara bien claro en acta que en este segundo centenario de esta Casa, el alcalde y los concejales de la ciudad de Alicante, se sienten entusiasmados y agradecidos ante la figura de Francisco Franco».




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Alicantinos en Marruecos

17 de enero de 1994


Soldaditos del segundo batallón del Regimiento de la Princesa que salieron para jugárselas al moro o quedarse en aquellas tierras, para siempre. El alcalde Juan Bueno Sales se integró, con el propósito de ayudar a los jóvenes, en un comité que se organizó en nuestra ciudad denominado «Junta protectora del batallón expedicionario de la Princesa». A tal fin, la Alcaldía donó sesenta pesetas, importe de seiscientas docenas de flores diversas, «que costaron a razón de diez céntimos cada docena», con objeto de celebrar la fiesta de la flor, en la Explanada, el día cuatro de septiembre de 1921, a las diez de la noche, pro-soldados de la referida unidad y para la adquisición de un camión-cisterna.

El dieciséis de agosto de aquel citado año, a las seis de la tarde, el referido Cuerpo expedicionario, embarcó en la vapor «Sister», con destino a Melilla. El alcalde comunicó a todos los comerciantes y centros oficiales que pusieran cajas en sus dependencias, para recoger los donativos de tabaco, «para los muchachos del batallón».

El pueblo alicantino llevó más allá su solidaridad y manifestó su deseo de adquirir un avión, «para ayudar a sus paisanos en una guerra, donde el patriotismo era más fuerte que la razón». Ante tal propósito, Juan Bueno Sales, solicitó el presupuesto para la compra de un avión inglés. Y lo recibió.

El aeroplano Havillad D.H. 9, con motor de doscientos cincuenta caballos y velocidad de 186 kilómetros por hora, capaz de volar a seis mil metros de altura, con una carga útil de doscientos cincuenta kilos, tenía un precio, en Londres, de setenta mil pesetas, y puesto en Alicante, siempre que hubiera un aeródromo en condiciones, quince mil pesetas más. A pesar del optimismo, también se solicitaron presupuestos para la compra de un camión. No obstante, el alcalde alicantino, en cumplimiento de lo acordado por el Ayuntamiento pleno en sesión del seis de agosto de aquel año, dirigió una carta a cada uno de los 137 municipios que por entonces constituían la provincia, para que sufragaran la parte proporcional que a cada uno le correspondiera. El tres de septiembre, y en vista de los resultados, se acordó desistir de la compra del aeroplano, y archivar las diligencias. Pero la intención no pudo ser más generosa.




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De la celda a la Alcaldía

18 de enero de 1994


La primera entrevista que el alcalde Ambrosio Luciáñez Riesco concedió a la «Hoja Oficial de Alicante», editada por la tercera compañía de Radio-Difusión y Propaganda de los Frentes, fue el martes veinticinco de abril de 1939. Había tomado posesión de su puesto -según manifestó- antes de la llegada de las tropas liberadoras, concretamente el treinta de marzo, designado para la Alcaldía presidencia del Ayuntamiento, por comunicación del Gobierno Civil. Con él, formaban la Comisión Gestora Municipal con carácter provisional, en aquella fecha: don Andrés Villarrubia Fernández, don Luis García Ruiz, don Ignacio Sevila Morant, don Emilio Lafuente Tomasetti, don Luis Magro Mas, don Jesús Bendito de Elizaicin, don Javier López Benito y don Pedro Samper Grau (se ratificaría y ampliaría esta Comisión, ya bajo la Auditoría de Guerra del Ejército de Ocupación, el dos de abril).

Ambrosio Luciáñez dijo al redactor que cambiaría su condición de alcalde por la profesión de periodista que ejerció «durante luengos años destacadamente en nuestra capital».

Con respecto a las reformas urbanas, manifestó: «Ya por la comisión permanente, se ha iniciado el estudio de algunos proyectos. El que empezará más prontamente es el de la apertura de la avenida de Méndez Núñez, por el sur, hasta el mar, y por el norte, hasta la calle de Alfonso el Sabio, en su confluencia con la de San Vicente. Se aprovechará en este proyecto, la circunstancia de haber sufrido grandes desperfectos las casas que precisamente han de ser derribadas, para que esta céntrica avenida alicantina llegara al mar. La prolongación por la parte norte, dejando a la izquierda la casa de los señores Manero, hará desaparecer las casas de construcción antigua de la Rambla y de la calle de las Infantas». En la misma vía, agregó que se estaba gestando la construcción de un magnífico edificio del Banco de España, en el solar del antiguo convento de los Capuchinos; y probablemente otro en un solar propiedad del Ayuntamiento, junto al Central Cinema.

«El culto a los caídos es cosa que no puede olvidar el Ayuntamiento, es una obligación ineludible el honrar a los que sucumbieron. Por ello se ha acordado erigir un mausoleo en el cementerio (...) y también que en el jardín de Ramiro se eleve la Cruz de los Caídos, habiéndose escogido este lugar por estar apartado del bullicio del tráfico, a la par que situado frente al mar y a la entrada de la población».

Sin embargo, no pudo ser allí. La entrevista que comentamos y reproducimos tan sólo una parte, terminó cuando el alcalde Luciáñez, primero de la época franquista, le manifestó al redactor: «Y no le digo nada más. Es preferible la acción a la palabra. De la celda a la Alcaldía ha sido un tránsito demasiado brusco, pero lo primero que debemos acatar es la disciplina».




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Cronistas oficiales

19 de enero de 1994


De muy atrás y para nuestra fortuna, Alicante ha tenido numerosos y competentes cronistas, historiadores e investigadores. El interés por nuestra historia, por nuestro urbanismo, por nuestras actividades mercantiles y culturales, por nuestros movimientos sociales y vecinales, es, cada vez, más notorio. Recordemos, sólo a título de ejemplos notables, a Vicente Bendicho y Nicasio Camilo Jover.

Sin embargo, cronistas oficiales, es decir, cronistas nombrados formalmente por la corporación municipal, sólo ha habido, hasta el día de hoy, cinco. El primero de ellos fue Rafael Viravens y Pastor, quien el día veintitrés de febrero de 1875, en cabildo presidido por don Julián de Ugarte, en ausencia del titular don Juan Bonanza Roca de Togores, alcalde por designación real, le otorgó, en virtud de sus méritos, el título de cronista, un mes después de ejercer la plaza de archivero municipal.

Tras su muerte, ocurrida el día quince de marzo de 1908, su sucesor don Francisco Figueras Pacheco cursó instancia al Ayuntamiento, con fecha veintitrés del mismo mes y año, con objeto de ocupar la plaza vacante. Instancia que retiró, para presentar una segunda el uno de junio. El diecisiete, la comisión de personal informó favorablemente y el veinticuatro del siguiente mes de julio, la corporación presidida por don Luis Mauricio Chorro, acordó concederle merecidamente tan alta distinción. El título correspondiente, según su biógrafo y cronista provincial, don Vicente Ramos, está expedido el veintiuno de enero de 1909.

El cronista Figueras Pacheco lo fue hasta su fallecimiento, el veintiuno de marzo de 1960. A finales de aquel año, exactamente el siete de diciembre, en sesión ordinaria de la comisión municipal permanente, una moción de la alcaldía que desempeñaba don Agatángelo Soler Llorca, propuso el nombramiento para cronista oficial a don Vicente Martínez Morellá, a la sazón, jefe de negociado del Ayuntamiento. Tras las oportunas deliberaciones y a la vista de sus méritos académicos y profesionales, se aprobó por unanimidad. El nuevo cronista murió el veintidós de mayo de 1983. Y el cargo estuvo sin cubrir, hasta que el alcalde don José Luis Lassaietta Cano propuso al pleno municipal, el 10 de diciembre de 1986, a don Joaquín Collía Rovira, para ocuparlo. La decisión fue unánimemente favorable. Por desgracia, el entrañable Joaquín Collía sólo lo ejerció durante algunos meses, ya que falleció el veintinueve de octubre de 1987.

El mismo referido alcalde presentó una moción al pleno celebrado el veintiuno de diciembre del mismo año, en la que se citaba para ostentar tan honroso cargo a quien esto escribe. El pleno, así lo acordó por unanimidad.

El espacio de que disponemos nos impide referirnos a cada uno de nuestros competentes predecesores, con la debida amplitud. Quede aquí nuestro reconocido homenaje a todos y cada uno de ellos, por cuanto hicieron por Alicante.




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El Gran Visir, en Alicante

20 de enero de 1994


Pues miren, Sidi Ahmed Ben-el-Hach Abd-el-Krim el Gammia llegó a nuestra ciudad, justo el mismo día que se efectuaba el traslado de la Santa Faz de la Diputación Provincial a la Colegiata de San Nicolás. Y el Gran Visir del Jalifa, su excelencia el Gammia, no se quiso perder la efemérides y presenció la procesión desde los balcones de la Casa Consistorial. Para que luego digan. Era el domingo, veintiocho de mayo de 1939, Año de la victoria, como ya se sabe.

El Gran Visir llegó el sábado, procedente de Valencia. Las autoridades, ante el acontecimiento de aquella visita, se movilizaron. Y así, el alcalde Luciáñez Riesco, acompañado de los ediles Luis García Ruiz, J. Guijarro, Antonio Terol y José Serna se desplazaron, hasta el cruce de San Juan. A la una cuarenta y cinco, vieron llegar al cortejo: ocho espléndidos automóviles, en los que viajaban con el primer ministro marroquí, todo su séquito. Hubo saludos de cortesía y bienvenida, y continuaron la marcha hasta el hotel Palace, donde se agolpaba una curiosa multitud que vitoreó a España y a Marruecos. Frente al establecimiento hotelero, formó una compañía de Tabor de Regulares número dos, al mando del comandante Gómez Vidal, con tambores y banda de música. El Gran Visir, no más apearse del coche, revistó la tropa, mientras sonaban los acordes del himno del Jalifa y lo más sorprendente es que la muchedumbre lo escuchó «en religioso silencio y brazo en alto» ¿habrá que hacer lo mismo, si algún día pasa por aquí el monarca alauita Hassan II?

Claro, allí estaban el coronel Pimentel, jefe de la División de Ocupación, el gobernador civil don Fernando de Guezala, los comandantes del lanzaminas «Júpiter» y del crucero auxiliar «Mar Negro», el fiscal de la Audiencia Provincial, el comisario jefe de Policía, don Miguel Bonet; el inspector jefe de Policía de la centuria «Eamón Laguna», camarada Eugenio Casado; el también camarada Castelló, jefe provincial de las FET y de las JONS; y otras jerarquías del Movimiento. Finalizada la recepción, el Gran Visir se dirigió al comedor, seguido de autoridades y representaciones. El menú: arroz alicantino, dorada fría con salsa de mayonesa, cordero asado al estilo árabe, ensalada, biscuit glacé, pastel a la crema, turrones, frutas, vino, licores y té moruno. Después, el Gran Visir se retiró a descansar.

Por la tarde asistió a la magna procesión de la Santa Faz, y luego, a un desfile militar en la Explanada de España; y por la noche al Cine Ideal donde se representaba la comedia «Mi casa es un infierno», ¿y cuál no lo era por aquellas calendas? A las nueve de la mañana del lunes, el Gran Visir Sidi Ahmed Ben-el-Hach Abd-el-Krim el Gammia, cogió su petate y los ocho automóviles y se fue a Granada. ¡Hala!




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Santa Bárbara para todos

21 de enero de 1994


Fue el cuatro de octubre de 1928 cuando el castillo o fortaleza de Santa Bárbara pasó a ser propiedad del pueblo de Alicante. El Consejo de Ministros, a propuesta del titular de Hacienda, así lo acordó, y el rey Alfonso XIII firmó el oportuno decreto que sancionaba tal cesión. Desde entonces dejó de depender de la cartera de Guerra para pasar a la administración municipal.

El cronista Figueras Pacheco en su obra «El castillo de Santa Bárbara de Alicante» (1962) escribe: «Respecto al parque de atracciones que se proyectaba establecer en las alturas del Benacantil, es de pensar que se ponga pronto la cuestión sobre el tapete, dada la importancia que en estos años, ha tomado el turismo en el litoral alicantino. En los planos figuraban teatros, campos de deportes, hoteles, pistas de automóviles, un gran balneario en la playa que se extiende al pie de la fortaleza y un ferrocarril funicular para unirlo con el recinto amurallado donde habría de instalarse los principales establecimientos del parque. Todo fue aprobado, en líneas generales, por la Dirección General de Montes, con arreglo a la real orden del 8 de abril de 1929 acerca del Benacantil, como monte de utilidad pública; y por el Ayuntamiento de la capital, al que pasó la dirección del castillo, desde que dejó de depender del Ministerio de la Guerra (...)».

Destacadas personas de la vida política y cultural de la ciudad solicitaron del Gobierno que las históricas edificaciones militares que también cumplieron últimamente oscuras funciones carcelarias, pasarán a pertenecer a los alicantinos. Manuel Die Mas, Luis Pérez Bueno, Rafael Altamira, Gabriel Miró, Manuel Senante, Trino y Óscar Esplá, los condes de Casa-Rojas, y de Torrellano y marqués de la Hermida, José Francos Rodríguez, Salvador Canals, Fernando Alfaya, Rafael Álvarez Sereix, Federico Carlos Bas y Carlos Arniches rubricaron la solicitud, como así consta en el bando que, con tan jubiloso motivo, publicó el seis de octubre de 1928, el alcalde Julio Suárez Llanos, en el que tras exaltar la decisión «laudable y altruista» del presidente del Gobierno, general Primo de Rivera y «del señor Calvo Sotelo», afirma que «sus puertas permanecerán abiertas a todos y que todos podrán visitarlo cuándo y cómo les parezca conveniente. Ninguna prevención habrá de hacer esta Alcaldía para mejor cuidarlo de posibles daños; que siendo de Alicante su castillo, los alicantinos han de ser sus más fieles y celosos guardadores». En breve ofreceremos una pormenorizada descripción de cómo se encuentra ahora, de sus instalaciones y de los proyectos más inmediatos.




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Vicisitudes de la Santa Faz

22 de enero de 1994


Aunque ya nos hemos referido en esta columna al mismo asunto, recogemos la versión oficial que ofreció el Servicio Militar de Defensa del Patrimonio Artístico, poco después de concluida la Guerra Civil. Según tal servicio, se hizo cargo de la reliquia que había estado en la Diputación Provincial durante toda la contienda, y levantó en aquel palacio, en el salón de sesiones, «un suntuoso trono que ocupó tan valiosa joya y donde viene recibiendo el culto de latría que le corresponde (...) En breve este servicio entregará a Alicante, en las personas de sus autoridades municipales y eclesiásticas la tan venerada reliquia, cumpliendo la elevada misión que el glorioso Caudillo español le ha encomendado».

En la «Gaceta de Alicante» que empezó a publicarse el veintitrés de mayo de 1939, tras la desaparición de la efímera «Hoja Oficial de Alicante», el sábado veintisiete de dicho mes, el alcalde Ambrosio Luciáñez Riesco invitó a los alicantinos a asistir a la procesión: «A las cinco de la tarde de mañana domingo ha de efectuarse el traslado de la Santísima Faz, desde el oratorio que la devoción fervorosa de todos hacia el sagrado lienzo, habilitó en el Palacio Provincial a nuestra insigne iglesia colegial, donde provisionalmente quedará depositada». Espectador excepcional, como ya dijimos el pasado jueves, del traslado, fue el Gran Visir marroquí.

El Servicio Militar de Defensa del Patrimonio Artístico, como fruto de sus investigaciones, nos cuenta que el lienzo verónico fue sacado del Monasterio, envuelto en una tela de saco, por «unas manos piadosas que la entregaron al gobernador marxista Valdés Casas quien, a su vez, la confió a funcionarios de la Diputación, los cuales la dejaron en un arcón o caja en las oficinas de Depositaría». A principios de 1938, Antonio Ramos y Rafael Millá, con otros marxistas, acompañados del joyero alicantino Amérigo, fueron a contrastar las alhajas contenidas en dicho arcón. «Cuando llegó el turno al relicario de la Santa Faz -alguien que no debía ser alicantino- quiso que éste siguiera la suerte de los demás objetos. Rafael Millá -dirigente comunista- salvó la reliquia oponiéndose a su destrucción y diciendo enérgicamente que era preciso conservarla, para que figurara en un museo de arte religioso que con el tiempo se instalaría en nuestra ciudad». Y de nuevo pasó al arcón y allí estuvo hasta que desaparecieron las autoridades marxistas.

Posteriormente, «unos alicantinos que habían pasado cárcel durante el dominio rojo, don Ambrosio Luciáñez y don Francisco Alberola, con el cónsul de Argentina se hicieron cargo de la Santa Faz llevándola a la finca del señor Bardin, «Villa Marco», habitada por el citado cónsul, hasta que el servicio se hizo cargo de la misma y la expuso en el salón de actos de la Diputación».




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Los periodistas

24 de enero de 1994


Hoy, los periodistas y la Asociación de la Prensa celebramos nuestra fiesta patronal y de hermandad. Hace unos días («La Gatera», 11-1-94), nos referimos a la sesión fundacional de esta entidad, el cinco de junio de 1904 -pronto, pues, se cumplirá el noventa aniversario de la efemérides-, así como a su primer presidente, don Juan Manuel Contreras, propietario y director de «El Demócrata» quien falleció aquel mismo año, el día veintidós de diciembre.

Dedicado a todos los colegas, tomamos algunas notas de la historia que estamos elaborando acerca de la Asociación -con sensible falta de bagaje documental-, con ánimo de conmemorar así la festividad. Tras la muerte de uno de sus fundadores y el primero de sus presidentes, el veintiuno de enero de 1905, se eligió para cubrir el cargo vacante a don Antonio Galdó Chápuli. Bajo su mandato presidencial, se celebró la primera corrida de toros a beneficio de la Asociación de la Prensa de Alicante. En aquella ocasión, intervinieron los matadores Fuentes y Cocherito de Bilbao, con reses de la ganadería de Carreras. Las señoritas Isabel Brufal, Calsuinda Pérez, Virtudes Yáñez, Eusebia Lacouberry, Clementina Cepeda y Conchita Lacy, presidieron la fiesta taurina. Mientras la tiple Blanca Matías, escoltada por los periodistas Gomis y Grau, y el actor Eugenio Casals, recogió las llaves.

Tras la dimisión de Galdó Chápuli, en 1907, y con carácter interino, ocuparon la presidencia don Juan Pérez Aznar, hasta el dos de diciembre, y don Agustín Latorre, hasta que el quince de aquel mismo mes, tras las oportunas elecciones, se hizo cargo de la Asociación don Rafael Sevila Linares, en tanto don Florentino Elizaicin España alcanzaba la vicepresidencia.

Conviene recordar que a don Antonio Galdó Chápuli y a don Rafael Sevila Linares, ambos presidentes de la Asociación de la Prensa y concejales de nuestro Ayuntamiento, se les concedió la medalla de oro de la ciudad, y el título de Hijo Predilecto, en sesión del tres de diciembre de 1920, y siendo alcalde don Antonio Bono Luque.

El trece de diciembre de 1908 salió de nuevo Galdó Chápuli, en tanto Elizaicin se mantuvo como segundo de a bordo, hasta que fue elegido para ocupar la presidencia en 1911 y que mantuvo hasta 1925, cuando le sustituyó don Juan Botella Pérez, en tanto don Emilio Costa Tomás accedía a la vicepresidencia. En 1928, saldría elegido presidente don Manuel Pérez Mirete, en tanto Emilio Costa, continuaba en su puesto. A Pérez Mirete le sucedería don Álvaro Botella Pérez, que fue nombrado gobernador civil de Toledo, ya en la República.

Durante este periodo, la Asociación de la Prensa nombró miembros honorarios de mérito de la misma a don Benito Pérez Galdós, a don Salvador Sellés, a don José Francos Rodríguez y a don Gabriel Miró, sin que se agote aquí una nómina que aún no hemos cerrado.

Desde su fundación, la sede social de la Asociación de la Prensa alicantina estuvo en el pasaje de Amérigo, n.º 1, hasta 1921; luego, sucesivamente, pasó a la calle de Castaños, n.º 10, a la calle López Torregrosa, n.º 1, a la calle de Zaragoza, n.º 4; y desde el mes de julio de 1928, hasta el año 1939, al n.º 8 del paseo de los Mártires, ahora Explanada de España.




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Otra visión de Albatera

25 de enero de 1994


Ya noticiamos en «La Gatera» del pasado tres del mes en curso, cómo el periodista José Alfonso definía los campos de concentración franquistas «como un vil remedo de los campos alemanes donde la barbarie gamada comete todo linaje de desafueros». Con la victoria de los llamados nacionalistas, el Campo de trabajo de Albatera, inaugurado por la República para albergar «entre dos y tres mil reclusos», fue utilizado por las tropas de ocupación para internar en él a los miles de prisioneros rojos, procedentes en su mayor parte de aquellos que se habían refugiado en nuestro puerto, con la pretensión de embarcar hacia el exilio.

El veintisiete de abril de 1939, el gobernador militar de la provincia, Joaquín Carballo Álvarez, acompañado de su ayudante, del señor Tarí y del presidente provincial de Falange, camarada Luis Castelló Gallud, visitó Albatera, donde pronunció, en el Círculo de Falange, una conferencia a la que asistieron, entre otros, el comandante militar de la población, don Miguel Bas de la Torre, así como las jerarquías locales de la FET y de las JONS. En aquella ocasión, el gobernador militar, en su aplaudida alocución, exaltó a la mujer «como madre que cría a los hombres de España y como firme estímulo del hogar, del honor y de la familia». «La familia -agregó- en España es una institución admirada, modelo entre todas las familias del mundo, reflejo fiel de la familia de Nazaret». Tras descalificar a la masonería y el marxismo que habían destrozado los principios cristianos del país, don Joaquín Carballo Álvarez concluyó afirmando que «España será igual para todas las clases sociales, debido al carácter paternal de Franco». Seguidamente, visitó la iglesia, donde oró, y por último el campo de prisioneros, enclavado en el término municipal de Albatera.

En el campo «vio el fichero y pudo comprobar que el total de detenidos concentrados se elevaba a seis mil ochocientos, y diariamente son pasaportados y puestos en libertad unos trescientos, aquellos contra los que no aparecen cargos concretos. El estado de ánimo de los presos es de odio contra los jefes que tan vilmente los engañaron y de admiración y hasta devoción por nuestro caudillo Franco». («Hoja Oficial de Alicante», 28-4-39.)

Nosotros, con la mayor objetividad posible, concedemos tanto respeto y crédito al testimonio de aquel gobernador militar, como a los de algunos de los reclusos republicanos que allí se encontraban, cuando se produjo la referida visita. Lo que ocurre es que discrepan una enormidad. Ya lo apreciarán ustedes, muy pronto.




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Niños republicanos

26 de enero de 1994


Cuando menos, se realizaron las gestiones pertinentes para evacuar de nuestra ciudad, ante el inminente peligro de los bombardeos aéreos, a niños huérfanos y refugiados, a Argelia. Cuando menos, así se desprende de la correspondencia mantenida entre el entonces alcalde o presidente del Consejo Municipal y dirigente comunista, Rafael Millá Santos, y el cónsul español en Sidi-Bel-Abbés, José Alonso Mallol.

En una carta de este último, fechada el 28 de noviembre de aquel año dice: «(...) Esperando de un día a otro, la llegada del vapor de Alicante, he ido demorando escribirte sobre el asunto que he planteado al Ministerio de Estado. Te acompaño copia de la comunicación que dirigí a Vayo y suponiendo que no habrá inconveniente en autorizar el viaje de los niños huérfanos y refugiados, te ruego comiences a preparar las cosas para que de manera rápida, se pueda realizar el primer envío. En los medios trabajadores, singularmente entre tus correligionarios (y me complazco en reconocerlo así) hay un gran entusiasmo por acoger a estas inocentes víctimas del fascismo criminal, y creo que sería de gran efecto, para estimular la solidaridad y fraternidad entre los pueblos francés y español que se llevara a efecto esta obra (...)».

En el oficio cincuenta y cuatro de 23 de noviembre, José Alonso Mallol, dice al ministro de Estado, Álvarez del Vayo, «el número crecido de víctimas que en nuestras filas ha causado ya el criminal levantamiento militar, plantea la necesidad de atender a millares de huerfanitos. Igualmente la evacuación de los territorios ocupados por los rebeldes hace también que innumerables familiares tengan que ser atendidas en la retaguardia, ocasionando dificultades a las autoridades que han de subvenir al cuidado y alimentación de tantos millares de seres». El cónsul solicita del ministro instrucciones para transmitirlas a sus colegas de Orán y Argel «para que en sus respectivos distritos pulsaran la opinión de los medios obreros y avanzados para ver si se obtenía el mismo éxito que en esta zona de Bel-Abbés».

El 3 de diciembre, Rafael Millá acusa recibo y pregunta a Alonso Mallol si podría disponerse de un barco que hiciese el traslado de los niños y quien sufragaría los gastos del pasaje «pues la manutención, ya comprendo, sería por cuenta de las familias que los acogiesen». El expediente relativo al tema se encuentra en el Archivo Municipal de Alicante.




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Noticias de José Antonio

27 de enero de 1994


En octubre de 1939, según sendos despachos de agencia, salieron a la palestra dos personajes directamente vinculados al fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera. De una parte, el magistrado Enjuto, y de otra, el teniente de Asalto González Vázquez.

De acuerdo con la «Gaceta de Alicante», del seis de los dichos mes y año, a Enjuto lo arrojaron desde un tercer piso los estudiantes de la Universidad de Piedras, de Puerto Rico, después de haber asaltado su domicilio. Enjuto fue «el magistrado que actuó en Alicante como acusador en el proceso que se le siguió a José Antonio. Posteriormente, embarcó para América, donde Fernando de los Ríos le había preparado una cátedra en la citada Universidad».

Días después, por el mismo medio, nos enteramos de que en Barcelona se detuvo a Juan José González Vázquez, quien mandó el piquete de ejecución que acabó con la vida del fundador de la Falange. Según sus propias declaraciones, recogidas por CIFRA, González Vázquez fue destinado a Alicante, desde Madrid, a finales de septiembre de 1936. Ascendió a alférez y no mucho después a teniente. Formó parte de los que fusilaron, al mando del capitán del referido cuerpo de Asalto, Eduardo Rubio, al general José García Aldave y a seis oficiales. El día 20 de octubre, a las cuatro de la madrugada, se le ordenó trasladarse a la cárcel provincial de la ciudad, para llevar a cabo el fusilamiento de José Antonio, previsto para dos horas más tarde, en el propio foso del establecimiento penitenciario. «En el patio había unas cuarenta personas, entre funcionarios de prisiones y autoridades». José Antonio estaba con su hermano. Cuando llegó la hora, dijo: «Vamos», y echó a andar, custodiado por veinte milicianos. Una vez en el sitio donde iba a ser ejecutado, gritó: «¡Arriba España!». En ese momento se efectuaron varios disparos y según el detenido no se dio tiro de gracia ni se maltrató el cadáver de la víctima. Con José Antonio fueron fusiladas tres personas más cuyas circunstancias ignoraba.

El teniente González Vázquez afirmó que no había participado en ningún otro piquete, y que ambas ejecuciones en las que intervino lo fueron en virtud de las condenas de los consejos de guerra. Jubilado en enero de 1937, cuando se le detuvo oculto en la calle Coll y Vehí número 103 tenía cincuenta y seis años de edad.

En su declaración afirma que se fusiló aquel día a tres personas más, cuando, de acuerdo con nuestros datos, fueron cuatro, todos ellos de Novelda: Vicente Muñoz Navarro, Luis López López, Ezequiel Mira Iñesta y Luis Segura Baus, «tradicionalistas los dos primeros, y de Falange, los otros dos».




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Cierre a la calle Mayor

28 de enero de 1994


Que la calle Mayor como otras tantas del centro urbano se desertizan es un hecho constatable y que tiene sus claves, en las que ahora no vamos a entrar. Pero se ha deteriorado mucho su habitual tránsito y sus actividades comerciales.

En 1901, el Ayuntamiento, que entonces presidía don José Gadea Pro, acordó prohibir el paso de carruajes por la calle Mayor. A raíz de aquel acuerdo, muchos vecinos y comerciantes, descontentos con la medida, se dirigieron al Gobierno Civil, en recurso de alzada, con objeto de que se revocase la determinación que lesionaba los intereses de residentes y propietarios de los establecimientos mercantiles. El 12 de agosto del citado año, don Máximo Caturla Guimbeu, capitán de Infantería, ayudante de órdenes del excelentísimo general de división, don José Márquez, dirigió al alcalde de la ciudad una instancia, en la que le comunicaba el recurso interpuesto, en su propio nombre y en el de todos los firmantes.

Una comisión del Gobierno Civil de la provincia estudió detenidamente la protesta. El 15 de noviembre, el titular de dicho Gobierno, don Leopoldo Riu y Casanova dirigió al Ayuntamiento un extenso oficio en el que, entre otras cosas, se decía: «(los firmantes) fundan su recurso en que tal acuerdo lesiona los intereses del comercio al que se ha privado de poder descargar las mercancías en las puertas de los establecimientos y que ha suprimido a los vecinos de la expresada calle Mayor un servicio que han venido disfrutando y del que disfrutan los vecinos de otras calles, por lo que solicitan la renovación del citado acuerdo o por lo menos que se permita la entrada de carruajes para el servicio de los vecinos de la referida calle». Por su parte, la Alcaldía defendía la procedencia del acuerdo por ser éste de su exclusiva competencia «manifestando además que la calle Mayor, principal arteria de la población, había sido considerada siempre como paseo y que ya desde 1869, el Ayuntamiento reguló el tránsito en la misma limitándolo en una sola dirección. En la actualidad se ha pavimentado habiéndola convertido en un verdadero salón de paseo, como todo el comercio interesó de la municipalidad, la cual teniendo en cuenta el peligro de los carruajes y lo dispuesto en las ordenanzas, ha decidido prohibir el tráfico rodado, sin causar por ello grandes perjuicios al comercio que puede conducir sus géneros en carretillas, hasta la puerta de sus establecimientos».

El Gobierno Civil consideró los argumentos aducidos por los vecinos y propietarios de escaso valor y desestimó el recurso de alzada. Así se lo comunicó al alcalde, para que éste, a su vez, lo trasladara a los interesados, a los cuales se les advertía que contra ello, sólo tenían la posibilidad de presentar recurso contencioso administrativo ante los tribunales provinciales. El Ayuntamiento dio cuenta a don Máximo Caturla y demás firmantes de aquella resolución y le metió el cerrojo a la calle Mayor. Calle peatonal desde principios de siglo.




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El Campello, a flote

29 de enero de 1994


Hasta 1901, El Campello era una partida rural del municipio alicantino. En ese mismo año, se inicia un prolijo proceso de segregación, a través de una junta administrativa del «nuevo pueblo de El Campello», que preside José Ávila. Proceso que procuraremos sumariar en el breve espacio de nuestra columna. La documentación, o una considerable parte de la misma, se encuentra en el Archivo del Ayuntamiento de Alicante y de ella, disponemos copia literal.

Por ejemplo, en oficio del Gobierno Civil al alcalde se le manifiesta que «el veinticinco de abril ya le comunicó el presidente de la junta del nuevo pueblo de El Campello que había dado cuenta de la constitución de aquella junta al delegado de Hacienda, el cual el primero de mayo último se dirigió a este Gobierno pidiendo que se remitiera copia certificada de la resolución gubernativa, en virtud de la que se había realizado la segregación de las partidas rurales de Campello, Aguas Bajas, Barañes y Fabraquer, del término municipal de esta capital, con fecha cuatro del mismo mes, según comunicación número 365, que se ordena al presidente de la citada junta del Campello que remitiese la certificación que pedía, orden que, según comunica el repetido presidente, fue ejecutada el seis del citado mayo, y que por lo tanto tienen en la delegación, desde hace tiempo, noticia oficial de la constitución de la junta administrativa del nuevo pueblo».

El siete de febrero de 1902, en sesión ordinaria de la corporación local alicantina, se presenta una moción que dice: «Con motivo del acuerdo de la junta municipal del censo electoral del cuatro del corriente se han segregado en este término las partidas rurales del Campello, Aguas Bajas, Barañes y Fabraquer que han de constituir un municipio independiente, teniendo por capitalidad la primera de ellas». Bajo la presidencia del alcalde José Gadea Pro y con objeto de realizar el oportuno expediente de división administrativa, se designa una comisión integrada por los ediles Fernández Grau y Pastor y Poveda. El propio Ayuntamiento, con fecha uno de abril de ese año, insta al titular del Gobierno, Leopoldo Riu Casanova, el nombramiento de un Ayuntamiento en El Campello. Por fin, en un extenso documento en el que se describe las dificultades del proceso, la primera autoridad provincial, acuerda, en base a la real orden del catorce de agosto de 1885, constituir una Comisión Municipal, en lugar de la junta administrativa que venía funcionando, integrada por los siguientes contribuyentes: José Ávila Blanes, Manuel Verdú Blasco, Vicente Alberola Pastor, Emilio Lledó Carratalá, José Pérez López, Vicente Oncina Giner, Bautista Lenia Ferrándiz, Marcos Vaello Galiana, José Baeza Gomis y José Ávila Moreno. «Comisión que ejercerá en adelante las funciones concejales, hasta la definitiva elección y constitución del futuro Ayuntamiento». El nueve de abril de 1902 quedó, pues, formada la referida junta o comisión municipal, de la que fue elegido presidente José Ávila y secretario interino José Laugucha Royo.




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Tiempos modernos

31 de enero de 1994


Entre finales del siglo XIX y principios del XX, Alicante vivió un tiempo de prodigios y perplejidades. ¿Se figuran la expresión de los abuelos ante el «Animatógrafo mágico» y la «Mariposa fantástica»? De la mano de los alcaldes Alfonso Sandoval Bassecourt, barón de Petrés, y José Gadea Pro, se nos echó encima toda la modernidad de los hermanos Lumière: las imágenes en movimiento. Había llegado el cine.

El primer documento del que disponemos, es una instancia del vecino de esta ciudad, Adolfo Fo, que solicita del Ayuntamiento autorización, para instalar en la avenida de Zorrilla (luego de José Antonio; y hoy, de la Constitución), con fecha seis de agosto de 1899, un barracón provisional, con objeto de presentar el último aparato de monsieur Lumière, denominado el «Animatógrafo mágico». Meses antes, el siete de febrero de dicho año, Ramón Blanes Laparra, natural de Valencia, pidió permiso para exhibir «en esta ciudad, cuadros cinematográficos, con el aparato perfeccionado Lumière, juntamente con el fonógrafo Edison y el nuevo espectáculo denominado las "Visiones artísticas", en el terreno recayente al Teatro Principal, en donde se han establecido, en otras ocasiones, análogos espectáculos». Se trata de otro barracón de «veintiocho metros de largo, por ocho de ancho o fachada».

El cinco de agosto de 1900, José Serrano se dirige al Ayuntamiento como propietario de un barracón destinado a dar funciones de cinematógrafo, fonógrafo y «Mariposa fantástica», deseando instalar dicho barracón en la Plaza Nueva, por no habérsele concedido el local que en un principio pidió al efecto. El Consistorio accede, en esta ocasión, para que se lleven a cabo las requeridas instalaciones «en la plaza, puntualiza, de Hernán Cortés». No mucho después, el veintinueve de noviembre de 1900 también, José González y González, vecino de Madrid, pide permiso para montar una barraca, en el paseo de Méndez Núñez, «con el objeto de ofrecer espectáculos públicos de cinematógrafo». Aquel precursor del cine, ofreció cincuenta pesetas de donativo para el asilo. Por su parte, Miguel Asensi Brotons, como representante del «Salón Exprés», situado en la plaza del Teatro, manifiesta su deseo de continuar dando sesiones de cinematógrafo Stereopticon y se compromete a donar al Ayuntamiento trescientas pesetas «de regalo, con objeto de contribuir al mayor esplendor de las fiestas que han de tener lugar en Alicante, ofreciéndose además a celebrar un concierto, en el local, hora y día que se señale».

Los alicantinos andaban como en un encantamiento. Por si fuera poco, el domador francés Manlleu mostraba su colección de fieras en la avenida de Zorrilla, y el titiritero José Serrano ofrecía sus funciones de fantoches, en la calle de las Flores. Una época de portentos.




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El pantano de Tibi

1 de febrero de 1994


El día primero de octubre de 1900, el ministro de Obras Públicas, don Rafael Gasset y Chinchilla inauguró las obras de recrecimiento del pantano de Tibi que, con la elevación de su dique en ocho metros, casi duplicaba su capacidad. Con anterioridad, exactamente el seis de septiembre, el alcalde, Alfonso Sandoval, barón de Petrés, escribió el citado una carta, aprobada por la corporación municipal, en la que le decía: «Tampoco acostumbrada está nuestra comarca a que se le hagan beneficios que no le cuestan labor penosa y derroches de tiempo y paciencia, que, cuando hoy, la libre iniciativa de un ministro que se ha compenetrado con las verdaderas aspiraciones del país, viene a mejorar sus intereses, se muestra poseída de agradecimiento. El pantano de Tibi, cuyas aguas constituyen el riego de nuestra huerta ha merecido del señor ministro de Obras Públicas el real decreto de 28 de agosto anterior, por el cual se ordena su recrecimiento, de cuenta del Estado, y el Ayuntamiento de Alicante, ante el beneficio que esto representa para gran número de sus administrados, debe apresurarse a demostrar a dicho señor ministro su reconocimiento por una determinación que, aunque adoptada en cumplimiento de los deberes de su cargo, no por eso revela menos el interés que le inspira esta porción del territorio nacional, tan necesitada de tales iniciativas por parte de los gobiernos (...)».

En sesión plenaria del cinco de octubre, el barón de Petrés, como muestra inequívoca de gratitud, presenta una moción, proponiendo al señor Gasset y Chinchilla, por sus atenciones en beneficio de nuestra ciudad y de su puerto, como Hijo Adoptivo de Alicante. La propuesta fue aprobada por unanimidad.

Al día siguiente, Alfonso Sandoval notifica al titular de Obras Públicas el acuerdo municipal y le dice en los últimos párrafos: «Al comunicar a V.E. el expresado acuerdo, me permito exponer que la distinción que este Ayuntamiento le otorga, la considera como una demostración del afecto sincero que ha conquistado entre los alicantinos, que desde ahora le consideran con orgullo, como ilustre coterráneo».

Aún sin conocer la distinción de la que había sido objeto, el mismo cinco de octubre, don Rafael Gasset escribe al alcalde: «(...) Las atenciones recibidas en Alicante y aquellas que usted se dignó dispensarme, impónenme como deber de gratitud y cortesía el de enviar a usted mi cordial saludo al llegar a Madrid». Nobleza obliga.




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Plato único y cinturón prieto

2 de febrero de 1994


Fue en la más inmediata posguerra. Medida que, hoy, con la crisis y el paro cumplen muchas familias, probablemente. Pero entonces era una orden, una disposición del gobernador civil, don Fernando de Guezala y que se publicó en el Boletín Oficial de la Provincia y en la «Gaceta de Alicante».

«Cumpliendo las disposiciones vigentes, en armonía con las orientaciones del nuevo estado, se ha publicado en el Boletín Oficial, del día dieciséis del actual, las normas de recaudación de esta aportación ciudadana». La primera autoridad provincial explicaba que el plato único era un sacrificio que se pedía a los individuos, para que el jueves de cada semana, limitase a lo preciso su alimentación, y además pedía también un día sin postre evitando así lo superfluo, bien la fruta o el dulce. Con ello, se pretendía ayudar «a los que, desgraciadamente, nada tienen, para que no carezcan día alguno del sustento ni de los más indispensables medios de vida». «Estas aportaciones, comenzarán por los hoteles, restaurantes, bares y casas de comidas, sin perjuicio de simultanearlo con los particulares, como está establecido en todas las provincias».

Poco después, el treinta y uno de aquel mismo mes, Fernando de Guezala lanzaba un ultimátum: «Se advierte a todos los señores industriales, propietarios de hoteles, pensiones y en general de todos los establecimientos que sirvan comidas, que el jueves día dos de noviembre, y en lo sucesivo, tendrán la obligación ineludible de servir un solo plato y un solo postre, a sus clientes, amoldándose en todo a las disposiciones establecidas en el nuevo Estado, que dice que el jueves de cada semana sea el día del "plato único". El incumplimiento de dicha orden será sancionado por la autoridad gubernativa». Para velar por tal medida en el ámbito familiar, se abrió un concurso de recaudadores; tenían que ser mayores de edad y depositar una fianza. Como méritos para dicho cargo contaban el ser ex combatiente o mutilado de guerra.

Se nos hace que, por aquel tiempo, celebraban, por imperativos de escasez, el día del plato único, no sólo los jueves, sino todos y cada uno de los días de la semana y del mes la mayor parte del vecindario. Prietas las filas y los cinturones. Con las décadas, las filas andan más bien flácidas y hasta subterráneamente hostiles. Pero los cinturones continúan prietos. Cuánta disciplina.




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Canalejas y el puerto

3 de febrero de 1994


En repetidas ocasiones e inevitablemente nos hemos referido ya en esta columna a don José Canalejas Méndez, a su ideario político y, muy en particular, a sus vínculos con nuestra ciudad. Sabemos ya que, por su dedicación a Alicante y al desarrollo de su puerto, el alcalde don Manuel Gómiz Orts, y la corporación que presidía, le concedió, el veintitrés de enero de 1891, el título de Hijo Adoptivo.

Años después, en enero de 1907, por mediación de aquel hombre, a la sazón, presidente del Congreso, el alcalde recibió un saluda del ministro de Fomento, Francisco de Federico, en el que, literalmente, «se complace en manifestarle que se ha aprobado el expediente disponiendo que se ejecuten las obras de saneamiento del puerto, con cargo al aumento de subvención y al capítulo trece del presupuesto general de obras por contrata, a cargo directo del Estado y en el periodo de cuatro años».

Tan satisfecho estaba don Manuel Cortés de Miras que, tres días después de tan grata noticia, es decir, el veinticuatro de aquel enero, hizo público un bando, en el que manifestaba: «Nuestra ciudad se halla en este caso, respecto al ilustre hombre público, excelentísimo señor don José Canalejas y Méndez que generosamente viene trabajando en pro de los intereses de Alicante y que ahora acaba de conseguir el aumento de cien mil pesetas, en la subvención que del Estado disfruta la Junta de Obras del Puerto, y por espacio de cuatro años, para atender al saneamiento del mismo, y que el resto, hasta completar el importe del presupuesto de dichas obras, lo abone también el Estado en igual periodo de tiempo».

Luego da cuenta de que, con objeto de demostrar la gratitud por sus gestiones y dar de ellas testimonio, se reunieron en la Casa Consistorial, todas las sociedades alicantinas; «incluso las obreras», las entidades oficiales, para «interpretando los deseos del vecindario, celebrar el próximo domingo día veintisiete», una serie de actos: socorro a los necesitados, festival musical, «espléndidas verbenas en la Explanada y paseo de Méndez Núñez» y sobre todo, de cinco a seis de la tarde, en el Ayuntamiento, recogida de firmas de cuantos alicantinos así lo quieran, en «hojas de pergamino que serán encuadernadas formando un álbum, que están encargados de avalorar los más ilustres artistas alicantinos».

Canalejas escribió al alcalde Cortés de Miras: «(...) me apresuro a acusar a usted recibo del telegrama en que me comunica el para mí honroso acuerdo de esa excelentísima corporación. Considero asegurada la ejecución del proyecto de saneamiento, por el que tanto interés mostré siempre, y como mi voluntad es de corresponder con hechos a mis palabras y de significar la gratitud que debo a Alicante, es tan perseverante, ahora me consagraré a otros empeños, para los que necesito el consejo y el concurso de esa corporación».




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Descanso a la fuerza

4 de febrero de 1994


El cinco de septiembre de 1904, el entonces gobernador civil de Alicante, don Juan Tejón y María, oficia a los alcaldes de la provincia instándoles a la inmediata aplicación de la Ley del Descanso Dominical, así como a la publicación del reglamento «por los medios de costumbre, con el fin de que, desde luego, sea cumplido por el vecindario, evitándose así las penalidades en que, en caso contrario incurriría».

El veinticinco del mismo mes, el alcalde de nuestra ciudad, don Alfonso de Rojas y P. de Bonanza, en su condición de presidente del Ayuntamiento y de la Junta Local de Reformas Sociales, expresó su deseo de «aclarar algunas dudas que se han suscitado sobre el cumplimiento de dicha ley», ley que entró en vigor el día once de septiembre. Mediante un extenso bando, que nos vemos en la obligación de resumir, se ordena: «Que las tahonas cierren sus puertas a las siete de la mañana, pudiéndose en ella reanudar los trabajos a igual hora de la tarde»; «a los obreros de las tahonas se les restituirán, durante la semana, las horas de descanso complementarias de las veinticuatro que por el reglamento se les conceden. Los tahoneros que además tengan expendedurías de pan, podrán en ellas expenderlo hasta las once del día del domingo, siempre que tengan cerrado el obrador». También a las once «cerrarán los establecimientos de barbería, así como las tiendas de ultramarinos y demás artículos de primera necesidad, y los puestos y la venta ambulante de leche que podrán reanudarla desde las cinco de la tarde en adelante».

Por supuesto «a las mujeres y a los niños menores de dieciocho años, les está prohibido absolutamente trabajar los domingos». «Las tabernas permanecerán cerradas, desde la hora de la noche del sábado, que así lo prevengan las disposiciones gubernativas, hasta transcurridas las veinticuatro horas de descanso». Mientras que «los merenderos situados en las afueras de la población se permitirán, siempre que en ellos se expendan artículos de comer y no exclusivamente bebidas».

El bando concluía exhortando a los tenientes de alcalde, alcaldes de barrio, pedáneos de las partidas rurales y Guardia Municipal, a vigilar el estricto cumplimiento del mismo, y a proponer a la Alcaldía «las correcciones que estimaran procedentes por las infracciones».

La respuesta fue contundente. El diario republicano alicantino «La Vanguardia», el lunes doce de septiembre de 1904, decía en su primera, página: «Ayer se puso en práctica la ley llamada del descanso dominical (...) Era el primer día que se llevaba a efecto el cumplimiento de la descabellada ley de Maura, de la que tanto se ha ocupado la Prensa». Pero se lo contamos mañana mismo. Y verán.




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Se comercia con el cielo

5 de febrero de 1994


La Ley del Descanso Dominical produjo reacciones de todo tipo. Por supuesto, recibió críticas y denuestos. «Es una ley clerical que no corresponde al siglo XX». Se comentaba lo que les ocurrió a unos pescadores que llegaron con su lancha al puerto, poco después de las once, y no podían vender las capturas que habían realizado, «quizá durante toda una noche en vela procurando coger algunos peces que es lo que constituye el pan de sus familias». De modo que, sin poder sacar de la barca su mercancía, «saltaron a tierra y acudieron al Gobierno Civil a exponerle lo ocurrido a su titular señor Tejón».

Lo dijimos. «La Vanguardia», periódico republicano de Alicante, fue implacable. Y particularmente, uno de sus redactores, José Sanjuán. José Sanjuán nos describe minuciosamente las escenas que presenció, aquel primer domingo, día once de septiembre, en que entró en vigor la que llamaba ley de Maura. «Poco más de las once de la mañana, según estaba dispuesto por las autoridades, quedó la plaza del Mercado (entonces en los terrenos en donde hoy se encuentra la casa de Carbonell y aledaños) como el día del Viernes Santo, completamente desierta y sin que se oyera otro ruido que el que producen las escobas de los barrenderos al restregarlas por el suelo, apartando los despojos de las verduras y frutas que quedan siempre». «Las inmediaciones de la plaza estaban atestadas de curiosos que habían acudido a presenciar un acto nunca visto. La multitud se iba dividiendo en pequeños grupos que, en tonos pacíficos y burlones, comentaban dicha ley».

El reportero José Sanjuán se echó al ruedo y se pateó la ciudad, para contarles a sus contemporáneos cuanto sucedió y hasta dónde llegó el cumplimiento de las disposiciones oficiales: «También estaban en el trabajo los dependientes de ese odioso impuesto de consumos; obreros como los demás y no participaban del descanso dominical, el cual debe corresponderles como a los otros; los tranvías continuaban circulando por las calles; obreros son los conductores, pero la ley no rige para con ellos; obreros son los sacristanes y monaguillos que prestan sus servicios en la iglesias; tampoco dejaron el trabajo; cerrado el comercio de ropas y comestibles, y abiertas las iglesias, donde se comercia con el cielo, donde se rifan imágenes, rosarios y escapularios, donde se trabaja para bautizar, predicar, confesar y enterrar (...); abiertos los cafés y casinos cuyos dependientes no disfrutan del descanso dominical; en circulación los trenes y correos, donde hay tantos obreros que no les vendría mal el domingo para descansar de las penosas tareas (...)». Y concluía así de radical: «El que espera el domingo para ganar el pan de la semana, está condenado por el Gobierno monárquico jesuítico maurista a pasar hambre (...)». Fotre, con el reportero José Sanjuán. Iba a por todas.




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Cámara Oficial de Comercio

7 de febrero de 1994


El 18 de marzo de 1912, el alcalde de la ciudad, Federico Soto Mollá, recibió una comunicación impresa en la que se le decía que «en sesión celebrada el día 15 del corriente, ha quedado constituida esta Cámara Provincial de Comercio, Industria y Navegación, en la forma que al margen se anota, con arreglo a lo preceptuado en la Ley de 29 de junio y Reglamento de 29-12-1911. Con este motivo, le ofrecemos el testimonio de nuestra consideración personal más distinguida, a la vez que le interesamos su valiosa cooperación, en cuanto se relacione con el fomento o defensa de los intereses generales del país y con los particulares de esta provincia que representamos».

Al margen, como se contempla en el anterior texto, se citan los siguientes nombres y los cargos que ocupan, en la recién constituida institución: presidente, Francisco P. de Soto; vicepresidente, Antonio Bono Luque; tesorero, Antonio Pérez Pérez; contador, Ángel Taboada Lugones; vocales: José Sala Cantó, José Hernández Valdés, Juan Guijarro Aracil, José Samper Flujas, Alejandro Vila Cantó, Guillermo Campos Carreras, Juan Guardiola Forgas, Juan Rubert Ors, Luis Badías Rosses, Juan M. Meziat, José García Pérez, Antonio Ripoll Selva, Enrique Ravello Mathet, Pedro Llorca Pérez, Antonio García Soler y Vicente Chapapría Fortipiani; y, por último, el secretario, Joaquín Bellido y Llorens.

El alcalde, en escrito de 28 de mayo, trasladó sus felicitaciones al presidente de la Corporación «y a los dignísimos señores que forman parte de esa prestigiosa entidad».

Previamente, y al amparo del decreto de 9-4-1886, ya se creó la Cámara de Comercio de Alicante, en 1887, tras un proceso laborioso basado fundamentalmente «ante la imposibilidad de unificar, bajo una misma organización, los intereses de los grupos comerciales y financieros con los específicamente industriales», como afirma Javier Vidal Olivares, en su obra «Comerciantes y políticos (Alicante, 1875-1990)», quien añade: «El organismo actuará, desde el primer momento, como portavoz de la burguesía comercial, en especial, de los vinateros (...)». Los industriales, sin embargo, se mostraron reticentes a su integración en la misma, «hasta que en su seno comienzan ya a aglutinarse los intereses de otros grupos que empiezan a tener su peso específico y que dotan a la estructura económica de una mayor complejidad, ya no exclusivamente agraria, en las comarcas meridionales valencianas: el calzado y el juguete constituyen dos ejemplos de la revitalización del tejido industrial, a finales del siglo XX». La denominación de la Cámara Oficial tenía también que recoger la nueva realidad productiva.




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Esplá y los niños

8 de febrero de 1994


En estos comienzos de un febrero desapacible, escuchamos, como muy íntimo homenaje, la «Sonata del sur» y las «Canciones playeras» de nuestro Óscar Esplá, en tanto evocamos, ya para todos, cómo el quince de mayo de 1914, Ramón Campos Puig, alcalde de Alicante, propuso rendir al ilustre compositor un tributo popular, a raíz del éxito que acababa de obtener con el estreno de su obra «Poema de niños». A tal efecto, se designó una comisión integrada por los señores José Guardiola Ortiz, Pascual Orts Pérez, Ángel Herrero y Federico Soto.

El veintidós de mayo, la referida comisión propuso al Ayuntamiento, y así lo acordó, en atención a «las condiciones de modestia del festejado», abrir una suscripción entre todos los alicantinos, con objeto de costear una edición de «Poemas para niños», «completando el Ayuntamiento la cantidad que faltase para sufragar los gastos», y «regalársela a su autor, en nombre del pueblo que se enorgullece de la gloria que para él ha sabido conquistar Óscar Esplá». Además, se trataba también de que la orquesta sinfónica «que se encontraba en Valencia para dar una audición del poema sinfónico» se desplazara a nuestra ciudad, procurando, según las precisiones de Guardiola Ortiz, que «el concierto tuviera carácter gratuito para las clases obreras y de mucha economía para las clases que ordinariamente no ocupan las localidades de visualidad y lujo, a las cuales podría imponerse un pequeño recargo que compensara las que se dieran gratuitamente o a bajo precio».

Desde Barcelona, donde se encontraba ajeno a tales proyectos, Óscar Esplá escribe, el uno de junio, a don Ramón Campos, y le manifiesta que se ha enterado por los periódicos de lo que pretende el Consistorio. Después de agradecer «todos estos actos de cariño», el músico, escribe: «(...) Pero al mismo tiempo, sí he de decirle que no me es posible aceptar esas atenciones, porque he cedido el derecho de la edición orquestal de mi obra a una casa francesa. He aceptado las proposiciones de esta empresa extranjera, creyendo evitar de este modo, toda suerte de molestias a mis paisanos, cuyos propósitos recojo, desde luego, muy agradecidamente».

Justo un mes antes, y desde Madrid, Rafael Altamira se dirige también al alcalde: «Leo que se proyecta algún acto de homenaje a Óscar Esplá, por su reciente triunfo y sus relevantes méritos de artista (...) Todo buen alicantino debe estar siempre donde haga falta enaltecer o defender a un paisano ilustre». Algo que, lamentablemente, no suele tenerse en cuenta.




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El Paseo de los Mártires

9 de febrero de 1994


Por atención y gentileza del investigador Enrique Cutillas, llega a nuestras manos fotocopia de una obrita titulada «Relación de los sucesos ocurridos en Alicante, desde el veintiocho de enero de 1844, en que tuvo lugar la rebelión del coronel Boné, hasta la entrega de la plaza». De autor anónimo, fue impresa por Juan Esplá, en 1887. En el texto, que parece un diario, se pormenorizan las circunstancias y vicisitudes de aquel levantamiento de los progresistas alicantinos, que tanto han ponderado historiadores y cronistas incluyéndonos nosotros, si bien ofrece una visión distinta de los hechos tenidos por ciertos tradicionalmente, y de sus más destacados protagonistas.

En otra ocasión, comentaremos algunos aspectos de este pequeño libro y de muy escasa circulación.

Pero recordemos, una vez más, las fecha son las propicias, que la reacción personificada por el capitán general de Valencia don Federico Roncali, actuó sangrientamente. El catorce de febrero del mismo año, en Villafranqueza, donde unos años a esta parte se está recuperando una vieja tradición cívica, se fusiló a siete militares de los sublevados contra el despotismo; y que el ocho de marzo, dos días después de conquistada la plaza de Alicante, por los ejércitos de Roncali, éste ordenó la ejecución de otras veinticuatro personas, al frente de las cuales se encontraba Pantaleón Boné, coronel de carabineros. Se les inmoló en el Malecón. Al año siguiente, el siniestro lugar se llenó de coronas de flores, en la fecha en que se había llevado a cabo el sacrificio de aquellos hombres.

El ocho de marzo de 1866, ya lo hemos comentado en otra ocasión, Salvador Barberá, un entusiasta de los progresistas fusilados, «a pesar de la vigilancia de los esbirros de González Bravo, y del gobernador en Alicante, Juan José Balsalobre, arrojó a la glorieta que daba frente a la calle de Bilbao, unos ramos de flores y en medio de ellos un listón de madera en la que estaba fijada una tablilla que decía: «Paseo de los mártires de la libertad».

Un año después, sobre los planos del arquitecto Guardiola Picó, el alcalde don Juan Bonanza y Roca de Togores, a instancias del nuevo gobernador civil don Perfecto Manuel de Olalde, se construyó un hermoso paseo que borró aquel escenario del Malecón repleto de escombros y baches.

El paseo, hoy nuestra Explanada, llevó durante un año el nombre de Olalde, hasta que en 1968, la junta revolucionaria que presidía don Tomás España, sancionó su rotulación: Paseo de los Mártires.




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Apaños municipales

10 de febrero de 1994


Allá, por mayo de 1915, el alcalde don Ramón Puig cogió el tren de Madrid. «Nadie duda de que el viaje del señor Campos obedece al deseo de no volver a encargarse de la Alcaldía. ¿Y quién va a ser el sucesor? De las diversas soluciones que se barajan, sólo hay una que parece posible, el nombramiento de don Eugenio Botí», comentaba «El Día», del veintisiete de aquel mismo mes».

No iba nada desencaminado el periódico liberal. Veinticuatro horas después, el gobernador civil, don Luis Fernández Ramos, llamó a su despacho al teniente de alcalde señor Botí y le ofreció la presidencia del Ayuntamiento. Botí aplazó la respuesta: tenía que elevar consultas a correligionarios y amigos. Se garantizó el apoyo de los señores Chorro y Albert, y escribió a su jefe de filas, señor Canals, exponiéndole sus dudas.

A finales de mayo, Ramón Campos regresó de Madrid y aseguró que le había sido admitida su renuncia al cargo. Eugenio Botí Carbonell no las tenía todas consigo. El grupo mayoritario municipal lo constituían los liberales y él no quería servirles de títeres. Así que, ni corto ni perezoso, se entrevistó con Alfonso de Rojas que lideraba a sus hipotéticos adversarios de turno, y le planteó el tema: si le iban a facilitar o a entorpecer la gestión, en el supuesto de aceptar la Alcaldía. Rojas lo tranquilizó. Le aseguró que le ofrecería la gobernabilidad municipal, siempre que redundara en beneficio de la ciudad, y que podía contar con la armonía que imperaba entre los partidos dinásticos alicantinos (liberales y conservadores). Ya más sosegado, el edil visitó al gobernador y le comunicó que, por disciplina política, aceptaba su propuesta.

Y esperó. Esperó, hasta que Canals le telegrafió, desde Madrid, anunciándole el envío de la real orden del Ministerio de la Gobernación, con su nombramiento de alcalde de Alicante. Casi al mismo tiempo, Justo Lario de Medrano, redactor en la Corte de «El Día», por un telefonema, comunicaba a su diario la noticia.

En sesión del cuatro de junio de mil novecientos quince, se llevó a cabo el relevo. Campos cedió el sillón presidencial del Consejo a Botí. Y Alfonso de Rojas, públicamente, manifestó su decidido concurso al nuevo alcalde.




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Viaje a José María Py

11 de febrero de 1994


El joven José Pascual Sogorb trabaja la piedra. Cuando puede, el joven José Pascual Sogorb se lía a golpes y le saca a la piedra todos los secretos y todo el misterio que la piedra ocultaba obstinadamente. Fue el joven José Pascual Sogorb quien nos urgió, en su loable afán de que no se extravíe la memoria, a encontrarnos con José María Py. Con el busto de José María Py. Y nos encontramos, por fortuna.

En la furgoneta de Sogorb dejamos atrás el cementerio y dimos los tumbos de rigor, por el camino de La Alcoraya. Al rato, alcanzamos una amplia nave. Nos detuvimos. Y allí estaba.

No es, desde luego, el José María Py de siempre. No lleva sombrero de jipijapa y está tocado por el mal de la piedra. Nos apenó el abandono del busto, quizá el único, de un personaje tan emblemático para nuestras fiestas del fuego. Es de tamaño algo más de lo normal y en su pedestal se puede leer con alguna dificultad: «José María Py, Fundador de las Hogueras. Hoguera de Benito Pérez Galdós». Lleva la firma de su autor: J. Ibáñez. Y aunque no la fecha -o bien no la encontramos-, puede corresponder a los primeros años de los treinta.

Según nos contó José Pascual Sogorb, el busto es propiedad de la señora Villanueva Lloret, que se lo confió para su custodia. Fue el hermano de esta señora quien, al parecer, encargó la obra, cuando pertenecía al distrito de Pérez Galdós. Jaime Villanueva Lloret, fue, en 1956, secretario y fundador de la hoguera de General Mola-Renfe, en cuyo llibret del citado año, publicó distintos trabajos, entre ellos el titulado «Lo que significan las Hogueras de San Juan». Por supuesto, la propietaria del referido busto, y nos manifestamos totalmente de acuerdo, quiere que se instale en un sitio adecuado: plaza pública, museo, exposición, etcétera.

Además, nos confirma Sogorb que existe otro de escayola y de carácter alegórico, que lo está restaurando personalmente. En cualquier caso y en el ejercicio de nuestro cometido, nos ofrecimos a realizar las gestiones pertinentes: desde su examen por expertos a su ubicación al lugar que puede y debe corresponderle.

En este apresurado avance, dejamos constancia de esta primera visita. Aunque ya tenemos previsto su traslado. Les contaremos qué pasa finalmente.




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El alcalde reelegido

12 de febrero de 1994


Por fin, como deseaban los demócratas, una real orden del Ministerio de la Gobernación, de veintinueve de noviembre de 1917, declaraba el cese de cuantos alcaldes habían sido nombrados también por real orden y disponía su elección por los propios ayuntamientos. Don Manuel Curt y Amérigo tuvo que renunciar al cargo, y en la misma sesión, celebrada el cinco de diciembre del citado año, se procedió a la votación de su sustituto, por los concejales. Salió don Ricardo Pascual del Pobil y Chicheri.

El uno de enero de 1918, se constituyó el nuevo consistorio a raíz de la elección parcial de concejales. El señor Pascual del Pobil designó a los ediles Botella, de la minoría republicana, y Alberola y Ferré, por la mayoría liberal, para que salieran a recibir a sus compañeros de corporación que se incorporaban en aquel acto: señores Albert, Bon, Herrero, López Ruiz y Soler (liberales), Bueno (datista), Elizaicin y Muñoz (mauristas), Castillo (reformista), Carbonell y López González (republicanos autónomos) y Pérez Molina (radical). El alcalde los invitó a ocupar sus sillones edilicios, donde ya se encontraban Álamo, Alberola, Alemany, Ferré, Gras, Langucha, Llorca, Meliá, Mengual, Palazón, Pérez García, Sellés y Tato (liberales), y Botella y Sánchez Sampelayo (republicanos). Seguidamente, Ricardo Pascual del Pobil, ya alcalde saliente, cedió el sillón presidencial al concejal señor Alemany «por ser el que mayor número de votos había conseguido». Antes de que Alemany procediera a la votación para la Alcaldía, Lorenzo Carbonell pidió la palabra: «La minoría republicana no tiene fuerza bastante para elegir alcalde, pero ahora que ha triunfado el principio que siempre defendimos de que el pueblo era quien debía nombrar a su alcalde, necesitamos y queremos votarlo (a Pascual del Pobil), para poderle exigir más, ya que será el representante del pueblo y no de un partido político. Como sabemos que la mayoría lo propone, nosotros hemos de decirle que le votaremos si acepta nuestro programa mínimo, en el que proponemos la terminación del cementerio municipal, que se prosigan las obras del nuevo mercado, hasta hacerlo desaparecer del paseo de Méndez Núñez, el alcantarillado de aquellas calles que aún no lo tienen, la instalación de los viveros (...)».

Ricardo Pascual del Pobil y Chicheri le agradeció sus palabras pero le dijo que esperara a que se produjera la oportuna votación. No hubo duda alguna. El sufragio dio veintiséis papeletas a favor de Pascual del Pobil y tres en blanco.

«El Día», subtitulado diario liberal y defensor de los intereses de Alicante y su provincia, que por entonces dirigía Enrique Ferré, escribió el miércoles, dos de enero de 1918: «Tan orgullosos como el alcalde, lo estamos hoy nosotros, los liberales, quienes con él formamos en las potentes y compactas filas del gran partido liberal que, en la circunscripción de Alicante, acaudilla nuestro ilustre amigo el alcalde de Madrid, don José Francos Rodríguez, y en esta ciudad nuestro entrañable amigo, el diputado don Alfonso de Rojas (...)».




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La nocturna

14 de febrero de 1994


Para cuantos tenían por misión la vigilancia de casas particulares y de empresas comerciales, en nuestra ciudad, hubo que disponer una sociedad de socorros mutuos y previsión, que paliara el desamparo en que se encontraban aquellos que ejercían tal oficio. Así nació «La Nocturna», corporación de los hombres que velaban la noche alicantina.

El día doce de mayo de 1912, entregaron su reglamento general, al gobierno civil, y a efectos de lo dispuesto en el artículo cuarto de la Ley de Asociaciones. El trece, lo selló y firmó el titular de dicho Gobierno, don Fidel Gurrea Olmos, cuando era alcalde de Alicante, don Edmundo Ramos Prevés. Rubricaron el reglamento, el presidente de la comisión iniciadora, don Antonio García y el secretario de la misma, don Ricardo Perea. Los vigilantes nocturnos, los serenos, más adelante, disponían, así de un instrumento que les garantizaba derechos y prestaciones, en caso de accidente o enfermedad. «La Nocturna» tenía su domicilio social en la calle del Pozo, número cincuenta y cuatro.

Sin embargo, las asistencias y ayudas eran bien escasas, según se desprende de su propio articulado. De modo que si un socio se quedaba inútil tan sólo tenía derecho a la percepción de «cuanto le corresponda con arreglo al capital que posea en esta sociedad, sin perjuicio de que a la defunción del mismo se contribuya a los gastos de entierro». En caso de enfermedad y tras entregar el correspondiente certificado médico, el vigilante afectado percibía «a contar de los tres días después de declarada la enfermedad», un socorro de dos pesetas diarias, durante el plazo de un mes. Pero si su dolencia excedía el tiempo previsto, todos sus compañeros solidariamente y de acuerdo con sus posibilidades, se obligaban a ayudarlo de su pecunio particular. Pero si cualquiera de los integrantes de «La Nocturna», que abonaban, en concepto de cuota una peseta mensual, sufría incapacidad para desempeñar su servicio, se comprometía a buscar a quien pudiera reemplazarle, «por medios nobles» -se puntualiza- «a fin de que éste le favorezca, en lo que pueda, de la retribución que disfrute, para mitigar en parte, la situación triste del inutilizado o incapacitado».

Ciertamente, aun con la sociedad, que les prohibía hablar de temas políticos y religiosos en sus sesiones, los vigilantes nocturnos estaban en precario.




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Submarinos al acecho

15 de febrero de 1994


El treinta y uno de diciembre de 1915, el paquebote italiano «Siena» encalló en los bajos denominados «Asparrellense o Llosa», a unas dos millas de la isla de Tabarca. Según las manifestaciones de algunos pescadores que faenaban cerca de la costa, pudieron observar que el vapor navegaba a muy buena marcha y hacía frecuentes maniobras, por lo que dedujeron que podía ser objeto de persecución por parte de algún submarino.

El comandante de Marina de Alicante, señor Enseñat, tan pronto tuvo noticia del siniestro cursó un radiograma al capitán del navío italiano, poniendo a su disposición la ayuda del «Balear», que tenía las calderas a punto. Sin embargo, el capitán del «Siena» contestó que no era necesario y que le bastaba con un remolcador y un buzo. El uno de enero de 1916, el periódico alicantino «El Día» escribió: «Causa verdadera extrañeza el silencio del "Siena" al radiograma del comandante de Marina en el que le pregunta qué cargamento trae y si vienen a bordo algunos pasajeros».

Ese mismo día, a bordo del pesquero «Neptuno» se trasladaron al barco varado, un redactor de la citada publicación, el consignatario de la naviera «La Veloce», en Cartagena, don Vicente Serra Andreu, y el perito naval Ferdinand Juliasz. El «Neptuno» se cruzó, a pocas millas de nuestro puerto, con el remolcador «Canalejas» que transportaba a Alicante a los veintidós pasajeros del «Siena», con sus equipajes.

A bordo del paquebote italiano se encontraba ya, cuando llegaron las referidas personas, el teniente de navío José Loira, ayudante de Marina de Santa Pola. Los trabajados de salvamento se realizaron a cargo de la tripulación, compuesta por ciento seis hombres, cincuenta marineros de Tabarca y veinte más de la capital.

El «Siena» procedía de Colombia y Venezuela y había hecho su última escala en Santa Cruz de Tenerife, de donde se dirigía a Barcelona, para alcanzar finalmente Génova, donde estaba matriculado. Su capitán, señor Minetti, temiendo alguna acción de los submarinos austriacos que cruzaban el Mediterráneo, se ciñó demasiado a la costa. Cuando se produjo el accidente, arrojó parte de la carga de agua y unas quinientas toneladas de cacao y café.

Mientras se realizaban las operaciones de rescate, el torpedero número siete, con base en Cartagena, permaneció a su costado, así como unas treinta barcas de pesca. El «Siena» presentaba una vía de agua en la banda de babor. Desplazaba cinco mil setecientas cincuenta toneladas y tenía una eslora de ciento veintidós metros. Sin duda, una presa nada desdeñable para los países en conflicto.




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Presidente del puerto

16 de febrero de 1994


Los liberales controlaban no sólo los centros de poder en Alicante, sino también las entidades y organismo de carácter mercantil y económico. En 1916, el alcalde Ricardo Pascual del Pobil y Chicheri; el gobernador civil, Francisco de Federico y Riestra; el diputado y director general de Correos y Telégrafos, José Francos Rodríguez; el futuro diputado Alfonso de Rojas; y tantos otros, militaban en la formación liberal. Como militaba Federico Clemente y Ayela, que el día veintiséis de enero del mencionado año, fue elegido presidente de la Junta de Obras del Puerto. Verdad que el joven abogado llevaba ya mucho tiempo como vocal de la misma, y su experiencia no era nada despreciable. Además había sido concejal, teniente de alcalde, diputado provincial en representación del distrito Alicante-Elche, y diputado-director del Hospital de San Juan de Dios.

«En política -afirmaba el periódico "El Día"- es un ejemplo de consecuencia, libertad y disciplina. Comenzó al lado de Enrique Arroyo, Rafael Terol y Rafael Beltrán, cuando éstos dirigieron las filas liberales alicantinas».

Lo cierto es que antes de un mes, Federico Clemente, realizó un extenso e interesante trabajo acerca de los depósitos francos, en su relación con los intereses de nuestra ciudad, y en concordancia con la reunión celebrada, poco antes, en el Ayuntamiento, con objeto de adoptar acuerdos definitivos acerca del tema, sobre el que se barajaban opiniones controvertidas.

«El establecimiento de zonas, puertos o depósitos con franquicia arancelaria supone un régimen de privilegio. Aunque en la actualidad, fuera del de Melilla y otros autorizados en 1863, carecen de realidad en nuestras leyes, en lo que a la península se refiere, ya que están los de Canarias, según ley del seis de marzo de 1900». Poco después, la Cámara de Comercio que hasta entonces no se había mostrado muy propicia, solicitó para la Junta de Obras concedido del Puerto «el derecho a implantar uno de estos depósitos, como se le había a Cádiz». Con buen pie entró Federico Clemente y Ayela en su nuevo cargo, ya que el veintitrés de febrero, recibió comunicación oficial del ministro de Fomento diciéndole que para aquel año quedaban consignadas cuatrocientas mil pesetas de subvención para el puerto, de acuerdo con las gestiones realizadas, años antes, por Canalejas, y de las que recientemente dejamos aquí testimonio. Ah, Federico Clemente era también, por entonces, presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País de Alicante. Iban al copo.




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Vieja calle de Liorna

17 de febrero de 1994


En el año 1925, el paso de la Rambla de Méndez Núñez a Alfonso el Sabio se realizaba por la vieja calle de Liorna (después López Torregrosa, músico, fallecido en 1913). Había, sin embargo, una dificultad: dos casas, una al principio; y otra, hacia su mitad, que la estrechaban considerablemente. Había que resolver aquel problema. Y el problema lo afrontó el alcalde Julio Suárez-Llanos. Ciertamente, la alineación de aquella vía era una necesidad urbanística.

Sin embargo, se produjo un rasgo desinteresado y de civismo, por parte de los propietarios de ambas fincas, la primera con los números dos y cuatro, y la restante, con los doce y catorce: ambos decidieron venderlas al Ayuntamiento, no por el precio que pedían, en un principio, sino por el fijado por los técnicos municipales. Públicamente se alabó la conducta de aquellos propietarios que se llamaban Ramón Vidal Irles y Francisco Martínez Soto.

En una de las reuniones que el citado alcalde mantenía con los representantes de la Prensa, les dijo: «Comuniquen ustedes que a primeros de mayo, empezará la piqueta a demoler tales edificios. De modo que, para San Pedro, los coches que lleven a forasteros y alicantinos a la corrida de toros, irán por la calle de Liorna alineada y ensanchada, y libre de toda clase de obstáculos».

Suárez-Llanos se ocupó de los trabajos para el derribo de la Montañeta e hizo las gestiones necesarias para que, de una vez por todas, desapareciera de la ciudad aquel foco de peligro que impedía su normal desarrollo.

«El Tiempo», diario dirigido por el abogado Manuel Pérez Mirete, y del que era consejero y administrador el ex alcalde Juan Bueno Sales, dio cuenta del interés que se tomó Julio Suárez-Llanos Sánchez, por resolver «la ridícula columnita» con que se había homenajeado a Ramón de Campoamor, cuando se conmemoró el centenario de su nacimiento, en 1917. «Nuestro alcalde estimó que Alicante debía honrar de otro modo al gran poeta y tomó esta idea, con cariño exacerbado por haber sido gran amigo del inmortal autor de las Doloras». De nuevo, encargó a Vicente Bañuls que «aprovechando los materiales que tenía el Ayuntamiento, hiciera un proyecto digno de la gran memoria que Alicante guarda para el que fue su gobernador civil».




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Carbonell defenestró al secretario

18 de febrero de 1994


A Enrique Ferré Bernabeu se le reintegró en su cargo de secretario del Ayuntamiento, en propiedad, el tres de junio de 1939. El acuerdo unánime de la corporación que presidía Ambrosio Luciáñez Riesco, se produjo a raíz del expediente instruido por el teniente de alcalde, Pedro Mataix.

Enrique Ferré fue nombrado secretario interino, el treinta de marzo de 1918, y el veintiocho de junio siguiente, se le confirmó la plaza. Según el referido expediente, no aparece nota alguna desfavorable a lo largo de toda su gestión funcionarial. El dieciséis de mayo de 1931, sin embargo, consta en acta la concesión de su renuncia o, mejor, de su excedencia voluntaria. El instructor, con el lenguaje descalificador de la época, matiza que el Ayuntamiento que procedió así era «el primero del régimen republicano y que estaba constituido, en su mayoría, por elementos que, con posterioridad, fueron miembros destacados del llamado Frente Popular».

Según se desprende del documento consultado, la solicitud de excedencia de Enrique Ferré Bernabeu, se formuló «en los días anteriores a los desmanes cometidos por las turbas de la ciudad, que incendiaron y saquearon iglesias, conventos y casas habitadas por religiosos», y no fue un acto espontáneo y libre, sino realizado bajo las coacciones y amenazas que el secretario recibió «por los componentes de la corporación municipal y, en particular, por el entonces alcalde Lorenzo Carbonell».

Siempre de acuerdo con lo instruido por Pedro Mataix en una reunión de concejales que tenía lugar en la Alcaldía, Lorenzo Carbonell vociferó que era necesario desposeer de su cargo a Enrique Ferré, a las buenas o a las malas, y si acaso se resistía, y citamos textualmente «a él y al libro de actas a patás arrójanlo por el balcón». Posteriormente, Carbonell le aconsejó que abandonara su plaza y saliera de Alicante «pues las turbas habían manifestado su criminal y decidido propósito de tirarlo del balcón a la calle». Por último, se dice, afirmó que había despojado de su cargo a Ferré.

Todas estas peripecias constan en acta. Pero no serían tan criminales los propósitos de «las turbas», toda vez que también consta en acta que Enrique Ferré, no tuvo que abandonar la ciudad, ya que se reincorporó a la plantilla del Ayuntamiento, aunque como oficial tercero de Intervención, el ocho de enero de 1932, lo que en ningún caso se contempla en el expediente instruido por el citado edil.




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Solidaridad con el paro

19 de febrero de 1994


La iniciativa partió del edil Pérez García-Furió, cuando de manera espontánea los obreros municipales, secundados por algunos funcionarios y jefes de oficina, pusieron a disposición de la Alcaldía el importe de un día de sus respectivos haberes, con objeto de contribuir, en la medida de sus posibilidades a paliar el acuciante problema de cuantos no tenían trabajo.

Convencido el citado concejal de que aquel gesto ejemplar y solidario podía cundir entre los empleados de otros organismos, propuso que el Ayuntamiento iniciase una suscripción, «en términos de la mayor amplitud e invitando a cuantas personas desearan sumarse y coadyuvar a obra social de tanta importancia».

Poco antes, Pérez García-Furió, con el alcalde Lorenzo Carbonell, visitó las estribaciones del castillo de San Fernando, y coincidieron en la necesidad de que se urbanizasen «aquellos hermosos parajes, procediéndose a sanear y alinear las calles que allí afluían y pensaron que tales obras de tan positiva utilidad, podrían ser el medio de que obtuvieran trabajo los obreros que se encontraban en paro forzoso».

En el pleno celebrado el día seis de mayo de 1931, aquella primera corporación municipal de la recién proclamada República, escuchó la moción que presentó Pérez García-Furió, acerca de la constitución de una bolsa de trabajo «de utilidad indiscutible y de gran trascendencia social, formándose listas de los obreros que residen en Alicante y se encuentran sin trabajo y estableciendo un viático para que los que no sean de nuestra ciudad puedan marchar a sus respectivos pueblos». Para crear empleo, y coincidiendo con los criterios del alcalde, dos casitas de propiedad municipal que estaban en pésimas condiciones, en las proximidades del castillo de San Fernando, podrían ser derribadas, para edificar en los solares resultantes «un pabellón para escuelas al aire libre y cantinas escolares, todo ello bajo el recuerdo imborrable del doctor Rico».

Los compañeros de concejo del señor Pérez García-Furió, entre los que se encontraban, sin agotar la relación, Gómez Serrano, Albricias, Llaneras, Arques, Pérez Llorca, Botella, Sevila, Alberola, además, por supuesto, del alcalde Carbonell, aprobaron, por unanimidad, aquella propuesta. Un gesto solidario y siempre esperanzador.




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«Altosano» privilegiado

21 de febrero de 1994


Rafael C. Terol se edificó un chalé al que llamó «Altosano», cerca del caserío de Los Ángeles. A partir del final del hermoso y abandonado paseo de Campoamor y hasta el citado caserío se encontraba «la parte más sana, más higiénica de la población; si el castillo de San Fernando es el pulmón de Alicante, la barriada de la que nos ocupamos -comentaba un periodista en el año 1915- bien puede ser considerada como el corazón; todos los médicos recomiendan a sus pacientes, encaminen por allí sus cotidianos paseos; hay campo y hay alegría, aires puros, altura sobre el mar, cuanto bello y bueno se puede pedir, para completar los dones de la naturaleza, el esfuerzo particular; pero lo que falta, el pero en particular al que nos referimos, es que aquel paseo se arregle y que se riegue aquella carretera».

«A lo largo de la carretera de San Vicente, la vista no cesa de contemplar lindas casitas, bellos huertecitos, artísticos chalets, allí se destaca, más que en parte alguna el esfuerzo de todos; desde don Francisca Zarandieta, levantando el elegante hotel, hoy propiedad del señor Sierra, hasta el popular actor Emilio Duval que acaba de gastarse las «últimas pesetas que poseía, ahorrillos de su trabajo, para construir dos villas».

Pero en aquel lugar de privilegio también tenían sus casas el escultor Vicente Bañuls, el arquitecto provincial, por entonces ya jubilado, Enrique Sánchez Sedeño, y una larga lista de personas: señores Pastor, Antón, Albert, Asín, Carratalá... Un paraje casi idílico, donde hoy el monóxido de carbono envenena el aire y los decibelios campan por sus respetos. Son los tiempos, ya se sabe.

El periodista nos describe así el paseo de Campoamor: «El único de Alicante que tiene andén para los carruajes, está en un lamentable olvido: la cerca rota; los peldaños de la escalera cegados por la tierra; y la pinada, a merced de los chicos que utilizan los troncos para colgar sus columpios. La carretera abandonada al riego de las nubes, les ofrece un polvo muy molesto, a poco que el viento sople o un automóvil la transite a una regular velocidad».

Si viviera aquel nostálgico observador, qué sobresalto habría de llevarse. Altosano, Altozano. Paseo de Campoamor, complejo cultural. Las ciudades transgreden su propia y plácida estética. Es el canon de su desarrollo.




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Los que tienen que emigrar

22 de febrero de 1994


Durante el pasado siglo y especialmente en su última década, empujados por la necesidad y la falta de trabajo, muchos alicantinos de nuestras comarcas cogieron el petate y emigraron al norte de África, a ciudades y campos argelinos. La filoxera que arrasó nuestros viñedos, la pertinaz sequía y los reducidos salarios, entre otras causas, determinaron una considerable corriente migratoria de jornaleros, que llegó a preocupar seriamente a la clase dominante. La mano de obra barata se les fugaba a toda prisa. No obstante, el dirigente conservador Salvador Canals señaló que tales movimientos constituían una «válvula de seguridad para la economía social de Alicante», cita que tomamos de la obra de Francisco Moreno, «Las luchas sociales en la provincia de Alicante (1890-1931)». Esta tónica, se mantuvo en los primeros lustros del nuevo siglo, con otras alternativas en los destinos, por cuantos desgraciadamente se veían obligados a emigrar: el sur de Francia y algunos países hispanoamericanos.

Ocurrió, sin embargo, que, de acuerdo con las autoridades de aquellos años, se producían muchas repatriaciones, con cargo al erario público. Con objeto de evitar el desembolso, tomaron medidas cautelares. Así, el dieciocho de febrero de 1916, el gobernador de la provincia, Francisco de Federico, publicó la siguiente circular: «Por la presente, se pone en conocimiento de cuantos obreros quieran pasar a trabajar a Orán y Argel, que para podérseles expedir el pasaporte oportuno deben de presentar contratos de trabajo en los que los patronos se obliguen a pagarles los gastos de repatriación, hasta el pueblo de referencia, y sustento durante este viaje, o constituir depósito de garantía de persona solvente en ésta, que responda de los gastos que pudiera ocasionar al Estado su repatriación. A cuantos quieran marchar a México, deben saber que para que se les permita desembarcar en Veracruz, deben de presentar cincuenta dólares o su equivalente en otra moneda, un certificado de buena conducta expedido por mi autoridad y legalizado por el cónsul de México (...)».

En el mismo año, un periódico liberal, «El Día», con el propósito de denunciar los manejos de los agentes de emigración, no dudaba en escribir de modo insultante: «Atraídos por el señuelo que ante sus pobres inteligencias hacen relucir (los citados agentes), nuestros labradores abandonan sus tierras donde nacieron y esperanzados con obtener pingües ganancias se dirigen a tierras francesas donde lo que se encuentran de consumo es la miseria con sus fatales consecuencias». En fin. Sin comentarios.




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Nobles y caballeros

23 de febrero de 1994


En 1908, así consta en el Boletín Oficial de la Provincia, de veintisiete de octubre, la administración provincial de Hacienda de Alicante, relacionaba los títulos nobiliarios y honores y condecoraciones que habían de satisfacer sus correspondientes derechos: barón de Mayals, a favor de don Alfonso Sandoval y Moreno, por real orden de nueve de noviembre de 1900; barón de Ariza, a favor de don Fernando Cortés Berguez, por real orden de veintiocho de marzo de 1906; don Alfonso de Sandoval y Bassecourt, barón de Petrés (antiguo alcalde de la ciudad), la Gran Cruz de Isabel la Católica, libre de gastos, por real orden del treinta y uno de diciembre de 1900; don Victoriano Masiá, vecino de esta capital, una cruz de caballero de Isabel la Católica, libre de gastos, por real orden de diecisiete de febrero de 1907, y caballero de la Orden Civil de Alfonso XII, concedida el veintidós de enero de 1904; «don Mariano Jesús de Altolaguirre comunica hallarse en posesión de la Gran Cruz de Isabel la Católica, libre de gastos, por real orden del catorce de mayo de 1900». En cualquier caso, una relación exigua.

Más adelante, ya en 1914, la Prensa publicaba el siguiente suelto: «Para cumplimentar una real orden del Ministerio de la Gobernación, se ruega a todos los señores que estén en posesión de títulos nobiliarios del Reino o extranjeros y residan en este término municipal, tengan la bondad de comunicarlo a la Alcaldía, haciendo constar la población de su vecindad o de su habitual residencia». El tres de octubre de aquel mismo año, y con el visto bueno del alcalde, don Ramón Campos Puig, se confeccionó la siguiente relación de nuestra nobleza local: don Miguel de Rojas y Moreno, marqués del Bosch de Arés; don Nicolás de Santaolalla y de Rojas, marqués de la Hermida; don Rafael de Rojas y Galiano, marqués de Algorfa; don Narciso de Heredia, marqués de Heredia; don Luis María Febrer, marqués de Sandín; don Carlos de Rojas y Moreno, conde de Torrellano; don José de Rojas y Moreno, conde de Casa-Rojas; don Pedro de Amores, conde de las Navas de Amores; don Alfonso de Sandoval y Bassecourt, barón de Petrés; don Alfonso de Sandoval y Moreno Rocafull, barón de Nayals; y don Antonio de Vega y Ros de Olano, vizconde de Ros.

Para no herir susceptibilidades en cuestiones tan delicadas, los marqueses tenían tratamiento de excelentísimos, y los demás, tan sólo de ilustrísimos.




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Bronce para Canalejas

24 de febrero de 1994


Ya contamos la inauguración de la estatua en homenaje a don José Canalejas. La junta que se constituyó para levantar el monumento al estadista vinculado a nuestra ciudad la presidió don Rafael Beltrán Ausó quien con la colaboración de «los prohombres del partido liberal alicantino y muy especialmente de don José Francos Rodríguez, diputado a Cortes por nuestra circunscripción, se encargaron de solicitar recursos económicos de las corporaciones oficiales, de las entidades privadas y de los particulares. Ciertamente la suscripción pasó pronto de las cinco a las diez y así hasta alcanzar las veinticinco mil pesetas. Pero no era cantidad suficiente para sufragar el proyecto.

Fue entonces cuando Francos Rodríguez, «discípulo predilecto de Canalejas», alzó su autorizada voz en el Parlamento para solicitar que en los presupuestos del Estado se consignase la suma de veinte mil pesetas, para subvencionar las obras de construcción. Según «El Día», de veintisiete de marzo de 1915, «La Cámara, por unanimidad, así lo acordó, y el Senado lo ratificó». Con todo, Francos Rodríguez insistió ante don Eduardo Dato, hasta que consiguió que se dictara una real orden de veinticuatro de marzo de aquel año, de la que reproducimos por don Rafael Beltrán Ausó (...) en la que solicita la cantidad de veinte mil pesetas para costear el bronce necesario para dicha estatua (la de Canalejas), S.M. el Rey (q.D.g.) ha tenido a bien disponer por esta ordenación de pagos, se gestione lo que sea procedente, para que la tesorería de Hacienda de la referida provincia de Alicante pueda expedir un mandamiento, al referido señor, por la susodicha cantidad». Lo firma el subsecretario marqués de Santa Cruz.

Jubilosamente, recibió la noticia Beltrán Ausó quien manifestó que el escultor Bañuls trabajaba sin descanso. Con urgencia, convocó una reunión de los miembros de la junta con objeto de trasladarles oficialmente la real orden. La reunión se celebró en el Casino, y el presidente de la junta comentó a los medios informativos que los resultados de aquella actividad habían superado los deseos del más exigente. «Cuando se proyectó erigir una estatua al señor Barrajón, sólo pudo levantarse un busto; aquí, donde para construir una estatua al ilustre alicantino don Eleuterio Maisonnave, solamente pudieron recaudarse, tras muchos esfuerzos, catorce mil pesetas». Por aquel tiempo era alcalde de la ciudad don Ramón Campos Puig y gobernador civil don Luis Fernández Ramos.




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Incautación de parroquias

25 de febrero de 1994


En plena guerra civil, concretamente el 30 de marzo de 1938, según el sello de entrada del Ayuntamiento, la Junta Delegada de Incautación, Protección y Conservación del tesoro artístico nacional, Dirección General de Bellas Artes, comunica al presidente del Consejo Municipal de Alicante, Santiago Martí Hernández, que, de acuerdo con su petición del doce del mismo mes, «debemos poner en su conocimiento que esta Junta no posee las estadísticas solicitadas y, si el objeto es saber las parroquias que existían en esta capital, antes del dieciocho de abril de 1936, según informes, eran las siguientes: Colegiata de San Nicolás, Santa María, San Francisco, San Juan Bautista, Misericordia, iglesia del Carmen, convento de la Sangre, ermita del Socorro, Monasterio de la Santa Faz y asilo de Nuestra Señora de los Desamparados».

Un mes más tarde, el juzgado municipal del distrito sur, a instancias del Consejo Municipal, pide datos a la ya referida junta, acerca del destino que se les ha dado a los edificios de congregaciones religiosas, y ésta, que por entonces presidía Rafael Millá, responde, con fecha trece de abril de 1938:

«1.º La Colegiata de San Nicolás y la iglesia parroquial de Santa María, a servicios de guerra. Igualmente lo está el Monasterio de la Santa Faz. El asilo de Nuestra Señora de los Desamparados, a guardería. El convento de Oblatas, a hospital militar. El convento de Franciscanos lo ocupa la J.S.U. (Juventudes Socialistas Unificadas). El convento de religiosas Agustinas, llamado de la Sangre, está ocupado actualmente por personal procedente de Málaga, y destinado a depósito de esta junta.

2.º Todos los inmuebles citados no han sufrido graves deterioros en su fábrica, pero sí en su ornamentación interior. Es cuanto podemos contestar a su solicitud».

El documento transcrito se registró en el Ayuntamiento, con el número 2249, y fecha diecinueve del citado mes de abril.

Tras la contienda, sin embargo, el alcalde de Alicante, Ambrosio Luciáñez Riesco, se dirige al pedáneo de la Santa Faz, «para cumplimentar un oficio de la Auditoría de Guerra». El pedáneo, Tomás Climent González, compareció en las casas consistoriales, el ocho de noviembre de 1939, y en documento que certifica el secretario del Ayuntamiento, Enrique Ferré, denuncia a «los individuos pertenecientes a la checa que actuó, durante el periodo rojo, en el monasterio de la Santa Faz». Monasterio destinado, de acuerdo con los informes de la Junta Delegada de Incautación, a servicios de guerra.




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Europa, qué lejos estás

26 de febrero de 1994


Pero no precisamente ahora, cuando nuestros ministros, consellers, diputados, alcaldes, ediles y sus correspondientes asesores desayunan en Estrasburgo, almuerzan en Roma y se toman el martini en Bruselas. Ya saben, lo de la aldea y todo eso.

Sin embargo qué lejos estaba Gante de Alicante; tanto que nuestros concejales, ni uno de ellos, pudieron atender la invitación de que fue objeto el consistorio alicantino, cuando en aquella ciudad belga se celebraba la Exposición Universal, en 1913. Con tal motivo, se organizó el Primer Congreso Internacional de Ciudades, que había de celebrarse en junio, y su comité remitió a nuestro Ayuntamiento un amplio dossier y la correspondiente invitación, para que asistieran los delegados que consideraran conveniente.

El alcalde, Eduardo Ramos Prevés, trasladó de inmediato aquellos papeles a la comisión de ornato para su estilo y posterior informe. El diecisiete de abril de 1913, la referida comisión estimó la invitación en su valor, pero consideró que Alicante no estaba en condiciones de asistir, «si pudiera cooperar el municipio al éxito de dicha empresa de cultural remitiendo algunos planos o proyectos de obras urbanas, relacionados con esta población podría pasar este asunto al arquitecto municipal, resolviendo, en definitiva lo que V.E. considere más acertado».

No obstante, Ramos Prevés estaba interesado en el programa de aquel primer congreso, cuyos temas fundamentales eran: la construcción de las ciudades y la organización de la vida municipal. De modo que, a pesar del estado precario de las arcas locales, se dirigió a una agencia de viajes y turismo, la Thos Cook & Son, que le respondió con prontitud: «En contestación a su atenta del veintitrés del actual, tenemos el honor de manifestarle que podemos facilitarle billetes de ida y vuelta de Alicante a Gante, al precio de 437,35 pesetas en primera clase y 318,15 en segunda (...)».

Pero otro informe de la comisión de beneficencia, sanidad e higiene, fue definitivo: «La situación económica del municipio no permite enviar un representante al importantísimo congreso de referencia, ni realizar gastos para cooperar a su más brillante realización, bueno es que Alicante al corresponder al saludo e invitación de la hidalga ciudad de Gante le ofrezca entusiásticas felicitaciones por su iniciativa». El pleno, en sesión de siete de junio del año de referencia, aprobó el informe y cerró así aquel camino a Europa. No había un duro en la hacienda municipal.




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Consistorio y 1.º de mayo

28 de febrero de 1994


Aunque el día del Trabajo ya se venía celebrando, con más o menos pujanza, años atrás, en 1907, los delegados de las sociedades obreras «legalmente constituidas», suscribieron una instancia al alcalde de Alicante, Luis Mauricio Chorro, en la que le solicitaban que «deseando solemnizar la fiesta universal del proletariado, cual corresponde a la grandiosidad de la misma y al igual que los demás países del extranjero, en donde las corporaciones municipales, por su carácter administrativo e independiente, conceden a sus dependientes, el primero de Mayo, el jornal que tienen asignados en sus presupuestos, relevándoles en ese día de todo trabajo, ya sea manual o intelectual, a fin de que éstos puedan asistir a los actos de solidaridad obrera (...)», piden al Ayuntamiento, en fin, que conceda a sus empleados descanso absoluto, en la mencionada fecha, sin excepción de clases ni jerarquías y que «a la vez, ordene a los contratistas que dependan de esa ilustre corporación, hagan igual con los dependientes de éstos, dando con tal motivo ejemplo de amor a la clase obrera». La referida instancia está fechada, en nuestra ciudad, el dieciocho de abril del citado año, y la firman Rafael Sierra y Eugenio Alman (aunque este último apellido no resulta fácilmente legible).

El Ayuntamiento, dos días más tarde, «accedió a lo solicitado en aquellos cargos, cuyo servicio sea posible».

En otro documento de iguales características, correspondiente al veinticuatro de abril de 1912, la junta de delegados, del Centro de Sociedades Obreras, que tiene su domicilio social en la avenida de Zorrilla (hoy, de la Constitución) número dos, igualmente solicita del alcalde, Federico Soto, en nombre de las diecisiete sociedades que representan, y «con el fin de que el numeroso personal a sus órdenes, no sean una nota discordante en dicho día (Fiesta del Trabajo)» le instan a que disponga la suspensión de las labores, «si con ello no se irroga perjuicio al excelentísimo Ayuntamiento».

El treinta de abril, responde el Consistorio: «En atención a su oficio, y a pesar de que algunas obras de las que el Ayuntamiento viene realizando son de verdadera urgencia e importancia, esta Alcaldía, accediendo a los deseos de ese Centro y para cooperar en la medida de sus fuerzas a la mayor brillantez de la fiesta del Trabajo, ha dispuesto que mañana, día primero de Mayo, se suspendan todos los trabajos y labores que realizan los operarios municipales». Qué relaciones tan fluidas.




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Casi en la miseria

1 de marzo de 1994


Si un grupo de alicantinos residentes en Madrid no se percatan de la gravedad del asunto, don Antonio Galdó López se pierde en el más absoluto abandono, y hasta se muere de inanición. Cuando menos, así lo dan a entender los firmantes de una carta dirigida al alcalde, don Ricardo Pascual del Pobil y Chicheri, en 1916, entre los que se encuentran Rafael Altamira, Azorín, Francos Rodríguez, Juan Maisonnave, Justo Larios de Medrano, Luis Foglietti, Salvador Canals, Rafael Álvarez Sereix, Óscar Esplá, Carlos Arniches, Luis Pérez Bueno y muchos más.

Hay párrafos que sobrecogen: «Quien pasea su desgracia por esa población, su patria, un viejo casi olvidado, don Antonio Galdó López (...) que tuvo una larga época de florecimiento en la ciudad, en que su pluma era respetada, sus escritos atendidos y en que su voz alzada en mitin convencía y electrizaba, se encuentra en el ocaso de su vida y de su popularidad, sin que los obligados a prestarle ayuda material y moral se acuerden de los beneficios que su laboriosidad, inteligencia y honradez prestaron al pueblo alicantino. Los firmantes creen que este pueblo debe un homenaje a don Antonio proporcionándole sustento, mientras conserve un latido su corazón. (Los firmantes) Entienden que la iniciativa y la organización deben partir del Ayuntamiento. Y suplican comunique su ruego a la corporación de su presidencia, para rendirle un homenaje, y se solicite el concurso de la Diputación Provincial, asociaciones políticas, obreras, mercantiles, recreativas, instructivas, escuelas públicas y privadas, Instituto, Escuela Superior de Comercio (...). Los que suscriben tal petición "son hijos de Alicante y su provincia que aunque residiendo en Madrid, siguen con gran interés la vida de su inolvidable patria chica"». Pues meno mal, que si no, don Antonio Galdó López, fundador de «El Graduador» y decano de los periodistas alicantinos las hubiera pasado canutas. Más aún.

Luego, sí. Luego, en diciembre de 1920, Medalla de Oro de la ciudad y título de Hijo Predilecto, para el presidente honorario de la Asociación de la Prensa, ex concejal y cronista de nuestra realidad cotidiana, que levantó la nunca humillada cabeza, con la solidaridad y el reconocimiento, hasta que la muerte lo decapitó definitivamente, cuatro años más tarde. A veces, qué ciudad más tardona.




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Los rusos en Alicante

2 de marzo de 1994


La actual Rusia de Boris Yeltsin nos recuerda, por muchas razones que no vamos a enumerar por prolijas, a la Rusia zarista. No sería nada de extrañar que nuestro cuerpo consular creciera con una representación de aquel país.

Por lo menos, tal ocurrió en 1902. El veintitrés de mayo de aquel año, don Carlos Fáez Porcel, en un atento saluda al alcalde de Orihuela, el liberal don José Gadea Pro, y comunica que ha sido nombrado vicecónsul de Rusia. Textualmente: «Tengo el honor de participar a VS. que con fecha veinticinco de febrero pasado, he sido nombrado por el Gobierno de S.M. el Emperador Autócrata de todas las Rusias, vicecónsul del Imperio, en Alicante, habiéndoseme concedido por S.M.I. el Exequatur Real para el desempeño de dicho cargo». Aquel emperador autócrata que cita, no podía ser otro más que Nicolás II quien, junto con su familia, habría de ser ejecutado, en 1918, en Ekaterinburgo, tras la revolución bolchevique.

Gadea Pro, tras acusar recibo de la comunicación, le anuncia sus mejores deseos y apoyo, para cuanto sea de interés, para la ciudad.

Sin embargo, ocho años después, es decir, en 1910, y con motivo del acceso a la Alcaldía de don Federico Soto Mollá, el veinticuatro de diciembre, entre las numerosas felicitaciones que recibió el nuevo presidente de la corporación municipal, figura la del cuerpo consular acreditado en nuestra ciudad y del que entonces era decano el cónsul del Imperio Alemán. Junto con él, se relacionan los restantes: viceconsulado de la República Argentina, Agencia Consular de Austria Hungría, Consular Service USA, viceconsulado de Grecia, viceconsulado de Noruega, viceconsulado de los Estados Unidos Mexicanos, viceconsulado de los República Oriental del Uruguay, consulado de la República Dominicana, viceconsulado de Gran Bretaña, Agenzia Consolare d'Italia, viceconsulado de Francia, consulado Real de los Países Bajos, viceconsulado de Guatemala y consulado de Chile.

Como se ve, la representación del zar de todas las Rusias no figura en el listado del ilustre cuerpo consular. ¿No había suficiente actividad comercial ni súbditos del emperador autócrata, ni intereses, en fin, como para mantener aquel viceconsulado? Y si a Boris Yeltsin le pegara por reabrirlo, ¿qué título emplearía?, ¿quizá, el de autócrata?




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Campoamor, cien años

3 de marzo de 1994


Alicante rindió un homenaje a Ramón de Campoamor y Campoosorio, el veinticuatro de septiembre de mil novecientos diecisiete, justo cuando se cumplía el primer centenario de su nacimiento. Pero la idea primera del homenaje, salió en las páginas de «El Correo Español», periódico de Buenos Aires, en una carta que el doctor Calzada dirigió al alcalde de Navia, localidad natal del poeta, y que «El Día», de nuestra ciudad, reprodujo el treinta de julio de mil novecientos dieciséis.

Campoamor fue el primer gobernador civil de Alicante -antes, se llamaban como ya hemos advertido, jefes políticos- en 1849, y se ocupó, entre otras muchas obras, de impulsar el embellecimiento del antiguo Paseo de los Capuchinos, transformándolo en una hermosa alameda. Ese mismo año, el Ayuntamiento lo rotuló con el nombre de Campoamor, nombre que más tarde, en 1855, se cambió por el de duque de la Victoria (general Baldomero Espartero), hasta que recuperó el de Campoamor, en 1895. El cronista provincial Gonzalo Vidal, destaca la intervención del alcalde José Soler Sánchez que la pobló de pinos, y del también alcalde José Manuel del Pobil, barón de Finestrat quien, en mil ochocientos noventa y seis, lo restauró.

Precisamente por su gestión el decano de los periodistas Antonio Galdó López, escribió: «A Campoamor se debe la construcción del más sano paseo con que cuenta Alicante, para lo cual ofreció todo género de facilidades. A Campoamor se debe el derribo del vetusto convento de los Dominicos (o de Santo Domingo), emplazado en la calle Mayor. A Campoamor se debe la pronta tramitación del expediente para la construcción de la nueva carretera que nos pone en comunicación directa con nuestra hermosa huerta. A Campoamor le son deudoras muchas familias liberales de esta ciudad, de que en sus hogares renacieran la tranquilidad y el sosiego, en continua zozobra, durante el mandato de su antecesor Guerra». Galdó López apeló a sus colegas Enrique Ferré y Juan Botella, directores de «El Día» y «El Luchador», para que se sumaran a la petición de honrar debidamente a don Ramón de Campoamor.

Así, la fecha señalada en un principio, el Ayuntamiento que presidía don Manuel Curt Amérigo, asistió corporativamente al paseo e inauguró no el monumento, sino el lugar donde se le erigiría: un busto que le encargaron a Vicente Bañuls, frente a las Casas de la Beneficencia.




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Huelga en el puerto

4 de marzo de 1994


En julio de 1916 los obreros marítimos y portuarios iniciaron una huelga de solidaridad ante la negativa de los navieros a la petición de mejoras sociales y salariales. La sección en Alicante de «La Naval», sociedad de marineros, recibió el apoyo inmediato de «La Marítima», «La Terrestre», «La Paz» y «La Sociedad de obreros almacenistas». En un periódico local se puede leer: «Los trabajadores de nuestro puerto víctimas de la disminución del tráfico que se observa desde que comenzó la guerra no están para desperdiciar jornales». Pese a la sugerencia disuasoria, en el Centro de Sociedades Obreras, de la avenida de Zorrilla, se celebró un mitin, con la presencia del delegado gubernativo Teodoro Tendero, vigilante de policía, durante el cual se produjeron altercados, a raíz de la actitud de dos trabajadores, José Reyes y Tomás Pérez, que alegaron la improcedencia del paro por cuanto los marineros y fogoneros del vapor «Cabo Roca» y de otros buques amarrados en nuestro puerto, continuaban faenando. La respuesta de la mayoría fue contundente. La reunión se aplazó, hasta el domingo, día dieciocho de aquel mes.

Como quiera que, entre tanto, algunos capataces contrataron a personas no asociadas para efectuar la carga y descarga de algunos barcos, una comisión de obreros visitó al gobernador civil, Francisco de Federico, y le expresó su queja: los oficiales del Cuerpo de Seguridad les impedían al acceso a los buques donde faenaban los esquiroles. Dichos oficiales manifestaron que habían sido requeridos por los capitanes de tales vapores, para evitar que los huelguistas subieran a bordo de los mismos.

En una nueva asamblea, celebrada en la Casa del Pueblo, se acordó el paro y la presencia en la puerta del muelle a partir de la madrugada del lunes. Las fuerzas de seguridad montaron los dispositivos necesarios para evitar enfrentamientos entre obreros asociados y esquiroles. Pero el ambiente se fue haciendo, por horas, más tenso. El contramaestre del «Castilla» tuvo que ser atendido de contusiones, así como otras personas contratadas eventualmente. Durante los días que se mantuvo la huelga, hubo cargas policiales, en distintos puntos de la ciudad, heridos, detenciones, disparos y cierre de comercios. Al puerto acudieron el gobernador, el alcalde de la ciudad, Ricardo Pascual del Pobil y los jefes de la fuerza pública.

Las sociedades obreras denunciaron el empleo de adolescentes entre trece y dieciséis años, para realizar los trabajos de estiba. Por último, el día veintisiete, parte de los huelguistas asociados a «La Terrestre» y «La Paz», decidieron reintegrarse a sus puestos. La huelga de solidaridad tocaba a su fin.

Otros conflictos laborales y sociales tuvieron lugar en nuestro puerto en 1904, en 1913, en 1914, en 1920...




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Alfonso de Rojas

5 de marzo de 1994


Ya hemos visto cómo Alfonso de Rojas y Pascual de Bonanza, como tantos otros practicó el transfuguismo político, aunque dentro siempre del juego a dos bandas de la Restauración: se marchó de las filas conservadoras, para ingresar en el Partido Liberal, donde alcanzó importantes cargos organizativos y públicos. Alcalde de nuestra ciudad, de 1903 a 1905, fue nombrado gobernador civil de Orense, en 1912, cuando ocupaba un escaño edilicio en el Ayuntamiento de Alicante.

El veinticuatro de julio de aquel año, Federico Soto Mollá, alcalde a la sazón, le dirige una carta en nombre del concejo municipal, en la que le dice: «Después de la lectura del expresado documento (se refiere a la comunicación de Alfonso de Rojas despidiéndose de sus compañeros corporativos, el diecinueve del mismo mes) y a propuesta de concejales de todas las tendencias que tienen opinión en el cabildo, éste acordó constara en acta el sentimiento que le producía la ausencia de concejal tan prestigioso y cumplidor de sus deberes edilicios, la satisfacción sincera que había experimentado, por la merecida honra que ha recibido con el nombramiento de gobernador civil y su seguridad de que, en dicho cargo, seguirá dando testimonio de las altas dotes de mando, rectitud e integridad, que tanto le enaltecieron, cuando desempeñó esta alcaldía-presidencia y en los diversos cargos que en la actualidad desempeñaba. Por unanimidad, fueron adoptados los acuerdos que me complazco en comunicarle (...)». Previamente, desde el «Gran Hotel Metrópole», de Madrid, Alfonso de Rojas escribió al alcalde, cuando iba a tomar posesión de su nuevo cargo.

En su carta le manifestaba: «(...) Si bien es cierto que me alejo de Alicante, no lo es menos que dejo en esa hermosa tierra que me vio nacer, todos mis cariños, y como conozco el alicantinismo de cuantos, sin distinción de partidos y afinidades, componen el actual Ayuntamiento, creo firmemente que seguirá nuestra ciudad el camino de prosperidad y grandeza que con tanto tesón habéis comenzado».

El señor Rojas y Pascual de Bonanza pertenecía a la nobleza local y de acuerdo con la prensa de su tiempo y con la posterior investigación histórica, sobre las clases dominantes alicantinas, era uno de los más destacados caciques liberales.




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Los ninots mecánicos

8 de marzo de 1994


Al padre de nuestro siempre querido Gastón Castelló, le decían «Micalet, el fransés». Cuando regresó de Argelia, «Micalet, el fransés» trabajó en Alcoy, una temporada, hasta que se hizo cargo, ya en nuestra ciudad, de la dirección, como perito mecánico, de la fábrica de conservas «Las Palmas», situada junto a la playa de Babel y propiedad de George Gilles.

En 1929, y nos lo cuenta el propio Gastón, él y el actor Paco Hernández, también inolvidable, construyeron la foguera de la plaza del Puente. El tema de la misma se refería a la transformación del castillo de Santa Bárbara en un parque de atracciones. «Micalet, el fransés» se encargó de dotarlo de movimiento. «Un funicular con dos vagones de subida y bajada se cruzaban graciosamente en el camino. Había ruedas de caballitos, columpios, bicicletas que corrían por pistas y hasta un aeroplano, sujeto a un eje. Y todo movido eléctricamente, a la perfección. El éxito fue explosivo: Alicante entero subió a la plaza del Puente, cuya foguera fue galardonada».

Un año después, Gastón Castelló puso en pie el monumento del distrito de Pérez Galdós. Un monumento ya histórico: «Los cinco sentidos». Casi todas sus figuras tenían movimiento. Así nos lo describe el propio artista: «Cinco oradores gesticulaban, al tiempo que levantaban sus brazos, «La Esperanza», mujer simbólica, mecía a un niño alicantino y un dormilón daba continuas cabezadas, etcétera. El jurado quiso ver el interior de la foguera y se admiró al comprobar la sencillez del mecanismo: una serie de hilos y un motorcito central bastó para que las figuras tomasen vida».

También en 1932, Gastón recurrió a los conocimientos de su padre, cuando hizo la hoguera de la plaza de la República (hoy, del Ajuntament). Una reproducción del tren del puerto, cargado con las casas de «El Porchis», circulaba sin descanso. «Este tren, aunque accionado con energía eléctrica, echaba abundante humo, efecto de la composición química que se puso en su interior». De nuevo, en Pérez Galdós, recordó los tristes relatos de su padre acerca de la emigración, y recreó aquel ambiente. «En concepto moderno, modelé un grupo de emigrantes que marchaba, con paso dramático, por un terreno en pendiente, mientras otros, desolados, miraban hacia atrás sus yermos campos. Era, en definitiva, mi grito pidiendo que jamás volviera a repetirse tan angustiosa estampa. En el fondo, aparecían trazados los proyectos de irrigación de Azpiazu y del insigne Lorenzo Pardo, a quien tanto ayudó Indalecio Prieto, en ese polémico trasvase Tajo-Segura. La parte posterior era puro optimismo. Los canales habían sido ya construidos, las aguas corrían cantarinas, por ellos, a la par que un grupo de campesinos poetizados, mostraban jubilosos sus frutos». Aquel ingenio hidráulico, fue la última colaboración de «Micalet, el fransés», con su hijo. Murió en 1934. Nos lo recuerda Gastón, en un artículo de nuestra literatura fogueril, y que hemos rescatado, aunque fragmentariamente.




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Nuestros gobernadores

9 de marzo de 1994


Atendemos así a la petición de algunos de nuestros lectores, acerca de quienes ocuparon la titularidad de nuestro Gobierno Civil. Muchos de ellos, además, protagonizaron aspectos de nuestra historia local; otros, apenas si transitaron por el cargo, como en volandas, sin casi dejar seña alguna de su paso. De don Ramón de Campoamor y Campoosorio, primero que llevó la denominación de gobernador civil de la provincia, hasta don Alfonso Calvé, hay una abundante nómina, imposible de relacionar en esta columna. Nos ocuparemos, pues, tan sólo, de aquellos que estuvieron al frente de la provincia durante el periodo comprendido entre 1901, principio de siglo, ya rey Alfonso XIII, aunque bajo la regencia de su madre, María Cristina de Habsburgo, hasta la dictadura de Primo de Rivera, en septiembre de 1923, en que se hizo cargo del poder civil el ya gobernador militar general Cristino Bermúdez de Castro. Una advertencia previa, hasta don Ramón de Campoamor, el cargo se llamaba jefe político, y por un real decreto de diciembre de 1849, pasó a denominarse gobernador civil.

En ocasiones, las fechas que citamos corresponden a la del nombramiento y en otras, a la de toma de posesión, de acuerdo con la documentación consultada, aunque, por lo común, la diferencia, entre una y otra, suele ser irrelevante.

El veintidós de marzo de 1901, accedió al Gobierno Civil de la provincia don Leopoldo Riu Casanova, quien sustituyó a don Federico Chápuli Cayuela. En agosto de 1902, don Rafael López de Oyarzábal, relevado en diciembre del mismo año, por don Agustín Bullón de la Torre; en agosto de 1903, volvería brevemente a su antiguo puesto el citado Federico Chápuli Cayuela, para cederle el mando a don Juan Tejón Marín, en enero de 1904, quien meses después cesaría en el mismo, para asumirlo, en el mes de noviembre, don Antonio Baztán y Goñi. Durante el año 1905, al último citado le suceden, en cortos periodos, don Antonio González López, don Eduardo Ortiz Casado y don Narciso Ribot March. En julio de 1906, se hace cargo del Gobierno, don Carlos Valcárcel Ruiz de Apodaca; y en enero de 1907, don P. Pascual Ojesto y Uhagón, quien el seis de febrero de 1909, será relevado por don Alfredo Paradela y Martínez. Sucesivamente, reseñamos a don Joaquín Moreno Lorenzo (noviembre de 1909); don Fidel Guerra Olmos (febrero de 1910); don Rufino Beltrán Escobar (diciembre de 1910); don Luis García Alonso (enero 1913); don Mariano de la Vega Inclán y Flaquer (julio de 1913); don Francisco Serrano y Larrey (octubre de 1913); don Luis Fernández Ramos (febrero de 1914); don Francisco de Federico Riestra (diciembre de 1915); don Manuel García Barzanallana (junio de 1917); don Julio Pantoja Aguado (diciembre de 1917); don José María Caballero y Montes (marzo de 1918); de nuevo don Francisco de Federico Riestra (diciembre de 1918); don José Maestre Laborda (marzo de 1919); don Federico Dupuy de Lome (agosto de 1919); don Raimundo Montis (en 1921); y don Francisco Barea Molina (en 1922); para finalmente hacerse cargo del Gobierno Civil, el ya citado don Cristino Bermúdez de Castro.

Los datos están tomados de los boletines oficiales del Estado y de la provincia, lo que no excluye la posibilidad de error u omisión, que de inmediato nos apresuraríamos a rectificar, si así fuere. Vaya este baile de poncios, en atención a quienes por él se han interesado y especialmente, a nuestro buen amigo y actual secretario general del Gobierno Civil, Enrique Simarro.




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Calle Altamira, cuna ilustre

10 de marzo de 1994


Ya hemos escrito en esta misma columna cómo a primeros de abril de 1910, la antigua calle de la Princesa, se rotuló a nombre de don Rafael Altamira y Crevea. No fue aquél ni el primer ni el único cambio que experimentó tan principal vía; antes bien, figura, sin duda, en la catálogo de las calles que en más ocasiones han mudado su denominación. Los procesos políticos y culturales le arrebataron su nombre inicial: calle del Mar. A principio del pasado siglo, lo mudó por el de calle del Correo. Y ya en 1820, durante el trienio constitucional se llamó de Riego. Claro, por muy poco. Con la restauración del régimen absolutista, en 1823, a Riego lo sustituyeron por el duque de Algulema.

Más adelante, cuando murió Fernando VII, la actual calle de Altamira recibió otro bautizo: el de calle Princesa. Y lo llevó, hasta que soplaron vientos revolucionarios, y el general Prim le prestó su nombre. De nuevo los Borbones en el trono, recuperó la denominación de Princesa, para finalmente cederle el de Altamira, hasta nuestros días.

Pero además de caracterizarse por tan abundantes cambios en el callejero, la calle Altamira ha sido lugar donde nacieron o residieron ilustres personalidades de nuestra historia. En el número veintitrés de la misma, según la numeración de 1910 y de acuerdo con los datos que facilita Francisco Montero, edificio en el que se encontraba «el acreditado establecimiento de ultramarinos de don Serafín Sánchez», vivió sus primeros años el que habría de ser, andando el tiempo, insigne marino y matemático Jorge Juan y Santacilia. Y en el número seis nació uno de los que alentaron vigorosamente la revolución septembrina de 1868: el capitán Lagier. En ella también vio la luz Eleuterio Maisonnave y Cutayer.

Juan Bonanza y Roca, alcalde conservador de nuestra ciudad, en 1875, tuvo su residencia, en la emblemática vía, durante muchos años. Sin duda, ocupa un destacado lugar en nuestra crónica. En el actual pasaje de Amérigo, ya lo hemos advertido en otras ocasiones, estuvo el convento de los Dominicos, el Banco de España y el café Universo, uno de los más lujosos (1862-1866), según el cronista Gonzalo Vidal. También en la misma fallecieron dos de nuestros más conocidos escritores: el historiador Nicasio Camilo Jover y el poeta Vila y Blanco.




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Las cuevas del castillo

11 de marzo de 1994


Sin duda, muchos las recordamos aún. Nos aventuramos por ellas, imaginando quien sabe qué secuencias de películas llenas de peripecias. Las cuevas se encontraban en el monte Tossal, donde se alza el castillo de San Fernando y en el Benacantil. En los años siguientes a la guerra, la mayor parte estaban habitadas. Habitadas, según se afirma documentalmente, «por familias en su totalidad indeseables y en gran parte procedentes del aluvión de gentes de las provincias de Almería y Murcia que aquí se refugiaron, cuando en los comienzos del año 1937, el general Franco ocupó Málaga y su provincia». Aparte del juicio que nos merece tan tajante y despectiva calificación, es lo cierto que aún en los años cincuenta, muchas personas caritativas se acercaban a aquellos lugares, para practicar el ejercicio de la limosna.

Con objeto de erradicar la presencia de tan «indeseables familias» y por oficio número 5456, se ordenó la destrucción de las cuevas referidas. El dieciséis de marzo de 1942, el arquitecto municipal da cuenta de que, con arreglo al comunicado del inspector de obras señor Doménech, catorce de la mismas fueron cegadas, pero que no pudo proseguir su actividad, toda vez que las restantes se hallaban aún habitadas.

El total de las tales cuevas era de setenta y nueve. De las cuales sesenta y seis se encontraban en el Tossal, propiedad del Ayuntamiento; y las otras, en el Benacantil, cuyas laderas pertenecían al estado. Por eso, el nueve de julio del citado año, el alcalde se dirigió por escrito al gobernador civil, dándole cuenta de la situación y manifestándole la falta de condiciones de habitabilidad de aquellos antros. «Esta Alcaldía, con sus modestos medios, ha tratado de atajar este mal, viéndose impedido de llevarlo a cabo».

Naturalmente, no eran aquellos tiempo de contemplaciones y se procedía con la mayor contundencia, sin prever soluciones para cuantos se guarecían en tales habitáculos, por necesidad imperiosa.

No obstante, el gobernador civil no se anduvo por las ramas y transmitió a don Ambrosio Luciáñez que se pusiera en conocimiento de los extraños habitantes que disponían de quince días, para el desalojo.

Transcurrido el plazo, la fuerza pública procedería en consecuencia. Con todo, diez o doce años más tarde, muchos de aquellos humildes «okupas» continuaban aferrados a las entrañas de la tierra.




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Carbonell contra los periodistas

12 de marzo de 1994


A lo que se ve, el alcalde Lorenzo Carbonell solía gastarle pasadas poco satisfactorias a los informadores de su tiempo, con quienes andaba a la greña frecuentemente. Cuando menos, tal situación se desprende de una moción que Florentino Elizaicin y España, director de «El Correo» y censor de la Asociación de la Prensa, presentó en el seno de la misma, donde fue aprobada por unanimidad.

En la misma, que se entregó al popular Llorenset, se decía que «los prestigios de la prensa asociada no sufrieran menoscabo y desmerecimiento de ninguna clase». El presidente de la Asociación, Álvaro Botella Pérez, quien estaba al frente de «El Luchador», tuvo una intervención acertada, ecuánime y dignísima, según el diario republicano «El Correo», pero que se precipitó en el vacío.

Por su parte, el periódico de izquierdas «Hoy» se expresaba así: «No comprendemos las razones que motivan al señor Carbonell para hacer a la prensa local objeto de trato tan despectivo. Vana pretensión la nuestra, si esperamos una explicación. Hemos de resignarnos forzosamente a las "cosas" de nuestro alcalde. Si viene un personaje a nuestra ciudad y el alcalde se permite una chanza, no hay que tomárselo en cuenta, ¡son cosas del "simpático" don Lorenzo! Que a la prensa local se le ofende y menosprecia, es lo mismo. Ahora bien: le brindamos una frase muy de su estilo: "¿Veis cómo estos periodistas gorrones no necesitan ser invitados para decirnos qué ha pasado en la acera de enfrente?". Adelante, pues, con esa conducta. Ya veremos cuando se le suba la dignidad a la azotea a estos modestos periodiquitos de Alicante y cataloguen en un librito que vale diez céntimos las "cosas" del simpático Carbonell».

Ante tales tensiones, la Asociación de la Prensa, optó por dirigirse a los ediles alicantinos para rogarles, «después de capacitados de la actuación del señor Carbonell, si aprobaban o desaprobaban, dicha conducta». La medida surtió sus efectos. El alcalde manifestó, según la organización de periodistas, que en ningún caso pretendía ni había pretendido menospreciar su profesionalidad ni su dignidad. Se zanjó el asunto. Todo esto ocurría en mayo de 1934.




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Peregrinos a Jerusalén

14 de marzo de 1994


Cuando nuestro Ayuntamiento acordó con el Ministerio del Ejército la permuta del antiguo cuartel de San Francisco, por un grupo escolar que había en el llano de Los Ángeles y que durante la guerra se había convertido en Hospital Militar, recibió, en el mismo lote y confundido con el viejo inmueble, «como un solo todo», una finca urbana que antiguamente se denominó la Casa Santa, «en la que hospedábanse los peregrinos que se dirigían a los Santos Lugares de Jerusalén y que a tal efecto venían a embarcar a este puerto, y a aquellos otros que procedentes de Tierra Santa, en nuestro puerto desembarcaban».

La operación se inició a finales de 1941. Y la referida finca era propiedad de la Obra Pía de los Santos Lugares de Jerusalén, «cuyo Patronato, gozando de plena autonomía, radica en el Ministerio de Asuntos Exteriores y lo preside el subsecretario de dicho departamento». Las leyes desamortizadoras que sirvieron para convertir en cuartel el convento de los PP. Franciscanos, permitieron al entonces Ramo de Guerra, agregar al referido convento la Casa Santa «que pasó a formar parte del antedicho edificio, ocupado por el Ministerio de la Guerra, a fines exclusivamente militares».

De aquí que el alcalde don Ambrosio Luciáñez Riesco recibiera la visita oficial de don Luis Romero Amor, jefe de administración de Asuntos Exteriores y de fray Jerónimo Sanz Rueda, vicerrector de la iglesia de San Francisco el Grande, de Madrid, quienes ostentaban la representación del dicho Patronato de la Obra Pía. Así se planteó un serio dilema, por cuanto en la permuta efectuada la Casa Santa aparecía como una dependencia propiedad igualmente del Ministerio del Ejército, cuando no era tal. Se estimó entonces buscar una solución de concordancia que no podía ser otra que la cesión a la expresada Obra Pía de terrenos municipales para que en ellos se pudiera levantar una nueva Casa Santa. La propuesta del Ayuntamiento fue aceptada después de una larga tramitación del expediente instruido que fue firmado el doce de mayo de 1944, ante el notario don Antonio Fernández de Mata, en escritura pública número 387, por el entonces alcalde don Román Bono Marín y por los citados representantes del Patronato, al que se le entregó dos parcelas de terreno de patrimonio municipal, una frente a otra, en la avenida de Novelda, con un total de seis mil setecientos siete metros cuadrados. Estos solares fueron inscritos a favor del Patronato de este partido. ¿Hay peregrinos para Jerusalén? Ya saben dónde dirigirse, más o menos. A la ciudad, entre el cuartel de San Francisco y lo que parecía pero no era cuartel de San Francisco, le costó lo suyo.




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Padrón de religiosas

15 de marzo de 1994


En el año 1904, siendo alcalde de la ciudad el por entonces aún conservador don Alfonso de Rojas y Pascual de Bonanza, el Ayuntamiento lucentino quiso conocer el número de religiosas que había en la ciudad. En el mes de agosto, remitió, a tales efectos, un formulario a todos los conventos, para que los cumplimentaran debidamente las madres superiores o abadesas de cada uno de ellos.

Ocho puntos comprendía el citado formulario: nombre del convento; iglesia o residencia; objeto a que se destina; si están inscritas en el registro del Gobierno; fecha de su establecimiento, en cada caso; número de religiosas españolas que lo forman; número de extranjeras y si éstas se encuentran inscritas en su correspondiente consulado o no; y por último, otras observaciones de carácter discrecional.

Dada la abundancia de datos obtenidos, nuestro colaborador Vicente Huesca ha seleccionado las características de aquellos establecimientos religiosos más antiguos.

«Convento de la Santa Verónica o de la Santísima Faz de Alicante. Segunda regla de Santa Clara; vida contemplativa; sí consta en el registro; data del diecisiete de julio de 1517. Consta de treinta y dos profesores y una novicia».

«Convento de los Triunfos del Santísimo Sacramento, bajo la primera regla de Santa Clara y de San Francisco de Asís; orden de las Capuchinas de clausura. Trabajos manuales con objeto de atender a su subsistencia: y vida contemplativa. El registro nunca nos lo han pedido (pobres). La fundación de este convento data del día veintiséis de abril de 1672. Lo forman treinta religiosas. Observaciones; este convento es de patronato real».

De este convento, tenemos una amplia referencia en la crónica de los jesuitas Juan Bautista Maltés y Lorenzo López, «Ilice Ilustrada. Historia de la Muy Noble, Leal y Fidelísima ciudad de Alicante», en la que se afirma, sin embargo, que se fundó el veintisiete de febrero del referido año, y a que a las religiosas, procedentes de Murcia, las acompañaros «el vicario foráneo don Diego Moxica y el marqués del Bosque, y se hospedaron primeramente en casa del Marqués».

Más adelante «dióles el sitio que hoy tienen en el Valle, don Fernando Martínez de Fresneda, sin buscarlo ellas, ni pretenderlo». Don Juan de Austria las atendió con sus limosnas y el rey Carlos III «las honró con sus armas y Patronato Real».




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Un gobernador con agallas

16 de marzo de 1994


Antonio Vázquez Limón tomó posesión de cargo de gobernador civil el treinta de junio de 1934. Poco después, anunció a los periodistas, con los que despachaba diariamente, que ya había firmado la orden para que los obreros de nuestro puerto «cobraran la tan cacareada paga extraordinaria de Navidad», y aseguró que estaba dispuesto a resolver el abastecimiento de pan, mediando de inmediato entre patronos y trabajadores. Entró como un ciclón.

En tanto se despedía de su antecesor, Enrique Payró Alcarria, Vázquez Limón manifestó que, en cuestiones políticas es radical, pero libre de ideologías y de amistades. Su lema: la más estricta justicia para todos. Una verdadera declaración de principios. No opinamos, simplemente exponemos sus propias palabras y algunas de sus actuaciones más relevantes, en los primeros meses de su mandato al frente de la provincia.

Atajó pronto el problema de los bares clandestinos que calificó de vergüenza insoportable. «Para cortar de raíz todos los abusos que con anterioridad la prensa había denunciado, trasladó órdenes precisas al comisario de policía, para que llevara a efecto una concienzuda inspección en distintos antros» y solicitó la colaboración del vecindario, para terminar con tales negocios, sin garantías de salubridad y sin autorización ni licencia algunas.

Pronto, llamó la atención a algunos alcaldes que habían prohibido en sus respectivas localidades los entierros católicos, un derecho que amparaba el artículo veintisiete de la Constitución y que concedía una absoluta libertad de conciencia y la práctica de cualquier religión. Esta decisión hizo que el veterano periodista y director de «El Correo», Florentino de Elizaicin le dedicara un amplio artículo titulado «Un aplauso para el señor gobernador civil».

El martes, diez de julio del ya mencionado año, dirigió, sin embargo, un escrito al obispo de la diócesis advirtiéndole de su respeto hacia todas las creencias y prácticas religiosas, y también «su decisión firmísima de imponer por los medios que contaba su autoridad, tal norma de conducta a todos los ciudadanos de la provincia de Alicante». Pero matizaba: «Ahora bien, es necesario que cada uno, dentro de su jurisdicción, procure que estas normas no necesiten del empleo de la coacción». Y ello porque, según algunas denuncias, ciertos párrocos censuraron, desde el púlpito, a «aquellos que en uso también de sus derechos constitucionales prescinden en los entierros de sus familiares y allegados de las ceremonias de la religión católica». Cuando menos, de entrada, Vázquez Limón apostó por la legalidad y se impuso la tarea de impartir justicia, dentro de sus competencias. Más tarde llegarán los enfrentamientos.




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La Gestora sin domicilio

17 de marzo de 1994


En muchas ocasiones, la Comisión Gestora de Hogueras practicó el nomadismo, huérfana, como andaba, de sede social. Ahora, no. Ahora la tiene y, por fin, bien cumplida y dispuesta. Pero desde 1928 o poco después, anduvo durante años, reuniéndose donde les brindaban hospitalidad y cobijo: Magritas Club, Orfeón Alicante, Círculo Mercantil, Salón España, Casa de Socorro y salones del Ayuntamiento.

Ferrándiz Torremocha, en «El Luchador», del dieciséis de agosto de 1935, nos cuenta las peripecias de una Gestora itinerante y descapitalizada. El periodista echó cuentas: por aquel tiempo funcionaban unas treinta comisiones, «si calculamos a diez comisionadas por cada, dispondremos ya de trescientos adheridos y la posibilidad de tener una Casa de las Hogueras, ya que mediante una pequeña cuota se podría pagar el alquiler en un céntrico emplazamiento, y donde todos los socios dispondrán de un refugio donde poder pasar el rato, tomar café y hablar de nuestras fiestas del fuego. Sería una entidad absolutamente, virginalmente apolítica, para todos los hombres que aman las hogueras». Ferrándiz Torremocha, revisó sus cálculos y agregó: «Además de los trescientos socios, hay que contar con todos aquellos que ya han sido foguerers» y que, sin duda, acudirían también al llamamiento.

De modo que, con las cuotas de todos ellos y con las subvenciones que se podrían conseguir de la Diputación Provincial y del Ayuntamiento -que ya subvenciona los gastos de representación de la Comisión Gestora- podríamos resolver todo esto». Todo esto, es decir, la Casa de las Hogueras, como domicilio de la Gestora, y el Museo correspondiente. «Desempolvo estas viejas aspiraciones -agrega el comentarista-, para ofrecérselas a los actuales miembros de la referida Gestora, y en particular, a mi buen amigo Pascual Devesa».

No mucho después, precisamente Pascual Devesa, en su condición de presidente, anunció ante los medios de comunicación, la inminente aparición de un semanario titulado «Fogueras de Alicante», con un precio de suscripción de cincuenta céntimos semanales. Justificó el título diciendo que se había aplicado el bilingüismo, por razones sentimentales, para expresar el espíritu netamente regional con la primera palabra y el nacional con la última». Eran aquellos tiempos heroicos, llenos de zozobras y precariedades. Se estaban consolidando las Hogueras de San Juan.




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Se veía venir

18 de marzo de 1994


Lo firmó el gobernador A. Vives: «Que se reintegren a sus cargos los concejales propietarios del Excelentísimo Ayuntamiento, todos los señores que integran esa corporación suspendida por providencia de este Gobierno de fecha diecinueve de octubre de 1934». El oficio se leyó en la sesión ordinaria que tuvo lugar a veintinueve de enero de 1936.

«Al acto de reposición -dice "El Día", dirigido por Juan Sansano- no asistió la minoría derechista. Únicamente hizo acto de presencia el señor García Navarrete, que optó por retirarse al ver que no se le recibía con la cordialidad que esperaba, ya que él también había sido elegido por el pueblo. No asistieron al acto los gestores salientes, ni el señor Bonanza (José P. de Bonanza y Pardo) que los presidía».

«A las derechas -continuaba el referido periódico- no le han complacido mucho la reposición del Ayuntamiento que tanto se distinguió por su carácter sectario. Pero piensan las derechas que todo es consecuencia de la desastrosa política seguida por el soberbioso Alberola. A él se lo tienen que agradecer todo esto y lo que venga, pues será grande y con humo». Sin duda el presagio del informador no tenía nada de gratuito.

Por supuesto, la mayoría de los alicantinos celebraron aquella acción de justicia, y una verdadera multitud, como ya comentamos en otra ocasión, se apostó en las inmediaciones del palacio consistorial, llenó la plaza de la República (hoy, del Ayuntamiento), y celebró, con aplausos y gritos, el acontecimiento.

De nuevo, Lorenzo Carbonell al frente de corporación elegida en las urnas, tras las formalidades de rigor, propuso las siguientes medidas: 1.º) Reposición de todos los empleados y autoridades municipales que fueron suspendidos después del seis de octubre de 1934; 2.º) Revisión de todos los acuerdos de la comisión gestora Vázquez Limón durante el periodo de su mando y anulación de las que procedan; 3.º) Efectuar una detalladísima liquidación de las actuaciones de las comisiones gestoras, para pedir las responsabilidades que procedan personalmente a cada gestor. Las proposiciones fueron aprobadas por unanimidad.

Finalmente, Carbonell salió al balcón principal y dirigió una breves palabras a la muchedumbre. Pidió que se retiraran en orden y sin manifestaciones, como así se hizo.




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Llega el señor Citroën

19 de marzo de 1994


El automóvil ganaba adeptos. De manera que levantó una considerable expectación, la inauguración de un garaje exposición de vehículos, situado en la calle de Jorge Juan, con puertas de entrada y salida a la plaza de Alfonso XII y a la calle de San Telmo. No faltó nadie a la cita. Se engalanó el salón profusamente, con banderas de España y Francia. Y el propietario del nuevo establecimiento, don José Mataix recibió personalmente a todos y cada uno de sus invitados, muy consciente de lo que significaba aquel acontecimiento. Era algo así como la modernidad, sobre cuatro ruedas. Además se exhibían los últimos modelos de las marcas «Citroën» y «Talbot», que causaron la admiración del numeroso público que acudió aquella tarde del seis de febrero de 1925 a admirar las novedades.

Junto al señor Mataix, y haciendo los honores, se encontraban don Miguel Maura, presidente del consejo de administración de la Sociedad Española Citroën, el señor Juayabens, gerente de la marca, en Barcelona, el director de la fábrica, en París, señor Lourdes, y el propio René Citroën.

Tras las pertinentes presentaciones, el señor Citroën se dirigió al numeroso público que abarrotaba los locales, y manifestó que su casa trabajaba innecesariamente para atender las, cada día, más numerosas peticiones de sus automóviles. Las demandas procedía, dijo, especialmente de Italia, España y Francia. Y eran tantas ya, que había acelerado el ritmo de producción, hasta límites insospechados. Diariamente, concretó, se fabrican quinientos vehículos, es decir, uno por minuto. Sus palabras levantaron gestos de admiración.

Posteriormente, los invitados fueron obsequiados con «champagne, cigarros, cajas de bombones y lindísimos cochecitos de cartón». Entre tanto, los anfitriones mostraban a los más interesados los progresos de la técnica automovilística y particularmente los adelantos que ofrecía el nuevo modelo «Torpedo», de diez caballos de potencia y equipado con cinco ruedas El precio de aquel automóvil era de siete mil setecientas pesetas y, en su versión de lujo, subía hasta las ocho mil.

Alicante, lo más selecto y pudiente de Alicante, claro, vivió una jornada memorable. La inauguración de aquel garaje donde se exhibían tales automóviles resultó todo un acontecimiento social.




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Arniches y el regicida

21 de marzo de 1994


Se lo contó Arniches al periodista Pastor Willians, en julio de 1935. Le contó que su alicantinismo era algo más que la casualidad de haber nacido en nuestra ciudad. «Tiene la raíz honda de mis generaciones anteriores y la de mi formación espiritual en aquella atmósfera llena de luz, de vida, de naturaleza pródiga. Aquel sol, aquel clima, aquella exuberancia se me metieron alma adentro en los años de mi niñez y de ellos extraigo energías, cuando las preciso».

Se marchó de Alicante a Barcelona, cuando tenía trece años, y con el tiempo, trabajó sucesivamente, en una banca, en la casa Singer y en «La Vanguardia», como noticiero: «Entonces no se conocía el género periodístico de los reportajes que tanta boga alcanzan en estos tiempos. Pero había que vivir y aceptar todo lo que saliera, sin más ambiciones que las del estómago». A los dieciocho años, se trasladó a Madrid, a casa de una hermana de su padre, quien quiso costearle los estudios de Derecho, pero Carlos Arniches sólo deseaba escribir: «No me interesaban ni Justiniano ni las Pandectas». De manera que abandonó los textos, actitud que le costó la pérdida de la protección de su tía.

En cierta ocasión, según cuenta a su entrevistador, le visitó el comprovinciano Gonzalo Cantó quien le dejé una comedia de la que era autor: «No me gustó y se lo dije. Estaba bien escrita, bien pensada, pero no era obra teatral». Entonces, le propuso hacer una revista conjuntamente. Aceptó Cantó y al poco tiempo, se estrenaba, en el Eslava, «Casa Editorial», todo un éxito de taquilla. Carlos Arniches comprendió que su porvenir estaba marcado definitivamente: sería autor dramático. En 1935, de acuerdo con sus propias declaraciones había estrenado ya más de doscientas treinta obras.

Con respecto a su conocimiento profundo del espíritu madrileño, lo explicó así: «En mi época de periodista (en el "Diario Universal" y otros) y para ayudarme a vivir, escribí un libro titulado "Historia de un reinado", era el reinado de Alfonso XII, cuya lectura destinaba yo, con su silabario y demás detalles, a Alfonso XIII, por entonces aún niño. Aquella obrita gustó a la reina madre y se publicó. En ella comentaba diversos regicidios y un día se presentaron en mi casa los hermanos de uno de estos regicidas, llamado Otero, y me dijeron que su hermano sería un exaltado, pero no un hombre perverso y malvado». Arniches les prometió que modificaría su punto de vista porque «eran unas excelentes personas y, poco a poco, fuimos intimando, hasta el punto de que, más adelante, en una de mis épocas difíciles, me fui a vivir con ellos. Gente modestísima que vivía en una casa de vecindario de los barrios bajos, donde pude observar de cerca aquel ambiente madrileño de las calles de Toledo, Lavapiés, etc. Luego, trasplanté al escenario lo que tenía ante mis ojos». Así de fácil. Pruébenlo.




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Barcos hundidos

22 de marzo de 1994


En agosto de 1939 en nuestro puerto había tres barcos hundidos a consecuencia de las incursiones aéreas de la aviación italiana, bajo el mando del general Franco. Eran, según las noticias de aquel tiempo, el «Farnham», el «Thorpehaven» y el «English Tanker». Al hilo de esa misma información, las nuevas autoridades procedieron a ponerlos a flote.

En el libro de J. M. Santacreu Soler «Guerra i comerç exterior» (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1992) se citan los mismos buques cargueros que los bombardeos echaron a pique, especialmente a partir de abril de 1938, cuando se inician ataques sistemáticos, para evitar así el abastecimiento de la República, por parte de mercantes extranjeros.

Sin embargo, Alcofar Nassaes, en su obra «La aviación legionaria en la guerra española» (Ed. Euros, Barcelona, 1975) nos ofrece los siguientes datos: los barcos de nacionalidad británica hundidos en el puerto de Alicante fueron el «Camposines», el «Ernham», el «English Tanker», de ocho mil trescientas cuarenta toneladas, reflotado posteriormente y llamado «Castillo Almenara»; el «Eurahn»; el «Farhin», de cinco mil seiscientas once toneladas, que tomaría luego el nombre de «Castillo Montiel»; y el «Thorpehaven», de tres mil seiscientas ochenta y ocho toneladas que, tras su rescate, se denominaría «Castillo Guadalest».

Además cita, dicho autor, el carguero francés «Bogueville», «alcanzado en un bombardeo de Alicante, el nueve de junio del referido año». Año en que, de acuerdo con Alcofar Nassaes, tuvo lugar el primer ataque aéreo sobre nuestro puerto, concretamente el veintiséis de mayo.

A éste seguirían ocho más, durante el mes de junio; cuatro, en julio, seis, en agosto; tres, en septiembre; dos, en octubre; uno, en diciembre; dos, en enero de 1939; siete, en febrero, del mismo citado último año; y uno en marzo, el día, veinticinco.

Por supuesto, y al hilo de la información que nos facilita la fuente bibliográfica ya mencionada, todos estos bombardeos fueron llevados a cabo sobre las instalaciones portuarias o sobre navíos, sin contar aquellos otros que se efectuaron sobre diversos objetivos o sobre la población civil, de algunos de los cuales, ya hemos dejado constancia, en este mismo espacio.

No se recoge en el aludido informe las averías que sufrieron el petrolero «Maryad» y el mercante «St. Winifred», ambos igualmente británicos.




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La cárcel de Benalúa

24 de marzo de 1994


La sociedad anónima «Los Diez Amigos» se constituye el diecinueve de enero de 1883. De acuerdo con los datos que nos facilita Antonio Ramos Hidalgo, en su obra «Evolución urbana de Alicante», la construcción de un barrio de casas baratas «en la parte más occidental del Ensanche, sobre un altiplano que dominando el mar desciende en rápida pendiente hacia la ensenada de Babel», se autorizó pocos meses después concretamente el diecisiete de agosto de aquel año, sobre una superficie de 37.440 metros cuadrados, «detraídos del total de 152.826 adquiridos por la sociedad a doña Patrocinio Vera de Lozano y a don Benjamín Barrié, por la cantidad de 31.250 pesetas».

Parte de aquellos terrenos los ofreció la referida Sociedad al Ayuntamiento para edificar un establecimiento penitenciario, al que ya hemos aludido en otras ocasiones.

En febrero de 1890, se recoge en las actas municipales los siguientes extremos:

Primero, que se proceda al nombramiento de la junta administrativa de cárceles de esta capital, conforme al real decreto de cuatro de octubre de 1877, por el gobierno de Su Majestad, para que después de constituida, pueda cumplir lo que preceptúa en los puntos quinto y sexto del artículo dieciséis, de dicho decreto.

Segundo, que se excite de los señores senadores y diputados por esta provincia, a fin de que se presenten en las Cortes el oportuno proyecto de ley, para ceder el edificio del Estado, en que hoy se encuentra instalada la cárcel de este partido judicial, al Ayuntamiento de Alicante, y conseguido esto, que se aplique el producto de su venta a menos contribuir entre los partidos judiciales dependientes de la Audiencia de lo criminal de esta capital, y en la proporción de lo que a cada uno de ellos corresponda, por riqueza territorial e industrial.

Tercero, que el excelentísimo Ayuntamiento de Alicante tiene la propiedad de nueve mil quinientos metros cuadrados de terreno que la Sociedad «Los Diez Amigos» ofreció en el barrio de Benalúa de esta ciudad, para levantar en él el edificio destinado a cárcel de la Audiencia de Alicante, y que su valor será también a menos repartir entre los partidos judiciales antes citados, que son los que han de costear la construcción de la nueva cárcel.

Cárcel llamada Reformatorio de Adultos y que hoy, en su mayor parte, ocupa el Palacio de Justicia.




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El Obispado, a Alicante

25 de marzo de 1994


El ocho de mayo de 1889 y siendo alcalde de la ciudad don Rafael Terol Maruenda, en el seno de la Corporación municipal se leyó una proposición sobre el interés del prelado de la diócesis por establecerse en Alicante. «Considerando que la misión de V.E. no sólo es atender a la defensa y fomento de los intereses materiales, sino también y, aun tal vez con preferencia, de los morales». En el curso del escritor se dijo que «el alejamiento del obispo se debía a la falta de una residencia adecuada. A la espera de indemnizaciones y alquileres atrasados, devengados de la ocupación del Estado de la fábrica de tabacos, cuyo abono está condenado por sentencia firme y ejecutoría».

En el documento se explicita que el prelado de la diócesis «ha manifestado repetidas veces su ardiente deseo de visitar, con frecuencia, esta ciudad, permaneciendo en ella, el mayor tiempo posible». Próximo ya el IV centenario de la Santa Faz, el Ayuntamiento se plantea la necesidad de ofrecer al obispo una casa que esté a su altura, y que los correspondientes alquileres los satisfagan las arcas municipales, con cargo al apartado de imprevistos. Con todo, «no se entiende que por este acuerdo, el Ayuntamiento de Alicante renuncia al indiscutible derecho que le concede el Concordato de 1851, a que se traslade la silla episcopal a esta ciudad».

En los cabildos del citado año, cuando presidía la corporación municipal, don Tomás España Sotelo, se recoge, el quince de julio, lo siguiente: «Se dio cuenta de la real orden de día tres del actual que trascribe, y acerca de la misma pide informe al señor gobernador de la provincia, en oficio del pasado once, relativo a la traslación a nuestra ciudad de la silla episcopal de Orihuela, en que se piden también informes a esta autoridad superior, para que oyendo al Ayuntamiento, Diputación y Consejo Provincial, se manifieste la posibilidad de erigirse en catedral algún templo o iglesia de las existentes en esta población y de dedicarse algún edificio, para casa o palacio del prelado».

En noviembre del mismo año, la comisión encargada de informar acerca de la real orden, «en que se piden por el Gobierno de S.M. nuevas explicaciones sobre el negocio de traslación a esta capital de la silla episcopal de Orihuela, extendiéndolas al seminario conciliar», solicita del gobernador civil más datos acerca de la cantidad con que el Ayuntamiento tendría que contribuir para el edificio del citado seminario, y agrega: «En efecto, la conveniencia de que el seminario, siempre que sea posible, se halle en la cabecera de la diócesis, la comprende y reconoce este Ayuntamiento, generalmente hablando; pero que no se infiere, el que en algunos casos, se encuentre en otro pueblo de la misma, ni mucho menos el que sea indispensable el haber de estar (el seminario) siempre en la capital».

En otras palabras: la hacienda local estaba afonada.




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Submarinos en la bahía

26 de marzo de 1994


En diciembre de 1918 llegaron a la playa del Postiguet y a nuestro puerto varios botes con los supervivientes del vapor noruego «Gratorne» y del inglés «D. A. Gordon». Los primeros, contaron a las autoridades navales cómo presenciaron el hundimiento del buque americano «Owavage», de doce mil toneladas, a poca distancia del suyo.

El dos de febrero del año siguiente, el alcalde, don Ricardo P. del Pobil, recibió una carta del viceconsulado de Italia, en Alicante, en la que se le decía: «En nombre del gobierno de mi país y en el mío propio, doy a usted las mas expresivas gracias por las atenciones que tanto esa corporación municipal, como el pueblo alicantino en general, han dispensado a los náufragos de los vapores "Participation" y "Capreras", torpedeados recientemente, frente a esta costa».

Era evidente la actividad de los submarinos en nuestras aguas, tanto que los secretarios de las sociedades «La Terrestre», «La Marítima» y «La Paz», dirigieron una instancia al Ayuntamiento manifestando su legítima preocupación por las medidas tendentes a paralizar el tráfico portuario, que ponía a los trabajadores de los muelles «en un angustioso estado económico, por no encontrar trabajo con que proporcionar pan a sus hijos».

El veintiuno de julio, un grupo de concejales abogaba por el establecimiento de protección suficiente para la navegación: «Este Ayuntamiento, como las más genuina representación del pueblo y sumándose a las protestas y peticiones formuladas ya por otros del litoral, debe pedir al gobierno garantías de seguridad para nuestros barcos, y que el pabellón español sea respetado siempre que ampare la vida de compatriotas, siempre que cubra de mercancías que son necesarias para las industrias o que precise poner en circulación para evitar paros forzosos. Y debe pedirse, además, que en puertos y costas se estreche la vigilancia que evite las posibilidades de que algunos elementos, con finalidades sospechosas, tomen nota de las mercancías de carga, de los remitentes y consignatarios, fotografías de los barcos, y, en suma, realicen actos que comprometan nuestra neutralidad y nos originen daños incalculables».

La moción se aprobó, y el alcalde de la ciudad ofició al gobernador civil el acuerdo municipal, para que éste, a su vez, lo trasladara al gobierno de Su Majestad, con objeto de «remediar la suerte de millares de obreros alicantinos, próximos a la más desesperada miseria, como consecuencia de la paralización del tráfico en nuestro puerto».




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Sociedad de naciones

28 de marzo de 1994


Ciertamente, Alicante se merece la agencia que se le ha concedido recientemente en Bruselas, por muchas razones. Entre ellas, quizá, deba figurar también, la aspiración del pueblo y de sus representantes en el Ayuntamiento, de trabajar por la paz y la concordia, entre todos los pueblos del mundo.

Aspiración que se patentizó el día dos de noviembre de 1918, cuando un grupo de ediles expuso a la consideración corporativa que «siguiendo las modernas corrientes, se indique al Gobierno la conveniencia de que España entre a formar parte de la Sociedad de las Naciones (...)».

Fue el presidente de Estados Unidos quien a raíz de la firma del armisticio (11 de noviembre de 1918), consiguió, en la Conferencia de Versalles «y a pesar de la desfavorable atmósfera diplomática y del torpedeamiento de su programa de paz municipal, por parte de sus adversarios políticos, poner en pie la Sociedad de Naciones».

Los concejales alicantinos, anticipándose incluso, a la aprobación de dicho proyecto, manifestaron que «apreciando, como ciudadanos, la importancia y trascendencia que tiene, para el progreso de la humanidad, la obra de Thomas W. Wilson; y estimando como un deber de hombres conscientes y civilizados, constatar su conformidad con los propósitos de ese gran apóstol laico, el Ayuntamiento de Alicante, debe nombrar ciudadano honorario de Alicante, al hombre que simboliza hoy la libertad y la democracia, en la Tierra».

Sin embargo, entre los miembros del Consistorio había aliadófilos y germanófilos. De modo que sí hubo unanimidad en lo que se refiere a la primera parte de la propuesta, es decir, en la conveniencia de que España ingresara en la futura Sociedad de Naciones; pero en cuanto al nombramiento del señor Wilson, como alicantino honorario, se desestimó por trece votos contra seis.

Dos días más tarde, el cuatro de noviembre del mismo año, el alcalde emitió el siguiente comunicado: «El excelentísimo Ayuntamiento de mi presidencia, en sesión celebrada anteayer, tomó el acuerdo de que constara en acta el deseo del pueblo alicantino de que pronto se llegue a la constitución de la Liga de las Naciones, y de dirigirse a las señores diputados y senadores que ostentan en Cortes la representación de esta ciudad, rogándoles que hagan saber a los poderes públicos dicho deseo del pueblo de Alicante».




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Sorolla y el museo

29 de marzo de 1994


Según el edil señor Alarcón, fue al maestro don Joaquín Sorolla a quien se debe la iniciativa de levantar, en nuestra ciudad, un museo de arte: «Se lamentó mil veces de que no existiera uno en nuestra capital. Y añadió que al pensar en la posibilidad de que pudiera crearse, le hizo el honor de encargarle que desarrollara el proyecto ante la corporación municipal». En la moción que el referido concejal presentó finalmente, en enero de 1919, enumeró las considerables ventajas que tenía para Alicante: centro de atracción y foco de cultura capaz de suscitar asociaciones y organismos, donde se fomentaría el arte y el diálogo.

Siempre de acuerdo con las manifestaciones del señor Alarcón, Sorolla estaba dispuesto a donar dos de sus obras, para el hipotético museo. Museo que, para conseguirse, precisaría de la constitución de un patronato compuesto por «el señor presidente de la Diputación, el señor alcalde, dos artistas, uno pintor, que debería ser don Heliodoro Guillén, y otro, escultor, para cuyo cargo había pensado en don Vicente Bañuls, y, por último, un concejal-delegado». El edil Alarcón expuso, ante sus compañeros de corporación, que tal patronato debería de allegar recursos económicos de las cuotas de sus socios protectores, con objeto de atender a los gastos del museo, y gestionar la aportación de pinturas y esculturas, bien donadas, bien en depósito. «Indicó asimismo que en la Diputación y en el Casino las había dignas de figurar en las salas del museo que iba a crearse y que el patronato habría de investigar el paradero de algunas de mucho mérito que hubo en el antiguo Consulado de Comercio (hoy, Audiencia Provincial) y en el museo de Orihuela». El concejal solicitó del Ayuntamiento un local adecuado y del alcalde que procurara la cesión, gratuita o en alquiler, de un amplio almacén, situado, perteneciente a la propiedad del Teatro Principal, que fue, en su día, academia de la banda municipal de música.

Convencido (y nada de sonrisas cáusticas) de que su proyecto habría de merecer el apoyo de diputados y senadores, a fin de lograr subvenciones del gobierno, concluyó felicitando a Sorolla por su gesto desprendido y pidió que la calle en que se instalara el museo llevase el nombre del artista valenciano. Tuvo también un cariñoso recuerdo para el general don Miguel de Elizaicin quien ya sostuvo la necesidad de que Alicante contara con un museo de arte.

Después de tantos y tantos años, ¿alguien sabe dónde está? Y eso que posteriores intentos no han faltado, ni buenas voluntades. En fin, que cada quien opine.




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Lo de la Explanada

30 de marzo de 1994


El antiguo Malecón, más tarde Paseo de los Mártires y Explanada después, ha pasado de una a otra mano, repetidamente. Nosotros, en esta misma columna del veinticuatro de agosto de 1992, contábamos la historia, en gran parte, y también, en parte, el siete de diciembre de 1993, casi a la vuelta de la esquina. Dejábamos constancia, en la primera, de cómo el día 2 de julio de 1966, el Estado donó a la ciudad de Alicante toda esa importante zona litoral que comprende la Explanada, la plaza del Mar, el paseo de Gómiz, la plaza y el parque de Canalejas. Dio fe de la donación, el notario don José Luis Pardo López. Y estaban presentes, en aquel acto, don Eduardo Fernández López, delegado provincial del Ministerio de Hacienda, el alcalde de la ciudad, don Fernando Flores Arroyo, el secretario general del Ayuntamiento, don Juan Orts Serrano y el jefe de la Sección tercera del mismo, don José María Simón.

En total, los alicantinos recuperamos una superficie urbana de setenta y tres mil metros cuadrados, de los cuales, algo más de sesenta y tres mil corresponden a «una franja de terreno que comienza en la bifurcación de la carretera de la playa de San Juan y Valencia, por levante, para seguir por las calles de Juan Bautista Lafora y su prolongación, plaza Puerta del Mar, Explanada, parque de Canalejas, calle Ramón y Cajal y avenida de Loring, terminando, por poniente, en el patio de viajeros de la estación Alicante-Benalúa», y los restantes diez mil trescientos cincuenta metros cuadrados «comprenden parte del paseo de Gómiz, desde la escalera de acceso al Postiguet, por levante, hasta cinco metros antes de llegar a la vía férrea que lo cruza, por poniente. Linda al norte con los servidos del Puerto (Estación de clasificación), y al sur, con el Postiguet». Respecto al parque de Canalejas, cedidos al Ayuntamiento ya el dieciséis de octubre de 1903, por real orden, y puestos luego bajo la tutela de la Junta de Obras del Puerto, por razones económicas se incorporarían definitivamente a nuestro patrimonio municipal en la fecha ya señalada.

En INFORMACIÓN, del tres de julio de 1966, el periodista e Hijo adoptivo de Alicante, Fernando Gil, escribió un amplio reportaje sobre la cesión. En las actas municipales, se recoge igualmente -véase, por ejemplo, la del veintiséis de octubre de 1965, y algunas otras, desde 1959-, donde se insiste en la recuperación de la refinada zona.

El cronista oficial ya es consciente de quién lee esta columna y de quién no. Y lo lamenta. Especialmente, claro, por quienes debiendo hacerlo, pasan con un olimpismo de guardarropía. Luego, el embrollo.




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El Palmeral

31 de marzo de 1994


Por fin va en serio. Ya ha llovido desde entonces, ya. Sépase que El Palmeral es de propiedad municipal, según se recoge en el acta correspondiente a la sesión extraordinaria del pleno municipal celebrado el once de agosto de 1966. En la misma se dio cuenta de dos escritos, uno de la Comisión Gestora de Manufacturas Metálicas Madrileñas y otro de Alcán, Aluminio Ibérico, S.A., ofreciendo en donación a la ciudad de la zona denominada El Palmeral que formaba parte de la finca Granja el Carmen, cuya propiedad tenían proindiviso. La segunda de las citadas entidades «pidió ayuda para acomodar en otros lugares a las familias de su personal que habitaban en un casa de labor dentro de la zona».

El alcalde hizo constar el agradecimiento por una cesión así y prometió hacer lo posible para colaborar con Aluminio Ibérico, S.A., para el alojamiento de sus empleados; también pidió que se facultase a un técnico, con capacidad reconocida «en este tipo de trabajos», al objeto de que pudiera presentar varios proyectos para transformar El Palmeral en parque público, como se establecía en la donación.

Tras aceptar los dictámenes favorables de la comisión de Hacienda y de la asesoría jurídica, el Ayuntamiento en pleno «constituido por la mayoría de los miembros que con el alcalde lo integran de hecho y deben de integrarlo de derecho en la actualidad», tomó los siguientes acuerdos: primero, aceptar la donación gratuita de la zona denominada El Palmeral, perteneciente a la finca «El Carmen» que efectúan Alcán, Aluminio Ibérico, S.A. y Comisión Gestora de Manufacturas Metálicas Madrileñas, cuya donación deberá formalizarse en escritura pública, por lo que se faculta a la Alcaldía tan ampliamente como en derecho se requiera o fuese necesario; segundo, agradecer expresamente a la entidad donante la cesión ofrecida, comunicando a Alcán, Aluminio Ibérico, S.A. que la corporación hará lo posible para colaborar en resolver el problema de las viviendas de la familias que ocupan la casa de labor, en la zona que se cede; tercero, dedicar la finca a parque público, facultando a la Alcaldía para designar un técnico de reconocida capacidad en este tipo de trabajos (...); y cuarto, felicitar al ilustrísimo señor don Fernando Flores Arroyo y al concejal don Salvador Soriano Antón, gracias a cuya acertada gestión e iniciativas ha sido posible la recuperación de esta zona».

En «La Gatera» (dos de octubre de 1992) se concluye cómo en la sesión corporativa del treinta y uno de octubre del 1967, con el informe del interventor, el entonces alcalde don José Abad, cerró la operación.




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Adelantos de la Ecología

1 y 2 de abril de 1994


Ahora que están podándonos medio tossal del Castillo de San Fernando, con lo mejores propósitos, eso sí, parece oportuno recordar el gesto espléndido de don Ricardo Guillén Pedemonti. Don Ricardo, allá por el mes de febrero de 1916, se dirigió al Ayuntamiento de la ciudad y le ofreció nada menos que mil quinientos eucaliptos y casuarinas, de un metro de altura y cultivados en macetas, para cooperar a la Fiesta del Árbol. Pero además tan generoso señor se comprometía a entregar cada uno de los años sucesivos, cinco mil plantas en iguales condiciones. El alcalde de Alicante que lo era, por aquel tiempo, don Ricardo P. del Pobil y Chicheri se congratuló de tan oportuna oferta.

Así consta en el cabildo del dieciocho de febrero del citado año.

Consta la aceptación del obsequio y la gratitud corporativa al señor Guillén Pedemonti, además de la invitación expresa de asistir con el Ayuntamiento, a cuantas fiestas similares concurriera éste. Al hilo del asunto, el señor Ferré tras un razonado discurso, propuso que el día dedicado al árbol se celebrara en el castillo de San Fernando, y que, con tal motivo, la alcaldía exhortara a cuantos tuvieran posibilidades para ello, a donar, siguiendo el ejemplo de don Ricardo Guillén, plantas y árboles de la ciudad, para que los niños los plantaran, en el referido lugar.

Se habían realizado los trabajos preliminares para la organización del evento y, después de echar cuentas, parecía fuera de toda duda la asistencia de unos dos mil niños procedentes de las escuelas nacionales. La propuesta del edil fue aprobada por la corporación.

Dos meses después, concreta, en sesión plenaria del veintiocho de abril, se comprobó los buenos resultados de aquellas gestiones.

La junta provincial de Primera Enseñanza remitió una felicitación al Ayuntamiento «por el brillante éxito de la Fiesta del Árbol que se verificó el veintitrés de marzo del mismo ya dicho año, por iniciativa de la corporación municipal».

En el mismo comunicado, la referida junta acordó un voto de gracia «para la comisión organizadora y también para los señores maestros y maestras que, con los niños de sus escuelas, contribuyeron al esplendor del día». Eran las vanguardias ecológicas solemnizadas desde las alturas.




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Alférez Díaz Sanchís

4 de abril de 1994


José Díaz Sanchís murió en Monte Arruit, a principios de agosto de 1921, tras recibir previamente una herida de granada. Uno de sus jefes dijo de él, según nos recuerda Gonzalo Vidal: «Después de haber cursado tres años en Toledo, con un buen número en la promoción, en el mes de julio de 1920, recibió Pepe Díaz Sanchís el real despacho de alférez, siendo destinado a la sección de ametralladoras, del regimiento de España, destacado en Lorca. Allí estuvo, hasta abril de 1921, en el segundo batallón del regimiento de África (...). El veinte de julio, pasó a la sección de ametralladoras del primero de los batallones de dicho regimiento, con los cuales pernoctó en el zoco Telata de la kábila de Talttza, de donde salió con fuerzas, el día veintiuno para ir a Anual (...). Posteriormente y ordenada la evacuación, llegó con su compañía a Dar-Drius, el día veintitrés, y formando con la columna del barón de Casa-Davalillos, general Navarro, pasó por Tistutín y por Babel, hasta el Monte Arruit, de cuya defensa se encargaron el veintisiete. Al día siguiente y al hacer una descubierta, resultó herido en el muslo derecho a consecuencia de un cañonazo rebelde, cuya granada vino a explotar cerca de él. Desde esta fecha comenzó el calvario del malogrado Pepe. Herido, con hambre y sediento, anduvo por monte Arruit apoyado en un cayado y «alentando a todos sus subalternos, con muy buen humor» (según carta del teniente de artillería, señor Gómiz-López), hasta que el nueve de agosto, después del acuerdo de entregar las armas por el jefe de la columna, adoptado en junta de jefes y oficiales, al intentar salir de la posición fue villana y cruelmente asesinado por los moros».

De acuerdo con el mismo cronista, su cadáver se descubrió el veinticinco de octubre, reconocido por el comandante Cegri y por su padre, el doctor Díaz Rico. Fue inhumado en el cementerio de la Concepción de Melilla, un día más tarde. Casi dos años después, el veinticinco de abril de 1923, sus restos, en una urna de zinc, llegaron a nuestra ciudad, a bordo del vapor «Canalejas» y acompañado por su padre y su tío, el ingeniero don Antonio Sanchís Pujalte. Su definitivo entierro constituyó una verdadera manifestación, «con acompañamiento de familiares, autoridades civiles y militares, la banda municipal y la del regimiento de La Princesa».

El veinticinco de octubre de aquel mismo año, se descubrió la placa que rotula la calle que lleva su nombre, y que, con anterioridad, se llamaba del Depósito.




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San Nicolás, ¿festivo?

5 de abril de 1994


Cuando el Ayuntamiento alicantino que presidía, por entonces, Anselmo Verges Dufoo, quiso informarse acerca de si se celebraba la festividad de San Nicolás de Bari, patrono de la ciudad, trasladó el asunto al presidente del cabildo colegial, con fecha dieciocho de noviembre de 1860.

El presidente consultó los papeles detenidamente y contestó «que en el archivo de aquella iglesia no constan datos oficiales sobre la festividad del día de San Nicolás de Bari, aun cuando sí constan antecedentes de haberse celebrado en esta población dicho día como fiesta de precepto».

No obstante y accediendo al referido presidente a los deseos expresados por la municipalidad, indicó, en el mismo oficio, que en el supuesto de expediente a los efectos que determina la sección de comercio, la instancia debía dirigirse al señor obispo, de acuerdo con las disposiciones canónicas.

Enterado el Ayuntamiento, escribió al prelado en los mismos términos que antes ya lo había hecho al cabildo colegial. Y esperó la respuesta, con ánimo de resolver lo que fuera procedente, a la vista de la misma. El veintiuno de junio de 1861, el consistorio recibió, por fin, un atento comunicado, de fecha dieciséis de dicho mes y año, por el cual se resolvían las dudas que el Ayuntamiento tenía planteadas, es decir, si el seis de diciembre, festividad de San Nicolás de Bari era o no feriado.

De acuerdo con el informe emitido por el ilustre cabildo catedralicio y en respuesta a la consulta, «declaró que dicho día es realmente festivo de primera clase y con la obligación de oír misa y de abstenerse de obras serviles, en Alicante y su término, como patrono principal de la misma».

Por supuesto, las diligencias se llevaron a efecto para determinar el cierre o no de los establecimientos comerciales y de las actividades laborales, en tan señalada fecha. De modo que, aclarado el tema por la autoridad competente, el Ayuntamiento de la ciudad acordó trasladar la respuesta a la Junta de Agricultura, Industria y Comercio, para que procediera en consecuencia, en tanto ordenó que se hiciera pública la declaración episcopal para el conocimiento y fines oportunos del vecindario.




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Un municipio en apuros

6 de abril de 1994


En varias ocasiones, nos hemos referido ya al estado de nuestro Ayuntamiento, una vez concluida la guerra civil, así como a los diversos informes que se realizaron por expertos. Según la «Gaceta de Alicante» (26 de agosto de 1939), la alcaldía manifestó que se había elevado el Gobierno Civil de la provincia, una memoria, «reclamada de oficio, acerca de la situación actual del término de Alicante, que abarca del dieciocho de julio de 1936 al treinta de marzo último, fecha de liberación de la ciudad».

Según la citada memoria, en su capítulo de víctimas afectas a los franquistas, «los rojos cometieron ciento treinta y cinco asesinatos, en las carreteras y caminos, y ciento veinticinco por fusilamientos, en los cementerios, prisiones y cuarteles». Con respecto a los daños causados por la aviación «al castigar acertadamente los objetivos militares», se elevaban a la cantidad de 4.627.500 pesetas.

En cuanto respecta a la ganadería, y trascribimos literalmente, «con decir que la última estadística da las cifras de 41 reses de ganado caballar, 218 de mular, 29 de asnal, 28 de bovino, 150 de ovino, 2.386 de caprino y 112 de porcino, podemos dar una idea aproximada de lo reducida que ha quedado, tanto que por la falta de ganado productor de leche la escasez constituye un problema muy agudo».

La agricultura estaba también, siempre en función de la memoria, en un total estado de depauperación. «La falta de brazos, la carencia, en muchos casos de semillas y las expoliaciones de que fueron objeto las grandes y pequeñas fincas de labor, originó sensibles disminuciones en las cosechas, quedando incultas la mayoría de las tierras y sin reponer el arbolado. Las talas fueron enfermos».

La situación económica del Ayuntamiento «se refleja manifestando que el 30 de marzo la existencia en caja era de 682.358,10 pesetas, de las cuales 616.968,48 pertenecían a moneda de curso prohibido. En los bancos había 391.837,97 pesetas bloqueadas. El caso resultó tan angustioso que obligó a solicitar un préstamo de un millón al Banco de Crédito Local que anticipó setecientas mil. Afortunadamente, no llegaron a invertirse. Una discreta administración, pulcra y austera, permitió ir saliendo del compromiso».

En relación al abastecimiento de artículos de primera necesidad, para la población, ya se advierte la presencia de especuladores y estraperlistas al por mayor: «Se lucha contra intereses creados, contra la sordidez y la codicia, y contra los acaparadores y desaprensivos».




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La Santa Faz, ausente

7 de abril de 1994


Desde comienzos de la Guerra Civil hasta la restauración del monasterio, la venerada reliquia permaneció ausente de su camarín. Seis años aproximadamente, de vaivenes y zozobras, hasta que, por fin, en 1942, volvió a su lugar habitual de culto y peregrinación.

Como ya hemos referido, en esta misma columna, la Santa Faz estuvo depositada en un arcón del Palacio provincial, sin que sufriera desperfecto alguno, a lo largo de la contienda. Durante los últimos días de la República y en medio de la confusión. imperante, don Francisco Alberola y don Ambrosio Luciáñez, según la «Gaceta de Alicante» (veinticinco de mayo de 1959), la trasladaron a la finca «Marco», propiedad del señor Bardín y residencia del cónsul argentino, hasta que se hizo cargo del lienzo el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Español, quien a su vez la confió a la alcaldía de la que era titular el citado señor Luciáñez.

No mucho después de que estuviera expuesta en el salón de actos de la Diputación, se dispuso su traslado a la iglesia colegial de San Nicolás. El alcalde invitó oficialmente al entonces gobernador eclesiástico de la diócesis, don Luis Almarcha, para que concurriera a los actos religiosos que, con tal motivo, habían de celebrarse.

El Ayuntamiento designó, en tal ocasión, caballeros custodios de la Santa Faz a los terratenientes de la huerta alicantina, don Jesús Bendito de Elizaicin y don Juan Llorca Pillet, en tanto se encomendaba a don Francisco Alberola Such la bandera del IV centenario de la llegada a nuestra ciudad de la Divina Faz.

El domingo, veintiocho de mayo de 1939, se efectuó el traslado a la colegiata, en solemne procesión, en medio de una gran multitud y con asistencia de autoridades religiosas y civiles. La Santa Faz iba bajo palio que portaban los «camisas viejas». Ya en San Nicolás, se comprobó el buen estado del lienzo y sólo se observó «que la cruz que remata la joya se encontraba ligeramente doblada. Este desperfecto procede de que cuanto se celebró la entrada del siglo actual, se expuso la Santa Faz a la veneración de los alicantinos.

Fue tan grande el número de obreros que acudieron a besar la reliquia que el canónigo don Antonio Ibáñez, que la sostenía, para no caer arrastrándola tras de sí, hubo de apoyarse contra el muro, ocasionándose entonces la torcedura».

El día de su festividad, en 1942, y cuando ya estaba restaurado el monasterio de los daños sufridos en el curso de la guerra, la Santa Faz regresó, después de tan larga ausencia, a su lugar de costumbre.




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Contra los espías

8 de abril de 1994


Para las autoridades republicanas, la llamada «quinta columna» constituía una manifiesta preocupación. Tanto que desde la Prensa se hacía frecuentes comentarios y llamamientos a los ciudadanos, con objeto de desenmascarar a quienes actuaban en beneficio del enemigo. Especialmente, tras el bombardeo tremendo del veintiocho de mayo de 1938, y, sin duda, indignados por el gran número de víctimas civiles, los ánimos andaban exasperados.

La posibilidad de que además de los quintacolumnistas hubiera también espías profesionales, españoles y de otras nacionalidades, al servicio de los nacionales, hizo que el gobernador civil, don Ricardo Mella Serrano, dictara órdenes muy severas, con objeto de garantizar la seguridad en toda la zona costera de la provincia. Así, se advertía que en una franja de quince kilómetros, a partir de la línea marítima, no podían residir los súbditos extranjeros, cualesquiera que fuese su nacionalidad, que no tuvieran una actividad útil y su identidad absolutamente esclarecida.

Tampoco podían habitar en tal franja, los ciudadanos españoles, bien evacuados, bien naturales de la provincia, quienes a pesar de tener un cometido laboral en la zona costera referida, no ofrecieran, a juicio de las autoridades competentes, las suficientes garantías de adhesión a la República.

Todos ellos debían de trasladar su vivienda, a un punto previamente indicado, y durante los quince días siguientes a su oportuna notificación.

Si no cumplían tal disposición, las fuerzas armadas y de seguridad estaban encargadas de conducirlos a su nuevo lugar de residencia.

Para dar cumplimiento a tales medidas, el gobernador apelaba a las autoridades locales, a los agentes del orden, a los miembros del ejército y a cuantos ciudadanos sintieran «vivamente la necesidad de defender al Estado», a cooperar en el empeño.

Los extranjeros lo tenían más crudo que nadie. Sólo aquellos que dispusieran de un documento escrito y firmado por el señor Mella Serrano, podían vivir en playas y zonas costeras. Por supuesto, estaban exentos de las referidas cautelas los señores agentes consulares de los países que mantienen relaciones con la República española.

Las precauciones no eran en absoluto gratuitas. Había indicios suficientes para la sospecha.




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Velar por el aseo público

9 de abril de 1994


Pocos meses después de terminada la Guerra Civil, el gobernador de la provincia don Fernando de Guezala, lanzó una amplia y crítica mirada a su alrededor y no debió de gustarle nada de cuanto vio, porque se celebró una reunión con los periodistas y les expuso sus conclusiones: aquello era un desastre y había que ponerle remedio.

Había observado, en su atenta exploración, que un excesivo número de personas deambulaban por las calles en mangas de camisa, como si tal cosa. Era el mes de julio, pero el señor gobernador no estaba ni por ésas. Afirmó que no sólo era conveniente, sino absolutamente necesario que tal comportamiento en los usos y costumbres tenía que desaparecer de nuestra ciudad. Para el señor Guezala tal forma de vestir no significaba más que una peligrosa reminiscencia del palpable indeferentismo que, en este aspecto, habían dejado como lastre los indeseables.

Filosofo acerca de la vestimenta adecuada «porque del aspecto externo de los ciudadanos, depende en muchas ocasiones, el juicio que se forme de toda una población. Y debemos de estar interesados en que el nombre de Alicante sea ensalzado, en todos los aspectos».

Hombre pulcro, sin duda, y muy atento al aseo personal, el entonces gobernador civil, se mostró dispuesto a terminar con el abandono «que actualmente padece la población de esta ciudad». Manifestó a los representantes de la Prensa: «No se puede ser indiferente ante tal situación. El cuidado en el vestir debe ser preocupación primordial en todos los ciudadanos».

Pero además de las mangas de camisa, Fernando de Guezala observó también que la «falta de limpieza en el atuendo de muchas de estas personas a las que aludo deja mucho que desear». De alabar era tanto interés por la higiene.

Pero es que, por otra parte, todo aquello no tenía razón de ser, y concluyó dirigiéndose a los periodistas: «Hoy, hay ya jabón. Y por lo tanto ha desaparecido el motivo que justificaba la suciedad durante el periodo rojo». Si Fernando de Guezala viera cómo visten los componentes de algunas de las actuales tribus urbanas, armaba otra cruzada.




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Muerte de un periodista

11 de abril de 1994


La de Emilio Costa. Curiosamente leemos la noticia en el número 417 de «Avance», órgano oficial de la Federación Provincial Socialista, correspondiente al miércoles veintinueve de marzo de 1939, es decir, horas antes de que las tropas italianas del general Gaston Gambara ocuparan nuestra ciudad.

La noticia, procedente de Orán, daba cuenta de la muerte, en el campo de concentración de Tenes, del «decano de los periodistas de Alicante, hombre liberal que reaccionó siempre contra el oscurantismo y la intransigencia de las derechas españolas. Desde "Diario de Alicante", desde "Diario de Levante", último periódico que fundó y dirigió, siempre combatió por la libertad y la democracia. Amaba a España con el alma encendida de anhelo y se agrupó al lado de las tendencias más suaves del republicanismo. Últimamente su actividad periodística era nula o casi nula. Su trabajo en el comité provincial de Unión Republicana, en el que era secretario de propaganda, absorbía sus esfuerzos y atenciones. Cuando un hombre como Emilio Costa se ve precisado a la aventura de la emigración más cruel que vieron y conocieron los tiempos, cuando un hombre en las puertas de la ancianidad se ve obligado a ponerse a salvo, cuando un hombre honrado que ni mata ni manda matar, que ni roba ni manda robar y que hace todo el bien posible, es que las cosas no andan por lo derecho».

Ese mismo día, «Avance», hablaba de que las «tropas nacionales habían entrado en Madrid», pero lo hacía con una serenidad increíble. En un formato menor de lo habitual, el órgano provincial de los socialistas, ofrecía a sus lectores la cartelera cinematográfica: «Monumental», «Un disparo al amanecer», por Anni Ducan y Jean Galland; «España», «El fantasma de Groswood», por Albert Prejean; y «Central», la divertida comedia «Otra Primavera», por Janet Gaynor y Warnne Baxter. Y mientras, en el puerto, miles de personas en el difícil equilibrio de la esperanza.

Por si fuera poco, «Avance» advertía en un recuadro a pie de página: «La dirección, redacción y administración de este periódico han quedado instaladas en la calle de Quintana, 47, esquina a Marvá». Una confianza y un optimismo sin límites.




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La dirección comunista

12 de abril de 1994


En agosto de 1938, Jacinto Alemañ Campello seguía desempeñando las funciones de secretario provincial del Partido Comunista, en Alicante, cargo para el que fue elegido cuatro años atrás. Jacinto Alemañ había pertenecido a las Juventudes Socialistas, desde 1916, y estaba afiliado a la UGT. Durante la dictadura del general Primo de Rivera, fue condenado a prisión por ser uno de los organizadores de las Juventudes Comunistas. Estuvo trece meses en la cárcel.

Con Alemañ Campello, integraban el comité provincial del partido, durante aquellos años turbulentos, Francisco Ferrer Miró, Rafael Millá Santos, Carmen Camaño Díaz, Antonio Guardiola López, Ataulfo Melendo Alonso, Lupe Cantó Sanjuán, José González Martínez, Antonio Manresa Navarro y Pedro Belmonte Riera. La información que recogemos de «Nuestra banda», Órgano del Partido Comunista (S.E.I.C.), la teníamos archivada, gracias al testimonio personal de algunos de los citados: Ferrer Miró, Manresa Navarro, y Guardiola Ortiz, especialmente, quien llegó a nuestra ciudad, en 1976, procedente de Uruguay, después de un largo y siempre penoso exilio.

Según la citada publicación y de acuerdo también con sus declaraciones, Ferrer Miró inició sus actividades revolucionarias con los grupos anarquistas, que lideraba Sánchez Guerra, hasta que en 1930 ingresó en las filas comunistas, en tanto abandonaba la CNT para afiliarse a la UGT. Rafael Millá militó en la agrupación socialista, durante diez años, y de la que llegó a secretario. En 1921, asistió como delegado a la constitución, en Muscó, de la Tercera Internacional. Por su parte, Carmen Camaño, licenciada en Filosofía y Letras, fue miembro destacado de la FUE, en Madrid. En nuestra ciudad, formó parte del comité provincial de enlace entre los partidos marxistas: socialista y comunista, y participó activamente en los movimientos de mujeres democráticas. Ataúlfo Melendo perteneció a las juventudes republicanas y a la dirección de la FUE. Lupe Cantó, obrera textil de Alcoy, como de Alcoy era Ferrer Miró, llevó a cabo una intensa labor sindical. José González, metalúrgico, participó en la revolución de octubre del 34 y más tarde, trabajó activamente en el Socorro Rojo Internacional. De Callosa de Segura, Antonio Manresa, dejó su puesto en el Partido Socialista, para integrarse en la nueva agrupación comunista. Como el ilicitano Pedro Belmonte, alpargatero y combativo.

Casi todos ellos conocieron calabozos y celdas.

Y casi todos también, el exilio. Y algunos hasta el paredón.




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Se clausura la Casa del Pueblo

13 de abril de 1994


Ocurrió el siete de enero de 1920. Fuerzas de Seguridad y de la Guardia Civil, detuvieron a veintisiete sindicalistas en la Casa del Pueblo y levantaron acta de clausura ante el presidente de la misma, señor Sánchez, no sin antes proceder a la incautación de cuantos documentos había allí archivados.

El conflicto entre el Sindicato de Transportes Marítimos, Terrestres y Similares y las compañías navieras, determinó la actuación enérgica del gobernador civil Dupuy de Loma. Numerosas mercancías permanecían en los muelles, sin llegar a su destino. Los sindicalistas autorizaron a los comerciantes a retirarlas, para «dar la sensación a los interesados en particular y a la opinión pública en general de que por encima de la intransigencia de las compañías explotadoras, estaba la dignidad del obrero organizado». La medida contraria al conservador Dupuy de Loma quien ordenó la detención de quienes disminuían así sus competencias.

Fueron el capitán Prado y el teniente Urbán, ambos del Cuerpo de Seguridad quienes, con varios números, en el primer piso de la Casa del Pueblo, donde se encontraban reunidos nueve sindicalistas, practicaran las detenciones. Según «El Luchador» (ocho de enero de 1920), a los nueve detenidos «se les ocupó varias armas de fuego, todas ellas cargadas». En total y tras un considerable despliegue policial, veintisiete obreros fueron trasladados a la cárcel de Benalúa, donde quedaron a disposición judicial. Entre ellos, el referido diario cita a los destacados libertarios Carlos Botella y Juan Gomis, y asimismo a Miguel Lloret, Manuel Lozano, José Reyer y Francisco Camarero.

Posteriormente, todos ellos fueron trasladados al castillo, en tanto algunos diarios solicitaban la puesta en libertad de cuantos no estuvieran sometidos a proceso. El treinta y uno de aquel mes, las sociedades «Los Tipógrafos», «La Litográfica», «Aserradores Mecánicos», «Unión Tabacalera» y la «Federación de Trabajadores Mercantiles» telegrafiaron al ministro de la Gobernación, en el mismo sentido. Por su parte, el doctor Antonio Rico escribió una carta abierta en «El Luchador», en la que decía: «Hago constar públicamente mi petición personal para que los presos sean liberados, por entender que es de justicia». Por aquellos años, el movimiento obrero alcanzó un considerable auge y también la represión. La Casa del Pueblo se abrió el veintisiete de marzo, gracias a la presión popular y «a la petición en el Congreso del diputado Saborit».




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Alicante, capital

14 de abril de 1994


En la legislatura extraordinaria que se abrió el 24 de septiembre de 1821 y concluyó el 14 de febrero de 1822, en pleno trienio constitucional, se aprobaron varias leyes que afectaron muy directamente a nuestra ciudad.

Sin duda, la más relevante de todas ellas fue la del cinco de octubre de 1821, en virtud de la cual se erigió Alicante capital de la provincia del mismo nombre, por las particulares circunstancias que en ella concurrían y por su importancia como plaza mercantil, se le concedió el derecho de enviar a las Cortes cuatro diputados y la categoría de segunda clase, «distinción que gozó Alicante hasta octubre de 1823, en que fue declarado nuevamente Fernando VII rey absoluto y decretó que volvieran las cosas al estado que tenían antes del seis de marzo de 1820».

Durante el citado trienio y a consecuencia de dicha ley, se llevó a cabo la división territorial, se constituyó Diputación Provincial y don Francisco Fernández Golfín fue nombrado jefe político, cargo equivalente parecido al de los posteriores gobernadores civiles. Fernández Golfín, destacado liberal, cumplía condena de diez años en la prisión del Castillo de Santa Bárbara, donde permaneció desde 1814 hasta el triunfo del liberalismo, en 1820. Más tarde, cuando de nuevo se reinstauró el absolutismo, Golfín se exilió en Gibraltar, con Torrijos, y con éste sería detenido en Málaga y pasado por las armas, en 1831.

Algunos autores sostienen que fue el primer jefe político que tuvo nuestra ciudad, en tanto Nicasio Camilo Jover se refiere como tal a don Vicente María Patiño, en 1812.

En este periodo, don Pablo Miranda, gobernador accidental de la plaza, abrió una suscripción voluntaria para obtener recursos económicos y acometer así las obras de construcción del paseo de Quiroga (después de la Reina y actualmente Rambla de Méndez Núñez), en la calle o más bien barranco que, por entonces, se conocía por el nombre del Vall.

La condición de capital provincial la recuperaría Alicante mediante un decreto real librado en noviembre de 1833, y cuando tras la muerte de Fernando VII, ya ocupaba el trono Isabel II, su hija, y la regencia su madre María Cristina.

En septiembre de 1835, se restablecían las diputaciones provinciales, perdidas por la fuerza en 1823. En Alicante se constituyó el once de enero de 1836, bajo la presidencia de Ramón Noboa.



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