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Eugenio Cambaceres por él mismo.

(Cinco cartas inéditas del autor del «Potpourri»1) (2007)

Claude Cymerman



Mucho queda todavía por esclarecer en lo que se refiere a la vida y a la obra literaria de Eugenio Cambaceres. Las cinco cartas inéditas (cuatro de ellas dirigidas a Miguel Cané, la quinta a Martín García Mérou) que publicamos en anexo a este artículo, contribuyen en parte a disipar la niebla que rodea la biografía del autor de Sin rumbo. En algunos casos confirman, en otros rectifican lo que se sabía o se creía saber del novelista. Arrojan una luz nueva, según el caso, sobre su vida, su carácter o su estado de salud, sus concepciones de la novela o de la crítica. Y no es su menor mérito el darnos de Cambaceres una idea fiel, veraz, sincera. Por primera vez, al margen de la opinión de terceros o del intermedio de los protagonistas de novelas más o menos autobiográficas, encaramos directamente al autor, escuchamos a Cambaceres pintado por él mismo.

He aquí cómo se presenta el tan discutido literato.






ArribaAbajoBiografía: vida y creación literaria

La primera carta, fechada en París, va dirigida a Miguel Cané. Cambaceres -lo sabemos ahora2- había emprendido viaje el 8 de octubre de 1882, «huyendo de los rigores del verano que se presentaba formidable».

Su primera novela, Potpourri, había salido a la venta la víspera de su viaje, o sea el 7 de octubre. La carta nos confirma que Cambaceres redactó y publicó su obra antes de dejar Buenos Aires y que, además, la edición se agotó a los pocos días. Notamos también la alusión al revuelo que causó en la flamante Capital Federal la aparición de Potpourri y el juicio irrespetuoso que le vale al novelista su propia creación así como la llaneza y espontaneidad que usa para expresarse («no se puede figurar el tole-tole que ha levantado la porquería esa, que escribí y publiqué antes de mi salida de Buenos Aires».)

Hay que añadir por otra parte que la opinión de sus lectores no le merece mayor respeto. Sintetiza en una frase concisa y mordaz («El respetable público ha torcido mis intenciones y mis propósitos de una manera que me subleva y me carga») lo que desarrollará más tarde en el prólogo de su «Tercera edición», bajo el encabezamiento de «Dos palabras del autor».

Hemos escrito adrede «Tercera edición» entre comillas. Pasa algo extraño. Si bien es factible consultar la segunda edición (de Biedma, Buenos Aires) o la tercera (de Denné, París), es imposible echar mano de la primera que, lógicamente, tendría que haberla precedido. Hace rato que pensamos que las pretendidas primera y segunda edición de la obra no son más que una misma edición, la primera, de hecho, con quizás dos tirajes consecutivos, el primero, particular, para un grupo reducido de amigos o allegados de Eugenio Cambaceres, y el segundo, para el gran público. Nos lo confirma una frasecita de la primera carta de Cambaceres: «Como la edición (sobreentendido: la edición porteña) se agotó a los pocos días, voy a hacer aquí; (es decir: en París) una nueva...» (El subrayado es nuestro) Luego, no hubo más -en la época referida- que dos ediciones efectivas: una primera, con dos tirajes tal vez, de Biedma, en Buenos Aires, 1882, y una segunda, llamada erróneamente tercera, de Denné en París, 1883. Y por si nos quedase una duda, la frase siguiente de la carta a Cané nos la quitaría: «Le mandaré sobre tablas un ejemplar depurado de los errores y barbaridades que el caballero Biedma puso en mi boca, o mejor, en mi pluma.»

Efectivamente, un cotejo de las dos ediciones, la porteña y la parisiense, demuestra que Cambaceres procedió en la última a rectificaciones e incluso a modificaciones con respecto al texto inicial. Si hubiese habido tres ediciones, con dos en Buenos Aires, las modificaciones del texto hubiesen tenido lugar en la segunda edición del «caballero Biedma».

Sabíamos ya3 que, en aquellos años, Eugenio Cambaceres llevaba vida de matrimonio con Luisa Bacichi, una joven artista austriaco-italiana, pero que se casó mucho más tarde, el 17 de noviembre de 1887, en París. Así se explica que al aludir a ella en la segunda y la tercera carta a Cané, fechadas respectivamente el 3 y el 8 de diciembre, no hable más que de su «compañera». En la primera de las dos cartas referidas alude al estado de salud de ésta que le impidió viajar, y con ella al mismo Eugenio. En la segunda, después de revelar que tiene «la cabeza rubia», recalca sus cualidades morales y la templanza de su carácter: «es buena, cariñosa y fiel hasta lo hondo. Si así no fuera no me aguantaría ni un segundo». Lo cual tiene sus visos de probabilidad…




ArribaAbajo Estado físico y moral del protagonista

Numerosas son las referencias de Eugenio a su estado de salud. Ya en la primera carta confiesa que no soporta el calor y que sufre de dispepsia: «Salí [...] en busca del frío que armoniza más con mi temperamento y con la dispepsia de marras.»4 (I)

Sabemos por otra parte que está sometido a un tratamiento médico de larga duración que le va a obligar a retrasar más de un año (de marzo del 83 a julio del 84) su retorno a la Argentina. Su médico incluso va hasta ordenarle pasar una temporada en Marienbad y el paciente, por su parte, abriga la esperanza de «largarse» a Niza y luego a Italia «en una de cuyas ciudades, la que me acomode más, estableceré mis cuarteles de invierno». (I) Las cosas sin embargo no suceden conforme a los deseos del protagonista que tiene que seguir en observación y retrasar su viaje a Niza donde piensa encontrar a su amigo Miguel Cané antes del regreso de éste a Viena -donde desempeña las funciones de embajador de la República Argentina. (II)

La salud tarda en volver y la larga duración de la atención médica desorienta a Cambaceres que empieza seriamente a dudar de la honradez de su facultativo:

Es interés por el enfermo, conciencia o esplotación?

Algo de esto último; opino que los 40 fs. por consulta no dejan de ejercer su correspondiente influencia.

El hecho es que no quiere que me vaya todavía y que dice que necesita verme, cuando menos dos veces aún, con intervalo de ocho días.

En fin, como ha de ser!

Partie remise n'est pas perdue, etc. (III)



Adivinamos que nuestro héroe procura tomar las cosas con filosofía y «ponerle a mal tiempo buena cara», pero el mal que lo estaba aquejando5 debía de minarlo por dentro, desorientarlo, amargarlo. Su dolencia debió de acentuar el lado pesimista de su temperamento e influir sobre su estado moral.

El mismo se confiesa con una sinceridad y una espontaneidad que quizás sean los principales rasgos de su carácter, «hipocondríaco y apestado».

Solo no viajaría ni a garrote, hipocondríaco y apestado.

En ella [i.e., en mi compañera] tengo un paño de lágrimas que empapo a veces y a veces estrujo como trapo de cocina.

Es buena, cariñosa y fiel, hasta lo hondo.

Si así no fuera no me aguantaría ni un segundo, y digo esto porque Ud. sabe que no brillo por la placidez de mi carácter, ni por mis dotes domésticas.

Tanto que yo mismo no puedo aguantarme a mi mismo, les trois quarts du tems [sic].

Vous voyez d'ici la chose. [III]



Sabe sin embargo -quizás haciéndose violencia a sí mismo- aparentar jovialidad y desenvoltura, como cuando bromea acerca de la enfermedad de su amigo Pepe Paz y del régimen que éste a su vez le aconseja:

[...] En cuanto al hermanito, continúa en ésta a sus órdenes, alimentándose esclusivamente de líquidos, penitencia que le ha impuesto Lasègue6, en pago de los atracones de foie-gras, y otros bocados de dama con que le dió por regalarse así que se sintió mejor.

Los instintos…

Aujourd'hui, il est bien bas, le pauvre cher homme, según me dice Martín que lo ve casi diariamente.

Por conducto de éste, he sabido que continúa nutriendo por mí el más acendrado de los cariños.

Quiere Ud. la prueba?

Se ha servido prescribirme un régimen higiénico que me ha sido trasmitido por Martín, merced a cuyo régimen asegura que sanaré en ocho días.

Desgraciadamente, il n'y a que la foi qui sauve y como yo le tengo más fe al mastuerzo que al Sr. Paz (Don Pepe), con el susodicho régimen me limpio lo que Ud. sabe. (III)



Sí, mucha filosofía demuestra Cambaceres y lo dice él mismo claramente al dirigirse a Cané:

Hablando Ud. de filosofía práctica en su carta, me ha parecido estar oyéndome a mí mismo; pensamos y sentimos ambos de una manera ab-so-lu-ta-men-te igual. (III)



Es ingenua y casi conmovedora esta necesidad en que se encuentra Cambaceres de hallarse afinidades con otros, de granjearse la simpatía y la amistad de los pocos que se merecen su estimación. La palabra «amigo» vuelve a menudo en sus cartas y no sólo en el encabezamiento o en la fórmula de despedida. El autor de Potpourri parece ser arrastrado hacia Cané por un auténtico sentimiento de amistad. El mismo se lo dice: «Ud. sabe que siempre he sentido por Ud. un cariño puro y sincero.» (I)

Quiere «pescarlo» en Niza para darle «un apretón inglés de manos» (I) y «echar [con él] un párrafo de tres o cuatro días». (III)

La amistad de Cané le es necesaria. Cambaceres ha sido sacudido, como vimos más atrás, por la crítica que acogió a Potpourri y no se ha repuesto aún del choque. Lo irrita y lo apena sobre todo la injusta opinión que de sus sentimientos se han hecho sus compatriotas y el sentar plaza, en su medio, de «oveja negra».

He sentado sans m'en douter plaza de fruit sec7 en materia de sentimientos; soy, según mis queridos compatriotas que lo creen o, más bien, afectan creerlo, un viejo egoísta y descreído. [...] Lea mi libro, Miguel, y dígame sin rodeos, sin paliativos, si lo reputa Ud. la obra de un vaurien. (I)



Y más adelante, en la segunda carta, aludiendo a los libros (Juvenilia y En viaje ) que Cané va a publicar:

Cuide de que no se le vaya la mano, no sea cosa que a Ud. también le digan alma podrida y corazón de yesca. (II)



¿Le contestaría Cané? Es probable que lo hiciera, dándole a su amigo muestras de comprensión y simpatía, añadiendo de seguro que él también había sido víctima de la malevolencia del público o de la crítica: «A Ud. también lo han puesto overa (sic)!» (III), le dice Cambaceres. Cree ver en el futuro autor de Juvenilia un alter ego que piensa y siente de una manera ab-so-lu-ta-men-te igual a la suya, como le escribe subrayando la palabra y destacando sus seis sílabas.

Será que se van secando en nosotros las fuentes de la vida moral, o será que estamos dans le vrai.

Lo segundo, de fijo, y siendo así como somos y cayéndonos como nos caen hemos de continuar tout droit, por más que a golpes quieran hacernos torcer.

Hay una cosa, Miguelito, que no se pierde cuando se tiene de raza: la estúpida honradez que uno practica porque sí y que conserva por lo mismo. (III)



Honrado Eugenio que creía -ingenuamente- en la honradez de «Miguelito». No podía prever que Miguel Cané iba -dos años más tarde- a sumarse a la caterva de los detractores y escribir contra él y contra su obra literaria, valiéndose hipócritamente de la amistad que lo ligaba a él, dos de los artículos más pérfidos e implacables que se hayan escrito en vida del autor8.




ArribaAbajoTeoría de la novela, naturalismo y crítica literaria

La cuarta carta de Cambaceres, del 24 de diciembre de 1883, encierra un juicio sobre En viaje9, crónica de Miguel Cané redactada en 1881-82 cuando era embajador en Venezuela y Colombia. La obra apareció en 1884 pero es probable que hubiera una edición preliminar, de tiraje reducido, y es ésta la que Cambaceres debió de tener entre manos. Sabemos por el prólogo, escrito después del relato y fechado en setiembre del 83, que la obra estaba ya concluida y de próxima publicación.

La carta interesa por el estudio inteligente que encierra de En viaje y por el juicio muy favorable que vierte Cambaceres sobre el libro y sobre el autor:

Ha hecho un libro lindo; en su género no he leído nada más atrayente. [...]

Mi opinión en globo: hay en Ud. un artista doublé de un observador.



Las críticas que le merece en cambio la obra son muy leves, no pasan de ser «critichinas»: «incorrecciones o repeticiones de palabras acá y allá, uno que otro galicismo que yo personalmente me guardo muy bien de echarle en cara», «algunos párrafos que habría preferido más livianos y más sueltos», «simples detalles» en suma.

La conclusión no puede ser más elogiosa: «Lo felicito de corazón, y por Ud. y por las letras de mi país le pido que siga escribiendo.»

La carta es aún más interesante en cuanto a la teoría de la novela y por el hecho de que encierra una definición del naturalismo.Hasta ahora la noción «cambaceriana» del naturalismo aparecía en filigrana en sus obras (y muy especialmente en En la sangre ) o salía como en negativo de la lectura del largo artículo crítico de Miguel Cané: «Los libros de Eugenio Cambacérès - A propósito de Sin Rumbo»10:

Entiendo por naturalismo, estudio de la naturaleza humana, observación hasta los tuétanos. Agarrar un carácter, un alma, registrarla hasta los últimos repliegues, meterle el calador, sacarla todo, lo bueno como lo malo, lo puro si es que se encuentra y la podredumbre que encierra, haciéndola mover en el medio donde se agita, a impulsos de los latidos del corazón y no merced a un mecanismo más o menos complicado de ficelles, zamparle al público en la escena personajes de carne y hueso en vez de títeres rellenos de paja o de aserraduras [...], sustituir a la fantasía del poeta o a la habilidad del faiseur, la ciencia del observador, hacer en una palabra verdad, verdad hasta la cuja como dice Ud.



Sería interesante comparar esta definición con la teoría zoliana del naturalismo. Veríamos que, más que a Zola, Cambaceres se acerca (en 1883, por lo menos; con En la sangre sus concepciones alcanzarán una etapa más evolucionada del naturalismo) a Balzac y a Flaubert. El escritor argentino limita sus teorías a la observación y a la verdad. Para Zola, en cambio, el naturalismo iba más allá: añadía al respeto de la realidad la evolución y la «experimentación». «Toda la operación -escribe éste- consiste en tomar los hechos actuando sobre ellos por las modificaciones de las circunstancias y del medio ambiente.»11 Si añadimos a esta definición la ley de la herencia tomada por Zola de Taine (y que nuestro novelista adoptará sólo tres años más tarde al componer su última obra literaria) tendremos una idea bastante cabal de lo que encerraba la palabra naturalismo y del sentido restringido que le aplicaba Cambaceres.

Los párrafos siguientes de la carta, al paso que realzan las cualidades de analista de Cané («espíritu analítico, sutil, conocimiento del corazón humano y experiencia de la vida…; de talento no hay que hablar») y la visión pesimista del mundo de Cambaceres («conciencia de que somos una punta de jodidos») ponen implicítamente en paralelo, como lo hará el mismo Cané más tarde en el artículo ya aludido, el temperamento encontrado de los dos escritores, uno, delicado, mesurado, pulcro y exquisito, el del creador de Juvenilia12, otro espontáneo, veraz, incisivo y hasta crudo, el del autor de Potpourri.

Si las crudezas le repugnan, suprímalas. Ni Stendhal, ni Flaubert, ni Daudet, tres maîtres del género las gastan.

Si el calador le da asco, no se lo acerque a las narices; limítese a hacerlo circular por el auditorio, con el gesto fruncido y el brazo tieso.

Si el argot no es lengua de su paladar, no hable argot. ni argot francés, ni argot criollo, ni nada.13

Pero, eso sí, insisto en una cosa y es ésta: no ponga almíbar en la boca de un changador, ni le haga decir mierda a una institutriz inglesa; respete a la verdad. (IV)



Intuímos -su obra se encargará de evidenciarlo- que los temperamentos encontrados de estos dos grandes escritores argentinos los movían a cada uno hacia esas direcciones opuestas del pensamiento y del sentir: el realismo y el idealismo, con predominancia de lo feo en la creación literaria del primero, de lo hermoso en la del segundo.

La quinta carta va dirigida a Martín García Mérou. Cambaceres le agradece el juicio crítico favorable que el joven literato le hizo después de la salida de Sin rumbo14.

Interesa sobre todo esta carta por la definición que nos da del «rol y la misión de la crítica». Esta debe ir más allá de un maniqueísmo ingenuo, de un mero juicio de valor que distribuye premios o castigos a los creadores.

No es la palmeta del maestro15 -irritante siempre- lo que levanta Ud. en su mano. Ha comprendido que es otro el rol y la misión de la crítica; que ella debe limitarse a observar, a investigar, a tratar de penetrar en la índole del escritor y de sus obras, a darse cuenta de la cuestión de temperamento, del medio en que se actúa, de las influencias a que se obedece; exprime16, explica, deja constancia y pasa… un libro más, bueno o malo.

La lección, si es que hay lección, está en la fuerza misma del análisis, en su valor intrínseco, en la mayor o menor suma de verdad que de él resulta. (V)



Esta definición, como se ve, acerca el pensamiento cambaceriano a la concepción científica de Taine para quien los factores determinantes de la creación literaria eran la raza -o sea «las disposiciones innatas y hereditarias que el hombre trae consigo»-, el medio ambiente y el momento.

Pero va más allá. Al escribir que

No existe un tipo único, un ideal, no hay absoluto en arte. Admitirlo sería paralizar la acción progresiva e incesante de la inteligencia humana. No hay sacerdotes, no hay custodios del fuego sacro; hoy no se pontifica, se estudia; los fallos fulminados ab alto toro han quedado relegados a los bancos de las escuelas de primeras letras, en estos tiempos de iniciativa personal y de lucha en que, más o menos, todos vivimos agitándonos. (V)



... Cambaceres proclama, después de Baudelaire la relatividad del arte, ajeno a toda definición precisa, a toda fijación en el tiempo, a todo sometimiento a leyes sociales, morales o estéticas.

*  *  *

Estas cartas son de un interés innegable. Al hablarnos de Cambaceres nos han permitido adentrarnos en el estudio de su temperamento y apreciar su espontaneidad, su sinceridad, su autenticidad inmensas, al mismo tiempo que han precisado algunos contornos hasta ahora borrosos de su biografía, de su curriculum vitae y de la cronología de sus obras. Hemos podido palpar hasta qué punto un estado de salud tambaleante podía influir sobre un carácter, y de ahí, sobre una conducta. Hemos sentido todo el valor que Cambaceres le concedía a la amistad y a la honradez y, de paso, su pesimismo y la mella que producían en su espíritu la injusticia, la mala fe y la malevolencia. De sus relaciones con Cané, que, si bien debieron de desmejorar después de los ataques de éste a su creación literaria, eran muy amistosas en 1882 y 1883, recordamos, en el plano literario, una aparente similitud de pensamiento, y en el fondo, unas opiniones inconciliables en cuanto a la forma que ha de tomar toda creación literaria. Las similitudes son mucho mayores entre Cambaceres y Mérou y serán motivo de recíprocos juicios literarios favorables entre uno y otro autor17.

Nos han revelado también otro aspecto menos conocido del novelista, el de crítico que, de haberse empleado más veces, no nos cabe duda que hubiese sido luminoso, dada la sensibilidad, la inteligencia y la agudeza indiscutibles del autor.

Sobre todo, estas cartas nos han presentado a un Cambaceres -hasta ahora estudiado sólo a través de sus novelas, de su actuación política... o desde el juicio no siempre benévolo de sus críticos, visto en suma exteriormente- retratado por él mismo, subjetivo, «interior», auténtico, hombre al fin18.


ArribaAbajoPrimera carta

París, Noviembre 22/82

Mi querido Miguel:

Ayer he recibido su carta dirigida a la Legación.

Escuso decirle todo el placer que me ha causado, pues Ud. sabe que siempre he sentido por Ud. un cariño puro y sincero.

Salí de Buenos Aires huyendo de los rigores del verano que se presentaba formidable (en Octubre hacía ya un calor de Enero) y en busca del frío que armoniza más con mi temperamento y con la dispepsia de marras.

Mi intención era volverme en Marzo próximo, pero el médico me ha hecho cambiar de idea y resuelto dejarme estar por estos mundos hasta el año 84.

Por lo pronto, dentro de cuatro o cinco días me largo a Niza y de Niza a Italia, en una de cuyas ciudades, la que me acomode más, estableceré mis cuarteles de invierno.

En Marzo estaré de vuelta a París y en Mayo o Junio probablemente, tendré el placer de darle un apretón inglés de manos, en Viena.

El médico me expide a Marienbad (Bohemia).

No se puede figurar el tole-tole que ha levantado la porquería esa, que escribí y publiqué antes de mi salida de Buenos Aires.

El respetable público ha torcido mis intenciones y mis propósitos de una manera que me subleva y me carga.

He sentado sans m'en douter plaza de fruit sec en materia de sentimientos; soy, según mis queridos compatriotas que lo creen o, más bien, afectan creerlo, un viejo egoísta y descreído.

Como la edición se agotó a los pocos días, voy a hacer aquí una nueva.

Le mandaré sobre tablas un ejemplar depurado de los errores y barbaridades que el caballero Biedma puso en mi boca, o mejor, en mi pluma.

Lea mi libro, Miguel, y dígame sin rodeos, sin paliativos, si lo reputa Ud. la obra de un vaurien.

Cómo le va en su Ministerio?

No deje de escribirme pronto:

Mr. S.A. de Toledo

pour remettre à E. Cambacérès

32 Rue de Penthièvre

París.

Su siempre afectísimo amigo

E. Cambacérès

Como verá Ud. por el sobre de ésta, Carlos Carranza está conmigo.

Me encarga lo salude afectuosamente en su nombre.




ArribaAbajoSegunda carta

París, Diciembre 3/82

Querido Miguel:

Dos razones me han impedido estar ya en Niza y tener el placer de darle un abrazo y de echar una serie de párrafos con Ud. tan [...]19 como los artículos de su amigo Pepe Paz, cuyo amigo se encuentra alojado en este «Hôtel du Louvre», a sus órdenes, y a las mías.

1° Mi médico me ordena permanezca [...] 18 algunos días.

2° Medio se me ha empantanado mi compañera enfermándose hasta impedirle la enfermedad ponerse en viaje inmediatamente, aunque parece que no es cosa de mayor cuidado.

Espero, sin embargo, que lo he de pescar antes de su regreso a Viena, crea que he de hacer, para que así suceda, todo lo que dependa de mí, pues tengo deveras mucha gana de verlo.

París está endemoniado.

Hasta ahora ha llovido casi continuamente y hoy hace un frío morrocotudo y cae nieve que es un contento.

Martín le retribuye sus cariñosos recuerdos lo mismo que Carlos Carranza.

Escríbame cómo está en Niza.

Se me hace agua la boca al pensar que viven Uds. cara a cara con el sol.

Aquí el adminículo ese es griego o mirlo blanco.

Lo felicito, desde luego, por los libros que va a publicar y digo que lo felicito porque, a priori, sé que va a tener un succès.

Cuide, sin embargo, de que no se le vaya la mano, no sea cosa que a Ud. también le digan alma podrida y corazón de yesca.

Su af. amigo

E. Cambacérès




ArribaAbajoTercera carta

París, Diciembre 8/82

Mi querido Miguel:

Ayer por la mañana me entregaron su carta del 5, y he aguardado hasta hoy para contestarla, porque quería ver primero a mi médico y pedirle que me diera de alta, en el deseo de largarme de una vez a ésa y tener el placer de echar un párrafo de tres o cuatro días con Ud.

Es interés por el enfermo, conciencia o esplotación?

Algo de esto último; opino que los 40 fs. por consulta no dejan de ejercer su correspondiente influencia.

El hecho es que no quiere que me vaya todavía y que dice que necesita verme, cuando menos dos veces aún, con intervalo de ocho días.

En fin, como ha de ser!

Partie remise n'est pas perdue y si Ud. no puede operar su regreso pasando por París, lo hará al ir a Buenos Aires y si no lo hace Ud., seré yo el que vaya a Tedescheria, de modo que, al fin, consigamos pescarnos mutuamente.

No sabía que hubiera sido Ud. tan grande y buen amigo de mi amigo Alejandro.

Habrá tenido ocasión de conocerlo y de convencerse que no pasa de ser un completo jodido.

En cuanto al hermanito, continúa en ésta a sus órdenes, alimentándose exclusivamente de líquidos, penitencia que le ha impuesto Lasègue, en pago de los atracones de foie-gras, y otros bocados de dama con que le dió por regalarse así que se sintió mejor.

Los instintos…

Aujourd'hui, il est bien bas, le pauvre cher homme, según me dice Martín que lo ve casi diariamente.

Por conducto de éste, he sabido que continúa nutriendo por mí el más acendrado de los cariños.

Quiere Ud. la prueba?

Se ha servido prescribirme un régimen higiénico que me ha sido trasmitido por Martín, merced a cuyo régimen asegura que sanaré en ocho días.

Desgraciadamente, il n'y a que la foi qui sauve y como yo le tengo más al mastuerzo que al Sr. Paz (Don Pepe), con el susodicho régimen me limpio lo que Ud. sabe.

Hablando Ud. de filosofía práctica en su carta, me ha parecido estar oyéndome a mí mismo; pensamos y sentimos ambos de una manera ab-so-lu-ta-men-te igual.

Será que se van secando en nosotros las fuentes de la vida moral, o será que estamos dans le vrai.

Lo segundo, de fijo, y siendo así como somos y cayéndonos como nos caen (a Ud. también lo han puesto overa [sic], imbidia pera [sic]!) hemos de continuar tout droit, por más que a golpes quieran hacernos torcer.

Hay una cosa, Miguelito, que no se pierde cuando se tiene de raza: la estúpida honradez que uno practica porque sí y que conserva por lo mismo.

Voilà!

Mi compañera es la cabeza rubia a que se refiere Ud.

Solo no viajaría ni a garrote, hipocondríaco y apestado.

En ella tengo un paño de lágrimas que empapo a veces y a veces estrujo como trapo de cocina.

Es buena, cariñosa y fiel, hasta lo hondo.

Si así no fuera no me aguantaría ni un segundo, y digo esto porque Ud. sabe que no brillo por la placidez de mi carácter, ni por mis dotes domésticas.

Tanto que yo mismo no puedo aguantarme a mi mismo, les trois quarts du tems [sic ].

Vous voyez d'ici la chose.

Contésteme.

Suyo af. amigo.

E. Cambacérès




ArribaCuarta Carta

Diciembre 24/83

Miguelito:

Ha hecho un libro lindo; en su género no he leído nada más atrayente.

Lo he abierto, lo he empezado y lo he concluido, à mon aise, sin violencia ni fatiga, interesado siempre en la serie de cuadros que presenta Ud. con elegancia, con arte, con pureza de colorido y, sobre todo, con verdad profunda.

Tiene descripciones preciosas de la naturaleza americana, «espléndida y terrible como una virgen salvaje». Está uno viendo y sufriendo lo que Ud. ha visto y sufrido; c'est tout dire.

Su pintura del Magdalena es una joya.

Mi opinión en globo: hay en Ud. un artista doublé de un observador.

Lo que debe escribir? Si quiere hacer libros de consulta, historia y me fundo: cada vez que pega un revuelo por esos mundos, se va a lo alto, recto, sereno, amplio, sin dejarse ofuscar por la pasión aún cuando se trata de los suyos; ej.: sus diversos toques a grandes rasgos sobre las repúblicas del Norte de Sud América en las épocas del coloniaje, en la emancipación y después comparadas con la tierra, y las consecuencias que saca y que explican por qué nos las hemos tirado lejos en la polla que vamos corriendo.

Agrego que está Ud. + 10 en antecedentes lo que es esencialísimo.

Prefiere un género más ligero?

Escriba romances y haga naturalismo; mal que le pese, ahí le duele.

Entiendo por naturalismo, estudio de la naturaleza humana, observación hasta los tuétanos. Agarrar un carácter, un alma, registrarla hasta los últimos repliegues, meterle el calador, sacarle todo, lo bueno como lo malo, lo puro si es que se encuentra y la podredumbre que encierra, haciéndola mover en el medio donde se agita, a impulsos de los latidos del corazón y no merced a un mecanismo más o menos complicado de ficelles, zamparle al público en la escena personajes de carne y hueso en vez de títeres rellenos de paja o de aserraduras, como los que en este momento tiene en exhibición la tienda del Louvre (hay cosas muy bonitas; vaya a verlas), sustituir a la fantasía del poeta o a la habilidad del faiseur, la ciencia del observador, hacer en una palabra verdad, verdad hasta la cuja como dice Ud.

Y eso sería su fuerte. Espíritu analítico, sutil, conocimiento del corazón humano y experiencia de la vida o, lo que es lo mismo, conciencia de que somos una punta de jodidos; de talento no hay que hablar.

Si las crudezas le repugnan, suprímalas. Ni Stendhal, ni Flaubert, ni Daudet, tres maîtres del género las gastan.

Si el calador le da asco, no se lo acerque a las narices; limítese a hacerlo circular por el auditorio, con el gesto fruncido y el brazo tieso.

Si el argot no es lengua de su paladar, no hable argot, ni argot francés, ni argot criollo, ni nada.

Pero, eso sí, insisto en una cosa y es ésta: no ponga almíbar en la boca de un changador, ni le haga decir mierda a una institutriz inglesa; respete a la verdad.

En cuanto a mí, Ud. sabe que tengo un flaco por mostrar las cosas en pelota y por hurgar lo que hiede; cuestión de gustos.

Unas critichinas al pasar: incorrecciones acá y allá, repeticiones de palabras que suenan en prosa como el last rose en música -no hablo por supuesto de las orejas inglesas- y que, en Ud., son simples faltas de atención al releer; uno que otro galicismo que yo personalmente me guardo muy bien de echarle en cara y, por fin, algunos párrafos que habría preferido más livianos y más sueltos.

Simples detalles, como Ud. ve.

Voilà.

Lo felicito de corazón, y por Ud. y por las letras de mi país le pido que siga escribiendo.

Su af. amigo

E. Cambacérès

He estado a verlo; no necesito agregar que al ñudo.







 
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