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Estética, retórica y poética

José Antonio Hernández Guerrero





En esta colaboración al justo homenaje al catedrático de la Universidad de Salamanca, Ricardo Senabre -un filólogo, amante de la palabra articulada y escrita, estudioso de la lengua, especialista del lenguaje, crítico serio, riguroso y sagaz- propongo una selección de conceptos que, a mi juicio, constituyen los fundamentos sobre los que se ha construido la mayoría de las corrientes teóricas de la literatura contemporánea.

Hemos de reconocer que los teóricos de la Poética y de la Retórica han prestado escasa atención a las reflexiones estéticas. A pesar de que, desde diferentes perspectivas teóricas, se defienda que la expresividad literaria y de la eficacia comunicativa se deban inscribir en el marco global de lo artístico (Bajtín) y aunque se proclame que el objeto de la Poética y de la Retórica deba ser, más que el «artefacto», el «objeto estético» (Medvedev y Volosinov), no es frecuente que los críticos expliquen en qué sentido aplican unos términos tan usados en sus descripciones como «belleza», «elocuencia», «arte», «gusto», «naturaleza» o, incluso, «poesía».

No deberíamos, sin embargo, utilizarlos sin tener en cuenta su sentido preciso en cada situación cultural y en cada contexto histórico ya que, la mayoría de las veces, encierran concepciones radicalmente distintas sobre el hombre -mentalidad, actitud y comportamiento- y sobre el lenguaje -naturaleza y funciones-. En gran medida, no lo olvidemos, la diversidad de las creaciones literarias y la multiplicidad de sus valoraciones críticas dependen de la manera cómo se conciben esos presupuestos implícitos y esos principios teóricos sobre los que se sustentan, y que están determinados, como es sabido, por razones de índole psicológica y sociológica. Reconozcamos la escasa información que aporta nuestra afirmación de que un poema es bello o tiene calidad estética, si no conocemos las coordenadas teóricas e ideológicas en las que inscribimos tales juicios.

En este trabajo de síntesis nos limitamos a recordar aquellas nociones básicas del pensamiento sensualista1 moderno que sirven, unas veces de presupuestos implícitos en tratados de preceptiva literaria y, otras veces, constituyen los principios teóricos en los que se apoyan algunas de las definiciones retóricas y poéticas más usadas. Adelantamos que el sensualismo es una corriente que influye de manera decisiva -patente o latentemente- en diversas teorías artísticas y literarias actuales, incluso en determinados aspectos de algunas doctrinas que hacen profesión explícita de espiritualismo o de idealismo. El sensualismo, debemos adelantarlo, es una teoría del conocimiento, una doctrina ética y un sistema estético que se fundamentan en una determinada concepción del lenguaje y de las lenguas: de su origen y génesis, de su naturaleza y funcionamiento. Pero es que, además, hemos de tener muy presente que la literatura también posee un triple sentido -gnoseológico, ético y estético- ya que parte y desemboca en nuestros conocimientos, en nuestros comportamientos, en nuestra interpretación de la existencia y en nuestro disfrute de la vida.

Aunque es cierto la Literatura, ya desde sus orígenes, ha contribuido, en gran medida, a una interpretación sensible de la belleza2, el sensualismo, en su acepción técnica como teoría gnoseológica y como fundamento epistemológico de teorías lógicas, psicológicas, éticas y estéticas, se debe restringir a la filosofía moderna y contemporánea, a partir de ciertos representantes de empirismo. En este trabajo, que completa otros dedicados a Condillac3 y a Diderot4, abordamos de una manera esquemática, el pensamiento de otros autores que también han ejercido una notable influencia en las actuales corrientes literarias tanto creativas como teóricas y críticas.

El sensualismo de Hobbes (1588-1679) se revela, sobre todo, en su concepción de la sensación como base insustituible del conocimiento. Sólo porque hay sensación, afirma, puede surgir la percepción como acto efectivo del conocer, como proceso de reconocimiento y de distinción. El materialismo de Hobbes se apoya en su noción de realidad como corporeidad regida por leyes rigurosamente causales a las que está sometido también el espíritu. En oposición a Descartes, subraya la idea de esfuerzo (connatus) que le sirve de fundamento de toda su física y para explicar la naturaleza del ser vivo. Según Hobbes, los movimientos de los cuerpos afectan a los sentidos poniéndolos en tensión y, de esta manera, hacen llegar a la sensación hasta el corazón; la reacción de éste origina las cualidades secundarias que, en alguna manera, pertenecen a los objetos.

Otro autor que «ex profeso» aborda la problemática sobre el conocimiento, desencadenada por la duda cartesiana y que tuvo decisiva influencia en teóricos literarios y preceptistas franceses y, a través de ellos, en los españoles, fue John Locke (1632-1704). Con su obra Ensayo sobre el entendimiento humano5, pone en marcha una contienda en torno a los fundamentos, a la certeza y a la extensión del conocimiento y, como consecuencia, un interesante debate sobre la naturaleza y las funciones del lenguaje, del arte y de la literatura. En esta discusión intervinieron los principales pensadores de los siglos XVIII y XIX como, por ejemplo, Leibniz, Berkeley, Hume, Bonnet, Condillac, Diderot, Salesbury, Le Mettrie, Helvetius y los Ideólogos.

Locke, que rechaza las ideas innatas y defiende la tesis de la «tabula rasa» o del «papel en blanco», distingue varios grados de conocimiento: en el ápice está la intuición. Por ser el modo de conocer más claro y más cierto, es irresistible. Se realiza sin esfuerzo pues el espíritu se orienta hacia la verdad como el ojo lo hace hacia la luz. La demostración constituye el segundo grado, y en él la mente conoce también la conveniencia o disconveniencia de dos ideas entre sí, pero, en este caso, no es de manera inmediata, sino a través de ideas intermedias. El tercer grado corresponde al conocimiento sensitivo de seres particulares. Aunque situado en el último puesto, supera el nivel de la mera probabilidad y debe ser como verdadero saber. Paul Hazard ha llegado a afirmar que Locke ha sido, incluso, un verdadero revolucionario de la Teoría de la Literatura:

no solamente porque ha arruinado de un solo golpe las antiguas retóricas y las viejas gramáticas, al mostrar que el arte de escribir, que procede de la actividad interior del alma, no consiste en aplicar reglas y preceptos, sino porque concede a la impresión, a la sensación, un lugar que hasta entonces no se le había reconocido.


(Hazard, La Pensée européenne au XVIIIe siècle, I, pp. 55-56)                


No debemos olvidar, sin embargo, que la condenación de las viejas retóricas ya se había producido con anterioridad. Se encuentra, por ejemplo, en la Lógica de Port-Royal (discurso segundo) y, a través de ella, en Descartes.

Addison (1672-1719) puede considerarse como uno de los iniciadores del empirismo por su tendencia al método analítico y psicológico, por el contenido de sus argumentos y, sobre todo, por su complacencia al valorar las teorías asociacionistas. Influido por Locke, Addison afirma la inmediatez del sentido de belleza, que emite su juicio sin inquirir las causas. Adscribe este sentido a la imaginación o fantasía, facultad que acompaña a las percepciones sensibles, especialmente a la vista, que Addison compara con un «tacto delicado».

El sistema de Berkeley (1685-1753) expuesto en su Ensayo sobre una nueva teoría de la visión (1708), y dirigido contra el idealismo innatista y contra todas las hipótesis de nociones generales, ha sido calificado de idealismo sensualista. Para Berkeley es absurdo hablar de ideas abstractas, no solamente como entes objetivos, sino también como productos de la actividad del espíritu. Según él, la ciencia, incluso la física y las matemáticas, deben despojarse de sus tendencias trascendentes y atenerse a los datos de la percepción y, consecuentemente, debe prescindir de todas las abstracciones.

Se muestra en desacuerdo con la doble vía de conocimiento y con las distinciones de Locke ya que, insiste, todo conocimiento puede reducirse a la simple y originaria intuición sensible, a la percepción única. Berkeley niega que puedan concebirse «ideas abstractas» y, más aún, que éstas representen o definan las esencias de las cosas. A lo sumo admite que se pueda hablar de «ideas generales» si con esta expresión se entienden unos símbolos o unas palabras mediante los cuales «nos referimos» a lo real.

Hume (1711-1776) fue tal vez el más célebre pensador de la escuela de Locke. En su Tratado de la naturaleza humana (1739-1740), afirma que «la belleza, como el ingenio, no puede ser definida, sino que se distingue sólo por un gusto o una sensación». En su obra capital, Investigaciones sobre el entendimiento humano (1778), prosigue y profundiza los análisis de Locke y de Berkeley sobre el origen, sobre la naturaleza y sobre la validez de las representaciones. Se opone al racionalismo del siglo XVII y se puede considerar como defensor de un empirismo que admite el análisis racional de las nociones formadas a partir de la experiencia.

El examen de las representaciones muestra, según Hume, su inevitable procedencia de la sensación o impresión recibida a través de los sentidos. La reflexión, en cambio, es una imagen pálida, poco vivaz, un mero recuerdo y una simple copia, de las sensaciones originarias. Hume, no sólo rechaza, a partir de esta primacía de la sensación, los conceptos de sustancia, existencia, casualidad y todas las nociones del racionalismo, sino que contribuye, de manera decisiva para que se pongan en entredicho muchos de los planteamientos apriorísticos de la ética y de la estética.

La Metrie (1709-1751) llega al sensualismo partiendo de su concepción metafísica. Según él, todos los fenómenos no son más que variadas manifestaciones de la única realidad existente -la Naturaleza- y es la materia orgánica dotada de una fuerza propia, la que convierte lo espiritual en corpóreo y la que transforma lo animado en automático. Llega a la conclusión de que la sensación, que es una manifestación de la constitución del organismo, es la única forma posible de conocimiento.

Helvetius (1715-1771), entusiasta discípulo de Locke, declara que la lectura del Tratado sobre el entendimiento provocó una verdadera revolución en sus ideas y en sus actitudes. En su libro De l'esprit (1758), radicaliza el pensamiento sensualista de Locke. Defiende que todo concepto se reduce a sensaciones y califica de falaces los contenidos de ideas generales como «materia», «espacio» o «infinito». Son palabras vagas, afirma, que nos confunden y nos engañan porque someten nuestro espíritu a los fantasmas de la imaginación, por medio de las pasiones y de las condiciones que les impone la vida social. Insiste, de todas maneras, en que uno de los factores más importantes es la imaginación creativa. Esta facultad es la que caracterizará a los diversos tipos de espíritu (espíritu fino, espíritu fuerte, espíritu luminoso, espíritu ancho, espíritu penetrante, espíritu bello, espíritu justo, etc.).

Alexander-Gottieb Baumgarten (1714-1762), que pertenece a la escuela de Leibniz y de Wolf, es el primero en utilizar el término «estética» y el primero que intenta hacer de la ciencia de lo bello y del arte una disciplina autónoma. Antepone a la Lógica de Wolff, o método del conocimiento claro, una ciencia anterior, o método del conocimiento sensible, oscuro. Debemos advertir, sin embargo, que antes de que él propusiera el nombre, la Estética existía en el pensamiento y escritos de otros filósofos: el impulso decisivo vino, sin duda alguna de Locke y de los sensualistas, que hicieron pasar la Belleza del objeto, de una combinación de normas y de proposiciones teóricas y exteriores a los sujetos que la percibe y en quienes se encuentran -condicionándose mutuamente- unas sensaciones, un placer y un juicio. Esta evolución del pensamiento se manifiesta claramente desde las Réflexions, del abad Du Bos (1719), y encuentra su perfecta aplicación literaria con la obra de J. J. Rousseau.

La Aesthetica de Baumgarten, (Frankfurt, 1750-1758), publicada en latín en dos volúmenes, fue planeada en tres partes, como Heurística, Metodología y Semiótica, pero sólo desarrolló la primera parte. Concibió la poesía, no como algo que sigue a la lógica, como un adorno añadido al discurso intelectual, sino como algo que le precede. El objeto de la Estética es el «conocimiento sensible perfecto». Ya en sus Meditaciones había expuesto la teoría de la «cognitio sensitiva perfecta», empleando el concepto de «perfección» para explicar la belleza como cualidad intrínseca del arte y no como una referencia a la perfección del objeto contemplado.

Johann Joaquin Winckelmann (1717-1768), no era crítico ni teorizador literario, pero su importancia en la historia de la Estética es tan grande que se proyecta en todas las teorías posteriores. Escribió mucho sobre el ideal puro, incoloro, «indeterminado» e, inclusive, se entregó a especulaciones y a consejos sobre recónditas alegorías. Sin embargo, como escritor y como hombre, Winckelmann vivió intensamente las teorías sensualistas: su descripción de la estatuaria griega era de carácter sensual, incluso sexual. Su experiencia del arte clásico es concreta, vital, orgánica, en resumen, su crítica es marcadamente sensualista.

No podemos dejar de mencionar también a Johann Georg Hamann (1730-1788) ya que, aunque no elaboró Retórica o Poética alguna, ejerció también una notable influencia. Recordemos que muchos autores lo consideran como el «padre espiritual» de Herder. Aunque combinados con elementos gnósticos, neoplatónicos y con algunos rasgos de pietismo luterano, tanto en sus obras teóricas como en sus comentarios críticos, pone de manifiesto su tendencia sensualista.

Johann Gottfried Herder (1744-1803) elabora también su Estética a partir de los principios sensualistas. Trata de deducir las distintas artes de los diferentes sentidos: la pintura de la vista, la música del oído y la escultura del tacto. Su última teoría, desarrollada en una obra titulada Plastik6 (1778), resultó novedosa en su época. En este trabajo resolvió las dificultades de situar a la poesía, reservándole el territorio de la imaginación; la poesía, escribe, es «La única de las bellas artes inmediata al alma», la «música del alma», la cual «afecta al sentido interior, no al ojo externo del artista». Herder insiste constantemente en los elementos sonoros y métricos de la poesía, y critica lo inapropiado del metro en que Denis tradujo al alemán Ossian. En sus propias traducciones en verso, trata de imitar el sonido, el tono y el metro. Llegó, incluso, a afirmar que «el teatro griego fue puro canto», y definió la tragedia de Sófocles como «ópera heroica».

En la mente de Herder, el lenguaje se asocia con la literatura desde sus mismos principios. La primera colección de los Fragmentos se abre con la declaración de que «el genio lingüístico es también el genio de la literatura de la nación» (Suphan, I, p. 148). De aquí deduce que los orígenes de la poesía y del lenguaje son uno solo. Por eso el tratado herderiano Über den Ursprung der Sprache (1772) es una historia hipotética, no sólo de la lengua, sino de la poesía: el lenguaje primigenio fue una colección de elementos poéticos.

Herder rechaza aquí, a la vez, el origen divino del lenguaje y la vieja y racionalista teoría del convenio mutuo, con lo cual, al mismo tiempo, mejora la teoría de Condillac, que hizo proceder el lenguaje y la poesía del grito. El hombre, según Herder, inventó el lenguaje valiéndose de los tonos de la naturaleza viviente y de los signos de su razón dominadora. La reflexión, por lo tanto, convirtió los gritos en signos y así la poesía fue progresivamente, grito lírico, fábula y mito ya que, según Herder, la poesía está traspasada de parte a parte por la metáfora.

En su obra Über Bild, Dichtung und Fabel (1786), expone que «Toda nuestra vida es, por decirlo así, una poética. No vemos las imágenes, sino que las creamos». La poesía es naturalmente metafórica y alegórica. El hombre primitivo piensa por símbolos, alegorías y metáforas; las combinaciones de estos elementos forman fábulas y mitos. Así la poesía no es imitación de la Naturaleza, sino «imitación de la divinidad creadora, denominadora».

Este breve repaso de autores que, en distinto grado, siguieron las teorías sensualistas podríamos extenderlo considerablemente ya que, sobre todo al final del siglo, raro era el pensador que no luchó en favor o en contra de esta doctrina.





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