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Filosofía y Gramática: una polémica «ideológica» en el siglo XIX

José Antonio Hernández Guerrero




Introducción

Durante el siglo XIX y, en especial, en el período que discurre entre los años 1830 y 1880, el número de publicaciones lingüísticas es elevado en España1. Por su abundancia, diversidad y, sobre todo, por sus implicaciones filosóficas e ideológicas, merecen especial atención las gramáticas lógicas, generales y razonadas que aparecieron durante estos cincuenta años.

La especulación griega -en concreto, los principios aristotélicos, al identificar pensamiento y lenguaje, concepto y palabra- lleva a la consecuencia práctica de que una determinada concepción filosófica implica, necesariamente, una formulación gramatical peculiar. La doctrina griega, que ha perdurado a lo largo de toda la historia de la filosofía, atravesando la Edad Media2 hasta empalmar con el racionalismo moderno, se bifurca en dos sentidos divergentes: el primero, espiritualista, parte de Platón y lo siguen San Agustín, Descartes, Leibniz, Malebranche, etc.; el segundo se inicia con Aristóteles y lo siguen Santo Tomás, Hobbes, Locke, Hume, Condillac, etc.

Para Descartes, por ejemplo, suprimido el acto consciente, desaparece el yo:

«Intelexi me esse rem quamdam sive substantiam, cuius tota natura sive essentia in eo tantum consistit ut cogitem»3.



Condillac es mucho más explícito:

«L'art de parler, l'art d'écrire, l'art de raisonner et l'art de penser ne sont, dans le fond, qu'un seul et meme art...»4.



Pero centremos nuestra atención en España y podremos advertir cómo se produce una corriente que pretende sentar las bases del sistema educativo nacional sobre el sensualismo de Condillac. El empirismo psicológico con las derivaciones materialistas de Cabanis y de Destutt de Tracy se habían difundido con rapidez y eficacia. Focos en esta dirección encontramos en Salamanca, Córdoba y Sevilla. Las ideas pedagógicas de Jovellanos y del grupo reformista de la escuela salmantina nos ofrecen pruebas elocuentes de dicha actitud.

Frente al sensualismo se descubre en el ambiente pedagógico la influencia del espiritualismo ecléctico de Víctor Cousin5, que tiene su momento de penetración, especialmente, a partir de 1834, en las Universidades e, incluso, en el Parlamento. En medio de estas dos posturas se sitúa el sensualismo mitigado o sentimentalismo que, inicialmente defendido por Laromiguière6, tuvo su principal foco de difusión, según Menéndez Pelayo, en el Colegio de San Felipe Neri de Cádiz7. Y es precisamente este Centro el que nos va a servir de escenario en el que localizar las diferentes concepciones que adquieren cuerpo al chocar en una polémica de resonancia científica y social considerable.

El año 1844 salió de la Imprenta de la Sociedad de la Revista Médica un Compendio de las lecciones de filosofía que se enseñan en el Colegio de Humanidades de San Felipe Neri de Cádiz. El tomo tercero se titula Gramática General y es una respuesta, a veces vehemente, a los Principios de Gramática General de Gómez Hermosilla y una reacción al empirismo y, sobre todo, al sensualismo de Condillac y de su discípulo Destutt de Tracy8. El autor de esta obra es José Arbolí, futuro obispo de Cádiz, profundamente preocupado por la influencia que pudiera tener en los alumnos el regente del centro y redactor del «Plan de Estudios», Alberto Lista, seguidor, como es sabido, del sensualismo mitigado o sentimentalismo defendido por Laromiguière. Como anécdota ilustrativa de la solicitud «pastoral» de Arbolí pueden servir las siguientes palabras publicadas en 1897:

«¿Y qué decir de su Gramática General, monumento literario que bastaría por sí solo para crear la fama de un sabio de primer orden? Difícilmente podrá excojitarse cosa más acabada ni leyes más nuevas, dentro de la lógica y de la observación. En sus páginas de oro purísimo y riquísimas perlas, asegura un sabio admirador del señor Arbolí, que venció y acorraló a Hermosilla. Y tenía razón.

Y allá va un detalle curioso que acaso ignoren muchos hasta ahora. Era Lista algo afecto á Condillac. El Sr. Arbolí, que tuvo talento suficiente para conocer los defectos de aquella filosofía, entonces de moda, evitó el peligro, y, no obstante la dirección que a los estudios del Colegio de San Felipe imprimía el ilustre sevillano, supo el futuro obispo salvar los naturales escollos, escribiendo, en apuntes, las lecciones que explicaba a sus alumnos; y, al verificarse los exámenes públicos (á los que asistían las autoridades, los literatos, y los padres de familia, en el patio del mismo colegio) quedóse admirado Lista, al escuchar á los jóvenes filósofos, y reconociendo su error "condillalesco", rogó y suplicó con vivas instancias á su sabio amigo, el nuevo profesor Sr. Arbolí, que diese a la estampa aquellas admirables lecciones, dignas de figurar entre lo más galano, hermoso y castizo que ha brotado del genio español. A esto se debió, pues, la publicación de sus Lecciones de Filosofía»9.



En este trabajo, vamos a reducir nuestro análisis crítico y comparativo a varios puntos nucleares de la polémica entre Arbolí y Gómez Hermosilla. También referiremos las opiniones de Alberto Lista sobre algunos de los problemas seleccionados. Nos proponemos como objetivo mostrar la influencia determinante de la filosofía en las teorías gramaticales. En concreto, vamos a tratar sobre las concepciones de:

  • El lenguaje;
  • La gramática;
  • El verbo.





El lenguaje


Definición

Arbolí emplea el término lenguaje para designar el medio oral de expresión del pensamiento. En él distingue tres niveles que corresponden a realidades sustancialmente distintas y a las que la lingüística moderna ha dado nombres diferentes:

  1. «Facultad peculiar y definidora del hombre;
  2. Sistema de voces articuladas, característico de cada una de las comunidades lingüísticas;
  3. Hábitos o "modo particular de expresarse, propio de cada hombre cuando habla ó escribe, lo cual se llama también estilo"»10.

Cada uno de estos niveles constituye el objeto propio de disciplinas diferentes. La Psicología estudia el lenguaje, facultad humana; la Retórica, el estilo individual y la Gramática presta su atención a la acepción segunda, «a la colección ó conjunto de voces articuladas para significar pensamientos». La Gramática General se limita a los principios y leyes racionales que sirven de base común a todas las lenguas.

Gómez Hermosilla formula una definición extremadamente genérica y simple:

«Entendiéndose por lenguaje hablado el que expresa las ideas por medio de palabras»11.



Tras la definición del lenguaje, Arbolí plantea varios problemas preliminares que, aunque según su opinión, no son estrictamente lingüísticos -no tienen conexión necesaria y directa con esta ciencia-, la filosofía moderna suele incluir en los tratados de Gramática General. Estas cuestiones son:

  • La necesidad del lenguaje;
  • Su origen;
  • La causa de sus variedades.



Necesidad del lenguaje

La necesidad del lenguaje en sentido amplio, como facultad de expresar los sentimientos por cualquier medio, la demuestra Arbolí «victoriosamente» en su Psicología12. El problema planteado en la Gramática General se refiere al lenguaje oral en oposición al lenguaje de acción.

Condillac en su Gramática había definido a este último y le había asignado el primer puesto cronológico en la comunicación humana13:

«Les gestes, les mouvements du visage et les accens inarticulés, voilá, Monseigneur, les premiers moyens que les hommes ont eus pour se communiquer leurs pensées, le lang qui se forme avec ces signes, se nomme "langage d'action"»14.



Destutt-Tracy asigna al lenguaje de acción una función peculiar, complementaria, y, a veces, supletoria. Describe así sus caracteres:

«El lenguaje de acción, si es de todas las lenguas la menos fina, rica y desenvuelta, es la más enérgica, vehemente y la única de que hacemos uso en el exceso de pasión, y cuando la violencia de los sentimientos nos quita la reflexión necesaria para expresarlos con signos convencionales»15.



Para Gómez Hermosilla, el lenguaje de «acción» no sólo es el único «natural», sino que es el modelo básico al que trata de ajustarse e imitar el lenguaje oral:

«¿Cuál es el lenguaje que nos inspira, que nos dá, la naturaleza? El de acción. Y en este, ¿no hay gestos ni ademanes para significar los movimientos en el acto de ejecutarse? Al contrario: examínese en el sordomudo, y se verá que sus signos son, por la mayor parte, imitaciones de los movimientos que ve ejecutar, ya que no puedan serlo de los sonidos porque no los oye. Y se verá más, y es que estas imitaciones son los medios de que se vale para expresar las ideas, no sólo de los movimientos mismos, sino las que por ellos se ha formado de los objetos y sus cualidades. Siendo, pues, las palabras en el lenguaje hablado, lo que los gestos y ademanes en el de acción ¿cómo no las ha de haber para significar la ejecución de los movimientos, las acciones?»16.



Arbolí rechaza de forma absoluta la simple posibilidad de un estado en el que los hombres no tuviesen más signos de pensamiento que los de acción. A esta hipótesis la califica de absurda «porque los hombres en ese estado no serían racionales, y, por consiguiente, no serían Hombres»17. Tras este argumento general y, para él, apodíctico, detalla minuciosamente las razones que hacen imposible que el lenguaje de acción cumpla las cuatro funciones de la palabra humana:

  • «Unir a los hombres en sociedad;
  • Colaborar con la mente a la elaboración y memorización de las ideas;
  • Posibilitar el ejercicio de la meditación;
  • Formular los conocimientos racionales».


El autor gaditano traza el siguiente razonamiento:

«El lenguaje oral es el único instrumento capaz de unir a los hombres en sociedad moral. Esta formulación positiva es consecuencia final de tres afirmaciones axiomáticas unidas de forma encadenada:

  • los hombres han nacido en sociedad y para la sociedad y sólo en ella pueden realizar el fin de su creación;
  • la sociedad moral se forma y se fortifica mediante la comunicación de las inteligencias;
  • el instrumento necesario de la inteligencia es la palabra.

A la misma conclusión llega mediante una argumentación negativa. Con el lenguaje de "acción" sólo se podría llegar a la satisfacción de las necesidades orgánicas: el hambre, la sed, la reproducción. La agrupación humana con finalidad exclusivamente biológica, sería precaria y "tan estúpida y agena de toda relación moral, como lo es la de las abejas ó la de los castores"18.

El lenguaje de "acción", por otra parte, posee un inventario muy reducido de unidades, es cuantitativamente insuficiente para dar consistencia formal y temporal a las ideas. A lo máximo, sirve para expresar directamente las emociones y sentimientos, pero carece de capacidad para "convertirlos en ideas ni para consignar su recuerdo en la memoria"19.

Para la meditación, concebida como monólogo o actividad interior por la que el sujeto habla consigo mismo, es indispensable el uso del lenguaje oral. Arbolí aduce como prueba la carencia de tal actividad mental en animales, niños "infantes" y adultos afásicos.

Por último, el lenguaje de acción expresa los fenómenos individuales y, de éstos, sólo los exclusivamente sensibles. Sin la palabra, el hombre no serla capaz de adquirir ni comunicar conocimientos generales ni abstractos; en definitiva, estaría desprovisto de facultad apropiada para conocer la verdad racional. Entre el lenguaje de "acción" y el "oral" existe una diferencia análoga a la que separa los sentidos de la razón».






Origen del lenguaje

Según Destutt, los estudios sobre el origen del lenguaje estaban en mantillas antes de las teorías de Locke y de Condillac. El gramático parisino, siguiendo a los sensualistas anteriores, afirma que, cronológicamente, el primer lenguaje es el de «acción». Este lenguaje comprendía «los gestos, clamores, actos que hablan a la vista, oído, tacto, y que encierra el germen de todos los lenguajes posibles»20. El hombre, cuando siente la necesidad de entenderse con sus semejantes, se vale de medios espontáneos, anteriores a todo lenguaje articulado:

«Y este medio ha de ser un resultado de la naturaleza de nuestro ser, o un efecto necesario de nuestra organización. Efectivamente, no podemos tocar o alcanzar una cosa que deseamos, sino llevando la mano a ella, si está cerca, o encaminándonos hacia ella, si está lejos: si estamos fatigados, nos echamos; el dolor nos arranca aves ó gritos; la alegría, la sorpresa, el temor nos inspiran otros diferentes; golpeamos ásperamente lo que nos irrita, y acariciamos con dulzura lo que nos agrada, y manejamos con tiento lo delicado... Todos experimentan en sí estos efectos, y viéndolos en sus semejantes, conocen lo que pasa en ellos»21.



Desttut defiende el lenguaje de «acción» como previo e inevitable proceso inicial del lenguaje oral. El primero, «natural» y «necesario», evoluciona hacia el segundo, «artificial» y «voluntario»;

«Este lenguaje natural y necesario se ha hecho artificial y voluntario, rehaciendo para pintar el pensamiento o sentimiento las mismas acciones que él produjo naturalmente; el uso lo ha afinado, variado y circunstanciado cada día más, perfeccionando los signos según su capacidad por convenciones expresas»22.



Explica de manera detallada la evolución de la «acción» de cada sentido:

«Quedando los tactos casi los mismos, los gestos han recibido desenvolvimientos capaces de formar una verdadera lengua sabia. De los sonidos hechos artificiales sólo han quedado las interjecciones del lenguaje primitivo, alteradas muchas en su significación; en las demás palabras apenas encuentran los etimologistas en sus sílabas radicales, algunos vestigios de la primera impresión producida por el objeto o el sentimiento que representan y ligeras trazas de su forma original; pudiéndose asegurar que las lenguas usuales son el lenguaje natural prodigiosamente extendido y perfeccionado con todas las especies de signos que componen el primero»23.



Para Destutt, por lo tanto, los diferentes tipos de lenguaje se complementan entre sí y contribuyen a servir de cauce de una comunicación completa:

«Los sonidos forman la parte más rica y fecunda; los gestos se le unen como auxiliares y accesorios necesarios, y los tactos concurren para mayor expresión: de este modo resulta el lenguaje de acción perfeccionado y compuesto de los tres ramos de gestos, sonidos y tactos. Cuando con una mano conduzco a un hombre hacia un objeto, se lo señalo con la otra, o le digo que vaya a él, le señalo de tres modos diferentes una misma idea»24.



Arbolí se niega a aceptar la mera posibilidad del planteamiento de la evolución del «lenguaje de acción» al «lenguaje hablado». Defiende que entre los dos no se da continuidad gradual ni histórica porque, según él, difieren sustancialmente y el primero no ha existido antes ni sin el segundo. El «lenguaje de acción» es esencialmente incapaz de alcanzar la eficacia del lenguaje hablado, «por grande que sea la perfección que el arte consiga dar a los signos naturales, nunca los pensamientos significados por este medio, pueden tener la claridad y la precisión que les da el lenguaje»25. Pero Arbolí aduce una segunda razón que hace la evolución aún menos posible: «La perfección de que indudablemente es susceptible el lenguaje de acción, nace y se deriva del lenguaje hablado».

Tras estas afirmaciones, plantea directamente la posibilidad de existencia del lenguaje «natural» como etapa previa del lenguaje hablado. La acepta como hecho obvio en el desarrollo evolutivo de cada uno de los individuos, pero la rechaza, por carencia de pruebas documentales, en el origen del género humano. El estudio etnográfico de los pueblos primitivos antiguos y de los salvajes actuales impide llegar a otras conclusiones. Descartada la hipótesis del origen del lenguaje oral, concebido como evolución perfeccionada del lenguaje de «acción», Arbolí presenta dos posibles opciones alternativas: la invención humana o la revelación divina. Desde la óptica de su filosofía, solamente va a aceptar como válida esta segunda, por exclusión de la primera. Veamos cómo argumenta.

La invención del lenguaje supone condiciones objetivas que, en realidad, son consecuencias del mismo lenguaje. Éstas son, a nivel colectivo:

  • «La existencia de una verdadera sociedad humana;
  • La estipulación de un "contrato" explícito entre los hombres que establecieran la codificación oportuna;
  • La posibilidad de concebir ideas sin la ayuda del lenguaje, a no ser que éste hubiera surgido como efecto sorprendente de la mera casualidad».

Finalmente, Arbolí argumenta in absurdum:

«Si pues hubo un tiempo en que no pensaron, hubo un tiempo en que no fueron racionales, hubo un tiempo en que vivieron contra el orden propio de su naturaleza. Tal suposición es absurda, luego es inadmisible»26.



Tras estos argumentos, con los que pretende cerrar el paso a la hipótesis evolucionista en el origen del lenguaje, Arbolí formula una conclusión que coincide con la interpretación literal del pasaje bíblico:

«Deus creavit de terra hominem, et secundum imaginem suam fecit illum... Creavit ex ipso adjutorium simile sibi; Consilium, et linguam, et oculos, et aures, et cor dedit illis excogitandi, et disciplina intellectus replevit illos. Creavit illis scientiam spiritus...»27.



Para permanecer, sin embargo, dentro del ámbito de las ciencias humanas -y no teológicas- valora la Biblia como texto histórico y a su autor, Moisés, como historiador. Sigamos directamente la línea de su argumentación.

«¿Qué debemos concluir de esta demostración? Que, eliminada la hipótesis de la invencion del lenguaje, es forzoso admitir la solucion del problema tal cual la dá Moisés, el historiador más antiguo del mundo, y el más digno de crédito, aun considerado humanamente, la palabra la recibieron del Criador nuestros primeros padres juntamente con la razón. Dios, al comunicarles ésta, le dio un lenguaje formado, como instrumento indispensable para que pudiesen usarla, y cumplir el fin de la creación»28.



La donación directa no sólo del lenguaje como capacidad, sino también de alguna lengua concreta, también la defendió Jaime Balmes:

«El examen del lenguaje produce otro bien de la mayor trascendencia, cual es el que excita en el alma un indecible asombro, en vista del admirable fenómeno que llamamos hablar; nos hace notar ese prodigio, en que antes no reparábamos; nos inspira una profunda convicción de que no ha podido ser inventado por el hombre; con lo cual nos lleva de la mano a la revelación primitiva, a una comunicación de los primeros hombres con Dios; esto es, a reconocer por el camino de la filosofía la narración de Moisés»29.






La variedad de las lenguas

La doctrina de la infusión divina del lenguaje lleva implícita la tesis monogenésica del hombre y de la lengua. Arbolí la explícita y la defiende apoyándose en las razones anteriormente expuestas y, sobre todo, en las afinidades fonéticas y gramaticales existentes entre las distintas lenguas, puestas de manifiesto por los estudios comparativos30:

«Que el idioma primitivo del género humano debió ser uno solo, es verdad, que, aunque no puede históricamente demostrarse sino por la narración de Moisés, que es el único historiador de los sucesos de aquella época, resulta como consecuencia necesaria de las reflexiones que hemos expuesto, y de otro género de observaciones que han hecho varios filólogos eruditos, y consiste en señalar las afinidades de todos los idiomas que se conocen. Los cuales á pesar de sus notorias desemejanzas, tienen ciertos puntos de contacto, así en lo material de las voces como en sus gramáticas, que prueban que todos ellos son fragmentos de una lengua primordial y comun»31.



Explica la diversidad de lenguas de maneras distintas, según la naturaleza y grado de sus divergencias formales. Las diferencias esenciales tienen su origen en «algún acontecimiento súbito y violento ocurrido á los hombres que hablaban el idioma primitivo». Creemos que no sería una hipótesis excesivamente atrevida pensar que, implícitamente, Arbolí se está refiriendo al mito bíblico de la Torre de Babel. El autor gaditano se apoya, por lo tanto, en una interpretación literal de la Biblia, a la que sigue como norma positiva. Puede resultar orientadora, a este respecto, la nota al pie de página que dice lo siguiente:

«Quien apeteciere instruirse suficientemente en este asunto valiosísimo, que nosotros no hacemos más que indicar, debe consultar los escritores que se han propuesto tratarlo de propósito, y especialmente a nuestro distinguido compatricio, el sabio erudito Dr. Wiseman, en su obra sobre la armonía de la ciencia y la revelacion, escrita originariamente en inglés, y traducida ya á otros varios idiomas»32.



Este autor, cardenal arzobispo de Westminster, aunque de ascendencia irlandesa y británica, había nacido en Sevilla. En sus abundantes escritos, se había propuesto como objetivo mostrar la convergencia entre las verdades adquiridas por la ciencia y las recibidas por medio de la revelación. Sobre el origen del lenguaje, sólo constata la inconsistencia de las diferentes teorías que, hasta entonces, se habían defendido:

«Desde la época de Buffon, se han levantado unos sistemas al lado de otros, semejantes a las columnas del desierto y con actitud amenazante; pero no eran más que arena como ellas; y aunque en 1806 contase el Instituto de Francia más de ochenta teorías de esta especie, hostiles a las Sagradas Escrituras, ninguna de ellas ha quedado en pie hasta hoy, ni merece fijar nuestra atención»33.






Origen de la escritura

También plantea Arbolí el problema del origen de la escritura. Aunque propugna la imposibilidad de determinarlo con seguridad, recoge, sin asumirla, la tesis de Bonald, apoyada en razones «plausibles» y contrarias a la invención de la escritura. Según este autor, no es posible «inventar» los signos gráficos sin descomponer previamente los sonidos articulados. Esta operación no se puede llevar a cabo sin la ayuda de los caracteres alfabéticos. La segunda razón es histórica: el único pueblo en el que se dieron las condiciones favorables para la invención de la escritura alfabética, el egipcio, sólo conoció la escritura simbólica. De estos argumentos deduce Bonald que:

«La escritura alfabética fue revelada por Dios a Moisés y comunicada por éste al pueblo hebreo, del cual la tomaron los pueblos circunvecinos, y entre otros los fenicios que, con sus navegaciones por el Mediterráneo, la propagaron en las costas de África, el Asia Menor y la Europa»34.



Arbolí muestra su simpatía por esta tesis afirmando que, incluso sin contar con dichos argumentos, existe un hecho que contradice la tesis de la invención fenicia de la escritura: Moisés y los hebreos escribían mucho antes de haberse «acercado a la vecindad de los fenicios». Calcula que la invención de los signos coincidiría con la fundación de Tiro, hecho simultáneo a la judicatura de Débora en Israel y posterior, en más de dos siglos, a la época de Moisés.

Gómez Hermosilla defiende claramente que los diferentes tipos de escritura fueron inventados por el hombre:

«Es un hecho histórico que, no contento el hombre con haber empleado como signos momentáneos de las ideas los sonidos producidos por su órgano vocal, halló todavía el modo de hacer permanentes estos mismos signos, inventando caracteres, que pintados, escritos, esculpidos, grabados, ó formados de cualquier modo, sobre la superficie de ciertos cuerpos, representen las palabras. Y como en estas se puede considerar, ó las idéas que expresan, ó los sonidos de que se componen; se deja conocer que toda escritura, título genérico bajo el cual se comprenden las pinturas, los grabados y cualquier otro signo duradero de lenguaje hablado, ha de ser por necesidad de una de dos especies; porque ó representa directamente las idéas, ó los sonidos de que constan las palabras que las enuncian»35.



Las conclusiones a las que llega el autor gaditano se pueden resumir de la siguiente manera:

  • «Es imposible conocer históricamente el origen de la escritura ya que no existen pruebas documentales;
  • Este desconocimiento carece de relevancia científica y de interés pragmático ya que no impide el estudio de la naturaleza ni el análisis de sus relaciones con la inteligencia a la que sirve de vehículo de expresión y de instrumento de perfeccionamiento».







Gramática

Arbolí «ideólogo»36, teórico racionalista del lenguaje, considera a la lengua como trasunto fiel del pensamiento. Defiende que las leyes de la gramática encuentran su justificación en los principios universales de la Filosofía, en los que se fundamentan todas las lenguas. Define así a la Gramática General:

«Se ha dado este nombre, con menos propiedad de la conveniente, á la Filosofía del Lenguaje, ó sea la ciencia que investiga y establece los principios del pensamiento hablado. Y decimos que se llama Gramática impropiamente, porque la General no es arte sino ciencia; no enseña idioma ninguno determinado, y mucho menos todos, como acaso pudiera creerse, viéndola designada con este título; sino la teoría general y común de las palabras, prescindiendo de los idiomas en que puedan formularse: en suma, la Gramática General es la ciencia que trata de los principios y fundamentos filosóficos del habla»37.



La dependencia filosófica ya había sido proclamada por Descartes, Port-Royal, Du Marsais, Beauzée, etc. Estos autores afirmaron que era preciso conocer las operaciones de nuestro entendimiento para comprender los fundamentos del lenguaje y establecieron la distinción entre la Gramática General y la Gramática Particular:

«La Grammaire Générale est donc la science raisonnée des principes immuables et généraux du langage prononcé ou écrit, dans quelque langue que ce soit.

Une Grammaire Particulière est l'art d'appliquer aux principes immuables et généraux du Langage prononcé ou écrit les institutions arbitraires et usuelles d'une langue particulière. La Grammaire Générale est une science, parce qu'elle n'a pour objet que la spéculation raisonnée des principes immuablès el généraux du Langage.

Une Gramaire Particulière est un art, parce qu'elle envisage l'application practique des institutions arbitraires et usuelles d'une langue particulière aux principes géneraux du Langage»38.



Destutt de Tracy, seguidor de Condillac, publica a principios del siglo XIX sus Éléments d'idéologie, que constituyen su sistema de lógica y que dividió en tres partes: la primera, la Idéologie propement dite, estudia la generación y formación de las ideas; la segunda, la Grammaire, trata de la formación y uso de los signos que representan las ideas, y la tercera, la Logique, se ocupa de la deducción de las ideas39. Este autor ratifica la proposición de que la Gramática es la continuación de la ciencia de las ideas o Ideología y afirma que «para hallar las leyes del discurso y del raciocinio es indispensable conocer nuestra inteligencia, y que antes de hablar de Gramática y de Lógica es menester estudiar nuestras facultades intelectuales»40.

Sabemos que Jovellanos, preocupado intensamente por la pedagogía, intenta siempre fundamentar sus numerosos planes de enseñanza sobre ideas sólidas. En sus Rudimentos de Gramática General, nos ofrece las siguientes definiciones:

«Al arte de unir y enlazar las palabras de una lengua para expresar por su medio los pensamientos y formar un discurso seguido, se ha dado el nombre de gramática, la cual puede ser definida así: gramática es el arte de hablar bien una lengua, ó es el conjunto de reglas que deben ser seguidas y observadas para hablar bien una lengua; así que, el conjunto de las reglas establecidas para hablar con propiedad la lengua castellana podrá ser llamada "gramática castellana" ó "arte de hablar bien el castellano"; y lo mismo se puede decir de todas las demás lenguas.

Estas reglas, establecidas por el uso y reunidas por la observación, fueron en parte derivadas de la naturaleza, y en parte de combinaciones arbitrarias; y por eso hay algunas que son comunes a todas las lenguas del mundo, y otras que son propias y peculiares de cada lengua particular.

Al conjunto de reglas de la primera clase daremos el nombre de "gramática general", y al de la segunda, de "gramática particular"»41.



Arbolí está de acuerdo con la integración de la Gramática en la Psicología y justifica así su tesis:

«¿Dónde debemos estudiar estos principios?

En la índole y en las leyes de la inteligencia humana; porque siendo la palabra no solamente signo, sino también expresión y cuerpo de la idea; y estando las dos modificaciones, la material y la intelectual, á pesar de su diferencia, unidas tan indisolublemente, que vienen como á identificarse en una sola modificación; examinar los principios del habla, es examinar los del pensamiento; tratar de las voces, es tratar de las ideas encarnadas en ellas; y la ciencia del lenguaje no es otra cosa más que una sección, uno de los aspectos de la Ideología, ó de la Psicología mental»42.



La concepción racionalista de la Gramática sirve de fundamento a su división bipartita. En cada una de las partes, se estudian respectivamente, las operaciones complementarias de la mente: el análisis y la síntesis. Este plan sistemático y metodológico es común a Destutt de Tracy, a Gómez Hermosilla y a Arbolí. El gramático francés explica el método de la siguiente manera:

«Todo discurso es la manifestación de nuestras ideas, y, por lo tanto, sólo el conocimiento perfecto de éstas puede hacer descubrir la verdadera organización del discurso y mostrarnos en todas sus partes el secreto mecanismo de su composición»43.



Como conclusión afirma que la Ideología sienta las bases para el conocimiento de los elementos del discurso y de los procedimientos para unirlos mediante la sintaxis, la cual:

«[...] consiste [...] en señalar el lugar que deben tener los signos en la oración, en determinar las variaciones que algunos deben experimentar, y en fijar el uso de los que no sirven sino para enlazar entre sí a los otros»44.



Gómez Hermosilla expone así el plan de sus Principios de Gramática General:

«Entendiéndose por lenguaje hablado 'el que expresa las idéas por medio de palabras'; y pudiendo estas considerarse, ó según que, reunidas en mayor ó menor número y coordinadas de cierto modo, enuncian un pensamiento completo; se hace necesario dividir este tratado en dos libros, en el primero hablaré de las palabras sueltas, y en el segundo, de su coordinación»45.



Arbolí sigue el mismo razonamiento, pero es aún más explícito en la formulación y más concreto en sus conclusiones. Establece con claridad y precisión un principio fundamental del racionalismo en el que va a apoyar toda su doctrina: el juicio mental es la operación específica del hombre y el contenido peculiar del lenguaje:

«P.- ¿Cómo debemos proceder en este estudio?

R.- Debemos examinar la estructura de la oración. Todo pensamiento humano, tomada esta palabra en su genuino significado, es un juicio; y la expresión verbal del juicio es la oración o la proposición. Pero la oración puede considerarse en sí misma, y en las partes que la constituyen; y no hay duda que para llegar a conocer su naturaleza, se hace indispensable comenzar por el examen de los elementos de que se compone, llamados con notable propiedad partes de la oración. Así pues, dividiremos este tratado en dos secciones: en la primera examinaremos las partes de la oración, y en la segunda, la oración completa formada. Esto, como se ve, es hacer el análisis de la oración acomodando al asunto de la Gramática General, el método filosófico, que es el único útil y seguro en todo género de investigación»46.



Según Lista, no se puede reducir el lenguaje humano a un instrumento cuya única función consista en expresar las operaciones del pensamiento. Defiende que la vida interior del hombre desborda los límites racionales y que el lenguaje también es vehículo de exteriorización de las emociones. Y por esto, precisamente, quiere evitar que se le interprete como seguidor, a este respecto, de Destutt de Tracy:

«[...] no se crea que adoptamos la idea de Destutt-Tracy, de que sería muy conveniente la creación de un idioma filosófico; esto es, arreglado á las nociones de la gramática general. Aquel profundo metafísico conocía muy bien la deducción y espresion de las ideas; pero ignoraba ó manifestó olvidar la ideolojía peculiar de la imajinacion y de los afectos. El hombre necesita de estos, porque son sus fuerzas vitales; de aquella, porque es la fuente de sus placeres mas puros, inocentes y agradables; y las especulaciones de la filosofía, áridas en comparación de los movimientos animados de la fantasía y del corazon, no le haran renunciar al idioma ardiente, figurado, armonioso y arrebatador que les es propio. Asi se esplica por qué todos los idiomas sin escepcion han conservado las interjecciones, voces las menos filosóficas posibles, pues por sí solas nada analizan»47.



Lista se muestra, por lo tanto, escéptico sobre la eficacia pedagógica y validez científica de las gramáticas filosóficas, razonadas o generales, que sólo pueden explicar una parte reducida de la actividad de la mente:

«Y asi se esplica tambien por qué es tan dificil reducir á un sistema ideológico los idiomas; porque si se esceptúan un corto número de reglas generales, todos ellos han sido producto de la imajinacion, de las pasiones y de las necesidades humanas, tan variadas en las diferentes naciones. El filósofo puede y debe analizar las operaciones de la mente en la formacion de las ideas, juicios y raciocinios; pero los que crearon los idiomas, ¿habían hecho esta sabia y profunda análisis?»48.



Jaime Balmes, por el contrario, se manifiesta defensor del estudio de la Gramática General, cuyo objeto es el lenguaje, «expresión del pensamiento por medio de las palabras». Es partidario también del empleo del método analítico y del sintético, pero advierte que «conviene no perder nunca de vista que la gramática general versa sobre un hecho dado y que, por consiguiente, nunca deben las teorías contrariar a la observación». Argumenta así la conveniencia del estudio de la gramática general:

«La utilidad de la gramática general es mayor de lo que comúnmente se cree, a juzgar por el breve espacio que se le asigna en la enseñanza. Estudiar el lenguaje es estudiar el pensamiento; el adelanto en un ramo es un adelanto en el otro; así lo trae consigo la íntima relación de la idea con la palabra.

Otra utilidad de la gramática general es el preparar al estudio científico de las lenguas. Estas se pueden aprender de dos modos, por rutina o por principios: en el primer caso el trabajo es mucho mayor, y el conocimiento más incompleto: la memoria se carga de palabras y de reglas, que se olvidan fácilmente porque les faltan principios que les sirvan de lazo y exciten su recuerdo; en el segundo, el número de las palabras y de las reglas que se han de retener es mucho menor, porque basta conservar lo primitivo y la ley con que se forma lo secundario.

El estudio del lenguaje es muy importante para el de la historia del género humano: en ello se interesa la religión de una manera especial, como lo manifiestan las dificultades que la lingüística había suscitado a la narración de los Libros Sagrados y las soluciones cumplidas que se les han dado con los progresos de la misma ciencia, alcanzando la verdad de nuestra religión los más brillantes triunfos»49.






Verbo

La noción de verbo es otro tema clave que polariza las polémicas gramaticales de este siglo XIX. Su sincretismo formal hace difícil el análisis y da ocasión a contrapuestas definiciones parciales. Los autores tampoco están de acuerdo al señalar la raíz de tales discrepancias. Algunas opiniones son tan simplistas como la de Noboa, que cree que la dificultad de la definición reside en la necesidad de emplear sustantivos para explicar la naturaleza de los verbos:

«Nosotros creemos además, que la causa de no definirse bien el verbo es porque, siendo una palabra de naturaleza tan distinta del nombre, hai que definirle con un nombre, i por eso su naturaleza no queda bien explicada. Pues decir que el verbo significaba sér, afirmación, existencia, movimiento, &. c., es como decir que el verbo tiene la significación de un nombre; pues tales son sér, existencia, afirmación, movimiento, &. c.»50.



Este mismo autor nos señala las líneas que siguen las definiciones, más frecuentes y conocidas:

«Unos dicen que es el signo de la afirmación; otros que expresa el juicio que hacemos de las cosas; otros que sólo representa la existencia de ellas, i que no hai más verbo propiamente tal que el verbo ser; otros dicen que el verbo significa ideas de movimientos u operaciones, &. c., todas estas cosas son muy ciertas, pues estas propiedades convienen al verbo; mas como no es fácil comprenderlas en una definición, tampoco lo es el definirle bien»51.



Este problema de la naturaleza del verbo no sólo se plantea desde ópticas filosóficas diferentes, sino que hunde sus raíces en presupuestos teológicos. En realidad, la preocupación profunda se sitúa en el tema del origen del lenguaje humano. Hemos visto anteriormente cómo, mientras que unos autores, apoyados en la interpretación literal del texto bíblico, pretenden demostrar la intervención directa de Dios en la adquisición de la palabra, otros, por el contrario, defienden que el lenguaje oral es el resultado de una larga evolución del lenguaje de «acción». La concepción del verbo va a depender, como veremos, de la actitud que se haya mantenido con respecto a dicho origen del lenguaje.

Hemos sentido interés por conocer la posición de Alberto Lista y cuáles eran los puntos concretos en los que disentía de su compañero de claustro, Juan José Arbolí. Podemos obtener una respuesta, al menos parcial, en el artículo que el poeta sevillano publicó en un periódico de Cádiz y en el que se hace eco de la definición del «verbo único»:

«Hay entre los escritores de gramática general una disputa muy reñida acerca de la naturaleza del verbo, elemento esencial de la oración»52.



En dicho artículo, Lista resume, en primer lugar, la definición racionalista espiritualista:

«Unos lo contemplan como expresión compuesta de otros dos, que son, el verbo ser llamado "sustantivo", base común de todos los verbos, y de un adjetivo que representa calidad, acción ó pasion. Descomponen, por ejemplo, yo amo en estos dos: yo soy amante, ó mejor, yo soy amando: esto es, yo existo amando. Si se les dice que ningún idioma admite esta descomposicion sino en muy raros casos, responden que no por eso deja de descomponerse así la idea, aunque el genio del lenguaje comun no la admita. En el idioma hablado no podrá hacerse esa descomposicion; pero sí en el idioma pensado»53.



La explicación de Arbolí coincide con esta teoría. Veamos su definición literal:

«¿Qué es el verbo?

Es la palabra expresiva de la afirmación racional, esto es, del acto de la razon constitutivo del juicio, y en cuya virtud los conocimientos son y se llaman conocimientos racionales»54.



Podemos apreciar cómo Arbolí adopta la postura de los ideólogos espiritualistas y lleva el racionalismo gramatical a sus máximos extremos. Evita todos los términos referidos a los sentidos y multiplica los que expresan realidades espirituales. La definición del verbo la completa así:

«¿Tiene el verbo además otras significaciones y otros oficios?

Su atribución esencial es la que hemos determinado: sin perjuicio de ella, se emplea también el verbo para significar otros dos hechos del alma, el deseo y la voluntad; mas para esto es menester que varíe de inflexion y de modo, como veremos en adelante. El verbo en su significacion pura, simple y directa no expresa más que el acto de la razon afirmando la relacion percibida entre dos términos, ó lo que es idéntico, formando juicios»55.



Una vez establecido el principio fundamental, Arbolí deduce sus consecuencias:

«Sólo existe un verbo, cuya forma invariable es la palabra es.

Todos los términos que reciben el nombre de verbo pertenecen efectivamente a esta categoría gramatical si llevan incluido, implícita o explícitamente, dicho elemento es, invariable y necesario»56.



La teoría del verbo único estaba muy arraigada entre los ideologistas e, incluso, Destutt la defiende categóricamente:

«[...] el verbo ser es en realidad el verbo auxiliar, universal y necesario, que precisamente entra en la composición de los demás: que se halla en todos los tiempos, aun en los simples, cuando se descomponen, y lo que es más, reciben de él sólo la posibilidad de tener tiempos, pues a él sólo deben la propiedad de expresar la existencia»57.



En España, los primeros rasgos de la definición lógica del verbo los encontramos en el tratado gramatical del padre escolapio Benito de San Pedro58, que, siguiendo la Gramática de Port-Royal, afirma:

«El verbo es una palabra ó parte de la oracion cuyo oficio principal es significar la afirmacion ó juicio que hacernos de las cosas»59.



Pero Arbolí es más radical. Para él, el elemento invariable es no se identifica con la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo ser. Todos los verbos, incluso el ser, son el resultado de un proceso de sincretismo que engloba, en una sola unidad léxica, la afirmación es y el atributo afirmado, contenido específico de cada verbo en particular60.

Frente a esta doctrina se levanta la teoría sensualista. Alberto Lista la expone de la siguiente manera:

«Otros, atendiendo al origen del lenguaje y al modo probable y natural con que se formó, atribuyen la invencion de los verbos al deseo de suplir con la voz, el gesto con que antes se indicaba la acción ó la pasion. El verbo rogar, por ejemplo, fue posterior al gesto de un suplicante que representaba su significado, y que lo representa todavía cuando el que oye no entiende el idioma del que habla»61.



El defensor más caracterizado en España de la noción estrictamente sensorial del verbo es Gómez Hermosilla. Contra él van dirigidos los argumentos de Arbolí. El verbo sirve fundamentalmente, según el gramático madrileño, para significar los movimientos corporales:

«Estas palabras, pues, destinadas a significar tanto los movimientos que se obran fuera de nosotros, como los que de ellos resultan en nuestros sentidos, sen los que en gramática se llaman verbos»62.



Arbolí responde a esta definición con una serie de razonamientos que expone con vehemencia e, incluso, con cierta agresividad. Parte de un argumento de autoridad. Según él, esta doctrina, la suya, «es universal y constante entre los filósofos» y sólo la rechazan algunos gramáticos, entre los que se encuentra Gómez Hermosilla:

«Algunos preceptistas notando que con los verbos se expresa el movimiento y la acción, [...] diéronse á entender que los verbos son voces significativas de dicha idea, que este es su oficio y que no tienen otro. Don José Gómez Hermosilla en su obra titulada Principios de Gramática General, adoptó esta opinion, y se esforzó cuanto pudo por combatir la teoría contraria. En su dictamen, los verbos son palabras inventadas para significar los movimientos de los cuerpos y, por traslacion, las operaciones de los espíritus»63.



La respuesta de Arbolí es terminante. La teoría sensualista del verbo es doblemente falsa: por la verdad que niega -que el verbo sea expresión del juicio racional- y por el error que afirma: que el verbo se caracterice por su significado de movimiento o de acción. Ejemplos como yacer, descansar, etc., constituyen, según él, pruebas suficientes. Señala que la raíz de tal error hay que buscarla en una interpretación equivocada de la teoría filosófica del verbo. Tras este razonamiento global, Arbolí analiza por separado cada uno de los cinco argumentos que esgrime Gómez Hermosilla. Veamos cada uno de ellos y las respuestas de Arbolí:

«Los verbos activos no se resuelven completamente por el sustantivo unido con los nombres adjetivos, ó lo que es lo mismo, las oraciones hechas con el verbo sustantivo no enuncian el mismo idéntico pensamiento, que las formadas con verbos activos»64.



Hermosilla explica cómo con el verbo ser y un adjetivo se atribuye al sujeto una simple cualidad y, por el contrario, con los verbos activos, una acción. Recuerda que Aristóteles había situado las cualidades y las acciones en diversas categorías lógicas e ilustra estas afirmaciones con varios ejemplos. La respuesta de Arbolí insiste en la radical distinción entre las dos formas homónimas y homógrafas es, con significados y funciones diferentes. No tiene inconvenientes en aceptar los argumentos de Hermosilla ya que, en su opinión, en nada afectan a la teoría del verbo único; es más, incluso en los casos en que los verbos activos se puedan descomponer según el modelo analítico, sería desaconsejable, ya que los verbos activos se han formado precisamente para dar «soltura y rapidez a la expresión» mediante la síntesis de la afirmación y el atributo.

El segundo argumento de Hermosilla se refiere a los verbos que, al ser descompuestos, cambian de significado. Los agrupa en cuatro apartados:

  • «Los unipersonales (o terciopersonales), llueve, truena, etc., cuyas oraciones resultantes, por carecer de sujetos, serían radicalmente incompletas -p. e., es lloviente-, equivaldrían a no decir nada.
  • Los rigurosamente pronominales, en los que, al sufrir el cambio sustitutivo, desaparece el pronombre y adquieren diferentes significados.
  • El verbo estar.
  • Los tiempos compuestos de la voz activa y las perífrasis pasivas».


Arbolí insiste nuevamente en la diferencia entre el verbo sustantivo y la fórmula afirmativa es y, a continuación, resuelve cada uno de los problemas presentados por Hermosilla.

«Para afirmar la existencia actual de un hecho, no es necesario conocer su causa y, cuando se dice llueve, truena, etc., el hecho es el sujeto y la existencia actual es el atributo: "el verbo resume ambos términos y la relacion entre ellos percibida".

De manera idéntica soluciona Arbolí la dificultad de análisis de los verbos pronominales. La imposibilidad formal de transformación en una lengua determinada, en nada contradice el hecho de que el verbo implique la afirmación racional. La diferencia de estos verbos con los otros activos es sólo sintáctica o de régimen.

En cuanto al verbo estar, Arbolí reconoce la imposibilidad de permutarlo por el verbo ser, pero sostiene que, en las oraciones en que se emplea, también se afirma del sujeto un modo de ser y existir y nunca un movimiento o una acción.

Y, finalmente, la inconvertibilidad de las formas compuestas y perifrásticas en otras con el verbo único es no se opone a "la verdad inconcusa del principio, que en toda proposicion, sea la que fuere su forma, va siempre expresa ó implícitamente contenido el signo de la afirmacion, la palabra es65.



Hermosilla aduce otra tercera prueba, de carácter histórico. A su juicio, todas las lenguas tuvieron verbos activos, mucho antes de que uno de ellos adquiriese «la significación metafísica» en que ahora se usa y por la cual recibe el nombre de «sustantivo». Se apoya en tres razones, las dos primeras negativas y la tercera, positiva:

  • «No existen lenguas en las que todas las oraciones posibles se formen con el verbo ser -o su equivalente- y un adjetivo.
  • Se desconocen idiomas cuyos verbos activos no hayan existido siglos antes de que uno de ellos hubiese adquirido el valor de afirmación racional.
  • Y, finalmente, se puede probar empíricamente que el verbo ser español, el francés être y el italiano essere, derivados del latino esse, vienen todos del griego e/))a, cuya significación inicial era ir o enviar y, posteriormente, llegar, estar en un lugar, estar y, más particularmente, estar fuera de la nada o existir».


Frente a estos argumentos, Arbolí presenta otro de carácter también negativo. Asegura que es imposible conocer el orden cronológico del nacimiento de los diferentes tipos de verbos y, en consecuencia, solamente se atreve a sugerir la hipótesis de su aparición simultánea. Excluidas las pruebas genéticas y cronológicas, concede singular fuerza al hecho indiscutible de la existencia actual, en todas las lenguas, del verbo único es.

La cuarta prueba de Hermosilla sigue siendo de índole histórica:

«Ni existe, ni ha existido, ni puede existir una lengua sin verbos activos»66.



Da una explicación apoyándose en conceptos de la psicología sensualista. Parte de la definición de la sensación como la percepción «de los movimientos comunicados por un cuerpo contiguo al órgano exterior o interior del nuestro, y transmitidos por un nervio». Según él, el movimiento es la explicación del universo y la clave de la vida humana. Es inconcebible, por lo tanto, una lengua que carezca de medios adecuados, de palabras apropiadas, para significar el movimiento.

Arbolí no sólo niega el valor de este argumento, sino que, incluso, lo aprovecha en favor de su propia teoría:

«[...] aunque admitamos el aserto en toda la extensión con que está enunciado, nada se seguirá de él contra la teoría filosófica del verbo. En efecto, no se conoce idioma alguno, antiguo ni moderno, que no tenga verbos adjetivos, esto es, verbos que además de significar la afirmación, expresan alguna propiedad, algún modo, ahora sea la acción, ahora la pasión, la situación, el estado, etc. Esto prueba que las lenguas en sus elementos principales no se formaron poco a poco y lentamente, ó por lo menos, que es natural a la inteligencia humana la propensión á facilitar la rapidez del pensamiento, tanto más encadenado, cuanto mayor es el número de voces á que se liga»67.



Por último, Hermosilla formula una quinta proposición en términos, también, negativos:

«Suponer una lengua, que sin tener verbos activos tenga adjetivos, es suponer un hecho absolutamente imposible»68.



La demostración sigue dos caminos lógicos: deductivo uno, empírico el otro. El primero es una mera aplicación de la teoría de las sensaciones. Los adjetivos -dice- significan aquellas cualidades físicas que les suponemos a consecuencia de las impresiones que dejan en nuestros sentidos. Estas sensaciones se expresan inicialmente por medio de verbos que después derivan en adjetivos: «El hombre no pudo calificar de corredora a la liebre, sin haberla visto correr, ni de rugiente, o rugidor, al león sin haberlo oído rugir»69.

Como prueba empírica, aduce ejemplos de participios y adjetivos derivados de verbos latinos: amans, sanctus...

Arbolí muestra su desacuerdo con los dos supuestos en los que Hermosilla apoya la argumentación: que todos los adjetivos son nombres verbales y que todos los verbos significan acción. Apela a los ejemplos múltiples de verbos derivados de adjetivos y de verbos neutros que se pueden formar tanto en las lenguas antiguas como en las modernas. Advierte que, aunque la definición sensualista de la percepción fuera cierta, no es, ni mucho menos, evidente para la mayoría de los miembros de una comunidad lingüística:

«Esta verdad -afirma- no la conoce la generalidad de los hombres, y ninguno necesita conocerla para ver lo cuadrado, lo redondo, etc.; esto es, para formar las ideas de dichas propiedades, las cuales percibe y afirma, desde que se le manifiesta el objeto, como propiedades y cualidades suyas, como partes constituyentes de la idea total que del objeto va formando; por consiguiente como verdaderas ideas concretas que es menester enunciar con nombres adjetivos»70.



Para Alberto Lista no resulta tan evidente que el verbo ser haya sido elemento integrante de los verbos que surgieron en las lenguas primitivas para sustituir a los gestos indicativos de una multitud diversa de oraciones:

«Bajo este punto de vista es imposible dar un elemento común á todos los verbos, como quiera que cada uno ha procedido de la diversidad de acciones, situaciones y propiedades que el hombre observa, y que quiere expresar, primero con el lenguaje de acción y después con el oral»71.



El autor sevillano, próximo a las ideas de Condillac, afirma que los verbos de contenido abstracto surgen tras un largo proceso de evolución de la mente y cuando las lenguas han adquirido un alto grado de perfeccionamiento:

«Los verbos que representan ideas mas abstractas y generales han debido ser los últimos que se inventasen; pues los objetos sensibles é individuales han sido los primeros en llamar la atención así de los individuos, como de los pueblos»72.



Lista ilustra su afirmación con ejemplos concretos:

«Es preciso que haya adelantado la civilización para inventar las voces saber, ignorar, meditar, abstraer, opinar y otras que suponen el uso frecuente del raciocinio y una inteligencia cultivada»73.



Está, por lo tanto, en franca oposición con la doctrina del profesor de filosofía de su Colegio y defiende explícitamente que la aparición del verbo ser supone un largo proceso de formación y perfeccionamiento de las lenguas:

«Ahora bien: no hay ninguna idea mas abstracta ni mas general que la de la existencia; por tanto el verbo ser que la representa, fue uno de los últimos que se inventaron, y su uso no llegó á hacerse tan general como ahora lo es, sino cuando el lenguaje empezó á pulirse y perfeccionarse»74.



Y no debe sorprendernos que utilice también las Sagradas Escrituras como fuente de argumentos en favor de su teoría:

«Compruébase esta teoría con el estilo de la Sagrada Escritura en los libros del Antiguo Testamento, en los cuales no hay elipsis más frecuente que la omisión del verbo sustantivo»75.



Todo el razonamiento precedente pretende mostrar la inconsistencia de la defensa de la «teoría del verbo único» desde una perspectiva genética:

«¿Cómo, pues, ha de ser base de todos los verbos el que fue posterior en su creación á la mayor parte de ellos, si no á todos?»76.



Pero Lista, sobre todo, lo que no admite es la polémica en sí. No está de acuerdo en que se opongan las dos teorías como antagónicas o alternativas. Defiende que cada definición está formulada desde una óptica formal distinta. Las dos son verdaderas con tal que se consideren desde ángulos distintos. Desde una perspectiva lógica, la doctrina de Arbolí es aceptable: los verbos de las lenguas que han alcanzado un alto nivel de perfeccionamiento incluyen la afirmación mental. Pero, si analizamos la génesis del lenguaje humano y nos referimos a las lenguas que se encuentran en un estado precario de evolución, también es admisible la teoría sensualista:

«En nuestro entender esta disputa no procede sino de diverso aspecto, bajo el cual ha considerado cada uno de los contendientes esta materia. Si atendemos al orijen y formación del lenguaje; si estudiamos el genio de los diferentes idiomas, es claro que ni existió al principio, ni es posible, generalmente hablando, la resolución de los verbos en el sustantivo y un adjetivo, participio ó gerundio. Pero si atendemos á la deducción filosófica de las ideas, es indudable y evidente aquella resolución»77.



Desde el punto de vista filosófico, Lista muestra su acuerdo con la teoría que defiende el doble significado del verbo, además de los valores que vienen expresados por los identificadores de voz, modo, tiempo, número y persona: uno, constante y común a todos los verbos, y otro el significado peculiar de cada verbo. Explica esta tesis a partir de un ejemplo:

«Cuando dijésemos: el sol ilumina la tierra, no puede negarse que en la palabra ilumina, además de los accidentes gramaticales de voz, modo, tiempo, número y persona (que son indiferentes en esta cuestión) hay encerradas dos ideas: la primera es la de la existencia del sol, y la otra, la manera de existir el sol, que es iluminando la tierra.

Ambas, pues, son esenciales al verbo. Sin la segunda no hay acción, pasión ni propiedad atribuida al sol: sin la primera no hay afirmación. Usemos si no del gerundio ó del verbal que representan meraménte la accion. Digamos: el sol iluminador de la tierra, ó el sol iluminando la tierra, y quedará el sentido incompleto, porque nada hasta ahora se ha afirmado del sol»78.



Lista distingue dos niveles de análisis: el gramatical y el filosófico. Acepta que el análisis gramatical no posea capacidad para separar siempre los dos valores verbales; pero siempre se podrá recurrir al análisis filosófico:

«Enhorabuena, pues, se nieguen los idiomas á admitir esta descomposición: enhorabuena sea mal dicho el sol es iluminante la tierra, ó el sol es iluminando la tierra: enhorabuena las frases el sol es iluminador de la tierra, el sol está iluminando la tierra signifiquen en ciertos casos una cosa diferente de la que indica la oración que nos ha servido de ejemplo. No por eso deja de ser cierta la existencia de las dos ideas. Es, pues, cierta en filosofía la opinión del verbo único. Decimos en filosofía, esto es; en el análisis de las ideas que contiene todo verbo»79.



Según Lista, el verbo, núcleo de la oración, con independencia de sus contenidos semánticos, es el elemento portador del juicio que expresa la oración:

«Toda oración es la expresión de un juicio, es decir, de aquel acto del entendimiento por el cual concebimos que una idea está incluida en otra. En esta parte las ideas de acción son lo mismo que las de pasión ó de propiedad; de todas puede afirmarse ó negarse que estén incluidas en la del sugeto. Una misma es la esencia de los juicios espresados en estas dos proposiciones: el sol es centro de los movimientos planetarios, el sol ilumina la tierra, aunque la primera sea, como dicen los gramáticos, oración de verbo sustantivo, y la segunda de verbo activo. ¿Por qué? porque el verbo activo encierra necesariamente en su idea la del verbo sustantivo»80.



El mismo razonamiento aplica a la voz pasiva, en las lenguas que tienen formas específicas, como en las que la expresan por medio de las formas compuestas. Las diferencias a «nivel superficial» en nada contradicen la afirmación racional, implícita en todas las formas:

«Lo mismo podemos decir del verbo pasivo. Aun en los idiomas que tienen voz pasiva puede descomponerse el verbo en cuanto á las ideas; y en los que no tienen aquella voz se descompone también en cuanto á la expresión: Manlio fue precipitado de la roca Tarpeya, representa verdaderamente la pasion de Manlio. Los enemigos del verbo único no lo quieren así, y dicen que el participio precipitado no denota accion ni pasion, sino el estado en que quedó aquel héroe despues de su suplicio, y comprueban su dictámen en el nombre del participio de pretérito que se ha dado á los pasivos, por cuanto se refieren siempre á una accion anterior. Sea así; pero tampoco nos negaran que por la figura metonimia es fácil tomar el efecto por la causa, y espresar con la voz que significa el estado, la misma accion que sufrio y que produjo aquel estado»81.



Lista, por lo tanto, muestra su preferencia por la consideración funcional sobre la formalista:

«Así vemos que la lengua latina, en la cual hay tiempos que tienen pasiva y tiempos que no, da á unos y á otros el mismo réjimen. Tan de pasiva es esta oracion, dux a militibus interfectus est, como esta, dux a militibus interficitur. Una misma es la construccion de una y otra, y en castellano son sinónimas estas dos frases: el general fue muerto por los soldados y los soldados mataron al general. Si el participio muerto solo representa un estado y no una accion sufrida, ¿cómo se le da el réjimen por los soldados? Los verbos que solo representan una situacion como amanecer, estar, crecer, vivir, morir, envejecer y otros muchos, no admiten réjimen sino figuradamente»82.



Lista advierte cómo el fenómeno de la lexicalización, proceso constante en todas las lenguas, de igual manera que explica los cambios de significados a partir de usos inicialmente figurados, puede justificar el actual valor pasivo de los participios:

«Es muy comun en las lenguas hacerse propias por el uso las espresiones que se introdujeron en virtud de alguna traslacion ó de otra figura. Sirva de ejemplo las voces que representan las operaciones del alma, introducida primero metafóricamente, y despues han llegado á ser tan propias, que el lenguaje no las admite ya en su primitiva significacion. ¿Quién llama en el dia discurso al acto de correr de una parte á otra, ni reflexion, como no sea en física, al rechazo de los cuerpos elásticos? Los participios pasivos que empezaron significando una situación, han llegado, pues, á representar muy propiamente una pasion»83.



Tras la reflexión anterior, Lista llega a la conclusión de que la afirmación existencial está incluida en toda forma verbal y de que un análisis lógico en profundidad demuestra que en el estado actual de las lenguas sólo existe un verbo único, componente esencial de todos los demás. Su formulación es categórica:

«Es innegable, pues, que la idea de la existencia entra en la composición de todos los verbos activos ó pasivos, y que ideológicamente hablando, no hay mas que un verbo, siendo los otros compuestos de este verbo y de un adjetivo, puédase ó no hacer esta descomposición en los idiomas»84.








Conclusión

La exposición anterior muestra la influencia determinante que tienen las doctrinas filosóficas -y, por supuesto, teológicas- sobre la formulación de los conceptos fundamentales de la lingüística.

La aceptación previa de una teoría filosófica conduce a la elaboración de un modelo peculiar de gramática.

Las nociones de sustantivo, adjetivo, verbo, etc., pueden depender de los principios filosóficos que les sirven de referencias; y, finalmente, algunas de las definiciones modernas que se presentan como inéditas y originales tienen sus precedentes en gramáticas españolas, muchas de las cuales han quedado olvidadas.



 
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