El fiscal inquisidor D. Nicolás Rodríguez Laso en Barcelona (1783-1794)
Antonio Astorgano Abajo
Universidad de Zaragoza
Para mi hermano Ángel Astorgano, veterinario.
Entre los personajes poco conocidos de nuestra Ilustración están los hermanos Rodríguez Laso, el inquisidor Nicolás (1747-1720) y el rector del Colegio de San Clemente de Bolonia, Simón (1751-1820).
Son dos clérigos que debemos situarlos en el ámbito de los sectores ideológicos filojansenistas durante gran parte de su vida, hasta que el vendaval de la Revolución Francesa apagó las inquietudes reformistas de muchos personajes de nuestra Ilustración.
Concretamente Nicolás tuvo contactos con el grupo filojansenista de Valencia, indirectamente con el obispo Climent a través de la condesa de Montijo y del obispo de Cuenca, Antonio Palafox, y directamente con el obispo de Salamanca, Felipe Bertrán, con su sobrino el inquisidor Matías Bertrán y con Pérez Bayer.
Podemos calificar a Nicolás Laso como «el último gran inquisidor de Valencia», puesto que gozando Nicolás Laso de unas cualidades intelectuales bastante notables, pudo haber aspirado a cargos más altos, pero la función inquisitorial colmó sus aspiraciones. Espíritu refinado por su amor a las artes y a las humanidades, estuvo cuarenta años dentro de la estructura inquisitorial, cumpliendo sus obligaciones a satisfacción de todo tipo de gobiernos, que realmente eran los que mandaban en la Inquisición de los últimos tiempos.
Pero Nicolás pasó desapercibido. No publicó nada sobre el Santo Oficio y su nombre no figura en ninguno de los estudios publicados hasta la fecha por los investigadores, de manera que tuvimos serias dificultades para que nos dieran una pequeña pista en la sección de Inquisición del Archivo Histórico Nacional. Después hemos podido dibujar su biografía. Nicolás estuvo casi cuarenta años ejerciendo como fiscal inquisidor, segundo inquisidor e inquisidor decano en Barcelona y Valencia, y parece que no existió.
Será el signo de la familia, pues su hermano Simón es uno de los más duraderos rectores del Colegio de San Clemente de Bolonia (1788-1821) y tampoco ha atraído la atención de los historiadores.
En el presente estudio esbozaremos la etapa catalana (1783-1794) de la trayectoria vital del inquisidor Nicolás Rodríguez Laso. Período de plenitud vital del inquisidor (de los 36 a los 47 años de su vida) que coincide con la de nuestra Ilustración. Para el conocimiento más detallado de la vida de Nicolás Rodríguez Laso y del viaje que hizo a Francia e Italia en 1788-891, remitimos a otros trabajos nuestros2 y de Giménez y Pradells3.
El inquisidor don Nicolás Rodríguez Laso nació en Montejo (Salamanca) el 17 de agosto de 1747 y fue bautizado ocho días después4.
Nicolás
debía ser el primogénito del matrimonio formado por
Fernando Rodríguez, natural del lugar de Palacios, y
María Antonia Martín Laso, natural de la villa del
Villar del Profeta, residentes en Montejo. Su profesión era
la de labradores, de bastante buena posición
económica, respaldados por el prestigio social de un
canónigo importante, hermano de doña María
Antonia, según declaración del secretario de la
Inquisición madrileña, Fuster: «Sus padres son labradores en dicho lugar de
Montejo. Tiene un tío Canónigo y Dignidad de
Arcediano de Monleón de la Catedral de Salamanca».
Adelantemos la síntesis biográfica del secretario
Fuster Bertrán en agosto de 1779 (otro familiar del
inquisidor general del mismo apellido), interesante porque apunta
rasgos psicológicos de la personalidad de un Laso con
treinta y dos años recién cumplidos:
«debo informar a V. S. que el expresado don Nicolás Rodríguez Laso es natural de Montejo, del obispado de Salamanca, que estuvo cinco años en el colegio de Trilingüe de la Universidad de dicha ciudad con beca de lengua griega, en la que se instruyó bastante, por cuyo respeto sustituyó repetidísimas veces la cátedra de dicha lengua. Hizo oposición a la de Retórica. Obtuvo el grado de bachiller en la Facultad de Cánones. A poco tiempo de haber cumplido los cinco años de Colegio, el Ilustrísimo señor don Sebastián Flores Pavón, obispo de Cuenca, le eligió por su secretario de Cámara, cuyo empleo ejerció por espacio de cinco años y medio. El citado Prelado le dio dos beneficios simples de valor anual de cuatro mil ducados. Habiendo muerto el expresado señor, pasó a esta Corte con ánimo de permanecer en ella y deseoso de tener una ocupación propia de su estado sacerdotal, ha solicitado con las mayores ansias el ser ministro de este Santo Oficio. Tiene bastante talento, una conducta arreglada, vida recogida, de modo que al anochecer se retira a su casa, que mantiene con decencia en compañía de una tía suya. Está reputado por eclesiástico honesto y arreglado. Tiene treinta y cuatro años de edad. Sus padres son labradores en dicho lugar de Montejo. Tiene un tío Canónigo y Dignidad de Arcediano de Monleón de la Catedral de Salamanca.»5 |
De los varios hermanos que debió tener Nicolás, solamente el citado Simón es interesante porque llegó a ser académico de la Historia y de la de San Fernando, Gran Cruz de Carlos III y durante muchos años (1788-1821) rector del Colegio de España en Bolonia.
Otro hermano fue José, padre de Francisco de Sales Rodríguez Laso, ex-colegial de San Clemente, quien permaneció toda su vida en Italia. Este sobrino, a quien Simón Rodríguez Laso dejará como heredero, se casó con Carlotta Zambeccari, nieta del conde Zambeccari, representante regio de España en Bolonia. De ambos nacerá Doménica Rodríguez Zambeccari, la cual se casará con Annibale Ranuzzi, de quienes descenderá una serie de personajes públicos (incluido algún fundador de la Italia unificada y ministro) de la rama italiana de los Rodríguez Laso.
Suponemos que Nicolás recibió las primeras letras en su pueblo natal de Montejo, no muy alejado de Salamanca, bajo la atenta vigilancia de su tío materno, canónigo y arcediano de Monleón, don Nicolás Martín García Laso. No en vano llevaban el mismo nombre de Nicolás.
Las primeras
fuentes fiables para conocer el currículo estudiantil de
Nicolás son de 1766. En los documentos presentados en agosto
de ese año para conseguir el bachilleramiento en
Cánones se afirma «haber cursado y
ganado en esta misma Universidad cinco cursos de la Facultad de
Sagrados Cánones en lecciones de Decreto, Decretales,
Instituta y Sexto, comenzados en San Lucas de 1761 y finalizados en
20 de abril del presente año de la fecha»
.
También es
de agosto de 1766 el título de los méritos que
Nicolás presentó para la oposición de la
cátedra de Retórica, donde manifiesta «tener ocho años de estudios mayores en
las facultades de Artes, Teología, Leyes y
Cánones»
.
No es fácil
hacer una cronología de esta variedad de estudios. Ingresa
en la Facultad de Artes de la Universidad de Salamanca el 18 de
julio de 1759 «con examen de
gramática»
6.
Tenía doce años. Tres años más tarde,
el 30 de junio de 1762, Nicolás obtuvo nemine discrepante, en
compañía de otros veintiocho bachilleres, el
bachilleramiento en Artes7,
otorgado por fray Manuel Portillo, después de sufrir un
riguroso examen de «Súmulas,
Lógica y Física»
8.
Grado confirmado en el Libro de Actas: «Don Nicolás Rodríguez Laso,
natural de Montejo, diócesis de Salamanca. En treinta de
junio de dicho año, el Reverendísimo Padre Fray
Manuel Portillo dio los grados de Bachilleratos en Artes a los
susodichos, a las ocho de la mañana»
9.
En el curso
1761-1762 Nicolás comienza los estudios en la Facultad de
Cánones y el 28 de agosto de 1762 ingresa en la Real y
General Academia de Leyes. En el currículo presentado en la
oposición a la cátedra de Retórica se dice:
«Consta por certificación de el
doctor don Pedro Navarro, inspector moderante de la única
Real y General Academia de Leyes, sita en una de las aulas de
Escuelas Mayores de esta Universidad, y refrendada del bachiller
don Francisco Hervás, su Secretario, cómo don
Nicolás Lasso fue examinado, y aprobado nemine discrepante, para
entrar en dicha Academia, en veinte y ocho de agosto de mil
setecientos sesenta y dos, habiendo respondido por espacio de media
hora a preguntas sueltas de todo el primero y segundo libro de la
Instituta, y
sufrido dos horas de argumentos contra la doctrina del
párrafo 25 de "Legatis", y después acá ha tenido
todos los ejercicios que le han tocado por su turno, como es
defender, argüir y preguntar todos los días de
Academia, a cerca de todos los títulos de la Instituta por su orden; y es
de los actuantes más antiguos»
.
Los tres cursos de
1763 a 1766 fueron de intenso trabajo intelectual, estudiando
matemáticas, griego, retórica (dos años) y
filosofía (otros tres): «Estudió tres años de
Filosofía, en los cuales sustentó un acto de
públicas conclusiones, con toda agudeza y aplauso universal,
al que le arguyeron el Ilustrísimo Obispo de Zela, auxiliar
de Salamanca, varios doctores y catedráticos de esta
Universidad, como consta por certificación de su
maestro».
Además, dos años de
Teología: «Consta ha estudiado dos
años de Teología, asistiendo a su Academia,
defendiendo y arguyendo en ella siempre que por su turno le
tocó».
Curso 1763-1764.
El 20 de diciembre de 1763, Nicolás aparece matriculado, en
«Matemáticas», por primera vez entre los
colegiales del Colegio Trilingüe. Conseguido el
bachilleramiento en Artes, ingresa en el Colegio Trilingüe al
año siguiente. Mérito ponderado en la
oposición a la cátedra de Retórica en 1766:
«Fue recibido en el Colegio
Trilingüe, en concurrencia de otros muchos opositores, el
año de mil setecientos sesenta y tres, precediendo un
rigurosísimo examen de Lengua Latina ante el Claustro de
Catedráticos de Propiedad, en esta referida
Universidad»
10.
Curso 1765-1766. El 18 de noviembre de 1765, Nicolás se halla matriculado de «griego y Leyes», junto con otros diez colegiales del Colegio Trilingüe11.
Fruto de esta seria formación humanística es el juvenil Discurso sobre la utilidad y necesidad de la Lengua griega, publicado en 1765 (Nicolás tenía dieciocho años), que ofrece a la Academia de Buenas Letras de Sevilla12, la cual deseaba impulsar el estudio de los idiomas griego y hebreo, siguiendo la iniciativa de la época13, lo que le valió ser nombrado Académico de Honor de la misma, el 20 de junio de 1766, constando su residencia habitual en Salamanca14. En la portada Laso se autodefine como profesor de Griego y Derecho Civil en la Universidad de Salamanca.
El año 1766
es memorable en la vida de Nicolás Laso, pues a lo largo del
mismo oposita infructuosamente a la cátedra de
Retórica de la Universidad de Salamanca, obtiene el
bachilleramiento en Cánones y publica un «Poema
pathético», a la muerte del Rvmo. P.
M. Fr.
Manuel Bernardo de Rivera, Trinitario Calzado, doctor
teólogo de la Universidad de Salamanca y su
Catedrático de Escoto, en el que, además de Colegial
trilingüe y Académico de Honor de la Academia de Buenas
Artes de Sevilla, se define como «opositor a las Cátedras de
Retórica de la Universidad de
Salamanca»
15.
Al finalizar el
curso 1765-1766, Nicolás incorpora el bachilleramiento en
Cánones el 8 de agosto de 1766, probando haber cursado
lecciones de Decreto, Decretales, Instituta y Sexto, durante cinco
cursos (1761-1766) en la Facultad de Sagrados Cánones:
«En ocho de agosto de mil setecientos
sesenta y seis, don Nicolás Rodríguez Laso, natural
del lugar de Montejo, diócesis de Salamanca, colegial en el
Trilingüe de esta Universidad con examen en Gramática
de los examinadores de esta Universidad de 18 de julio de 1759,
prueba haber cursado y ganado en esta misma Universidad cinco
cursos de la Facultad de Sagrados Cánones en lecciones de
Decreto, Decretales, Instituta y Sexto, comenzados en San Lucas de
1761 y finalizados en 20 de abril del presente año de la
fecha con cédulas y matriculas»
16.
Como estudiante
aventajado, fue profesor sustituto de Retórica en la
Universidad y en el Colegio Trilingüe («consta asimismo que ha substituido dicha
cátedra muchas veces, por ausencias de dicho propietario.
Asimismo dicho don Nicolás Lasso ha enseñado
Retórica a sus concolegas, y la ha explicado, y aprobado
tres veces en ella, por el rector de Escuelas y los
catedráticos de Lenguas y otros»
), de igual manera
fue profesor sustituto de la asignatura de Lengua Griega: «Ha substituido la cátedra de Lengua
Griega por ausencia del maestro Fray Bernardo de Zamora, Carmelita
Calzado, su propietario, y la ha explicado de extraordinario a los
profesores que concurrían a su aula; y en su Colegio de
Trilingüe la ha enseñado a colegiales de su
profesión»
.
En el Archivo de la Universidad de Salamanca se encuentra el expediente de la oposición a la Cátedra de Retórica, efectuada a lo largo de 1766 en la que participó Nicolás Rodríguez Laso. La cátedra fue ganada por don Francisco Javier Sampere, doctor en Filosofía por la Universidad de Cervera, con un sueldo de 50 florines, equivalentes a quinientos ducados anuales, es decir unos 5.000 reales, que eran medio sueldo, puesto que la otra mitad era para el anterior catedrático jubilado, mientras viviese. Nicolás se animó a participar en la oposición, además de por sus conocimientos, porque era una cátedra ocupada tradicionalmente por los colegiales del Trilingüe. El título de la portada del expediente es bastante descriptivo:
«Proceso de la vacante de la Cátedra de
propiedad de Retórica, por dimisión que de ella hizo
don Miguel Antonio Salgado, colegial que fue en el de
Trilingüe de esta Universidad, por ascenso que tuvo a
Prebendado de la Santa Iglesia Catedral de la Ciudad y Obispado de
Zamora. Y se proveyó por S.
M. (que Dios guarde) a consulta de su Real Consejo de
Castilla, en don Francisco Javier Sampere, Doctor en
Filosofía por la Universidad de
Cervera»
17.
Como era costumbre en todos los procesos a cátedras, realizados los ejercicios de la oposición en junio de 1766, se elevaba al Rey un expediente en el que se resumían en cuadernillo impreso los «títulos» de los opositores, para que el Consejo de Castilla, quien, en último término seleccionaba al opositor que creía oportuno (de ahí la decisiva importancia de la opinión del fiscal del Consejo, Rodríguez Campomanes), se formase criterio sobre los méritos de cada candidato. Está fechado en Salamanca el 25 de agosto de 176618.
Resumiendo, a los 19 años Nicolás estuvo a punto de obtener la cátedra de Retórica de la Universidad de Salamanca, tenía publicados dos discursos y era miembro de tres academias: de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, de la Academia de Cosmografía y de la Real y General Academia de Leyes19.
Durante los cursos 1766-1770 estamos convencidos que fueron encaminados por Nicolás a obtener la licenciatura en Cánones, pero no hemos encontrado tal grado ni don Nicolás dice nada de haberse examinado ni de haberlo conseguido en los tres currículos que presentó al inquisidor general en 1794, 1798 y 1814. Siempre firma como licenciado, pero sólo alude a los exámenes de bachilleramiento. Después de un cuidadoso examen de los Libros de Grados Mayores desde 1758 hasta 1793, llegamos a la conclusión de que Nicolás Rodríguez Laso no fue licenciado por la Universidad de Salamanca, puesto que no hay el menor rastro20.
Como rasgo predominante de la personalidad de Nicolás durante estos años de estudiante, aparece su espíritu humanista, ligado a personajes como el maestro agustino Fr. Antonio José de Alba, tan admirado por Meléndez Valdés. Espíritu que fructifica en el tempranero Discurso sobre la utilidad y necesidad de la Lengua griega y se mantiene durante su vida. En el Diario en el Viage a Francia e Italia (1788-1789) Laso visita los centros de enseñanza del griego y anota y discute la innovaciones pedagógicas introducidas en su enseñanza, observadas en los alumnos o en los profesores, como don Manuel Aponte, con quien conversa acerca de una traducción de Homero (Bolonia, 10 de septiembre de 1788) y sobre el correcto modo de pronunciar (Bolonia, el 4 de mayo de 1789).
Nicolás no parece haber sido influido de manera especial por algún profesor a su paso por la Universidad. Creemos que escribió el elogio fúnebre por Fr. Manuel Bernardo de Rivera, más por ser Trinitario Calzado que por Catedrático de Escoto. En la formación de Laso influyeron más el Colegio Trilingüe y el entorno del obispado que la Universidad de Salamanca, propiamente dicha. Bertrán supo rodearse de una serie de intelectuales universitarios reformistas como Antonio Tavira, instalado en Salamanca en el curso 1763-1764, precisamente cuando empieza el pontificado de Bertrán, y el catedrático fray Bernardo Agustín de Zamora, Carmelita Calzado (1720-1785), amigo y colaborador estrecho del obispo.
Dado que la consecución de una cátedra en propiedad no era fácil y que su dotación económica tampoco era muy atrayente, como hemos visto, Nicolás se decide a ejercer la abogacía. En los diversos curriculum que, como inquisidor, debe presentar a lo largo de su vida hace notar que fue abogado de los Reales Consejos, después de los años de pasantía reglamentarios21.
Tenemos dudas sobre el tiempo y el lugar en que ejerció la abogacía. Suponemos que la ejerció en Madrid, entre 1770 y 1771, antes de ser secretario del obispo Flórez Pabón, y entre 1777 y 1781, antes de ser nombrado promotor fiscal de la Inquisición de Corte, pero también pudo hacerlo en Valladolid entre 1770 y 1771, donde su amigo, el extremeño don Sebastián Flórez Pabón, era inquisidor, el cual se llevará a Nicolás como secretario cuando, el 29 de julio de 1771, fue nombrado obispo de Cuenca.
Es muy difícil la posibilidad de que Nicolás ejerciese la pasantía y la abogacía en Valladolid antes de ser secretario del obispo Flórez, puesto que fue colegial del Trilingüe de Salamanca hasta 1769 y lo encontramos matriculado en la Facultad de Leyes el 16 de junio de 1770, justamente un año antes de ser designado el inquisidor Flórez para el obispado de Cuenca.
Cuando realmente
Nicolás pudo ejercitarse en la abogacía fue en el
período 1777-1781 en los tribunales de Madrid, lo que le
proporcionó la experiencia necesaria para desempeñar
la fiscalía en el tribunal de la Inquisición. Desde
mediados de 1777 Nicolás residía en Madrid y
acudía con frecuencia a la casa del fiscal del Consejo de
Órdenes, Miguel de Medinueta y Múzquiz, según
confiesa éste en septiembre de 1779: «A la tercera pregunta dijo que en el espacio de
cerca de dos años en que concurre con la mayor frecuencia
dicho don Nicolás a casa del declarante ha observado siempre
una conducta y costumbres correspondientes a un cristiano timorato
y propias de la santidad del sacerdocio, en que se
constituyó dicho pretendiente a título de los
beneficios que posee en el obispado de Cuenca. Y que ha oído
y visto que está muy separado de ruidos y
escándalos.»
22.
En cualquier caso, se deduce que ejerció la abogacía durante poco tiempo, interrumpiéndose ésta en 1781 cuando fue nombrado promotor fiscal de la Inquisición madrileña.
En 1771
Nicolás ya debía ser presbítero, pues
también aparece definido como tal en todos los documentos,
aunque no sabemos cuándo fue ordenado sacerdote. Sólo
nos consta, por su título de oposición a la
cátedra de Retórica, que en agosto de 1766 estaba
ordenado de «prima tonsura, a
título de suficiencia»
23.
El 29 de julio de 1771 es elegido obispo de Cuenca el anciano don Sebastián Flórez Pabón24, el cual fue consagrado en Valladolid, el 29 de septiembre de 1771, por el obispo de dicha ciudad, don Manuel Rubín de Celis, asistido por el obispo de Zamora, Antonio Jorge Galván, y por el de León, Baltasar Yusta Navarro.
No sabemos exactamente cuándo y dónde se entabló la amistad de Laso y Flórez. Debió ser en Salamanca, donde Flórez había cursado leyes y cánones y de cuya catedral había sido racionero. Después fue elegido inquisidor y canónigo de la catedral de Valladolid25.
El obispo
Flórez Pabón favoreció mucho a Nicolás,
pues le concedió dos beneficios simples en Iniesta y en
Honrubia en la diócesis de Cuenca: «El citado Prelado le dio dos beneficios simples
de valor anual de cuatro mil ducados»,
declara el
secretario inquisitorial Fuster en agosto de 1779. Ciertamente la
amistad de Nicolás con el obispo de Cuenca le
resolverá el futuro económico a nuestro inquisidor,
pues obtendrá los dos beneficios simples citados, que le
rentarán entre 25.000 y 50.000 reales anuales, según
las distintas fuentes26.
Fueron cinco años de intensa actividad en la diócesis como visitador general, examinador general y secretario de Cámara, que se interrumpió con la muerte del obispo Flórez, el 25 de julio de 1777. El obispado de Cuenca le debió dar bastante trabajo a Laso, pues contaba con 385 poblaciones, 391 parroquias y una población de 260.925 personas (censo de 1788). A falta de referencias concretas sobre Laso, podemos imaginarnos su intervención en las principales tareas desarrolladas durante estos años por el obispo Flórez Pavón y por el amigo común don Antonio Palafox Croy de Abre, arcediano titular de la catedral de Cuenca.
Flórez tomó posesión del obispado el 5 de septiembre de 1771 por su apoderado Antonio Palafox y hace su entrada solemne el 28 de octubre del mismo año.
Nicolás
llegó desde el principio con el obispo Flórez, pues
el 18 de agosto de 1779 en la solicitud de ingreso en la
Inquisición, confiesa que «el
Ilustrísimo señor don Sebastián Flores
Pavón, obispo de Cuenca, le eligió por su secretario
de Cámara, cuyo empleo ejerció por espacio de cinco
años y medio»
27.
Si el obispo Flórez estuvo en Cuenca desde octubre de 1771
hasta julio de 1777, resultan los cinco años y medio de que
habla Laso.
Dato confirmado
por el testimonio del día 6 de septiembre de 1779 de don
Antonio Palafox, futuro obispo de Cuenca, quien «A la primer pregunta del interrogatorio, dijo
conoce siete años a don Nicolás Rodríguez
Laso, el que fue a la ciudad de Cuenca en compañía
del Ilustrísimo Señor Don Sebastián
Flórez Pabón, obispo de dicha ciudad, y por su
secretario de cámara, en cuyo empleo y negocios dio pruebas
de madurez y juicio en el espacio de cinco años que le
obtuvo».
El obispo Flórez se recuerda en Cuenca por haber planificado y comenzado la «Casa de recogidas», que continuó Antonio Palafox. Su finalidad era recluir a las mujeres de mala vida.
De este tiempo fueron los primeros contactos con el grupo jansenista de la tertulia de la Condesa de Montijo y con diversos miembros de la familia Palafox, quienes testificarán a su favor en el proceso de limpieza de sangre, imprescindible para entrar en la carrera inquisitorial.
Laso ayudaría a don Antonio Palafox, Gran Cruz de Carlos III desde 1771, en sus afanes reformistas. El espíritu caritativo de este amigo debió marcar a Nicolás y nos explica las visitas constantes a todo tipo de centros de beneficencia que Laso hará en el viaje a Europa.
Nicolás Rodríguez Laso, académico correspondiente (1779) y supernumerario (1782) de la de la Historia
Casi un año antes de ingresar en la Inquisición madrileña (6 de diciembre de 1779), Nicolás solicita, el 26 de febrero de 1779, ser admitido en la Real Academia de la Historia, dirigida por Campomanes:
El margen izquierdo se anota el acuerdo de la Academia del 26 de febrero de 1779:
«Pase al señor censor»
, el cual
el 5 de marzo contesta:
«El
censor no encuentra reparo en que la Academia admita al
pretendiente en la clase de sus individuos correspondientes.
Madrid, marzo, 5 de 1779. Antonio Mateos Murillo».
Ingresa, pues, el
mismo año que Jovellanos. El 12 de marzo de 1779, escribe su
discurso de ingreso, que se lee en la Junta de la Academia de la
Historia de ese mismo día. Está rotulado con el
siguiente título: «Oración
gratulatoria del señor don Nicolás Rodríguez
Laso, presbítero, secretario de la cámara episcopal
de Cuenca, visitador general y examinador sinodal de aquella
diócesis y académico de la Real Academia de Buenas
Letras de Sevilla. Leída en la Junta de 12 de marzo de
1779»
29.
Es un breve pero
clásico discurso. Después de un conciso exordio, pasa
a la narración, que consta de dos partes: «Más debiendo ser este primer acto una
solemne acción de gracias a este Ilustrísimo Cuerpo
por haberme admitido en el número de sus individuos, me
contentaré con decir algo, primero, de la alteza de este
beneficio y obligación en que por él me considero y,
después, del mérito de las actuales tareas de este
Cuerpo y lo agradecida que por ellas debe estarle la
Nación».
Nicolás se
extiende en la segunda parte del discurso («las actuales
tareas» de la academia), fijándose exclusivamente en
el Diccionario geográfico de España. Una
obra, cuya publicación, acordada el año de 1772, era
considerada como necesaria y urgente. Laso coincide plenamente con
el concepto multidisciplinar de «geografía», que
la Academia estaba dando a su diccionario: «el conocimiento geográfico de un
país es de los más importantes para la vida del
hombre, porque sin él no puede florecer el comercio y la
navegación [...] En este Diccionario
hallarás, Patria amada, un tesoro de los más
estimables monumentos y noticias de su antigüedad y
religión, su situación local y extensión, el
clima y sus propiedades, genio y costumbres de los habitantes de
cada provincia. Los progresos de artes y ciencias, agricultura y
comercio. La descripción geográfica de cada reino y
país, montes, ríos y campos, baños, minerales
y otras producciones. El nombre y origen de cada una de las
ciudades principales y menores poblaciones, los palacios,
edificios, puentes, acueductos, teatros, bibliotecas, ritos
eclesiásticos y todas las memorias y reliquias de la
antigüedad»
30.
Esta idea polifacética de «geografía», en cuya configuración es importante viajar, la manifestará el mismo Nicolás Laso en su Diario en el Viage, que escribirá diez años después, en el que procurará reflejar todos los aspectos de la sociedad de los lugares que va visitando.
Nicolás adquiere la categoría de académico supernumerario tres años más tarde. El 27 de septiembre de 1782, el director Campomanes, quizá conocedor del próximo traslado de Nicolás a la Inquisición de Barcelona, lo asciende a «académico Supernumerario».
Ciertamente Nicolás no pudo asistir mucho a las sesiones de la Academia, puesto que pasó la mayor parte de su vida lejos de Madrid. Las escasas temporadas que residió en la Corte fueron aprovechadas. La más larga fue en el período comprendido desde agosto de 1792 hasta septiembre de 1794, en el que Laso adquirió bastante relevancia, cuyo cénit podemos simbolizar en la Junta del 11 de julio de 1794, día en que leyó el Elogio histórico del Excelentísimo Duque de Almodóvar, director de la Real Academia de la Historia.
Muerto el obispo de Cuenca, Nicolás quedó sin trabajo, pero con una buena renta de más de 30.000 reales que le permitían vivir muy desahogadamente. El inquieto Nicolás no era de espíritu parásito y necesitaba una ocupación. Por su condición de clérigo y licenciado en Cánones, pensó que podía desarrollar una buena labor dentro de la máquina inquisitorial, tal vez con la intención de reformarla desde dentro. No sabemos los motivos de esta decisión. Quizá fue un cierto sentimiento de admiración hacia su favorecedor el obispo Flórez Pabón, quien había sido inquisidor de Valladolid durante veinte años. Quizá tuvo su papel en esta determinación el círculo filojansenista de los condes de Montijo, ya que veremos desfilar al mismo conde como testigo en el proceso de limpieza de sangre de los hermanos Rodríguez Laso31.
Los contactos con el arcediano de la catedral de Cuenca y beneficiado de la de Barcelona, Antonio Palafox, hijo del marqués de Ariza, fueron los que introdujeron a Nicolás Laso en la secta filojansenista. La familia del marqués de Ariza era el núcleo de los filojansenistas españoles por sus matrimonios y lecturas francesas, por la sombra gigantesca proyectada sobre cada uno de los miembros de la familia por su antepasado el venerable Juan Palafox, cuyos escritos habían sido quemados públicamente por mano del verdugo durante el reinado de Fernando VI y cuya canonización se eternizaba en Roma, paralizada por la oposición de los jesuitas, y por el culto particular que toda la familia tributaba a San Agustín. Nicolás se preocupará de impulsar la beatificación de Palafox cuando viaje a Italia en 1788.
Resumiendo, la familia de los Palafox es galicana y portroyalista y Nicolás Rodríguez Laso ingresó en la Inquisición en 1779, arropado por ella y sus amigos. Tres de los cuatro hijos del segundo matrimonio del marqués de Ariza, es decir, Felipe (conde de Montijo), Antonio (arcediano de Cuenca) y Fernando Palafox serán testigos. Los contactos entre la familia Rodríguez-Laso y la Palafox fue duradera como demuestra el hecho de que en 1806 el colegial José Rodríguez Laso ingresase en el Colegio de Bolonia, por orden del marqués de Ariza, es decir, el rector Simón Laso se sirvió del jefe de la familia Palafox para cubrir la formalidad de la solicitud de ingreso de su querido sobrino (a quien nombrará heredero universal), en el colegio que él mismo dirigía32.
Esta
ideología jansenista de Nicolás culmina en Barcelona
y tiene su cénit hacia los años 1787-89, cuando,
según algunos historiadores como Olaechea, nuestro
inquisidor tradujo las actas del sínodo de Pistoya, que
nosotros no hemos podido confirmar33,
y cuando el 22 de abril de 1789, se entrevista con Scipione Ricci,
obispo de Pistoya, en esa ciudad: «En el
discurso que tuve con este señor obispo aprendí
claramente que todas sus operaciones se dirigen a servir y poner en
planta las ideas del Gran Duque, demasiada franqueza en hablar de
los procedimientos de Roma; y un ardor en proponer sus reformas
más propio de un fiscal de la Cámara de Castilla que
de un obispo que preside un Sínodo. En pocas palabras, me
significó su plan y, combinando las especies que tocó
con las que vierte en el Sínodo, creo que su modo de pensar
es copiado de los franceses que no pasan de 40 años de
edad»
.
Los hermanos Laso ingresan en la Inquisición estimulados por el inquisidor general y obispo de Salamanca, Felipe Bertrán, quien los conocía desde hacía más de quince años y a quienes había conferido las órdenes sagradas. El obispo era un decidido regalista que defendía la reforma de los Colegios Mayores y de la Universidad mientras los hermanos Laso estudiaban Leyes. Les permite realizar las dos informaciones de limpieza de sangre en un mismo proceso, con lo que los gastos se reducen a la mitad, y los nombra comisarios de Madrid y del pueblo natal de Montejo de Salvatierra, simplemente para rellenar el expediente. El valenciano Felipe Bertrán fue obispo de Salamanca desde julio de 1763 hasta su muerte veinte años más tarde. En 1774 fue nombrado inquisidor general y pasó a residir en la Corte. Fue amigo de sus paisanos Mayans y Pérez Bayer.
A través del obispo Bertrán los hermanos Rodríguez Laso entran en contacto con el grupo filojansenista de religiosos ilustrados valencianos, cuyo universo intelectual estaba constituido por el agustinismo y el rigorismo moral.
El 13 de agosto de 1779, Nicolás presenta la declaración autógrafa de la genealogía en nombre propio y en el de su hermano Simón. Como curiosidad, ni sus padres ni ninguno de sus cuatro abuelos había nacido en Montejo34. Decisión vital para Nicolás, que desde entonces nunca se quitó el epíteto de inquisidor, mientras que para el rector Simón fue una anécdota que procuró siempre ocultar en los 32 años que vivió en Bolonia.
Al día siguiente, el inquisidor general y obispo de Salamanca, Felipe Bertrán, firma el oportuno decreto:
El inquisidor general Bertrán conocía muy bien a los hermanos Laso, sin duda presentados por su tío el canónigo y arcediano de Monleón, por sus estudios en la Universidad de Salamanca y porque les había conferido alguna orden sagrada. Sólo hemos podido localizar la «prima tonsura» de Simón, el 23 de diciembre de 177035.
El día 17 de agosto de 1779, el inquisidor de Corte, señor Escalzo, manda al secretario, Joaquín Fuster, que se informe de la vida y costumbres de Nicolás36.
El día 18, el secretario de los Registros del Secreto informa que no hay antecedentes negativos sobre Nicolás37.
El mismo día 18, el secretario Fuster nos dibuja el ya aludido primer esbozo de la personalidad de Nicolás en la plenitud vital de sus treinta y dos años recién cumplidos38.
El 30 de agosto,
el inquisidor Escalzo ordena comience el expediente informativo
sobre «la vida, costumbres y estado de
honor de don Nicolás Rodríguez Laso,
presbítero, que solicita ser comisario de este Santo Oficio,
examinando para ello seis testigos de la mejor fe y
crédito»
.
En la misma sesión se redacta el «Interrogatorio para recibir en esta Corte información de la vida y costumbres de don Nicolás Rodríguez Laso, presbítero y vecino de esta Corte». Son cuatro preguntas a las que contestarán seis testigos, entre los que se encuentran el Conde de Montijo y el futuro obispo de Cuenca, el filojansenista don Antonio de Palafox.
Las cuatro preguntas fueron:
El día 31 se constituye la comisión interrogatoria, integrada por el ministro inquisitorial Jacinto Antonio López y por el secretario Joaquín Fuster. Entre el cuatro y el siete de septiembre se interroga a los «seis testigos de la mejor fe y crédito».
El primero es don Fernando Palafox, hijo de la marquesa viuda de Ariza y caballero del hábito de San Juan, natural y vecino de la Corte, de estado soltero y de edad de treinta años, hermano del futuro obispo de Cuenca, Antonio Palafox. Fernando era el benjamín del marqués de Ariza y, por tanto, hermano menor del conde de Montijo. De casi la misma edad de Nicolás había nacido el 4 de marzo de 1748 y fallecerá en marzo de 1789. Era uno de los personajes mimados de la Corte desde su nacimiento, puesto que fue apadrinado por los reyes Fernando VI y María Bárbara de Braganza en una ceremonia de gran solemnidad39.
El mismo 4 de septiembre testifica el conde de Montijo:
«El Excelentísimo señor Don Felipe Portocarrero40 Palafox Croi de Abré, etc., Conde de Montijo, capitán del Regimiento de Infantería de Reales Guardias Walonas y mariscal de campo de los Reales Ejércitos de S.M., de estado casado, y de edad de cuarenta y un años [...] A la primera pregunta del interrogatorio, dijo que conoce y trata a don Nicolás Rodríguez Laso, presbítero. Que no sabe a qué cantidad asciende la renta eclesiástica que posee, pero que sabe y le consta que es bastante para mantenerse con la decencia correspondiente a su estado. A la segunda pregunta dijo que sabe que dicho pretendiente tiene introducción y trato en muchas casas distinguidas, y que por su buena conducta ha adquirido el afecto y aprecio particular que muchos sujetos ilustres hacen de su persona. Y que siempre ha oído hablar con estimación y honor, así en público como en secreto, del expresado pretendiente. A la tercera, dijo que por la frecuente concurrencia a la casa del declarante sabe que el citado don Nicolás es un buen cristiano y sacerdote, cuya arreglada conducta y bellas costumbres son muy conformes a su estado, sin haber oído jamás cosa en contrario, y mucho menos que haya sido causa o que haya dado motivo para ruido y escándalo de otros. A la cuarta dijo que cuanto tiene declarado es notorio, público y bien notorio y de común opinión. Que no le toca en manera alguna ninguna de las generales de la ley. Y que es cuanto sabe y puede decir y la verdad so cargo de su juramento»41. |
El tercer testigo es don Manuel Antonio Montero Gorjón, canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Salamanca y comisionado por su Cabildo en la Corte, natural de dicha ciudad, y de edad de cincuenta y seis años.
El mismo día 6 testifica el que será futuro obispo de Cuenca (1801), perseguido por jansenista años más tarde, don Antonio Palafox (Madrid 1740-Cuenca 1802), unido por un gran afecto a su hermano Felipe, quien sólo le llevaba un año de edad:
«Don Antonio Palafox, arcediano titular de la Iglesia Catedral de Cuenca y caballero de la nueva y distinguida Orden de Carlos tercero, natural de esta Corte, y de edad de treinta y nueve años, del cual fue recibido juramento, que hizo en debida forma de derecho de decir verdad y guardar secreto y en su virtud. A la primer pregunta del interrogatorio, dijo conoce siete años a don Nicolás Rodríguez Laso, el que fue a la ciudad de Cuenca en compañía del Ilustrísimo Señor don Sebastián Flórez Pabón, obispo de dicha ciudad, y por su secretario de Cámara, en cuyo empleo y negocios dio pruebas de madurez y juicio en el espacio de cinco años que le obtuvo. Que dicho prelado le estimó mucho. Que le confirió dos beneficios simples que le reditúan anualmente más de cincuenta mil reales. A la segunda pregunta dijo que el expresado don Nicolás visita y concurre con mucha frecuencia y satisfacción casas de la mayor distinción y que, así en público como en secreto, ha oído hablar de su persona con mucho honor y estimación, sin cosa en contrario. A la tercera pregunta dijo que ha tenido y tiene por buen cristiano y por sacerdote de arreglada vida y costumbres muy propias y correspondientes a la dignidad sacerdotal al citado pretendiente, no habiendo visto jamás, y menos oído, que causase escándalos ni que se haya introducido en manera alguna en ruidos, bullicios y alborotos, de que está muy separado. A la cuarta pregunta dijo que es público, cierto y notorio, por común voz, opinión y fama, cuanto tiene declarado. Que no le comprende alguna de las generales de la ley»42. |
El quinto testigo fue don Antonio Franseri43, médico de cabecera de la familia Montijo desde 1773 y también medico del Santo Oficio de la Inquisición de Corte, natural de la ciudad de Valencia, de edad de treinta y tres años44.
El día 7, testifica el último testigo, don Miguel de Mendinueta y Múzquiz, caballero de la Orden de Santiago y fiscal del Consejo de Órdenes, natural de la villa de Erizondo, del obispado de Pamplona, de edad de treinta y nueve años, amigo personal de Laso. Por esta declaración nos enteramos que el obispo Flórez Pabón había sido inquisidor de Valladolid, que Nicolás no residía en la ciudad castellana en el período 1770-72 y que debió abandonar rápidamente Cuenca después de muerto el obispo, porque en los años 1777-79 Nicolás visitaba a sus amigos madrileños45.
El día 9 se concluye la parte madrileña del expediente de «vida, costumbres y estado de honor» y se suspende mientras llegan los informes pedidos al tribunal Valladolid sobre la familia46.
Hay una nota que
fija el día exacto en que Nicolás ingresa en la
Inquisición, 6 de diciembre de 1779: «Nota. Juró este interesado en seis de
diciembre de 1779, y con la misma fecha se le despachó el
título y avisó a la Congregación».
Considerando que murió el 5 de diciembre de 1820,
Nicolás estuvo 41 años justos dentro de la
Inquisición.
Nicolás fue
simple comisario de la Inquisición, adscrito al tribunal de
Madrid entre 1779 y 1781, en cuyo cargo estuvo algo más de
un año, ya que poco tiempo después fue ascendido a
«promotor fiscal», dada su probada formación en
humanidades y cánones y experiencia como abogado, puesto que
en los documentos posteriores siempre se alude a ese empleo, como
el único desempeñado por Nicolás en Madrid:
«En 1781 fue nombrado por el
Excelentísimo Señor Obispo de Salamanca, inquisidor
general, para servir el empleo de promotor fiscal de la
Inquisición de Corte. En 1783 promotor fiscal de la de
Barcelona, concediéndole el voto de inquisidor de la misma
en 12 de noviembre del propio año»
47.
Nicolás llega a una Barcelona floreciente que según los cálculos de sus amigos Antonio Ponz y Francisco Zamora contaba con unos veinte mil vecinos y unas ciento once mil personas48.
Según la Concordia podía haber 50 familiares como máximo en la ciudad de Barcelona. En los pueblos de más de mil vecinos, 8, y en los de 400 a 1.000 otros 6. Entre 200 y 400 vecinos, 4 en cada pueblo, y en los de menos de 200 vecinos habría 1 ó 2 en cada lugar. Veremos que el Santo Oficio de Valencia era más complejo, pues sólo en la ciudad podía haber hasta 180 familiares.
La etapa catalana
de Nicolás Laso coincide con la del inquisidor general, don
Agustín Rubín de Ceballos, obispo de Jaén
(1784-1792), pues durante el generalato de Abad Lasierra
(1793-1794), aunque oficialmente continuaba siendo inquisidor
fiscal de Barcelona, estuvo todo el tiempo con licencia en Madrid.
Fue un período de relativa tolerancia religiosa como resume
Llorente: «En su tiempo [generalato de
Rubín] no hubo quemados en persona ni en estatua. Los
penitenciados en público fueron 14, y muchísimos en
secreto, sin pena infamante ni
confiscación»
49.
Lea pone como ejemplo de la marcada tendencia a mejorar el procedimiento y la benignidad de trato a los reos un caso del tribunal de Barcelona en 1791, del que Laso era fiscal, el del tejedor José Casals, acusado de pronunciar blasfemias en la iglesia de Santa Catalina. Los modales de la Inquisición se habían suavizado de tal manera que el tribunal ordena al párroco que informe secretamente acerca de la personalidad del acusado, que lo llamase y le hiciese ver la gravedad de su falta y del castigo que le correspondía y la clemencia mostrada por el tribunal, que en lo sucesivo mantendría vigilancia sobre él. El caso se saldó con un informe del buen párroco haciendo constar el arrepentimiento y que Casals deseaba ser oído en confesión. Ni que decir tiene que en otras circunstancias dicho tejedor hubiese sido arrestado y, probada su falta, condenado a azotes o a galeras50.
Nicolás llega a un tribunal de la Inquisición catalán bastante enfrentado con la Real Audiencia y con su presidente el capitán general de Cataluña. Más adelante veremos el conflicto suscitado en marzo de 1787 por el naufragio de una polacra veneciana con diez judíos a bordo51.
Ambiente filojansenista de Barcelona. Los lazos de Nicolás con el clero ilustrado valenciano y catalán
Antonio
Mestre52
dice que en los años setenta se formó «el círculo valenciano en la
Corte»,
capitaneado por el hebraísta Francisco
Pérez Bayer, en torno al cual estaban Raimundo Magi, Manuel
Monfort, Felipe Bertrán, José Climent y José
Tormo.
Añadiremos que, posteriormente, se irán agregando hombres jóvenes, como Joaquín Lorenzo Villanueva, que visitan la casa del patriarca Pérez Bayer cuando se instalan en la Corte. Fallecido éste en 1794, los clérigos jóvenes de espíritu europeísta se acercarán al grupo filojansenista de la condesa de Montijo, la cual, a su vez, podemos incluirla en el «círculo valenciano» por su amistad con el obispo José Climent.
Nicolás Laso, adoctrinado en la Universidad de Salamanca de finales de la década de 1760-1770, donde había catedráticos como Antonio Tavira o el maestro fray Bernardo de Zamora, (propietario de la cátedra de griego, a quien sustituía Laso), madurado en contacto con Antonio Palafox en Cuenca desde 1771 y ambientado en el clima que la condesa de Montijo y el obispo Climent habían creado en Barcelona, se integró entre los intelectuales y clérigos catalanes y valencianos más progresistas de la España del momento.
El inquisidor Nicolás Laso apenas es mencionado por sus contemporáneos ni por los estudiosos actuales de los jansenistas españoles. Veamos brevemente las relaciones de Laso con los mismos, para caracterizar su personalidad.
Ya hemos aludido al trato del obispo Felipe Bertrán con los hermanos Rodríguez Laso. Bertrán debió el obispado a su amistad con Roda y con Pérez Bayer. Su espíritu rigurista y antijesuita ha sido puesto de manifiesto por León Pizarro53. Nicolás Laso veía en el obispo inquisidor el modelo de comportamiento vital, puesto que supo hacer compatible el ejercicio de un cargo tan poco ilustrado históricamente, como era el de inquisidor, con el de un hombre moderno conformado por las mejores ideas de la filosofía de las luces54.
La pertenencia de Nicolás Laso al grupo de intelectuales de la condesa de Montijo está fuera de toda duda, como demuestra el hecho de que el mismo conde de Montijo y su hermano Antonio Palafox testificasen en el expediente de limpieza de sangre de Nicolás.
También está demostrado que los hermanos Rodríguez Laso estaban en contacto con el grupo filojansenista valenciano, en especial con Felipe Bertrán y Pérez Bayer. La carta de Simón Rodríguez Laso a José Nicolás de Azara, al día siguiente de tomar posesión de su cargo de rector, presentándole a su hermano Nicolás, manifiesta el afecto de los Laso por Bayer:
«Muy señor mío y de mi mayor veneración: Ya escribí a V.S. desde Madrid que Su Majestad se había dignado nombrarme rector de este Real Colegio. Ayer tomé posesión de mi empleo. Lo participo a Vuestra Señoría para que me mande siempre en este destino. Yo espero que con las sabias instrucciones de Vuestra Señoría y su favor en cuanto pueda ocurrir, lograré desempeñar dignamente mi encargo. Supongo recibiría Vuestra Señoría los libros que le remití desde Barcelona, por medio del padre Otranto, Religioso Mínimo, y me entregó el señor Bayer, en Madrid. Monseñor Dugnani, Nuncio en París, manifestó la particular estimación que profesa a Vuestra Señoría; y mi hermano, Inquisidor de Barcelona, que ha venido conmigo, especialísimo amigo del Ilustrísimo Señor Obispo de Ibiza, dirá a Vuestra Señoría, cuando tenga el honor de verle en esa Corte, lo que a sí, dicho monseñor como el Conde de Fernán Núñez, encargaron para Vuestra Señoría. Espero con gusto los agradables preceptos de Vuestra Señoría y pido a Nuestro Señor guarde su vida muchos años. Bolonia, 16 de agosto de 1788. B.L.M. de V. Santidad su más obsequioso y respetuoso servidor Simón Rodríguez Laso. Señor Don Joseph Nicolás de Azara»55. |
Si, como afirma León Pizarro, Antonio Tavira entró en contacto con Climent a través del grupo de Salamanca56, es lógico pensar que Nicolás Laso, inquieto estudiante que en 1766 era opositor a la cátedra de Retórica y había publicado un elogio de la lengua griega, pudiese acercarse también a Climent a través de Bertrán desde finales de la década de 1760-1770.
Cuando nuestro fiscal inquisidor llega a Barcelona, Josef Climent (1706-1781), obispo de la Ciudad Condal entre 1766 y 1775, acababa de morir en Castellón de la Plana, sin haber conseguido convocar un sínodo similar al que se juntará en Pistoya, uno de los sueños de su vida, pero seguía siendo la figura clave del movimiento jansenista en España57 y su espíritu altruista, partidario de una religión vivida más en la intimidad que en representaciones sociales y litúrgicas, continuaba presente en la Ciudad Condal. El diputado Joaquín Lorenzo Villanueva recordará, el 21 de enero de 1813, que Climent era enemigo del tribunal de la Inquisición58.
Laso no
coincidió con Climent, pero inmediatamente se hizo amigo de
los clérigos filojansenistas, formados bajo su magisterio.
El nuevo obispo, don Gabino de Valladares y
Mesía59,
es calificado por Nicolás Rodríguez Laso como
«mi especial favorecedor»
, el
día 15 de junio de 1789, cuando se adelantó hasta
Mataró para recibir a nuestro inquisidor que venía de
Italia. Este Carmelita de la antigua observancia, fue elegido
obispo de Barcelona desde 1775 hasta 179460.
Otro clérigo progresista del grupo de Climent, reconocido amigo de Nicolás, era el futuro obispo de Ibiza, el benedictino Eustaquio de Azara61, hermano de José Nicolás, nacido en Barbuñales, provincia de Huesca, el 20 de septiembre de 1727. Elegido obispo de Ibiza el 7 de abril de 1788, fue consagrado el 1 de junio del mismo año, en la Basílica de Nuestra Señora del Mar de Barcelona, por dos amigos confesos de Nicolás Laso, el obispo de Barcelona, Gabino Valladares Mejía, auxiliado por el obispo de Gerona, Tomás Lorenzana Butrón. Fue trasladado a Barcelona el 12 de septiembre de 1794, a la muerte de Gabino Valladares. Eustaquio muere el 24 de junio de 1797.
En Barcelona residían permanente o temporalmente dos de los personajes de ideología religioso-moral más progresista de la época, discípulos de Climent, con los que Nicolás se relacionó intensamente: la condesa de Montijo y el futuro arzobispo de Palmira y confesor del Rey, Félix Amat Palau y Pont (Sabadell 1750-1834)62.
Podríamos
agregar dentro de este mundo filojansenista catalán al
segundo inquisidor, don Pedro Díaz Valdés
(Gijón 1740-Barcelona 1807), colega de Nicolás
Laso63,
quien será obispo de la ciudad Condal en 1798, a propuesta
de su amigo Jovellanos, ministro de Gracia y Justicia64,
el cual, según los Annales de la Religion de 1799,
apoyó la posición adoptada por el clero
constitucional francés porque «el
sacrificio de las cosas temporales no representaba nada, con tal de
que se salvara y realizara la obra de Dios»
. Es decir, la
conocida tesis jansenista de que Dios quiere hombres austeros como
los primeros obispos, que le adoren en espíritu y en
verdad65.
En Barcelona, se juntaron tres clérigos, Díaz Valdés (inquisidor segundo), Félix Amat (amanuense, discípulo y heredero ideológico del obispo Climent) y Nicolás Laso (fiscal inquisidor), de la misma generación, abiertos a las novedades científicas, europeizantes y acusados, en algunos momentos, de jansenistas y regalistas, que soñaban con la pureza de la fe y de las prácticas religiosas y con una iglesia de costumbres austeras y sencillas. Había un clima de relativa libertad como demuestra el hecho de que se pudiesen publicar periódicos como El Censor (1781-1787) y el Mercurio histórico y político (1750-1816), portavoces de toda clase de reformas, incluida la propugnada por el sector filojansenista del clero español. Todavía en Madrid y antes de salir para Barcelona, Laso pudo leer, en el número de abril de 1782 del Mercurio histórico y político, la primera pastoral del obispo Ricci de Pistoya que se publicaba en España, cuyas similitudes con el pensamiento reformista de su amigo Antonio Palafox y con los sermones del obispo Joseph Climent eran evidentes66.
Esteban Carro Celada, en un artículo divulgativo, resume el ambiente barcelonés en el que se movían el joven y brillante secretario de Climent, Félix Amat, quien en 1785 pidió ser trasladado a Tarragona junto al arzobispo Armanyá, y su amigo Nicolás Rodríguez Laso:
«[Félix Amat en 1784] gusta acompañar por Barcelona a dos daneses, profesores de Gotinga, Daniel Maldenhawer y Thomas Cristian Tychsen. Son protestantes ¿y eso qué importa? Les conduce por bibliotecas, les introduce en museos y conocen hasta los de casas particulares, [...] Hablan de temas religiosos, de educación de la juventud y del gobierno de España. Los lleva a un lugar alegre, les presenta a un hombre espléndido y acogedor, a don Simón (sic)67 Rodríguez Laso, que abunda en la jovialidad y en dominio de ciencias naturales. Con la ventana abierta a una Barcelona incipientemente fabril, Félix Amat comenta como quien no da importancia al suceso: Estamos en el tribunal de la Inquisición y este amigo es el inquisidor fiscal. Los daneses se miraron a los ojos, sosteniendo en las ojeras dos preguntas como llamas»68. |
Carro Celada
recoge este retrato de Nicolás Laso de los escritos del
obispo de Astorga, Félix Torres Amat, sobrino de
Félix Amat. El obispo Torres Amat, que escribió la
biografía de su tío en plena revolución
liberal, destaca el espíritu avanzado de este grupo. Los dos
profesores daneses visitaron España en 1784 y se
entrevistan, en primer lugar, con Pérez Bayer, quien los
recomendó a los canónigos valencianos Segarra y
Mayans, y éstos, a su vez, los recomiendan al grupo
barcelonés. Félix Amat es el cicerone que lo
acompaña a visitar los museos (en especial el de Ciencias
Naturales) y bibliotecas (la de los padres Carmelitas) y les
presentó a Nicolás Rodríguez Laso, el cual les
causó una muy buena impresión y les disipó las
ideas que tenían sobre la Inquisición, «cuyo solo nombre es un escándalo para
otras naciones»
69.
El obispo Torres
Amat añade otros rasgos de la personalidad de
Nicolás: era «eclesiástico
de no vulgar instrucción en las bellas artes y ciencias
naturales»
y amigo de Pérez Bayer70
y del mismo Félix Amat71.
Los testimonios anteriores de Torres Amat y otros posteriores no son muy explícitos. Por su parte, Paula Demerson se limita a constatar tres hechos: la amistad de los condes de Montijo con el obispo Climent en 1774, con motivo de prologar la traducción del libro de Lettourneux, Instrucciones cristianas sobre el sacramento del matrimonio (Barcelona, 1774), realizada por la condesa a ruegos de Climent; la prolongada amistad del obispo Climent con el abate jansenista francés Juan Carlos Clément de Bizon (visitó Barcelona en 1768); y la correspondencia del abate Clément con la condesa de Montijo entre 1785 y 178972.
Respecto a la
permanencia de la condesa de Montijo hay disparidad de opiniones.
Apollis supone que vivió en Barcelona hasta 1789. Paula
Demerson le replica: «No, la condesa de
Montijo residía en Madrid desde hacía muchos
años. Su estancia en Barcelona había durado poco
tiempo (hasta cerca de 1775), y aún entonces acudía a
Madrid para sus partos. Desde 1787, forma parte de la Junta de
Damas vinculada a la Matritense»
73.
El trato de los
hermanos Rodríguez Laso con Pérez Bayer está
documentado por la carta del 16 de agosto de 1788 de Simón
Rodríguez Laso a José Nicolás de Azara.
Simón se había ido a despedir de Pérez Bayer
antes de emprender el viaje a Bolonia para hacerse cargo del
rectorado: «Supongo recibiría
Vuestra Señoría [Azara] los libros que le
remití desde Barcelona, por medio del padre Otranto,
Religioso Mínimo, y me entregó el señor Bayer,
en Madrid»
74.
El primer
bibliotecario de la Biblioteca Ambrosiana de Milán les
pregunta el 5 de agosto de 1788, por el señor Bayer:
«Nos preguntó el primer
bibliotecario por el señor Bayer».
Es posible que Pérez Bayer, quien había sido «visitador» del Colegio de Bolonia, influyese en el nombramiento de Simón para tal cargo. Lógicamente Nicolás continúa sus lazos con los intelectuales valencianos desde su puesto de inquisidor de la capital del Turia.
En el
párrafo final del Elogio de las Bellas Artes
(diciembre de 1798) Nicolás manifiesta su admiración,
en la Academia de San Carlos, por los que podríamos
considerar los modelos de su comportamiento vital, tanto en el
proyecto de vida como en el ideario estético. Éstos
eran Mayans y Pérez Bayer: «¡Manes venerables de los dos hijos
más esclarecidos que ilustraron en estos últimos
días la Patria! Manes de Mayans y de Bayer, salid del
silencioso albergue de vuestros sepulcros y alegrad con los
resplandores de vuestro numen este respetable
congreso»
75.
El
académico Nicolás Laso acudió poco por la
Academia de San Carlos, pero casi siempre lo hizo en
compañía de Manuel Monfort, otro amigo de
Pérez Bayer, director del grabado de la misma, con quien
simpatizaba por compartir aficiones artísticas y, tal vez,
antiguas correrías madrileñas. Junto a Manuel Monfort
realizó sus colaboraciones más destacadas. Por
ejemplo, ambos confeccionan en el curso 1804-1805 el título
que en adelante se entregaría a los académicos.
Monfort puso el dibujo y Laso la leyenda, «y pareció muy bien a toda la
junta»
76.
La sintonía de Nicolás Laso con la atmósfera filojansenista del clero valenciano se mantuvo hasta que la intolerancia religiosa del partido clerical llevó a la cárcel o el destierro a los miembros más significativos del grupo (condesa de Montijo, Urquijo, Jovellanos, Meléndez Valdés, etc.). Entre 1794 y 1808 convivió con su colega Matías Bertrán, pariente del inquisidor general del mismo apellido. No tenemos documentada la amistad de ambos personajes, aunque hay indicios fundados de la misma desde los años estudiantiles en Salamanca, a juzgar por los currículos oficiales de ambos. Los dos inquisidores valencianos se adaptaron a los nuevos tiempos de temor a las innovaciones y no apreciamos hechos que denoten la continuación de la renovación del pensamiento religioso, que había llevado a Nicolás Laso a entrevistarse con Scipione Ricci el 22 de abril de 1789 en Pistoya.
La Inquisición siempre vigiló que los inquisidores fuesen buenos compañeros, sin dar lugar a disensiones o disputas que trascendiesen a la sociedad, y que estuviesen de acuerdo al dictar una sentencia77. Pero esto no sucedía en el tribunal de Cataluña.
Nicolás llega al tribunal de Barcelona (fundado en 1486) sólo con el título de «promotor fiscal», expedido el 2 de abril de 178378, pero muy pronto se le conferirá el voto de inquisidor (12 de noviembre de 1783), de manera que se formará un trío, bastante desavenido, como veremos, entre el primer inquisidor, licenciado don Manuel de Mena y Paniagua, el segundo inquisidor, el doctor don Pedro Díaz de Valdés, quien será nombrado obispo de Barcelona en julio de 1798, y el fiscal inquisidor, el licenciado don Nicolás Rodríguez Laso. Las firmas de los tres aparecen juntas hasta junio de 1792, pues el 18 de julio de ese año, Nicolás pide permiso para ir a Madrid de donde saldría destinado para Valencia79.
Glendinning hace
una somera semblanza del inquisidor Valdés80.
En agosto de 1783 Díaz de Valdés y Nicolás
Laso solicitan conjuntamente el goce del sueldo entero (una tercera
parte se la quedaba el jubilado) al inquisidor general81.
Los tribunales provinciales estaban mal pagados, pues según
Lea y Kamen82
los salarios de los tribunales provinciales siguieron siendo los
mismos desde 1606 hasta finales del siglo XVIII, que para un
inquisidor era un salario de 800 ducados anuales. Lea recuerda que
ya en 1719 los inquisidores de Barcelona se quejaron a la Suprema
de las dificultades que encontraban para atraer personas
idóneas por falta de remuneración
conveniente83.
El promotor fiscal recibía aproximadamente la mitad de lo
que recibía un inquisidor, aunque no es el caso en el
tribunal de Barcelona, que conoció Laso, cuya
remuneración venía especificada en el título
de nombramiento. Relatemos los antecedentes. Nicolás ocupa
la plaza «pensionada» que el inquisidor, licenciado don
Manuel Guell, había dejado por jubilación el 22 de
julio de 1778, a quien se le asignó como pensión la
tercera parte del sueldo, que dejaría de percibir su
sustituto. El 13 de abril de 1779 fue nombrado promotor fiscal el
licenciado Manuel Díaz de Castro, quien fue trasladado a
Valencia el 29 de mayo de 1781. Le sustituye en la «plaza
pensionada» de Barcelona el licenciado don Antonio de la Mota
y Prado, «el cual fue ascendido al de
Granada el 22 de marzo de 1783, y entró en su lugar el
licenciado Don Nicolás Rodríguez Laso,
previniéndose en el título de promotor fiscal de
Barcelona, que se le despachó en 2 de abril del mismo
año de 83, le acudiese el receptor con el salario que le
correspondía, según se previno al tribunal en carta
de 13 de abril de 1779, reducida a que se le conservaba una tercera
parte de él, por razón de sus servicios, al referido
Señor Guell, durante su vida»
84.
Por eso, la concesión de «voto de inquisidor», que Nicolás recibe en noviembre de 1783, tiene su importancia administrativa, puesto que no es lo mismo ser «promotor fiscal», título con el que llega a Barcelona, que el de «fiscal inquisidor», pero tuvo nulos efectos económicos.
El segundo inquisidor, Díaz Valdés, tenía el mismo problema de ocupar una «plaza pensionada». Merece la pena transcribir los dos documentos de la solicitud de aumento de sueldo de ambos inquisidores. La preciosa caligrafía es de mano de Nicolás Rodríguez Laso. Díaz Valdés sólo puso la firma. El memorial está fechado el 14 de agosto de 1783 y va dirigido al mismo tribunal de Barcelona para que lo eleve al Consejo de la Inquisición:
«Muy Ilustrísimo Señor. Don Pedro Díaz Valdés, inquisidor, y don Nicolás Rodríguez Laso, fiscal de este Santo Oficio, a Vuestra Señoría exponen: Que sirven sus plazas con el sueldo de 490 libras, 5 sueldos y 3 dineros, por quitarse 245 libras y 2 sueldos para cada uno de los dos inquisidores jubilados. La dotación de un inquisidor es tan escasa que, aún cuando se percibiese entera, nunca sufraga para vivir con la decencia que pide el honor de un tal empleo. Y así tiempo ha que se consideró necesario aumentar sus rentas, por ser esta ciudad de las más brillantes, cara en extremo la manutención en ella, e indispensables muchos gastos que no ocurren sino en pueblos como éste. De aquí es también que esta Audiencia ha acudido para el aumento de sus sueldos, y se cree que le consiga, apenas lo permitan las urgencias de la Corona. Si el tribunal no tuviera fondos para contribuirles los sueldos enteros, llevarán silenciosamente la escasez de los que gozan, mas constando que los hay suficientes para abonárselos sin el desfalco de lo que se paga a los jubilados, parece que son acreedores a que Vuestra Señoría estime justa su solicitud y lo represente así a la Superioridad de el Consejo. Por tanto, a Vuestra Señoría piden que se sirva remitir a Su Alteza esta representación junto con su dictamen sobre haber fondos para acudirnos con los sueldos enteros, ser cierta la necesidad de ellos para servir con decencia y no perjudicarse con esta gracia a las obligaciones y cargos de este Santo Oficio. Barcelona y agosto, 14 de 1783. Doctor Don Pedro Díaz Valdés. Licenciado Don Nicolás Rodríguez Laso»85. |
Notar que Nicolás, a pesar de ser simple fiscal, tiene el mismo sueldo que el segundo inquisidor y que las 737 libras no eran «tan corta suma». Ese mismo día, el inquisidor más antiguo, Manuel de Mena, informa favorablemente la representación de sus dos colegas:
«Estimamos justa su solicitud, pues es cierto que son cortos los sueldos de los inquisidores en una ciudad como Barcelona, y mucho más descontándoles la tercera parte para los jubilados. El tribunal puede sufrir que se les abonen por entero, por haber fondos bastantes para acudir a este y demás cargos, pues lo que piden no pasa de 490 libras y 4 sueldos, para los dos»86. |
Tres días después, 17 de agosto, Laso redacta la carta que, firmada y rubricada por los dos solicitantes, se envía al inquisidor general, Felipe Bertrán:
«Excelentísimo Señor: Don Pedro Díaz Valdés, inquisidor 2.º, y don Nicolás Rodríguez Laso, fiscal de este Santo Oficio, han representado lo que contiene la adjunta copia a este Tribunal, quien parece lo remite a esa Superioridad, informando lo conveniente. Y en su consecuencia, suplica a Vuestra Excelencia se sirva favorecerles en esta solicitud, atendiendo sus justas razones. Nuestro Señor guarde la importante vida de V.E. los muchos años que la Cristiandad ha de menester. Barcelona y agosto de 1783. Excelentísimo Señor. A. L. P. de V. E. Don Pedro Díaz de Valdés. Don Nicolás Rodríguez Laso [firmas autógrafas con rúbricas]. Excelentísimo Señor Obispo de Salamanca, Inquisidor General»87. |
No nos consta si la Suprema les subió el sueldo a los dos inquisidores, pero el tema resucita en marzo de 1786 para enfrentar a Díaz Valdés y Laso.
El 23 de marzo de
1786 muere el licenciado don Manuel de Guell y Serna, antecesor en
la plaza pensionada ocupada por Laso. El 24 el tribunal de
Barcelona comunica la noticia a la Suprema y el mismo día el
segundo inquisidor, Díaz de Valdés (que ocupaba la
plaza pensionada por jubilación del inquisidor Baldrich),
solicita a la Suprema la tercera parte del sueldo que gozaba el
difunto, por considerarse el segundo en antigüedad, «con posesión muy anterior al
señor inquisidor fiscal»
(Laso).
Al día
siguiente, 25 de marzo, Laso escribe una carta (no instancia)
dirigida directamente al «Ilustrísimo Señor Don
Agustín Rubín de Ceballos para notificarle el
fallecimiento de Guel, sin aludir a la cuestión
económica»
88.
El 5 de abril, el
secretario de Cámara del inquisidor general, contesta a los
dos pretendientes. De una manera fría a Díaz de
Valdés: «que por ésta [el
inquisidor general] quedaba enterado del recurso que había
hecho al Consejo sobre que se declarase la duda que se le
ofrecía acerca de la tercera parte del sueldo de su
plaza».
La respuesta dada
a Nicolás Laso es más cálida. Le informa que
su colega Díaz de Valdés había recurrido al
Consejo «solicitando se declarase
pertenecerle (como a más antiguo) la tercera parte de sueldo
que vacó por muerte del licenciado don Manuel de Guell,
inquisidor jubilado, cuya resolución había estimado
Su Ilustrísima dejarla al arbitrio del Consejo. Que [Laso]
podría exponer en éste lo que acreditase su
preferencia. Que Su Ilustrísima le tenía presente y
apetecía complacerle en cuanto tuviese
arbitrio»
89.
El 15 de abril contraataca Laso con una representación contundente en la que vemos las maneras de un magnífico abogado:
«Muy Poderoso Señor: Don Nicolás Rodríguez Laso, inquisidor fiscal del tribunal de Barcelona, hace presente a V.A. con todo respeto: Que por carta orden del Excelentísimo Señor Inquisidor General Don Felipe Bertrán, de 13 de abril de 1779 consta que para la plaza vacante por jubilación de don Manuel Guell fue nombrado don Manuel Díaz de Castro con la calidad de servirla por ahora con las dos terceras partes de salario pertenecientes a dicha plaza. Por otra, de 20 de julio del mismo año, consta igualmente que para la plaza que resultó vacante por jubilación de don Francisco Baldrich fue nombrado don Pedro Díaz de Valdés, con la calidad de que la haya de servir, por ahora, con el restante sueldo correspondiente a la misma, deducida la tercera parte de él, que está consignada durante su vida al citado don Francisco, por la cual, fenecida, entrará en el goce y percepción del todo por entero el expresado don Pedro. En la plaza de Guell ha venido a suceder el exponente, y por esto en sus títulos de fiscal e inquisidor, vistos, autorizados y rubricados por Vuestra Alteza, se le manda pagar el salario según y cómo se previno a este tribunal en dicha carta de 13 de abril, considerándosele sucesor necesario del referido jubilado Guell; así como a Valdés se le manda pagar en los suyos según la otra carta de 20 de julio, considerándole sucesor del jubilado Baldrich. En estos ciertísimos supuestos nadie dudaba ni podía dudar que correspondía reintegrarse el exponente en la tercera parte que le pertenece por la muerte de su antecesor, verificada en 23 del próximo pasado, pero ha entendido, no sin grandísima admiración, que su colega don Pedro Díaz de Valdés ha recurrido a Vuestra Alteza, solicitándola para sí, a título de antigüedad. Ésta, habrá comprendido V.A. que no le puede dar un derecho concedido a otro y del que se halla expresa y repetidamente excluido por el tenor de sus mismos títulos y la citada carta de 20 de julio de 1779, que parece puesta de propósito para quitar aún la más remota cavilación en este caso, pues entonces ya veía la Superioridad que Castro era más antiguo y que el jubilado Baldrich, que tenía doce o catorce años más que Guell podría morir primero que éste; y con todo eso no quiso mandar que por muerte de cualquiera de los dos jubilados entrase en el sueldo por entero el más antiguo de los actuales que sirviesen en su lugar, sino que clara y determinadamente señala y fija a Valdés precisamente su derecho por muerte de su antecesor Baldrich, y no en otra forma, según la práctica y costumbre generalmente observada en todos los Cuerpos. En suma, Señor, para no molestar la atención de V.A. con muchas reflexiones que su ilustrada sabiduría tiene presentes, se concluye que si don Pedro Díaz de Valdés solicitara dicha tercera parte por justicia, es constante que los referido documentos, que se podrán reconocer en los registros de la Secretaría de Cámara del Ilustrísimo Inquisidor General, se la niegan absolutamente; y si por gracia, ya conoce V.A. que es en conocido perjuicio de tercero. En esta atención, espera el exponente se sirva V.A. mandar que en adelante le acuda el receptor con el sueldo entero que le corresponde. Barcelona y abril, 15 de 1786. Licenciado don Nicolás Rodríguez Laso»90. |
El 17 de mayo
informa el fiscal del Consejo, diciendo que los títulos de
nombramiento de los dos inquisidores de la disputa no arrojan toda
la luz que se necesita y que debe ser la única voluntad del
inquisidor general la que fije la resolución según su
mejor criterio. Se trata el asunto en los Consejos del 19 y 28 de
junio de 1786, declarándose en este último, con
asistencia del inquisidor general, «tocar y pertenecer al inquisidor don
Nicolás Rodríguez Laso la tercera parte del sueldo,
que por jubilación gozaba el inquisidor don Manuel
Guell»
91.
Nicolás tuvo el sueldo íntegro de inquisidor desde junio de 1786, por lo que junto a los más de 25.000 reales que le rentaban los dos beneficios eclesiásticos de Cuenca y a la mejor situación económica de los tribunales provinciales gracias a inteligentes inversiones, Nicolás no tuvo apuros económicos hasta la Guerra de la Independencia y se permitió el lujo de participar en la fundación de un mayorazgo en su pueblo natal de Montejo en 1786 y de hacer un viaje a Francia e Italia de 12 meses de duración (15 de mayo de 1788 a 15 de junio de 1789), como veremos. Pero su economía fue empeorando al ritmo de los nuevos tiempos. En 1799 Nicolás será uno de los encargados de la venta forzosa de la mayor parte de las fincas poseídas por la Inquisición valenciana. En 1808 Napoleón confisca todas las propiedades del Santo Oficio, dando el golpe final a su estabilidad financiera92. El proceso revolucionario de 1808 a 1814 afectó gravemente a los ingresos procedentes de los beneficios de Cuenca, de manera que en 1814 eran inexistentes. Las mayores dificultades económicas de Nicolás se dieron entre 1808 y el final de su vida, aunque no es probable que fueran importantes, pues como «inquisidor primero» manejaba todos los fondos inquisitoriales entre 1814 y 1820 y veremos que la Inquisición valenciana tuvo la habilidad de conservar algunos bienes inmuebles hasta 1820. Nicolás nunca pasó apuros económicos como demuestra el hecho de que en su testamento dejase 350 escudos para un solemne funeral.
Los nueve años que Laso vivió en Barcelona, quizá, fueron los más brillantes de su existencia. Fue la vida de un auténtico abate ilustrado. De estos años es el único retrato que conservamos, la cofundación del mayorazgo e incluso pudo regalar a la iglesia de Montejo, su lugar de nacimiento, un cáliz de oro con sus iniciales y el emblema inquisitorial de Cataluña93.
Nicolás
abandona el tribunal catalán a mediados de 1792, pero su
recuerdo permanece entre sus dos irreconciliables
compañeros, los inquisidores Mena y Díaz
Valdés. La Suprema se vio obligada a formar un expediente
sobre «personalidades distintas» entre ambos
inquisidores. Díaz Valdés escribe el 2 de septiembre
de 1797, quejándose de su colega: «Siempre creí que un inquisidor, aunque
Segundo, es inquisidor y que el Decano, por serlo, no debe creer
que manda sólo, y sí que el Instituto le pone para
proceder un compañero, a quien ha de tratar como tal y no
como a un inferior».
La réplica de Mena, fechada
el 27 del mismo mes, alude a Nicolás Laso, después de
narrar los «repetidos sinsabores que
[Díaz Valdés] me ha hecho padecer en el discurso de
tantos años, llevándolos con el mayor sufrimiento,
ahogándolos en su pecho [el de Mena] a costa de su
salud»
, ruega a la Suprema que «tome los más exactos informes en esta
ciudad [Barcelona] de su conducta [la del que subscribe, Mena],
genio, carácter y de los de mi dicho colega [Díaz
Valdés], sobre que también podría informar el
inquisidor fiscal de Valencia [Laso], como con-colega que fue por
muchos años y pudo observarlo bien»
94.
Cuando se estudie
la psicología del inquisidor Pedro Díaz de
Valdés, amigo de Jovellanos, tal vez se descubra que era
menos equilibrada de lo normal y que reñía hasta con
los jubilados. Por ejemplo, en abril de 1780 se había
opuesto a que se invitase a un inquisidor jubilado a la
celebración de la festividad de San Pedro Mártir,
simplemente porque si asistía el jubilado ocuparía un
puesto en el protocolo por delante de él. Al no
concedérsele el capricho, le escribe una carta al inquisidor
general, Felipe Bertrán, asegurando que «más disgustos sufrí aquí
en seis meses de fiscal que cuatro años de arcediano en
Urgel»
95.
Tuvo alguna
relación sentimental con cierta mujer que estuvo a punto de
provocar su traslado al tribunal de Santiago de Compostela. No
procede narrar todas las circunstancia, pero parece claro que
Díaz Valdés tenía como amante a una
«prima» o «hermana», que se hacía
llamar Joaquina Cebrián de Valdés Río y
Díaz, con la que había llegado, incluso, a formalizar
un contrato de esponsales siendo colegial de los Verdes de Oviedo.
El escándalo era considerable en Barcelona, por lo que
tuvieron que intervenir los otros dos inquisidores (Manuel de Mena
y Manuel Díaz de Castro), el obispo Gabino Valladares y el
inquisidor general Felipe Bertrán para separarlos. La
iniciativa partió del obispo según comienza la
exposición de Mena (Barcelona 13 de diciembre de 1780):
«El Ilustrísimo Señor
Obispo de esta Ciudad nos ha manifestado en repetidas ocasiones la
inquietud y cuidado en que le tiene la conducta y porte de nuestro
compañero, don Pedro Díaz Valdés por la mala
opinión y algún escándalo que causa con una
mujer que mantiene en su compañía, instándonos
a que para cortarle tomemos por nuestra parte alguna
providencia».
Llama la atención el contraste de esta postura de hostilidad del obispo Valladares hacia Díaz Valdés con la amistosa que sostuvo con Nicolás Laso.
Por otro lado, el
19 de julio de 1785, «el asturiano
infeliz, que no aspira sino a su quietud»
, Pedro
Díaz de Valdés, «lleno el
corazón de amargura»
, escribe un memorial al Rey y
otro al inquisidor general, obispo de Jaén, solicitando
«que se me conceda la jubilación
con todos los honores y gracias y con algún sueldo o con
ninguno, para no estar precisado a vivir en mi iglesia, aunque no
en verdad para vivir ocioso»
. Acompaña una
Relación de los méritos, títulos, grados y
ejercicios literarios y un certificado del médico Pablo
Balmes y, consciente de su mala reputación, Díaz de
Valdés suplica: «Espero que
V.S.I.
suspenda su juicio hasta oírme, si acaso, acaso llegase
contra mí algún chisme, y que si se retarda el
despacho de S.M. me envíe
V.S.I. su licencia para ausentarme por algunos meses»
.
Resumiendo, Díaz de Valdés, calificado por
Glendinning como «dignísimo
eclesiástico»
96,
pide la jubilación a sus 44 años por no estar
satisfecho en el tribunal de la Inquisición, pero tampoco
estaba dispuesto a ir a su arcedianato de Cerdaña en Seu de
Urgel, porque no puede sufrir «mi
frágil constitución el duro clima de la Iglesia a
donde soy arcediano»
97.
El inquisidor general se limita a concederle una «licencia de ausencia por dos meses»
.
No es de extrañar que Nicolás pidiese el traslado a
un tribunal más tranquilo.
El título de nombramiento de Nicolás como «promotor fiscal» del Santo Oficio de Barcelona fue expedido en Madrid el 2 de abril de 178398. Se debió incorporar rápidamente a sus funciones, puesto que a lo largo de la primavera de 1783 ya estaba alojado en su casa de Barcelona y pudo ser anfitrión de don Tomás Palomeque99, colegial de Bolonia y suponemos colega y amigo de su hermano Simón por coincidir ambos en el colegio. La simpatía de Nicolás con Palomeque venía de su condición de colegial y, sobre todo, de sus conocimientos helenísticos, puesto que Tomás Palomeque era definido por el ex-jesuita Bartolomé Pou como «uno de los bellos talentos y genios que al presente moran en el Colegio de San Clemente de Bolonia» y había vertido al castellano las obras de Teofrasto100.
Palomeque debió pasar por Barcelona, camino de Bolonia en junio de 1783, y se alojó en casa de Nicolás, según se deduce de una carta que se conserva en el archivo del Colegio de San Clemente. El rector agradece a Nicolás su amabilidad y agasajo al colegial y nuestro inquisidor contesta con la siguiente carta:
«Ilustrísimo señor: Muy señor mío: El señor don Tomás Palomeque, individuo de ese Colegio favoreció esta casa conociendo la gran satisfacción que yo recibía en ello. Pero Vuestra Señoría Ilustrísima honra mi persona con demasía dignándose manifestar, por su estimable del 19 del corriente, que le ha sido grato un oficio a que por muchos títulos me consideraba obligado. Ratifico a Vuestra Señoría Ilustrísima las ofertas indicadas por dicho caballero. Y ruego a Vuestra Señoría Ilustrísima muy de veras que, admitiéndolas favorablemente, se sirva proporcionarme ocasiones de mostrar mi amor y reconocimiento a esa respetable comunidad. Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría Ilustrísima muchos años. Barcelona y julio, 31 de 1783. Ilustrísimo Señor. B.L.M. de V.S.I. su más atento y reconocido servidor y capellán. Nicolás Laso. Ilustrísimo Señor Rector y Colegio Mayor de San Clemente de Españoles de Bolonia»101. |
Reseñemos
algunos acontecimientos ocurridos durante la fiscalía
catalana de Laso. El tribunal de Cataluña participa en 1783
en los festejos promovidos por el capitán general, para
celebrar el nacimiento de dos infantes gemelos y la
publicación de la paz alcanzada con Inglaterra. El
día 3 de diciembre de 1783, el capitán general le
pasa el aviso «para que los individuos
de este tribunal pongan luminarias en sus casas en las noches de
los días ocho, nueve y diez del corriente».
Como
el gasto de las luminarias, que debían durar dos horas cada
noche, era elevado, inmediatamente se reúne el tribunal
(Mena, Díaz Valdés y Laso), que se encontró
que no había tiempo para consultar a la Suprema. Acuden al
archivo y encuentran un festejo semejante, a finales de noviembre
de 1659, para celebrar las paces concluidas por España y
Francia. El tribunal actúa por analogía y el 6 de
diciembre de 1783 informa al Consejo de la Suprema, el cual el 12
del mismo mes «aprueba la
disposición que tomó consecuente a lo ocurrido en el
año de 1659, previniéndole que, si se ofreciese igual
motivo y diese tregua, lo participe al
Consejo»
102.
Nicolás
trabaja de manera rutinaria en su tribunal, respetando
rigurosamente el procedimiento. Por ejemplo, conservamos un informe
individualizado del fiscal inquisidor Laso, firmado el 24 de julio
de 1784, pedido por el inquisidor general, sobre la conducta del
abogado Tomás Vilajoana, el cual había sido
condenado, en 1757 en un ruidoso juicio, por «hereje formal, blasfemo, cismático,
dogmatizante y con disposición para el
ateísmo»
. Al resistirse a ponerse el sambenito y
despreciar al tribunal, fue nuevamente condenado el 1 de diciembre
de 1761 a diez años de presidio en Orán y
después en Mallorca, a pesar de que algunos testigos lo
tenían por loco o casi loco. Después de 25
años, los familiares suplican al inquisidor general que
Vilajoana pueda volver a ejercer su profesión de
abogado.
Nicolás
examina la sentencia y se fija en un párrafo: «Abstenerse entre otras cosas de disputar y
conversar absolutamente sobre los asuntos de fe, que se expresan y
otros cualesquiera de nuestra sagrada religión».
Laso quiere, antes de informar, que «se
encargue a algún comisario de los más prudentes y
juiciosos sepa, con toda precaución y disimulo, de las
personas de forma que concurren a la librería de la Viuda de
Piferrer, donde acude continuamente el citado doctor Vilajoana
(según es público), si le han oído proferir
algunas proposiciones libres en materia de religión o
disputar y conversar sobre dichos asuntos de modo que se pueda
hacer concepto de su actual modo de obrar y
pensar»
103.
Uno de los que se
informó en dicha librería fue el inquisidor
Díaz de Valdés: «se me
aseguró que nada le habían oído contra la
religión, antes bien exclamó alguna vez diciendo:
esos libros modernos me perdieron. Yo los leía con
aprecio y me dejé llevar de sus novedades. Gracias a Dios
que abrí los ojos»
.
Examinado
concienzudamente el caso, el tribunal (inquisidores Mena y
Díaz de Valdés) informa favorablemente el
perdón el 6 de diciembre de 1784, confirmado por la Suprema
el 4 de enero de 1785, «restituyendo a
don Tomás Vilajoana al libre ejercicio de abogado y
demás prerrogativas anejas a este oficio»
.
No vamos a
multiplicar los ejemplos de los procesos en los que intervino
Nicolás Laso. Anotemos algunos curiosos y relevantes. El 10
de febrero de 1784 el tribunal «priva
perpetuamente de confesar hombres y mujeres y de
predicar»
al presbítero don Domingo Maresch y
Serra, cuyo proceso «causó mucha
sensación en este Principado»
. Además del
delito de solicitante, Maresch «añadió el de la dirección,
en el confesionario y fuera de él, de unas cuarenta mujeres,
de todos estados, a practicar unas con otras el ejercicio penal de
disciplinas y otras penitencias, estando del todo desnudas y en
posturas las más indecentes y provocativas,
persuadiéndolas no sólo a que eran lícitas,
sino meritorias para abatir su orgullo y
humillarse»
104.
Maresch, recluido y retirado en la villa de Reus, tuvo la
osadía de solicitar al inquisidor general el levantamiento
de la condena el 9 de julio de 1785, el cual, previo informe del
tribunal de Cataluña del 21 de julio, rechazó la
petición. El 30 de mayo de 1788, desde Barcelona, repite la
súplica arguyendo que «le era
difícil vivir con la decencia que pide el estado sacerdotal
con la sola limosna de la misa»
105.
El 10 de noviembre de 1784, los tres inquisidores informan favorablemente la petición de don Francisco Raimundo de Gagarriga, conde de Crexell, quien deseaba «la gracia de secretario supernumerario» de la Inquisición106.
El 8 de noviembre de 1785 el tribunal se opone a la creación del cargo de bibliotecario en el Santo Oficio de Cataluña, que había sido solicitado por el comisario doctor Francisco Estany107.
Durante 1785 y
parte de 1786, los inquisidores catalanes tuvieron problemas con el
personal subalterno, puesto que el 19 de enero de 1785 el nuncio
Miguel Pinell y el portero Joseph Medina, después de
informarse de la costumbre en otros tribunales de la
Inquisición, representan al Consejo y manifiestan que no
están de acuerdo con la orden del inquisidor más
antiguo (Mena) de «que cesasen de subir
al púlpito y se quedasen al pie de la escalera al tiempo de
promulgarse los edictos de fe y durante su lectura».
Esto
tenía su importancia, puesto que los funcionarios
inquisitoriales se veían «confundidos con las demás gentes y
ojeados con algún desprecio y baja estimación a lo
menos».
Pedían subir al púlpito con el
alguacil mayor y secretario del Secreto o no acompañarles en
el acto, pero de ninguna manera quedarse al pie de la escalera.
Vista la
petición en el Consejo de la Suprema del 27 de enero, se
pide informes al tribunal catalán, el cual dictamina
negativamente el memorial en dos ocasiones, el 16 de marzo de 1785
(«Considera el tribunal infundada su
instancia»
)108
y el 12 de noviembre del mismo año. El Consejo resuelve el
18 de noviembre dejar la solución en manos del tribunal de
Barcelona.
El asunto era
bastante serio, pues el fiscal de la Suprema se vio obligado a
redactar un enérgico informe avalando la autoridad del
tribunal catalán. Dice que la solicitud de subir al
púlpito de Pinell y Medina es «en
un todo infundada y ridícula»
, que no es
conveniente «para su mayor autoridad en
el acto más serio, como es el de la publicación de
los edictos»
, que su presencia, «siendo uno sólo el que ha de leer el
edicto, los demás no sirven para otra cosa que para quitar
la atención y provocar los ánimos a risa»
.
El fiscal termina su informe amonestando a Medina: «Haciéndoles asimismo presente lo mal que
ha parecido a esta Superioridad su solicitud, y en especial lo
ejecutado por don Joseph Medina, a quien no obstante
habérsele prevenido en años pasados no subiese a la
lectura de dicho acto de fe, lo reiteró en el presente,
previniéndole sea, en lo sucesivo, más obediente a
los preceptos de sus superiores, pues de lo contrario se
tomarán las más serias providencias»
.
El tribunal de
Cataluña acuerda, el 31 de enero de 1786, una medida
intermedia: «que en lo sucesivo [el
nuncio y el portero] acompañen al secretario, lector del
edicto de fe, hasta el pie de la escalera del púlpito y que
dejándole en él se restituyan a los asientos que
tienen entre el Cuerpo de los demás ministros; y que al
acabar de leer vuelvan al pie de la misma escalera a recibirle y le
acompañen hasta donde se acostumbra. Y enterados de ello han
ofrecido cumplirlo. Y lo mismo dicho Medina, en razón de ser
en adelante más obediente a los preceptos del
Tribunal»
. El Consejo de la Suprema del 7 de febrero
confirma la decisión del tribunal
catalán109.
Los dos hermanos Laso se subscriben en 1787 a la Colección de obras en verso y prosa de Tomas de Iriarte, el poeta favorito de la Corte en el momento, que estaba editando el impresor Cano110.
La Inquisición de Barcelona remite a la Suprema un amplio memorial el 24 de marzo de 1787 narrando el naufragio, a primeros de dicho mes, de una polacra veneciana con diez judíos y el conflicto de competencias surgido con el juez de Cadaqués, apoyado por la Sala de Alcaldes del Crimen de la Real Audiencia de Cataluña111.
El 18 de agosto de
1787 hay un informe, pedido por la Suprema al tribunal de
Barcelona, sobre la solicitud de jubilación presentada por
el portero de Cámara, Josef López de Medina y la de
sustitución en dicho empleo a favor de Ramón
Ginestar, presentadas al inquisidor general el 13 de marzo.
Resaltamos este informe porque parece traslucirse la
división que había entre los inquisidores en un tema
tan poco importante como era la sustitución de un portero
por otro, sin coste alguno para el tribunal, pues Ramón
Ginestar sólo reclamaba un sueldo simbólico: «con tal que se le asigne desde luego aquel
corto sueldo que baste para reputarse ministro titular asalariado y
gozar del fuero como tal»
. Por un lado Mena y Laso
dijeron «que no hallan inconveniente
alguno en que Su Ilustrísima admita la renuncia de la
propiedad de la portería de Cámara en los
términos que la hace aquél, ni en que haga gracia de
ella a éste en los que se conviene, conforme y
obliga»
. Por otro lado, Díaz Valdés
«dijo que tiene por justa la
pretensión de dicho don Josef López de Medina, pero
que no estima conveniente que le suceda el referido don
Ramón Ginestar»
112.