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211

Carta del oidor don Diego Zúñ¡ga y Tobar de 15 de octubre de 1704. Ya que hemos nombrado a Frezier, no estará de más que oigamos su opinión acerca de lo que era la Inquisición en Chile en esa época. «El Tribunal de la Inquisición está también establecido en Chile; el comisario general reside en Santiago, y sus oficiales como familiares y emisarios, se hallan dispersos por todas las ciudades y aldeas de su dependencia. Se ocupan de las visiones de los brujos, verdaderos o falsos, y de ciertos delitos sujetos a la Inquisición, como la poligamia, etc., porque, en cuanto a los herejes, estoy cierto que no les cae uno a las manos; se estudia allí tan poco, que no hay miedo de extraviarse por una excesiva curiosidad...». Relation du voyage de la Mer du Sud. París, 1716, pág. 95.

 

212

Biblioteca Nacional, Manuscrito, vol. 720.

 

213

Así vemos que todavía un siglo después de la expedición de Drake, el Rey se veía en el caso de ordenar al virrey del Perú don Melchor de Navarra y Rocafull, duque de la Palata, que socorriese a los franciscanos de Chile con alguna limosna para reponer en el convento que la Orden mantenía en la Serena algunos paramentos sagrados, «porque se me ha representado, decía el Monarca, la hostilidad que los piratas ingleses hicieron en la ciudad, entrándola a saco y fuego, llevándose de los templos las lámparas, vasos sagrados y ornamentos, sin reservar unos corporales con qué poder celebrar..». Real cédula de 10 de diciembre de 1682.

 

214

Un eclesiástico americano contemporáneo de Drake, el obispo de la Imperial don fray Reginaldo de Lizárraga, decía, en efecto: «El año de 1577, así como en España y toda la Europa pareció en la misma región del aire el más famoso cometa que se ha visto, también se vio en estos reinos a los 7 de octubre con una cola muy larga, que señalaba el Estrecho de Magallanes, que duró casi dos meses, el cual pareció que por el Estrecho había de entrar algún castigo enviado de la mano de Dios por nuestros pecados», palabras con que el Obispo aludía a la llegada de Drake y sus compañeros protestantes.

 

215

De una información que en 1593 levantó Pastene en Santiago para acreditar sus servicios, resulta que los clérigos que se alistaron a sus órdenes fueron veintiséis, según unos, treinta y cuarenta, según otros. En una cédula de Felipe III, de 12 de junio de 1608 (publicada por Amunátegui, Cuestión de Límites, t. I, pág. 195), se indica este último número. Uno de los testigos, el ex-presidente Martín Ruiz de Gamboa, declaró «que lo que sabe por público y notorio es que siendo provisor el dicho licenciado Pastene en este obispado, habiendo venido a esta ciudad nueva de que el enemigo corsario inglés Tomás Candali (sic) con tres navíos de armada, había entrado en esta Mar del Sur y tornado puerto en Quintero, veinte leguas de esta ciudad, y, que podría hacer muchos daños, y por haber falta de gente en esta ciudad, el dicho licenciado Francisco Pastene con celo del servicio de Dios y de Su Majestad y defender la fe cristiana, llamó y juntó los clérigos, y con hasta treinta fue en persona con ellos, con sus armas y caballos, a la defensa, y se halló en el rebato y recuentro que con ellos se tuvo...».

En esta compañía iba en clase de alférez el canónigo don Pedro Gutiérrez, y como soldado el clérigo don Francisco de la Hoz, los dos únicos nombres que podemos citar, Pastene, sin embargo, no estaba ordenado; era un abogado, soltero, que por sus conocimientos había merecido del obispo fray Diego de Medellín que le señalase para el cargo de provisor y vicario de la diócesis. Más tarde se casó, fue teniente de corregidor de Santiago y de gobernador de estas provincias, «dando de todo muy buena cuenta» y mereciendo por sus servicios que el Rey le hiciese merced de una pensión anual de setecientos ducados de Castilla.

 

216

Rosales, Historia de Chile, II, pág. 243.

 

217

Mariño de Lobera, Historia de Chile, pág. 429. En carta que escribió Alonso de Miranda, corregidor de la Serena, al Conde del Villar, en 16 de abril, le decía que al día siguiente del combate, los ingleses enviaron a tierra un batel, «y en él un hombre, el que parlaba español... el cual llamó al habla y le respondieron. Se quejó diciendo que por qué llevaban muertos tantos amigos, no habiendo dado ocasión; y que se les respondió que por ser herejes y declarados enemigos...»

 

218

Alonso de Ovalle, Histórica Relación, cap. IV, libro VI. Otro jesuita, el padre Diego de Rosales a quien acabamos de citar, se expresa en términos análogos: «Volviose el corregidor (Marcos de Vega) a la ciudad de Santiago, y reservando dos ingleses, mandó ahorcar a los demás, los cuales fueron tan dichosos que por este medio ganaron su salvación, porque convertidos a nuestra fe católica romana y bien dispuestos, murieron con señales de su predestinación. Y el corregidor avisó de todo lo sucedido al gobernador don Alonso de Sotomayor, que estaba en las ciudades de arriba, y cómo había reservado dos ingleses para que de ellos se informase de lo que fuese servido».

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Ambos cronistas se equivocan en cuanto al número de los prisioneros y ahorcados. Ovalle dice que los prisioneros fueron catorce y doce los segundos. Rosales, que no habla de los muertos, se limita a decir, según se ve, que los ingleses que se reservaron fueron dos.

En la carta que el corregidor Marcos de Vega escribió al Rey, al hablarle de los muertos no puede leerse con toda claridad si dice tres o diez.

Pretty, el historiador inglés que ha contado el incidente de Cavendish en Quintero, afirma, con razón, que entre muertos y prisionero perdieron los ingleses doce hombres.

 

219

Carta de Ordóñez Flores al Consejo, de 6 de abril de 1596.

 

220

En esos mismos días se celebraron en Santiago procesiones y otras fiestas religiosas para templar el dolor que produjera a los colonos el haberse contado que Hawkins había destrozado y echado al mar un crucifijo de madera que encontró a bordo de uno de los barquichuelos apresados por él en Valparaíso.