Cuadro I
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Habitación pintada de amarillo.
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NOVIO.-
(Entrando.) Madre.
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MADRE.-
¿Qué?
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NOVIO.-
Me voy.
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MADRE.-
¿Adónde?
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NOVIO.-
A la viña. (Va a salir.)
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MADRE.-
Espera.
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NOVIO.-
¿Quieres algo?
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MADRE.-
Hijo, el almuerzo.
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NOVIO.-
Déjalo. Comeré uvas. Dame la navaja.
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MADRE.-
¿Para qué?
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NOVIO.-
(Riendo.) Para cortarlas.
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MADRE.-
(Entre dientes y buscándola.) La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el bribón que las inventó.
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NOVIO.-
Vamos a otro asunto.
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MADRE.-
Y las escopetas y las pistolas y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y los bieldos de la era.
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NOVIO.-
Bueno.
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MADRE.-
Todo lo que puede cortar el cuerpo de un hombre. Un hombre hermoso, con su flor en la boca, que sale a las viñas o va a sus olivos propios, porque son de él, heredados...
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NOVIO.-
(Bajando la cabeza.) Calle usted.
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MADRE.-
... y ese hombre no vuelve. O si vuelve es para ponerle una palma encima o un plato de sal gorda para que no se hinche. No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu cuerpo, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del arcón.
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NOVIO.-
¿Está bueno ya?
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MADRE.-
Cien años que yo viviera, no hablaría de otra cosa. Primero tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo.
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NOVIO.-
(Fuerte.) ¿Vamos a acabar?
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MADRE.-
No. No vamos a acabar. ¿Me puede alguien traer a tu padre? ¿Y a tu hermano? Y luego, el presidio. ¿Qué es el presidio? ¡Allí comen, allí fuman, allí tocan los instrumentos! Mis muertos llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres que eran dos geranios... Los matadores, en presidio, frescos, viendo los montes...
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NOVIO.-
¿Es que quiere usted que los mate?
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MADRE.-
No... Si hablo, es porque... ¿Cómo no voy a hablar viéndote salir por esa puerta? Es que no me gusta que lleves navaja. Es que... que no quisiera que salieras al campo.
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NOVIO.-
(Riendo.) ¡Vamos!
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MADRE.-
Que me gustaría que fueras una mujer. No te irías al arroyo ahora y bordaríamos las dos cenefas y perritos de lana.
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NOVIO.-
(Coge de un brazo a la MADRE y ríe.) Madre, ¿y si yo la llevara conmigo a las viñas?
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MADRE.-
¿Qué hace en las viñas una vieja? ¿Me ibas a meter debajo de los pámpanos?
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NOVIO.-
(Levantándola en sus brazos.) Vieja, revieja, requetevieja.
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MADRE.-
Tu padre sí que me llevaba. Eso es buena casta. Sangre. Tu abuelo dejó a un hijo en cada esquina. Eso me gusta. Los hombres, hombres; el trigo, trigo.
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NOVIO.-
¿Y yo, madre?
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MADRE.-
¿Tú, qué?
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NOVIO.-
¿Necesito decírselo otra vez? |
MADRE.-
(Seria.) ¡Ah!
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NOVIO.-
¿Es que le parece mal?
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MADRE.-
No.
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NOVIO.-
¿Entonces?...
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MADRE.-
No lo sé yo misma. Así, de pronto, siempre me sorprende. Yo sé que la muchacha es buena. ¿Verdad que sí? Modosa. Trabajadora. Amasa su pan y cose sus faldas, y siento, sin embargo, cuando la nombro, como si me dieran una pedrada en la frente.
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NOVIO.-
Tonterías.
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MADRE.-
Más que tonterías. Es que me quedo sola. Ya no me quedas más que tú, y siento que te vayas.
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NOVIO.-
Pero usted vendrá con nosotros.
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MADRE.-
No. Yo no puedo dejar aquí solos a tu padre y a tu hermano. Tengo que ir todas las mañanas, y si me voy es fácil que muera uno de los Félix, uno de la familia de los matadores, y lo entierren al lado. ¡Y eso sí que no! ¡Ca! ¡Eso sí que no! Porque con las uñas los desentierro y yo sola los machaco contra la tapia.
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NOVIO.-
(Fuerte.) Vuelta otra vez.
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MADRE.-
Perdóname. (Pausa.) ¿Cuánto tiempo llevas en relaciones?
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NOVIO.-
Tres años. Ya pude comprar la viña.
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MADRE.-
Tres años. Ella tuvo un novio, ¿no?
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NOVIO.-
No sé. Creo que no. Las muchachas tienen que mirar con quién se casan.
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MADRE.-
Sí. Yo no miré a nadie. Miré a tu padre, y cuando lo mataron miré a la pared de enfrente. Una mujer con un hombre, y ya está.
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NOVIO.-
Usted sabe que mi novia es buena.
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MADRE.-
No lo dudo. De todos modos, siento no saber cómo fue su madre.
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NOVIO.-
¿Qué más da?
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MADRE.-
(Mirándole.) Hijo.
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NOVIO.-
¿Qué quiere usted?
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MADRE.-
¡Que es verdad! ¡Que tienes razón! ¿Cuándo quieres que la pida?
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NOVIO.-
(Alegre.) ¿Le parece bien el domingo?
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MADRE.-
(Seria.) Le llevaré los pendientes de azófar, que son antiguos, y tú le compras... |
NOVIO.-
Usted entiende más...
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MADRE.-
Le compras unas medias caladas, y para ti dos trajes... ¡Tres! ¡No te tengo más que a ti!
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NOVIO.-
Me voy. Mañana iré a verla.
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MADRE.-
Sí, sí; y a ver si me alegras con seis nietos, o los que te dé la gana, ya que tu padre no tuvo lugar de hacérmelos a mí.
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NOVIO.-
El primero para usted.
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MADRE.-
Sí, pero que haya niñas. Que yo quiero bordar y hacer encaje y estar tranquila.
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NOVIO.-
Estoy seguro que usted querrá a mi novia.
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MADRE.-
La querré. (Se dirige a besarlo y reacciona.) Anda, ya estás muy grande para besos. Se los das a tu mujer. (Pausa. Aparte.) Cuando lo sea.
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NOVIO.-
Me voy.
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MADRE.-
Que caves bien la parte del molinillo, que la tienes descuidada.
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NOVIO.-
¡Lo dicho!
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MADRE.-
Anda con Dios.
(Vase el NOVIO. La MADRE queda sentada de espaldas a la puerta. Aparece en la puerta una VECINA vestida de color oscuro, con pañuelo a la cabeza.)
Pasa.
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VECINA.-
¿Cómo estás?
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MADRE.-
Ya ves.
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VECINA.-
Yo bajé a la tienda y vine a verte. ¡Vivimos tan lejos!... |
MADRE.-
Hace veinte años que no he subido a lo alto de la calle.
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VECINA.-
Tú estás bien.
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MADRE.-
¿Lo crees?
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VECINA.-
Las cosas pasan. Hace dos días trajeron al hijo de mi vecina con los dos brazos cortados por la máquina. (Se sienta.)
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MADRE.-
¿A Rafael?
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VECINA.-
Sí. Y allí lo tienes. Muchas veces pienso que tu hijo y el mío están mejor donde están, dormidos, descansando, que no expuestos a quedarse inútiles.
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MADRE.-
Calla. Todo eso son invenciones, pero no consuelos.
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VECINA.-
¡Ay!
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MADRE.-
¡Ay!
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(Pausa.)
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VECINA.-
(Triste.) ¿Y tu hijo?
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MADRE.-
Salió.
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VECINA.-
¡Al fin compró la viña!
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MADRE.-
Tuvo suerte.
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VECINA.-
Ahora se casará.
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MADRE.-
(Como despertando y acercando su silla a la silla de la VECINA.) Oye.
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VECINA.-
(En plan confidencial.) Dime.
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MADRE.-
¿Tú conoces a la novia de mi hijo?
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VECINA.-
¡Buena muchacha!
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MADRE.-
Sí, pero...
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VECINA.-
Pero quien la conozca a fondo no hay nadie. Vive sola con su padre allí, tan lejos, a diez leguas de la casa más cerca. Pero es buena. Acostumbrada a la soledad.
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MADRE.-
¿Y su madre?
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VECINA.-
A su madre la conocí. Hermosa. Le relucía la cara como a un santo; pero a mí no me gustó nunca. No quería a su marido.
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MADRE.-
(Fuerte.) Pero ¡cuántas cosas sabéis las gentes!
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VECINA.-
Perdona. No quisiera ofender; pero es verdad. Ahora, si fue decente o no, nadie lo dijo. De esto no se ha hablado. Ella era orgullosa.
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MADRE.-
¡Siempre igual!
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VECINA.-
Tú me preguntaste.
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MADRE.-
Es que quisiera que ni a la viva ni a la muerta las conociera nadie. Que fueran como dos cardos, que ninguna persona los nombra y pinchan si llega el momento.
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VECINA.-
Tienes razón. Tu hijo vale mucho.
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MADRE.-
Vale. Por eso lo cuido. A mí me habían dicho que la muchacha tuvo novio hace tiempo.
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VECINA.-
Tendría ella quince años. Él se casó ya hace dos años con una prima de ella, por cierto. Nadie se acuerda del noviazgo.
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MADRE.-
¿Cómo te acuerdas tú?
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VECINA.-
¡Me haces unas preguntas!...
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MADRE.-
A cada uno le gusta enterarse de lo que le duele. ¿Quién fue el novio?
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VECINA.-
Leonardo.
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MADRE.-
¿Qué Leonardo?
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VECINA.-
Leonardo el de los Félix.
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MADRE.-
(Levantándose.) ¡De los Félix!
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VECINA.-
Mujer, ¿qué culpa tiene Leonardo de nada? Él tenía ocho años cuando las cuestiones.
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MADRE.-
Es verdad... Pero oigo eso de Félix y es lo mismo (Entre dientes.) Félix que llenárseme de cieno la boca (Escupe.) y tengo que escupir, tengo que escupir por no matar.
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VECINA.-
Repórtate. ¿Qué sacas con eso?
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MADRE.-
Nada. Pero tú lo comprendes.
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VECINA.-
No te opongas a la felicidad de tu hijo. No le digas nada. Tú estás vieja. Yo, también. A ti y a mí nos toca callar.
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MADRE.-
No le diré nada.
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VECINA.-
(Besándola.) Nada.
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MADRE.-
(Serena.) ¡Las cosas!...
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VECINA.-
Me voy, que pronto llegará mi gente del campo.
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MADRE.-
¿Has visto qué día de calor?
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VECINA.-
Iban negros los chiquillos que llevan el agua a los segadores. Adiós, mujer.
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MADRE.-
Adiós. (Se dirige a la puerta de la izquierda. En medio del camino se detiene y lentamente se santigua.)
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(Telón.)
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Cuadro II
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Habitación pintada de rosa con cobres y ramos de flores populares. En el centro, una mesa con mantel. Es la mañana.
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SUEGRA de LEONARDO con un niño en brazos. Lo mece. La MUJER, en la otra esquina, hace punto de media.
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SUEGRA | | | Nana, niño, nana | | | | del caballo grande | | | | que no quiso el agua. | | | | El agua era negra | | | | dentro de las ramas. | | | | Cuando llega al puente | | | | se detiene y canta. | | | | ¿Quién dirá, mi niño, | | | | lo que tiene el agua | | | | con su larga cola | | | | por su verde sala? | | |
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MUJER | | (Bajo.) | | Duérmete, clavel, | | | | que el caballo no quiere beber. | | |
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SUEGRA | | | Duérmete, rosal, | | | | que el caballo se pone a llorar. | | | | Las patas heridas, | | | | las crines heladas, | | | | dentro de los ojos | | | | un puñal de plata. | | | | Bajaban al río. | | | | ¡Ay, cómo bajaban! | | | | La sangre corría | | | | más fuerte que el agua. | | |
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MUJER | | | Duérmete, clavel, | | | | que el caballo no quiere beber. | | |
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SUEGRA | | | Duérmete, rosal, | | | | que el caballo se pone a llorar. | | |
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MUJER | | | No quiso tocar | | | | la orilla mojada, | | | | su belfo caliente | | | | con moscas de plata. | | | | A los montes duros | | | | sólo relinchaba | | | | con el río muerto | | | | sobre la garganta. | | | | ¡Ay caballo grande | | | | que no quiso el agua! | | | | ¡Ay dolor de nieve, | | | | caballo del alba! | | |
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SUEGRA | | | ¡No vengas! Detente, | | | | cierra la ventana | | | | con rama de sueños | | | | y sueño de ramas. | | |
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MUJER | | | Caballo, mi niño | | | | tiene una almohada. | | |
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MUJER | | | ¡Ay caballo grande | | | | que no quiso el agua! | | |
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SUEGRA | | | ¡No vengas, no entres! | | | | Vete a la montaña. | | | | Por los valles grises | | | | donde está la jaca. | | |
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MUJER | | (Mirando.) | | Mi niño se duerme. | | |
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MUJER | | (Bajito.) | | Duérmete, clavel, | | | | que el caballo no quiere beber. | | |
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SUEGRA | | (Levantándose, y muy bajito.) | | Duérmete, rosal, | | | | que el caballo se pone a llorar. | | |
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(Entran al niño. Entra LEONARDO.)
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LEONARDO.-
¿Y el niño?
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MUJER.-
Se durmió.
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LEONARDO.-
Ayer no estuvo bien. Lloró por la noche.
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MUJER.-
(Alegre.) Hoy está como una dalia. ¿Y tú? ¿Fuiste a casa del herrador? |
LEONARDO.-
De allí vengo. ¿Querrás creer? Llevo más de dos meses poniendo herraduras nuevas al caballo y siempre se le caen. Por lo visto se las arranca con las piedras.
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MUJER.-
¿Y no será que lo usas mucho?
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LEONARDO.-
No. Casi no lo utilizo.
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MUJER.-
Ayer me dijeron las vecinas que te habían visto al límite de los llanos.
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LEONARDO.-
¿Quién lo dijo?
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MUJER.-
Las mujeres que cogen las alcaparras. Por cierto que me sorprendió. ¿Eras tú?
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LEONARDO.-
No. ¿Qué iba a hacer yo allí, en aquel secano?
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MUJER.-
Eso dije. Pero el caballo estaba reventando de sudor.
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LEONARDO.-
¿Lo viste tú?
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MUJER.-
No. Mi madre.
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LEONARDO.-
¿Está con el niño?
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MUJER.-
Sí. ¿Quieres un refresco de limón?
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LEONARDO.-
Con el agua bien fría.
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MUJER.-
¡Cómo no viniste a comer!...
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LEONARDO.-
Estuve con los medidores del trigo. Siempre entretienen.
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MUJER.-
(Haciendo el refresco y muy tierna.) ¿Y lo pagan a buen precio?
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LEONARDO.-
El justo.
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MUJER.-
Me hace falta un vestido y al niño una gorra con lazos.
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LEONARDO.-
(Levantándose.) Voy a verlo.
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MUJER.-
Ten cuidado, que está dormido.
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SUEGRA.-
(Saliendo.) Pero ¿quién da esas carreras al caballo? Está abajo, tendido, con los ojos desorbitados, como si llegara del fin del mundo.
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LEONARDO.-
(Agrio.) Yo.
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SUEGRA.-
Perdona; tuyo es.
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MUJER.-
(Tímida.) Estuvo con los medidores del trigo.
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SUEGRA.-
Por mí, que reviente. (Se sienta.)
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(Pausa.)
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MUJER.-
El refresco. ¿Está frío?
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LEONARDO.-
Sí.
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MUJER.-
¿Sabes que piden a mi prima?
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LEONARDO.-
¿Cuándo?
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MUJER.-
Mañana. La boda será dentro de un mes. Espero que vendrán a invitarnos.
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LEONARDO.-
(Serio.) No sé.
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SUEGRA.-
La madre de él creo que no estaba muy satisfecha con el casamiento. |
LEONARDO.-
Y quizá tenga razón. Ella es de cuidado.
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MUJER.-
No me gusta que penséis mal de una buena muchacha.
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SUEGRA.-
Pero cuando dice eso es porque la conoce. ¿No ves que fue tres años novia suya? (Con intención.)
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LEONARDO.-
Pero la dejé. (A su MUJER.) ¿Vas a llorar ahora? ¡Quita! (La aparta bruscamente las manos de la cara.) Vamos a ver al niño.
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(Entran abrazados.)
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(Aparece la MUCHACHA, alegre. Entra corriendo.)
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MUCHACHA.-
Señora.
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SUEGRA.-
¿Qué pasa?
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MUCHACHA.-
Llegó el novio a la tienda y ha comprado todo lo mejor que había.
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SUEGRA.-
¿Vino solo?
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MUCHACHA.-
No, con su madre. Seria, alta. (La imita.) Pero ¡qué lujo!
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SUEGRA.-
Ellos tienen dinero.
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MUCHACHA.-
¡Y compraron unas medias caladas!... ¡Ay, qué medias! ¡El sueño de las mujeres en medias! Mire usted: una golondrina aquí, (Señala al tobillo.) un barco aquí (Señala la pantorrilla.) y aquí una rosa. (Señala el muslo.)
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SUEGRA.-
¡Niña!
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MUCHACHA.-
¡Una rosa con las semillas y el tallo! ¡Ay! ¡Todo en seda! |
SUEGRA.-
Se van a juntar dos buenos capitales.
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(Aparecen LEONARDO y su MUJER.)
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MUCHACHA.-
Vengo a deciros lo que están comprando.
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LEONARDO.-
(Fuerte.) No nos importa.
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MUJER.-
Déjala.
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SUEGRA.-
Leonardo, no es para tanto. |
MUCHACHA.-
Usted dispense. (Se va llorando.)
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SUEGRA.-
¿Qué necesidad tienes de ponerte a mal con las gentes?
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LEONARDO.-
No le he preguntado su opinión. (Se sienta.)
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SUEGRA.-
Está bien.
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(Pausa.)
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MUJER.-
(A LEONARDO.) ¿Qué te pasa? ¿Qué idea te bulle por dentro de la cabeza? No me dejes así, sin saber nada...
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LEONARDO.-
Quita.
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MUJER.-
No. Quiero que me mires y me lo digas.
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LEONARDO.-
Déjame. (Se levanta.)
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MUJER.-
¿Adónde vas, hijo?
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LEONARDO.-
(Agrio.) ¿Te puedes callar?
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SUEGRA.-
(Enérgica, a su hija.) ¡Cállate!
(Sale LEONARDO.)
¡El niño! (Entra y vuelve a salir con él en brazos.)
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(La MUJER ha permanecido de pie, inmóvil.)
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| | Las patas heridas, | | | | las crines heladas, | | | | dentro de los ojos | | | | un puñal de plata. | | | | Bajaban al río. | | | | La sangre corría | | | | más fuerte que el agua. | | |
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MUJER | | (Volviéndose lentamente y como soñando.) | | Duérmete, clavel, | | | | que el caballo se pone a beber. | | |
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SUEGRA | | | Duérmete, rosal, | | | | que el caballo se pone a llorar. | | |
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SUEGRA | | | ¡Ay, caballo grande, | | | | que no quiso el agua! | | |
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MUJER | | (Dramática.) | | ¡No vengas, no entres! | | | | ¡Vete a la montaña! | | | | ¡Ay dolor de nieve, | | | | caballo del alba! | | |
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SUEGRA | | (Llorando.) | | Mi niño, se duerme... | | |
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MUJER | | (Llorando y acercándose lentamente.) | | Mi niño descansa... | | |
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SUEGRA | | | Duérmete, clavel, | | | | que el caballo no quiere beber. | | |
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MUJER | | (Llorando y apoyándose sobre la mesa.) | | Duérmete, rosal, | | | | que el caballo se pone a llorar. | | |
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(Telón.)
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Cuadro III
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Interior de la cueva donde vive la NOVIA. Al fondo, una cruz de grandes flores rosa. Las puertas, redondas con cortinas de encaje y lazos rosa. Por las paredes, de material blanco y duro, abanicos redondos, jarros azules y pequeños espejos.
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CRIADA.-
Pasen...
(Muy afable, llena de hipocresía humilde. Entran el NOVIO y su MADRE. La MADRE viste de raso negro y lleva mantilla de encaje. El NOVIO, de pana negra con gran cadena de oro.)
¿Se quieren sentar? Ahora vienen. (Sale.)
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(Quedan MADRE e HIJO sentados, inmóviles como estatuas. Pausa larga.)
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MADRE.-
¿Traes el reloj?
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NOVIO.-
Sí. (Lo saca y lo mira.)
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MADRE.-
Tenemos que volver a tiempo. ¡Qué lejos vive esta gente!
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NOVIO.-
Pero estas tierras son buenas.
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MADRE.-
Buenas; pero demasiado solas. Cuatro horas de camino y ni una casa ni un árbol.
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NOVIO.-
Éstos son los secanos.
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MADRE.-
Tu padre los hubiera cubierto de árboles.
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NOVIO.-
¿Sin agua?
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MADRE.-
Ya la hubiera buscado. Los tres años que estuvo casado conmigo, plantó diez cerezos. (Haciendo memoria.) Los tres nogales del molino, toda una viña y una planta que se llama Júpiter, que da flores encarnadas, y se secó.
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(Pausa.)
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NOVIO.-
(Por la NOVIA.) Debe estar vistiéndose.
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(Entra el PADRE de la NOVIA. Es anciano, con el cabello blanco reluciente. Lleva la cabeza inclinada. La MADRE y el NOVIO se levantan y se dan las manos en silencio.)
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PADRE.-
¿Mucho tiempo de viaje?
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MADRE.-
Cuatro horas.
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(Se sientan.)
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PADRE.-
Habéis venido por el camino más largo.
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MADRE.-
Yo estoy ya vieja para andar por las terreras del río.
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NOVIO.-
Se marea.
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(Pausa.)
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PADRE.-
Buena cosecha de esparto.
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NOVIO.-
Buena de verdad.
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PADRE.-
En mi tiempo, ni esparto daba esta tierra. Ha sido necesario castigarla y hasta llorarla, para que nos dé algo provechoso.
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MADRE.-
Pero ahora da. No te quejes. Yo no vengo a pedirte nada.
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PADRE.-
(Sonriendo.) Tú eres más rica que yo. Las viñas valen un capital. Cada pámpano una moneda de plata. Lo que siento es que las tierras... ¿entiendes?... estén separadas. A mí me gusta todo junto. Una espina tengo en el corazón, y es la huertecilla esa metida entre mis tierras, que no me quieren vender por todo el oro del mundo.
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NOVIO.-
Eso pasa siempre.
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PADRE.-
Si pudiéramos con veinte pares de bueyes traer tus viñas aquí y ponerlas en la ladera. ¡Qué alegría!...
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MADRE.-
¿Para qué?
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PADRE.-
Lo mío es de ella y lo tuyo de él. Por eso. Para verlo todo junto, ¡que junto es una hermosura!
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NOVIO.-
Y sería menos trabajo.
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MADRE.-
Cuando yo me muera, vendéis aquello y compráis aquí al lado. |
PADRE.-
Vender, ¡vender! ¡Bah!; comprar, hija, comprarlo todo. Si yo hubiera tenido hijos hubiera comprado todo este monte hasta la parte del arroyo. Porque no es buena tierra; pero con brazos se la hace buena, y como no pasa gente no te roban los frutos y puedes dormir tranquilo.
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(Pausa.)
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MADRE.-
Tú sabes a lo que vengo.
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PADRE.-
Sí.
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MADRE.-
¿Y qué?
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PADRE.-
Me parece bien. Ellos lo han hablado.
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MADRE.-
Mi hijo tiene y puede.
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PADRE.-
Mi hija también.
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MADRE.-
Mi hijo es hermoso. No ha conocido mujer. La honra más limpia que una sábana puesta al sol.
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PADRE.-
Qué te digo de la mía. Hace las migas a las tres, cuando el lucero. No habla nunca; suave como la lana, borda toda clase de bordados y puede cortar una maroma con los dientes.
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MADRE.-
Dios bendiga su casa.
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PADRE.-
Que Dios la bendiga.
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(Aparece la CRIADA con dos bandejas. Una con copas y la otra con dulces.)
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MADRE.-
(Al HIJO.) ¿Cuándo queréis la boda?
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NOVIO.-
El jueves próximo.
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PADRE.-
Día en que ella cumple veintidós años justos.
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MADRE.-
¡Veintidós años! Esa edad tendría mi hijo mayor si viviera. Que viviría caliente y macho como era, si los hombres no hubieran inventado las navajas.
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PADRE.-
En eso no hay que pensar.
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MADRE.-
Cada minuto. Métete la mano en el pecho.
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PADRE.-
Entonces el jueves. ¿No es así?
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NOVIO.-
Así es.
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PADRE.-
Los novios y nosotros iremos en coche hasta la iglesia, que está muy lejos, y el acompañamiento en los carros y en las caballerías que traigan.
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MADRE.-
Conformes.
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(Pasa la CRIADA.)
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PADRE.-
Dile que ya puede entrar. (A la MADRE.) Celebraré mucho que te guste.
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(Aparece la NOVIA. Trae las manos caídas en actitud modesta y la cabeza baja.)
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MADRE.-
Acércate. ¿Estás contenta?
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NOVIA.-
Sí, señora.
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PADRE.-
No debes estar seria. Al fin y al cabo ella va a ser tu madre. |
NOVIA.-
Estoy contenta. Cuando he dado el sí es porque quiero darlo. |
MADRE.-
Naturalmente. (Le coge la barbilla.) Mírame.
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PADRE.-
Se parece en todo a mi mujer.
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MADRE.-
¿Sí? ¡Qué hermoso mirar! ¿Tú sabes lo que es casarse, criatura? |
NOVIA.-
(Seria.) Lo sé.
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MADRE.-
Un hombre, unos hijos y una pared de dos varas de ancho para todo lo demás.
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NOVIO.-
¿Es que hace falta otra cosa?
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MADRE.-
No. Que vivan todos, ¡eso! ¡Que vivan! |
NOVIA.-
Yo sabré cumplir.
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MADRE.-
Aquí tienes unos regalos.
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NOVIA.-
Gracias.
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PADRE.-
¿No tomamos algo?
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MADRE.-
Yo no quiero. (Al NOVIO.) ¿Y tú?
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NOVIO.-
Tomaré. |
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(Toma un dulce. La NOVIA toma otro.)
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PADRE.-
(Al NOVIO.) ¿Vino?
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MADRE.-
No lo prueba.
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PADRE.-
¡Mejor!
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(Pausa. Todos están de pie.)
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NOVIO.-
(A la NOVIA.) Mañana vendré.
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NOVIA.-
¿A qué hora?
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NOVIO.-
A las cinco.
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NOVIA.-
Yo te espero.
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NOVIO.-
Cuando me voy de tu lado siento un despego grande y así como un nudo en la garganta.
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NOVIA.-
Cuando seas mi marido ya no lo tendrás.
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NOVIO.-
Eso digo yo.
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MADRE.-
Vamos. El sol no espera. (Al PADRE.) ¿Conformes en todo?
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PADRE.-
Conformes.
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MADRE.-
(A la CRIADA.) Adiós, mujer.
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CRIADA.-
Vayan ustedes con Dios.
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(La MADRE besa a la NOVIA y van saliendo en silencio.)
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MADRE.-
(En la puerta.) Adiós, hija.
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(La NOVIA contesta con la mano.)
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PADRE.-
Yo salgo con vosotros.
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(Salen.)
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CRIADA.-
Que reviento por ver los regalos.
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NOVIA.-
(Agria.) Quita.
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CRIADA.-
Ay, niña, enséñamelos.
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NOVIA.-
No quiero.
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CRIADA.-
Siquiera las medias. Dicen que son todas caladas. ¡Mujer!
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NOVIA.-
¡Ea, que no!
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CRIADA.-
Por Dios. Está bien. Parece como si no tuvieras ganas de casarte. |
NOVIA.-
(Mordiéndose la mano con rabia.) ¡Ay!
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CRIADA.-
Niña, hija, ¿qué te pasa? ¿Sientes dejar tu vida de reina? No pienses en cosas agrias. ¿Tienes motivo? Ninguno. Vamos a ver los regalos. (Coge la caja.)
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NOVIA.-
(Cogiéndola de las muñecas.) Suelta.
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CRIADA.-
¡Ay, mujer!
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NOVIA.-
Suelta he dicho.
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CRIADA.-
Tienes más fuerza que un hombre.
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NOVIA.-
¿No he hecho yo trabajos de hombre? ¡Ojalá fuera!
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CRIADA.-
¡No hables así!
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NOVIA.-
Calla he dicho. Hablemos de otro asunto.
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(La luz va desapareciendo de la escena. Pausa larga.)
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CRIADA.-
¿Sentiste anoche un caballo?
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NOVIA.-
¿A qué hora?
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CRIADA.-
A las tres.
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NOVIA.-
Sería un caballo suelto de la manada.
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CRIADA.-
No. Llevaba jinete.
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NOVIA.-
¿Por qué lo sabes?
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CRIADA.-
Porque lo vi. Estuvo parado en tu ventana. Me chocó mucho. |
NOVIA.-
¿No sería mi novio? Algunas veces ha pasado a esas horas.
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CRIADA.-
No.
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NOVIA.-
¿Tú le viste?
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CRIADA.-
Sí.
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NOVIA.-
¿Quién era?
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CRIADA.-
Era Leonardo.
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NOVIA.-
(Fuerte.) ¡Mentira! ¡Mentira! ¿A qué viene aquí? |
CRIADA.-
Vino.
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NOVIA.-
¡Cállate! ¡Maldita sea tu lengua!
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(Se siente el ruido de un caballo.)
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CRIADA.-
(En la ventana.) Mira, asómate. ¿Era?
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NOVIA.-
¡Era!
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(Telón rápido.)
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