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BORCH. Don Guillermo. Autor de una obra publicada en Inglaterra con el título de Razones adicionales para emancipar inmediatamente la América Española, y en la cual da las reglas y plan de gobierno que debe sostenerse para cimentar la independencia. En Buenos Aires circuló el año de 1809, un extracto de dicha obra en un folleto en que están varios documentos, entre ellos una carta escrita por el ministro inglés Dundas en 1797, excitando el ánimo de los habitantes de América para promover la emancipación; y otras del general Miranda con igual designio, dirigidas desde Londres a diferentes personas y a los Cabildos de Caracas y Buenos Aires.

BORDA Y ECHEVARRÍA. El doctor don José de. Contador Mayor del Tribunal de cuentas por los años de 1719, y Rector de la Universidad de San Marcos en 1730, 31 y 32. Fue casado con doña María Ángela Orozco hija de don Eustaquio Orozco y Zegarra de las Roelas y de doña María Josefa Peralta, que en segundas nupcias casó con don Carlos Ubalde y en terceras con don José Cayetano Hurtado de la orden de Santiago, Alcalde de Lima en 1743.

Hijo de don José de Borda, fue don José Antonio Borda y Orozco, natural de Lima, poeta, doctor en ambos derechos, individuo de la Academia española de la historia, Coronel del Regimiento de dragones de Caravayllo y Alcalde ordinario de Lima en 1764. Fue casado con doña Mariana Rallo, hija del Marqués de Fuente hermosa. De este matrimonio nació doña Josefa Borda esposa de don Juan José Aliaga y Colmenares hermano del Conde de San Juan de Lurigancho. Véase Fuente hermosa.

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El diputado don Manuel Antonio de Borda y Echeverría, Oidor de Lima a mediados del siglo pasado, fue hermano de don José.

De la familia de don Eustaquio Orozco y Zegarra de las Roelas, suegro del doctor don José de Borda y Echeverría debemos decir algunas particularidades que conciernen a la historia política del Perú. Don Agustín Zegarra de las Roelas, abuelo materno de dicho don Eustaquio, era Alcalde en la ciudad de la Paz cuando el tumulto y levantamiento de 1.º de Diciembre de 1661, en el cual fueron muertos el general don Cristóval Canedo, Corregidor y Justicia mayor, su primo don Juan de Ortega y varios oficiales; habiendo recibido heridas mortales el capitán don Antonio Vaca Dávila y saqueado los amotinados muchas casas del vecindario. El alcalde Zegarra anduvo tan valeroso en la resistencia y castigo de éstos, como diligente en el descubrimiento de la plata y alhajas robadas. Hizo ahorcar a Antonio de Orduña y a Lucas de Montealegre, cabecillas principales, a Juan Ruiz de Rojas, Alonso de la Fuente y Juan de Amaya por su mucha complicidad en el suceso: y Antonio Gallardo, uno de sus más notables autores, fue muerto en el asalto que intentó dar al asiento de Puno con una partida que sacó de la Paz. Por las heridas del capitán Vaca Dávila, que era Alférez real, se entregó el estandarte que había en la Paz a don Agustín Zegarra de las Roelas: este individuo perteneció a la familia de los Peraltas y Roelas Marqueses de Casares.

En 1668 a consecuencia de los desórdenes y guerras ocurridas en las minas de los Salcedos, fugó de Puno para el Alto Perú don Juan de Vargas, uno de los actores en aquellos disturbios, con don Domingo Reinoso y otros. Era Corregidor de la Paz don Fadrique Plunqueto de la orden de Santiago, gentil hombre del Rey y Marqués de Mayo, y marchó en persecución de Vargas en compañía de don Agustín Zegarra de las Roelas. Internose Vargas a países habitados por salvajes: mas hasta allí le siguieron, y traído prisionero a la Paz, fue ahorcado y descuartizado de orden del Virrey Conde de Lemos que estaba en Puno, y a cuya población se llevó su cadáver.

BORJA Y ARAGÓN. Don Francisco de. Príncipe de Esquilache, Virrey del Perú, descendiente de los Reyes de Aragón. Nació en Madrid en 1582. Fueron sus padres don Juan de Borja Conde de Mayalde y Fiscalho nacido en Valencia, hijo 3.º de San Francisco de Borja embajador en Portugal y Alemania, Mayordomo mayor de la Emperatriz, Comendador de Azuaga en la orden de Santiago y Consejero de Estado; y doña Francisca de Aragón y Barreto, hija de Nuño Ruiz Barreto, señor de Quarteira. Un hermano suyo don Fernando Borja, fue gentil hombre de Felipe IV. Virrey de Valencia y Aragón y Consejero de Estado y de Guerra.

El Príncipe hizo mucho progreso en los estudios, y disfrutó de crédito como literato y poeta. Un antiguo escritor opinó que sin privar a la lengua castellana de su natural sencillez, «la había levantado a aquella sublimidad de que eran testigos sus obras en prosa y verso».

Fue cruzado de la orden de Monteza en 1588, de la de Santiago con dos encomiendas y la dignidad del grado 13 en esta orden, gentil hombre de cámara del rey Felipe III. Casó en 1602 con doña Ana de Borja Princesa de Esquilache, Condesa de Simari y tuvo varios hijos. Nombrósele Virrey del Perú en 1614 cuando sólo contaba 32 años: entró en Lima el día 18 de Diciembre de 1615 y relevó al Virrey Marqués de Montes-claros. Disfrutó del sueldo de 30 mil ducados a que se redujeron los 40 mil que algunos de sus antecesores tuvieron.

Este Virrey principió por elevar una fuerte queja al Consejo contra su antecesor porque había dado varios corregimientos después de estar él —58→ en el Perú, y poniendo a los nombramientos fecha atrasada, con cuyo motivo se resolvió que luego que el sucesor entrase en el territorio, se entendiese que había caducado la facultad de hacer provisiones de destinos. ¡Qué antiguos han sido los abusos y falsedades de este género! En los modernos tiempos han concitado a veces la justa indignación del público sensato amante de la probidad y buena fe.

Sucesos de bastante interés histórico pasaron en la época del Príncipe de Esquilache; y al puntualizarlos en este artículo, cuidaremos de guardar en lo posible el orden que corresponde a la naturaleza de ellos.

En 30 de Abril de 1617 dio y adjudicó al Cabildo de Lima toda la línea que en la plaza mayor se denomina la Rivera, para que se hiciesen en ella tiendas o cajones y los alquilase en beneficio de las rentas de la ciudad. Delante de ese frente y lado de la plaza, se habían establecido cuarenta y dos cajones portátiles que formaban una calle, en virtud de concesión del virrey don Luis de Velasco de 4 de Marzo de 1603, aprobada por el Rey en 1613, y contra la cual se siguió un pleito por la Universidad de comerciantes.

En 11 de Setiembre de 1617 aprobó el Virrey las ordenanzas municipales sobre la leña y el corte de ella, e impidiendo la tala discrecional de montes. En 31 de dicho mes dispuso que el Mayordomo de la ciudad fuese nombrado y relevado anualmente. Y en 11 de Octubre adjudicó a la ciudad para sus propios el impuesto de sisa que era medio real por cada carnero que se mataba. Estableció entonces el rastro denominado de San Francisco para depositar el ganado menor que se consumía. Por una resolución de 30 de Agosto de 1618, prohibió que hasta la distancia de seis leguas en contorno de la población se pudiese formar trapiches o ingenios de caña, y ordenó que los que se hubiesen ya empezado a hacer se desbaratasen al punto. En otro decreto de 6 de Junio de 1619 adjudicó al Cabildo los pastos y gramadales inmediatos a Caravayllo en dirección a Chancay. Y en el citado año aprobó el reglamento municipal que con respecto al pan sancionó el Cabildo a 25 de Febrero. Diéronse también ordenanzas a varios gremios de obreros en oficios mecánicos.

Según provisión del 2 de Abril de 1596 pertenecían al Cabildo como parte de sus propios, las tierras de la acequia del imperial en Cañete; las había adquirido por 10 mil pesos de a 9 reales pagaderos en plaza. El Rey prestó su aprobación donando a la ciudad dichos 10 mil pesos por cédula de 29 de Mayo de 1619. La Audiencia que gobernó cuando el Príncipe de Esquilache se volvió a España, mandó dar posesión al Cabildo de las indicadas tierras y la tomó en 28 de Junio de 1623; no obstante la contradicción del Fiscal que dijo valían 200 mil pesos.

En la esquina de la calle conocida hoy por de los Gallos existió una inscripción en recuerdo del fin trágico de Francisco Carvajal. No había faltado quienes la destruyesen: mas el Virrey mandó renovarla en una lápida que se fijó en el mismo paraje: año de 1617.

Hizo merced a la Casa Real de Expósitos de Lima en 22 de Julio de dicho año, de la 4.ª parte del producto del arrendamiento de los 41 palcos que tenía entonces el Teatro. El Rey vino en aprobar esta determinación veinte años después.

La instrucción pública recibió testimonios de la buena voluntad de este Virrey para favorecerla. Él llevó a efecto el año de 1620 la fundación en el pueblo del Cercado de Lima de un colegio para indios nobles dándole el nombre de «el Príncipe» y cuyas constituciones decretó en 1621. El Colegio de San Francisco de Borja del Cuzco, y el Convictorio de San Bernardo para hijos de conquistadores, quedaron también establecidos y rentados. Concedió al de San Martín de Lima algunas regalías y preeminencias, —59→ el uso de manto de paño fino y que llevasen sus alumnos al lado de la beca un pabellón y corona.

En 9 de Enero de 1619 adicionó las constituciones y ordenanzas de la Universidad de San Marcos con varios nuevos preceptos, entre ellos la protestación de la fe católica que habían de hacer en su juramento los que se graduasen; prometiendo además defender la inmaculada concepción de María. Más tarde y cuando acerca de este misterio se recibió un breve pontificio, se hicieron en Lima aquellas grandes y costosísimas fiestas con cuyas particularidades y detalles llenó un libro la erudita y diestra pluma de don Diego de León Pinelo. Véase Henríquez de Guzmán, don Luis, Virrey del Perú.

El Virrey profesaba decidida adhesión a la compañía de Jesús de que fue General su ilustre abuelo, y prometiéndose no sin razón, opimos frutos para los progresos científicos, de las luces y constancia de los jesuitas, les encomendó diferentes cátedras en la Escuela Real de San Marcos.

Como amante de las letras no era posible que Esquilache usara sin fomentarlas y sin rodearse de los ingenios más distinguidos que ofrecía Lima en tan remota época; y así se reunían semanalmente en palacio diferentes personajes a cuyos estudios se agregaba la ilustrada capacidad que enaltecía su mérito. El coronel don Pedro de Yarpe y Montenegro, el Oidor don Baltazar de Laso y Rebolledo, don Luis de la Puente, jurista de mucho renombre, el religioso fray Baldomero Yllescas de la orden de San Francisco, el poeta don Baltazar Moreyra y otros que no nombramos por falta de noticias, tenían con el Virrey discusiones sobre materias científicas; cultivando su saber literario con los ensanches que en esos debates académicos avivaban la más noble de las aspiraciones.

En 1620 se mandó erigir el Obispado de Buenos Aires, y el de la Imperial se trasladó a Concepción de Chile.

Al Príncipe de Esquilache negó el Rey la licencia que solicitó para fundar en Lima un monasterio, y le ordenó conferenciase con el Arzobispo y «procurase inclinar a las personas devotas que querían hacer obras piadosas, para que las convirtiesen en bien común, como la crianza y remedio de los huérfanos e indios, erección de hospitales, etc.».

Ayudó el Virrey al arzobispo Lobo Guerrero en la plantificación de una cárcel en el pueblo del Cercado destinada a los tenaces idólatras y hechiceros a quienes el prelado hacía poner en cadenas, y eran perseguidos por medio de visitadores comisionados para extirpar errores y la fe que prestaban los indios a los sortilegios y ficciones de aquéllos. El Príncipe, varios Oidores y algunos miembros del Cabildo eclesiástico, dieron recursos pasa costear una visita que se hizo por los jesuitas enviados a ciertas poblaciones con el fin de apartar a los indios de sus antiguas creencias. Los mismos que habían sido bautizados, sin recibir instrucción previa, seguían practicando sus bárbaros ritos y prestaban culto a los animales y otros despreciables objetos. No era obra sencilla ni de pronta ejecución la de extinguir en muchedumbres ignorantes hábitos heredados sobre materias que en todos los siglos han dominado los espíritus; y así culpar a los primitivos párrocos que tanto trabajaron por catequizar a los indios, y atribuirles la continuación de sus viejas costumbres, parece ligereza de los escritores que sin reconocer el mérito de muchos de esos sacerdotes, asientan de una manera general que preferían el lucro a la conquista de las almas.

El encargo hecho a los regulares de la compañía fue desempeñado con suma discreción debiéndose en esa vez a su tino y sagacidad, la reforma de aquellos lamentables extravíos. Ellos con su predicación y doctrina, trajeron gran número de indios al verdadero camino, desviándolos de —60→ sus errores y avanzando no poco en el propósito de instruirlos en los dogmas sagrados. En sólo los pueblos de los partidos de Cajatambo y Chancay se destruyeron muchas huacas o adoratorios, fuera de otros lugares que eran frecuentados por pequeños círculos para sus abominables ceremonias. Tal fue el principio de los visitadores contra la idolatría que el mismo arzobispo Lobo Guerrero y sus sucesores nombraron en el siglo XVII; estas visitas al paso que tenían por base la enseñanza y la persuasión, cooperando a ella los curas, iban revestidas de facultades y extraían de los pueblos a los ministros y agentes de las falsas creencias, que traídos a la capital recibían duros castigos por su pertinacia, y para que sirviesen de escarmiento.

El valle de Moquegua o Moquecha llamado así desde antes de la conquista, y que perteneció al distrito de Chucuito feudo de los Condes de la Gomera, tenía a su inmediación el valle de Cochuna, con el asiento denominado Escapagua fundado por los tenientes del Inca Maita Capac. Estos territorios estaban ya incorporados y formaban parte de la provincia de Colesuyos, cuando el Virrey Príncipe de Esquilache, creó en 1617 la villa de San Francisco de Borja de Esquilache, situándola en la misma población de Escapagua, en donde los primeros conquistadores erigieron la iglesia parroquial de San Sebastián. Más tarde, y a causa de la fundación de la villa de Moquegua, hecha por el Virrey Marqués de Guadalcázar bajo el título de Santa Catalina de Guadalcázar, quedó a Escapagua el dictado de «Alto de la Villa» que aún se conserva.

El Gobernador de Yaguarzongo (Bracamoros o Jaén), don Diego Vaca de Vega, pidió al Príncipe de Esquilache la conquista de los Maynas con el título de Gobernador de los lugares que a su costa fundase. Otorgole el Virrey cuanto solicitó, y fue puntualizado en las capitulaciones que se ajustaron el año 1618. La primera población pasado el pongo de Manseriche, fue la ciudad de San Borja, erigida en honor al Virrey en 8 de Diciembre de 1619 y reconocida entonces por cabeza de la provincia de Maynas. El lector puede instruirse de cómo se descubrió este territorio y de muchos datos históricos sobre el particular, en el artículo Vaca de Vega, don Diego.

En ese mismo año de 1619 se efectuó de orden del Virrey la fundación de aquel asiento mineral de San Antonio de Esquilache en la provincia de Chucuito, cuya inmensa riqueza fue tal, que por la gente empleada en sus labores utilizaba el prelado de la diócesis catorce mil pesos sólo del ramo de 4.ª funeral. Refiérese en antiguos manuscritos que hubo minero que al retirarse lleno de caudal, dio la mina de la Fragua en un arrendamiento equivalente a 1.400 pesos diarios. Trabajó el Virrey por fomentar diferentes exploraciones y entradas a territorios desconocidos llevando no sólo la mira de poseerlos y extender la luz del cristianismo, sino la de diseminar a los soldados cuyo ocio en las ciudades ponía en peligro la quietud pública. Hízoles comprender que su objeto era abrirles caminos de bien estar y levantarlos de la situación abatida y menesterosa en que se hallaban. De estas expediciones emprendidas según contratos que dejó hechos el Virrey Marqués de Montes-claros, fueron frustrándose las más por los graves obstáculos que oponían lo difícil de las empresas, la insuficiencia de los recursos, y también la falta de idoneidad de los que sin inteligencia y genio no podían dar cima a los compromisos contraídos con el Gobierno.

En 14 de Octubre de 1616 se hizo la erección de la catedral de Trujillo, diócesis sufragánea de Lima. Para formarla se segregaron del Arzobispado, las provincias de Trujillo, Saña, Cajamarca con sus dos partidos Huambos y Huamachuco, Chachapoyas, Cajamarquilla, Pataz, Luya —61→ y Chillaos y además Jaén y Piura. Paulo V en la bula de 29 de Octubre de 1609 en virtud de las instancias que habían hecho el rey Felipe III y el arzobispo Santo Toribio, confirmó la creación de dicho Obispado, autorizado por el papa Gregorio XIII desde 15 de Junio de 1577, a consecuencia de antiguas súplicas que quedaron sin efecto por entonces. Véase Cabrera, don fray Francisco.

El año de 1619 a 11 de Octubre, procedió el obispo don fray Pedro Perea a erigir la catedral de Arequipa lo cual no había podido efectuarse desde que se creó el Obispado, por fallecimiento de los prelados Rodríguez y Cabezas Altamirano. El Rey desaprobó la acta en 1624 porque Perea la hizo sin anuencia de su Cabildo ni del Virrey y por esto dicha erección se verificó en 1636 por el obispo Villagómez. Véase Perea.

Al obispo de Guamanga don fray Agustín Carvajal se había descubierto una mujer natural de Guipúzcoa la cual le reveló que era monja y que fugando de su convento de San Sebastián se vino a América en traje de soldado. Militó en México y Chile con gran celebridad por su extraordinaria valentía y obtuvo clase de oficial; pero a este paso eran muchos y ruidosos los asesinatos cometidos por ella, las pendencias y escándalos de que era culpable por su carácter díscolo y temerario, y a causa del juego su pasión dominante. Estuvo depositada en el convento de Santa Clara de Guamanga, y cuando falleció dicho Obispo, mandó traerla a Lima el arzobispo Lobo Guerrero. Fue conducida el año 1618 en una litera acompañada de seis clérigos, cuatro religiosos y seis hombres armados. Presentada al Príncipe de Esquilache esta mujer de tan rara historia, que causó en Lima la inquietud y curiosidad de todos, la devolvió al Arzobispo quien la encerró en el convento de la Trinidad: allí permaneció más de dos años hasta su regreso a España. En el artículo Erauzo, doña Catalina de, referiremos extensamente lo que hay que saber y objecionar acerca de la titulada «Monja alférez».

Jacobo Lemaire navegante holandés en unión del piloto Guillermo Schouten descubrió en 1615 el estrecho que lleva su nombre y separa la Tierra del Fuego, de la isla de los Estados. Recibiose en Lima noticia de este suceso el año inmediato, y de que reconoció diferentes islas habiendo tomado también posesión de ellas a nombre de su Gobierno y seguido su viaje a Filipinas. Esto motivó el reconocimiento que el Gobierno español mandó hacer de dicho estrecho al piloto Juan Morel que lo verificó con dos carabelas el año 1617. En 1618 Bartolomé García de Nodal y su hermano Gonzalo practicaron otro más cumplido y prolijo y lo denominaron «Estrecho de San Vicente», dando a las isletas que descubrieron al Sureste del Cabo de Hornos el nombre de «Diego Ramírez» que era el cosmógrafo de la expedición. Véanse los apellidos citados.

En 1618 pasó ese estrecho un buque inglés que vino al Pacífico y se retiró luego que su capitán reconoció e hizo observaciones en las costas de Chile y del Perú. Córdova Urrutia siguiendo a don Cosme Bueno asienta que aquél se llamaba Guillermo Fzren y Llano Zapata dice que «Ezeten». Los antiguos no se fijaban en los apellidos extranjeros y los escribían sin exactitud: también daban el calificativo de piratas a las embarcaciones de otras banderas aunque en realidad no lo mereciesen.

Las suntuosas y valiosísimas obras del templo y claustros de San Francisco fueron costeadas por vecinos acaudalados de Lima y las recordamos para referir un acto de clemencia del príncipe don Francisco de Borja para favorecer una de las más notables de ellas. Perdonó en 1619, ya en el patíbulo, a Alonso Godínez reo de homicidio, con la condición de que según lo ofrecía al padre guardián, coordinase y dejara colocados con propiedad los ladrillos azulejos que forman el revestimiento de las —62→ paredes y pilares del claustro principal. Nadie había podido hacerlo porque se hallaban en confusa mezcla; y Godínez lo ejecutó combinando y poniendo en orden esos ladrillos en que están representados muchos santos y diferentes armoniosas labores. Fueron obsequio de la renombrada cacica Catalina Huanca, de quien como de Godínez, tratamos en sus lugares respectivos.

Pueden citarse además de los hechos relacionados, otros remarcables de la época del Príncipe de Esquilache, y algunos de ellos desgraciados y aflictivos. En 1617 a 24 de Agosto falleció Santa Rosa de Lima: en 1618 se experimentó en el Perú un terremoto y en el siguiente de 1619, el 14 de Febrero, otro que causó gran ruina en Trujillo y Piura. Por esto el obispo Cabrera pretendió trasladar a Lambayeque la silla episcopal. El 30 de abril de 1620 se incendió la Casa de Moneda de Lima; y el mismo año se destruyó por el río Apurimac, el puente de cal y piedra que poco antes había hecho construir el Virrey por medio del ingeniero don Bernardo Florines. También en 1620 acaeció una inundación en Camaná que causó gravísimos daños. El 31 de Marzo de 1621 murió el rey Felipe III y el 8 de Enero de 1622 el arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero.

No manifestó Esquilache los sentimientos de humanidad en favor de los indios que habrían sido dignos de su ilustración y demás cualidades, al tiempo de dictar ciertas resoluciones relativas a la mita para Potosí con vista de un expediente que se siguió sobre esta materia. En el nuevo repartimiento que se hizo de 4.294 individuos, apenas se vio la rebaja de 800 del padrón antiguo, en cuyo supuesto continuaron la opresión y trabajos forzados de los infelices indios.

En la memoria que el Príncipe dejó escrita a su sucesor el Marqués de Guadalcázar, le dice: «que Potosí había decaído, que la ley de los metales era ya más baja, que las minas estaban en gran profundidad, y los azogueros muy empeñados». Le da cuenta de la medida que tomó y que él mismo califica de odiosa, de que los corregidores expeliesen de sus territorios a los indios forasteros, a fin de que viviesen en sus parroquias para que no faltasen a la mita. El Consejo de Indias había mandado que el servicio personal se redujese a Potosí, y que poblasen y habitasen allí para que atendiesen por entero a la mita. Ni Esquilache ni su antecesor el Marqués de Montes-claros, pudieron cumplir esta disposición, porque habría sido precisa, una población de 38.024 tributarios para proveer a la mita con 4.294, y en los alrededores de Potosí no había tierras que darles por ser un país inculto y estéril.

Se disculpa el Virrey de no haber mandado cumplir una real orden para que los mineros pagasen a los indios los gastos de su ida a Potosí y regreso a sus tierras, regulándolos por el jornal y leguas de distancia. Se apoya en el resentimiento y oposición de los especuladores, dando a conocer el temor que a éstos tenían los virreyes que a costa de los indios preferían estar bien con aquéllos. Calcula el importe de dichos gastos en doscientos mil pesos y aconseja se maneje este asunto con prudencia.

Esquilache dio facultad al Corregidor de Potosí para que procediese contra los que no enterasen la mita. Antes se hacía enviando jueces a requerirlos y castigarlos, con lo que los corregidores obligaban a los caciques, y éstos vejaban y oprimían a los indios con más arbitrariedad. Había en Potosí tales manejos, que se presentaban mineros supuestos y se trataba de minas que no existían, para conseguir indios en los repartimientos. Otro grande abuso de los muchos que brotaban de este malhadado sistema, era el de los indios de faltriquera, y consistía en recibir el minero o encomendero el rescate que hacía el indio dándole plata por no trabajar.

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Las alteraciones y crímenes en la villa de Potosí que de años atrás causaron grandes escándalos, fueron en aumento en el tiempo que gobernó el Príncipe de Esquilache. Los implacables vizcaínos siempre armados y persiguiendo de muerte al bando que luchaba con ellos, y se componía de los criollos unidos a extremeños, castellanos, andaluces y otros, estaban apoderados de casi todos los destinos públicos, poseían grandes riquezas y perpetraban frecuentes asesinatos y temerarios excesos que ocasionaban los atentados de igual género que ejecutaban también sus ofendidos rivales. En 1617 el corregidor don Rafael Ortiz de Sotomayor parcial de los vascongados hizo degollar al castellano don Alonso Yáñez, al alférez Zapata, gallego, al capitán Moreno, alférez Flores, y otros criollos poniendo sus cabezas en el rollo. Entonces el bando agraviado mató cincuenta vizcaínos y apenas pudo escapar el Corregidor: en menos de dos años que tuvo el mando, murieron de una parte y otra 120 individuos.

Descollaba en el odio y rencor a los vizcaínos, un don Antonio Geldres quien se hizo capitán de los criollos: hubo sangrientos choques y desastres aun por incidencias leves o casuales, pues todo servía para inflamar los ánimos: en uno de aquéllos pereció entre otros vascongados el capitán don Pedro de la Lastra. Ni los respetos al nuevo corregidor don Francisco Sarmiento, ni ninguna consideración humana pudieron templar el furor de estos partidos, cuyas horribles crueldades fueron tan repugnantes como difícil sería referirlas. Geldres irritado con las palabras que acerca de él vertió en un sermón el padre rector de la compañía de Jesús Pedro Alonso Trujillo, le acometió asociado a otros y descargó sobre él multitud de golpes: su muerte conmovió a la población en tal grado, que Geldres se ocultó y tuvo que fugar: poco antes de hacerlo congregó a sus principales cómplices y les dejó orden para asesinar a varios y cometer muchos otros crímenes. Por consecuencia quitaron la vida al capitán Juan de Urbieta general de los vizcaínos. Los criollos conocidos con el sobrenombre de Vicuñas pasaron muy adelante en sus atroces delitos, mientras sus contrarios, no quedando atrás, tramaban una formal rebelión. El Corregidor, que no pudo arribar a ningún avenimiento pacífico, idea que desde luego era quimérica, hizo destruir un almacén, cuya llave le negó el capitán Francisco Oyanume, y se apoderó de 500 arcabuces, 100 lanzas y mucho parque de los vascongados. A pesar de esto tenían repartidas y en uso armas de sobra para sus empresas. Oyanume tenía fortificada su casa y rechazó ocho ataques de los vicuñas que al fin triunfaron muriendo muchos vizcaínos y huyendo un crecido número con pérdida de ocho mil marcos de plata y algunos valores más, sin que la autoridad tuviera medios de atajar y poner término a la espantosa anarquía que dominaba en Potosí. Los muertos en sólo el año 1622 fueron 381 sin contar mestizos, negros mulatos e indios que pasaron de mil: los heridos, 629, etc. La continuación de tales escándalos nos dará asunto para volver a ocuparnos de esta materia en el artículo del Marqués de Guadalcázar sucesor del Príncipe de Esquilache.

El Virrey prohibió hacer viaje por Buenos Aires a los españoles para que no defraudasen los derechos de la plata que del Alto Perú extraían por esa vía.

Felipe III por cédulas de 12 y 23 de diciembre de 1619 renovó bajo severas penas las órdenes dadas por sus predecesores prohibiendo fuesen nombrados «para corregimientos, oficios de justicia, comisiones, negocios particulares, encomiendas o repartimientos, pensiones o situaciones, los hijos, hermanos o cuñados, o parientes dentro del 4.º grado, de —64→ los virreyes, presidentes, oidores, fiscales, contadores, gobernadores, corregidores, alcaldes mayores, oficiales reales, etc.», cuyo mandato con otros preceptos se insertaron después en las leyes 27 y siguientes título 2.º libro 3.º del Código de indias. El quebrantamiento constante de estas resoluciones por los virreyes y demás autoridades, causaron siempre en el Perú males de gran trascendencia. Los hurtos y otros abusos frecuentados con el mayor escándalo, se encubrían en protección de favoritos y funcionarios predilectos; y la impunidad con que contaban se hacía tan insoportable como los excesos que por lo mismo se reiteraban.

Trata la memoria del Príncipe del mineral de azogue de Guancavelica y de la mita de dos mil indios que se repartían a los azogueros que eran arrendatarios. Sacaban éstos el azogue, satisfacían el 5.º y debían entregar tres quintales anuales por cada indio, pagándoles el Rey cuarenta y siete pesos por quintal: lo demás que extrajesen, no podían venderlo sino al Rey. Para las compras enviaba la Tesorería de Lima un contingente de trescientos mil pesos cada año. Entonces la mina se hallaba a doscientos estados de profundidad. El azogue se traía a almacenarse en Chincha, de donde se llevaba por mar a Arica y de allí a Potosí. La mita para el mineral de Castrovirreina, consistía en 1.4000 indios.

La provisión del Gobierno o Corregimiento de Guancavelica se hacía en España a consulta del Consejo, pero después se dejó a los virreyes por cédula de 16 de enero de 1608, para que les estuviesen más subordinados. Por otras de 5 de octubre de 1607 y de 26 de abril de 1618 se advirtió que convendría se diese aquel Gobierno a un Oidor lo mismo que el de Potosí. Con este motivo el Príncipe de Esquilache envió a Guancavelica de Gobernador y visitador al ilustrado don Juan de Solórzano Pereyra miembro de la Audiencia de Lima. Felipe III dio las gracias al Virrey por la elección hecha en ese magistrado y también por su buen desempeño, como que él dispuso diferentes obras necesarias para seguridad del mineral de azogue, y que lo precavieron del riesgo de experimentar fracasos. En los 15 meses que Solórzano permaneció allí entraron en almacenes 7.500 quintales de azogue.

Al Príncipe Virrey se le aprobó haber mandado vender al fiado el azogue: mas esto dio origen a una crecida deuda que aumentó la rezagada de los mineros y ofreció pérdidas considerables. Solórzano opinaba por aquel sistema siempre que se practicara con suficientes garantías: pero el contador mayor don Alonso Martínez de Pastrana, que había estado a visitar la caja real de Potosí, dio cuenta de que hasta fin de 1618 se debían en ella dos millones y medio, la mayor parte a causa del azogue no pagado. Por esto se resolvió proceder contra los deudores y también contra los oficiales reales por sus omisiones y tolerancia: antes se había ya mandado al Virrey que al venderse el azogue, que por entonces valía en Potosí setenta pesos, se recibiese su valor al contado, con más ocho pesos por quintal a cuenta de lo atrasado.

Mucho se detiene el Virrey en particularidades relativas al servicio personal. Se expresa en términos muy deshonrosos a los corregidores por sus demasías, excesos y defraudaciones en lo tocante a indios y da razón de algunas de las providencias represivas que había dictado. Prohibió que dichos funcionarios y los curas tuviesen mujeres indígenas de mita para su servicio doméstico. Juzgamos que ni las órdenes del Rey, ni las de los virreyes, se obedecían ni merecían respeto ante el torrente y desborde de la codicia, maquinaciones y atrevimientos de muchos feudatarios y vecinos europeos. En orden a ellos se expresa el Príncipe de Esquilache en estos términos: «Los destinos son pocos, los pretendientes infinitos: se creen todos beneméritos, no se conocen, y se quejan: la molestia es continua, —65→ los contentos se van, y los que no lo están se quedan, hablan libremente: pero todo se vence con no darse el Virrey por entendido, y así por este puente pasamos todos».

El Rey a consulta de este Virrey, mandó se diesen en arrendamiento los obrajes de comunidades en que se hacían paños, frazadas, bayetas y cordellates, y que antes se administraban por comisionados del Gobierno; de lo cual sobrevino alivio para los indios, pues eran mayores los males, extravíos y perjuicios que experimentaban a causa del indigno proceder de aquellos empleados.

Llamábanse cajas de comunidad las que había en muchos corregimientos del reino y se conservaban a título de que en ellas se depositaban los tributos que iban pagando los indios, por lo cual en algunas debían ser cuantiosas las sumas existentes. Acerca de esto decía Esquilache que «la plata servía solamente para que los corregidores contratasen con más caudal e hiciesen la guerra a los indios con sus mismas armas»: razón en que se fundó para pedir al Consejo se quitasen tales cajas y se enterase el dinero de tributos de las tasas anuales en las Tesorerías sin ninguna demora.

En aquel tiempo los indios Cañaris (Cuenca) estaban exceptuados de mitas y tributos porque se les destinaba a órdenes de las justicias del reino y a desempeñar muchos otros encargos del servicio.

Tenían los indios en todas las ciudades y en varias provincias protectores que los defendieran, y en Lima uno general que más adelante se denominó Fiscal protector llegando a ser Ministro togado como los de la Audiencia. Pagábaseles con el producto de un ramo que se conocía con el nombre de «residuos y buenos efectos», y como su recaudación era tardía y deficiente, el Virrey tuvo que apelar a otros recursos para cubrir los haberes de aquellos funcionarios.

Con respecto a las cajas tituladas de censos de indios se observaba la ordenanza del virrey don Luis de Velasco llamada «la de molde». Hacían en aquellas los particulares el pago de intereses por los capitales que con hipoteca de sus haciendas tomaban prestados de las cajas de comunidad. Esos réditos ayudaban a los indios para la satisfacción de sus tributos y por esto había que llevar en aquellas oficinas cuentas complicadísimas con las comunidades. El Príncipe de Esquilache reprobaba semejante sistema, y le desagradó una real orden dada para que el Virrey y la Audiencia administrasen en Lima la caja de censos; pero se abstuvo de replicar a dicho mandato «dejando al tiempo y la experiencia la demostración de los inconvenientes que se ofrecían en este negocio».

Había otra especie de fatiga para los desdichados indios. Denominábase «mita de plaza» un reparto que se hacía de ellos según ciertos padrones, y se los precisaba a ejecutar diferentes servicios en las ciudades: de lo cual brotaban multitud de abusos, como que variados los nombres y los pretextos, se les imponían siempre a pesar de las leyes, deberes y trabajos forzosos.

Recomendó mucho Esquilache la conservación del ganado de la tierra con que se trajinaba por todo el reino, y dice que por eso dictó una ordenanza sobre su aplicación y consumo. Arregló los jornales que debían pagarse a los indios que se distribuían para servir en lo interior de los tambos de los caminos, a los cuales no se les recompensaba su trabajo: les asignó real y medio, y dos reales a los que cuidaban en el campo las cabalgaduras. También dio providencias para que los chasquis fuesen satisfechos de lo que les correspondía por su trabajo.

Después de ponderar, como los demás Virreyes lo hacían a su ingreso, el mal estado en que se hallaba el Callao para una defensa, decía que sólo —66→ era de provecho el galeón «Jesús María», capitana entonces: pues otros tres, el «Mercedes», el «San José» y el «Visitación», se tenían ya por inservibles. Hecho el reemplazo de ellos, dejó a su sucesor una escuadrilla compuesta de los galeones «Nuestra Señora de Loreto» de 44 cañones, «San José» de 32, «Jesús María» de 30, «San Felipe y Santiago» de 16; y los pataches «San Bartolomé» y «San Francisco» con 8 piezas cada uno; además 3 lanchas cañoneras. Fundió un número regular de piezas de artillería, y organizó en el presidio cinco compañías de cien plazas para las atenciones de mar y tierra. Construyó dos baluartes y colocó en ellos trece cañones del mayor calibre. El abasto y entretenimiento de la armada y tropas de infantería, lo encargó por contrata al almirante don Juan de la Plaza y a don Lorenzo Medina. En los gastos de cinco naves y la tropa del Callao, sin incluir sueldos, fábricas de buques, fundiciones de artillería y consumos de pólvora, se invertían cuatrocientos nueve mil pesos.

Por la contrata y nuevo arreglo se mantenía más escuadra y más tropa con trescientos noventa mil pesos, y los asentistas nada omitían para su mejor desempeño. Concluía el Virrey diciendo que antes «no podía evitarse la infidelidad en la administración; y que todos los consumos pasaban con las declaraciones de hombres bajos, a quienes ni la honra, ni la conciencia les induce a otra cosa». Agregaba que si en 1615 la armada del almirante Spilberg, se resuelve a desembarcar quinientos hombres, habría sido saqueada Lima; y que su antecesor el Marqués de Montes-claros «le había confesado que dudó en un caso como ése, encontrar cien hombres que se atreviesen a morir con él».

Mandó el Príncipe de Esquilache que la guerra de Chile no fuese sino defensiva, y disminuyó en quince mil ducados el situado o contingente de doscientos doce mil que se enviaba anualmente de Lima (lo que sucedió por largos años) para que en aquel país pudiesen hacerse los gastos ordinarios. Quitó el servicio personal a los indios chilenos el año 1620, a pesar de las resistencias y oposición del Cabildo de Santiago; e hizo tasas de tributos y ordenanzas para el buen gobierno del ramo, todo lo cual aprobó el Rey por cédula de 17 de Julio de 1622. Reflexionó el Príncipe a su sucesor sobre el peligro de que enemigos extranjeros fortificasen Valdivia.

Envió a Chile de Gobernador y Presidente interino a don Lope de Ulloa y Lemus que era en Lima Capitán de los gentiles hombres de lanzas del reino. Se encargó del mando en Concepción el 12 de Enero de 1620 y exigió la ceremonia de que se le recibiese bajo de palio según se acostumbraba en Santiago: ya se había prohibido su uso a los virreyes por el rey Felipe III. Quiso también permanecer sentado cuando en algunos actos de etiqueta se ponían de pie los oidores, quienes por esto y con sobrada razón formaron una ruidosa competencia. Por fallecimiento de Ulloa en 1621 nombró Esquilache Presidente interino a don Pedro Sores de Ulloa en Abril de 1622, y recibió el mando que ejercía accidentalmente el oidor don Cristóval de la Cerda. Por entonces salió de San Lúcar un convoy naval al cuidado de don Íñigo de Ayala trayendo para Chile 300 soldados y muchos pertrechos: mas estando cerca de Magallanes sufrió tan recia tempestad que se perdieron los buques sin saberse nunca de Ayala. Sólo se salvó el del capitán don Francisco Mandujano que fue a dar a Buenos Aires, y desembarcó allí la tropa de trasporte que por tierra vino a Chile. El citado Ayala había ido de Lima llevando caudal para los gastos de la malograda expedición.

Las compañías de lanzas y arcabuceros llamadas de la «Guardia del —67→ Reino», se pagaban con las rentas de ciertas encomiendas, las cuales habían decaído y sufrido considerables quiebras. Con este motivo mandó el Rey que se disolviese esa fuerza. Mas el virrey Montes-claros no cumplió con reformar las compañías por diversas razones a que tuvo que atender. Y cuando el Príncipe de Esquilache dispuso se obedeciera dicha resolución a mérito de nueva orden fecha 16 de abril de 1618, los soldados suplicaron se les dejase servir sin prest alguno, con tal de tener el honor y el fuero. Así se les concedió y el Rey vino en aprobarlo en 1623.

El rey Felipe II a solicitud del Cabildo de Lima y del comercio, con apoyo del Virrey Marqués de Cañete resolvió en 29 de Diciembre de 1593 se estableciese en Lima un Tribunal de consulado, como el de Burgos y Sevilla, «para que los juicios concluyesen con brevedad según estilo de mercaderes, olvidándose los graves inconvenientes que se seguirían si ante la justicia ordinaria se ventilasen, ocasionando mayores gastos y perjuicios». Habiendo pasado algunos años sin que esa cédula tuviese efecto, el Virrey Marqués de Montes-claros dio permiso a los comerciantes para celebrar una reunión en que se tratase de la materia, con tal que asistiera a presidirla el licenciado don Francisco de Sosa, Alcalde ordinario. Verificose en el convento de la Merced en 1613, y se acordó pedir la elección del Tribunal, dándose poder a Miguel Ochoa, Pedro González Refolio y Juan de la Fuente Almonte para que representasen lo conveniente hasta conseguir el objeto propuesto.

Montes-claros, a quien ocurrieron solicitando se cumpliera lo dispuesto en la citada real cédula de 1593, convocó una junta general compuesta de los oidores y fiscales de la Audiencia, los contadores mayores y oficiales reales, en la cual se resolvió la creación y establecimiento del Tribunal: Ochoa fue el primer prior, Refolio y Almonte los Cónsules.

Aprobó Felipe III en 16 de abril de 1618 lo hecho en Lima autorizando al prior y cónsules para nombrar empleados, y para cobrar de las mercaderías lo necesario para salarios y otros gastos del Tribunal.

Por cédula real de la misma fecha fue cometido al Virrey Príncipe de Esquilache el encargo de hacer las ordenanzas que habían de regir en el consulado, debiendo consultarlas con la Audiencia y ponerlas desde luego en ejecución. El Príncipe en su consecuencia, expidió dichas ordenanzas con fecha 20 de diciembre de 1619, confiriendo al Tribunal jurisdicción «para conocer en los negocios y pleitos del comercio y sus tratos entre mercader y mercader, compañeros, factores y encomenderos; compras, ventas, trueques, cambios, quiebras, seguros, cuentas, compañías, y sobre fletamentos de recuas y navíos: cumplimiento de conciertos y otras cosas, pagas de mercaderías, y de sus daños y averías y otras diferencias que resultasen de lo dicho y de las que hubiere entre los maestres y marineros por cuentas y ajustes de soldadas, y de todas las cosas que acaecieren y se ofrecieren tocantes al trato y demás de que pueden y deben conocer los consulados de Burgos, Sevilla y México».

Dio al comercio el título de Universidad de Caridad, poniendo al Tribunal bajo el patronato de la Virgen de la Concepción, y designándole por armas un escudo coronado en campo azul: en él una jarra de oro con azucenas, y alrededor esta letra: «María concebida sin pecado original», pendiendo el toisón del pie del escudo.

Denominó al tribunal «Consulado de la Universidad de los mercaderes de esta ciudad de los Reyes, Reinos y provincias del Perú, Tierra Firme y Chile, y de los que tratan y negocian en ellos de los reinos de España y Nueva España».

—68→

La elección de prior y cónsules se arregló fuese por medio de votos secretos. El 2 de Enero de cada año se citaba a los comerciantes que debían sufragar; eran éstos los tenderos de la plaza y calle de Mercaderes; los demás que girasen doce mil pesos, los dueños de buques y los que hubiesen pagado 750 pesos por alcabala. El día 4 concurrían a votar para 30 electores ante el Tribunal, y un oficial real que hacía de juez. Los electores debían ser hombres de negocios, mercaderes casados o viudos, y de más de 25 años de edad con casa por sí, excluyéndose a los extranjeros y a los abogados. Se habían de juntar el 5 de Enero cuando menos 20 en la iglesia de la Caridad (después se hacía en la Merced); oían misa de Espíritu Santo, pasaban luego a la sala del Tribunal, cada uno ponía su nombre en una cédula que depositaba en la ánfora, y el escribano sacaba quince, una después de otra. Los quince individuos contenidos en ellas, eran los que previo juramento elegían por prior y cónsules y diputados para ese año a personas de más de 30, casados o viudos, de buena fama, y ricos de más de 30 mil pesos, que no tuviesen tienda pública, ni la hubiesen tenido dos años antes, etc. Tampoco podía elegirse a parientes, a socios de comercio, ni a letrados. No se nombraba sino un cónsul, porque el más moderno del año pasado, quedaba de cónsul 1.º para el entrante. Prestaban juramento de obrar conforme a las leyes y ordenanzas; relevaban a los salientes y pasaban luego a presentarse al Virrey.

Desde 1748 se hizo la elección para dos años y con esto quedó provisto para cuatro el cónsul 2.º. Estaba acordado que no faltase en el Tribunal un peruano, ya fuese prior o cónsul. En cuanto a presidir esos actos el oficial real, dejó de suceder así, desde que el Virrey Príncipe de Esquilache por decreto de 15 de abril de 1621, resolvió nombrar cada año juez de alzadas a un Oidor, lo cual mereció aprobación del Rey. Por cédula de 16 de Marzo de 1798 se nombró de juez perpetuo al oidor don José Baquíjano, Conde de Vista-Florida; y por otra de 3 de enero de 1815 al alcalde del crimen de la Audiencia don Gaspar de Ceballos Marqués de Casa Calderón.

El Tribunal del Consulado tuvo la extensión que hemos dicho, hasta que se erigieron consulados en Buenos Aires, Chile y Cartagena; y aunque a éste correspondía la provincia de Guayaquil, ella fue agregada al de Lima por real cédula de 8 de Julio de 1805.

El prior y cónsules salientes eran consejeros de los entrantes, para los casos en que les consultasen. Los diputados elegidos para el bienio por los quince electores, eran seis, y los ocupaba el Tribunal en pedirles parecer y en otros encargos y comisiones. Los miembros del Tribunal y los diputados tenían que aceptar sus cargos so pena de doscientos pesos ensayados de multa, trescientos doce pesos cuatro reales, pues cada peso era de doce reales y medio. Por el prior y cónsules impedidos, suplían los inmediatos salientes. Cada uno de aquéllos y el juez de alzadas gozaban de quinientos pesos anuales: estos sueldos se aumentaron después. Podían nombrar a su juicio escribano, el cual cobraba derechos a las partes según arancel, y aun tenía sueldo. Mas este cargo fue posteriormente oficio vendible y renunciable, y estuvo vinculado en la casa de los Escudero de Sicilia. Nombraba asimismo el Tribunal, alguacil ejecutor, y receptor o bolsero para recaudar y pagar, dando fianzas; ambos con sueldos que se les abonaban de la renta del consulado. Por real orden de 20 de Junio de 1795, se dividió el último de esos destinos, en los de contador y tesorero. Tenía dos letrados para que le asesorasen, y un procurador con sueldo; no pudiendo cobrar derechos a los litigantes. Estos asesores, lo fueron con aprobación real: y el 1.º reunía el cargo de —69→ Abogado del Tribunal. Nombraba en Madrid un letrado y un solicitador; y en Sevilla un agente, los tres rentados. Debía tener el Tribunal tres días de audiencia y despacho a la semana. Por real orden de 10 de Setiembre de 1785 podía resolver sin apelación, y por juicios verbales, todo asunto del comercio que no excediese de trescientos pesos. Eran recusables hasta dos miembros del Tribunal alegándose causa: lo mismo el juez de apelaciones, y los asesores hasta ocho; habiéndose reducido este número a tres en 1773 por real orden. De las sentencias se apelaba al Oidor juez de alzadas, quien con dos comerciantes adjuntos que nombraba, y eran recusables, despachaba en la sala del tribunal. En las competencias y declinatorias resolvía el Virrey sin apelación. Celebrábanse en el Tribunal juntas generales de comercio en ciertos casos; y para que las hubiese era precisa la concurrencia de 24 comerciantes cuando menos. Concediose en las ordenanzas al consulado por renta propia para sueldos y otros gastos, dos al millar sobro el avalúo de todas las mercaderías, esclavos y otras cosas que entrasen y saliesen por mar o tierra en esta ciudad y Callao y que pagasen al Rey derechos de almojarifazgo. La cuenta que en el consulado se llevaba, se sometía al Virrey; y el prior y cónsules tenían el deber de examinarla antes. Así mismo estaban obligados a conservar un archivo formal, y arca de tres llaves.

El tribunal, o uno de sus miembros, asistía al Callao al despacho de las armadas que salían con caudales para Panamá, mas dejó de llenar este encargo, desde que las navegaciones para Europa se hicieron por el Cabo de Hornos.

Era prohibido a todo mercader con tienda de comercio, tener ni usar el oficio de banquero público aunque diese fianzas; y el Tribunal estaba facultado para cerrarle la tienda al infractor y multarle con cuatrocientos pesos ensayados, mitad para la cámara del Rey, y mitad para el consulado. En lo tocante a seguros, se mandó guardar las ordenanzas de Sevilla que trataban de ellos. En el Perú no se acostumbraba asegurar cosa alguna; y para los casos, que ocurriesen se dispuso después cumplir las de Bilbao. Las citadas ordenanzas del Príncipe de Esquilache, se pregonaron por bando en Lima y el Callao, y se leían el día siete de Enero ante el Tribunal todos los años.

El derecho de dos al millar que se conoció bajo el título de avería, se denominó después «ramo de ordenanza». Más tarde tuvo el consulado otro llamado de «impuesto». Los ingresos de estos ramos vinieron a ser, el 1% sobre los efectos de importación; y el ½% sobre los de exportación por el Callao. En el de 1% en la plata y ¼% en el oro que salía por el mismo puerto para Guayaquil, Buenos Aires y Montevideo. Hallábase así establecido a fines del siglo pasado y debía acudirse con estos productos a la amortización e intereses de millón y medio de pesos a que ascendían entonces varios suplementos hechos a la corona.

En el consulado se impusieron crecidos caudales al 1% o más, hasta el 5. De estos capitales dependía la subsistencia de muchos establecimientos piadosos y otros varios objetos. De las más remotas poblaciones del Alto y Bajo Perú, se le remitían sumas que en parte alguna se consideraban más seguras. Sólo el hospital de la Caridad de Lima, tuvo allí más de cuarenta mil pesos. Las familias aseguraban su dinero en el consulado, y hasta por razón de depósitos ingresaba fuerte caudal en su Tesorería. Antes de empezar la guerra de la independencia, reconocía a interés como tres millones, que daban señal de la confianza pública y de la buena fe con que desempeñaba sus obligaciones.

El consulado de Lima se hizo memorable por sus grandes servicios a la corona de España, al Perú, y especialmente a Lima. Hizo al Rey donativos —70→ considerables de sus fondos y no pocos empréstitos. Si se presentaron en las costas armadas extranjeras, el Tribunal y el comercio preparaban buques y se disponían costosas expediciones: si la seguridad del territorio demandaba tropas, las pagaban y equipaban a sus expensas. No hubo obra pública, objeto religioso, institución o proyecto, en que no tomase parte con valiosas erogaciones. Creó dotes y limosnas que pagó con exactitud y largueza; hizo gastos notables en las fiestas de beatificaciones de santos, en las de entrada y recibimiento de virreyes, y anualmente en un día del octavario de la Purísima en la Catedral.

Disfrutaba el Tribunal del tratamiento de Señoría, ocupaba lugar después del Cabildo entre las corporaciones en las fiestas y actos públicos, y sus miembros podían llevar lacayos con espada. Precedíale la Universidad de San Marcos, por haberse resuelto así, después de una competencia que el Tribunal perdió. Tenía el consulado en diversas ciudades diputados de comercio que ejercían funciones judiciales sobre asuntos mercantiles, sin sueldo, y que se asesoraban a costa de los litigantes. Desempeñaban también encargos de otras especies que el tribunal les confería. En 1821 se conservaban diputados en los puntos siguientes: Potosí, Chuquisaca, Paz, Puno, Cuzco, Guamanga, Guancavelica, Arequipa, Arica y Tacna, Moquegua, Tarapacá, Ica, Chancay, Trujillo, Lambayeque, Piura, Guayaquil, Cajamarca, Pasco y Panamá.

El Tribunal fue aumentando sus empleados, a medida que se acrecentaron las labores de sus oficinas, por consecuencia del giro de capitales que manejó la casa, pago de réditos y otras atenciones.

Pasando a los asuntos religiosos, lo único notable en el período del Virrey, fue el haber desterrado al visitador general de la orden de Santo Domingo fray Alonso de Armería y a otro fraile, a causa de los disturbios y escándalos ocurridos al tratarse del relevo del Provincial. Establecida en Lima la casa de reclusión para dogmatizadores y agentes de hechicerías, ordenó que los gastos que causasen los visitadores contra la idolatría, se hiciesen por cuenta de los prelados de las diócesis. Permitió el Virrey en 1618 la fundación del convento de San Francisco de Huaura que se hizo con erogaciones de particulares. Véase Fernández de Heredia, Gonzalo.

Entendiendo el Consejo de Indias que las órdenes religiosas no se sometían a las leyes del patronato en la provisión de las doctrinas que les estaban designadas, dispuso que las nóminas se hiciesen como las de los obispos para que el Virrey eligiese y presentase a los párrocos, y que los regulares propuestos lo fuesen con aprobación del Prelado de la diócesis que había de examinar si tenían suficiencia y conocimiento del idioma, debiendo verificarse en seguida la colación y canónica institución. Así lo reconoció una bula de Pío V, y otra de Gregorio XIV en favor de los obispos y del patrón, pues la congregación de cardenales había declarado ser los frailes verdaderamente curas. El Príncipe de Esquilache allanando algunos tropiezos llevó a efecto las prevenciones del Rey acerca de esta materia.

Tratando el Virrey de los obispos elogió al arzobispo Lobo Guerrero, diciendo a su sucesor en el mando «que era un gran Prelado, muy quieto y amigo del que gobernaba; y que en atravesándose el servicio del Rey, se acordaba siempre más de que era su vasallo, que Prelado exento».

En 1621 recibió la bula que elevó a orden religiosa la hermandad de San Juan de Dios: el Virrey desde 1617 había enviado a Chile algunos de estos religiosos hospitalarios.

En cuanto a Hacienda, los quintos se cobraban en las cajas de Potosí, Cuzco, Paz, Loja, Quito y Castrovirreina, y junto con el quinto se recaudaba —71→ el uno y medio por ciento de los derechos de fundidor, marcador y ensayador mayor de que el emperador Carlos V hizo merced a don Diego de los Cobos, los cuales se reunieron a la corona desde que se dio a aquél una recompensa.

En tiempo de Esquilache (de 1616 a 1621) ingresaron a las cajas reales de Guancavelica 29.434 quintales de azogue. El producto de Potosí era anualmente cinco mil quintales de plata: pero el contrabando se calculaba en casi otro tanto; Oruro daba 700, Castrovirreina 200, y otras minas 100. Además del costo del azogue que era cuarenta y siete pesos ensayados por quintal, se pagaban 19 pesos más por los gastos hasta Potosí; con lo que la utilidad del Real Erario, era cuatro pesos líquidos por quintal. Dejó Esquilache a su sucesor doce mil de éstos en depósito; y dice que en su tiempo no tuvo que pedir azogue a España: de este artículo se hacían también extracciones fraudulentas de no poca monta.

La coca pagaba derecho de 2% por alcabala. Este ramo establecido gravando la primera y segunda ventas de mercaderías, y que sólo en Lima producía cincuenta y dos mil pesos de a nueve reales cada año sacándose a remate, lo dio el Virrey en administración y luego lo encargó al Tribunal del Consulado. El almojarifazgo, o sea derecho aduanero, estaba a cargo de un oficial real que para exigirlo residía en el Callao y era relevado cada seis meses. El Virrey notando la decadencia de este ramo, que sólo daba 53 mil pesos ensayados por año, lo encomendó también al consulado que lo tomó por 61 mil.

Entonces el Perú surtía de trigo al reino de Tierra Firme. El impuesto de avería que era el 1% sobre la extracción de plata y oro para ayuda de gastos navales, producía once mil quinientos pesos en cuyo precio se puso en arrendamiento, habiendo resultado que rindió al contratista cuarenta mil.

El Rey tenía mandado se entregasen del ramo de novenos de Lima, doce mil ducados anuales a los cardenales Sandoval y Fresco, como merced por el tiempo que fuese de su voluntad: mas el Príncipe de Esquilache dice en su memoria, que no fue posible cumplir esta orden en su época. También al patriarca de las indias debía acudírsele con una dotación pagadera del citado ramo. Y del de tributos vacos o por encomendar, con que los virreyes podían dar limosnas y favorecer con ayuda de costa a los militares beneméritos, se daban en el Perú dos mil quinientos ducados para las posadas de los Consejeros de indias, y al Marqués de la Hinojosa seis mil. Véase Alba, Duque de.

En resumen la Real Hacienda del Perú producía en sus diversos ramos dos millones doscientos cincuenta mil ducados, y había por cobrar de deudas rezagadas, tres millones seiscientos mil pesos ensayados. Los gastos eran un millón doscientos cincuenta mil ducados. Se expresaba el Virrey contra los oficiales reales culpándolos de mal manejo y desidia, y daba las razones por que nombró un asesor al Tribunal de cuentas. El Príncipe en el período de su administración envió a España en seis armadas 4.052.626 ducados del fisco.

Habiendo muerto el papa Paulo V en 1621, entró a sucederle Gregorio XV. En dicho año se separó del Gobierno de Buenos Aires y Río de la Plata, el de Paraguay.

Aunque Esquilache sabía que debía venir a relevarlo el Virrey de México Marqués de Guadalcázar, no esperó su llegada para retirarse del Perú; y a mérito del fallecimiento del rey Felipe III se apresuró a regresar a España: él tenía permiso para hacerlo en cuanto cumpliese el período de 6 años. Emprendió su viaje dejando la autoridad el 31 de diciembre de 1621 a la Audiencia que presidía el oidor decano don Juan —72→ Jiménez de Montalvo. No quedó el Príncipe exento de murmuraciones y sátiras a su arribo a España, con motivo del caudal que introdujo de su propiedad particular.

El tribunal encargado del mando, proclamó en Lima el año 1622 a Felipe IV que subió al trono a la edad de 16.

De las obras y producciones del Príncipe de Esquilache, las más conocidas fueron: Nápoles recuperada por el rey don Alonso, poema épico, impreso en 1651. Las obras en verso de don Francisco de Borja Príncipe de Esquilache, Autuerpia 1654. Oraciones y meditaciones de la vida de Jesucristo, con otros dos tratados De los tres tabernáculos y Soliloquios del alma. Bruselas 1661; y una comedia cuyo título ignoramos.

Falleció don Francisco de Borja en Madrid el 26 de Setiembre de 1658 a los 76 años de su edad: su esposa había finado desde Febrero de 1644. «En la época en que los españoles, dice Villenave, estaban seducidos por la hinchazón y el ingenio revezado de Góngora, el príncipe Borja tuvo el mérito de permanecer fiel a los antiguos modelos, y de ponerse a la cabeza del partido antiguo. En sus sonetos, en sus cantos de Jacob y Rafael, y sobre todo en sus romances líricos, conserva una sencillez a menudo graciosa». Nicolás Antonio considera a Borja «como uno de los primeros poetas líricos de su patria: suavis urbanus, facilisque in paucis poeta, ut a liricorum principatu non longe constiterit».

Niñas de mi aldea,

Que vais a la fuente,

Por agua las menos,

Las más porque quieren;

Si el amor os lleva
5

Y el pesar os vuelve,

Él verdad os dice

Y el amor os miente.

No son buenas prendas

Plumas y papeles,
10

Para dar el gusto

Quien libre tiene:

Mirad que en la vida

Son quien más defienden

De asaltos de amores
15

Armas de desdenes.

Mirad el peligro,

Verdad y mentira

Dañan igualmente

En los que se engañan
20

Y en los que se pierden.

Mal los pocos años

Aconsejan siempre:

Mirad cómo el árbol

Cuanto está más verde,
25

En Abril un cierzo

Le burla y le ofende.

No os engañen niñas

Los floridos meses,

Que al paso de Mayo
30

Camina Diciembre.

¿No veis que las manos

Del tiempo convierten

Las rubias espigas

En nevadas mieses?
35

Los alegres años

No esperéis que vuelen

Y los tristes vengan

Que jamás se vuelven.

Pierde, cuando turbio
40

Con los años crece,

Del amor el río

El vado y la puente.

¿Visteis las que hollando

Tiempos diferentes
45

Causaron envidias?

Ya a lástima mueven.

Oíd mis consejos,

Mirad que os advierten,

Pues los años vuelan,
50

Que el engaño vuele.



BORJA. El diputado don Francisco de. Español, 2.º nieto legítimo de San Francisco de Borja y sobrino del Virrey Príncipe de Esquilache. Fue Deán de la iglesia de Chuquisaca y después Obispo de Tucumán. Se le promovió al Obispado de Trujillo en 2 de Marzo de 1679. Tomó posesión personalmente en 16 de diciembre de 1680. Murió en 13 de Abril de 1689. Está sepultado en la iglesia del colegio de la compañía.

—73→

BORJA. Doña Ana de. Esposa del Virrey Conde de Lemos y ambos nietos de San Francisco de Borja. Antes del artículo de este Virrey, queremos tratar sobre un hecho único en su especie, pues no se encuentra otro semejante en los anales del país. Tuvo el Conde que salir de Lima y pasar a Puno con motivo de las memorables turbulencias ocurridas en las minas de Salcedo. Al emprender su viaje encomendó el Gobierno del reino a doña Ana quien lo ejerció durante su ausencia resolviendo todos los asuntos sin que nadie hiciese la menor observación, principiando por la Audiencia que reconocía su autoridad. Por más que hemos averiguado no hallamos noticia de que una tal disposición hubiese estado apoyada en alguna real cédula o autorizada competentemente. Tenemos en nuestro poder un despacho de la Virreina nombrando un empleado del Tribunal de cuentas y está encabezado como sigue: «Don Pedro Fernández de Castro y Andrade Conde de Lemos etc., y doña Ana de Borja su mujer, Condesa de Lemos, en virtud de la facultad que tiene de su excelencia para el gobierno de estos dichos reinos. Por cuanto el Tribunal de cuentas de este reino me hizo una consulta que su tenor es como sigue etc.». «Atendiendo a lo que representa el Tribunal, nombro de muy buena gana etc.». Es visto que hay ejemplo de haber gobernado una señora en el Perú, y no por corto tiempo.

BOUGUER. Monsieur de, de la academia francesa. Vino al Perú en 1736 como miembro de una expedición científica compuesta de monsieur de la Condamine, don Jorge Juan, don Antonio de Ulloa, monsieur Godin y el botánico monsieur Jussieu. Con relación a los objetos de esta comisión, a sus operaciones en Quito y otras particularidades, puede verse el artículo Ulloa, don Antonio de.

BOZA Y ESLABA. Don Antonio José. De la orden de Carlos III natural de Lima, Marqués de Casa Boza. Fue Comandante del Regimiento de caballería de Chancay en 1796 y Coronel posteriormente. Alcalde ordinario de Lima en 1798 y 1799. Regidor del Cabildo constitucional en 1813 y perpetuo en 1815. Gentil hombre de cámara del Rey con entrada en 1816. Subdelegado del Cercado de Lima en 1818. Falleció en 13 de Junio de 1826. Véase Casa Boza, Marqués de.

BOZA Y GARCÉS. El doctor don Antonio. Natural de Lima de la orden de Carlos III, Rector del colegio de San Felipe en 1746. Abogado del ilustre colegio, Sargento mayor del Regimiento de la nobleza en 1778. Asesor del Tribunal del Consulado, y del Virreinato en asuntos de indios. Fue Rector de la Universidad de San Marcos en 1762. Alcalde ordinario de Lima en 1786 y 87. Oidor honorario de esta Real Audiencia en 1790. Falleció en 1793. Prestó servicios a la humanidad con su persona y facultades en unión del regente don Manuel de Arredondo en las obras y mejoras que practicaron en las cárceles para la separación de sexos y comodidad de los presos. El doctor Boza escribió la ilustrada memoria del síndico procurador general Marqués de Montemira en 1787 con la historia de la sisa, y aplicaciones que tuvo este ramo desde que se creó, pidiendo se suprimiera y se reemplazara con impuestos a los licores. Los enemigos de Boza dijeron que como poseía estancias de cría de carneros, por eso trabajaba por la extinción de la sisa.

BOZA Y SOLÍS. D. Gerónimo. Véase Casa Boza, Marqués de.

BOZA Y SOLÍS. Don Nicolás. Corregidor de Guamanga desde 1749 —74→ hasta 1761. Años antes se hallaba de Alcalde y fue excomulgado por el Obispo de aquella diócesis don Alfonso López Roldán a mérito de una fuerte competencia originada por la prisión de un individuo demandado por deudas, y que ocupaba una tienda de alquiler con puerta a la calle en la casa del Obispo, quien sostuvo que ese local empleado en una pulpería gozaba de inmunidad. Exigió se le diese soltura, y como el Alcalde se negase a ello insistió en su propósito imponiéndole la multa de 500 pesos y la pena de excomunión que hizo extensiva al escribano. Acobardado Boza dio libertad al preso y creyó cumplir con formular una protesta. El virrey Castell-fuerte reprendió al Alcalde y desaprobó su conducta: al Obispo le ordenó suspendiese sus procedimientos, y remitiese los autos; pero este opuso resistencia. El real acuerdo entonces a petición del Fiscal libró un despacho en términos muy severos para que el Prelado diese cuenta de su conducta con todo lo obrado: mandato al cual tuvo que someterse, porque de pasar adelante en un asunto de la real jurisdicción, se habría expuesto a consecuencias harto desagradables. Este mismo corregidor Boza fue dueño de la casa en que hoy está la prefectura de Ayacucho, la cual se adjudicó al Erario Real, por haber salido descubierto en más de 25 mil pesos.

BRACAMONTE. Véase Valdemar de Bracamonte, Conde de.

BRACAMONTE Y ZAPATA. Don Agustín Domingo. Nació en Madrid en 1638. Fue su padre el Marqués de Fuente el Sol. Después de disfrutar de una canonjía en el coro de la diócesis de Toledo, siendo seglar, vino al Perú donde continuó en la carrera militar que había adoptado. El Virrey Conde de Lemos lo envió a Panamá de Gobernador Presidente y Comandante General interino, mientras el juicio a que sometió al que lo era don Juan Pérez de Guzmán, por acusaciones que contra él hizo el oidor don Bernardo Trillo de Figueroa. Bracamonte fue casado con doña Petronila Zapata y en segundas nupcias con doña María Zegarra.

BRAVO BEAMUD. El cura don Fernando. Subió en dos ocasiones al volcán Misti, que está al lado de la ciudad de Arequipa. Véase Meléndez, fray Álvaro.

BRAVO DE LAGUNAS Y BEDOYA. Don Fernando. Natural de Lima, Capitán del Tercio de infantería del Callao, señor del Castillo de Mirabel, padre de doña Mariana que casó con don Diego Miguel Carrillo Conde de Montemar. Don Fernando dio a luz en esta capital en el año 1702 su traducción de la Galería de mujeres fuertes que escribió el padre Moyne, jesuita. Dedicó a la Virreina Condesa de la Monclova aquel trabajo que fue la primera versión que se hizo al español de la obra enunciada. Mereció extraordinarios aplausos y los poetas que entonces encerraba Lima se esmeraron en honrar con ellos a don Fernando, de cuya literatura había ya otros testimonios. Las principales composiciones fueron la de don Cristóval Messía y Valenzuela, Teniente General de la caballería; la de don Antonio Zamudio de las Infantas, Marqués del Villar del Tajo; la del capitán don Martín Mudarra de la Serna; la del Marqués de Corpa limeño, que en su brillante traducción de Quinto Curcio, rindió sus elogios a la diestra pluma de Bravo de Lagunas; la de sor Juana de Herrera y Mendoza, religiosa de Santa Catalina, distinguida poetisa limeña: las producciones de éstos y otros se publicaron al principio del libro Galería de mujeres fuertes.

Don Fernando fue hermano del capitán don Pedro Bravo de Lagunas y —75→ Bedoya, a quien su ingenio poético le dio un lugar preferente entre las personas más ilustradas de su época, y de cuya ascendencia nos ocupamos en el artículo siguiente. Dicho don Pedro mandó un buque de guerra en la escuadra que al mando del general don Pablo Alzamora salió del Callao en 1709 a perseguir la flota inglesa comandada por Roggiers, Wodes y Dampierre.

BRAVO DE LAGUNAS Y CASTILLA. El doctor don Pedro José. Natural de Lima, hijo de don Pedro Bravo de Lagunas y Bedoya, nacido en esta ciudad, Capitán de arqueros de la guardia del Virreinato y Maestre de campo del Callao, y de doña Mariana de Castilla y Altamirano, también de Lima. Descendía de don Fernando Bravo de Lagunas, Caballero de la orden de Calatrava, Contador Mayor del Real Tribunal de cuentas, que murió en 1705, y fue casado con doña Antonia Vergara: de don Antonio, Alcalde mayor de Sevilla y así mismo de don Pedro Vergara, Tesorero del Callao: de don Pedro de Bedoya y Guevara, Corregidor de Huánuco y Alcalde de Lima en 1620, y de don Alonso Mayorazgo de Guadalajara; de don Baltazar Campusano también Mayorazgo en dicho país y de don Pedro Añasco, Gobernador de Chachapoyas, natural de Segovia, que murió en Lima en 1576. Doña Mariana de Castilla Altamirano, fue hija de don Fernando, Caballero de la orden de Santiago, natural de Lima, que murió en 1653, y fue padre de don Luis nacido en México, hermano del Conde de Santiago; y éste de Hernando Gutiérrez Altamirano, encomendero e hijo de Juan, conquistador de México, Procedía así mismo de Garcí Barba Jiménez, Capitán, Regidor y Alcalde de Lima donde nació en 1544: de Rui-Barba Cabeza de Vaca y de Juan Ballón de Campomanes, conquistadores y alcaldes de Lima; y el primero recomendado por el Rey en 1559. Doña Mariana fue hija de doña Grimanesa de Loayza y Esquivel, cuzqueña, hija de don Pedro, de la orden de Calatrava natural de Lima, nieta de don Juan de Loayza Calderón, Oidor de esta Audiencia, y descendía de don Francisco Quiñones y Mogrovejo, Capitán General de Chile, casado con su prima doña Grimanesa Mogrovejo hermana de Santo Toribio. La madre de dicha doña Mariana Castilla era además descendiente de don Rodrigo Esquivel y Cueva, conquistador del Perú, bisabuelo del primer Marqués de Valle-umbroso y de don Nuño de la Cueva, de la orden de Santiago. Véase Cueva. Véase Esquivel.

Don Pedro José Bravo de Lagunas y Castilla estudió en Lima en los colegios de San Martín y Real de San Felipe, habiendo sido Rector de éste en 1728; fue catedrático de prima de leyes, y de cánones en la Universidad de San Marcos, en que está su retrato, después de haber pasado por otras cátedras; doctor en ambos derechos, asesor de los virreyes Marqués de Castell-fuerte y Marqués de Villa García, y le quedó la gloria de que habiendo entrado al Consejo los autos de la residencia del segundo, que comprendían la época de un gobierno de diez años, no se encontró eu ellos una sola demanda de mal juzgado. Sirvió el cargo de Fiscal protector en 1729 y el de Juez eclesiástico de testamentos, legados y obras pías. Fue después Oidor de la Real Audiencia de Lima, y en 1763 Consejero honorario del Supremo de indias. Escribió brillantes opúsculos sobre materias históricas y de jurisprudencia, y muchas de sus producciones se imprimieron en esta ciudad bajo el título de Colección Legal el año 1761, siendo sensible que cuando el terremoto de 1746 hubiesen perecido en su casa multitud de sus producciones. Distinguiose por su profundo saber y consumada experiencia, no menos que por sus obras de piedad. Hizo reedificar y mejorar el hospital de San Lázaro, arregló sus rentas, archivo y gobierno administrativo, dando a luz en 1757 un —76→ reglamento que formó. Y en 1761 publicó en esta ciudad, dedicado a la Audiencia, un manifiesto histórico del origen, fundación, reedificación, derechos y exenciones de dicho hospital, con muchas noticias eruditas sobre hospitales en general, y los de Lazarinos, y con respecto a la lidia de toros, defendiendo que ese juego era lícito y podía aplicarse a objetos de beneficencia el producto de las corridas, como se hizo en favor de la reconstrucción del hospital de San Lázaro. Luego que alcanzó del Rey su jubilación, tomó las órdenes sacerdotales y se encerró en los claustros de la congregación del oratorio de San Felipe Neri el día 9 de marzo de 1759 a los 55 años de su edad: allí falleció después. Fueron también obras suyas, el voto consultivo sobre los trigos de Lima, impresa en 1755, y varios luminosos dictámenes, sosteniendo el patronato real en ruidosas competencias ocurridas en los años 1750, 56 y 58.

El voto consultivo es una obra que encierra verdades de mucho peso históricas y políticas, y que abrazando una copiosa erudición, agota los puntos sobre que su autor discurre en bien de los intereses peruanos, defendidos y explicados con un tacto propio de su inteligencia. Para penetrar en la materia se requiere mejor puma que la nuestra; y por eso dejaremos a hombres competentes el examen del escrito de Bravo de Castilla que aunque escaso hoy, no faltan ejemplares de él en Lima. Recomendamos también el estudio que del voto consultivo hizo don José Antonio Lavalle en la Revista de Lima, y principia en el tomo 5.º, 2.º semestre de 1861.

BRAVO DE LAGUNAS CASTILLA Y ZAVALA. Don Pedro José. Nació en Lima en 18 de enero de 1751. Fueron sus padres don José Bravo de Lagunas y Castilla, natural de esta ciudad, Capitán de una de las compañías de línea del presidio del Callao, Coronel del Regimiento de caballería de «Arnedo» (Chancay); hermano del oidor y consejero honorario don Pedro José, de cuya ascendencia hemos dado razón en el artículo que a éste precede; y doña Ana de Zavala Vásquez de Velasco, sobre quien se hallará noticia en los artículos referentes a estos apellidos. Fue hermano de doña Petronila Bravo de Lagunas y Zavala, esposa de don Juan Estevan de la Puente y Castro de la orden de Carlos III, natural de Lima, Marqués de la Puente y Sotomayor, padres de doña Grimanesa que casó con don Pedro José de Zavala último Marqués de Valle-umbroso. Dicho don Pedro José Bravo de Lagunas y Zavala, obtuvo despacho del virrey don Manuel de Amat de Capitán de la guardia de Alabarderos con fecha 4 de Noviembre de 1769, y en 15 de Setiembre de 1776, se le libró título de Marqués de Torre-blanca. Tomó posesión en 9 de Octubre de 1777 del mayorazgo que su ascendiente Santo Toribio disfrutó en Mayorga, y tenía derecho a los de Mogrovejo y Villa señor en el Perú.

BRAVO DE LAGUNAS. Hernán. Vecino del Cuzco donde tenía una encomienda de indios. Los propietarios de esta clase disgustados con las ordenanzas que intentó cumplir el virrey Blasco Núñez Vela rodearon a Gonzalo Pizarro para que los representase oponiéndose a la libertad de los indios. Mas cuando éste organizó tropas y usurpó el Gobierno, muchos de ellos cuidaron de apartarse de él temiendo las consecuencias de la rebelión. Bravo de Lagunas fue uno de los que hallándose Gonzalo en Lima después de haber vencido al Virrey en Añaquito, determinaron fugar ocultamente con el designio de reunirse al licenciado Pedro de la Gasca nombrado Gobernador por el Rey. Pizarro en cuanto supo que habían emprendido su marcha, mandó al capitán Juan de la Torre a perseguirlos por el camino de Huaura: pero sólo pudo alcanzar a Lagunas, —77→ y lo trajo preso al campamento de Gonzalo quien lo envió al maestre de campo Francisco Carvajal para que lo ahorcase. Quería hacer escarmientos para ver si contenía la deserción que diezmaba sus filas, en circunstancias de generalizarse el espíritu de reacción con el indulto dado por Gasca, y estar ya delante del Callao la escuadra del Rey mandada por Lorenzo Aldana.

Doña Inés Bravo de Lagunas, hermana de Hernán, era casada con Nicolás de Rivera el viejo, de los primeros conquistadores y uno de los 13 de la isla del Gallo. Éste acababa de huir también abandonando a Pizarro: mas ella sin desanimarse por tan dañosa coincidencia se echó a los pies de Gonzalo y le pidió perdonase al hermano. Su aflicción y ruegos vencieron la resistencia y el encono del irritado déspota, porque doña Inés merecía grandes respetos y disfrutaba del aprecio de cuantos la trataban. Pizarro envió a Carvajal la gorra de su uso en que se veía una medalla la cual servía en casos tales para comprobante del indulto. Fue tan ajustado el tiempo, que Hernán Bravo tenía ya la cuerda atada al cuello cuando los conductores del perdón le quitaron de las manos del furibundo Carvajal.

Pasados días volvió Hernán a su mismo propósito; huyó de Pizarro y se juntó con el gobernador Gasca quien le concedió recompensas así que terminó la guerra civil.

El año 1533 y cuando Francisco Hernández Girón se sublevó en el Cuzco, Bravo de Lagunas dejó todo por acudir a la defensa de la autoridad real. Se vino a Guamanga con sus indios y prestó servicios sosteniendo a la Audiencia gobernadora: acabada esta guerra civil, que fue la última, volvió a residir en el Cuzco.

BRAVO DE LAGUNAS. Don Sebastián, hijodalgo. Fue casado en Lima con doña Gerónima de Esquivel natural de Sevilla, hija legítima de don Juan Briceño y de doña Teresa de Esquivel, oriundos de Ávila. En una larga ausencia que hizo don Sebastián, su mujer que con dos hijos que tenía pasó no pocas penurias, se contrajo a la vida mística y se decidió a ser religiosa. Venido su marido, profesó en el monasterio de las Descalzas el año 1611 bajo el nombre de Gerónima de San Francisco, y él pocos días después, en el convento de San Francisco donde fue por 30 años un fraile de ejemplar virtud. La hija profesó también en las Descalzas y el hijo en San Francisco: allí sirvió largos años en el altar, en la cátedra y el coro, como refiere fray Diego de Córdova en su crónica. Falleció la madre Gerónima en 14 de Junio de 1643 y asistieron a sus exequias el Virrey y las corporaciones. Con el fin de solicitar su beatificación se tomaron informes de orden del arzobispo Villagómez por el deán don Francisco de Godoy.

BRAVO DEL RIVERO Y GORREA. Don Juan. Nació en Lima en 12 de Junio de 1685. Fueron sus padres don Juan Bravo y doña María Antonia Correa. Estudió cánones y leyes en el colegio de San Martín y se graduó de Licenciado en la Universidad de San Marcos recibiéndose de abogado. En 1709, a los 24 años de su edad, le nombró el rey Felipe V Oidor de la Audiencia Real de Charcas, en cuyo cargo desempeñó comisiones de importancia. En 1724 maestrescuela de la catedral del mismo Arzobispado, y le ordenó como a tal el obispo de Santa Cruz de la Sierra don Juan Cabero de Toledo el año de 1725. Cuando había determinado retirarse al convento de San Pedro de Lima, fue elegido Obispo de Santiago de Chile cuyo nombramiento real recibió en 28 de Marzo de 1735 y las bulas en 7 de Mayo. En 22 del mismo mes le consagró el arzobispo —78→ de Charcas don Alonso del Pozo y Silva. Llegó a Santiago en 5 de Abril de 1736 donde encontró la catedral en muy mal estado a causa del terremoto de 8 de Julio de 1730. La refaccionó en lo posible y edificó una torre a su lado poniéndole seis campanas. Obsequió a su iglesia frontales, muchas mallas y sesenta blandones de plata, proveyó la sacristía de ricos ornamentos, edificó una capilla para los curas y varias oficinas. Representó la necesidad de levantar de nuevo la catedral lo cual fue acordado por el Rey librando el subsidio correspondiente, y en su virtud el Obispo su sucesor emprendió la obra. En el monasterio de Santa Clara fabricó un claustro con muchas celdas. En otro colocó una pila para uso de las religiosas trayendo el agua por una larga cañería: también hizo mejoras en el convento de Agustinas, y cooperó con muchos auxilios pecuniarios a la conclusión del de Capuchinas y su templo que en su época se estrenó. Levantó la casa de las Recogidas, ayudó con fuertes erogaciones a la obra del beaterio de Santa Rosa e hizo en aquel país muchos otros beneficios. En 1737 visitó su diócesis por el lado del Norte. En 1738 pasó la cordillera y siguió la visita en Mendoza y otros lugares que dependían entonces de su jurisdicción, regresando por Copiapó a fines de 1739. A su tránsito por Coquimbo, cooperó con dádivas a la conclusión de la iglesia mayor, y regresó a Santiago en 12 de octubre de 1741. Recibió el nombramiento de Obispo de Arequipa el 28 de Abril de 1743. Salió de Santiago el 4 de Setiembre: llegó a Ilo en 14 de Octubre y entró a Arequipa en 24 de Noviembre del indicado año. Allí distribuyó muchas limosnas destinando quinientos pesos mensuales para socorros secretos y ochocientos para tos públicos. Visitó todo el Obispado y dio ropa y otros auxilios a los menesterosos que encontró en sus marchas. Empleó un pectoral de brillantes, avaluado en 14 mil pesos, en la custodia de la catedral. En 30 de Agosto de 1744 puso la piedra fundamental y costeó el templo de Santa Rosa. Con sus valiosos auxilios contribuyó a levantar el convento cuyo plano formó él mismo. Hizo refacciones en los templos de Santa Catalina y Santa Teresa, levantando en el primero una torre para la cual mandó hacer una campana, y en el segundo, portería, locutorios, un hermoso claustro y parte de la cerca que necesitaba rehacerse. Dio a la catedral mayor extensión retirando el altar mayor e incorporando el local que había a su espalda, obra complicada y costosa para la cual empleó el Obispo su energía por las contradicciones que se le hicieron. Destruyó el antiguo panteón subterráneo de los obispos y edificó otro en bóveda correspondiente a la nueva fábrica. Celebrose la fiesta de su conclusión el 2 de febrero de 1750. Otras obras recomendables hizo este Prelado, entre ellas la que emprendió de la casa del Seminario y una cañería de loza para la fuente de la plaza mayor. Dotó con cinco mil pesos en la catedral la fiesta de San Francisco de Paula, y dio a la misma iglesia cuatro frontales de plata y otras alhajas. Falleció en 22 de Mayo de 1752 y se le sepultó en Santa Rosa, como él lo dispuso. Véase Alcázar y Padilla, don José.

BRAVO DEL RIVERO Y CORREA. El diputado don Pedro, hermano del anterior. Nació en Lima en 21 de Febrero de 1701. Fueron sus padres, don Juan natural de Brozas, provincia de Cáceres, poseedor del vínculo de Rivero, doña Antonia Correa nacida en Lima, hija del capitán don Antonio Correa y Acosta, natural de Cáceres en Extremadura, y de doña Magdalena Padilla, y Sande de Lima. Don Pedro estudió en esta ciudad y abrazó la carrera del foro: obtuvo plaza de Oidor de esta Audiencia en 2 de Octubre de 1733, la cual sirvió por largos años, habiendo sido decano. Desempeñó desde 1760 la Auditoría General de Guerra, y en 1778 la Asesoría del Tribunal de cruzada: posteriormente recibió los honores de Consejero del Supremo —79→ de indias. Contrajo matrimonio en 1738 con doña Petronila Ana de Zavala que nació en 1723, hija del capitán don José de Zavala y Esquivel (padre de don Tadeo, marido de doña Mariana Pardo de Figueroa, Marquesa de Valleumbroso), y de doña Ángela Vásquez de Velasco y Tello, hija del oidor de Lima don Pablo Vásquez de Velasco de quien se trata en artículo separado lo mismo que de la familia de Tello. El almirante de la mar del Sur Juan de Rivero Sánchez, que murió en Lima en 5 de Mayo de 1624, fundó el Mayorazgo de Rivero que como queda dicho poseyó el padre de don Pedro Bravo del Rivero. Otro individuo de esta familia fue don Juan Sebastián Bravo de Cabrera, Conde de la Encina, que nació también en Brozas en 1736, y fue patrón de la obra pía que en 1655 fundó en Lima Sebastián Refolio y su hermano Pedro, Cónsul que fue del consulado cuando se fundó este Tribunal en 1613. Don Pedro Bravo del Rivero se jubiló en 1779 y falleció en 1786. Tuvo varios hijos: entre ellos doña Petronila, 2.ª esposa del Marqués de Rocafuerte; doña Ana Micaela que contrajo matrimonio con don Pedro Nolasco de Zavala Marqués de San Lorenzo de Valleumbroso; doña Ángela que fue casada con don Pedro Azaña Palacio y Maldonado Conde de Montesclaros de Zapán, y murió sin sucesión; y don Diego Miguel de quien en el siguiente artículo damos noticia.

BRAVO DEL RIVERO Y ZAVALA. Don Diego Miguel. Caballero de la orden de Santiago, Marqués de Castell Bravo. Nació en Lima en 26 de Noviembre de 1756. Fueron sus padres don Pedro Bravo del Rivero y Correa, Oidor de esta Audiencia con honores del Consejo de Indias, y doña Petronila Ana de Zavala, naturales de Lima: estudió en esta ciudad y se recibió de abogado. Fue Capitán del Regimiento real de Lima. Subdelegado del partido de Cauta desde 1796 hasta 1807; Secretario Contador del Tribunal de amortización en dicho último año, y Alcalde del crimen honorario desde 1805, con voto y sin sueldo hasta que hubiese vacante. Oidor de la Real Audiencia de Lima, desde 1814 hasta 1821; Auditor general de Guerra del virreinato desde 1814 a 1820; Regidor perpetuo del Cabildo y Director General de la Junta de montepío. El rey Fernando VII le concedió en 1813 el título de Castilla de Marqués de Castell Bravo, cancelando el de Visconde de Zavala, que le fue otorgado antes. Fue casado con doña Josefa Aliaga y Borda, hija del Marqués de Fuente-hermosa don Juan José Aliaga hermano de don Sebastián Conde de Lurigancho. Pasó a España en 1821 y fue nombrado Consejero del Real y Supremo de órdenes. Gran cruz de la de Isabel la Católica en 1824. Posteriormente se jubiló con honores del Supremo Tribunal de Justicia.

Un hijo suyo don Pedro, nacido en Lima, sigue la carrera militar en España, es Coronel de caballería (1839) y ha heredado el título.

BRAVO DEL RIVERO. El doctor don Tadeo. De la orden de Santiago, hermano del anterior, nació en Lima en 28 de abril de 1755. Era procurador de esta ciudad en la Corte y pretendió que el colegio de abogados tuviese todas las preeminencias de que gozaba el de Madrid. Carlos IV que había mandado erigir el de Lima en 23 de Mayo de 1801, vino en conceder lo solicitado por Bravo del Rivero; y al efecto expidió cédula en 31 de Julio de 1804, previniendo se adoptasen los estatutos del colegio de México con las modificaciones que fuesen necesarias, y autorizando a la Audiencia de Lima para hacerlas. Desde el siglo pasado el virrey Guirior y el visitador general Areche habían pedido el establecimiento de dicho colegio de abogados al cual el Rey dio el dictado de ilustre.

Los estatutos se trabajaron por los abogados don José Antonio Oquendo, don Ambrosio Fernández Cruz, don Vicente Morales y don José Gerónimo —80→ Vivar, y después de su aprobación se dieron a luz en 1810. Para ser abogado en Lima se necesitaba haber estudiado en un colegio los cuatro derechos, con exámenes en la universidad, y recibido el grado de bachiller: haber practicado cuatro años en un estudio, y concurrido a las conferencias semanales. Era indispensable sujetarse a examen público: recibirse después de otro especial en la Audiencia: pronunciar un discurso legal para la incorporación: quedar obligado a presentar por turno un discurso jurídico cada año; y finalmente enseñar la práctica en siendo elegido director de conferencias. El escudo de armas del colegio de abogados era un libro de leyes sobre el cual se veía una espada cruzada con el caduceo, y encima una corona. Alrededor el laurel y la palma y en una cinta esta letra: «Orabunt Causas Melius».

No sabemos qué resultado tendría un encargo que el Cabildo hizo también a Bravo del Rivero: era el de solicitar un fallo judicial que proscribiese el libro que en ofensa de la ciudad de Lima escribió don Estevan Terrena y Landa y que no atreviéndose a imprimirlo lo esparció manuscrito. ¡Cosas de ese tiempo! La demanda era pueril, y la prohibición de esa obra ya impresa por «Simón Ayanque» (nombre imaginario), hubiera promovido mayor deseo de leerla. Lo notable en sentido contrario ha sido que un peruano dibujase multitud de laminas ridículas para adorno de la nueva edición de Lima por dentro y fuera hecha en París el año 1854 por un francés que acaso calculó sería bien vendida en algunos puntos de Sudamérica.

Don Tadeo Bravo del Rivero se avecindó en España; era Regidor de Madrid en 1808 y fue comisionado con otros de su corporación para cumplimentar a José I. Sufrió después persecuciones y el secuestro de sus bienes por haberse quedado en Madrid en la época de aquel Rey. Pasada la guerra y serenadas las pasiones se vindicó, y se le devolvieron sus intereses por orden de Fernando VII de 12 de Febrero de 1816.

BRAVO Y DE LA MAZA. Don Alonso. Natural de Lima. Fue hijo del capitán Alonso Bravo que nació en la montaña de Burgos: vino al Perú en 1622 con el Virrey Marqués de Guadalcázar, y contrajo matrimonio con doña Andrea de la Maza y Usategui hija de don Gonzalo, primer Contador general de Cruzada y hermano de doña Micaela que casó con don Andrés de Zavala y Urquizu y fueron fundadores del Mayorazgo de Zavala. Don Alonso Bravo y de la Maza fue encomendero en Lima y cruzado de Calatrava en 1666. Sirvió el empleo de Contador Mayor del Tribunal de cuentas, primero interinamente y después en propiedad. Tuvo varios hermanos, don Juan, doctor en cánones en la Universidad de San Marcos también de la orden de Calatrava el cual permaneció algún tiempo en España; doña María Bravo y de la Maza casó con el maestre de campo don Juan Aliaga en 1654 y llevó de dote ciento diez mil pesos en dinero con más diez mil que tuvo por arras. El capitán Alonso Bravo está enterrado en la bóveda de que eran dueños los Olaortúa en el templo de la Merced, en la cual estaba el escudo de sus armas en una lámina de bronce: tenía esta familia un patronato, y según él hacía la fiesta principal del convento.

BRAVO DE SARAVIA SOTOMAYOR. El licenciado don Melchor, natural de Soria. Estaba nombrado Oidor de la Audiencia que el año 1547 se mandó erigir en el Nuevo Reino de Granada, cuando se dispuso viniese con el mismo empleo a la de Lima, en la cual fue preciso reemplazar a tres de los que la fundaron. De orden del Rey se hicieron a los nuevos magistrados las siguientes prevenciones.

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«... que en tanto más habían de estimar la elección, que había hecho de sus personas, para el Audiencia de los Reyes, cuanto los portamentos de los oidores Cepeda, Lisón y Álvarez habían sido, cuales habrían entendido: y que cuanto peor se habían gobernado aquéllos, tanto mejor estaban ellos obligados a portarse, para que resplandeciese más su virtud y valor: y que aunque se les daba instrucción de las cosas, que desde acá, según las relaciones del Perú, se podía dar, eran tantas las que de nuevo se ofrecían con el tiempo, que la verdadera instrucción, era la prudencia con que se habían de haber en las ocasiones, pues el hombre cuerdo había de estar muy cuidadoso, para andar siempre con ellas; y que pues ya estaban en el Perú tan introducidas las alteraciones, convenía que tuviesen los oídos muy atentos a cualesquier pláticas, que se comenzasen, procurando de no dar materia a nadie, con palabras, ni otras demostraciones, para concebir mala opinión del Audiencia, ni de ninguno de ella, porque no se irritasen, ni disgustasen, y se disminuyese la estimación en que convenía, que fuese tenido aquel tribunal, teniendo en este caso por mejor hacer que decir; pues lo uno, se echaría de ver que procedía de puro celo de justicia; y el otro de odio particular, que ofendía mucho a la libertad del buen ministro: para lo cual era remedio muy loable excusar la demasiada y continua familiaridad y compañía; porque demás de que causaba envidia especialmente entre gente tan sospechosa, vidriosa y atrevida, como los castellanos de las indias, disminuía mucho del autoridad en que debían estar, para ser de todos tan respetados».

Bravo de Saravia perteneció pues a la Audiencia que se reinstaló por el presidente del Perú don Pedro de la Gasca en 1549 con los oidores don Andrés de Cianca, don Hernando de Santillán y don Pedro Maldonado; y al ausentarse Gasca en 1550 quedó este Tribunal gobernando el reino bajo la presidencia de Cianca. Éste se volvió a España a la llegada del virrey don Antonio de Mendoza que falleció en 1552. Con este motivo recayó otra vez el mando en la Audiencia a la cual se habían incorporado dos nuevos oidores, don Martín Mercado de Peñalosa y don Diego de Torres Altamirano: el licenciado Bravo Saravia la presidía como Decano.

Luego que en 1553 estalló la rebelión encabezada por don Francisco Hernández Girón, la Audiencia se preparó para sostener la autoridad real y tomó muchas providencias para evitar el desarrollo de aquélla. Principió por levantar tropas, lo cual no esperaba Girón en la creencia de que no se atreviese a emprender gastos. Extendida la revolución hasta Guamanga se pensó en la marcha de 400 hombres con el oidor Santillán; mas éste ya al salir, se excusó diciendo que a Saravia tocaba como Decano dirigir las operaciones, con mayor razón desde que se le había conferido la suprema autoridad para los negocios de la guerra. El arzobispo Loayza, que concurría a los acuerdos, sostuvo que Santillán debía entender en lo militar: aspiraba a ello teniendo el Prelado la misma pretensión. Estos intereses encontrados, la falta de franqueza y la variedad de opiniones, eran causas suficientes para que introducida la discordia sacase provecho el enemigo. Habría sido así a no mediar la moderación y discreta conducta de Bravo Saravia que convino en que el Arzobispo y Santillán gobernasen el ejército.

Girón entre tanto se vino con sus tropas hasta Pachacamac; ¡y quién lo creyera!, el arzobispo Loayza, con más vigor y acertado dictamen que ninguno, quiso marchar a oponérsele dando sus razones para persuadir de que sería derrotado, y que en caso de no aceptar el combate, podría destruírsele inmediatamente que emprendiese una retirada. Los oidores contradijeron el plan, y entró la confusión con la variedad de pareceres y —82→ las disputas; al paso que Girón sin saber esto y viéndose inferior en fuerzas, volvió atrás y se alejó sin ser perseguido. Perdida la ocasión, el ejército se movió ya tarde, y estuvo en Lunahuana habiéndose adelantado con cien hombres hacia Ica el maestre de campo don Pablo Meneses. Sufrió éste un fuerte revés en Villacurí, porque no reforzado en tiempo come él lo pidió, Girón con una columna ligera cayó sobre él, lo dispersó y siguió su movimiento sobre Nasca. Estando en desacuerdo el Arzobispo con Santillán la Audiencia exoneró a ambos del mando militar: el Arzobispo se conformó ofreciéndose a continuar de capellán; no así Santillán cuya ambición le hizo caer en faltas por las cuales hubo de ser preso y aun muerto por los demás oidores.

En el ejército se hallaban no pocos vecinos de Lima a quienes hacía cuenta la victoria de Girón, y éstos fomentaban indirectamente los disturbios porque la Audiencia sostenía las nuevas ordenanzas para librar a los indios del servicio personal, y Girón llevaba contrarios designios para popularizar su causa entre los españoles. Para hacer bajar su influencia, Bravo de Saravia acordó con los oidores la suspensión de dichas ordenanzas por dos años y medio para que el Rey oyese las quejas de los propietarios, quienes enviaron a España de procuradores a don Pedro Luis de Cabrera y a don Antonio de Rivera. Girón comprendió que esta resolución hería de muerte su causa haciendo desaparecer el pretexto que la afianzaba; pues de pretextos se han servido siempre los autores de revueltas. La ciudad de Arequipa se había declarado por él celebrando actas con numerosas firmas, bien que algunos hacían en seguida protestas secretas para ponerse a cubierto.

El mariscal Alvarado que trajo fuerza del Alto Perú, reaccionó el Cuzco, y engrosó aquella basta tener mil hombres, fue derrotado por Girón en Chuquinga a la ribera del río Abancay en Mayo de 1554, siendo su ejército sólo de 400 soldados. La Audiencia se puso en marcha con el ejército formado en Lima: llegó a Jauja el 13 de Junio y siguió sobre Guamanga. Girón estaba en el valle de Yucay y de allí se retiró por Urcos al Collado. Las tropas del Rey ocuparon el Cuzco y siguieron hasta Pucará, donde se hacía fuerte el enemigo. Estando ambas huestes campadas a mucha inmediación, se supo por una carta, y luego por el soldado Francisco Méndez venido del bando contrario, que Girón se disponía a caer de sorpresa sobre el ejército real. Con este aviso la Audiencia se preparó y acordó con los jefes militares, el modo de resistir al enemigo y malograrlo su ataque. Llegó la noche y la claridad de la luna obligó a todos a mantenerse en aparente quietud. Los realistas, luego que oscureció dejaron sus atrincheramientos y se situaron en los puntos que tenían elegidos: los oidores se colocaron a vanguardia y ofrecieron recompensas al ejército. Poco se hicieron esperar los de Girón que aunque en menos número, todo se lo prometían de su violenta acometida: mas fueron rechazados con mucha pérdida, y dispersos volvieron a abrigarse de su ventajosa posición. Bravo Saravia en los momentos más críticos y desafiando peligros había combatido y animado a sus tropas.

Acto continuo puso muchos carteles de indulto y llamamiento en nombre de la Audiencia aun designando en particular a los oficiales en quienes Girón más confiaba; y envió dichos papeles al campo contrario con negros e indios yanaconas. Tomados que fueron, Girón les hizo cortar las manos y los envió a los oidores después de publicar que se estimaba en dos maravedís cada una de esas cédulas de perdón. Esta ocurrencia ridícula causaba risa entre los suyos: pero en el ínterin labraba y surtía su efecto la ofrecida amnistía, pues fueron muchos los que lo abandonaron empezando por sus mejores capitanes. Girón viéndose en —83→ inseguridad se dio a la fuga con algunos. Bravo Saravia mandó al maestro de campo Portocarrero en su persecución, y adelantó orden para que unas compañías saliesen de Guánuco con igual fin, porque se sabía que iba a tomar el camino de la sierra en dirección a Quito.

Al llegar la Audiencia al Cuzco el 14 de Octubre de 1554, Bravo Saravia protegió a doña Mencia de Sosa, o Almaraz, esposa de Girón, de quien era compadre, y dispuso que por no ser culpable de los hechos de su marido, ningún perjuicio se le irrogase en su persona y bienes.

Girón preso por los de Guánuco en el valle de Jauja fue conducido a Lima donde encontrándose luego la Audiencia, se le hizo juzgar. En su confesión se vio bien clara la complicidad de los encomenderos y vecinos que deseaban perpetuar la esclavitud de los indios. Girón fue sentenciado a muerte por traición al Soberano y su cabeza se fijó en la plaza principal de Lima.

Gobernó la Audiencia hasta la llegada del virrey don Andrés Hurtado de Mendoza Marqués de Cañete a quien Bravo de Saravia entregó el mando el 6 de Julio de 1555 y la Capitanía General que ejerció como Decano.

Había el Rey mandado establecer en 1565 una Audiencia en Concepción de Chile con tres oidores y un fiscal. En 1567 nombró a Bravo de Saravia Presidente de ella; y por tanto debía gobernar el reino y dirigir la guerra con los araucanos: el gobernador don Rodrigo Quiroga dejó el mando desde que se fundó la Audiencia. Luego que el Presidente tomó posesión y se apersonó en el teatro de las operaciones militares, celebró un consejo y dispuso, contra el dictamen de jefes experimentados, hacer un reconocimiento innecesario de las posiciones de Marigüenu: alturas de difícil y peligroso acceso, ocupadas por un ejército de aquellos indios acaudillados por Pillatarú. Hizo marchar al intento una columna de escogida tropa a la cual dejaron subir hasta cerca de la cumbre, y entonces cayeron sobre ella en número crecido derrotándola lastimosamente. Este revés fue de mucha trascendencia en circunstancias de no haber en la frontera las fuerzas necesarias para contener y escarmentar al enemigo el cual se ensoberbeció reportando inmerecidas ventajas; mas por fortuna no supo aprovechar del triunfo, y con su inacción dio tiempo para que se tomasen algunas providencias de seguridad que requería lo inminente de la situación.

Padeció no poco el crédito de Bravo Saravia quien regresó a Concepción atormentado con un desengaño que le hacía ver su imprudencia, y que pocas veces se hermanan las luces y tacto político-administrativo, con la pericia para el mando militar que requiere dotes especiales e inteligencia en profesión tan complicada. Por lo demás Bravo de Saravia gobernó el reino con acierto y fueron muchas sus disposiciones basadas en la justicia, para el adelanto del país. Pidió socorro de fuerza al virrey del Perú don Francisco Toledo quien la envió con los recursos que siempre se proporcionaban a Chile para sostener sus gastos y la interminable guerra que lo agitaba por el Sur.

Felipe II en 1573 mandó extinguir la Audiencia de Chile sin decir más que «por causas cumplideras a su real servicio»; agregando sus oidores a la de Lima y nombrando Juez de apelaciones al licenciado Gonzalo Calderón, pero sujeto en sus fallos a la revisión de la chancillería de Lima lo cual fue muy dañoso para Chile. En el mismo año confirió el Gobierno y autoridad militar del reino al general don Rodrigo de Quiroga que antes lo había ejercido: estas órdenes tuvieron efecto en el siguiente año, y Bravo de Saravia se retiró a España y falleció más tarde en la ciudad de su nacimiento. Concluiremos copiando una nota de Gay, moderno historiador de Chile, en honor de este magistrado.

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«No iba a tanto la expresión de la voluntad soberana, mas en eso se ve el desinterés del insigne magistrado Melchor Bravo de Saravia, bajo cuya gobernación vio Chile verdad en la ley, equidad y orden. Resbaló en el arte de las armas, pero ¡cuánto bien no hizo en el de gobierno!... Celo, solicitud paternal por el bienestar común; sin que hubiera preferencias, pues tanto valieron para él los indios como los españoles, y por lo mismo nunca se le torció la vara de la justicia. Llorada fue su ausencia, y también él lloró el no poder dar a Chile tanta gloria, tanto lustre cual su alma ambicionaba, y cumpliera si Felipe II hubiese resuelto en favor de sus repetidos ruegos».

Un hijo de Bravo de Saravia llamado don Diego quedó sirviendo en Chile. Era Maestre de campo, y posteriormente vino al Callao donde desempeñó el cargo de Almirante de la mar del Sur. En la escuadra que combatió con la armada holandesa de Jorge Spilberg en 1615 al mando del general don Rodrigo de Mendoza, don Diego Bravo de Saravia se halló de Comandante del navío «Gobierno». El padre Ovalle en su historia de Chile dice equivocadamente que Bravo tuvo a sus órdenes esta escuadra. Don Gerónimo Bravo Saravia hermano de don Diego, también sirvió de Maestre de campo en la frontera de Chile; y ambos socorrieron al ejército con dinero suyo en algunas ocasiones de apuro por falta de recursos para sostener aquellas tropas. Véase, Spilberg.

BRAVO DE SOTOMAYOR. El doctor don Alonso. Natural del Perú, Caballero de la orden de Santiago. Estudió en la Universidad de San Marcos. Fue Alcalde de corte de la Real Audiencia de Lima; y después pasó de Oidor a la de México en 1624.

BRENES. Marqués de. Véase, Vicentelo, don Juan Eustaquio.

BRICEÑO. Alonso. Natural de Benavente, provincia de Zamora. Fue uno de los trece soldados aguerridos que no queriendo abandonar al capitán don Francisco Pizarro, se quedaron en la isla del Gallo y pasaron con él a la de Gorgona, cuando Juan Tafur por orden del Gobernador de Panamá recogió a los demás aventureros que habían pedido regresar al istmo desalentados con las penalidades que sobrellevaron en la empresa hasta entonces desgraciada de descubrir el Perú. En consecuencia, Briceño obtuvo de la Reina Católica el título de Hidalgo que concedió a sus compañeros por la perseverancia con que arrostraron dilatados peligros. En favor de los que ya lo fuesen con solar conocido, dispensó agracia de hacerlos Caballeros de espuela dorada. Militó Briceño en la entrada al Perú y concurrió a la matanza de Cajamarca y prisión del rey Atahualpa; habiéndole tocado 362 marcos de plata y 8.380 pesos de oro en la distribución del tesoro reunido por este soberano para su frustrado rescate. El nombre de Alonso Briceño no aparece después de estos sucesos en ninguna de las antiguas crónicas.

BRICEÑO. Fray Alonso. Natural de Santiago de Chile, del orden de San Francisco, hijo del capitán Alonso Briceño de Arévalo y doña Gerónima Arias de Córdova, descendiente de conquistadores. Tomó el hábito en Lima en 30 de enero de 1605 y profesó a la edad de 19 años. Fue guardián del convento de esta capital en que estudió y leyó todas sus cátedras con reputación de profundo teólogo: primer definidor de la provincia, comisario y visitador de las de Charcas y Chile, y Vicario general. Asistió a un capítulo general celebrado en Roma; allí presidió conclusiones de teología que dedicó al cardenal Albornoz, y en cuya —85→ corte procuró la beatificación de San Francisco Solano. Fue calificador del Santo Oficio. Imprimió en Madrid en 1638 una obra teológica en cuya facultad era lector jubilado. Obispo electo de Nicaragua en Mayo de 1644 hallándose en España. Tomó posesión en Diciembre de 1646, habiéndose consagrado en Panamá el 12 de Noviembre de 1645: se le promovió al Obispado de Caracas el año 1659 y murió en el de 1667.

BRIEBA. Fray Domingo. Lego de San Francisco. Entre los religiosos de esta orden que en el siglo XVII expedicionaron por los ríos que se incorporan al Amazonas, hemos elegido al hermano Brieba para escribir bajo su nombre este artículo, porque fue en nuestro concepto el que más trabajó en esas exploraciones y acreditó inteligencia y una constancia admirables.

A fines de Agosto de 1632 salieron de Quito cinco religiosos; apoyados por las autoridades en consonancia con cédulas y prevenciones del Rey, y penetrando por los «Sucumbios», se embarcaron y fueron a navegar por el río Putumayo. Después de algunos días, y habiendo corrido como doscientas leguas, desembarcaron en un pueblo principal de los «Ceños» donde fueron bien recibidos de los moradores. Mas por desgracia fugó el único intérprete que llevaban desde el pueblo de Écija, y tuvieron que resolverse a volver a Quito pensando en hacer una tentativa más meditada y segura.

Hasta principios de 1634 no pudo aprestarse nueva expedición en que marcharon cuatro religiosos: dos de ellos pertenecieron a la primera; es decir, Brieba y otro lego llamado fray Pedro Pecador que entendía de medicina. Internáronse a la provincia Mocoa, donde tomaron un buen lenguaraz y se les incorporaron cuatro españoles. Embarcáronse en San Miguel, y después de navegar ocho días, arribaron al país de los Becavas. Allí el buen trato y hospedaje de los indios, les favoreció para poder residir tres meses entre ellos, recogiendo fruto en favor de la doctrina que trataban de propagar. Cuando se hallaban con más lisonjeras esperanzas, les sobrevino una adversidad que de improviso desbarató todos los proyectos de los frailes. Fueron asaltados por un enjambre de indios armados que los maltrataron y llenaron de heridas; y a costa de mucho esfuerzo, consiguieron emprender su fuga, embarcarse y retroceder en dirección al mismo río de San Miguel. Sufrieron no pocos peligros por falta de recursos para su curación; y cuando se vieron ya en salvamento, acordaron dividirse regresando el padre comisario fray Lorenzo Fernández y fray Domingo Brieba a Quito; fray Antonio Caicedo quedó en Sucumbios: Pedro Pecador pasó a Popayán en demanda de auxilios que no alcanzó: y sin embargo, hizo después una entrada con el capitán don Juan Palacios a la provincia que denominaron de los «Encabellados», quienes les ofrecieron aliarse con los Cofanes y sujetarse al dominio español. Fray Pedro volvió a Quito, y entonces se resolvió hiciese con 30 soldados una nueva expedición al mismo país.

El 29 de Diciembre de 1635 salieron de Quito cinco religiosos; entre ellos, el hermano Brieba: llegaron a los Cofanes: se embarcaron en Aguarico, y habiendo viajado diez días con el capitán Felipe Machacón, determinaron los frailes no proseguir, por temor a los Abigiras, y se dirigieron sólo a los Encabellados, con quienes estuvieron como cien días. Llegó allí por entonces fray Pedro Pecador con 30 soldados para poblar en la provincia: tomaron posesión de ella a nombre del Rey y la denominaron San Diego de Alcalá de los Encabellados.

Un nuevo incidente adverso trastornó los planes de los religiosos. El capitán Juan Palacios maltrató a un indio principal, y esto produjo una —86→ sublevación en la que pereció dicho capitán. Con esto se desanimaron los soldados, y ya no se pensó en llevar adelante la conversión. Pero fray Domingo Brieba no perdió nada de su vigor, y salió con otro religioso llamado Andrés Toledo y seis soldados, el 17 de Octubre en una canoa sin más provisión que un poco de maíz. Corrió por el río casi cuatro meses haciendo algunas paradas, y el 5 de febrero de 1637 entró en la fortaleza de Curupá donde halló una guarnición portuguesa con el capitán Juan Pereira de Cáceres. De allí pasaron los denodados frailes al gran Pará y a San Luis del Marañón en que los recibió el gobernador Jácome Raimundo de Noronha.

El padre Toledo pasó a España a dar cuenta al Rey del descubrimiento y entrada al Amazonas. Domingo de Brieba se quedó para ser el conductor de una expedición que preparó Noronha. Se compuso de cuarenta y siete canoas con 70 soldados y mil doscientos indios al mando del capitán mayor Pedro de Tejeyra, y salió de Curupá a 27 de Octubre de 1637. Subieron por los ríos y se proporcionaron víveres en diferentes puntos comerciando con los naturales de muchos pueblos bárbaros, y catequizando a algún número de éstos.

Trascurridos ocho meses de navegación que hicieron sin contrastes, y caminando algunas canoas de vanguardia o descubierta a órdenes del coronel don Benito Rodríguez de Oliveira, llegaron el 24 de Junio de 1638 al puerto del río Payamino primera población perteneciente a la provincia de Quijos. Marcharon a la ciudad de Ávila desde la cual se adelantó fray Domingo Brieba a Quito a dar razón del resultado de la empresa; el capitán Tejeyra entró luego a esta misma capital con varios portugueses habiendo dejado su tropa en la margen de un río que sale de la provincia de los Encaballados, en cuyo paraje esperaron once meses.

El Virrey del Perú Conde de Chinchón, ordenó en 10 de Noviembre de 1638 que regresasen a su país por la misma ruta que habían traído, acompañándoles personas que por el Brasil pasasen a España a enterar al Rey de lo acaecido con pormenores documentados. En su cumplimiento, salieron con Tejeyra dos jesuitas; el padre Andrés Artieda Lector de teología en el colegio de Quito y el padre Cristóval de Acuña Rector del de Cuenca y hermano del corregidor de Quito don Juan Vásquez de Acuña Caballero del orden de Calatrava. Tejeyra pidió la compañía de fray Domingo Brieba, y le fue concedida, pues era el hombre necesario para la realización del nuevo viaje.

Dieron principio a él embarcándose en Napo. Tejeyra tomó posesión de los territorios del Aguarico abajo, en nombre del Rey de España, y fundó el pueblo de San Antonio. Duró la jornada desde 16 de Febrero de 1639 en que la emprendieron, hasta 12 de Diciembre en que tuvo término entrando a la ciudad del Pará, con los papeles en que escribieron los sucesos ocurridos en el viaje, marcando alturas, señalando los ríos por sus nombres, dando razón de las naciones que habitan sus márgenes y los climas y mantenimientos que en ellas se encuentran, todo relacionado por el hábil padre Cristóval de Acuña.

Fray Domingo de Brieba se embarcó para España; entró en Lisboa el 13 de Octubre de 1640, y pasó a Madrid a informar al Rey de la exploración de los ríos que se incorporan en el Amazonas. Allí fue oído atentamente, y causó admiración su constancia y aliento, cuando su salud estaba ya en decadencia por las pasadas heridas, y habérsele quebrado un pie en la provincia de Tupinambes. El rey Felipe IV le hizo regresar con órdenes especiales para que se continuase la obra de conocer la navegación de aquellos ríos y avanzar en la conquista religiosa de los bárbaros. Y tratándose de un nuevo viaje, lo empezó fray Domingo en 1647 —87→ con otros frailes encaminándose a Napo para ir a reducir la provincia de los Omaguas, en la cual hicieron algunos progresos y levantaron templo. Hemos extractado estas noticias de las incursiones hechas por los religiosos de San Francisco hacia el Amazonas, de la prolija relación que insertó en su crónica el padre fray Diego de Córdova Salinas, y de lo escrito por otros historiadores acerca de la materia. Véase Acuña, el padre Cristóval. Véase Tejeyra.

BROWER. Hendrick. Salió de Texel el 6 de Noviembre de 1642 al mando de los navíos «Amsterdam», «Concordia» y «Flesinguer» con orden de venir al Brasil para obrar de concierto con el príncipe Juan Mauricio de Nassan, Capitán General de las posesiones holandesas en dicho país, donde había tomado varias plazas a los portugueses. Llegó a Pernambuco el 22 de Diciembre y se reforzó con la Urca «Naranjo» y el yate «Delfín». Salió el 15 de Enero de 1643, pasó el estrecho de Lemaire y vino a fondear en Chiloé. El plan que trajo fue conquistar y fortificar Valdivia, para lo cual condujo tropas de desembarco, 34 cañones de bronce y 58 de fierro, con ánimo de pasar después a formar un establecimiento en Coquimbo y hacer alianza con los naturales de Chile contra los españoles. Aunque algunos dicen que viajó por el Cabo y que subió hasta los 70 grados, es positivo que hizo su paso por el estrecho de Lemaire. Después de perder un buque cargado de artículos de guerra y otros de importancia entró en Chiloé el 1.º de Mayo de dicho año. Tomó en Carelmapu un pequeño fortín y varios soldados. El 6 de Junio entró por el canal hasta dar vista a la población de Castro, y habiendo querido oponérsele el comandante don Andrés Muñoz de Herrera, fue muerto éste con sus soldados. Los holandeses saquearon e incendiaron las casas y un buque mercante. Brewer, ya en Valdivia, enfermó y murió el 7 de Agosto. Elias Harckmans tomó el mando de la escuadra, y se ocupó de empezar allí sus proyectadas fortificaciones y de combinar el modo de apoderarse de la provincia, pero se vio en imposibilidad de hacerlo, pues les alejaron los recursos de subsistencia, que al principio proporcionaban los habitantes en cambio de armas, y como en breve se encontrasen los holandeses amenazados de la más estrecha necesidad, resolvieron abandonar la empresa, reembarcarse y volver al Brasil como lo verificaron el 18 de Octubre. No habían recibido los refuerzos que se les ofrecieron, y con los cuales contaban para prever a su seguridad y expedicionar sobre Coquimbo. Su regreso lo ejecutaron sin aguardar al navío «Amsterdam» que remitieron a Pernambuco en demanda de auxilios, fue ésta la tercera tentativa de los holandeses en Chiloé y costa de Chile. La primera la hicieron el año de 1600, y repitieron otra en 1636.

El Gobernador y Capitán General de Chile Marqués de Baydes participó la invasión holandesa al virrey del Perú don Pedro Toledo y Leyva, Marqués de Mancera. Éste con toda actividad alistó una expedición compuesta de 12 buques de guerra y de trasporte; embarcó artillería gruesa fabricada en Lima, 700 mil ducados para los gastos, muchos pertrechos, y tropa de desembarco con jefes y oficiales escogidos entre las personas más distinguidas de Lima. Confió el mando en jefe a su hijo el general de la plaza del Callao don Antonio Sebastián de Toledo quien llevó en su compañía varios jesuitas, y por capellán y consultor al venerable Francisco del Castillo limeño elevadas virtudes.

Salió la expedición el 31 de Diciembre de 1644 y llegó a Valdivia el 4 de Febrero de 1645 cuando había ya desaparecido el enemigo. Toledo, por medio del maestre de campo don Alonso Villanueva, hizo edificar el fuerte «Mancera» y otros, fortificando las entradas, y dictando muchas —88→ órdenes para la defensa de aquella costa que dejó bien guarnecida al retirarse el 1.º de Abril. Vino a Valparaíso donde tomó diferentes providencias, tocó luego en Arica, y el 6 de Mayo entró de vuelta en el Callao. Véase Toledo y Leyva.

BROWN. Don Guillermo. Marino inglés, afamado por su audacia y proezas militares. Servía a la República Argentina, y mandó su escuadrilla en el memorable combate de 16 de Mayo de 1814 en que fue destruida la armada española, que protegía la plaza sitiada de Montevideo, la cual se rindió por no haber podido sostenerse después de tamaño desastre. Brown, descansado de sus fatigas, permanecía en Buenos Aires, mal avenido con la inacción y la falta de empresas, cuando se le invitó para poner mano en una de mucha entidad y cuyos peligros, si bien eran demasiado probables, valían poco ante la superioridad de su ánimo. Varias personas, entre las que había algunas de posibles, y también emigrados de Chile por consecuencia de la desgraciada batalla de Rancagua, pensaron en armar una flota que doblando el Cabo de Hornos, viniese al Pacífico a hostilizar las costas de Chile y del Perú dominadas por los españoles, y a perseguir y apresar las naves que traficaban en ellas. Para un proyecto de esta especie, no podían faltar colaboradores extraños, desde que las esperanzas de lucrar eran tan probables, y desde que no había en estos mares fuerzas navales que de pronto opusieran resistencia. Los que alentaron a Brown con miras patrióticas, eran guiados únicamente por su ardoroso entusiasmo dirigido a continuar por todos medios la lucha de la independencia. Era uno de ellos el presbítero don Julián Uribe natural de Chile, hombre notable por sus grandes bríos, y afamado por su sin igual tesón en trabajar por la emancipación americana. Aceptó Brown el plan cuya ejecución se le cometía y que en resumen tenía por objetos arruinar el comercio español en el Pacífico, libertar a los prisioneros chilenos existentes en la isla de Juan Fernández, y hacer desembarcos al Norte de Valparaíso, con el fin de distraer al Presidente de Chile, crear obstáculos que le impidiesen operar sobre el territorio argentino, y dar tiempo y sosiego al general San Martín para organizar en Mendoza el ejército con que más tarde venció en Chacabuco.

Brown con don Hipólito Bouchard y el citado Uribe, encontraron habilitadores que se prometían crecidas utilidades, y el gobierno de Buenos Aires les franqueó pertrechos y otros recursos. Fueron cuatro las naves que armaron: la fragata «Hércules», alias «la Negra» mandada por Brown, y el bergantín «Trinidad» por un hermano suyo, ambos buques de la propiedad de dicho jefe: el queche «Uribe» mandado por el italiano Barrios y equipado por el clérigo don Julián que le dio por nombre su propio apellido: y la corbeta «Halcón», cuyo Capitán y dueño era Bonchard: en ésta venía a cargo de la tropa don Ramón Freyre, quien tiempos después llegó a ser Capitán General y Presidente de la República de Chile.

A fines de Octubre de 1815, salieron de Buenos Aires la «Hércules» y el «Trinidad», y días después la «Halcón» y el «Uribe», todos con pabellón argentino, excepto el último que enarboló bandera negra, y a cuyo bordo venía dicho clérigo. Éste le había puesto un número excesivo de cañones que contribuyeron a hacerlo naufragar en el Cabo de Hornos por la fuerza de un temporal y sin que escapase persona alguna. Los tres buques se reunieron en la Mocha habiendo hecho varias presas, y salieron luego a sus correrías sin haber tentado operación alguna en la costa ni en la isla de Juan Fernández. Faltaba Uribe en la expedición, y sus proyectos respecto de Chile quedaron olvidados.

Brown se vino al Perú y estuvo en el grupo de islotes conocido por las —89→ «Hormigas» al Oeste del Callao, sin que en la costa se supiese de su existencia: tomó varios buques en su recalada a aquel puerto; entre ellos, la fragata «Gobernadora» y el bergantín goleta el «Andaluz», a los cuales les puso artillería. De otro buque que desarboló y conservó de pontón, fugaron algunos prisioneros en un mal bote capitaneados por un carpintero y arribaron a Chancay.

El virrey Abascal con las noticias que de estos recibió, y que fueron las primeras que tuvo de la llegada de la escuadrilla contraria, despachó avisos a las costas de Sur y Norte, e hizo en el Callao preparativos de defensa. El 20 de Enero de 1816, se presentó la armada de Brown en el Callao y cañoneando la bahía echó a pique una fragata, averió otros buques y algunas casas de la ribera: pero rechazado por los fuegos de varias lanchas y de las fortalezas, se retiró a la isla de San Lorenzo. Allí apresó la fragata «Consecuencia» procedente de Cádiz con pasajeros y valioso cargamento. Venía en ella el brigadier don Juan Manuel de Mendiburu nombrado por el Rey Gobernador de Guayaquil.

Repitió Brown sus ineficaces ataques, y se le frustró una tentativa muy atrevida que puso en obra de noche, dirigiendo al fondeadero algunos botes con gente armada; y aunque sorprendieron varias lanchas fueron rechazados en otra por tropa del batallón Extremadura que se hallaba a bordo. Este revés los obligó a volver atrás con bastante pérdida.

Entre tanto, el virrey Abascal armaba en el Callao por medio del Tribunal del Consulado, cinco fragatas y un bergantín en cuyo apresto se trabajó día y noche, gastándose mucho dinero. Tripulados que fueron estos buques se hicieron a la vela el 15 de Febrero con rumbo al Sur bajo el mando de don Isidro Couseyro en persecución de la escuadrilla argentina que había dejado ya las aguas del Callao. De todo lo relativo a este armamento, que no produjo resultado alguno, damos razón en el artículo «Couseyro».

Continuaremos en cuanto a Brown que apareció en Tumbez, y el 9 de Febrero en la Puná: penetró por el río de Guayaquil con el bergantín «Trinidad» y el «Andaluz»; atacó e hizo rendir la batería de punta de Piedras y subió a ponerse frente al fuerte de San Carlos para apagar sus fuegos. Allí sufrió el «Trinidad» muchos daños, perdió gran parte de su gente y concluyó por varar, entregándose Brown prisionero con más 44 individuos después de matar al práctico, creyéndolo de mala fe: el populacho destrozó el bergantín inmediatamente. Con noticia de este contraste, entraron al río el 12 de Febrero los buques de mayor porte que habían quedado en la Puná: el hermano de Brown que los mandaba, propuso al Gobernador de Guayaquil un canje, que después de altercados y contestaciones dilatorias, tuvo que aceptar obligado por las amenazas que se lo hicieron de incendiar la ciudad: se firmó el convenio a bordo de la «Hércules» el día 16. El comodoro Brown y los suyos, fueron restituidos a su escuadra, desembarcando de ésta en libertad el 19 el nuevo gobernador brigadier Mendiburu y los demás prisioneros que había a bordo, y entregando la fragata «Candelaria» y tres buques menores. Véase Vasco y Pascual, don Juan.

La escuadrilla se retiró a las islas de Galápagos donde se distribuyó el botín adquirido en la campaña. Se había perdido la armonía entre Brown y Bouchard que se odiaban mutuamente: no era posible continuar las correrías cuando la escuadra española armada en el Callao era muy superior, y al fin tendrían que encontrarse con ella. Permanecieron en ese archipiélago treinta y cuatro días, y se separaron haciéndose Bouchard a la vela en la fragata «Consecuencia» que dobló el Cabo y volvió a Buenos Aires. Brown con la «Hércules» y la «Halcón» se dirigió a San Blas, —90→ y vino después a la costa del Chocó. Estando en San Buenaventura proveyéndose de víveres y vendiendo efectos, acudió al puerto tropa española y tuvo que embarcarse precipitadamente abandonando la «Halcón» algunas mercaderías y parte de su gente, entre la cual quedó su mismo hermano.

En una gaceta de Lima del año 1817 se dio noticia de que la «Hércules» pasó al otro mar, y que apresada por la fragata inglesa «Brasen», fue conducida a la isla titulada Antigua. Publicose también en Lima un diario de las operaciones de Brown hasta su estada en Galápagos: no hemos conseguido verlo. Nos han servido para estos apuntes las gacetas del virreinato, y la obra La reconquista española, o apuntes para la historia de Chile publicada en Santiago por los señores Amunátegui en 1851.

BROWN. Don Juan, marino inglés. Capitán de un bergantín armado en guerra con pabellón Chileno que salió de Valparaíso en 1818 con el nombre de «Maypú», y vino a las costas del Perú a perseguir las embarcaciones mercantes españolas. Navegaban por Pisco la fragata «Resolución» de 32 cañones y el bergantín «Cantón» de 5; buques de comercio armados por el virrey Pezuela, el primero al mando del teniente don Francisco Sevilla y el segundo al del alférez don Antonio González Madroño; y encontraron cerca de las islas de Chincha al «Maypú» que montaba 18 cañones, y estaba tripulado por 115 ingleses y norteamericanos, y unos pocos chilenos.

Brown tuvo la audacia de atacar a la «Resolución» el 17 de Octubre y de empeñar un combate desventajoso en que el «Maypú» perdió uno de sus palos y se rindió después de una defensa obstinada. Traído Brown al Callao, se le tuvo preso en Casas-matas del castillo real Felipe, y se le sometió a juicio, así como a sus oficiales considerándolos piratas y aventureros.

Cuando el vice-almirante Cochrane bloqueaba el Callao en 1819, pasó una comunicación al virrey Pezuela fecha a 4 de Marzo, reclamando del maltrato que se daba a los prisioneros, y proponiéndolo canjear a los que existían en las fortalezas de dicho puerto, con motivo de las victorias de los españoles en el Alto Perú y de otros sucesos posteriores. El Virrey que aceptó el canje, negando que se oprimiese y mirase con crueldad a dichos prisioneros, excluyó terminantemente a los del «Maypú», dando por razón que había un juicio pendiente, y que las leyes les condenaban como a piratas. Agregó en su contestación que en cuanto a la marinería, se había dado ya soltura a muchos individuos, enviándolos a varios buques de guerra de sus respectivas naciones.

Terminado el proceso Brown fue condenado a muerte, pero esta sentencia estuvo muchos meses sin ejecutarse. En tan críticas circunstancias encontró la salvación en la caridad de un cabo de infantería llamado Alomí quien estando de guardia en las Casas-matas del Callao, se determinó a darle libertad y aun a fugar él mismo en su compañía para librarse de las consecuencias que con razón esperaba. Concertado el plan entre ambos, verificaron su evasión, y embarcándose en un punto conveniente de la playa, se dirigieron a la fragata de guerra inglesa la «Tyne» surta en la bahía. El Comandante de ella Falcon, dio en el acto asilo a Brown, y habiéndolo negado al cabo Alomí diciendo era súbdito peruano, volvió este desgraciado a tierra. Preso y juzgado, se le sentenció a la última pena. El virrey Pezuela le indultó, sin duda en atención a lo ocurrido a bordo de la «Tyne». Alomí servía en el batallón Numancia, y aseguran que había militado en Colombia por la independencia y que —91→ tomado por los realistas, se le incorporó en aquel cuerpo. El virrey Pezuela reclamó a Brown inútilmente, y cambió con el comandante Falcon muchas notas oficiales con reflexiones acerca de los casos en que, conforme al derecho, podía tener lugar el asilo.

El general Miller en sus memorias escribió con fría indiferencia que admitido Brown en la fragata inglesa, no lo fue Alomí por disposición del oficial de guardia, como si fuese creíble que, en asunto tan grave, decidiese un subalterno y no el Comandante del buque, mucho más cuando es de suponer hubiese súplicas empeñosas de parte de Alomí y del mismo Brown que acababa de recibir del infeliz cabo tan señalado beneficio.

El cronista Córdova Urrutia incurrió en el error de decir que este Brown, salvado por Alomí, era el Comodoro argentino que cayó prisionero en Guayaquil en 1816 y fue allí canjeado.

BRUNA Y RICO. Don Francisco Luis. Siendo Inquisidor en Lima, fue nombrado Obispo de Guamanga y se recibió en 1687. El Obispado no se debía considerar vacante, porque el obispo don Sancho Pardo de Andrade, pasó sólo de auxiliar a Quito, y por esto no se conformó con perder sus derechos. Pero el litigio que se promovió duró muy poco tiempo, por que Bruna falleció en el mismo año de 1687 y don Sancho al siguiente obtuvo en propiedad el Obispado de Quito.

BUENDÍA. El padre José. De la compañía de Jesús, natural de Lima y de familia distinguida. Vivió en el siglo XVII: fue catedrático de filosofía en el colegio máximo de San Pablo de esta ciudad: se hizo notable como literato, historiador, poeta y curioso anticuario. Publicó en Madrid en 1693 su libro Vida del venerable padre Francisco del Castillo de la compañía de Jesús, natural de Lima. Esta obra por su elegante estilo y abundancia de noticias históricas del Perú, basta para formar concepto muy elevado de la capacidad e instrucción del autor. Dícese que el padre Buendía cooperó a la redacción de la obra Estrella de Lima, publicada por don Francisco Echave. De sus ricas dotes como orador sagrado, dejó también fidedignos testimonios: es uno de ellos la brillante oración que pronunció en el funeral del venerable Francisco Camacho a fines de Diciembre de 1698.

BUENDÍA Y SANTA CRUZ. Don Juan Manuel. Véase Castellón, Marqués de.

BUENO. El doctor don Cosme. Nació en Aragón en 9 de Abril de 1711. Llegó al Perú en 1730 instruido sólo en la latinidad y empezó en Lima por la farmacia el estudio de la medicina. En éste y en tantos otros que emprendió hizo brillar la superioridad de su inteligencia. La Universidad de San Marcos le condecoró con la borla doctoral el año de 1750, y en el mismo obtuvo por oposición la cátedra de método. Se le nombró médico de los presos de la Inquisición, y en 1753, 1760 y 1761 de los hospitales de Santa Ana, San Bartolomé y San Pedro. Hízose médico tan grande como lo retrató la fama en América y Europa: era consumado en la geografía e historia, en las ciencias matemáticas y astronomía. En 1758 fue elegido catedrático de prima de matemáticas y Cosmógrafo mayor del reino. Escribió un completo curso de aritmética y álgebra para el uso de sus escolares. Adornó los almanaques anuales con disertaciones físico-médicas de selecta erudición, y con otras producciones insertando en ellos la guía de forasteros o razón de los funcionarios de —92→ todas las listas. En la de 1817 está impreso un extracto muy sucinto que hizo de los más notables sucesos ocurridos en la época de cada virrey. Uno de éstos, el Marqués Villagarcía, le encomendó en 1741 la formación de las descripciones de las provincias del Perú que colocó en los cuadernos de los almanaques. En una real orden se mandaron dar quinientos pesos sólo para el trabajo de copiar aquéllas. Tenía un abundante archivo de noticias, cartas y datos geográficos que había recogido con empeño; y poseía los instrumentos que en diversas partes habían dejado los sabios viajeros que visitaron el Perú, uno de ellos el docto Fevilleé. El célebre botánico don Hipólito Ruiz que vino en 1778 como miembro de una comisión científica, dedicó al doctor don Cosme Bueno una nueva planta a la cual dio el nombre de Cosmea balzamifera. La sociedad médica de Madrid le incorporó en 1768 y la vascongada en 1784. Contaba 79 años cuando se dislocó una pierna y en el de 1796 perdió la vista y el oído. Falleció en 1798 a los 87 de su edad. Trabajaba diez y seis horas diarias y sus tareas iban tan arregladas, que jamás cambiaba la distribución que hacía del tiempo. Fue muy caritativo. Tuvo nueve hijos de su matrimonio, entre ellos el doctor don Bartolomé Canónigo de Lima y el doctor don Luis, médico: ambos naturales de esta ciudad. El distinguido médico don Gabriel Moreno, también limeño, escribió una biografía del memorable doctor Bueno.

BUENO Y ZACONETA. El alférez don Francisco. Vecino de Moquegua. Ordenó en su testamento que después de los días de sus hermanas, pasase al hospital de Belén de dicha ciudad su hacienda de viña que se estimaba en 60 mil pesos.

BUSTAMANTE. Fray Bartolomé. Natural de Lima, religioso de la orden de San Francisco. Escribió el Teatro eclesiástico índico meridional, y él Tratado de las primicias del Perú en santidad, letras, armas, gobierno y nobleza, cuyas obras recuerda en la suya sobre las iglesias de América, el maestro Gil González Dávila, y don Nicolás Antonio en su Biblioteca Hispana nova.

BUSTAMANTE CARLOS INCA. Don Calisto, alias Concolorcorbo. Nacido en el Cuzco. Escribió una obra titulada El Lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, la cual se publicó en Gijón (Galicia) en 1773. Contiene itinerarios y relaciones instructivas de los pueblos, caminos, recursos, dificultades, privaciones, peligros, etc., que se encuentran en aquella vasta carrera. El libro está sembrado de digresiones y de noticias curiosas y útiles sobre historia, estadística y otros puntos. Su lenguaje es llano y en muchos lugares vulgar preciando el autor de agudo aunque sus chistes tocan a veces en insulsez grosera. «Yo soy indio neto, dice, salvo las trampas de mi madre, de que no salgo por fiador». «Dos primas mías coyas conservan la virginidad a su pesar en un convento del Cuzco en donde las mantiene el Rey Nuestro Señor». «Yo me hallo en camino de pretender la plaza de perrero de la catedral para gozar de inmunidad eclesiástica y para lo que me servirá de mucho mérito el haber escrito este itinerario».

Bustamante, Concolorcorbo, siendo joven vino a Lima, se embarcó con destino a España donde tenía un tío, que no nombra, indio de sangre real y que era gentil hombre de cámara por nombramiento del rey Fernando VI. No pasó de Buenos Aires entonces porque supo la muerte de su citado pariente. Creemos que éste descendía de don Carlos Inca a —93→ quien menciona el maestro Gil González Dávila entre algunos cuzqueños notables por su nacimiento y otras circunstancias.

Realizó después su viaje a la Península; de regreso salió de la Coruña en el paquete del Rey nombrado «el Tucumán» y a los 84 días de navegación llegó a Montevideo. Acompañó Bustamante desde Buenos Aires hasta Lima a don Alonso Carrión de Lavandera visitador y comisionado por el Rey para el arreglo de correos y estafetas, situación y manejo de las postas con motivo de la incorporación de estos ramos a la corona. Carrión escribió unas memorias extensas acerca de su comisión, y como le ayudaba Bustamante que era empleado de la visita, recogió muchos materiales para su obra Lazarillo de ciegos caminantes.

De ella aparece que hasta 1747 no había habido correos en Buenos Aires, ni en Tucumán donde los comerciantes solían enviar por medio de propios algunas comunicaciones: tal era el abandono con que miraba sus intereses el correo mayor Conde de Castillejo quien tenía arrendada, por entonces en 200 pesos anuales, la estafeta de Chuquisaca.

Don Calisto Bustamante Inca trata largamente de la riqueza de las minas de Puno y de otros muchos asuntos, dando su opinión sobre algunos hechos de la historia antigua del Perú. Niega y tiene por falsa la promesa de Atahualpa de llenar una sala de oro y plata al tratar de su rescate y de los tesoros que podía poner a disposición de los españoles. Que Atahualpa no era obedecido en el Sur, sino muy odiado como destructor de la familia real de Huáscar. También dice que en su concepto tendría el Perú cuando la conquista a lo más siete millones de almas: y que no hay vestigios de poblaciones y de campos cultivados con los cuales pudiera sostenerse la opinión de que existió mayor número de habitantes. Buffon, pensando de una manera parecida, se sirvió de varios argumentos para inclinar a creer que el número de habitantes de la América no había sido tan elevado como generalmente se infería de los pareceres de algunos escritores.

BUSTAMANTE. Don Domingo. En el año de 1762 fundó en la ciudad de Arequipa una casa de ejercicios espirituales para mujeres.

BUSTAMANTE Y GUERRA. Don José, General de marina. Era capitán de fragata cuando en 1789 salió de Cádiz mandando la corbeta «Atrevida» que con otra llamada la «Descubierta» condujeron la expedición científica que hizo importantes viajes y vino a las costas peruanas en 1790 y en 1792. Bustamante ascendió a Capitán de navío en 1791. El año de 1810 siendo ya Jefe de escuadra se anunció en Lima su nombramiento de Virrey en relevo del general Abascal según real cédula de 21 de Marzo, pero luego quedó sin efecto. Desde 1812 era Teniente General de la armada y en 1816 se hallaba de Presidente y Capitán General del reino de Guatemala. Véase Malaspina.

BUSTAMANTE. Don Manuel Pérez. Descubrió en Chonta en el siglo pasado una valiosa mina de azogue que tuvo sin explotar por falta de recursos. Después la pidió por desierta don Joaquín González e hizo favorables ensayos.

BUSTAMANTE. Véase, Sáenz de Bustamante, don Pablo.

BUSTAMANTE. Don Toribio. Natural de las montañas de Burgos, vecino principal y pudiente del Cuzco. Da razón el maestro Gil González Dávila, en su teatro eclesiástico, de la erección de la Recoleta Franciscana —94→ del Cuzco dedicada a San Antonio de Padua; y refiere que la iglesia y el convento se edificaron a costa de Bustamante, quien invirtió en ello más de 60 mil pesos, sin haber querido que ninguna otra persona contribuyese para el mismo fin.

BUSTINZA. Pedro. Uno de los españoles avecindados en el Cuzco, estando muy reciente la conquista. Hallábanse en dicha ciudad las fuerzas que obedecían a Gonzalo Pizarro en 1547, y ocupaban el valle de Jauja las del mando del gobernador por el Rey don Pedro de la Gasca, quien tenía partidas avanzadas en el territorio de Guamanga. Una de ellas conducida por Lope Martín se adelantó hasta Andahuaylas donde sorprendió y tomó prisionero a Bustinza con algunos más que estaban allí en comisión de Pizarro.

Hizo Martín ahorcar a dos prisioneros naturales de Córcega y dio soltura a otros llevándose consigo a Bustinza. Éste en el cuartel general de Gasca a pesar de verse preso hablaba con gran indiscreción en favor de la causa de Gonzalo y en castigo se le dio garrote. Pedro Bustinza estaba encargado de colectar y remitir al Cuzco bastimentos: para lo cual le eligió Pizarro calculando que los reuniría con facilidad por el respeto que le tenían los caciques como marido de doña Beatriz Huayllas Nusta hija de Guaina-Capac: él pertenecía además a la clase de los vecinos nobles.

Quedó viuda doña Beatriz con motivo de aquella desgracia y acabada la guerra tratándose de casar a varias viudas de su posición, pues acostumbraban darles marido contra su voluntad, y que contrajesen segundas nupcias con hombres ancianos y algunos nada dignos, sólo por aprovechar de los indios y riqueza que tenían, y sin que los pretendientes reparasen en la fealdad o años que dichas mujeres contaran.

El que se le propuso a doña Beatriz fue un español llamado Diego Hernández de quien se decía haber sido sastre en España, aunque sin fundamento según escribe Garcilaso, quien lo califica de buen soldado y hombre de bien. La princesa rehusó el casamiento diciendo que no era propio lo hiciera con un ciracamayo (sastre). En vano trataron de persuadirla el Obispo del Cuzco, el capitán Diego Centeno y otras personas respetables congregadas ya para hallarse en el desposorio. Apelaron a la influencia de don Cristóval Paullu, su hermano, el cual habló a solas con doña Beatriz y le aconsejó se prestara al enlace proyectado para que no se ofendieran los españoles y sobreviniesen perjuicios a los que quedaban de la familia real de los incas. Ella se allanó al fin pero no con voluntad; y cuando el Obispo que autorizó la ceremonia preguntó a la novia si quería a Hernández por esposo, contestó: «quizá quiero, quizá no quiero». Esto no fue inconveniente para que quedase efectuado el matrimonio.

BUITRÓN Y MÚJICA. Don Agustín. Natural de Arequipa, persona muy recomendable y digna de memoria por su literatura y profundos conocimientos.

Quisiéramos extendernos con mayor elogio en su obsequio, pero nos faltan noticias circunstanciadas que hemos solicitado en vano.

BYRON. El comodoro inglés John. Nació en 1723, vino al Pacífico por el Estrecho con la escuadrilla del almirante Anson, naufragó cerca de Chiloé y estuvo algún tiempo prisionero de los españoles. En 1764 emprendió un viaje alrededor del mundo ya con el título de Comodoro; exploró el mar del Sur al Oeste de las tierras Magallánicas y descubrió diferentes islas entre ellas las Mulgravas que llevan su nombre. Publicó —95→ su primer viaje que tradujo Cantwell, París, 1800: en 1766 uno de sus oficiales dio a luz la relación del 2.º. Tenemos a la vista una 2.ª edición de ella (Madrid: 1769) que hizo imprimir don Casimiro Ortega ilustrada con interesantes notas, un mapa minucioso del Estrecho, y el resumen histórico del viaje de Hernando de Magallanes concluido por el capitán Juan Sebastián del Cano nacido en Guetaria (Guipúzcoa). Byron hizo dos entradas llegando al puerto del hambre: completó su reconocimiento y salió al mar del Sur: arribó a la isla de Juan Fernández: navegó al Oeste, descubrió las dos islas que denominó del Malogro y otras hasta que fondeó en las de los Ladrones, de donde por Batabia y Cabo de Buena Esperanza regresó a Inglaterra. El célebre lord Byron fue nieto de este distinguido marino precursor del capitán Cook. Falleció en 1766.

CABALLERO. Fray Alonso. Religioso franciscano misionero de las montañas de Guánuco o Panataguas. El año 1651 se dirigió desde los pueblos de los Payanzos, a los Callisecas y Setebos moradores de las riberas del Ucayali entre los cuales dejó dos sacerdotes y tres legos en dos pueblos: pero asaltados por los Sipibos fueron destruidos muriendo los frailes. Diez años después fray Lorenzo Tineo y otros acompañados de 20 soldados entraron a los Setebos, mas cuando sus tareas iban en progreso, se cansó del mal clima el oficial que mandaba la tropa y se retiró con ella. Los religiosos que se vieron luego amenazados por los Callisecas, se replegaron a Tulumayo acompañándolos 100 Setebos. Lejos de perder el padre Caballero las esperanzas de reducir a los Callisecas, hizo nuevas tentativas en 1663 en unión de fray Manuel Viedma, a quien sucedió fray Rodrigo Bazavil en un pueblo que formaron; pero por falta de auxilios tuvieron que desistir de su empeño, a vista de lo cual los Callisecas en una irrupción que hicieron a los Payanzos mataron a muchos cristianos y entre ellos a fray Francisco Mejía presidente de las conversiones de Panataguas, a fray Alonso de la Madrid y a cinco legos, por cuya causa y la epidemia de viruelas, se fueron perdiendo las reducciones, de manera que en 1691 quedaban sólo cuatro pueblos con doscientas almas. El año 1704 pudo decirse que habían acabado las conversiones de Panataguas con la muerte cruel que dieron los Cacibos en Tulumayo a fray Gerónimo de los Ríos quedando únicamente el pueblo de Cuchero con pocos indios. Véase Luyando, fray Felipe; San José, fray Francisco de; Sobreviela, fray Manuel.

CABALLERO DE CABRERA. El doctor don Juan. Natural de Lima, canónigo de esta catedral: fue elocuente orador. Pasó a España, y cuando en 1640 se preparaba para regresar al Perú, falleció en Sevilla. Su hermano don Blas publicó allí en 1649 un cuerpo de sermones y otras obras que aquél dejó escritas.

CABANES. Fray José. Religioso del colegio de Ocopa: muerto en 1742 por los indios vecinos al cerro de la Sal. Véase Marca, fray Juan de la.

CABAÑAS. El padre Gregorio. De la congregación de San Felipe Neri. Compró en Lima un espacioso sitio al lado de la ermita de Nuestra —96→ Señora del Socorro, y lo destinó al beaterio titulado de San Cayetano o del Corazón de Jesús que se fundó en 1704 con 16 beatas que vistieron sotana con una cadena al cuello, y pendiente de ella un corazón. El padre Cabañas intentó elevarlo a monasterio, pero su plan no tuvo efecto, y el año de 1711, esa localidad y sus pertenencias estimadas en 70 mil pesos, fueron cedidas por él a los religiosos mínimos. Véase Rodríguez, don Alonso.

El padre Cabañas se restituyó a la congregación: después sirvió algunos años de capellán en el beaterio de Copacabana, y por último tomó el hábito de San Francisco de Paula, y acabó sus días en el convento a cuya fundación había cooperado tanto.

CABELLO DE BALVOA. Don Miguel. Natural de Archidona. Presbítero que perteneció a la diócesis de Lima a fines del siglo XVI. Escribió la Miscelánea Antártica y origen de los indios y de los incas del Perú, obra que cita don Antonio de León Pinelo en su Biblioteca indiana.

CABELLO. Doña Isabel. Falleció en el siglo pasado de 116 años en el monasterio de Descalzas de Lima su país natal. Se hallaba muy despejada su razón y el estado de su salud era el mejor posible en aquella edad.

CABERO. El presbítero don Juan José. Natural de Lima, Sacristán mayor de la capilla de palacio, Mayordomo administrador de la casa de expósitos de esta capital desde 1794. Puede verso el artículo Herrera, don Juan José, para saber el mérito distinguido de Cabero por sus notables servicios a la dicha casa de huérfanos, donde hizo reformas muy útiles, y beneficios señalados a la humanidad: allí se conserva su retrato.

CABERO Y SALAZAR. El doctor don José. Natural de Lima. Abogado y literato de conocido mérito, Alcalde ordinario en 1813, Catedrático y Doctor en ambos derechos de la Real Universidad de San Marcos, y su Rector en 1817, 18 y 19. Capitán del Regimiento de la Concordia española del Perú desde su creación, Teniente Coronel Comandante del primer batallón en 1817, y Vice-presidente de la junta censoria de imprenta en 1820. Después de la independencia fue Rector del colegio de San Carlos en que había estudiado: Ministro plenipotenciario en Chile y vocal de la Suprema Corte de Justicia. Falleció en 1837.

CABERO Y TAGLE. Don Ignacio. De la orden de Alcántara, natural de Lima de la distinguida familia de este apellido, procedente de las de don Álvaro y don Antonio Cavero en Trujillo. Fue don Ignacio contador de la Casa de Moneda de Lima por juro de heredad como marido de doña Nicolasa Valdivieso y Orueta hija de don Eugenio Valdivieso que obtuvo ese empleo por su matrimonio con doña Rosa Orueta y Eslaba hija de don Juan Felipe de Orueta dueño del citado destino, y que lo sirvió hasta 1786. Antes de esta vinculación pertenecía la plaza de contador a los Colmenares hijos del Conde de Polentinos. Véase Eslaba.

CABERO DE TOLEDO. El doctor don Juan. Natural de Trujillo, Caballero de la orden de Calatrava, hijo de don Álvaro Cabero y de doña Úrsula Toledo. Estudió en el colegio de San Martín de Lima: fue catedrático de artes, de teología y de prima de escritura: Rector de la Universidad de San Marcos en 1712, 13 y 14, y del colegio de Santo Toribio: prebendado, canónigo magistral y maestrescuela del coro de esta iglesia. Nombrósele —97→ Obispo de Santa Cruz de la Sierra por el rey Felipe V, y fue consagrado en Arequipa por el obispo don Juan de Otárola. Llevó a su diócesis a los padres de la compañía costeándoles el viaje, y les encomendó la instrucción de la juventud. Se le promovió al Obispado de Arequipa en 20 de Marzo de 1725, y tomó posesión de él en 30 de Setiembre de 1726. Distribuyó muchas limosnas, y con preferencia se ocupó de visitar las provincias. Hizo la pila de bronce de la plaza de Arequipa concluida el 20 de octubre de 1735, y la cañería de piedra que se colocó desde Miraflores. Mejoró algunas calles; puso un nuevo muro de piedra en el baluarte que une el puente con la ciudad, y dirigió otras obras públicas y de ornato por encargo del Virrey Marqués de Villagarcía. Al oriente de la iglesia catedral edificó en 1736 un templo denominado de San Juan para el Santísimo Sacramento, donde los curas ejercitan las funciones parroquiales: su puerta principal está a la plaza y tiene una vistosa torre: le fabricó sacristía, bautisterio, en que puso una fuente de piedra berenguela, dos retablos y el púlpito: también compró valiosas alhajas para la imagen de la Virgen, en cuyas obras y objetos invirtió cuantiosas sumas. Gastó como 20.000 pesos en unas andas para la Virgen de la catedral en que se emplearon 2.000 marcos de plata. Hizo traer de Cochabamba un nuevo altar mayor dorado cuyo costo pasó de 30.000 pesos. También fabricó la sillería de cedro del coro con sus elegantes tallados estimada en 8.000 pesos: la sacristía con vistosos arcos y media naranja, el coro alto y una campana con peso de muchos quintales. Dotó con un capital de diez mil pesos las fiestas y sermones del octavario de la Asunción. Así mismo tres capellanías de coro con el principal de cinco mil cada una: y en la compañía de Jesús con el de 4.000 pesos la fiesta de San Francisco Javier. A sus expensas se hicieron otras obras en diferentes templos y tres salas de cal y canto en el hospital de San Juan de Dios. Mandó poner expedita la obra pía establecida en favor de las mujeres recogidas y las socorrió con limosnas. Siguió y venció el ruidoso pleito que hubo con los vecinos de Moquegua, sobre si se había de fundar allí o en Arequipa el convento de Santa Rosa, cuyo edificio dejó trazado. Legó diez mil pesos para que su producto se distribuyese a los pobres, y falleció en 20 de Marzo de 1741, habiendo consumido las rentas del Obispado y su gran patrimonio en los objetos que quedan puntualizados. Los restos de este ilustre Prelado se hallan en la iglesia de San Juan en que él mismo preparó su sepulcro. Existe su retrato en una sala de la Universidad de Lima. El que había en Arequipa pereció el 1.º de Diciembre de 1844, en que se incendió la catedral de dicha ciudad.

CABEZA. Don fray Juan de la. De la orden de Santo Domingo. No sabemos de él otra cosa sino que fue electo Obispo de Trujillo en el año de 1613, y que falleció en España antes de disponerse para venir al Perú.

CABEZAS. Don García Martínez. Natural de la villa de don Bonito en el Obispado de Plasencia: hijo de Francisco Cabezas y de doña María Gómez. Estudió en Salamanca donde se graduó de bachiller, y en la Universidad de Sevilla en que obtuvo el de licenciado y sirvió varias cátedras. Vino al Perú en 1625 con el arzobispo de Lima don Gonzalo de Ocampo, quien le nombró Provisor y Vicario general. Fue Canónigo doctoral, Tesorero y Maestrescuela del Cuzco en 1643: Arcediano de la iglesia de Chuquisaca y después Inquisidor del Tribunal del Santo Oficio de Lima. Presentósele para Obispo de Cartagena, y falleció en 1653 antes de tomar posesión.

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CABEZAS ALTAMIRANO. Don fray Juan de las. Nacido en Zamora, e hijo del licenciado Juan Cabezas y de doña Ana de Calzada. Estudió en Salamanca leyes y cánones: tomó allí el hábito en el convento domínico de San Estevan en 1580, y profesó en 30 de Junio de 1581. Vino a América en 1582: leyó artes y teología, y fue Maestro y Provincial en la isla de Santo Domingo. Volvió a España a un capítulo general de su orden. Nombrado Obispo de Cuba en 1601 se consagró en Madrid. Visitó la Florida: intentó mudar la Iglesia de Santiago de Cuba a San Cristóval de la Habana y no lo consiguió.

Un corsario inglés que asaltó la ciudad de Bayamo, tomó al Obispo y le tuvo preso a bordo 80 días hasta que los vecinos de Cuba dieron por su rescate 2.000 ducados. Promoviósele a la silla de Guatemala en 20 de Marzo de 1610. Entró a su Obispado en el de 1612: allí aprendió la lengua del país. Vacante la iglesia de Arequipa por fallecimiento del primer obispo don fray Cristóval Rodríguez, fue presentado para ella y recibió la cédula: mas cuando esperaba las bulas para venir a su nueva diócesis, falleció en 19 de Diciembre de 1615.

CABEZUDO. Fray Juan de Dios. De la orden de San Agustín, natural de Ica. Maestro en su religión; Prior del convento de Lima, Regente de estudios en el colegio de San Ildefonso, y Doctor teólogo en la Universidad de San Marcos. Desempeñó comisiones en España en el presente siglo, y por segunda vez pasó a la corte en calidad de asistente general. Allí se le propuso para Obispo de una de las diócesis del Nuevo Reino de Granada: mas la presentación no llegó a tener lugar por los triunfos de la causa de la independencia. Cabezudo continuó en la península hasta su fallecimiento.

CABIEDES. Véase, Berjón de.

CABIEDES. Don Juan. Natural de Lima, hijo de español y peruana. Educose en España, y a su regreso se ocupó del comercio, como su padre, estableciéndose en uno de los cajones llamados de Rivera, en la plaza mayor de esta capital. No había recibido una instrucción amplia, pero su talento extraordinario y la riqueza de su vena poética, le dieron gran celebridad en el siglo XVII. Sus composiciones de diversos géneros son dignas de estimación, y en el juicio de los inteligentes merecieron siempre crecidos aplausos. Era un hombre festivo y sarcástico que no desperdiciaba ocasión alguna en que pudiera cebar su agudeza y propensiones a la detracción y a la sátira. Como aborreciese a los médicos con una tenacidad incansable, fueron éstos el principal asunto de los romances y epigramas que escribió en abundancia, ridiculizándolos y prodigándoles injurias desmedidas, sin que escapase ninguno de cuantos había en Lima. Estas composiciones con otras muchas de diferentes caracteres, formaron un libro que el autor denominó Diente del Parnaso, corrió manuscrito, y después su consiguiente escasez fue tal, que no era ya posible encontrarlo. El coronel Odriozola en su colección de producciones literarias acaba de darlo a luz, precedido de un opúsculo de don Ricardo Palma, y de otro estudio que había ocupado antes la diestra pluma de don Juan María Gutiérrez. Remitimos al lector a esa edición, en cuya lectura hallará un agradable recreo, al paso que admirará el variado ingenio del autor, calificado por Palma con el tino y propiedad que acostumbra.

CABO. Rufino. Indígena del pueblo de Chorrillos. Nació en 1584 con dos astas semejantes a las del carnero: vivió sólo dos años.

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CABRERA. Alonso. Mayordomo o camarero del marqués don Francisco Pizarro. Se hallaba en Huaylas cuando supo la muerte de este Gobernador, y al punto se ocupó de armar gente contra don Diego de Almagro el joven. Le previno Juan de Rada que se contuviese, y dejase de la mano tales preparativos, ofreciéndole que se le entregarían los hijos del Marqués. Cabrera no aceptó la promesa y contestó con amenazas. En seguida se fue a Santa con otros en solicitud del licenciado Vaca de Castro que venía de Gobernador por el Rey. Cayó en manos de García de Alvarado quien había ido de Lima con tropa para perseguirlo y ejecutar otras disposiciones por el Norte. Alvarado marchó a Payta con los presos, y pasó a Piura donde hizo degollar a Cabrera en cumplimiento de orden que para ello se le dio.

CABRERA. Amador de. Nacido en Cuenca de España y perteneciente a una familia visible. Hallábase avecindado en la provincia de Guamanga, y disfrutaba de una encomienda de indios, cuando llegó a manos de Pedro Contreras y Henrique Garcés oriundo de Portugal, un trozo de piedra de metal colorado que los indios estimaban con el nombre de Llimpi. Conoció Garcés que era el bermellón, y sabiendo que éste y el azogue se contenían en un mismo metal, imaginó que las minas de que procedía aquella piedra habían de abundar precisamente de azogue. Se hizo conducir al lugar de donde fue sacada, y hecho reconocimiento y el ensayo preciso, encontró la realidad de su conjetura en las minas de Palca cuya explotación se hacía por los indios desde remota antigüedad. El azogue no era objeto que llamase la atención de éstos porque no le daban aplicación alguna; no así el bermellón que extraían para pintarse el rostro y emplearlo en otros usos. Los antiguos romanos estuvieron en igual ignorancia, y trabajando las minas de Almadén en España llevaban a Roma cada año, según Plinio, más de diez mil libras de sus metales sin aprovechar más que el bermellón apreciándolo como una riqueza: lo gastaban como los Etíopes y los Peruanos en dar barniz a sus ídolos y colorearse ellos mismos.

Corría el año 1566 y mandaba en el Perú el licenciado don Lope García de Castro, sucesor del infortunado Conde de Nieva, pero sin haber sido Virrey, pues sólo trajo título de Gobernador. Un indio llamado Navincopa, natural del pueblo de Acoria dependiente del repartimiento de Amador de Cabrera, reveló a éste la existencia de valiosas minas de Cinabrio en Guancavelica, y particularmente la que tomó el nombre de su encomendero y se denominó también la de los Santos: siendo tal su grandeza que averiguada su extensión se halló ser de 80 varas en longitud y 40 de ancho: podían trabajar en ella más de 300 hombres reunidos. Luego que Cabrera tomó posesión legal de tan rica mina se ocupó de explotarla, y fue tanta su prosperidad que despertó la envidia, y el deseo de arrebatársela que algunos codiciosos no pudieron satisfacer.

Trasmitiose a las autoridades que representando al fisco le promovieron un pleito que sostuvo Cabrera defendiendo los derechos que le favorecían. Y aunque ganó ejecutoria para gozar del usufructo por ser descubridor, tocó después la necesidad de entrar en un avenimiento según el cual convino en ceder al Rey la mina de los Santos que también se llamó la «Descubridora» y después «Santa Bárbara». Verificose la venta en 250 mil ducados, mas no tardó mucho Cabrera en mostrar arrepentimiento considerándose engañado; e instauró un nuevo litis fundándose en que la propiedad enajenada valía más de 500 mil: entonces hubo ya quienes opinasen que debía estimarse en un millón. Cabrera se trasladó a Madrid y le tomó allí la muerte cuando estaba pretendiendo un título —100→ de Castilla y algunos lugares de tierra de Cuenca en recompensa de sus derechos.

La mina quedó incorporada a la Corona Real y lo mismo se fue haciendo con otras no menos poderosas que en los contornos se descubrieron: y resultando de esto no pocos agraviados, el Rey intentó agraciarlos con diferentes disposiciones, hasta que quedó sentado se les atendiese y también a sus descendientes prefiriéndolos en los contratos de arrendamiento que se celebraran, pues éste fue el sistema adoptado por el Gobierno español para la elaboración y beneficio del azogue. Debía pagárseles en precios justos el que extrajesen, bien entendido que no pudieran extraviarle ni venderlo a otra persona que al Rey de quien recibían las minas con más los indios destinados a trabajarlas. Obligábanse a ello y a tenerlas con la seguridad material precisa, limpias y desmontadas en cumplimiento de las ordenanzas que se dieron. Así se ejecutó y siguió organizándose este negocio por los virreyes don Francisco Toledo y don Martín Henríquez quienes tuvieron a la vista diferentes reales cédulas que les sirvieron de norma en la materia.

Nuestro sencillo relato lo apoyamos en la relación que el Príncipe de Esquilache escribió para su sucesor en el Virreinato, y en lo que con mayor amplitud aparece en la Política indiana del oidor don Juan de Solórzano. Pero don Mariano Eduardo Rivero en una memoria que publicó en 1857 pone en duda la cesión hecha al Rey por Amador de Cabrera, diciendo que éste vendió varias de las minas de azogue a Juan de Sotomayor, Pedro Contreras Rodríguez y otros, diez años después de la pretendida venta al Rey. Agrega que así aparece en algunos papeles de los archivos de Guancavelica y se refiere acerca de esto a un discurso de don Juan Ignacio García de los Godos.

Que los indios sólo utilizaban el bermellón sin hacer uso del azogue, se dio la prueba en los crecidos desmontes que se encontraron junto a los arroyos, barrancas o cochas donde trabajaban para extraer el bermellón. Los españoles sacaron muchos millares de quintales de azogue de aquellos montones en los primeros años posteriores al hallazgo del cinabrio.

En México se conoció antes que en el Perú el beneficio de la plata por medio del azogue; y gobernando el virrey Toledo, Pedro Fernández de Velasco, que en aquel país lo había aprendido, se ofreció a enseñar ese método y a entablarlo en Potosí. Hiciéronse en 1571 por él y por Juan Capellín ensayos que surtieron el más positivo y ventajoso efecto con los azogues enviados de Guancavelica; y se remediaron los atrasos de Potosí aprovechándose gran copia de metales de los desmontes excluidos en cuyo beneficio nadie pensaba.

Hubo un Amador de Cabrera que sin duda sería hijo del primero del mismo nombre; y que por la preferencia acordada a los descendientes de los descubridores, trabajaría en el mineral como contratista en la época del Príncipe de Esquilache que corrió de 1615 a 1621. Dice este Virrey en su memoria que a dicho individuo no había podido atendérsele en el último arrendamiento, porque recayeron contra él muy graves cargos y el juicio de pesquisa que se le siguió tuvo por término la sentencia de muerte a que fue condenado por el oidor don Diego Armenteros y Henao.

Trataremos en los artículos respectivos al gobernador don Lope García de Castro y al virrey don Francisco Toledo del establecimiento de la mita para los minerales de azogue de Guancavelica, que en su principio se componía de 2.000 indios que eran forzados a ese trabajo destructor que costó la vida a tantos millares de ellos. Referiremos también lo tocante a las obligaciones de los mineros y al sistema que se observaba para los —101→ pagos y para la conducción del azogue hasta Potosí con otros datos, que agregaremos, de no menor interés histórico. Véase Garcés, Capellín; y Fernández Velasco.

CABRERA BOBADILLA CERDA Y MENDOZA. Don Luis Gerónimo. 4.º Conde de Chinchón, Comendador del campo de Criptana en la orden de Santiago; Alcalde y Guarda mayor de los alcázares de Segovia y su Alférez mayor: Tesorero general de la Corona de Aragón, gentil hombre de cámara del Rey, miembro de los Consejos de Aragón y de Italia, Consejero de Estado y del Supremo de la Guerra, Virrey del Perú. Nació en Madrid hijo de don Diego Cabrera Comendador de Monreal en la orden de Santiago, natural de Chinchón provincia de Madrid, Consejero de Estado y Guerra, y de doña Inés Pacheco. Don Gerónimo fue casado en 1621 con doña Ana de Osorio hija del Marqués de Astorga, y en segundas nupcias con doña Francisca Henríquez de Rivera hija de don Pedro Afán de Rivera, de la familia de los Duques de Alcalá, y de doña Inés Henríquez Condesa de la Torre. El primer Conde de Chinchón nombrado por Carlos V en 1517 fue don Fernando Cabrera y Bobadilla, célebre en la guerra contra los comuneros. El Condado de Chinchón lo compró el infante don Felipe y más tarde el infante don Luis hermano de Carlos III.

Nombrado Virrey del Perú por Felipe IV, se embarcó el Conde de Chinchón en Cádiz el 14 de Agosto de 1628 en la expedición de galeones del mando de don Fadrique de Toledo. Llegó al istmo, y de Panamá se vino a Payta. Encontró este puerto en alarma por las voces que circulaban de haber en el Pacífico buques holandeses que se esperaba apareciesen por las costas peruanas. Con este motivo le aconsejaron no hiciese por mar su viaje: pero el Virrey no dando crédito a dichos rumores que luego se falsificaron, tomó una embarcación y navegó con felicidad hasta el Callao. A su esposa la encaminó por tierra en atención a hallarse en cinta y soportó la fatiga de tan larga marcha, habiendo dado a luz un niño en Lambayeque al cual se libró después título de Marqués de San Martín de la Vega. Chinchón se posesionó del mando en Lima, el 14 de Enero de 1629. No permitió se hiciese pública recepción a su esposa que entró de noche a la capital en 19 de Abril y privadamente con el objeto de evitar gastos.

Casi once años gobernó en el Perú el Conde de Chinchón, y de esa época hay que referir sucesos muy notables habidos en los ramos administrativos, no menos que otros de gravedad y variada naturaleza. Principiaremos por los concernientes a la real hacienda y al comercio afectado en lo más íntimo con los atrasos y penurias que entonces sufría España y que dieron origen a órdenes hostiles y de perniciosas consecuencias.

Se creó por cédula de 2 de Junio de 1632 el derecho titulado «media anata» que consistía en contribuir los que obtenían un empleo, medio año de sueldos. Su producto se había de remitir íntegro al Rey sin poder tocarse ni en las mayores urgencias. El de la «mesada eclesiástica» decretado en 5 de Mayo de 1629, era una mensualidad que había de darse de la renta que entraban a disfrutar los eclesiásticos que adquirían cualquier beneficio. La exportación de lana de vicuña a pesar de hacerse en poca cantidad, fue gravada con un inconsiderado derecho para el fisco. El impuesto que se titulaba «Avería» cobrándose a todo artículo que entrara o saliera de América, y que fue establecido para atender con su producto a gastos navales, recibió un fuerte recargo, lo mismo que el de Alcabala. Estos gravámenes adicionales causaron alteraciones en el comercio y refluyeron precisamente en perjuicio de los consumidores; habiéndose fijado con el fin de reportar bajo esas formas los provechos que —102→ se había prometido el Gobierno español, de un nuevo y general impuesto sancionado con el nombre de «unión de las armas» el cual no se atrevió el Virrey a plantearlo sin embargo de reiteradas órdenes, porque las tentativas que para ello puso en obra surtieron mal efecto, como que en ciertas provincias motivaron resistencias marcadas con hechos ruidosos y criminales.

Acerca de esto registrando las publicaciones periódicas de Madrid, encontramos entre los avisos de 10 de Enero de 1640, uno en los siguientes términos.

«Parece ser que los años pasados se le propuso al Señor Conde de Chinchón, Virrey del Perú, hiciese esfuerzo en aquellos reinos, para que se ejecutase el deseo del Señor Conde Duque, de la Unión de las armas; replicó el Señor Virrey, que no hallaba en disposición las cosas para conseguirlo: que él iba sangrándolos por otras vías y con diferentes títulos, ya de donativos, ya de empréstitos; y que tratar de la Unión sería alterarles del todo. Sin embargo le fue orden para que lo obrase, enviándole testimonios de cómo el Señor Marqués de Cadereita, Virrey de la Nueva España, lo había propuesto y conseguido en las provincias de su distrito. Con esto el Señor Conde de Chinchón trató de obedecer: propúsose en cuatro partes, en Lima, Potosí, Cuzco y Abancay. En Lima como tiene allí la Audiencia, y es corte de los virreyes tragaron el caso. En las otras tres partes no lo sufrieron: en el Potosí tomaron las armas y mataron al alcalde, al escribano y pregonero: en el Cuzco se amotinaron y dieron muerte a su corregidor don Francisco Sarmiento, del hábito de Calatrava, sobrino del Señor Inquisidor General; en Abancay le sucediera lo mismo a su corregidor don Juan Antonio Pellicer de la Sala, sino se retirara y fortificara en las casas de ayuntamiento, desde donde dio cuenta al Señor Virrey, y él en un alcance de los galeones lo escribió a España; y es la materia única de que se trata en el Consejo de Indias».

Para dar la más perentoria prueba de la situación ruinosa y desesperada en que por entonces se veía España, insertaremos otro aviso publicado en Madrid en la misma fecha de 10 de Enero de 1640, el cual contiene una providencia expoliatoria y violenta, capaz por sí sola de dar muerte al último resto de crédito y moralidad con que la nación pudiera contar.

«Los aprietos en que están las cosas de esta monarquía, obligan a que Su Majestad tome la mitad de la plata que ha venido de las indias, y la otra mitad la pague en vellón a veinticinco por ciento, como también las rentas sobre esclavos negros».

El recurso de los donativos adoptado por el Conde de Chinchón, produjo el fruto que en la generosa Lima se acopiaba siempre que alguna causa extraordinaria inducía a tentar la liberalidad de sus habitantes. Por eso el Virrey lo reiteró valiéndose de medios desusados, para que la novedad estimulase más a hacer erogaciones. Las que varias veces se reunieron, formaron sumas de alguna entidad que fueron sucesivamente enviadas a la Península. Chinchón por sí mismo hacía las invitaciones, y comisionaba a un oidor para recibir las cantidades en el acto de los ofrecimientos, evitando con esto tropiezos en la recaudación.

No dejaba de la mano el Gobierno las diligencias conducentes a la productiva negociación y venta de los empleos u oficios, que en muchos casos se prorrogaron por una o más vidas, en favor de descendientes u otras personas con las renuncias permitidas, aparte de las vinculaciones perpetuas y determinadas.

A los ministros de España en sus investigaciones para arbitrar medios de extraer nuevos recursos de la América, no se les escapó uno que —103→ bien mereciera despreciarse por su ninguna importancia. Dirigieron sus miradas a las pulperías, imponiéndoles un gravamen extraordinario bajo el título de «composición». Las tiendas que en la Península se llamaban de «abacería», se establecieron en el Perú con el nombre de «pulperías» o pulquerías como se decía en México, porque en ellas se vendía la bebida conocida allí por «pulque». Eran prohibidas las pulperías en los pueblos de indios; y en las ciudades y principales poblaciones, estaba señalado su número, sin que fuera permitido abrir ninguna excedente, y tuvieron ordenanzas que dictó el virrey don García Marqués de Cañete en 1592. Se aumentó hasta cincuenta el número de esas tiendas, que antes eran sólo quince, y no podían establecerse sino en esquinas. Se impedía en ellas el expendio de pescado fresco y de vinos: el revender velas, el echar agua a la leche, el dar cosa alguna sobre prendas y el juego de cualquiera clase. Los pulperos habían de ser blancos y casados. Con el tiempo hubo muchas más pulperías, y también existían en pueblos de indios: con cuyo motivo vino la real orden de veinte y siete de Mayo de 1631, mandando que las que se encontrasen sobre el número prescrito y las demás que se abriesen, pagasen, por vía de composición a causa del atraso del Real Erario, treinta pesos cada una desde Quito hasta Guamanga, 35 en el Cuzco y lo demás del reino; a excepción de Charcas y Potosí donde se cobrarían cuarenta pesos; debiendo dar todas un semestre adelantado. Se resolvió que las licencias las concediese el Virrey: que con las pulperías de número siguiese entendiéndose el Cabildo, y con las de «composición», los alcaldes del crimen, siendo éstas de preferencia, lo que dio lugar a una justa queja del Cabildo. Según otras órdenes reales a los panaderos no se permitía tener pulperías; ni tampoco a los frailes (ley 82 libro 1.º título 14 de indias), por reputarse una grave indecencia.

Estaba mandado por orden real de 10 de abril de 1628, que los repartimientos vacantes y que vacaren, no se encomendasen sino después de pasado un año, para que los tributos que ellos rendían, se aplicaran a cubrir los gastos librados contra el ramo de «tributos vacos», que se hallaba cargado de empeños. Pero en la misma orden se determinó, que si los dichos repartimientos se encomendaban, fuese haciendo entrar en arcas lo que valiere y rentare cada uno por el primer año. Después de este arbitrio contradictorio y otros no menos extraños, se puso en vía la adquisición de un empréstito basado en la venta de juros, sin perjuicio del abono de intereses. Se dispuso del caudal existente en la caja de bienes de difuntos y de los fondos que tenían los monasterios, los cuales en 1637 pasaron a la Tesorería real. Mientras se invertían 12.500 ducados en comprar 40 halcones remitiéndose a España para las cacerías del Rey, se rebajaban los sueldos de los empleados y se suprimían gastos precisos por pequeños que fueran para que el Erario Real tuviese más remanentes disponibles.

En vez de ofrecer ensanches al comercio para que se indemnizase de los quebrantos que el mal gobierno le hacía experimentar, se le cerró el campo de las negociaciones con México prohibiéndose toda especulación respecto de ese país: providencia como otras, dañosa y no estudiada, que tendría por objeto algún plan de lucro mal entendido en aquel virreinato, y que prestó margen en el del Perú, para que se incrementase el contrabando de producciones de la China. Los trastornos y las dificultades que se tocaban en el giro mercantil, cuya prosperidad depende de la protección y garantías estables que se le aseguren, fueron tomando cuerpo hasta producir el atraso y aun la falencia de algunas casas pudientes que parecía estuviesen a salvo de semejante fracaso. De esa época data el concurso del banquero público Cueva, denominado vulgarmente —104→ Juan de la Coba, y cuyos voluminosos autos no han tenido hasta ahora una conclusión definitiva.

Por real orden de 3 de Diciembre de 1631, se determinó que la tercera parte de las rentas decimales vacantes por falta de prelados diocesanos, se remitiese a España para emplearla en su destino que era repartirla en obras pías.

En el período del virrey Chinchón puede decirse que Potosí seguía en decadencia: mas para alentar a los mineros se les acordaron concesiones, que desde luego no bastaban como estímulo, cuando para reiterar sus esfuerzos en los trabajos, necesitaban recursos amplios y directos; bien que ni con éstos se mejoraría de pronto la riqueza de los metales. Se resolvió que no fuesen presos por deudas al fisco: que por ellas no estuviesen sujetas a embargo sus minas ni sus ingenios; y que el no haber cubierto sus créditos, dejase de ser embarazo para que obtuvieran cargos públicos. Respecto de Guancavelica, aunque se atravesaba una crisis ruinosa, resultante de poco cálculo en los trabajos del socavón, este contratiempo no era de tanta entidad, que amenazara la completa destrucción del mineral; no siendo dudoso volvería a su ser anterior, en activándose las obras que remediaran los trastornos sufridos. Había existentes veinticinco mil quintales de azogue, fuera del que se iba sacando de los mismos escombros. El Gobierno a pesar de las tentativas que se hacían para la reducción del derecho de quintos, sostuvo su resistencia a esta innovación tan anhelada por los mineros, porque entendía que en este ramo sufriría el fisco gran menoscabo si se fijaba el décimo.

En tanto que las ruinas de Cailloma con sus progresivas ventajas daban al Erario considerable ingreso en razón de quintos, el descubrimiento de nuevos y valiosísimos veneros, abría paso a las más fundadas y halagüeñas esperanzas. Eran así desde que uno muy notable como el de Yauricocha (Cerro de Pasco), ofreció al Perú el espectáculo de una nueva riqueza, que fue haciéndose más grandioso con las diversas minas en que se emprendieron labores de admirables resultados. Un indio llamado Huari-Capcha pastor de ovejas de la hacienda de Paria, estando con su ganado en el punto de Santa Rosa, acopió paja para fomentar la lumbre a que se acogiera en una tempestuosa noche. El fuego hizo brotar de las piedras hilos de plata que extendiéndose, causaron su asombro y contento. Pasó inmediatamente a participar tamaña nueva a don José Ugarte que se hallaba en la villa de Pasco distante dos leguas, asiento mineral entonces y cuyos habitantes trabajaban en Colquijirca. Ugarte emprendió la explotación de Santa Rosa que continuó con favorable y copioso éxito; a vista de lo cual don Martín Retuerto principió iguales tareas, formando en Luricocha el primer socavón que hubo en aquellos célebres minerales agrupados en territorio de la citada hacienda de Paria. Don José Manuel Maíz y Arcas compró en 1740 la propiedad de los herederos de Retuerto y dirigió otro socavón importante que concluyó 20 años después; unía Maíz a su inteligencia un genio emprendedor y constante que lo hacía sobreponerse a las mayores dificultades. Invirtió una gran cantidad de azogue y ninguno fue más puntual que él en pagar su importe al Rey. Véase Real Confianza, Marqués de la.

La fama de las minas de que hemos tratado, se propagó de tal modo en el país, que los memorables Salcedos vinieron de Puno a explotar las riquezas de Yanacancha y Pariajirca, propiedades que más tarde pasaron a otros dominios. La extracción de metales fue incesante y se aumentó en reciente época (1816) con las máquinas de vapor traídas por Abadía y Arismendi de concierto con el gremio de mineros. Entonces funcionando en Santa Rosa, Yanacancha y Caya, se disfrutó de una boya —105→ extraordinaria aunque no se profundizó el plano del socavón de San Judas más de quince varas, debiendo ser cuarenta según contrato.

Rodeada de áridos cerros y en medio de un vasto conjunto de más de quinientas minas, sin contar infinitos cortes, aparece la población del Cerro de Pasco contemporánea del progreso de aquellos minerales. Está situada en 10º 55' de latitud Sur y 75º 40' de longitud contada del meridiano de Greenwich; siendo su altura sobre el nivel del mar 5.206 varas, y su distancia de Lima 60 leguas.

En el período del Conde de Chinchón, si bien sufrió el Perú, y muy en particular su comercio, las contradicciones y perjuicios que toda la monarquía, originados por la aciaga administración y por los desastres acaecidos en el reinado de don Felipe IV, es también evidente que el descubrimiento de los importantes minerales del Cerro, fue uno de aquellos sucesos destinados a hacer patente la protección que el Perú recibía de la naturaleza, en la dispensación de sus dones y señalados beneficios.

Mediante ellos el virreinato después de llenar sus obligaciones fiscales, correspondía a la desgobernada España sus mezquinas y hostiles exigencias, sirviéndola de diferentes maneras con recursos y auxilios tan cuantiosos como repetidos y oportunos. El Virrey Marqués de Guadalcázar antecesor del Conde de Chinchón, consiguió regularizar y establecer con fijeza la salida de los caudales del Rey y del comercio que pasaban a Panamá; y a este sistema se debió que las escuadras de galeones no se detuvieran en costa firme el largo tiempo que antes, ocasionando gastos y exponiéndose a peligrosos accidentes al navegar a Europa en estación desfavorable. Despacháronse cinco grandes remesas en los 10 años que gobernó el de Chinchón. La armada que en 1639 regresaba a Cádiz al mando del general don Carlos Ibarra se dividió por un temporal, y siete galeones que se conservaron en convoy, fueron acometidos por mayor número de buques holandeses cuyo jefe era el conocido con el sobrenombre de pie de palo. El combate se empeñó con gran fiereza, de una y otra parte y pereciendo este caudillo con varias de sus naves echadas a pique, la victoria quedó por los españoles, que la alcanzaron por la bizarría y acierto de su Almirante. En las cinco expediciones de la armada de galeones, los caudales del fisco remitidos a España por el Virrey Chinchón, sumaron la cantidad de 4.520.324 ducados.

A instancias del Virrey Conde de Chinchón los habitantes de Potosí dieron en 1631 un donativo de 400 mil pesos para las urgencias del Rey. Hasta 1632 pasaba de 980 millones la plata que se había quintado4 según los libros de aquellas reales cajas. Cuando parecía regularmente cimentada la quietud pública después de las grandes alteraciones y guerras sostenidas en Potosí por los bandos de vascongados y vicuñas, la vuelta de muchos de éstos que se hallaban fuera de la provincia, encendió de nuevo la no bien extinguida hoguera, renovándose los anteriores disturbios y escandalosos asesinatos. Diéronse una batalla entrambos partidos en 1636 muriendo 48 hombres; y el corregidor don José Sáenz de Lordoy se vio en la necesidad de castigar con pena de muerte a seis de los principales perturbadores, poniendo en prisión a otros. Los agraviados se rebelaron contra la autoridad, y habría perecido Lordoy a no defenderlo los criollos imparciales, de la saña de los andaluces. Los extremeños castellanos y muchos del país tuvieron dos encuentros con los que amparaban al Corregidor, muriendo en el primero veinte individuos y 18 en el último. Revivieron los encarnizados odios con un furor que puede medirse por la duración que las nuevas contiendas tuvieron, y fue de casi 40 años con pocos intervalos de sosiego más o menos aparente o forzado. Ésta era la suerte de la soberbia de Potosí, —106→ donde amontonadas inmensas riquezas se veían mezclados los más atroces crímenes con actos de espléndida beneficencia y liberalidad: limosnas de miles de pesos, erogaciones fabulosas para objetos religiosos, dotes de 500, 600 mil y de un millón de pesos; fiestas públicas cuyos gastos enormes merecían no creerse, mujeres en traje de hombres ocupadas de las armas en luchas sangrientas, y un conjunto en fin de cosas y sucesos raros y fenomenales, partos de la opulencia misma, y origen de horrorosos atentados.

Los anuncios de expediciones holandesas a las costas del Pacífico, no cesaron durante el gobierno del virrey Chinchón; y aunque no vinieron a tener efecto hasta la época de su sucesor el Marqués de Mancera, con las tentativas hechas contra la provincia de Valdivia, el Conde lejos de omitir sus preparativos por incredulidad o descuido, los hizo y con eficacia, previniéndose para la defensa del Callao. Se estimuló más a ello con las noticias de los progresos de los holandeses en el territorio litoral del Brasil. Chinchón hizo construir grandes galeras que bendijo el arzobispo Villagómez: mejoró y aumentó las fortificaciones del Callao, en especial las llamadas a proteger las naves mercantes: y como algunas antiguas obras de madera no ofrecían competente solidez, pensó en formarlas de piedra principiando el trabajo por cortarla en la isla de San Lorenzo. Ocupó en esto cuanta gente se pudo emplear, incluyéndose los reos rematados, pues ya existía presidio en aquel puerto; y obligó a todas las embarcaciones a que alternativamente condujeran ese necesario material. Dispuso el Virrey acopios y construcción de armas: que se confeccionase pólvora en gran cantidad, y que las tropas de la guarnición y las de milicias, se adiestrasen en continuados ejercicios. Hizo arreglos en la sala de armas que estaba encargada al doctor don Juan de Vega, a quien nombró protomédico en 1638.

El Virrey en varios envíos de tropa a Chile le auxilió con un total de 1.100 hombres y en 11 situados con la suma de tres millones y doscientos mil pesos. Con el Conde de Chinchón vino al Perú don Francisco Lasso de la Vega nombrado por el Rey Gobernador y Presidente de Chile: había servido con crédito en los Países Bajos: salió del Callao para su destino en 12 de Noviembre de 1629, con la primera expedición que fue de 500 soldados, y tomó el mando del ejército en Concepción el 23 de Diciembre. En 1639 (el 25 de abril) se reconoció en lugar de Lasso, al Marqués de Baydes Conde de Pedrosa, Maestre de campo y afamado en la guerra de Flandes: el 26 de Setiembre se recibió como Capitán General y Presidente de aquella Audiencia.

Tuvo el Conde de Chinchón particular esmero en hacer examinar a los pilotos de los buques mercantes acerca de sus conocimientos y obligaciones. Favoreció a los militares pobres, remunerándoles sus servicios y destinándolos también en diferentes objetos análogos a su profesión. Una banda de malhechores hostilizaba a los traficantes en la provincia de Chucuito, y dispersándose cuando les era conveniente se guarecían en la laguna. Fue preciso perseguirlos y exterminarlos, con cuyo fin envió el Virrey fuerza, como lo hizo también para someter a los chalcaquíes del Tucumán, y después para dar apoyo a las reducciones del Paraguay, que inquietaban con sus ataques y correrías los llamados mamelucos, casta perniciosa abrigada en el Brasil y que viviendo del robo, se empeñaba en cautivar a los neófitos de aquella provincia para venderlos en las haciendas de caña del vecino territorio de San Pablo.

El año de 1630 a 27 de Noviembre, antes de medio día, estando una gran parte de los habitantes de Lima entregada al regocijo de un encierro de toros en la plaza mayor, aconteció un terrible sacudimiento —107→ de tierra, que repentinamente conturbó los ánimos, causando muertes y graves contusiones, aparte de la ruina de algunos edificios y maltrato de otros muchos. Este calamitoso suceso dio origen a la ferviente y nunca entibiada devoción a la imagen de la Virgen titulada del Milagro. Refiérese que a impulsos del temblor, salió del lugar que ocupaba, dando frente a su lado derecho, y que al tiempo que los religiosos de San Francisco entonaban un himno, volvió por sí sola a ocupar su anterior posición. Dando fe ellos mismos de un hecho tan extraordinario, repetían las tradiciones de otros portentos que se contaban de esa imagen de la Concepción. Los primeros frailes de aquella orden que hubo en el Perú, la trajeron de España y la llevaron al Cuzco donde dijeron que había aplacado y extinguido el voraz incendio que amenazó consumir la ciudad cuando los españoles estuvieron allí asediados por los indios. De regreso en Lima los citados religiosos la colocaron en su convento sobre la puerta que se denominó de la Concepción, donde permaneció mucho tiempo al descubierto.

Contemplando atónito el prodigio advertido el 27 de Noviembre y prestándole entero crédito el vecindario de Lima, se apresuró a dar culto a la Virgen del Milagro que fue venerada con edificante religiosidad. Muchas personas pudientes hicieron largas erogaciones para fabricar la capilla que se consagró a la imagen: toda la población concurrió con sus limosnas, y pronto se vio acabada una obra en la cual no se omitió gasto ni costoso adorno que sirviera al esplendor del pequero templo. En él quedó la Virgen del Milagro ocupando el mismo punto en que estuvo el arco antiguo o portada de la Concepción, instituyéndose la fiesta anual que le está dedicada el 27 de Noviembre. El año de 1641, se siguió una información acerca del suceso, por el notario apostólico fray Diego de Córdova. No decayó el culto por la pérdida del capital de más de cien mil pesos que reconocía el Tribunal del Consulado y que desapareció con otros muchos en la revolución de 1821.

Dos siglos habían pasado cuando el 13 de enero de 1835, la capilla del Milagro fue presa de las llamas que la destruyeron (salvándose la imagen) y entonces el inextinguible celo devoto de la ciudad de Lima, la levantó de nuevo y con no menor magnificencia, invirtiéndose en la obra cerca de cincuenta mil pesos: tiene dicha iglesia 35 varas de longitud y nueve y media de ancho.

Un descubrimiento que hará época entre los beneficios dispensados por la providencia divina a la humanidad doliente, y que nunca será aplaudido en el grado que merece, tuvo efecto en el Perú el año de 1630. Nos referimos al de la quina cuyas eficaces virtudes se hallaban ignoradas, hasta que un indio la hizo conocer al corregidor de Loja don Juan López Cañizares, instruyéndole de la fácil aplicación de ese sublimo remedio en los padecimientos febriles. El padre Velasco escribió que un indio de Quito había hecho antes aquella revelación a un jesuita en la montaña de Uritusinga, y don Pablo Herrera dice que en 1636 los indios se sirvieron de la quina para curar a un vecino de la misma ciudad de Quito. Como quiera que sea no disputaremos contra la anterioridad que indican estos autores, porque ella no se conviene con lo que leemos en crónicas admitidas en Lima, según las cuales fue el descubrimiento en 1630 y el uso de la cascarilla en esta capital el de 1631, propinándola con el mejor resultado a la Virreina Condesa de Chinchón, que padeció una fiebre intermitente que no cedía a ningún tratamiento de los muchos practicados inútilmente para restablecer su salud. Don Antonio de Alcedo natural de Quito, asienta en su Diccionario Geográfico lo mismo que acabamos de manifestar acerca del descubrimiento, agregando, —108→ «que el Corregidor de Loja lo comunicó a los jesuitas que la emplearon la primera vez en unas tercianas perniciosas que tenía la Virreina; y que por eso al empezar el uso de la quina en polvos, los llamaron de la condesa».

Presentada en Roma por los padres de la compañía, dieron una porción al Cardenal de Lugo, quien la distribuía tratando de hacerla conocer. A los dichos polvos de quina se daba el nombre del cardenal; y también se llamaron de los jesuitas. Contra la quina que hasta ahora se denomina Chinchona, se extendió una fuerte oposición en Europa, y la hicieron las mismas naciones que tiempo después se esmeraron en el estudio e investigación de sus admirables propiedades. No faltó un país en que a las primeras noticias del buen éxito que tuvo en Roma, se escribiera atribuyendo la influencia saludable de la quina a pactos de los peruanos con el Diablo. En Inglaterra fue prohibido su uso. Blecni en Francia y Junquer en Alemania la desacreditaron: y en Salamanca se sostenía que «caía en pecado mortal el médico que la recetaba». La reflexión y las pruebas dieron el triunfo al precioso vegetal antifebril, acreditado también contra la corrupción, habiendo luego seguido la moda de mascarlo.

Tenemos más que decir. Con motivo de la considerable ganancia hecha en Madrid por don Miguel Rubín de Celis en la venta de una partida de cascarilla que llevó desde la Paz, el rey Carlos III en 1787 mandó se fomentase su extracción y comercio. Y a pesar de todo, en la gaceta de Madrid de 20 Noviembre de 1789, publicó el doctor don Manuel Joaquín de Ortiz, médico de Pamplona, un discurso sobre las tercianas, en el cual dijo «que la cascarilla era más perniciosa que la misma dolencia». Nos viene a la memoria con esta ocasión, la suerte que tuvo un valioso cargamento de cacao que se remitía a Europa: apresado el buque que lo llevaba fue arrojado todo al mar con el calificativo de estiércol de carneros. Y adviértase que los mexicanos lo gastaban desde antes de la conquista y que era conocido en Europa, bien que el padre Acorta y otros desaprobaron su uso.

Volvemos al Conde de Chinchón en cuya época están marcados con imperecederos recuerdos los hechos heroicos de unos religiosos franciscanos que al través de incalculables riesgos penetraron desde Quito por países remotos entre tribus de bárbaros, y por renombrados ríos, hasta entrar en el caudaloso Amazonas, surcarlo con denodado ánimo y llegar a ver coronados sus esfuerzos ingresando al Pará. En el artículo tocante al lego fray Domingo Brieba, hemos puesto en relieve los méritos de este hombre tenaz y activo: lo que pasó en su primera salida el año 1632 en compañía de cinco religiosos, cuando navegaron el Putumayo; en su segunda expedición de 1634 con tres compañeros, uno de ellos el lego fray Pedro Pecador y además cuatro resueltos españoles; y acerca del contraste que sufrieron acometidos y maltratados por salvajes teniendo que retroceder al río de San Miguel y luego volverse a Quito. Así mismo referimos lo acaecido en la tercera exploración del año 1635 a la cual concurrieron cinco franciscanos: fue entonces sometida la provincia de los «Encaballados» cuya adquisición se perdió después. Brieba con fray Andrés Toledo y seis soldados navegó cuatro meses e hizo muchos descubrimientos, hasta que por febrero de 1637 llegó al Pará y le recibió el gobernador Jacome Raimundo de Noronha.

El padre Toledo pasó a España a dar de todo cuenta al Rey. Brieba quedó allí para conducir una expedición que preparó Noronha de 47 canoas con tropa y mil indios, la cual al mando del capitán Pedro Tejeyra llegó a los ocho meses al río Payamino, población de Quijos de donde —109→ marcharon los portugueses a la ciudad de Ávila, adelantándose Brieba a Quito. No fue agradable al Virrey Conde de Chinchón que éstos se hubiesen introducido por los ríos reconociendo y estudiando el país, bien que por entonces el reino de Portugal no era más que una provincia española.

Mandó el Virrey en 1638, que Tejeyra y sus soldados regresasen al Pará y que marcharan con él dos ilustrados jesuitas, los padres Artieda y Acuña, para que levantasen planos, escribiesen los pormenores del viaje y lo demás que resultase de sus reconocimientos y observaciones. Brieba, que también expedicionó con ellos, estuvo en Madrid con el padre Acuña y entregaron al Rey planos y documentos muy interesantes, dándole parte de cuanto merecía llegar a su conocimiento.

Había hecho algunos adelantos la conquista de los países comprendidos en la gobernación de Maynas, según el convenio que celebró en 1618 don Diego Vaca de Vega a quien hizo el Virrey Príncipe de Esquilache diferentes concesiones. En una de las alternativas a que estuvo expuesta la sumisión no arraigada de los indios, éstos se sublevaron en algunos puntos y en 1635 asaltaron y destruyeron la ciudad de San Borja que había fundado Vaca como capital de aquellas reducciones. Los jesuitas se hallaban consagrados con ejemplar caridad y sufrimiento, a propagar allí las doctrinas del cristianismo dando a sus afanosas tareas cuanta extensión pudo ofrecerse a sus alcances. Ellos apaciguaron a los neófitos persuadiéndolos amistosamente a que entraran en razón y se aquietaran las bandas extrañas que no se avenían con la nueva vida a que se les sujetaba. En 1638 ingresaron en la provincia de Maynas los memorables jesuitas Gaspar Cujía y Lucas de la Cueva que permanecieron muchos años avanzando terreno, llenos de celo y constancia en sus humanitarios designios: el segundo fundó el pueblo de Jeveros, reduciendo la nación de ese nombre en el Marañón y que era crecida y belicosa.

Hacia la parte de Guánuco obtuvieron ventajas el año 1631 los misioneros de la orden de San Francisco, como que lograron convertir las tribus de bárbaros que se conocían con el nombre los «Panataguas».

El año 1730 fundaron los agustinos el conventillo titulado de Nuestra Señora de Guía en las afueras de Lima, al otro lado del río. El doctor don Pedro Villagómez que desempeñaba la alta misión de Visitador de la Audiencia y Tribunales, fue consagrado en 1632 Obispo de Arequipa. Y en ese mismo año se erigió la congregación de seglares de Nuestra Señora de la O, cuyo templo existe en el interior del convento de San Pedro: congregación que ha conservado sus bienes y cuantiosa renta en medio de los trastornos públicos, invirtiéndola en objetos del culto, en asignar dotes y sostener los gastos anuales de misas que llegaban a 11.394 en 1846; celebrándose todos los días de media en media hora, con más las que se dicen en casi todos los templos de esta capital.

En el monasterio de la Encarnación ocurrió en 1633 un suceso desgraciado, que como extraño, criminal y sin ejemplo en el Perú, causó profunda sensación y al arzobispo Arias de Ugarte un serio conflicto. La monja Ana María de Frías mató a puñaladas a otra religiosa; y vacilando el Prelado con respecto al castigo que debería imponérsele, consultó el caso a Roma. La sagrada congregación de cardenales encargada de los asuntos de los regulares, resolvió en 20 de Noviembre de 1635 que dicha monja fuese encarcelada peor seis años, privada del velo por el mismo tiempo, y perpetuamente de voz activa y pasiva, con más un ayuno todos los sábados durante la prisión.

A pesar de ser el Conde de Chinchón muy discreto y detenido, no pudo prescindir de sostener el derecho regio con motivo de la provisión de —110→ una permuta: el Arzobispo quería hacerla solo, porque no era nominación de nuevo beneficio: no lo consideró así el Virrey y para convencerlo se valió de un eminente jurista hijo de Lima, el doctor don Nicolás Polanco, después Oidor de Chile, quien se desempeñó con su acostumbrada prudencia. En el largo gobierno del Conde de Chinchón no se contó otro caso de desacuerdo en materias de patronato: verdad es que aquel Prelado conocía mucho sus deberes y no se apartaba de ellos.

Adjudicó el Conde de Chinchón a la recolección de Descalzos, los cerros que existen a la espalda de su convento, desde el punto denominado «Piedra lisa», hasta el conocido por «Amancaes», sin otra condición que la de dejar libre camino a Lurigancho y no impedir el corte de piedra a ninguna persona que quisiese hacerlo.

Era el Conde de Chinchón muy riguroso en cosas tocantes a la moral y a los deberes y prácticas religiosas. Daba órdenes para que la tropa y las personas que iban a viajar por mar se confesasen y comulgasen, como en aquel tiempo de largas navegaciones se acostumbraba. Prohibió se reuniesen ambos sexos en las distribuciones devotas que se hacían por cuaresma en diferentes templos: así mismo mandó en 1630, que en el Teatro estuviesen siempre separados los hombres y las mujeres; que las de la plebe no usasen ropas de seda y otros artículos de lujo: y dictó frecuentes providencias, intentando extinguir el hábito de cubrirse aquéllas el rostro. Favoreció el proyecto de establecer una casa particularmente destinada para huérfanas en Lima; y contribuyó al acrecentamiento de las rentas del hospicio de niños expósitos.

Dispensó en no pocos casos protección a los perseguidos indios. En 1633 cumpliendo órdenes del Rey, dictó algunas para que no se les obligase al servido personal. En ese mismo año rebajó el número de los que componían la mita de Potosí, dejándola en 4.115 individuas: y reencargó se pagase a los mitayos los viajes de ida y vuelta; amenazando con penas a los contraventores. Entendió en estos arreglos el diputado don Juan de Carvajal y Sande que vino de Visitador de las Audiencias y fue después Presidente de la de Charcas. Con diversos fines y para evitar lances desgraciados, prohibió a los indios el uso de armas en un decreto del año 1637.

Como los negros esclavos recién llegados, no tenían lugares a propósito para permanecer mientras se les vendía, y era frecuente se viesen acometidos de enfermedades, algunas de ellas asquerosas y de contagio, dispuso el Virrey en 1630, se construyesen por el Cabildo cuatro locales abajo del puente, apropiados para que se les alojase y asistiese: estas providencias merecieron la aprobación del vecindario. Los dueños de los negros pagaban al Cabildo un peso por cada uno, y era prohibido depositarlos en otra parte. Desde 1633 se empleaba ya bastante actividad en la construcción de fincas en ese distrito, al otro lado del río.

La extraordinaria subida en las aguas del Rimac, ocasionó en 1634 una lamentable inundación abajo del puente, inutilizando muchas casas y destruyendo la ermita denominada de las «Cabezas». Queriendo con buen cálculo evitar la repetición de esos males, determinó el Virrey formar un muro de cal y canto, con la extensión y solidez convenientes en el paraje que se conoce hasta ahora por el «Tajamar». Nombró director de esa obra al inteligente diputado don Martín de Arriola, Oidor de esta audiencia: y a fin de contar con recursos para realizarla sin gravamen del fisco, aumentó el impuesto de la sisa, haciendo cobrar dos reales por carnero y un real por la arroba de carne del ganado mayor.

El consumo de la nieve que iba creciendo con rapidez formaba ya un ramo productivo que se ponía en arrendamiento, y el subastador contraía —111→ la obligación de replantar y cuidar la antigua alameda. Mas el Virrey resolvió en 1634, que aquel artículo de primera necesidad, se estancase bajo condiciones favorables a la población; sin perjuicio de conciliar la utilidad que se proponía: traíase la nieve del distrito de Huarochirí, había sido estancada por el virrey Montes-claros; pero el Príncipe de Esquilache no lo permitió después, y Chinchón hizo restablecer el estanco.

El Cabildo de Lima por producto de sus bienes propios, disfrutaba en tiempo del Conde de Chinchón la renta de 22.379 pesos. Sus gastos legales no pasaban de 20.388, incluyéndose sueldos: a cada regidor se daban quince mil maravedís y también se pagaba al campanero de la catedral la asignación que tenía por tocar la queda a las diez de la noche.

Autorizó el Virrey en 1633 la supresión del oficio de Alcalde de la Santa hermandad que se elegía anualmente, creándose el de Alcalde provincial, que remató en cincuenta mil pesos don Diego de Ayala y Contreras, y esta plaza que era vinculada, subsistió hasta la independencia, habiendo sido el último poseedor don Tomás Vallejo y Zumarán. Las ordenanzas del gremio de sombrereros de la ciudad de Lima fueron aprobadas por Chinchón en 3 de Marzo de 1632. Las de los herreros y cerrajeros por resolución del mismo de 22 de Setiembre de 1634: las de los sastres por otra de 28 de Enero de 1636, y las de alfareros en 16 de Marzo de 1637.

No hallamos qué referir en lo tocante a la instrucción pública, que parece no recibió mejoras señaladas en su fomento. Sin embargos el virrey Chinchón creó dos cátedras de medicina en la Universidad de San Marcos, dotándolas del ingreso que producía el estanco del Solimán.

Entremos ahora en reminiscencias desagradables acerca del odioso Tribunal de la Inquisición. El año de 1631 hubo un auto de fe que verificó en su capilla particular el día 27 de Febrero: penáronse tres hombres y cuatro mujeres por blasfemia y hechicería, y no hemos podido descubrir cómo se nombraban. En 1635 a 17 de Agosto, ocurrió otro auto en la misma capilla y se sentenciaron doce individuos. Se dijo que se había anticipado esta función, por lo urgente que era desocupar algunos calabozos, pues no cabían ya en la cárcel del Santo Oficio los presos, con motivo de haber sido tomadas cerca de cien personas el 11 de dicho mes. Este suceso alarmó mucho en Lima, causando asombro que entre los capturados se comprendieran algunos comerciantes a quienes se acusó de ser judíos. Uno de ellos fue don Manuel Bautista Pérez, portugués de nación, hombre acaudalado y benéfico, que a la sazón era Mayordomo del Santísimo Sacramento en la parroquia del Sagrario.

Corrió el tiempo sin que nadie pudiera conocer o explicarse, las verdaderas causas de la detención de aquellos desgraciados, ni el estado del juicio que se infería estuviese siguiéndoseles. Después de tres años y meses se anunció un auto de fe para el domingo 23 de Enero de 1639; realizose en efecto con 80 reos, y fue el más considerable y solemne que se vio en Lima. Salieron 7 individuos en caballos blancos, llevando palmas para que se distinguiese su inocencia: hubo seis mujeres penitenciadas por hechiceras, cincuenta en clase de reconciliados iban con el correspondiente sambenito. Manuel Bautista Pérez, el rico comerciante, propietario de la casa que tomó el nombre de Pilatos y de otras fincas, a quien designaban los de la religión hebrea con el nombre de grande capitán, fue condenado a morir en la hoguera. Igual fin tuvieron los comerciantes también pudientes, Antonio Vega, Antonio Espinosa, Juan Rodríguez Silva y Diego López de Fonseca. Sufrieron la misma pena, Juan Acevedo, Luis de Lima, Rodrigo Vaes Pereyra, Sebastián Duarte, Tomás Cuaresma y el cirujano Francisco Maldonado. También —112→ fueron quemados los huesos de Manuel Paz Extravagante que se había suicidado en la prisión. Se cuenta que a las tres de la tarde y casi en el momento de la ejecución, se levantó un aire tan impetuoso que desprendió la lona del toldo que daba sombra al tablado; y que el cirujano Maldonado, que era Tucumano, e hijo de portugués, dijo en voz alta «que el Dios de Israel lo permitía así para verlo cara a cara en el suplicio». Al día siguiente salieron por las calles en bestias de albarda los sentenciados restantes a quienes se les dieron azotes. El proceso original existe en el archivo que se guardaba en el convento de San Agustín.

Don Antonio Poblete de Loayza, que en su viudez tomó la orden sacerdotal, trajo de España un bulto de la Virgen del Prado, y comprando un sitio frontero a su casa, edificó en él con licencia real un templo en que colocó la imagen, venciendo la oposición que se le hizo. Bartolomé Muñoz cedió un solar contiguo que fue de gran utilidad. Poblete en 1607 hizo donación de todo a la comunidad de San Agustín, con tal de que su hija doña María fuese patrona de la institución y que a ambos se les sepultase allí. Con apoyo del Cabildo eclesiástico en sede vacante fueron despojados los agustinos, y la iglesia sirvió de ayuda de parroquia del curato de Santa Ana. El fundador había fallecido en 1612. Véase el artículo Poblete.

Doña Ángela de Zárate y Recalde, Abadesa de la Encarnación, proyectó formar una recolección de Agustinas, con la casa y templo de la Virgen del Prado; mas el Virrey Conde de Chinchón negó la licencia porque faltaban recursos para ello y el Gobierno eclesiástico manifestó mucha resistencia. Doña Ángela, que tenía fortuna, se unió a otras monjas y prometieron caudal que no era suficiente: el presbítero don Jorge Andrada ofreció cuarenta mil pesos, y el español don Juan Clemente Sánchez se obligó por cincuenta mil con condiciones onerosas. Pidiose otra vez licencia queriendo suplir la falta del permiso del Rey con una real cédula de 1625, otorgada al licenciado Diego Mayuelo para fundar un monasterio de carmelitas.

El Conde Chinchón había desbaratado la capilla del Prado, y a sus expensas y con otros auxilios construyó el templo que hoy existe, en cuya obra sirvió de comisario el canónigo don Fernando Avendaño. Se invirtieron ochenta mil pesos fuera de los adornos y prendas valiosas que prodigó el Conde. Y todavía a su regreso para España, envió desde Cartagena dos grandes lámparas, blandones y candeleros de plata, vestidos para la Virgen, alfombras, etc., todo marcado con las armas de su casa, y fijó también una renta para costear el alumbrado. Pero a pesar de su extraordinaria devoción, no se atrevió el Virrey a hacer valer para que se erigiese la Recoleta de agustinas, la licencia dada por el Rey para una fundación enteramente distinta. Las monjas interesadas esperaron se ausentase el Conde de Chinchón y consiguieron de su sucesor cuanto habían deseado: el monasterio del Prado quedó establecido en 1.º de Setiembre de 1640. Véase el extenso artículo Zárate y Recalde, doña Ángela. Véase Villagómez, don Pedro, Arzobispo de Lima.

El año de 1638 se estrenó la basílica de San Pablo de Lima en el colegio máximo de la compañía de Jesús. En el inmediato de 1639 falleció a 3 de Noviembre el beato Martín de Porras, mulato limeño, lego de la orden dominicana. Véase su artículo. Y en dicho año el día 18 de Diciembre, entregó el Conde de Chinchón el mando al Virrey que le relevó, don Pedro de Toledo y Leyva, Marqués de Mancera, habiendo gobernado estos reinos diez años once meses. Se embarcó para Panamá y siguiendo su viaje a España falleció su esposa en Cartagena: él murió en 28 de Octubre de 1647.

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CABRERA. Don Diego y su esposa doña Paula Peralta. Vecinos de Arequipa. Erogaron siete mil pesos, y después dieron rentas y limosnas que ascendieron a veinte mil ducados, para la fundación del convento de San Agustín de dicha ciudad. Véase Álvarez, fray Lino.

CABRERA. Don fray Francisco Díaz de. De la orden de Santo Domingo, hijo de Pablo Díaz de Cabrera y de doña María de Cabrera. Nació en Córdova, y estudió en el colegio de Santo Tomás de Sevilla: fue Lector de artes y teología en su convento de Granada, Maestro en su religión, Prior de los de Osuna y Córdova y Obispo electo de Puerto Rico de cuya silla se le trasladó a la de Trujillo en 19 de Junio de 1614. Tomó posesión en su nombre el padre fray Pedro Luque también dominico en 27 de Febrero de 1616 y personalmente en 3 de Marzo del mismo año. Verificó la erección de la iglesia catedral arreglándose al ceremonial de Sevilla. Murió en Lambayeque en 25 de Abril de 1619 y pretendió trasladar a ese pueblo la catedral con motivo de la completa ruina que sufrió Trujillo por el terremoto de 14 de Febrero del mismo año. Acaeció a las 11 del día: y refiere el padre Calaucha, historiador agustino, que murieron 350 personas, que los heridos fueron muchos, que la tierra tembló durante 15 días a cada rato, y que sobrevino una plaga de grillos y de ratas.

CABRERA Y BENAVIDES. El diputado don Juan de. Natural de Lima. Caballero de la orden de Santiago Marqués de Ruz: dignidad de Tesorero de la iglesia de Lima en 1626, y era maestrescuela cuando el Deán y Cabildo en 15 de Mayo de 1631, pidieron al arzobispo don Fernando Arias de Ugarte se siguiese la primera información sobre la vida de don Toribio Alfonso Mogrovejo para procurar su beatificación. Por los años 1638 desempeñaba el cargo de Provisor y Vicario general del Arzobispado. Era Juez ordinario del Santo Oficio y Comisario Subdelegado de cruzada. Ascendió hasta la dignidad de Deán en que falleció a la edad de 95 años. Fundado el hospital de San Bartolomé de Lima por el padre fray Bartolomé Vadillo para la asistencia de negros enfermos, y levantado el edificio e iglesia por el capitán don Francisco Tijero, se mejoró y extendió su fábrica, y aumentó su renta en 1661 a expensas del deán Cabrera, que aplicó a tan benéfico y laudable objeto la mayor parte de su hacienda. Su cuerpo se sepultó en la iglesia de dicho hospital donde se conserva su retrato.

Cabrera al principio de su carrera había renunciado el empleo de Inquisidor de Cartagena. Fue gran predicador y persona de muchas luces. Como tal se acreditó cuando siendo canónigo estuvo en Madrid comisionado por varias iglesias para tratar negocios de diezmos. El sabio Villarroel Obispo de Santiago de Chile le nombró Ordinario para que le representase en la Inquisición de Lima. Véanse Vadillo, Tijero de la Huerta; Matute, don Pablo.

CABRERA Y DÁVALOS. Don Gil. Natural de Lima. Fue en esta ciudad Alcalde ordinario en 1674, año en que tenía el empleo de Sargento mayor. Aunque carecemos de noticias relativas a su casa y carrera, tenemos por cierto que sirvió en el año siguiente el elevado destino de Presidente y Capitán General del Nuevo Reino de Granada.

CÁCERES. El capitán Alonso. No sabemos cuándo vino al Perú ni el fin que tuvo. No fue de los primeros conquistadores que hicieron la campaña contra Atahualpa. Figura su nombre entre los militares que andando —114→ en 1539 con el capitán Alonso Mercadillo a fin de descubrir el país de los Chupachos, le forzaron a volver a Jauja y abandonar la empresa que creyeron temeraria. En 1544 era Cáceres vecino del Cuzco, y apercibido de los malos intentos de Gonzalo Pizarro, huyó de dicha ciudad pasando a la de Arequipa. Allí se juntó con Gerónimo de la Serna y viniendo a Quilca, proyectaron tomarse dos navíos que tenía comprados Pizarro para armarlos en guerra, trasportar su artillería y contar con el mar en apoyo de sus operaciones. Sobornaron a los marineros, se alzaron y trajeron los buques al Callao poniéndolos a disposición del virrey Blasco Núñez Vela. Corriendo el tiempo el Virrey fue preso por la Audiencia, y Gonzalo Pizarro que ocupó Lima, y fue reconocido por Gobernador y Capitán General del Perú, mandó matar a Cáceres y a otros que tomó presos su maestro de campo Francisco Carvajal. Habiendo perecido algunos en manos de éste, escapó Cáceres en virtud de perdón que le concedió Pizarro por mediación de personas respetables.

Vino después al Perú el licenciado Pedro de la Gasca Gobernador por el Rey, y cuando era frecuente que por ir a encontrarlo huyesen muchos individuos del campo de Gonzalo Pizarro; fue tomado Hernán Bravo de Lagunas por el capitán Juan de la Torre que con tropa perseguía a varios de los prófugos. Pizarro lo remitió a Carvajal para que lo hiciese ahorcar: mas tuvo luego que indultarlo por súplicas de su hermana diña Inés Bravo mujer de Nicolás de Rivera que también había fugado. Con este motivo, el capitán Alonso de Cáceres que fue uno de los circunstantes, y tomó mucho interés por la vida de Bravo, le besó en el carrillo a Gonzalo diciendo a grandes voces; «O príncipe del mundo! maldito quien te niegue, hasta la muerte».

Y a las tres horas, el mismo Cáceres en compañía de Bravo y otros huyó del ejército de Pizarro excitando la general admiración.

CÁCERES. Don Juan. Contador oficial real desde los primeros tiempos posteriores a don Francisco Pizarro, y como tal fue miembro del Cabildo de Lima. Hallándose en el Cuzco el año 1542 el gobernador licenciado don Cristóval Vaca de Castro envió a la capital con título de su Lugarteniente a Juan Vélez de Guevara para que excusase alguna conmoción que se esperaba promoviese Gonzalo Pizarro. Cuando llegó, éste había ya marchado para ir a presentarse a Vaca en virtud de su llamamiento: y los regidores de la capital ofendidos de que tal cargo se diera a Guevara, rehusaron admitirlo y le rompieron la vara que llevaba como distintivo de autoridad. Teníanse por más dignos y por fieles servidores del Rey, y así fue la expresión de su resentimiento: uno de ellos fue Juan de Cáceres quien temeroso de la severidad del gobernador Vaca, que no podía pasar por semejante hecho sin castigarlo, se embarcó para Panamá pues era el más comprometido. Es de saber que cuando Vaca llegó al istmo en 1541 se le había unido Cáceres que estaba allí emigrado a causa de la muerte de don Francisco Pizarro y alejándose de la revolución de Diego Almagro el hijo.

Cáceres se decidió por el partido de los oidores cuando éstos negaron la obediencia al virrey Blasco Núñez Vela a quien aprisionaron: y sin embargo fue aquél uno de los más puntuales amigos de Gonzalo a quien en esa sazón daba noticias de cuanto pasaba en Lima. Consiguiente a esto luego que Gonzalo Pizarro ocupó la capital, Cáceres prestó su parecer afirmativo en una junta convocada con el fin de depositar el poder público en el revolucionario, hecho lo cual quedó disuelta la Audiencia.

Después de tales antecedentes, apenas ingresó al territorio del Norte el gobernador don Pedro de la Gasca, Cáceres marchó en su demanda y se puso —115→ a sus órdenes. Abierta la campaña que contra Gonzalo hizo dicho Gobernador, y hallándose en Andahuaylas, Cáceres se le reunió otra vez llevándole de Lima auxilios de dinero y vestuarios que fueron de gran utilidad para las tropas del Rey.

Pasado tiempo y cuando se sublevó en el Cuzco Francisco Hernández Girón, el contador Juan de Cáceres que ejercía su empleo en esa ciudad, consiguió en el acto mismo de la sorpresa revolucionaria, que Girón le empeñase su palabra de conservar la vida al corregidor don Gil Ramírez de Ávalos y al capitán Juan de Saavedra: mas no pudo después alcanzar de él la licencia que le pidió para venirse a Lima. A renglón seguido se esparció la voz de que Cáceres trataba de fugar en unión de don Baltazar de Castilla. El licenciado Diego Alvarado Maestre de campo de Girón tuvo orden de enjuiciarlos para averiguar el caso: presos que fueron los hizo degollar y puso en el rollo a la expectación pública sus cadáveres desnudos. Este suceso causó gran sensación, y más todavía el que Girón desaprobando un hecho de que no tuvo conocimiento, no castigase al autor del atentado. Véase Alvarado, tomo 1.º de esta obra, página 195.