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ArribaEstampa III

 

Convento de Santa María Egipcíaca, de Granada. Rasgos árabes. Arcos, cipreses, fuentecillas y arrayanes. Hay unos bancos y unas viejas sillas de cuero. Al levantarse el telón está la escena solitaria. Suenan el órgano y las lejanas voces de las monjas. Por el fondo vienen corriendo de puntillas y mirando a todos lados para que no las vean dos NOVICIAS. Visten toquitas blancas y trajes azules. Se acercan con mucho sigilo a una puerta de la izquierda y miran por el ojo de la cerradura.

 

Escena I

NOVICIA 1.ª
¿Qué hace?
NOVICIA 2.ª

 (En la cerradura.) 

¡Habla más bajito!
Está rezando.
NOVICIA 1.ª
¡Deja!

 (Se pone a mirar.) 

¡Qué blanca está, qué blanca!
Reluce su cabeza
en la sombra del cuarto.
NOVICIA 2.ª
¿Reluce su cabeza?
Yo no comprendo nada.
Es una mujer buena,
y la quieren matar.
¿Tú qué dices?
NOVICIA 1.ª
Quisiera
mirar su corazón
largo rato y muy cerca.
NOVICIA 2.ª
¡Qué mujer tan valiente! Cuando ayer
vinieron a leerle la sentencia
de muerte, no ocultó
su sonrisa.
NOVICIA 1.ª
En la iglesia
la vi después llorando
y me pareció que ella
tenía el corazón en la garganta.
¿Qué es lo que ha hecho?
NOVICIA 2.ª
Bordó una bandera.
NOVICIA 1.ª
¿Bordar es malo?
NOVICIA 2.ª
Dicen que es masona.
NOVICIA 1.ª
¿Qué es eso?
NOVICIA 2.ª
Pues... ¡no sé!
NOVICIA 1.ª
¿Por qué está presa?
NOVICIA 2.ª
Porque no quiere al Rey.
NOVICIA 1.ª
¿Qué más da? ¿Se habrá visto?
NOVICIA 2.ª
¡Ni a la Reina!
NOVICIA 1.ª
Yo tampoco los quiero.

 (Mirando.) 

¡Ay Mariana Pineda!
Ya están abriendo flores
que irán contigo muerta.
 

(Aparece por la puerta del foro la MADRE SOR CARMEN BORJA.)

 
CARMEN
Pero niñas, ¿qué miráis?
NOVICIA 1.ª

 (Asustada.) 

Hermana...
CARMEN
¿No os da vergüenza?
Ahora mismo, al obrador.
¿Quién os enseñó esa fea
costumbre? ¡Ya nos veremos!
NOVICIA 1.ª
¡Con licencia!
NOVICIA 2.ª
¡Con licencia!
 

(Se van. Cuando la MADRE CARMEN se ha convencido de que las otras se han marchado, se acerca también con sigilo y mira por el ojo de la llave.)

 
CARMEN
¡Es inocente! ¡No hay duda!
¡Calla con una firmeza!
¿Por qué? Yo no me lo explico.

 (Sobresaltada.) 

¡Viene!

 (Sale corriendo.) 



Escena II

 

MARIANA aparece con un espléndido traje blanco. Está palidísima.

 
MARIANA
¡Hermana!
CARMEN

 (Volviéndose.) 

¿Qué desea?
MARIANA
¡Nada!...
CARMEN
¡Decidlo, señora!
MARIANA
Pensaba...
CARMEN
¿Qué?
MARIANA
Si pudiera
quedarme aquí en el Beaterio
para siempre.
CARMEN
¡Qué contentas
nos pondríamos!
MARIANA
¡No puedo!
CARMEN
¿Por qué?
MARIANA

 (Sonriendo.) 

Porque ya estoy muerta.
CARMEN

 (Asustada.) 

¡Doña Mariana, por Dios!
MARIANA
Pero el mundo se me acerca,
las piedras, el agua, el aire,
¡comprendo que estaba ciega!
CARMEN
¡La indultarán!
MARIANA

 (Con sangre fría.) 

¡Ya veremos!
Este silencio me pesa
mágicamente. Se agranda
como un techo de violetas,

 (Apasionada.) 

y otras veces finge en mí
una larga cabellera.
¡Ay, qué buen soñar!
CARMEN

 (Cogiéndole la mano.) 

¡Mariana!
MARIANA
¿Cómo soy yo?
CARMEN
Eres muy buena.
MARIANA
Soy una gran pecadora;
pero amé de una manera
que Dios me perdonará,
como a santa Magdalena.
CARMEN
Fuera del mundo y en él
perdona.
MARIANA
¡Si usted supiera!
¡Estoy muy herida, hermana,
por las cosas de la tierra!
CARMEN
Dios está lleno de heridas
de amor, que nunca se cierran.
MARIANA
Nace el que muere sufriendo,
¡comprendo que estaba ciega!
CARMEN

 (Apenada al ver el estado de MARIANA.) 

¡Hasta luego! ¿Asistirá
esta tarde a la novena?
MARIANA
Como siempre. ¡Adiós, hermana!
 

(Se va CARMEN.)

 


Escena III

 

MARIANA se dirige al fondo rápidamente, con todo género de precauciones, y allí aparece ALEGRITO, jardinero del convento. Ríe constantemente, con una sonrisa suave y sana. Viste traje de cazador de la época.

 
MARIANA
¡Alegrito! ¿Qué?
ALEGRITO
¡Paciencia
para lo que vais a oír!
MARIANA
¡Habla pronto, no nos vean!
¿Fuiste a casa de don Luis?
ALEGRITO
Y me han dicho que les era
imposible pretender
salvarla. Que ni lo intentan,
porque todos morirían;
pero que harán lo que puedan.
MARIANA

 (Valiente.) 

¡Lo harán todo! ¡Estoy segura!
Son gentes de la nobleza
y yo soy noble, Alegrito.
¿No ves cómo estoy serena?
ALEGRITO
Hay un miedo que da miedo.
Las calles están desiertas.
Sólo el viento viene y va;
pero la gente se encierra.
No encontré más que una niña
llorando sobre la puerta
de la antigua Alcaicería.
MARIANA
¿Crees van a dejar que muera
la que tiene menos culpa?
ALEGRITO
Yo no sé lo que ellos piensan.
MARIANA
¿Y de lo demás?
ALEGRITO

 (Turbado.) 

¡Señora!...
MARIANA
Sigue hablando.
ALEGRITO
No quisiera.
 

(MARIANA hace un gesto de impaciencia.)

 
El caballero don Pedro
de Sotomayor se aleja
de España, según me han dicho.
Dicen que marcha a Inglaterra.
Don Luis lo sabe de cierto.
MARIANA

 (Sonríe incrédula y dramática, porque en el fondo sabe que es verdad.) 

Quien te lo dijo desea
aumentar mi sufrimiento.
¡Alegrito, no lo creas!
¿Verdad que tú no lo crees?

 (Angustiada.) 

ALEGRITO

 (Turbado.) 

Señora, lo que usted quiera.
MARIANA
Don Pedro vendrá a caballo
como loco cuando sepa
que yo estoy encarcelada
por bordarle su bandera.
Y, si me matan, vendrá
para morir a mi vera,
que me lo dijo una noche
besándome la cabeza.
Él vendrá como un san Jorge
de diamantes y agua negra,
al aire la deslumbrante
flor de su capa bermeja.
Y porque es noble y modesto,
para que nadie lo vea
vendrá por la madrugada,
por la madrugada fresca,
cuando sobre el cielo oscuro
brilla el limonar apenas
y el alba finge en las olas
fragatas de sombra y seda.
¿Tú qué sabes? ¡Qué alegría!
No tengo miedo, ¿te enteras?
ALEGRITO
¡Señora!
MARIANA
¿Quién te lo ha dicho?
ALEGRITO
Don Luis.
MARIANA
¿Sabe la sentencia?
ALEGRITO
Dijo que no la creía.
MARIANA

 (Angustiada.)  

Pues es muy verdad.
ALEGRITO
Me apena
darle tan malas noticias.
MARIANA
¡Volverás!
ALEGRITO
Lo que usted quiera.
MARIANA
Volverás para decirles
que yo estoy muy satisfecha
porque sé que vendrán todos,
¡y son muchos!, cuando deban.
¡Dios te lo pague!
ALEGRITO
Hasta luego.

 (Sale.) 



Escena IV

MARIANA

 (En voz baja.) 

Y me quedo sola mientras
que, bajo la acacia en flor
del jardín, mi muerte acecha.

 (En voz alta y dirigiéndose al huerto.) 

Pero mi vida está aquí.
Mi sangre se agita y tiembla,
como un árbol de coral
con la marejada tierna.
Y aunque tu caballo pone
cuatro lunas en las piedras
y fuego en la verde brisa
débil de la primavera,
¡corre más! ¡Ven a buscarme!
Mira que siento muy cerca
dedos de hueso y de musgo
acariciar mi cabeza.

 (Se dirige al jardín como si hablara con alguien.) 

No puedes entrar. ¡No puedes!
¡Ay Pedro! Por ti no entra;
pero sentada en la fuente
toca una blanca vihuela.
 

(Se sienta en un banco y apoya la cabeza sobre sus manos. En el jardín se oye una guitarra.)

 
VOZ
A la vera del agua,
sin que nadie la viera,
se murió mi esperanza.
MARIANA

 (Repitiendo exquisitamente la canción.) 

A la vera del agua,
sin que nadie la viera,
se murió mi esperanza.
 

(Por el foro aparecen dos monjas, seguidas de PEDROSA. MARIANA no los ve.)

 
MARIANA
Esta copla está diciendo
lo que saber no quisiera.
Corazón sin esperanza,
¡que se lo trague la tierra!
CARMEN
Aquí está, señor Pedrosa.
MARIANA

 (Asustada, levantándose y como saliendo de un sueño.) 

¿Quién es?
PEDROSA
¡Señora!
 

(MARIANA queda sorprendida y deja escapar una exclamación. Las monjas inician el mutis.)

 
MARIANA

  (A las monjas.) 

¿Nos dejan?
CARMEN
Tenemos que trabajar...
 

(Se van. Hay en estos momentos una gran inquietud en escena. PEDROSA, frío y correcto, mira intensamente a MARIANA, y ésta, melancólica, pero valiente, recoge sus miradas.)

 


Escena V

 

PEDROSA viste de negro, con capa. Su aire frío debe hacerse notar.

 
MARIANA
Me lo dio el corazón: ¡Pedrosa!
PEDROSA
El mismo
que aguarda, como siempre, sus noticias.
Ya es hora. ¿No os parece?
MARIANA
Siempre es hora
de callar y vivir con alegría.
 

(Se sienta en un banco. En este momento, y durante todo el acto, MARIANA tendrá un delirio delicadísimo, que estallará al final.)

 
PEDROSA
¿Conoce la sentencia?
MARIANA
La conozco.
PEDROSA
¿Y bien?
MARIANA

 (Radiante.) 

Pero yo pienso que es mentira.
Tengo el cuello muy corto para ser
ajusticiada. Ya ve. No podrían.
Además, es hermoso y blanco; nadie
querrá tocarlo.
PEDROSA

 (Completando.) 

¡Mariana!
MARIANA

 (Fiera.) 

Se olvida
que para que yo muera tiene toda
Granada que morir. Y que saldrían
muy grandes caballeros a salvarme,
porque soy noble. Porque yo soy hija
de un capitán de navío, Caballero
de Calatrava. ¡Déjeme tranquila!
PEDROSA
No habrá nadie en Granada que se asome
cuando usted pase con su comitiva.
Los andaluces hablan; pero luego...
MARIANA
Me dejan sola; ¿y qué? Uno vendría
para morir conmigo, y esto basta.
¡Pero vendrá para salvar mi vida!
 

(Sonríe y respira fuertemente, llevándose las manos al pecho.)

 
PEDROSA

 (En un arranque.) 

Yo no quiero que mueras tú, ¡no quiero!
Ni morirás, porque darás noticias
de la conjuración. Estoy seguro.
MARIANA

 (Fiera.) 

No diré nada, como usted querría,
a pesar de tener un corazón
en el que ya no caben más heridas.
Fuerte y sorda seré a vuestros halagos.
Antes me daban miedo sus pupilas.
Ahora le estoy mirando cara a cara

 (Se acerca.) 

y puedo con sus ojos que vigilan
el sitio donde guardo este secreto
que por nada del mundo contaría.
¡Soy valiente, Pedrosa, soy valiente!
PEDROSA
Está muy bien.
 

(Pausa.)

 
Ya sabe, con mi firma
puedo borrar la lumbre de sus ojos.
Con una pluma y un poco de tinta
puedo hacerla dormir un largo sueño.
MARIANA

 (Elevada.) 

¡Ojalá fuese pronto por mi dicha!
PEDROSA

 (Frío.) 

Esta tarde vendrán.
MARIANA

 (Aterrada y dándose cuenta.) 

¿Cómo?
PEDROSA
Esta tarde;
ya se ha ordenado que entres en capilla.
MARIANA

 (Exaltada y protestando fieramente de su muerte.) 

¡No puede ser! ¡Cobardes! ¿Y quién manda
dentro de España tales villanías?
¿Qué crimen cometí? ¿Por qué me matan?
¿Dónde está la razón de la Justicia?
En la bandera de la Libertad
bordé el amor más grande de mi vida.
¿Y he de permanecer aquí encerrada?
¡Quién tuviera unas alas cristalinas
para salir volando en busca tuya!
 

(PEDROSA ha visto con satisfacción esta súbita desesperación de MARIANA y se dirige a ella. La luz empieza a tomar el tono del crepúsculo.)

 
PEDROSA

 (Muy cerca de MARIANA.) 

Hable pronto, que el Rey la indultaría.
Mariana, ¿quiénes son los conjurados?
Yo sé que usted de todos es amiga.
Cada segundo aumenta su peligro.
Antes que se haya disipado el día
ya vendrán por la calle a recogerla.
¿Quiénes son? Y sus nombres. ¡Vamos, pronto!
Que no se juega así con la Justicia,
y luego será tarde.
MARIANA

 (Fiera.) 

¡No hablaré!
PEDROSA

 (Fiero, cogiéndole las manos.)  

¿Quiénes son?
MARIANA
Ahora menos lo diría.

 (Con desprecio.) 

Suelta, Pedrosa; vete. ¡Madre Carmen!
PEDROSA

 (Terrible.) 

¡Quieres morir!
 

(Aparece, llena de miedo, la MADRE CARMEN, y dos monjas cruzan al fondo como dos fantasmas.)

 
CARMEN
¿Qué pasa, Marianita?
MARIANA
Nada.
CARMEN
Señor, no es justo...
PEDROSA

 (Frío, sereno y autoritario, dirige una severa mirada a la monja, e inicia el mutis.) 

Buenas tardes.

 (A MARIANA.) 

Tendré un placer muy grande si me avisa.
CARMEN
¡Es muy buena, señor!
PEDROSA

 (Altivo.) 

No os pregunté.
 

(Sale, seguido de SOR CARMEN.)

 


Escena VI

MARIANA

 (En el banco, con dramática y tierna entonación andaluza.) 

Recuerdo aquella copla que decía
cruzando los olivos de Granada:
«¡Ay, qué fragatita,
real corsaria! ¿Dónde está
tu valentía?
Que un velero bergantín
te ha puesto la puntería».

 (Como soñando y nebulosamente.) 

Entre el mar y las estrellas,
¡con qué gusto pasearía
apoyada sobre una
larga baranda de brisa!

 (Con pasión y llena de angustia.) 

Pedro, coge tu caballo
o ven montado en el día.
¡Pero pronto! ¡Que ya vienen
para quitarme la vida!
Clava las duras espuelas.

 (Llorando.) 

«¡Ay, qué fragatita,
real corsaria! ¿Dónde está
tu valentía?
Que un famoso bergantín
te ha puesto la puntería».
 

(Vienen dos monjas)

 
MONJA 1.ª
Sé fuerte, que Dios te ayuda.
CARMEN
Marianita, hija, descansa.
 

(Se llevan a MARIANA.)

 


Escena VII

 

Suena el esquilón de las monjas. Por el fondo aparecen varias de ellas, que cruzan la escena y se santiguan al pasar ante una Virgen de los Dolores que, con el corazón atravesado de puñales, llora en el muro, cobijada por un inmenso arco de rosas amarillas y plateadas de papel. Entre ellas se destacan las NOVICIAS 1.ª y 2.ª. Los cipreses comienzan a teñirse de luz dorada.

 
NOVICIA 1.ª
¡Qué gritos! ¿Tú los sentiste?
NOVICIA 2.ª
Desde el jardín; y sonaban
como si estuvieran lejos.
¡Inés, yo estoy asustada!
NOVICIA 1.ª
¿Dónde estará Marianita,
rosa y jazmín de Granada?
NOVICIA 2.ª
Está esperando a su novio.
NOVICIA 1.ª
Pero su novio ya tarda.
¡Si la vieras cómo mira
por una y otra ventana!
Dice: «Si no hubiera sierras,
lo vería en la distancia».
NOVICIA 1.ª
Ella lo espera segura.
NOVICIA 2.ª
¡No vendrá por su desgracia!
NOVICIA 1.ª
¡Marianita va a morir!
¡Hay otra luz en la casa!
NOVICIA 2.ª
¡Y cuánto pájaro! ¿Has visto?
Ya no caben en las ramas
del jardín ni en los aleros;
nunca vi tantos, y al alba,
cuando se siente la Vela,
cantan y cantan y cantan...
NOVICIA 1.ª
... y al alba
despiertan brisas y nubes
desde el frescor de las ramas.
NOVICIA 2.ª
... y al alba
por cada estrella que muere
nace diminuta flauta.
NOVICIA 1.ª
¿Y ella?... ¿Tú la has visto? Ella
me parece amortajada
cuando cruza el coro bajo
con esa ropa tan blanca.
NOVICIA 2.ª
¡Qué injusticia! Esta mujer
de seguro fue engañada.
NOVICIA 1.ª
¡Su cuello es maravilloso!
NOVICIA 2.ª

 (Llevándose instintivamente las manos al cuello.) 

Sí; pero...
NOVICIA 1.ª
Cuando lloraba
me pareció que se le iba
a deshojar en la falda.
 

(Se acercan las monjas.)

 
MONJA 1.ª
¿Vamos a ensayar la Salve?
NOVICIA 1.ª
¡Muy bien!
NOVICIA 2.ª
Yo no tengo gana.
MONJA 1.ª
Es muy bonita.
NOVICIA 1.ª

 (Hace una señal a las demás y se dirigen rápidamente al foro.) 

¡Y difícil!
 

(Aparece MARIANA por la puerta de la izquierda, y al verla se retiran todas con disimulo.)

 
MARIANA

 (Sonriendo.) 

¿Huyen de mí?
NOVICIA 1.ª

 (Temblando.) 

¡Vamos a la...!
NOVICIA 2.ª

 (Turbada.) 

Nos íbamos... Yo decía...
Es muy tarde.
MARIANA

 (Con bondad irónica.) 

¿Soy tan mala?
NOVICIA 1.ª

 (Exaltada.) 

¡No, señora! ¿Quién lo dice?
MARIANA
¿Qué sabes tú, niña?
NOVICIA 2.ª

 (Señalando a la primera.) 

¡Nada!
NOVICIA 1.ª
¡Pero la queremos todas!

 (Nerviosa.) 

¿No lo está usted viendo?
MARIANA

 (Con amargura.) 

¡Gracias!
 

(MARIANA se sienta en el banco, con las manos cruzadas y la cabeza caída, en una divina actitud de tránsito.)

 
NOVICIA 1.ª
¡Vámonos!
NOVICIA 2.ª
¡Ay, Marianita,
rosa y jazmín de Granada,
que está esperando a su novio,
pero su novio se tarda!...
 

(Se van.)

 
MARIANA
¡Quién me hubiera dicho a mí!...
Pero... ¡paciencia!
CARMEN

 (Que entra.) 

¡Mariana!
Un señor, que trae permiso
del juez, viene a visitarla.
MARIANA

 (Levantándose, radiante.) 

¡Que pase! ¡Por fin, Dios mío!
 

(Sale la monja. MARIANA se dirige a una cornucopia que hay en la pared y, llena de su delicado delirio, se arregla los bucles y el escote.)

 
Pronto..., ¡qué segura estaba!
Tendré que cambiarme el traje:
me hace demasiado pálida.


Escena VIII

 

Se sienta en el banco, en actitud amorosa, vuelta al sitio donde tienen que entrar. Aparece la MADRE CARMEN, y MARIANA, no pudiendo resistir, se vuelve. En el silencio de la escena, entra FERNANDO, pálido. MARIANA queda estupefacta.

 
MARIANA

 (Desesperada, como no queriéndolo creer.) 

¡No!
FERNANDO

 (Triste.) 

¡Mariana! ¿No quieres
que hable contigo? ¡Dime!
MARIANA
¡Pedro! ¿Dónde está Pedro?
¡Dejadlo entrar, por Dios!
¡Está abajo, en la puerta!
¡Tiene que estar! ¡Que suba!
Tú viniste con él,
¿verdad? Tú eres muy bueno.
Él vendrá muy cansado, pero entrará en seguida.
FERNANDO
Vengo solo, Mariana. ¿Qué sé yo de don Pedro?
MARIANA
¡Todos deben saber, pero ninguno sabe!
Entonces, ¿cuándo viene para salvar mi vida?
¿Cuándo viene a morir, si la muerte me acecha?
¿Vendrá? Dime, Fernando. ¡Aún es hora!
FERNANDO

 (Enérgico y desesperado, al ver la actitud de MARIANA.) 

Don Pedro
no vendrá, porque nunca te quiso, Marianita.
Ya estará en Inglaterra, con otros liberales.
Te abandonaron todos tus antiguos amigos.
Solamente mi joven corazón te acompaña.
¡Mariana! ¡Aprende y mira cómo te estoy queriendo!
MARIANA

 (Exaltada.) 

¿Por qué me lo dijiste? Yo bien que lo sabía;
pero nunca lo quise decir a mi esperanza.
Ahora ya no me importa. Mi esperanza lo ha oído
y se ha muerto mirando los ojos de mi Pedro.
Yo bordé la bandera por él. Yo he conspirado
para vivir y amar su pensamiento propio.
Más que a mis propios hijos y a mí misma le quise.
¿Amas la Libertad más que a tu Marianita?
¡Pues yo seré la misma Libertad que tú adoras!
FERNANDO
¡Sé que vas a morir! Dentro de unos instantes
vendrán por ti, Mariana. ¡Sálvate y di los nombres!
¡Por tus hijos! ¡Por mí, que te ofrezco la vida!
MARIANA
¡No quiero que mis hijos me desprecien! ¡Mis hijos
tendrán un nombre claro como la luna llena!
¡Mis hijos llevarán resplandor en el rostro,
que no podrán borrar los años ni los aires!
Si delato, por todas las calles de Granada
este nombre sería pronunciado con miedo.
FERNANDO

 (Dramático y desesperado.) 

¡No puede ser! ¡No quiero que esto pase! ¡No quiero!
¡Tú tienes que vivir! ¡Mariana, por mi amor!
MARIANA

 (Loca y delirante, en un estado agudo de pasión y angustia.) 

¿Y qué es amor, Fernando? ¡Yo no sé qué es amor!
FERNANDO

 (Cerca.) 

¡Pero nadie te quiso como yo, Marianita!
MARIANA

 (Reaccionando.) 

¡A ti debí quererte más que a nadie en el mundo,
si el corazón no fuera nuestro gran enemigo!
Corazón, ¿por qué mandas en mí si yo no quiero?
FERNANDO

 (Se arrodilla y ella le coge la cabeza sobre el pecho.) 

¡Ay, te abandonan todos! ¡Habla, quiéreme y vive!
MARIANA

 (Retirándolo.) 

¡Ya estoy muerta, Fernando! Tus palabras me llegan
a través del gran río del mundo que abandono.
Ya soy como la estrella sobre el agua profunda,
última débil brisa que se pierde en los álamos.
 

(Por el fondo pasa una monja, con las manos cruzadas, que mira llena de zozobra al grupo.)

 
FERNANDO
¡No sé qué hacer! ¡Qué angustia! ¡Ya vendrán a buscarte!
¡Quién pudiera morir para que tú vivieras!
MARIANA
¡Morir! ¡Qué largo sueño sin ensueños ni sombra!
Pedro, quiero morir por lo que tú no mueres,
por el puro ideal que iluminó tus ojos:
¡¡Libertad!! Porque nunca se apague tu alta lumbre,
me ofrezco toda entera. ¡¡Arriba, corazón!!
¡Pedro, mira tu amor a lo que me ha llevado!
Me querrás, muerta, tanto, que no podrás vivir.
 

(Dos monjas entran, con las manos cruzadas, en la misma expresión de angustia, y no se atreven a acercarse.)

 
Y ahora ya no te quiero, porque soy una sombra.
CARMEN

 (Entrando, casi ahogada.) 

¡Mariana!

 (A FERNANDO.) 

¡Caballero! ¡Salga pronto!
FERNANDO

 (Angustiado.) 

¡Dejadme!
MARIANA
¡Vete! ¿Quién eres tú? ¡Ya no conozco a nadie!
¡Voy a dormir tranquila!
 

(Entra otra monja rápidamente, casi ahogada por el miedo y la emoción. Al fondo cruza otra con gran rapidez, con una mano sobre la frente.)

 
FERNANDO

 (Emocionadísimo.) 

¡Adiós, Mariana!
MARIANA
¡Vete!
Ya vienen a buscarme.
 

(Sale FERNANDO, llevado por dos monjas.)

 
Como un grano de arena
 

(Viene otra monja.)

 
siento al mundo en los dedos. ¡Muerte! ¿Pero qué es muerte?

 (A las monjas.) 

Y vosotras, ¿qué hacéis? ¡Qué lejanas os siento!
CARMEN

 (Que llega llorando.)  

¡Mariana!
MARIANA
¿Por qué llora?
CARMEN
¡Están abajo, niña!
MONJA 1.ª
¡Ya suben la escalera!


Escena última

 

Entran por el foro todas las monjas. Tienen la tristeza reflejada en los rostros. Las NOVICIAS 1.ª y 2.ª están en primer término. SOR CARMEN, digna y traspasada de pena, está cerca de MARIANA. Toda la escena irá adquiriendo hasta el final una gran luz extrañísima de crepúsculo granadino. Luz rosa y verde entra por los arcos, y los cipreses se matizan exquisitamente, hasta parecer piedras preciosas. Del techo desciende una suave luz naranja, que se va intensificando hasta el final.

 
MARIANA
¡Corazón, no me dejes! ¡Silencio! Con un ala,
¿dónde vas? Es preciso que tú también descanses.
Nos espera una larga locura de luceros
que hay detrás de la muerte. ¡Corazón, no desmayes!
CARMEN
¡Olvídate del mundo, preciosa Marianita!
MARIANA
¡Qué lejano lo siento!
CARMEN
¡Ya vienen a buscarte!
MARIANA
¡Pero qué bien entiendo lo que dice esta luz!
¡Amor, amor, amor y eternas soledades!
 

(Entra el JUEZ por la puerta de la izquierda.)

 
NOVICIA 1.ª
¡Es el juez!
NOVICIA 2.ª
¡Se la llevan!
JUEZ
Señora, a sus órdenes;
hay un coche en la puerta.
MARIANA
Mil gracias. Madre Carmen,
salvo a muchas criaturas que llorarán mi muerte.
No olviden a mis hijos.
CARMEN
¡Que la Virgen te ampare!
MARIANA
¡Os doy mi corazón! ¡Dadme un ramo de flores!
En mis últimas horas yo quiero engalanarme.
Quiero sentir la dura caricia de mi anillo
y prenderme en el pelo mi mantilla de encaje.
Amas la libertad por encima de todo,
pero yo soy la misma Libertad. Doy mi sangre,
que es tu sangre y la sangre de todas las criaturas.
¡No se podrá comprar el corazón de nadie!
 

(Una monja le ayuda a ponerse la mantilla. MARIANA se dirige al fondo, gritando.)

 
Ahora sé lo que dicen el ruiseñor y el árbol.
El hombre es un cautivo y no puede librarse.
¡Libertad de lo alto! Libertad verdadera,
enciende para mí tus estrellas distantes.
¡Adiós! ¡Secad el llanto!

 (Al JUEZ.) 

¡Vamos pronto!
CARMEN
¡Adiós, hija!
MARIANA
Contad mi triste historia a los niños que pasen.
CARMEN
Porque has amado mucho, Dios te abrirá su puerta.
¡Ay, triste Marianita! ¡Rosa de los rosales!
NOVICIA 1.ª

 (Arrodillándose.) 

Ya no verán tus ojos las naranjas de luz
que pondrá en los tejados de Granada la tarde.
 

(Fuera empieza un lejano campaneo.)

 
MONJA 1.ª

 (Arrodillándose.) 

Ni sentirás la dulce brisa de primavera
pasar de madrugada tocando tus cristales.
NOVICIA 2.ª

 (Arrodillándose y besando la orla del vestido de MARIANA.) 

¡Clavellina de mayo! ¡Luna de Andalucía!,
en las altas barandas tu novio está esperándote.
CARMEN
¡Mariana, Marianita, de bello y triste nombre,
que los niños lamenten tu dolor por la calle!
MARIANA

 (Saliendo.) 

¡Yo soy la Libertad porque el amor lo quiso!
¡Pedro! La Libertad, por la cual me dejaste.
¡Yo soy la Libertad, herida por los hombres!
¡Amor, amor, amor y eternas soledades!
 

(Un campaneo vivo y solemne invade la escena, y un coro de niños empieza, lejano, el romance. MARIANA se va, saliendo lentamente, apoyada en SOR CARMEN. Todas las demás monjas están arrodilladas. Una luz maravillosa y delirante invade la escena. Al fondo, los niños cantan.)

 
¡Oh, qué día triste en Granada,
que a las piedras hacía llorar,
al ver que Marianita se muere
en cadalso, por no declarar!
 

(No cesa el campaneo.)

 
 

(Telón lento.)

 




 
 
FIN DE MARIANA PINEDA