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Eugenio Rosseeuw-Saint-Hilaire nació en París en 1802, según unos autores, dos años más tarde al decir de otros. Abonan la primera fecha los testimonios fehacientes de M. Bouillier, Presidente de la Academia francesa de Ciencias morales y políticas, y de M. Himly, Decano de la Facultad de Letras de París.
De los ochenta y seis años que alcanzó, pues, la dilatada existencia de nuestro autor, cincuenta y seis pertenecen por completo á su vida literaria, á contar desde 1825, fecha de su primera publicación, hasta 1884, al que su última corresponde. Fué aquella la intitulada Rienzi et les Colonna, ou Rome au XIVe siècle, juvenil ensayo en el dificultoso género de la novela histórica, y la postrera, sus estudios religiosos y filosóficos sur l'ancien Testament, verdadero testamento de sus creencias, ya ampliamente manifestadas y con entusiasmo sostenidas en trabajos anteriores, y acaso más que en ningún otro en su elocuente libro intitulado Ce qu'il faut à la France (1861).
Como se ve, ni las primicias ni las postrimerías de Rosseeuw-Saint-Hilaire pertenecen al orden literario que aquel cultivó con preferencia, casi en exclusivo en el transcurso de su vida, para el que estaba dotado de más felices disposiciones, y al que debe por entero la bien ganada nombradía que logró merecer dentro y fuera de su patria: es, á saber, la Historia.
Distinguióse en esta ciencia, en el doble sentido de historiador de España y de catedrático de Historia antigua de la Facultad de Letras de París.
Profesó esta elevada enseñanza por espacio de treinta y cuatro años, esto es, de 1838 á 1872; los quince primeros en calidad de —578→ sustituto de M. Lacretelle; los diez y nueve siguientes como catedrático numerario. Antes había sido, sucesivamente, ya profesor de Retórica, ya de Historia, al principio, en los liceos de Ajaccio y Tulle, luego en la Escuela Politécnica, y por último, en los liceos Bourbon y Louis-le-Grand.
Sus lecciones universitarias rivalizaron por mucho tiempo con las de los profesores de más nota, en aquel brillante período de regeneración y florecimiento de los estudios promovidos y alentados, principalmente por los nobles esfuerzos de Guizot y de Villemain. Dan de ello testimonio discípulos de nuestro profesor tan distinguidos como mi respetable amigo M. Himly, Decano de la Facultad de Letras de París antes citado. «Sus oyentes, dice, recibían de sus lecciones con la instrucción histórica más sólida las doctrinas de la moral más elevada. Todo contribuía en él á los señalados triunfos que alcanzaba su inteligencia, su saber, su palabra persuasiva y armoniosa; cualidades á las que nuestro profesor añadía otras no menos preciosas, de extraordinario alcance y eficacia para el mejor resultado de la enseñanza: la bondad exquisita de su carácter, su hombría de bien, el natural impulso de su alma hacia las cosas divinas.»
Es cabalmente lo que entre nosotros acontecía con el mayor maestro literario de nuestro siglo D. Alberto Lista, como repetidamente he tenido el gusto de oir de labios de uno de sus ilustres discípulos, nuestro respetable compañero señor Marqués de Molins.
Otro punto de semejanza existe entre el profesor francés y el maestro español, y es lo poco que imprimieron de lo mucho que enseñaron. Por su parte, Rosseeuw-Saint-Hilaire dió solo á la estampa los cursos explicados en 1844 y 1865, relativos uno y otro al egregio conquistador de las Galias.
Aún más, si cabe, que la antigua, la Historia general de España fué objeto especialísimo, predilecto, de los estudios de nuestro autor, comenzados á los treinta y un años de su edad, en 1833, y terminados á los setenta y seis, en 1878. Después de cuarenta y cinco años de un trabajo casi continuo, escribía en las últimas páginas de su obra monumental, nos ha permitido Dios llegar al término de nuestra tarea.
—579→Habíala emprendido en condiciones desventajosas por extremo. A las dificultades que á todo extranjero impondrá siempre el escribir la historia de una nación extraña se añadían, en aquel caso, entre otras, las muy principales de carecer entonces de libros y materiales españoles las bibliotecas francesas, y nuestro autor de otra Historia general de España, española ó francesa, que pudiera servirle de precedente y de guía. Sabido es que la Historia de España de Romey comenzó á ver la luz pública en 1838, y la de nuestro Lafuente en 1850, esto es, respectivamente dos y catorce años más tarde que la de Rosseeuw-Saint-Hilaire, cuyo primer volumen data de 1836.
La carencia de libros españoles en las bibliotecas de Francia era tal, que ni aun la Nacional ni la del Instituto poseían entonces los más necesarios para trabajos de esta clase. Refiérelo el mismo Rosseeuw-Saint-Hilaire, añadiendo que para adquirir en España los más importantes recibió encargo especial de su Gobierno en 1837, merced á la influencia del famoso historiador del Consulado y del Imperio. A poco de morir este, nuestro agradecido historiógrafo escribía en el último volumen de su obra las siguientes palabras: «A la liberalidad del Estado y á la benevolencia de monsieur Thiers debe el autor los materiales indispensables para su obra. Este homenaje póstumo es una deuda de gratitud que paga gustoso á la memoria del ilustre estadista, á quien Francia apellida con orgullo su Historiador nacional.»
De vuelta de España escribió su tesis doctoral consagrada al estudio de l'origine de la langue et de romances espagnoles, opúsculo, si hoy anticuado como otros de igual clase, interesante entonces en Francia, por tratar con mayor amplitud y mejor orientación estas cuestiones que Villemain, Fauriel y Viardot, que le habían precedido.
Lenta fué la composición y más lenta aún la publicación de su Historia de España. De 1836 á 1841 salieron á luz los cinco primeros volúmenes, que forman, por decirlo así, la primera parte que comienza en los orígenes y termina en la guerra de Granada. Revisólos y corrigiólos su autor años después para la segunda edición que de ellos hizo en 1844.
Para dar cima á tan larga labor pidió ya y obtuvo su jubilación —580→ profesional en 1872. Los nueve volúmenes que constituyen la segunda parte, publicados de 1852 á 1878, son quizás los más importantes, considerados en su conjunto, aunque en ellos las ideas políticas y religiosas, de un lado, y de otro, el espíritu de nacionalidad del autor, le lleven á veces, aun contra su deseo, siempre sincero, siempre honrado, á ciertas parcialidades en la exposición y juicio de los hechos. No es de olvidar que nuestro autor publicó aparte un estudio referente á la Princesa de los Ursinos, sacándolo del tomo XII de su Historia general.
Pertenece esta en un todo á la escuela histórica francesa, entonces dominante, que cuenta con nombres tan valiosos como los de Barante, Guizot, Thiers, los Thierry, Naudet, Michelet, Martin y otros. Las excelencias y defectos esenciales de esta escuela, que no es ocasión de examinar aquí, son, en menor ó mayor escala, los defectos y excelencias mismas de la Historia de nuestro autor, émulo digno de aquellos ilustres historiógrafos. Si Mignet, Merimée y Viardot estudiaron con fruto materias parte especiales de nuestra Historia, Rosseeuw-Saint-Hilaire tuvo aliento y fortaleza para abarcar por entero la Historia de España «depuis les premiers temps historiques jusqu'à la mort de Ferdinand VII.»
Representa esta los mayores trabajos de nuestro autor, pero también las distinciones y recompensas principales de su vida literaria. Abrióle de par en par las puertas de nuestra Academia y de la francesa de Ciencias morales y políticas; puso su nombre en la gloriosa serie de los laureados por el Instituto; contribuyó á elevarle al honroso sitial de la cátedra que tan dignamente ocupó en la Sorbona, y es también la que en primer término reclama y la que dicta estos honores póstumos, porque es ella para los franceses la única historia completa de España que poseen, y para nosotros, como nos decía noches pasadas con su autoridad y competencia nuestro querido Director, «la mejor Historia de España de autor extranjero que tenemos hasta ahora.»
Madrid 26 de Abril de 1889.
Antonio Sánchez Moguel