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Ciudades pequeñas y medias centros de comarca. Análisis de la región de Murcia1

José María Serrano


(Departamento de Geografía, Campus de la Merced, Universidad de Murcia.)

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Resumen

Las comarcas fueron durante mucho tiempo entidades reales organizadas en torno a una ciudad cabecera, consecuencia lógica de un modelo de vida donde esa dimensión territorial resultaba la adecuada. Pero carentes de un reconocimiento político administrativo, y dentro de una dinámica de cambios muy intensa que ha trastocado el mundo rural, muchas de ellas se han ido vaciando de contenido, quedando casi sólo con el recuerdo de tiempos remotos. Buena parte de las ciudades medias, centros comarcales, a duras penas pueden mantener en el presente una mínima vida urbana. Resulta difícil competir con el protagonismo creciente y arrasador que ejercen las grandes ciudades. Palabras clave: comarca, urbanización, organización del territorio.




Abstract

Local areas were for a long time spatial units arranged around a head town, as a logic consequence of a living pattern for which this territorial dimension was adequate. However, due to the lack of political and administrative acknowledgement and inside very intense changes which have modified the rural world, many of them have lost their value, remaining as memories from older times. A considerable number of mid size towns can hardly maintain the least urban life mowadays. It is difficult indeed to rival with the growing protagonism exerted by big towns. Key words: Local areas; urbanization; territorial organization.






Tradicional significación de este nivel urbano

Casi como sucede con la región, la comarca constituye una entidad de gran irradiación, tanto que ha traspasado ampliamente el mero campo de tratamiento intelectual y científico y forma parte del sentir popular común. Sin embargo, la comarca, a diferencia de aquélla, ha carecido de un tratamiento político   —172→   o administrativo que propiciase un soporte legal para llenarla de contenido, ni apoyarla en su propio proceso de configuración (cfr. Puyol Antolín, R., 1980). No obstante cabe aducir dos tipos de razones que han constituido la base de su propio desarrollo y existencia. Por un lado las de índole socioeconómica y funcional; por otro, las de naturaleza cultural. Las dos han sido tan fuertes que, a pesar de las carencias antes apuntadas y del olvido sistemático con que se ha tratado a las comarcas, poco a poco, han desarrollado su propia personalidad y han ido calando en la sociedad. De todas maneras, tal y como sucede con otras entidades socio-espaciales, el paso del tiempo introduce variaciones y cambios. Creo que, precisamente en los últimos decenios, concurren una serie de circunstancias variadas que están originando fuertes modificaciones en ese sentido. En resumen, y como avance de lo que es la argumentación central en este trabajo, considero que las propias entidades comarcales, y ligado a ello, las ciudades que actúan como centros comarcales, están sufriendo un cierto estancamiento en su devenir, que, en muchos casos, alcanza un auténtico retroceso. Ese nivel urbano tan vital y dinámico en otras épocas, a duras penas mantiene su peso ahora; lucha por subsistir y mantenerse, frente a otros niveles urbanos, con circunstancias más propicias. Me refiero, por ejemplo, entre otras, a las capitales provinciales y regionales.

En España nuestra Constitución contempla la posibilidad de su existencia (art. 141.3), aunque no se citan de forma expresa. Sin embargo los correspondientes Estatutos de Autonomía sí suelen ser más prolijos a ese respecto. Así, el de Murcia (9 de junio de 1982), en el artículo 3.1. reconoce de forma taxativa la posibilidad de su existencia, al tiempo que señala su capacidad para disponer de la adecuada personalidad jurídica. De todas maneras, debe añadirse que, transcurridos ya más de tres lustros desde su aprobación, sigue sin desarrollarse tal aspecto; con la salvedad de su existencia a efectos de las circunscripciones electorales regionales, donde sirven como unidades territoriales de uso interno. No es menos cierto que, si bien en otras regiones españolas el desarrollo de las comarcas ha sido diferente, (con mayor protagonismo en algunos casos), en la mayoría, puede hablarse de una situación semejante a la murciana. De ahí el considerar que gran parte de las realidades aquí abordadas y las afirmaciones que tales hechos permiten, pueden extrapolarse a otras regiones del territorio español.

No obstante, por supuesto, debe hacerse la salvedad -siempre importante- de que la acentuada variedad espacial conlleva situaciones enormemente plurales; de ahí que sea preciso evitar generalizaciones innecesarias, detrás de las cuales se esconden aspectos heterogéneos, que impiden y aconsejan no simplificar rasgos ni tendencias, de manera apresurada. Hasta hace sólo pocas décadas la organización territorial española venía funcionando, en esencia, y expresada de manera muy resumida, de la siguiente forma:

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El primer nivel, indiscutible lo ocupaba la capital, Madrid. La organización centralista del Estado hacía de ella el centro indiscutible en el que radicaban la totalidad de las altas funciones político-administrativas; lo que unido a su creciente peso demográfico, industrial y económico, fue creando un equipamiento funcional extenso y plural.

El segundo nivel, pertenecía con claridad a las capitales provinciales. Aunque no puede decirse que existiese una homogeneidad en todas ellas -las diferencias eran palpables-; después, poco a poco, desde su designación como tales centros político-administrativos fueron llenándose de contenido. Así se advierte un progresivo ascenso en su equipamiento funcional de carácter público, al que se incorpora sucesivamente otro de naturaleza privada, sustentado en el anterior e inducido por él con frecuencia; y, en definitiva, en consonancia con la significación económica y demográfica de cada una.

El tercer nivel correspondía a las cabeceras comarcales. Aunque éstas no gozasen de un apoyo institucional ni alcanzasen un paralelo reconocimiento administrativo, (salvo en lo referente a ciertas tareas administrativas, caso de las funciones judiciales y otras que no vienen al caso pormenorizar) (cfr. P. Plans, 1983); en la práctica fueron alzándose como un nivel urbano clave en el organigrama conjunto de la organización territorial. En esencia este especial protagonismo descansaba en lo s siguientes aspectos:

a) Demográfico. Una buena parte de estas ciudades alcanzaban tamaños demográficos pequeños y medios, dentro de lo que era el panorama global de las ciudades españolas. Aunque resulta arriesgado señalar unas cifras concretas, oscilaban entre un umbral mínimo que superaba por lo común los diez mil habitantes y podía multiplicar en varias veces esa magnitud. Debe tenerse presente que en 1950 la población urbana española sólo llegaba al 50,09% sobre el total; en tanto que en 1991 ascendía a 74,45%. Nada menos que un ascenso de 24,36 puntos (Serrano Martínez, J. M.ª, 1988). El tamaño demográfico de muchas de estas ciudades cabeceras comarcales, era cercano al de ciertas capitales de provincia. Y si bien en casos excepcionales llegaba a superarlo; desde luego, por lo común, siempre ocupaban un nivel urbano destacado.

b) Institucional. Aunque las comarcas no tuvieron un apoyo directo ni significativo de las Administraciones públicas dada la carencia de reconocimiento institucional como tales, sí fueron escogidas, con cierta frecuencia, como sedes para determinadas actividades relacionadas con el equipamiento administrativo. Esto suponía siempre una circunstancia añadida que propiciaba su centralidad y suponía un beneficio adicional en su protagonismo económico.

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c) Económico. La base económica de estas ciudades solía descansar especialmente en el sector agropecuario; algo que era consecuencia de una herencia histórica secular. De todas maneras, en otros muchos casos existían una serie de actividades complementarias, que en variadas ocasiones llegaron a alcanzar tanta significación como las primeras; me refiero a instalaciones industriales y a todo el sector plural y creciente de los servicios. Sin duda, por supuesto, la singularidad de cada ciudad se manifestaba con rasgos propios.

d) Transportes y accesibilidad. Aunque con la perspectiva actual las infraestructuras de transportes, entonces existentes, parezcan precarias, con harta frecuencia estos centros comarcales disponían de un modesto equipamiento que aseguraba los accesos desde toda su área de influencia. Una red de autobuses enlazaba la cabecera comarcal con los principales asentamientos de población de la comarca. Convirtiéndose éstos, a su vez, en motores impulsores del funcionamiento comarcal.

e) Comunidad cultural. Fruto de una historia prolongada vivida en común, se fue creando un sentimiento de pertenencia a una misma comunidad, con intereses compartidos y preocupaciones comunes. La capital comarcal era considerada por los habitantes de esas áreas como su punto urbano de referencia, al que se desplazaban habitualmente y donde trataban de encontrar solución a muchas de sus necesidades más perentorias (Casas Torres, J. M., 1973). Los desplazamientos obligados y voluntarios hacia ella no hacían más que reforzar estos aspectos.

f) Centralidad funcional. Era habitual que tales ciudades, como consecuencia de los aspectos antes reseñados, fuesen alcanzando un equipamiento de bienes y servicios más completo, de lo que pudiera derivarse directamente de su dimensión demográfica singular. Ellas debían atender a toda la población residente en el ámbito comarcal. La polarización territorial ejercida desde la capital comarcal era palpable. Todo eso propiciaba un efecto multiplicador que autogeneraba nuevos equipamientos que, en definitiva, redundaban en una mayor dotación funcional y centralidad, incrementando su importancia como centros urbanos.

Estos rasgos, junto a otros que podrían añadirse, fueron haciendo de las comarcas y de sus centros urbanos respectivos, ciudades de gran significación en España. Podría decirse que ese panorama se afianza progresivamente y mantiene plena vigencia hasta hace pocas décadas; sin embargo, después, la situación comienza a modificarse apareciendo signos negativos para muchas de ellas.



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Algunas causas que modifican la situación tradicional

Son varias las causas que han ido coincidiendo, para que, a la postre se llegue a la situación presente. Aunque se trata de una realidad enormemente compleja y variada, es posible sintetizar en extremo el asunto, agrupando en cuatro grandes apartados las principales que han coadyuvado a ello; si bien conviene precisar con nitidez que, entre las mismas, existen mutuas y frecuentes interrelaciones e influencias que configuran el panorama actual:

A) Estancamiento demográfico. Frente al comportamiento dinámico experimentado por muchas ciudades españolas, por lo común, los centros comarcales -la inmensa mayoría de ellos ciudades de tamaños medio y pequeño- no han sido precisamente los que más se han beneficiado de esa tendencia. En un reciente trabajo (Ferrer, M.; Calvo, J. J., 1994), siguiendo una compleja y laboriosa clasificación señalan ciertas diferencias de matiz en lo sucedido a las 348 cabeceras comarcales entre los años 1960 y 1986; en él se sugiere una modelización atendiendo a dos pautas, la temporal y la espacial. Pero, a mi entender, considero que globalmente puede verse con claridad el acusado contraste con lo sucedido a las capitales provinciales (Serrano Martínez, J. M.ª, 1986). Sin alejarnos más en el tiempo vemos que, a principios de este siglo las diferencias entre buena parte de las capitales provinciales y sus correspondientes comarcales eran menores de lo que aparece en la actualidad. El éxodo rural, el vaciamiento de extensos campos y la disminución de población que abandona multitud de núcleos pequeños de población, tienen como destino mayoritario, bien las capitales provinciales españolas, o también, con gran fuerza, aquellas áreas industrializadas que comienzan a destacarse como tales en los alrededores de las grandes ciudades; donde el proceso de industrialización ha sido más fuerte (Ferrer, M.; Precedo, A. J., 1981). En esa pugna, buena parte de las cabeceras comarcales poco podían ofrecer. Un gran número de ellas ha permanecido impasible, viendo resignadas como incluso sufrían ciertas disminuciones de población (los flujos emigratorios eran superiores al propio crecimiento vegetativo), así abultadas corrientes de efectivos demográficos se dirigían con preferencia hacia determinadas áreas foráneas (Rodríguez Osuna, J., 1985).

B) Atonía económica. Como se acaba de referir en el apartado anterior la inmensa mayoría de las tradicionales ciudades medias cabeceras de comarca no han sido beneficiarias directas, ni desde luego, de forma significativa, del considerable proceso de industrialización (en sus diferentes y disímiles fases y fluctuaciones) experimentado por España desde los años sesenta. Sólo algunas excepciones, en determinadas regiones españolas, confirman esa tendencia general. Las inversiones de capitales más fuertes se han polarizado con clara preferencia por aquellas áreas estratégicas, mejor situadas y con perspectivas   —176→   de beneficio mayores; en lugar de optar por muchas de estas cabeceras comarcales tradicionales, semiaisladas en el medio rural, con cierta tradición urbana, pero carentes de atractivos suficientes, cara a esa nueva táctica empresarial (Myro, R., 1988). Al carecer, o ser menguado su equipamiento industrial, ello supuso siempre una debilidad apreciable en la creación de nuevos puestos de trabajo. De esa forma la economía que las sustentaba seguía basándose en tareas agropecuarias tradicionales, junto a un complemento terciario, a menudo débil. Pero, en referencia a las primeras, los procesos de modernización de la agricultura, si bien podían representar una mejora en la productividad, no es menos cierto que originaban igualmente un descenso en sus necesidades de mano de obra. La liberación de empleos no encontraba, con harta frecuencia, acomodo en otros sectores económicos. De ahí su salida hacia la emigración.

C) Aislamiento y desenclave. Cuando desde los años sesenta se inicia la mejora pausada de las vías de transporte terrestre, carreteras, la estrategia seguida fue primar aquéllas de mayor significación e importancia económica, donde las necesidades eran más urgentes y mayores los potenciales de los flujos de tráfico a soportar. Eso significó la marginación progresiva de muchos de estos centros urbanos que progresivamente se fueron quedando aislados, a causa de su alejamiento de estas vías centrales. Las sucesivas reestructuraciones que sufren los ferrocarriles, es otro aspecto, a añadir, que supuso la marginación de numerosos centros comarcales. De nuevo, las capitales de provincia gozaron dentro de esa estrategia de una consideración privilegiada, en detrimento, a menudo, de las cabeceras comarcales.

D) Debilidad funcional. Aunque tradicionalmente las cabeceras comarcales habían ido acumulando y dotándose progresivamente de un cierto equipamiento funcional para atender no sólo las necesidades de su exclusiva población urbana, sino también la residente en toda su área de influencia directa -según tuve ocasión de comentar con anterioridad-, a partir de los años sesenta, el incremento del nivel de vida, la mayor presencia de las actividades generadas por los poderes públicos, etc., llevaban implícitas habitualmente un enorme ascenso de las dotaciones funcionales. Pero, éstas, a menudo, precisaban de umbrales poblacionales y de centralidad superiores a los contabilizados por buena parte de las cabeceras comarcales. Por ello, proporcionalmente van a ser las ciudades de mayor tamaño demográfico o con mayores áreas de influencia (sobre todo las capitales provinciales), las que captarán buena parte de los nuevos equipamientos funcionales (Cuadrado Roura, J. R., 1988). A las cabeceras comarcales sólo irán a parar ciertas funciones «residuales», de escaso rango. Eso no obsta para que, si se lleva a cabo una simple contabilidad de valores absolutos se registren incrementos. Pero lo que interesa más es su realidad presente cotejada con la existente en el conjunto territorial donde se incardina la comarca. De esa forma, cabe observar   —177→   que, su nivel de centralidad urbana, en referencia a los marcos provinciales respectivos queda estancada, -con ligeras variaciones en una u otra dirección- frente al comportamiento ascendente de las capitales provinciales y de otros centros urbanos más dinámicos.

Si bien el asunto no ha sido objeto directo de atención, sí se ha comentado de manera indirecta. Resaltándose la disminución y el estancamiento de muchas de estas ciudades pequeñas y medias que, hace sólo unas décadas, cubrían un importante papel de cabeceras comarcales. De forma práctica, y como ejemplo que puede servirnos para comprobar lo señalado, me detengo en las páginas que siguen en el estudio de la evolución seguida, en este nivel urbano, en la región de Murcia.




Evolución de las cabeceras comarcales murcianas

Como se apuntó antes no hay unanimidad en el reconocimiento de las comarcas ni, por ende, de sus centros comarcales. Entre otros, pueden verse al respecto los trabajos de Rosselló, V. (1968); Serrano Martínez, J. M.ª (1984) y Sánchez Galindo, F. (1985). Si bien existen coincidencias, no faltan las disimilitudes. Sin entrar a estudiar con mayor detenimiento el asunto, me he permitido seleccionar aquí las seis ciudades que, a mi entender, desempeñan de forma más clara esa función en el momento presente. Para llevar a cabo esa tarea voy a tener en cuenta dos variables, la evolución de sus efectivos demográficos, tanto en cifras absolutas como relativas y la centralidad. A fin de abordar la primera se han confeccionado dos cuadros de datos, 1 y 2 que adjunto a continuación:

Tabla sobre población en ciudades murcianas

Cuadro 1: Evolución del crecimiento de la población municipal. Valores absolutos (población de derecho).
Fuente: Elaboración propia sobre datos del I.N.E.

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Tabla sobre población en ciudades murcianas

Cuadro 2. Significación de la población municipal sobre el conjunto regional. Valores porcentuales.
(*) Cabeceras comarcales (no incluido el municipio de Murcia). Fuente: Elaboración propia sobre datos del I.N.E.

Junto a las magnitudes correspondientes a los seis municipios referidos se adjuntan también los del término capitalino y el global regional, eso permite valorar mejor el comportamiento agregado de todos ellos. De forma resumida, resaltan los siguientes aspectos:

a) Los datos absolutos de población muestran en todos los casos (excepción de Lorca), que a lo largo de casi todo el siglo XX se han obtenido incrementos netos de efectivos demográficos. Pero, al cotejar esos ascensos con los habidos en el conjunto regional y en el propio municipio capitalino se comprueba que aquéllos encubren situaciones casi generalizadas de estancamiento. Incluso, en algunos casos, de ciertos retrocesos. Tal sucede en Águilas, Caravaca y Cartagena. En todos éstos sus efectivos municipales en 1995 representaban porcentajes de población, sobre el conjunto regional, inferiores a los existentes en 1900. En Lorca, la evolución ha sido aún más negativa, (se ha pasado del 12,08% al 6,27%). Sólo Cieza registra un ligero ascenso (al pasar de 2,35% a 2,90%). Así, la población residente en las seis cabeceras municipales experimenta una leve disminución en ese tiempo (al descender del 40,42% al 32,27%) en referencia al total provincial. Tal comportamiento contrasta con lo ocurrido en el municipio de Murcia, al pasar de representar el 19,29% frente al 31,07%, en idéntico período temporal. No obstante es preciso tener presente que, a lo largo de casi el siglo transcurrido, los efectivos poblacionales globales de la región han registrado una apreciable alza, casi duplicándose (los 577.987 habitantes de 1990 se convierten en 1.109.977 en 1995). Por tanto, en general, cabe deducir que los municipios cabeceras comarcales, si bien aumentan en cifras absolutas su población, lo hacen a menor ritmo de lo que se incrementan los totales regionales. Su causa inmediata radica en que las pérdidas emigratorias   —179→   son mayores que el incremento vegetativo. Da la sensación de que esos municipios no son capaces de cobijar a más población dadas las circunstancias socioeconómicas que sustentan su modo de vida. Véanse al respecto las figuras 1 y 2.

b) Temporalmente se advierte que, varias cabeceras comarcales, Lorca, Caravaca y Yecla, si bien de manera disímil, en torno a los años 50 es cuando alcanzan una significación demográfica absoluta y proporcional que ha sido la más elevada de todo este siglo (un caso relevante es el de Lorca); o bien sólo (tomando como referencia los valores absolutos), se comprueba que sus dotaciones poblacionales sólo comienzan a remontarse de nuevo, y con ligeros ascensos, muy recientemente, avanzados ya los años 90. Son estas ciudades las que responden más directamente a ese modelo comarcal, de estancamiento, antes aludido. Durante esos años, aún no se habían producido los intensos flujos emigratorios ya comentados. Las formas de vida tradicionales donde lo rural tenía un protagonismo evidente, continuaban dominantes. Tales ciudades ejercían un papel notable dentro de sus respectivos ámbitos territoriales comarcales. Cada una, con sus particularidades, desempeñaba un papel clave dentro de la referida organización comarcal.

c) De todas formas considero que en esta región coexisten diferentes situaciones que pueden servirnos para comprender y explicar los distintos modelos de evolución de los centros comarcales que antes se apuntaron. Me refiero, junto a los casos ya señalados en el apartado anterior, a las situaciones peculiares que muestran Cartagena, Cieza y Águilas. La primera, además de su papel de centro comarcal indiscutible, puede tomarse también como referencia de lo sucedido a una ciudad que, gracias a su papel industrial, portuario y militar, ha aspirado a tener un «rol» de centro subregional; pero sin que las circunstancias sean tan favorables como para emprender un despegue definitivo, cortando sus aspiraciones (Serrano Martínez, J. M.ª, 1992). Águilas, por su parte, se ha visto beneficiada gracias a su ubicación costera y alejada de la capital, lo cual ha propiciado el desarrollo de ciertas actividades económicas específicas de naturaleza terciaria, además de sus mejoras agrícolas recientes; todo ello ha originado ese peculiar incremento de efectivos; pasando de un estancamiento -que se mantiene hasta los años setenta- a la mayor vivacidad anotada durante los cinco últimos lustros. Por último, en Cieza coinciden una serie de elementos propios de las cabeceras de comarcas rurales estancadas, pero a lo que se añade un cierto equipamiento industrial que, aunque a duras penas, ha sabido ir transformándose y adaptando a las nuevas circunstancias y retos pendientes, sin llegar a desaparecer del todo.

En definitiva, pues, los procesos de evolución poblacional pueden explicarnos bastante bien los comportamientos respectivos de las actividades

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Mapa sobre evolución de la población en la provincia de Murcia

Mapa sobre evolución de la población en la provincia de Murcia

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socioeconómicas que las sustentan. De todas formas, quedaría incompleto este análisis si nos circunscribimos sólo a ese aspecto. Como se anunció al principio de este epígrafe, el estudio de la centralidad urbana constituye un aspecto fundamental para entender en su justa dimensión la complejidad del proceso abordado. Los datos que especifican esos valores se muestran en el cuadro 3.

Tabla sobre población en ciudades murcianas

Cuadro 3. Comportamiento de la centralidad urbana.
Fuente: Elaboración propia.

Debe aclararse que la centralidad urbana especificada en el cuadro 3, (y representada en las figuras 3 y 4) se ha obtenido con los procedimientos habituales, mediante los cuales se seleccionan una serie extensa de bienes y servicios como representativos de esa posición. A partir de ahí se calcula cuál es el rango que corresponde a cada uno. Conocido éste, mediante un sumatorio adecuado, que aglutina el número global de los diferentes bienes y funciones existentes, se determina el valor de centralidad de los municipios. Para no extenderme más sobre ello, dada las limitaciones de espacio de esta ponencia, me remito a lo señalado en otro trabajo (Serrano Martínez, J. M.ª, 1983). De todas formas debe añadirse que los correspondientes valores de centralidad se sustentan en la consideración de una extensa y variada gama de funciones urbanas. Lo que no ha sido posible es obtener información adecuada y homologable, anterior a 1970. Así y todo, dadas las profundas alteraciones y cambios producidos, no siempre resulta fácil cotejar la centralidad que implican determinados bienes y funciones a lo largo de los años. Para ello se han introducido los correspondientes correctivos. De esa manera se consiguen series de datos suficientes que permiten conocer la evolución de la centralidad de cada municipio durante los cinco últimos lustros.

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Un aspecto estructural que debe resaltarse en primer lugar es el ascenso notable de las magnitudes de centralidad en toda la región al paso de cada decenio. Basta contemplar las cifras del referido cuadro. Durante los veinticinco años transcurridos (1970-95), se han multiplicado por tres las unidades de centralidad (de 4.117 se ha pasado a 13.425). Ello es consecuencia, en cierta medida, de las diferentes actividades terciarias, las que aportan mayores componentes en la evaluación de la centralidad urbana, que han crecido sustancialmente. Y, no debe olvidarse, que ha sido precisamente a lo largo de ese tiempo, cuando éstas han conocido un incremento y difusión mayores (Cuadrado Roura, J. R., 1988). No sólo a consecuencia de las alzas significativas del nivel de vida, sino también al progresivo protagonismo creciente adquirido por los servicios (Bailly, A. S., Maillat, D., 1988). Por todo ello resulta más interesante fijarse, en especial, en los valores porcentuales; pues proporcionan una visión más ajustada de la auténtica significación de las cabeceras comarcales dentro del conjunto regional, a lo largo del período estudiado.

Siguiendo idéntico procedimiento formal al anterior, al analizar los valores recogidos en el cuadro 3, se desprenden, entre otros, los siguientes aspectos más relevantes:

a) El estancamiento, con ligeros retrocesos es el rasgo caracterizador de varios centros comarcales. Lorca, Caravaca, Cieza y Águilas descienden en su centralidad entre 1970 y 1995 en 0,19; 0,37; 0,21 y 0,02% respectivamente. Por su parte, Cartagena acusa una pérdida más elevada, 3,69%. En el lado opuesto, sólo Yecla consigue una leve alza de 0,21%. Es palmario el contraste de tales comportamientos con el contabilizado por el municipio capitalino que durante el último cuarto de siglo experimenta un alza de 9,21 puntos, pues su centralidad pasa de significar el 40,81 al 50,02% sobre el total regional. Los datos, por tanto, registran una clara dualidad de comportamientos, uno, el de la capital provincial (luego regional) que no cesa de incrementar su significación dentro del sistema urbano regional, y otro de muy diferente signo, el de las restantes ciudades -que siguen en la jerarquía urbana-, viendo menguada su significación dentro del referido sistema urbano.

b) Como antecedentes inmediatos, vinculados directamente a la centralidad urbana, hemos referido en el epígrafe anterior los comportamientos demográficos. Éstos, en buena medida, ya apuntaban una situación pareja a la centralidad. El rápido crecimiento de la oferta de bienes y servicios terciarios, en especial quienes precisan umbrales elevados para su localización y pervivencia, sólo encuentran posibilidades de ubicación en la ciudad que encabeza y centraliza la red urbana regional. De forma subsidiaria se han beneficiado de ese proceso las   —183→   restantes ciudades. Y cuando lo han hecho, ha sido siempre de manera disminuida. Incluso por debajo de lo que correspondería a sus propios recursos demográficos.

c) La rápida generalización de los vehículos de transporte individuales ha incrementado progresivamente y, hasta límites insospechados hace pocos años, los desplazamientos. Su frecuencia y periodicidad asciende sin parar. Aunque siempre a remolque de las necesidades, se han introducido apreciables mejoras en las redes viarias, lo que acorta sustancialmente los tiempos empleados en superar los trayectos de estos viajes intraprovinciales. Con ello se están trastocando buena parte de las tradicionales áreas de mercado existentes. A menudo estas últimas aumentan su dimensión, en función de la capacidad que tienen de ejercer su influencia. En las provincias de tamaño medio (caso de Murcia) se está llegando en el uso y consumo de multitud de bienes y mercancías, a disponer de sólo un área de mercado, que abarca toda ella; y cuyo centro es, por supuesto, el municipio capitalino, o mejor dicho, aquí, su área metropolitana en acelerado proceso de configuración (Serrano Martínez, J. M.ª, 1996). Ante tales perspectivas es difícil para las cabeceras comarcales mantener acotadas sus tradicionales áreas de mercado. Acaban debilitándose, difuminándose, e incluso se cierne la amenaza sobre algunas de ellas, de ser engullidas por aquellas otras más dinámicas. La tendencia es, desde luego, tan fuerte, que incluso ciudades medias, con elevados puestos en las jerarquías urbanas regionales, superiores en tamaño a lo que se considera como habitual de las cabeceras comarcales, también se ven aquejadas, frecuentemente, de parecidos problemas. Cartagena, aunque por sus múltiples circunstancias negativas particulares, no parece razonable considerarla como ejemplo, para confirmar cuanto afirmo al respecto.

Expuestos estos hechos son numerosas las cuestiones sobre las que cabe preguntarse, se refieren, entre otros aspectos, a: ¿se trata de un fenómeno generalizado a toda España?; incluso ¿tiene una dimensión espacial aún mayor? Igualmente, ¿es un proceso imparable, que no puede detenerse?; o, por el contrario ¿es simplemente una fase más de la dinámica de cambios territoriales que habitualmente suceden? También, podemos pensar ¿dicho proceso ha tocado techo alcanzando su máxima incidencia?, o, en sentido opuesto ¿es previsible que aún continúe su andadura? Igualmente, me parecen oportunas otras preguntas referidas a la ¿posibilidad? o ¿conveniencia? de propiciar ciertas intervenciones desde los poderes públicos. Si bien no es posible contestar, siquiera someramente a ellas, me permito añadir algunas reflexiones finales.



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Algunas reflexiones finales

1. De manera general, las causas que han motivado esa dinámica de cambios ya han ido apuntándose en páginas previas. Considero se trata de una acumulación de circunstancias extensas, plurales, y complejas. Todas, en definitiva, se aúnan para propiciar el resultado final señalado. En el fondo todo ello es consecuencia de un modelo de organización territorial, donde se prima y favorece, desde los poderes públicos, -que actúan como elementos dinamizadores, arrastrando los diferentes sectores privados- el protagonismo de las capitales provinciales; y, recientemente, más aún, a las regionales. Por contra, en esa concepción territorial apenas tienen sentido las tradicionales cabeceras comarcales. Carentes de apoyos externos, difícilmente pueden competir en esa pugna desigual por controlar el territorio. A duras penas consiguen mantener su papel, ganado, poco a poco, durante largo tiempo (Serrano Martínez, J. M.ª, 1985; 1993). Son muchas, por contra, las circunstancias adversas que deben superar, y de hecho, salvo excepciones, no lo están consiguiendo. De todas formas debe entenderse que todo lo analizado se refiere sólo a un período concreto temporal, las últimas décadas. El pasado se conoce cual fue y el futuro sólo podemos atisbarlo en su inmediatez.

2. De forma concreta, derivado de esa estructura global aparecen numerosos aspectos singulares, que suelen tomarse como causas inmediatas del fenómeno, pero que, en definitiva, no son más que signos externos de esa raíz profunda, ya apuntada. Esas causas se entrelazan. Forman un todo continuo donde resulta difícil dilucidar cuál de ellas es origen de la otra. El ocaso que ha ido sufriendo en España el mundo rural tradicional, quizás de forma algo acelerada, ha ido destruyendo el equilibrio precario que mantenía a los centros comarcales como un eslabón necesario dentro de la organización territorial (Solé Sabarís, L., 1984). Téngase presente que el territorio en su globalidad funciona como un sistema integrado por numerosos elementos, todos ellos necesarios (Dumolard, P., 1975). Pero, los diferentes reajustes industriales y los nuevos equipamientos no han resultado propicios para buena parte de las comarcas ni, por consiguiente para sus centros urbanos rectores. El denominado desarrollo endógeno sólo ha resultado un débil paliativo para algunas. De ahí que los recursos demográficos de estos núcleos y de buena parte de sus áreas de influencia se han visto disminuidos o estancados. Las fuertes sangrías emigratorias han sido con frecuencia superiores al propio crecimiento demográfico. Con esa debilidad poblacional tampoco se han podido incrementar proporcionalmente las nuevas funciones terciarias. De tal manera el aislamiento en que van quedando se incrementa, convirtiéndolas en áreas regresivas de las que resulta muy difícil salir.

3. Con vistas a un futuro inmediato, único sobre el que se pueden hacer ciertas previsiones, puede pensarse que acaso se ha llegado con frecuencia a sus   —185→   puntos más bajos. Los datos más recientes muestran ligeras recuperaciones lo que pueden aventurarnos a pensar que el nuevo modelo está mostrando ciertos signos que anuncian su agotamiento. Ahora bien, se abren muchos interrogantes acerca de las posibles actuaciones futuras a propiciar. Los poderes públicos disponen de cierta capacidad de actuación, no sólo por sus intervenciones directas, sino induciendo a otros sectores económicos. Dentro de los procesos de «construcción de regiones» que señala P. Haggett (1977), considero que las unidades comarcales deben alcanzar cierta atención. Pero ¿cuáles deben ser los marcos administrativos-territoriales más idóneos que interesa favorecer? Creo se trata una discusión compleja pero necesaria. Y con ello no estoy avalando ninguna postura intervencionista, simplemente estimo que la organización del territorio, en su sentido más amplio y plural, como señaló Y. Madiot (1979), precisa reflexionar en profundidad sobre el modelo más racional que interesa y es factible. Sin utópicas posturas, pero con la responsabilidad que debe presidir toda sociedad democrática, madura y desarrollada.






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