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El teatro breve de Max Aub

Juan A. Ríos Carratalá


Universidad de Alicante



La difusión de la literatura del exilio siempre llega tarde. Todo nuestro empeño choca contra una circunstancia tan obvia como inevitable. El resultado es a menudo una paradoja: nos alegra el disfrute de unos textos y, al mismo tiempo, nos entristece que fueran ignorados en su momento e, incluso, mucho después. De ahí la melancolía del lector que comprueba la valía de unas obras publicadas como un documento histórico, desprovistas de un presente en el que podrían haber desempeñado un papel destacado. No caben las inútiles lamentaciones y, en cualquier caso, se impone una labor de recuperación que haga menos lamentable una deuda que siempre tendremos con los autores del exilio.

Max Aub ya es una excepción en este panorama de tantas ausencias y olvidos. Algunas de sus obras empezaron a circular cuando apenas se había iniciado esta labor de recuperación y siempre ocupó un lugar destacado entre los autores del exilio. Pero, desde hace aproximadamente una década, gracias al empeño de los especialistas, la fundación que en Segorbe custodia su legado y algunas instituciones públicas esta labor se ha sistematizado hasta alcanzar unos resultados insólitos en comparación con otros autores del exilio. Seminarios, congresos, ediciones críticas, representaciones... han ido jalonando una trayectoria en la que se imponía la edición de las obras completas, tarea ímproba y arriesgada dadas las características de la bibliografía de Max Aub.

Joan Oleza ha asumido la dirección de esta edición y ahora aparece el volumen que agrupa el teatro breve de tan prolífico autor. La responsable de la edición crítica es Silvia Monti, de quien conocíamos una monografía sobre estas obras publicada por la editorial Bulzoni (1992). Carmen Navarro es la encargada de preparar las notas y el glosario de una edición que aporta la información necesaria para analizar la trayectoria de unos textos hasta ahora mal difundidos e incluso inéditos, como es el caso de El hombre del balcón. Ambas nos ofrecen un trabajo riguroso y documentado en el que sólo echamos de menos alguna reflexión crítica sobre las motivaciones y el presente de los textos. Se opta por una labor descriptiva y analítica. Queda, pues, para el lector una tarea que siempre contará con la ayuda del propio Max Aub, cuyos textos son una incesante invitación a la reflexión. También los teatrales, claro está.

Estamos ante un teatro casi sin escenarios y que apenas disfrutó del contacto con el público. Hay algunas excepciones, pero tan aisladas que nos permiten pensar en un autor que, fundamentalmente durante el período 1943-1947, escribió estas obras al margen del destino que se supone ideal para un texto teatral: la representación. Max Aub asumió esta circunstancia sin lamentaciones inútiles y con la libertad e independencia de quien siempre fue fiel a su obra. No buscó el apoyo de compañías y empresarios de México, posibilidad que rechaza con una mezcla de comprensible desprecio y altanería, y se limitó a publicar la mayoría de estas obras breves en la revista Sala de espera entre junio de 1948 y diciembre de 1950. Posteriormente, estos mismos textos fueron incluidos en los dos volúmenes de Obras en un acto (México, 1960) y, junto con otros posteriores, aparecen también en Teatro completo (México, 1968). En cualquier caso, salvo alguna excepción eran textos inaccesibles más allá del restringido ámbito de los especialistas.

¿Cambiará la suerte del teatro breve de Max Aub con esta edición? No creo, al menos con respecto a la posibilidad de ser representado. El propio autor afirma que no nació «para saludar desde los escenarios» (p. 323). Nunca intentó hacer vida de autor dramático, es decir, «acosar empresarios, hacerle la zalá a actores y actrices, procurar financiamientos, compartir dimes y diretes, soportar rupturas, arreglos, chismes, enojos, rabietas, decoradores, directores, músicos, tiempo, ensayos, desvelos, dudas.» (p. 325). Se define como «un triste tendero de siglos pasados que cree que el buen paño en el arca se vende» (p. 326), es decir, espera que si alguien le gusta una de sus obras que la monte. Sabe que es difícil, pero si no se produce esta circunstancia, que «duerma la paz de su tinta. Me tiene sin cuidado» (p. 325). No cabe duda de que tan excelente paño dispone ahora de una mejor arca, pero soy escéptico a la hora de pensar en unos compradores que, además de escasos, deambulan por avenidas más comerciales y alejadas de la artesanía de un tendero que confiaba sobre todo en el poder de la palabra.

Otra dificultad añadida es la brevedad de unos textos que, en la mayoría de los casos, tienen un acto único. Max Aub demuestra un excelente dominio de la técnica de un teatro capaz de sintetizar un conflicto en tan breve tiempo. Algunas de sus obras son ejemplares en este sentido, pero también sabemos de las dificultades para encajar en nuestra cartelera una modalidad alejada de las pautas habituales del consumo teatral. El propio autor aporta sugerencias para juntar varias de sus obras. Cualquier director podría captar los puntos comunes que permitirían crear un espectáculo a partir de una selección de sus textos. Pero no deja de ser una posibilidad improbable que, sin contar con un apoyo institucional, no creo que interese a quienes apenas bucean con criterio propio en nuestro pasado teatral, más interesante a menudo que un presente tan insustancial.

Y sustancia la hay en el teatro de Max Aub, un autor reflexivo y escéptico que nos invita a participar como lectores o hipotéticos espectadores en esa tarea intelectual. No sorprende a quienes ya conocíamos algunas de sus obras narrativas e incluso teatrales, pero sí la intensidad y variedad de una labor que nunca se circunscribe a unos pocos temas. Es cierto que algunos son reiterativos y propios de las dramáticas experiencias vividas por el autor: el desarraigo, la delación, la lucha contra la injusticia, la falta de libertad y, por supuesto, España como telón de fondo, al mismo tiempo añorada y rechazada. Pero su obra se abre a diferentes temas cuya presencia sorprendería en otro autor menos independiente de unas circunstancias abrumadoras. Gracias a esa fidelidad a su mundo creativo y a un espíritu tan lúcido como escéptico, Max Aub desde la distancia geográfica puede hablarnos de nuestro pasado y, al mismo tiempo, presentarnos conflictos sin unas coordenadas espacio-temporales precisas.

Esta variedad temática rompe ingenuos prejuicios que podríamos mantener a la hora de afrontar la lectura de su obra dramática breve. Es la de un autor exiliado, pero nunca la de un dramaturgo condicionado en su libertad creativa por un exilio al que supo adaptarse como pocos. Sin victimismo o lamentaciones, con una lucidez que sigue siendo luminosa para comprender nuestro pasado y, sobre todo, consciente de que en México debía proseguir la tarea trágicamente interrumpida en 1939.

De ahí el interés de unos textos que a veces nos emocionan, en otras nos aportan una cierta melancolía, nos interesan..., pero siempre nos dejan un espacio para la reflexión. Un teatro que descansa en la palabra, centro de una acción sencilla y sobria que se desarrolla con la fluidez de quien hace uso de la técnica sin recurrir a los trucos. Un teatro a la espera de unos actores capaces de afrontar la difícil tarea de la palabra, sin adornos y puesta al servicio de la comunicación. Esperemos que los encuentre, aunque sea en montajes nada aparatosos o espectaculares y, por eso mismo, menos sugerentes que el de San Juan para los patrocinadores y directores.

Mientras tanto, disfrutemos de estos textos escritos por quien los creó sin saber a dónde irían, sin conocer apenas a sus destinatarios. Es decir, con la libertad de quien siempre fue fiel a sí mismo. Una circunstancia tan excepcional en nuestro teatro del siglo XX que ya hace de por sí sugestiva la lectura de su obra teatral. Otras muchas más encontraremos en los textos ahora editados gracias a una iniciativa tan necesaria como oportuna.





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