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Introducción a «Rienzi el Tribuno; El Padre Juan» de Rosario de Acuña y Villanueva

María del Carmen Simón Palmer






ArribaAbajoIntroducción

La figura de Rosario de Acuña es hoy prácticamente desconocida para nosotros, a pesar de su importante y polémica obra. Si en sus primeros pasos literarios pronosticaba ser una más de las escritoras del momento, su evolución ideológica la llevó a convertirse en la pionera de la literatura femenina del librepensamiento español.

Cualquier género, ya fuera drama, ensayo o periodismo le sirvió para intentar transformar la sociedad burguesa en que había nacido. Ésta, no acostumbrada a que sus autoras se adentraran en el campo de las ideas filosóficas, y menos aún si eran heterodoxas, la condenó al aislamiento. La defensa a ultranza de sus principios ocasionó grandes escándalos, recogidos y aumentados por la prensa que, unas veces a favor y otras en contra, le proporcionaron una publicidad ajena a sus deseos. Así tuvo el raro privilegio de ser la primera autora teatral a la que clausuraron el teatro en que había estrenado El Padre Juan y años más tarde la primera que salió expulsada de España a causa de un artículo que se consideró ofensivo. Esta actitud incómoda para la sociedad explica quizá el olvido en que cayó su obra.

Una figura tan especial fue admirada por unos que la calificaron como «una gran mística» (J. Francos Rodríguez), «mártir de la libertad del siglo XIX» (Enrique D. Madrazo), «santa que no creía» o «la escritora española que más se parece a Teresa de Cepeda» (Roberto Castrovido) y vilipendiada y atacada por otros que deslizaron dudas sobre su feminidad y su cordura. La opinión más común fue la de José Gutiérrez Abascal, Kasabal: «La señora Acuña es para los hombres una literata, y para las mujeres una librepensadora, y no inspira entre unos y otras simpatías»1. Criado y Domínguez achacaba su «desvío» y sus peregrinas ideas en materia religiosa a su dedicación a los estudios filosóficos, y aunque se declaraba enemigo franco y decidido de las ideas de Rosario de Acuña, no perdía la esperanza en que el hecho de ser española y su talento le hicieran conocer dónde estaba la verdad2.

Rosario de Acuña nace en Madrid en el año 1851 en una familia de la aristocracia de la que heredará el título de condesa de Acuña, que no usará nunca. Son sus padres Felipe de Acuña y Solís y Dolores Villanueva y es descendiente de la familia del obispo Acuña, impulsor de la insurrección de las Comunidades castellanas.

Con graves problemas en la vista desde su nacimiento, de los cuatro hasta los dieciséis años estuvo casi ciega, luego mejoró algo pero sin llegar nunca a disfrutar de una visión correcta. Compensó esta dolencia, bastante general entre sus colegas, con una vigorosa complexión a la que sin duda ayudaría la vida saludable en el campo.

Los primeros años asiste a un colegio de monjas pero su ceguera le impide continuar las clases y le facilita en cambio esa introspección que es evidente en su obra. Comienza a viajar al extranjero en cuanto sus condiciones físicas se lo permiten y adquiere así una formación desconocida para otras jóvenes de su tiempo. No pasa en consecuencia por el aprendizaje de las asignaturas «de adorno» ni de todo aquello que se consideraba apropiado en su clase social para las mujeres.

En (1867) visita la Exposición de París y reside en Italia durante el periodo en que su tío, el historiador Antonio Benavides, es embajador. Él probablemente le inculcaría su afición a los temas históricos que luego desarrolló en el teatro. También viaja esos años por Francia y Portugal.

Los primeros trabajos que conocemos, fechados en 1874, son poesías publicadas en la prensa y pronto aparecerá su primer libro, también en verso.

En el año 1876 se produce un acontecimiento memorable: el estreno de su primer drama, Rienzi el Tribuno, en Madrid y en el teatro del Circo, para lo que es muy probable que contara con el apoyo familiar. Ese mismo año contrae matrimonio con el comandante Rafael de la Iglesia. Hoy llama la atención el comentario que hace algún biógrafo contemporáneo sobre que «no deja de dedicarse a su madre y al hogar», sin duda para destacar la «normalidad» en la conducta de la joven triunfadora3.

Pasan unos años sin que en apariencia nada perturbe su existencia y su concepto de la sociedad es aún bastante conformista. Sostiene la inutilidad de la emancipación femenina que propugnan muchos, ya que jueces, médicos, etc. hacen lo que sus mujeres les indican. El reino de las mujeres, piensa entonces, está en la conciencia de los hombres y con la emancipación ellos penetrarán en los abismos del pensamiento femenino. Conviene la instrucción para que el hombre se convenza de que la meditación no lleva al extravío y las deje libres, pero sólo el esclavo se puede manumitir y las mujeres nunca fueron esclavas. Es mejor desempeñar el bufete, a través del marido, sin género alguno de responsabilidades y molestias4.

También de ese tiempo es la dedicatoria a su madre de unos articulitos que agrupa en libro y donde aparece uno de los escasísimos rasgos de humor en su obra: «Como sé que la literatura de pacotilla tiene el privilegio de sumirte en un profundo sueño, si con estas páginas que te ofrezco logro proporcionarte dulcísimo reposo en las calurosas tardes del estío, por muy satisfecho se quedará el ingenio de tu hija»5.

En 1882 empieza a hacer públicas unas ideas que no coinciden con las habituales en sus colegas. Al iniciar su colaboración en la única revista específicamente femenina en que va a escribir, El Correo de la Moda, aclara lo que piensa de sus lectoras. Las divide en tres grupos: las aristócratas, que viven pendientes de la última moda y no leen; aquellas que la compran por estar a tono, pero que ni siquiera la abren y un tercer sector de mujeres con sentido común donde confía poder ser de alguna utilidad con sus consejos prácticos. Sus ideas sobre la vida en el campo las llevó a la práctica en Pinto.

Hay que hacer notar que El Correo fue la revista femenina de más larga duración del pasado siglo y contó con la colaboración de los principales autores de la época. La dirigía esos años Joaquina García Balmaseda que había sucedido a otra escritora, Ángela Grassi.

El fallecimiento de su padre a los 55 años de edad, en 1883, fue un golpe del que no conseguirá recuperarse y que la obliga a interrumpir sus trabajos durante una temporada. En adelante aparecerá siempre como destinatario de sus principales obras.

El año 1884 es importante para las mujeres españolas porque por primera vez una de ellas, Rosario de Acuña, consigue subir a una de las cátedras del Ateneo para ofrecer una velada poética. Toda la prensa de la capital va a comentar este acontecimiento «sin precedentes».

Dividió su recital en dos partes, dedicando la primera a fragmentos de su poema Sentir y pensar, con una introducción dedicada a su padre que algunos cronistas consideraron larga y pesada y el resto a recitar sonetos y cantares ya conocidos. Como era de esperar el entusiasmo del elemento masculino no fue desbordante. Los Lunes de El Imparcial comentaba al día siguiente la derrota sufrida aquella noche por los que siempre se habían opuesto a la entrada de la mujer en el Ateneo. La tribuna de señoras y la pública se habían llenado de hermosas damas y los hombres habían tenido que resignarse a un papel completamente pasivo, por lo que no era probable que se repitiera la experiencia, si bien en esta ocasión se reconocía que la autora tenía méritos sobrados. No abundaron los elogios a la obra en sí, pero en cambio todos destacaron su admirable modo de leer, su excelente matización y su voz natural y sencilla.

Ortega Munilla, una semana después, aludía a lo mal que por regla general leían los poetas y de ahí el éxito que disfrutaban aquellos días autores mediocres, mientras que fracasaban estrepitosamente otros buenos6.

Andrés Borrego, años más tarde, hablaba así de aquella sesión en un Ateneo presidido por Cánovas: «El elemento viejo, frío y escéptico de la casa, esa huera derecha, que vino al mundo sin ideas y sin ellas se pasa, sintió un latigazo en la cara al oír aquella voz femenina, vibrante y conmovida, que fustigaba, en versos admirables, los vicios y miserias de esa moral, que reviste las formas más hipócritas»7. Comienza ya entonces su obra a ser manipulada y en adelante recibirá elogios o ataques desmesurados, que sirven de pretexto para enfrentamientos políticos.

Rosario de Acuña, partidaria del matrimonio civil, legitimado en España en 1870, no es feliz en el suyo y con la valentía que la caracteriza decide separarse de su marido, al que acusa de infidelidad. Ahora bien, como en su testamento se declara viuda, es posible que no llegara a formalizar su situación, aunque pronto cesó la convivencia.

A comienzos de 1885 se adhiere públicamente a la causa de los librepensadores y colabora en Las dominicales del Libre Pensamiento, donde es amiga de sus directores, que la reconocen como una figura de gran prestigio. Varias logias masónicas se felicitan por el arrojo y valentía de la nueva colaboradora y en especial la ferrolana Luz de Finisterre.

La sociedad le ha vuelto la espalda y en adelante al hablar de ella siempre se reconocerá su talento pero también su «extravío» y se confiará en que un día recapacite y vuelva a la buena senda. Realiza una excursión de cinco meses por Asturias y Galicia a caballo, acompañada sólo por un anciano criado para conocer cómo viven aquellos campesinos tan pobres. Las autoridades locales ven en ella a una conspiradora que trata de fomentar los levantamientos sociales y la detienen.

Tras el estreno de La voz de la Patria, inspirada en los sucesos que se desarrollan en Marruecos, se recluye en Pinto. Allí reúne a sus amigos y organiza veladas con otros librepensadores en un Ateneo Familiar integrado por las señoritas Lamo, Pascual, y «el consecuente republicano» Anselmo Lamo; bailan, recitan poesías y organizan la campaña de ayuda para las víctimas del cólera en Murcia8.

Igual que en el sector masculino del movimiento librepensador, también en el femenino las escritoras van a estar escindidas y así, mientras unas se declaran separadas de la religión católica, como Acuña o Ángeles López de Ayala, otras se inclinan por las corrientes espiritistas como Violeta o Amalia Domingo Soler. Ésta, desde el órgano de su logia masónica, La Humanidad, reconoce a Acuña como la máxima autoridad entre las librepensadoras en la lucha contra la ignorancia y superstición femeninas, y elogia su esfuerzo por conseguir que con la razón ilustrada la mujer consiga su regeneración.

Ya en 1885 Acuña se declara «mujer, es decir, esclava», algo que al principio de su carrera había negado: «El alma femenina gime prisionera en el sopor de un rebajamiento infame»; afirma ahora que todas las mujeres necesitan la emancipación, incluso las librepensadoras, y reconoce su desinterés por la ambición y la gloria. Se sentiría feliz «si allá en los siglos que vendrán, las mujeres, elevadas a compañeras de hombres racionalistas, se acuerdan de las que antes se han autosacrificado en medio de una sociedad que las considera un botín».

Rosario de Acuña confiesa la imposibilidad de estar en la tribuna del periodismo sin afiliarse a una escuela definida y organizada. Como librepensadora mantiene que esta doctrina no puede personalizarse ni agruparse en sectas o escuelas. La sociedad necesita de todos para avanzar y considera que es preciso derribarla para después edificarla, no puede hacerse a la vez. Esta idea la separa por completo de espiritistas como Amalia Domingo, que intenta atraerla a sus filas, y para quienes no se puede destruir sino «sustituir» para evitar el caos de la sociedad. Le molesta claramente el que piensen que su papel entre los librepensadores sólo se justifica en la lucha por la emancipación de su sexo y la tachen de egoísta al permanecer aislada9.

Son escasas las relaciones de Acuña con sus colegas femeninas; es respetada por Carmen de Burgos que la llama «Maestra», y elogiada por Ángeles López de Ayala y la ya mencionada Amalia Domingo. Otra escritora, Mercedes Vargas de Chambo, logra de ella algo inesperado, dada su independencia visceral, como es su solicitud para ser iniciada en la masonería, el 12 de febrero de 1886, en la alicantina logia Constante Alona, porque «está conforme con sus doctrinas que ha leído y cree poder prestar algunos servicios a tan noble causa». Mercedes Vargas, aprovechando un viaje que iba a hacer doña Rosario a Alicante para pronunciar algunas conferencias, se apresuró a adelantar los trámites precisos para conseguir su aceptación. Se le prepara además un recibimiento especial en la estación de ferrocarril y casi la totalidad de la prensa local refleja su llegada. En la ceremonia, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1886 adoptó el nombre simbólico de Hipatía y, como era de esperar, la velada que se había preparado para unos días más tarde en su honor no pudo celebrarse por su repentina ausencia, ya que siempre fue enemiga de la vida social10.

Ese mismo año de 1886, la «Sociedad protectora de la enseñanza laica» celebra una velada en Zaragoza en la que participan, entre otros espiritistas, el vizconde de Torres Solanot y Amalia Domingo y se leen trabajos enviados por ella11.

En marzo de 1888 pronuncia dos conferencias en el Fomento de las Artes sobre «Los convencionalismos» y las «Consecuencias de la degeneración femenina»12. Mantiene queja mujer ha de ser antes útil que bella, más digna que sagaz, más honrada que vanidosa, más inteligente que sensual, más trabajadora que mercadera para que así pueda lograr su regeneración. Su preocupación por esta «regeneración» de la sociedad española es otra constante en estos años y tan sólo la ve posible a través de la juventud13.

También en 1888 participa como oradora en la inauguración del colegio del Grande Oriente Nacional de España en Madrid, el 24 de junio.

Tras el polémico estreno de El Padre Juan en Madrid en 1891 continúa viajando por España y Europa. Lleva también a la práctica lo que aconseja en sus libros, y se pone al frente durante una temporada de una granja avícola experimental que tiene en Cueto (Santander), cerca del lugar en que reside su madre.

Sus viajes los hace casi siempre a caballo por España, para no perder el contacto con los obreros y campesinos de los lugares más escondidos.

Regresa a su posesión de Pinto y algún contemporáneo confía en que «tal vez la paz y el sosiego que le brinda la obliguen a mirar con temor la tumultuosa y disputada gloria que ofrece el teatro»14. Ya entonces sus escritos son conocidos en Francia, Portugal, Alemania y América casi tanto como en España.

En el año 1907 redacta su primer testamento en el que deja heredero a Carlos Lamo y Jiménez, con el encargo de cuidar a sus animales. Se declara viuda y separada de la religión católica:

Conste, pues, que viví y muero separada radicalmente de la iglesia católica (y de todas las demás sectas religiosas) y si en mis últimos instantes de vida manifestase otra cosa, conste que protesto en sana salud y en sana razón de semejante manifestación, y sea tenida como producto de la enfermedad o como producto de manejos clericales más o menos hipócritas, impuestos en mi estado de agonía; y por lo tanto ordeno y dispongo que diga lo que diga en el trance de la muerte (o digan que yo dije) se cumpla mi voluntad aquí expresada, que es el resultado de una conciencia serena derivada de un cerebro saludable y de un organismo en equilibrio [...] Prohíbo terminantemente todo entierro social, toda invitación, todo anuncio, aviso o noticia ni pública ni privada, ni impresa ni de palabra que ponga en conocimiento de la sociedad mi fallecimiento [...]".15



Dos años después, en 1909, pasa a residir en Gijón y tiene relación con la logia Jovellanos. Asistirá en 1911 a la inauguración, junto a Melquíades Álvarez, Eleuterio Alonso y otros, de la «Escuela Neutra Graduada» que era sostenida por esta logia con una contribución mensual.

Colabora, sin cobrar nunca, en periódicos americanos y mantiene con Bonafoux las Hojas Libres que se editaban en París y Londres, bajo los títulos de La Campaña y El Heraldo de París.

El último disgusto grave de su carrera lo sufre en noviembre de ese mismo 1911. Indignada por el ataque «de palabra y obra» que han sufrido unas estudiantes norteamericanas frente a la Universidad barcelonesa escribe una carta a su amigo Luis Bonafoux, que entonces dirigía en París El Internacional. Bonafoux, ferozmente anticlerical como Acuña, había tenido que salir de Madrid en 1894 huyendo tras la campaña desatada desde El Globo contra la Asociación Católica de Padres de Familia y marchó a París. Fundaría junto a Lerroux y Azorín El Progreso, órgano de la facción republicana del doctor Esquerdo donde colaboraron Unamuno y Federico Urales. Pues bien, Bonafoux publica esa carta con el título de «La chanza de la Universidad», donde se califica a los estudiantes españoles de «conjunto de jóvenes afeminados» entre otros juicios durísimos. Emiliano Iglesias la inserta luego en el diario de Lerroux, El Progreso de Barcelona, y estalla el escándalo. Toda la prensa nacional recoge las protestas iniciadas en Barcelona y multiplicadas en cada sede universitaria, con tal virulencia que acabarán por cerrarse todas las universidades españolas.

De nuevo la pluma de Rosario de Acuña ocasiona una polémica que va más allá de su persona y que en realidad enfrenta intereses políticos que la desbordan. Durante los días en que la prensa reproduce los sucesos no dice una sola palabra en su defensa y se ve sola.

Al día siguiente de publicarse en Barcelona el artículo, se reúnen los estudiantes en el Hospital Clínico y bajo la consigna: «Por el honor de nuestras madres y para demostrar que somos hombres, no faltéis» animan a la protesta colectiva. El rector, barón de Bonet, tiene que condenar el ataque policial que siembra la alarma entre enfermos y monjas, pero el gobernador, Sr. Portela, justifica la intervención policial, por lo que se pide su dimisión. Le acusan de lerrouxista y a Unamuno de apoyarle. Éste se apresura a asegurar que ni siquiera conoce a Rosario de Acuña16.

El Progreso alega que en realidad se trata de un problema entre catalanistas y carlistas partidarios de don Jaime, y que todo ese alboroto esconde una campaña política contra el partido radical. Tras una reunión de los representantes estudiantiles de toda España se envía un telegrama de reto al director de El Internacional, Sr. Bonafoux: «Injurias pasan fronteras, deseamos saber si director Internacional franqueáralas responder ultraje», y los padrinos al de El Progreso. Las damas de la aristocracia, que no pueden olvidar la opinión que merecen de Acuña, envían una carta contra «cierta prensa convertida en pudridero», mientras que los estudiantes manifiestan: «No creemos que una mente femenil haya concebido calumnias tan soeces como las que se nos han dirigido, pues conceptuamos a la mujer española dignísima por todos los conceptos, incapaz de poner su firma al pie de un montón de lodo. [...] nosotros no nos acogemos a la inmunidad de faldas más o menos auténticas».

Los incidentes se reproducen en Madrid con manifestaciones desde la Universidad de la calle San Bernardo hasta el Hospital de San Carlos en Atocha, y una comisión es recibida por el Sr. Barroso, ministro de Gobernación. La huelga acaba el 30 de noviembre.

Aunque sus amigos le aseguran que no hay peligro, Acuña se marcha a Portugal, donde es acogida con entusiasmo, y allí permanece cuatro años porque se la procesa en rebeldía y se la condena a prisión. Sólo el conde de Romanones en el momento de hacerse cargo del Gobierno reconoce que su figura enaltece a la Patria y la incluye la primera en el indulto que otorga entonces.

Los masones de Gijón habían manifestado su preocupación por la situación de Acuña en el destierro. Cuando regresase retira a una modesta casa en el acantilado de El Cervigón, aislada frente al mar Cantábrico, en la playa de Gijón. Ha sufrido reveses de fortuna que la obligan a vivir con gran modestia.

Se convierte en una figura respetable y simbólica para el movimiento obrero de esa ciudad y cada primero de mayo, después de manifestarse, los trabajadores acuden a visitarla en su retiro.

Fallece el 5 de mayo de 1923 en Gijón, de una embolia cerebral y de acuerdo con los deseos expresados en su testamento es enterrada en el cementerio civil.

Antes de morir había confesado su ilusión de que, ya desaparecida, el grupo artístico del Ateneo Obrero de Gijón representara su polémico drama El Padre Juan y así lo hicieron en el teatro Robledo en el mes de julio en su homenaje.

Al llegar la República, Madrid se acuerda de esta hija rebelde y a propuesta de D. Andrés Saborit se inaugura en el año 1933 un grupo escolar con su nombre en el distrito de La Latina. Se edita además un folleto para los niños y vecinos de la barriada titulado ¿Quién fue Rosario de Acuña? en el que se recogen juicios elogiosos de Francos Rodríguez, Pérez Galdós, Campoamor, Fernando Dicenta, Andrés Borrego, Ricardo León, etc., sobre su figura.

Pero lo cierto es que su familia fue la única que intentó difundir, sin éxito, su obra aún inédita. Su sobrina Regina Lamo de O'Neill creó una editorial, Cooperativa Obrera (ECO) y publicó varios libros que hoy nos resultan ilocalizables.


ArribaAbajoSu obra

La evolución ideológica de Rosario de Acuña corre paralela a la física, de tal forma que al contemplar alguna de las imágenes que nos han quedado podríamos saber en qué etapa de su vida se hallaba. En sus primeros libros de poemas, La vuelta de una golondrina o Ecos del alma, amables, su aspecto corresponde al de una señorita de buena familia, con tirabuzones. Pronto inicia su carrera como autora dramática dentro del drama histórico, de moda en ese momento con Echegaray como autoridad, y es unánimemente aplaudida. Ya entonces puede adivinarse en sus personajes una preocupación social, que irá en aumento con el paso de los años hasta convertirse en su centro de interés. Paralelamente su aspecto físico se va asemejando al de esas mujeres de pueblo entre las que vive.




ArribaAbajoLa pasión por la Naturaleza

Ya desde sus primeros artículos sobre el campo, publicados en 1882 en El Correo de la Moda, que editará como libro, y en otros posteriores, Influencia de la vida del campo en la familia o El lujo en los pueblos rurales, Rosario de Acuña trata de animar a dejar las grandes ciudades y marchar a vivir aislados en medio del campo. Ofrece sin duda, con un siglo de antelación, el ideario ecologista actual. Su convencimiento de que el día en que haya buenas carreteras, seguridad y buenos servicios la meta de un gran número de familias será tener una casa en el campo se ha cumplido. Para ella en la ciudad la familia se convierte en una sociedad anónima con intereses compuestos, y la carencia absoluta de comunicación con la Naturaleza produce un hastío prematuro al no poder contemplar más que horizontes limitados, tristes y sombríos. Eso sí, cuando habla de vida del campo no se refiere a la de los pueblos agrícolas, donde aun son mayores las separaciones entre clases que en las ciudades y donde aun es más fácil distinguir entre dandys y palurdos. Los pueblos tienen las calles sucias, en las casas los muebles imitan los de la capital y los señores viven con arreglo a los vestidos que usan, siguiendo las últimas modas. Colocan a los criados a la altura de los seres irracionales, comprando sus servicios por un puñado de oro y presiente que de este trato puede surgir el pavoroso fantasma de las revoluciones, con las represalias consiguientes. No comprende la aversión del bracero a las máquinas agrícolas en las que ve una disminución del trabajo, mientras que el propietario busca resultados rápidos que le permitan mermar el número de braceros, sin pensar en reinvertir las ganancias ni tomar parte por sí mismo en los trabajos.

Para ella la familia culta e ilustrada que vive en el campo, llegará a regenerar la sociedad a través de la vida agrícola. Al despertar en medio de un océano de luz y ser dueña de sí misma, los quehaceres que le esperan son amenos y sencillos, porque sólo tiene que obedecer a las leyes de la naturaleza que están por encima de los poderes humanos. Estos hombres tienen un carácter prudente, mesurado, afable y tranquilo. Si todas las familias pasaran al menos dos meses al año aislados en el campo conseguirían purificar su espíritu en esa especie de «lazaretos» del alma. La casa debe estar aislada, rodeada de tierras de labor, con el corral, el tinado, mucha luz y sol por todas partes. En el interior nada de adornos, nada de cortinajes ni de muebles que afeminen la vida o inclinen a la molicie; mucha limpieza, una bien provista despensa y una cocina dispuesta para acoger a las amistades. Da por supuesto, eso sí, que habrá servidores, y por eso la dueña podrá aprovechar el trato directo con ellos para enseñar los domingos a leer a sus hijos; el aislamiento completo de los vecinos ofrecerá la posibilidad de consultar la biblioteca que debe tener con libros útiles, científica y literariamente hablando.

La sabiduría práctica que se desprende de la observación de la Naturaleza es muy importante para las mujeres y los niños, por los que siente especial predilección y en los que ve el futuro de esa España «regenerada» con que sueña. A ellos les dedica muchos cuentos que agrupa bajo el título general de Lecturas instructivas para los niños, en las que los animales sirven con sus costumbres de ejemplo, y las niñas aprenden cómo llevar una casa en el campo. Unos artículos suyos, con el título general de Avicultura, son premiados en la Exposición Internacional de Avicultura celebrada en Madrid en 1902. Es la primera escritora española decididamente defensora de la vida en plena Naturaleza, fuera de la sociedad urbana y rural.

Desde 1885 y hasta el 1891 hay colaboraciones suyas, que paga para contribuir a la causa, en Las Dominicales del Libre Pensamiento, que dirige su amigo Antonio Zozaya, casi todas en verso. Se la considera la gran protectora de la masonería española. Dedica artículos a la «respetable» logia masónica Luz de Finisterre y se declara admiradora de Fr. Giordano Bruno.

También siente una gran admiración por Benito Pérez Galdós al que nos dice, «venero como un ingenio de primer orden. Es la figura más grande de nuestra literatura contemporánea» y de él destaca especialmente «cómo rasga el velo de las supersticiones para dejar al descubierto toda la soberanía grandiosa de la verdad lógica en consorcio sublime con las leyes de la Naturaleza».

Los trabajos de carácter social ocuparán sus últimos años porque hasta el final, dice J. Dicenta, creyó en la necesidad de un mundo mejor: «Hay que ir a ello pese a quien pese, caiga quien caiga, derramando sangre si es inevitable... sin mártires no triunfan las ideas»17.




ArribaAbajoEl teatro

Tan sólo lleva dos años publicando cuando se lanza a la aventura teatral y estrena Rienzi el Tribuno en Madrid. El éxito conseguido hizo que en su segundo intento, por miedo al fracaso, se escudase en un seudónimo masculino «Remigio Andrés Delafón» para estrenar Amor a la Patria, drama trágico en un acto y en verso, en Zaragoza el 27 de noviembre de 1878. Tribunales de venganza, que estrenará en el teatro Español el 6 de abril de 1880, es un drama trágico en dos actos y epílogo. La acción transcurre en Valencia y Játiva y trata de las germanías de esa ciudad en el siglo XVI. Tras su evolución ideológica se representarán otras dos obras que abordan ya temas de su tiempo: El Padre Juan en 1891 en el teatro de la Alhambra de Madrid, la más polémica, y La voz de la Patria, cuadro dramático en un acto y en verso estrenada en el Español en 1893. La acción de este drama patriótico transcurre en Aragón y plantea la oposición de las mujeres a que sus hombres marchen a la guerra de África y el triunfo final del sentido del servicio a la Patria.

De sus cinco obras teatrales, tres se ocupan de asuntos históricos y por eso, para que el lector pueda completar sus conocimientos sobre el asunto que trata, remite a veces a la Historia de España de Modesto Lafuente en la que se ha basado por ejemplo para Tribunales de venganza.

Sus obras se representan en los teatros principales de la Corte, algo poco habitual porque hay que recordar que tan sólo Gertrudis Gómez de Avellaneda la había precedido en el Español. Las ponen en escena además primeros actores: Elisa Mendoza, Elena Boldún y toda la familia de los Calvo: Rafael, Ricardo, Alfredo, Fernando y José.






ArribaAbajoRienzi el Tribuno

Este drama trágico en dos actos y epílogo desarrolla su acción en el Palacio del Capitolio de Roma y plantea en su argumento la lucha entre la plebe y la nobleza durante el siglo XIV, entre 1347 y 1354. El protagonista es el último patricio, Rienzi, que lucha por la libertad, la salvación de una Roma decadente y la unidad de Italia. Consigue momentáneamente la adhesión de la nobleza pero ésta, con intrigas, logrará volver al pueblo contra su líder.

Rosario de Acuña, gran admiradora de la historia italiana desde su estancia en Roma, se documentó antes de escribir este primer drama histórico. El argumento no era nuevo; pudo conocerlo a través de la novela de Bulwer-Lytton, que había traducido Ferrer del Río al castellano en 1843 y fue publicada luego en Las Novedades. También Carlos Rubio, años atrás, había estrenado un drama sobre el mismo personaje. Y dio la casualidad de que pocos días antes de estrenar Rosario de Acuña su drama, el 5 de febrero, se representó la primera ópera de Wagner en Madrid, precisamente protagonizada por Rienzi, e inspirada en Colà Rienzi de Bulwer-Lytton. Este, autor de la famosa novela Los últimos días de Pompeya, confesaba en el prólogo que había procurado ceñirse a la Historia y reconocía que la acción tenía puntos sumamente dramáticos, que ya antes había aprovechado otra autora, Miss Mitfor, para llevarlo al teatro pero con intención moral18.

Se produce durante esos años un renacimiento romántico en la escena y la vuelta al drama de época. Estrena Echegaray La esposa del vengador en 1874 o En el puño de la espada en 1875 y el público se entusiasma frente a sentimientos que son generales: el valor, el honor, la libertad, la fatalidad19...

Rienzi es el ejemplo de cómo los movimientos populares ensalzan y luego destruyen a sus héroes. Destaca el valor, la honradez, la lealtad de Rienzi frente a la maldad de Colonna. La acción exigía el estilo fuerte que Rosario de Acuña le imprime, con versos que declaman las desgracias e infortunios del protagonista.

Tiene la obra las características de las que triunfan esos años en la Corte: la acción se desarrolla en un tiempo lejano, nada menos que en siglo XIV, en el extranjero y en un palacio para mayor grandiosidad. Los protagonistas hablan mucho y muy bien y la intensidad del drama va in crescendo desde un primer momento hasta llegar a la tragedia final. La duda sobre el origen noble de María, la esposa de Rienzi, el intento de seducirla por el mayor enemigo de éste, la rebelión del pueblo ante los impuestos nos conducen hasta la tragedia final.

La noche del 12 de febrero de 1876 el público llenaba el teatro del Circo; ya se había filtrado que la obra que iba a representarse era la primera escrita por una señorita conocida por sus trabajos poéticos. El éxito, si hacemos caso de la prensa, fue total, a pesar de que lo había escrito en poco más de veinte días, sin duda por la coincidencia con la ópera de Wagner.

Los actores eran seis con Elisa Boldún y Rafael Calvo como protagonistas. Si Antonio Vico es en esos años la primera figura en los dramas realistas, Rafael Calvo, entrenado en los clásicos, es el actor ideal para los dramas románticos por su vigor para conseguir la emoción del público. Aquella noche dieron toda la energía que exigían los versos, impresionando a los espectadores. Calvo en el acto tercero hizo un alarde de sus dotes físicas, mientras que los demás actores se limitaron a cumplir. Tan sólo el corresponsal en la capital de El Folletín de Málaga comentó que la obra había triunfado a pesar del poco cariño con que la representaron Elisa Boldún y Calvo.

Los críticos coincidieron en sus juicios. Se sorprendieron por la fuerza poética de la autora a la que rápidamente calificaron como «varonil», algo elogioso ya que se suponía que una mujer no podía alcanzar la calidad masculina, salvo casos excepcionales como el de Gertrudis Gómez de Avellaneda, con quien inmediatamente se la compara, y como a ella, se la llama «poeta», no «poetisa». Observan en el drama imperfecciones en su desarrollo, pero una gran vitalidad moral. Algunos personajes estaban mejor diseñados que otros y en general se movían a impulsos de la pasión por lo que la acción sufría altibajos. Se destaca la alta moral que demuestra Rienzi al destruir la carta que le presenta Colonna y la ingenuidad de María, que achacan a la juventud de la autora. Colonna es un monstruo abominable y perverso. La protagonista femenina, María, en la obra de Wagner se llamaba Irene y era hermana de Rienzi, Acuña aquí la convirtió en esposa. Ella cierra la obra con el rasgo más trágico, arrebatando la última reliquia de la presa. Wagner había hecho morir a Rienzi abrasado por las llamas del Capitolio pero Rosario de Acuña le da una muerte aún más terrible, degollado.

Lo cierto es que hoy el estilo en que está escrito nos resulta ampuloso, los monólogos excesivamente largos y el lenguaje no apropiado a la procedencia social de los personajes, de tal manera que Rienzi queda lejos de parecer el pescador napolitano de la leyenda, es más culto, más inteligente y menos ambicioso.

Varios diarios reprodujeron el «Soneto a la libertad» que formaba parte del monólogo de Rienzi en el tercer acto.

El público del estreno, ya antes de concluir el primer acto estaba deseando conocer a la autora, y tanto insistía que el Sr. Calvo tuvo que rogarles que permitiesen guardar el incógnito hasta el final de la obra. Pero el segundo acto gustó tanto que la autora no tuvo más remedio que presentarse en escena entre incesantes aplausos.

El éxito continuó durante el tercer acto donde las situaciones iban aumentando en intensidad, aunque se echó de menos un aparato escénico que respondiera a la tragedia de la acción.

El conocido crítico Asmodeo confesaba su incredulidad ante el fenómeno:

Si no lo hubiera contemplado con mis propios ojos, si no hubiese visto aparecer una y otra vez en la escena a aquella graciosa joven de semblante risueño, de mirada apacible, de blanda sonrisa y ademán tranquilo y sereno, no hubiera creído nunca que Rienzi era inspiración de una musa femenil. Nada lo denuncia, nada lo revela, ni en el género, ni en la entonación... Verdad es que tenemos el ejemplo de Gertrudis Gómez de Avellaneda, pero era una mujer en toda la plenitud de sus facultades intelectuales... Ignoro aún si la joven es un autor dramático, pero puedo asegurar ya que es un poeta de gran aliento, de rica fantasía y alto vuelo.20



Tuvo que presentarse a saludar al final y la prensa nos la describe como «de distinguida figura y simpática belleza, modesta al recibir la ovación pero elegante a la vez». Los juicios no pueden ser más elogiosos: «Posee el prestigio del genio que engrandece y avasalla cuanto su mano toca [...] la musa de Rosario de Acuña entra en la escena entre una alfombra de flores y bajo arcos de palmas»21.

Se destacó cómo incluso el bello sexo «que por su discreción y natural compostura» no solía asociarse a las manifestaciones tumultuosas del público teatral, ese día «creyó tener disculpa para sus entusiasmos y aplaudía rabiosamente a la autora que así sabía entrelazar los laureles de la gloria en la diadema de perlas de la hermosura».

Gran número de autores dramáticos y literatos coincidieron en que este primer ensayo revelaba condiciones excepcionales para la escena dramática. Emilio Gutiérrez Gamero preguntó su opinión sobre el drama aquella noche a Echegaray:

ECHEGARAY.-  Una maravilla. No se parece a ninguna de las Safos del siglo; hace resonar los viriles acentos del patriotismo, y siente la nostalgia de la libertad como si fuera un correligionario de D. Manuel Ruiz Zorrilla. Una mujer muy poco femenina.

GUTIÉRREZ GAMERO.-  No lo crea, D. José. Tiene la muchacha novio y está muy enamorada según me ha dicho Elisa Boldún.22



El 14 de febrero, también en El Imparcial, Peregrín García Cadena coincidía con sus colegas en la «fibra viril a lo Gertrudis Gómez de Avellaneda» y en el acierto con que sabía describir los sentimientos del corazón humano. Para él se trataba de un espíritu viril que aborrecía «el femenino» en materia de poesía y ya con esta primera obra, podía enseñar a andar al más pintado.

Se reconoció que bajo la apariencia de un ángel poseía la energía avasalladora de un espíritu varonil. El deseo expresado por el crítico de El Imparcial de envolverla en una atmósfera de cariño y admiración para que siguiera adelante se cumplió aquella noche.

Pocos días después los poetas le ofrecieron un «Álbum», algo habitual, en su homenaje con poemas de Hartzenbusch, el duque de Rivas, Pedro A. de Alarcón, Narciso Serra, Echegaray, Núñez de Arce y Campoamor.

A pesar del triunfo, ya entonces le llegó un ataque inesperado y totalmente injusto por parte de uno de los grandes poetas de su tiempo, el cubano José Martí, quien creyéndola compatriota escribió desde Méjico un extenso poema titulado «Rosario de Acuña» que comenzaba:

«Espíritu de llama, / del Cauto arrebatado a la corriente, / ansioso de aire, libertad y fama; / espíritu de amor, trópico ardiente...». Continuaba tachándola de traidora: «¿Quién pide gloria al enemigo hispano? / No lleve el que la pida el patrio nombre / ni le salude nunca honrada mano; / el que los ojos vuelva hacia el tirano, / nueva estatua de sal al mundo asombre.». Y concluía: «Y, ¡arranca, oh patria, arranca / de su seno infeliz el ser perjuro, / que no es tórtola ya, ni cisne puro, / ni garza regia, ni paloma blanca!»23




ArribaEl Padre Juan

Han pasado quince años desde el éxito de Rienzi el Tribuno, Rosario de Acuña se ha declarado ya librepensadora y se ha alejado de Madrid para vivir en el campo. El prólogo de El Padre Juan es una evocación de su padre desde «El Evangelista», en los Picos de Europa, donde le surgió la idea de esta obra que terminaba veintidós días más tarde y que está dedicada a él.

El Padre Juan, drama en tres actos y en prosa, es un compendio de sus ideas sobre la sociedad de su tiempo. El enfrentamiento entre creyentes (superstición) y librepensadores (razón), entre el campo (vida saludable) y la ciudad (convencionalismos). Esta ciudad es siempre Madrid «veneno demasiado activo para tomarle de pronto», donde «todo oprime desde el aire hasta los afectos».

Contrapone los habitantes de la aldea, ignorantes y atrasados moralmente, con el joven ingeniero protagonista del drama, que a pesar de haberse educado en la capital conserva la juventud vigorosa y las costumbres sencillas. Su novia, descendiente de Pelayo, ha podido leer gracias a que su padre se lo ha permitido, lo que la eleva por encima del resto de jóvenes.

El Norte ha regenerado todas las decadencias y por eso es preciso levantar Asturias de su noche de ignorancia y fanatismo. Las intenciones de la pareja protagonista no pueden ser más revolucionarias: quieren casarse civilmente, comprar el manantial milagroso junto a la ermita, al que todo el mundo acude, para instalar un balneario y construir además un hospital, una escuela y un asilo frente al convento de frailes para demostrarles su inutilidad.

La acción, que trata de mostrar la superstición de los creyentes y su hipocresía, culmina al descubrirse al final de la obra, en el momento cumbre, que el sacerdote que instiga a los lugareños contra el joven es en realidad su auténtico padre.

Es inevitable el recuerdo de Doña Perfecta de Benito Pérez Galdós escrita en 1876, donde se muestra la influencia de los representantes de la religión católica en una zona pequeña, Orbajosa, pueblo de 7.324 habitantes y su intransigencia con los que no piensan como ellos. El protagonista, Pepe Rey, es también ingeniero y personifica, como Ramón, el espíritu tolerante frente al espíritu tradicional, aunque degenerado, del pueblo. El desenlace, igual que en El Padre Juan, recuerda el de las tragedias griegas. En esta pieza, claramente anticlerical, Rosario de Acuña abandona el drama histórico por primera vez y se ocupa de la sociedad de su tiempo. Puede inscribirse dentro del teatro rural asturiano; muestra la lucha entre la Asturias nueva, que se auxilia en la ciencia para lograr su avance, y la antigua, dormida, que también sirve de inspiración para otros autores. Es una obra pionera dentro del teatro social, que se apoya en el paisaje asturiano para crear ese teatro de la naturaleza.

El Padre Juan suponía una propaganda del librepensamiento y Acuña no encontró ningún empresario que estuviera dispuesto a correr el riesgo de estrenar la obra en Madrid. Se ve obligada a formar una modesta compañía, y ella misma ensaya y dirige a los actores e incluso traza y corta los trajes. Alquila el teatro de la Alhambra al conde de Michelena y tras solicitar el oportuno permiso estrena la obra el 3 de abril de 1891. A pesar de tener ese día de su parte a un gran sector del público, la dureza del tema hace que estalle el escándalo y esa misma noche una orden verbal del Gobernador prohíbe las representaciones. Rápidamente se agotan los dos mil ejemplares de la edición impresa e igual sucede con la segunda, en la que suaviza alguna expresión. Los asteriscos que señalan los versos que podían suprimirse en la representación coinciden con párrafos especialmente conflictivos.

Hay un sector de la crítica que «en punto a literatura, y particularmente en cuanto a la dramática, casi limita su oficio a aquilatar la moralidad de las obras. Un drama no es bello o detestable: es moral o inmoral, antes que todo»24. Y de acuerdo con esta opinión ante El Padre Juan la prensa se divide: están a su favor El Globo y La Justicia, órgano de Salmerón, entre otros, y en contra todos los diarios conservadores.

La Justicia, diario republicano dirigido por Antonio Luis Carrión, lo clasifica como drama de propaganda «en el que se pone en juego la eterna lucha entre los partidarios de la fe y los del libre pensamiento». Reconoce que su lenguaje es algo crudo, pero contiene pensamientos atrevidos y conceptos enérgicos con que rechaza la autora la intolerancia religiosa, que habían sido estrepitosamente aplaudidos por la numerosa concurrencia que asistió al estreno: «Constituye una defensa ardorosa y enérgica de la libertad de pensar y un himno cantado al moderno racionalismo».

La suspensión de las representaciones por el Gobernador, marqués de la Viana, que antes las había autorizado por medio de un oficio, acabó volviéndose en su contra.

La prensa conservadora, inicialmente de acuerdo con la medida, centró sus ataques en la crítica literaria de la obra, en unos términos que nunca antes se habían utilizado con una señora, algo que les recriminan los republicanos. Éstos la defienden con el argumento de que, si no existía mérito literario, era absurda su suspensión puesto que no podría dañar a la religión.

El Globo aprovecha para atacar a sus enemigos políticos: «Los conservadores y el ejercicio de los derechos individuales son absolutamente incompatibles».

Ya el 7 de abril todos piden la dimisión del Gobernador, incluso los diarios afines al poder que le acusan y atacan con crueldad por haber dado permiso para el estreno. «El Gobernador creó un conflicto al Gobierno al querer enmendar el desatino con otro mayor que hacía de la Constitución, los derechos individuales y el respeto a la propiedad intelectual, mangas y capirotes». Mantienen que la obra de continuar hubiera caído para no levantarse jamás. Los personajes de Pequeñeces del Padre Coloma son utilizados para atacar a los adversarios de la obra, y se pide su reposición:

Así se convencerán los incrédulos y los impíos de que en este país monárquico y católico por excelencia, no son menester los gobernadores ineptos y arbitrarios para defender las instituciones y la religión, cuando las Curritas y los Villamelones están en mayoría.



Y hay un diario que se atreve a declarar lo que estaba en la mente de la mayoría: «Esa señora ha podido optar por la vida doméstica y nadie la hubiera traído ni llevado. La vida pública tiene esos inconvenientes y nadie se exime de ellos»25.

El 11 de abril de 1891 Rosario de Acuña se dirige al director de El Heraldo de Madrid y le pide que publique el siguiente comunicado:

Al público: Habiendo sufrido en mis intereses pérdidas enormes por la disposición gubernativa, que prohibió las representaciones de mi drama El Padre Juan, cuando tenía vendidas las localidades para la segunda función, y por lo tanto compensados en parte los gastos hechos para ponerlo en escena con el aparato requerido he dispuesto en beneficio mío una función en el teatro de la Alhambra para el 12 de abril, poniendo en escena mi drama Rienzi el Tribuno.

Creyendo usar de un derecho legítimo, me dirijo al público imparcial, invocando en favor de mi lesionada propiedad intelectual su valiosa protección, e invitándole a que asista a mi beneficio, testificando con su presencia que aún laten almas capaces de protestar contra ciertas vejaciones.



Valga como ejemplo de los ataques la opinión que Rosario de Acuña, años más tarde, merecía al agustino Francisco Blanco al que, si ya le había parecido extraño el éxito obtenido con Rienzi, su evolución ideológica le llevó a esta conclusión:

El talento de doña Rosario ha concluido en punta, como las pirámides. Las atenciones y lisonjas que le prodigó la galantería en 1876, le hicieron concebir de sí propia una idea equivocada; y ansiando a toda costa inmortalizarse, formó una alianza ofensivo-defensiva con los herejotes cursis de Las dominicales, escribió a destajo versos incendiarios, y anunció en los carteles un dramón archinecio que delata con elocuencia el lastimoso estado mental de la autora.26



Tras esta polémica obra sólo intentó otra vez la aventura teatral en Madrid, con una pieza muy breve y para animar a la defensa de la Patria en la guerra de África. Su clara inteligencia le hizo comprender que no tenía sitio en Madrid, y refugiada en Gijón, abandona casi por completo el verso y se consagra a los trabajos de carácter social con la esperanza, hasta el último momento, de lograr la «regeneración» de la sociedad española.





 
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