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Ortega ante nuestro tiempo

Antonio Rodríguez Huéscar





Sería de gran interés aplicar a nuestra situación actual la retícula de conceptos del diagnóstico orteguiano de la suya en «La rebelión de las masas» (1926-1930), y en otros escritos posteriores de similar temática. Lo primero que observaríamos es que todo, o casi, lo allí expuesto tiene aplicación literal a nuestro tiempo; incluso en grado más exacto que al de hace cincuenta años. Parece que Ortega hubiese acentuado de intento los perfiles y cargado las tintas de su descripción; en suma, que hubiese exagerado y amplificado las dimensiones del fenómeno analizado (recurso metódico y estilístico en él frecuente) para dar una visión más contundente del mismo. Y como ese enorme acontecimiento histórico-social no ha hecho sino crecer desde entonces, su visión amplificadora resulta con frecuencia más ajustada a la situación actual que a la del momento de su captación por Ortega. Pero esta comprobación nos plantea hoy problemas bastante inquietantes. Porque si en la descripción orteguiana de 1930 parece anticiparse en varios sentidos la realidad de 1980, contando con su misma lucidez anticipatoria y su misma óptica amplificadora, ¿cuál hubiera sido su visión desde 1980 -o 1983-, una visión que deberíamos suponer entonces más ajustada aún que a nuestra situación, a la de alrededor del año 2030? La cuestión no es tan académica o tan de historia o sociología-ficción como a primera vista puede parecer. Por el contrario, es tan grave que empieza por afectarnos -por afectar, pues, a nuestro presente- en la forma de resultar problemática la posibilidad misma de su planteamiento. Y ello, sobre todo, porque el proceso de masificación puede haber avanzado ya hasta el punto de que los individuos de las últimas generaciones -los que tienen hoy menos de cuarenta y cinco años, digamos- no estén en condiciones de entender con impleción de sentido el hecho mismo diagnosticado por Ortega, por estar tan totalmente inmersos en el que les falte ya, como contraste, la experiencia vital e histórica necesarias para ello.

Siete años después, en efecto -1937-, fecha de su «Prólogo para franceses», Ortega se pregunta si es posible la reforma del hombre-masa: «Quiero decir -escribe- los graves defectos que hay en él, tan graves que si no se los extirpa producirán de modo inexorable la aniquilación de Occidente, ¿Toleran ser corregidos?». Y esta otra «pregunta decisiva»: «¿Pueden las masas, aunque quisieran, despertar a la vida personal?». Y Ortega declara no poder tocar el «tremebundo tema», porque está demasiado «virgen» y sus términos «no constan en la conciencia pública». Es el gran tema del equilibrio o desequilibrio entre lo personal o individual y lo colectivo o social en el hombre, que tanto le preocupó y que tan lúcidamente trató, en diversos contextos, a lo largo de toda su vida.

Y ya en los últimos años de ésta -de 1951 a 1955- Ortega piensa que lo más urgente y perentorio que el hombre actual tenía ante sí era hacerse cargo de su situación, sin duda porque ésta se le había hecho opaca e incontrolable. Parece que el propio Ortega se encontraba un poco sorprendido y como rebasado por los acontecimientos. Y si esto le sucedía a Ortega al comienzo de los años cincuenta, ¿qué no nos sucederá a nosotros al iniciarse los ochenta? Ortega, en efecto, en esos años, insistió sobre tres aspectos de la vida histórica de ese momento, íntimamente entrelazados, puesto que se refieren a las tres dimensiones del tiempo histórico:

1. Nos hemos quedado sin pasado. Este no nos sirve.

2. El futuro presenta una fisonomía casi absolutamente problemática y se ve casi como un absoluto peligro: en su horizonte emergen problemas hasta ahora desconocidos en su profundidad y amplitud: no hay congruencia posible entre pasado y porvenir. Y de ahí...

3. Que el presente ofrezca una radical inestabilidad. Y esta inescrutabilidad del futuro que se nos viene encima nos coloca en la «extraña situación» de «vida suspendida». Seguimos viviendo «en formas políticas, sociales, doctrinales, ya inactuales y que reclaman sustitución»... «Existe la conciencia de la necesidad de esas grandes innovaciones, pero falta la decisión enérgica de realizarlas». ¿Por qué esa contradictoria «vida suspendida»? Ortega parece rechazar las respuestas aparentemente obvias, como la amenaza de una tercera guerra mundial -sin desconocer su valor-. El hecho es que el horizonte histórico sigue siendo inestable y no es probable que deje de ser en poco tiempo y que, mientras no se aquiete y aclare, todo lo que pase entre nosotros será provisorio y carente de autenticidad; en suma, la situación de ese momento es: «Nada acontece en nuestro tiempo más esencial que ese hecho de que nuestro problema, previo a todos, es el de nuestro hoy, un hoy insólito, para cuya intelección no bastan los conceptos recibidos de la tradición». Y alude a los hechos de los últimos treinta años, a su «figura y tamaño» -como la última guerra y las formas de la política, etc., no comprensibles desde las experiencias anteriores. «Apenas hay» -dice- «dimensiones de la vida en que no hayan sobrevenido tremendas novedades», por lo que «no podemos contar con ninguna tierra firme bajo nuestros pies». Y vuelve a referirse a la rebelión de las masas para señalar que su primera parte está ya archicumplida, y que es la segunda: «¿Quién manda en el mundo?», la que puede tener actualidad.

Así es como ve Ortega las cosas en 1954, es decir, un año antes de su muerte. Pero después de 1955 han seguido sucediendo cosas tremendas o insólitas, que ya él no pudo ver: la exploración del espacio, con la llegada del hombre a la Luna; el desarrollo, casi monstruoso, de la automatización y de la informática; Vietnam y sus secuelas, y las demás «guerras limitadas»: la multiplicación y universalización de los mass media -especialmente la televisión-; la irrupción del tercer mundo en la escena internacional -especie de rebelión de los pueblos-masa- las peculiares circunstancias de la crisis económica; el problema de las fuentes de energía; el reto ecológico y el demográfico; el auge espectacular del terrorismo; los movimientos juveniles y los de la llamada «marginación» - feminismo, movimiento «gay» y otros «movimientos» de «liberación»-, pasotismo, neoanarquismo, etc. Y vuelvo a preguntar: ¿Cómo habría descrito Ortega nuestra situación actual? ¿Cómo aplicar a ella sus ideas, para obtener algo que pudiera parecerse a tal descripción?

«Estamos entrando en el bajo imperio» -escribe (tanto ésta como las demás citas de los dos últimos párrafos pertenecen a su libro pasado y porvenir para el hombre actual)- y menciona al estoico Psidonio, maestro de Cicerón, como la última cabeza clara de ese fin de civilización cuyo ámbito yacía anegado en una enorme ola de estupidación.

A veces, no sin cierto terror, se me ocurre pensar ante la desconcertante situación actual, si no habrá sido Ortega nuestra última cabeza clara -que tanto necesitaríamos hoy-, algo así como el Psidonio de nuestro tiempo.





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