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ArribaAbajoOriginalidad y sentido de La desheredada

Germán Gullón


-¿Quién duda de eso? -dijo la sobrina-. Pero ¿quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esas pendencias? ¿No será mejor estarse pacífico en su casa, y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo, sin considerar que muchos van por lana y vuelven trasquilados?


Don Quijote de la Mancha (I, 7)                


La cuestión de si La desheredada (1881) de Benito Pérez Galdós inicia una segunda manera me parece retórica. ¿Qué duda cabe de que en esta ficción encontramos el repositorio principal de las situaciones, motivos, personajes, incluso estilo, que se van a repetir, transformar, acendrar en las novelas de los próximos veinte años, especialmente de los ocho siguientes? Isidora comiendo una naranja (p. 75)92 prefigura la imagen de Fortunata chupando un huevo; las miserables sisas de la Sanguijuelera cuando presta dinero a su sobrina las recordaremos al ver a Isidora víctima de semejante práctica a manos del avaro en Torquemada en la hoguera; además, en ambas novelas los hijos nacen con cabezas desproporcionadas. ¿Y quién, sino José Relimpio, es el primer apunte del genial tocayo José Ido del Sagrario? Al uno se le sube la champaña, al otro la carne, con el resultado de despertarles celos monstruosos, propios de situaciones folletinescas. Crea Galdós en La desheredada una gramática de imágenes básicas, sea la de la mujer natural, Isidora, que al entrar en las varias y complicadas combinaciones sintácticas del novelar adquiere complejidad. Esa imagen aludida de la Rufete, al integrarse en la creación de Fortunata, cobrará connotaciones mitológicas. O el mencionado caso de los dos Josés, cuyas personalidades esencializadas convergen en Maximiliano Rubín, cuando Fortunata le ofrezca su carne para darle un hijo, si mata a los traidores Juanito y Aurora, y Maxi recorre las calles de Madrid en busca de los adúlteros.

En la obra aparecen varias novedades. Surge una preocupación por España, originada en los problemas inmediatos que recargan la vida política del país durante la segunda mitad del siglo XIX, los levantamientos en Cuba y Puerto Rico -escojo dos entre los muchos posibles-, y no en los conflictos históricos, como por ejemplo, la influencia de la Iglesia en la vida civil española, de tan viejas raíces en nuestro pasado, novelados en obras anteriores. Galdós aparece colocado a distancia de las preocupaciones recreadas, suscribiendo, por influencia de las doctrinas krausistas, soluciones prácticas, según indica la dedicatoria de la novela a los maestros de escuela, con la esperanza de que la educación haga mejores ciudadanos a los españoles del mañana.

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Por último, en La desheredada Galdós manifiesta, por primera vez, una clara autoconciencia del novelar, completo control de sus facultades narrativas. Cuenta con gusto y firmeza de propósito, atrás quedan los días cuando las obras terminaban de varias maneras, La Fontana de Oro o Doña Perfecta, dependiendo del estado de ánimo dominante en el instante de escribir. La narración se ha hecho autónoma; el novelar independizado cobra una lógica propia, interna al relato. Nada ajena a semejante ocurrencia resulta la progresiva dramatización de la novela, en La desheredada hay capítulos enteros en forma dialogada. El autor deja que los personajes se revelen por sí mismos, a través de la falsedad romántica de sus diálogos, como los cruzados entre Joaquín Pez e Isidora, o a sí mismos, cuando el narrador, utilizando la segunda persona narrativa, nos deja auscultar la conciencia de la protagonista, llena de ardientes sueños que le dan vida.


Innovación esencial

La desheredada resulta una obra afortunada en cuanto a la crítica. Atrae mucha y de calidad.93 Casi todos los estudios indican con acierto la función del capítulo inicial, organizado en torno al manicomio de Leganés, su escenario, y de un loco, Tomás Rufete, asignándole al establecimiento un papel simbólico, al considerarlo microcosmos del vecino Madrid, o incluso de España entera. A semejante interpretación sociohistórica suelen seguir o preceder amplias disquisiciones acerca del Naturalismo, útiles para plantear la incógnita de si Isidora sufre delirios imaginativos a causa de una malformación fisiológica de origen hereditario, o por razones morales. Creo, sin embargo, que por atender excesivamente a esas cuestiones no se viene asignando a la novela su justo valor, ni se reconoce el mérito singular de la revolucionaria creación de un personaje, Isidora Rufete, cuyo imaginar se hará autónomo en el transcurso de la novela. Las figuraciones imaginativas de Isidora acabarán tomándolas los habitantes de su mundo como propias y características de ella, en su literalidad. Semejante autonomía supone un paso adelante de la novela española, con el que atraviesa el umbral de la modernidad. El lectorado no será atraído por los encantos de la narración, de lo contado, sino que, en cierto sentido, participará de la conformación de ese atractivo, de cómo una pobre mujer, loca por casi todas las definiciones, gana el afecto de cuantos la rodean por su locura, tenida al comienzo por aberrante, y entendiéndola al fin como una manifestación del normal desear humano.

En libro reciente Claire-Nicole Robin94 hace, en mi opinión, una acertada presentación del Naturalismo en La desheredada. Descarta con convincentes apreciaciones la influencia teórica de Zola, aportando claras razones históricas y sociales. Subraya la naciente conciencia en aquella época respecto a la cuestión social, que impulsada por el Naturalismo francés llegó a España, uniéndose pronto con los reformistas aires del momento post-revolucionario. Concluye que el Naturalismo y el asunto de las influencias reside en una serie de coincidencias, sin olvidar la centralidad del impulso, pues entre otras cosas, el país vecino, por su adelanto científico y social, era un modelo de comparación permanente. (La aportación de Robin me parece importante además   —41→   porque supone una especie de segundo capítulo a la teoría de los orígenes socio-históricos de la novela española esbozada por Juan López Morillas.95 Aunque el trabajo parte de una perspectiva social del estudio de la literatura, viene a confirmar a su manera el presupuesto dominante en la crítica sobre la obra: su realismo. Esa idea de que Galdós pretendía en la obra corregir los excesos de la imaginación, encarnados en Isidora Rufete, ilustrada hasta la saciedad con la famosa dedicatoria. «Saliendo a relucir aquí, sin saber cómo ni por qué, algunas dolencias sociales nacidas de la falta de nutrición y del poco uso que se viene haciendo de los beneficios reconstituyentes llamados Aritmética, Lógica, Moral y Sentido común, convendría dedicar estas páginas... [...] las dedico a los que son o deben ser sus verdaderos médicos: a los maestros de escuela». Y las palabras que cierran la obra: «Si sentís anhelo de llegar a una difícil y escabrosa altura, no os fiéis de las alas postizas. Procurad echarlas naturales, y en caso de que no lo consigáis, pues hay infinitos ejemplos que confirman la negativa, lo mejor creedme, lo mejor será que toméis una escalera». (p. 483)

Sin discutir la intención, siento que, al fijar el interés de la lectura en lo reformista de la obra, escamoteamos el examen de la cuestión literaria esencial. Isidora necesita de una mejor educación, no hay vuelta de hoja, y también los españoles en general; mas conviene insistir en el aspecto positivo de la obra, la elaboración por cuatrocientas páginas de la faz humana del personaje que asoma a pesar y bajo las tremendas deformaciones de la sociedad burguesa, la humanidad de Isidora oculta bajo sus pretensiones de nobleza.

Oímos en la dedicatoria al llamado autor implícito, creando un marco de valores sociales para la novela. La decisión de que la educación escolar aparezca en forma de valor positivo le pertenece; asimismo decide que la lectura de folletines resulta perniciosa para Isidora, que le produce un efecto parecido al que los libros de caballerías en el Caballero de la Triste Figura. A este nivel, Isidora y don Quijote son unos locos. Sin embargo, existe otro marco donde autor y lector entran en un pacto tácito, aceptando que la ficción es ficción, que vamos a creer cuantas cosas nunca jamás oídas relate el autor, a un nivel personal, extra-social, en el que la loca se hace un ser entrañable, cuyas ansías de nobleza lo son en sentido literal.

El autor implícito y el tácito no se contradicen, se complementan; el primero ejecuta en un plano novelesco, y socialmente relevante, las intuiciones del segundo. Fijar la atención en la dedicatoria, en el reformismo que entraña, es válido, siempre y cuando no lo tomemos de apoyo para la interpretación total de la obra. Es probable que a Isidora una buena educación la hubiese ayudado a vivir con los pies mejor asentados en la tierra, mas sin ella, el ser humano late sin ambages, deja asomar un espíritu transparente bajo su deformación. Isidora supone la imagen de un Quijote femenino, a quien Galdós paseó por los escaparates del Madrid burgués, y del que luego decantará otras imágenes, Rosalía Bringas, Eloísa, hasta Barbarita Santa Cruz.

El que al final presente un contraste entre la Isidora soñadora y la prostituta, que, en realidad, ha llegado a ser, prueba la patente superación del arte galdosiano. El personaje proyecta dos caras: una sonriente, angelical, esperanzada; otra, de hablar vasto, mirar trastornado, y de aspecto enfermizo que   —42→   diluye los contornos de su belleza. La primera es la figura ideal que el autor tácito decanta de la realidad, cuyas coordenadas de pobreza, enfermedad, traza el autor implícito para las Isidoras de este mundo, rebeldes al encasillamiento en los compartimentos sociales asignados por la fatalidad del destino. El autor, inventor de la ficción, ve al ser humano entre las rejas que su sentido común, el autor implícito, embajador en la novela, impone a los seres percibidos en la libertad de su imaginación creadora. En Fortunata y Jacinta no será ya el autor implícito quien gane al final, como en La desheredada; será Fortunata la angelical, la que percibió, imaginó, vio en la mujer del pueblo, el autor con quien nos une un pacto tácito cuya regla máxima se enuncia así: que la vida puede ser ficción, o dicho de otro modo, que la ficción es la mejor vida.




Falsos contrarios: La desheredada frente a El amigo Manso

William Shoemaker expuso hace años una teoría que goza de amplia aceptación.96 Refiriéndose a la escasa reacción crítica concedida a La desheredada en su tiempo, unos artículos de Luis Alfonso y de Clarín, en «Los Lunes» de La Época y del Imparcial respectivamente, y poco más, concluye que Galdós debió desanimarse, pasando con este motivo a escribir un tipo distinto de ficción, la novela idealista El amigo Manso. Continúa Shoemaker su argumentación aludiendo a una carta de don Francisco Giner de los Ríos, pródiga en elogios para La desheredada, y supone que flores tan eminentes espolearon a Galdós a retomar su manera anterior, realista, en la novela siguiente, El doctor Centeno (1883). La explicación parece ingeniosa, y quizás no exenta de alguna verdad biográfica; falla en cuanto enfrenta El amigo Manso al resto de la producción galdosiana del período. No considera la autonomía alcanzada por Isidora, distinta, eso sí, a la del ser de ficción autónomo por excelencia, Máximo Manso; no en vano Ricardo Gullón llamó 'nivola en ciernes' a la obra protagonizada por el profesor krausista.97 El salto de La desheredada a El amigo Manso resulta menor de lo asumido por Shoemaker, sobre todo si consideramos que Galdós al escribir La desheredada tomó conciencia de la importancia de crear personajes autónomos, de dejar libertad al autor implícito, su embajador, para organizar el mundo de la ficción; así las emociones personales no afectaban de manera directa, explícita, la construcción artística. Vemos a Isidora crecer, convertirse en personaje autónomo, viviendo una vida que la razón, la conveniencia social, entendida según los juicios de valor a que nos acostumbra el autor implícito, no aconsejan ni justifican, pero que, en la literalidad del texto, la voluntad del ser nacido en el papel va creciendo, imponiéndose en nuestra conciencia con poder superior al de todos los seres razonables, creados con el compás del sentido común, que pueblan la obra. En El amigo Manso la autonomía probada en la novela anterior se repite, a mayor escala. Este ensayo no satisfizo del todo al espíritu galdosiano tan comprometido con su época, inmerso en ella, inquieto analista de sus valores; y por eso, vuelve a reaparecer la realidad epocal en las obras siguientes. No veo, pues, un corte entre las tres novelas galdosianas, sino una continuación, en que las posibles opciones de realización novelesca van predominando unas sobre otras.



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Realismos

Resulta innegable el hecho de que en La desheredada se acentúa el realismo galdosiano; Madrid y la vida contemporánea se incorporan en pleno a la novela. Aunque conviene recordar que Galdós nunca abandona su primera manera realista, aquella expresiva o simbólica característica de La Fontana de Oro o Doña Perfecta. Hallamos la marca en el mismo primer capítulo; al conocer a Tomás Rufete, padre de Isidora, enfermo en el manicomio de Leganés, resulta fácil descifrar el simbolismo de este pabellón de enfermos, microcosmos del manicomio de locos sueltos que supone la cercana capital de España.

El modo realista utilizado para la presentación de Rufete es además representacional. Existe un claro intento de guardar una relación o correlación isomórfica entre la ciudad de Madrid en los años sesenta del pasado siglo y el representado en la ficción. Mapa en mano seguimos sin dificultad los recorridos de los personajes en sus idas y venidas por la capital; la justeza de las descripciones de casas lo confirma un paseo por el Madrid viejo, y las columnas de sociedad en los periódicos atestiguan la verdad de los detalles recreados de aquella sociedad de apariencias, los inefables paseos por la Castellana, donde se lucían palmos, tiros y vanidades. Lo mismo puede decirse de la Historia; no voy a repasarla, varios críticos la estudiaron antes que yo.98 Sólo recordaré que Galdós hizo coincidir los destinos de su protagonista con destacados sucesos en la vida social y política del país. El 11 de febrero, fecha de la proclamación de la Primera República, es cuando Isidora se echa en brazos de Joaquín Pez, suicidándose moralmente, en opinión del autor, en el mismísimo lugar, la calle del Turco, donde aconteció el asesinato de don Juan Prim.

Al Madrid apenas despierto al progreso de la vida moderna, llega Isidora Rufete, pobre, huérfana de madre, con un padre encerrado en Leganés, y dispuesta a reclamar una supuesta legitimidad como nieta de la Marquesa de Aransís. Cuando aparece por primera vez está visitando al padre, enseguida sabemos que la joven posee una fuerte personalidad, caracterizada por vivir unos anhelos, una vida mental, desligada de la realidad, en la soledad de su conciencia donde auténticamente se siente como un ser superior. No se concibe marquesa del modo que muchos locos se creen Napoleón; no, Isidora posee unos papeles que evidencian sus derechos al título.




La imaginación atrevida

La novela es la única, que yo recuerde, en que don Benito presenta a dos amantes en la cama, a Joaquín y a Isidora. En cualquier caso, Galdós se atreve a lo que pocos escritores en aquel 1880, dentro de la línea novelística literaria, no hablo de sub-literatura, se hubiesen atrevido a presentar: un adulterio con pelos y señales. Lo que a distancia contrasta con los cambios efectuados por Cervantes en la segunda versión de El celoso extremeño, en la que los jóvenes tras un forcejeo amoroso se duermen en inocente abrazo.99 La razón cervantina para llevar a cabo semejante falseamiento de la realidad resulta de todos conocida, la estrecha vigilancia de la Santa Inquisición. Don Benito se atreve a excavar, siquiera un poquito, en las galerías oscuras de los deseos humanos, a presentar íntimas trasgresiones, cometidas en desafío a los códigos sociales.   —44→   Y en las novelas siguientes las osadías irán aumentando, en Tormento, en La de Bringas, en Lo prohibido.

Respecto a La desheredada y a Fortunata y Jacinta se ha sugerido un elemento de tragedia, cuya existencia resulta inconsistente con el atrevimiento imaginativo de Galdós.100 La presentación de un adulterio abre un pequeño resquicio, el de los deseos sexuales, que latentes y presentes en cualquier época, no suelen ser aireados. La existencia del deseo insatisfecho niega cualquier posibilidad de tragedia, pues ésta supone un fin en sí: un final. Galdós deja abierta la posibilidad de que Isidora se vaya con Joaquín porque éste es un guapo mozo, igual que José María con Eloísa. La intervención del hado deja su lugar al instinto, a la atracción sexual.

Otra transgresión galdosiana ocurre cuando especula respecto a la sífilis de Mariano (p. 418), que por vía de sugerencia abre una serie de insinuaciones en torno a la vida interior del personaje. Este rasgo de la imaginación galdosiana proviene con toda seguridad del Naturalismo, e indica qué buen olfato tenían los reaccionarios españoles al protestar contra el 'ismo', pues dejaba entrever esa parte del ser humano por donde corren nuestros humores espesos, negados por los reaccionarios españoles, perversos inquisidores de la vida sexual del país por siglos.

La Revolución de 1868 había concedido nuevas libertades a los escritores para enfrentarse con temas comprometidos, permitiendo mayores audacias a la imaginación autorial. Don Benito supo disfrutar esa libertad, sin caer en el mal gusto.




Autonomías del imaginar

Varios críticos han apuntado la significativa presencia de Canencia en el primer capítulo de la novela -único donde aparece, luego sólo saldrá mencionado-; su importancia resulta esencial para una buena comprensión del conjunto: él bautiza, o quizás la imagen apropiada sea confirma, a Isidora, no la Rufete, sino Isidora de Aransis, la que es puro figmento de la imaginación. Esta, supuesta hija de Virginia, oveja negra de la Casa de Aransis, entra en la novela en boca de Canencia, cuyo simbólico nombre, y nadie parece haber reparado en el dato, coincide con el de un puerto de montaña de las cercanías de Madrid, que le cuadra muy bien al bebedor de vientos, figurada y literalmente hablando. Este loco pacífico es quien primero identifica a Isidora con su ideal, «le gustó [a Isidora] que le llamaran señorita. Pero como su ánimo no estaba para vanidades, fijó su atención en las palabras consoladoras que había oído, contestando a ellas con una mirada y hondísimo suspiro» (p. 24). El escribiente reconoce el señorío, sin reparar en la pobreza de la joven visitante de un enfermo de la sección de gratis.101

Al llamarla señorita, el lector percibe un cambio, casi la vemos ahuecarse, con gesto semejante al de Fortunata cuando ve a Juanito Santa Cruz en la escalera de la casa. La joven cobra vuelos y se reconoce en las voces cursis de Canencia, típicas de la novela sentimental, tan abundante en «penas» (p. 24), «amarguras» (p. 24), «lágrimas» (p. 25), y frases elevadas, «bello es el dolor» (p. 25). El lenguaje sentimental, de folletín, resulta el adecuado para nutrir los fuegos de la segunda vida que Isidora lleva dentro; en cada ocasión   —45→   que Isidora Rufete se desdobla en la de Aransis, la reconoceremos por el tono canencianesco del cavilar, aprendido en los novelones sentimentales.

Por la mente de Isidora pasaba una visión tan espléndida, que a solas y en presencia del sacerdote, del monaguillo y de los fieles, la venturosa muchacha sonreía.

No es caso nuevo ni mucho menos -decía-. Los libros están llenos de casos semejantes. ¡Yo he leído mi propia historia tantas veces...! Y ¿qué cosa hay más linda que cuando nos pintan una joven pobrecita, muy pobrecita, que vive en una guardilla y trabaja para mantenerse; y esa joven, que es bonita como los ángeles y, por supuesto, honrada, más honrada que los ángeles, llora mucho y padece porque unos pícaros la quieren infamar; y luego, en cierto día, se para una gran carretela en la puerta y sube una señora marquesa muy guapa, y va a la joven, y hablan y se explican, y lloran mucho las dos, viniendo a resultar que la muchacha es hija de la marquesa, que la tuvo de un cierto conde calavera? Por lo cual, de repente cambia de posición la niña, y habita palacios, y se casa con un joven que ya, en los tiempos de su pobreza, la pretendía y ella le amaba... Pero ha concluido la misa. Pies, ¿para qué os quiero?


(pp. 116-117)                


Al principio de la obra el lenguaje y la perspectiva vital de falso romanticismo que entraña su adopción, suena ridículo, propio de locos. Cuando Isidora confía a Encarnación la historia de los antecedentes aristocráticos, se reconoce en los estereotipos del folletín, adoptándolos, lo que le vale la burla cruel de la tía. «En sesenta y ocho años no le he visto nunca... Me parece que tú te has hartado de leer esos librotes que llaman novelas. ¡Cuánto mejor es no saber leer! Mírate en mi espejo. No conozco la letra... ni falta. Para mentiras, bastantes entran por las orejas... Pero acábame el cuento. Salimos con que sois hijos del nuncio, con que señorita principal os dio a criar y desapareció» (p. 54).

Varios críticos explicaron con detalle los aspectos folletinescos de la segunda vida imaginativa, no me detendré ahí. Me interesa su desarrollo. La burla, como dije, suele ser la reacción a las aspiraciones de la Rufete. Sin embargo, la empecinada persistencia traerá su recompensa, concedida en forma de una progresiva y natural habilidad en el manejo de la facultad imaginativa. No quedará, como Ido del Sagrario cuando le da el dengue, en la identificación de sus destinos en los estereotipos del folletín; poco a poco irá saliendo del molde, adquiriendo una singular maña para colorear el mundo alrededor con los tintes preferidos, vistiéndolo de ilusión.102

Cuando Isidora rompe con el miserable Sánchez Botín, epítome del amante tacaño, e indeseable por lo baboso, aquí y en Lo prohibido, don José Relimpio la lleva a su casa. Montada por su hijo Melchor en plan de base de operaciones para los turbios negocios de Beneficencia del joven abogado, el lugar desagrada de entrada a la Rufete, obstáculo salvable sin dificultad a estas alturas de la novela, gracias a las desarrolladas dotes imaginativas. «Las palabras Rifas, Grandes Rifas, Tres sorteos mensuales, seis millones, impresas en colores, revoloteaban por las paredes, cual bandadas de pájaros tropicales; y como el papel en que aquéllas campeaban era de ramos verdes, la fantasía loca de Isidora no había de esforzarse mucho para hacer de aquel recinto una especie de selva americana alumbrada por la luna» (p. 328).

La imaginación robustecida por el uso continuo le sirve, en cualquier ocasión, de medicina, útil para olvidar las amarguras de la vida, e incluso de droga para escapar a las responsabilidades propias. Por ejemplo, cuando sube al piso de la modista Eponina, contraviniendo las órdenes expresas de Miquis, cuya receta para una curación de los trastornos de Isidora prescribía un tajante   —46→   alejamiento de excitantes, en especial los trapos o disfraces que enajenaban a la Rufete. «Queda, pues sentado que era noble. ¿Por qué no era suyo, sino prestado, aquel traje, y había que quitárselo en seguida, sin poder siquiera, como los cómicos, lucirlo un momento? No era reina de comedia, sino reina verdadera. Se miraba, y se volvía a mirar, sin hartarse nunca, y giraba el cuerpo para ver como se le enroscaba la cola. Pero qué, ¿iba a entrar realmente en el salón de baile? Su mentirosa fantasía, excitándose con enfermiza violencia, remedaba lo auténtico hasta el punto de engañarse a sí misma» (pp. 396-370).

Los espejos no mienten, piensa Isidora, la figura vestida de diario, cubierta del vasto merino oculta a la aristócrata, e incluso juzgando por el efecto producido en Miquis al verla, oculta una figura «divina» (p. 370). En fin, el fantasear tiene sus lados que no están mal, y el médico comienza a caer en la cuenta de que las ilusiones de Isidora tienen un no sé qué de positivo, de revelador. No será descendiente de los Aransis, pero facha sí la hay.

Miquis, la Sanguijuelera, sus íntimos, quienes se burlan reiteradas veces de los isidorianos humos de grandeza, acabarán entendiendo que no son sólo delirios de loca, sino la imposibilidad radical de adaptarse a las realidades del mundo prosaico. Incluso el egoísta Joaquín, cuya explotación del flaco de la amante causa el envilecimiento y caída en la prostitución, intuye que acaso la locura oculte ilusiones insatisfechas. No obstante, Joaquín interpreta los desvaríos de la Rufete con los esquemas de la sociedad que le rodea, los del folletín.

JOAQUÍN.  Esas ideas de vivir ocultamente, y eso de hacer un nido y... -Riendo-: Estupideces, hija. Eso lo pueden hacer los pájaros, que no conocen la acuñación de la moneda. Estamos dejados de la mano de Dios. No hay que pensar en casita ni en simplezas. Los novelistas han introducido en la sociedad multitud de ideas erróneas. Son los falsificadores de la vida, y por esto deberían ir todos a presidio.


(p. 386)                


JOAQUÍN.  Ta, ta, ta. Tú vives de ilusiones. Aquí tenemos otra vez la fantasmagoría del pleito. Siempre crees que mañana te duermes Isidora y te despiertas marquesa de Aransis, harta de millones. No sé cómo, con tu buen talento, vives así, engañada por el deseo.


(p. 387)                


Poco después, al terminar una comida que calma hambres largas, gracias a la compasión y aportaciones pecuniarias de la amante, Joaquín volando en alas del entusiasmo, milagros de la buena digestión, reconoce cierta superioridad en Isidora; la comparación entre la generosidad de ésta y el mezquino egoísmo propio caen por su peso. Llega incluso a abandonar los estereotipos del folletín, convenientes casilleros donde suele descartar las aspiraciones de la joven al marquesado de Aransis, y, por un momento, la contempla transformada, hecha «un ángel». La exaltación dura breves instantes; la mezquindad y debilidad de carácter del desgraciado Joaquín Pez es incapaz de mantenerla, lo bastante para que el lector sienta la fuerza y el poder de la ilusión emanados por la protagonista.

JOAQUÍN.  No lo merezco ciertamente. Muchas veces te he dicho. Eres un ángel..., no de esos ángeles desabridos que pintan en los cuadros y en las poesías, los cuales vienen con consuelillos de moral emoliente, sino un ángel mundano que derrama sobre el corazón del desgraciado bálsamo eficaz. En una palabra, eres un ángel práctico. Bien se conoce en todas tus acciones la nobleza. Podrás equivocarte, cometer faltas; pero ser innoble, jamás. No sé si me explicaré diciendo que tienes la elegancia del alma.

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ISIDORA.  Tienes razón. Seré cualquier cosa; seré... mala si se quiere; pero ordinaria, jamás.

JOAQUÍN.  Indudablemente, eso está en la sangre. ¡Por vida de...! Si no ganas ese endiablado pleito, no hay justicia en la Tierra... ni en el Cielo. ¡Ay! Isidora, no sé por qué el champaña da a mi alma un vigor que ya no tenía. Ello es que siento deseos de echarme a pensar cosas agradables. Isidora, Isidora, mujer mía.  (La abraza tiernamente.)  Entretengámonos un momento con ilusiones.

ISIDORA.   (Riendo.)  Mejor es soñar que ver.

JOAQUÍN.  Ganarás el pleito... Yo me casaré contigo...


(pp. 388-389)                


La vida es sueño, Calderón dixit, el sueño es vida, según lo presenta don Juan Valera en Morsamor. En La desheredada, el sueño sustituye ventajosamente a la vida en la conciencia del vivir, del penoso diario existir de los desposeídos. Isidora acaba reconociendo la imposibilidad de alcanzar el título deseado, en compensación lo desempeña en la vida inventada. Lo nuevo, en cuanto al desarrollo de la ficción, la originalidad del tratamiento galdosiano de la imaginación, aparece cuando Miquis y cuantos trataron en vano de reformarla, la ven caída en el arroyo, hablando en vez del lenguaje elevado de la novela sentimental, una jerga popular, salpicada de expresiones barriobajeras, única herencia de sus relaciones con el Gaita. La conducta de Isidora Rufete, moldeada al comienzo de acuerdo con las prescripciones de la novela sentimental, emula los tópicos situacionales y vitales sugeridos por los novelones; Canencia, yo lo mencioné, enuncia por primera vez las líneas generales de conducta que así entra en relación paradigmática con la vida de una prostituta, inspirada en las crueldades verbales de Gaitica, donde la vida en vez de embellecerse aparece degradada. En los folletines falta realidad, falta vida, en cambio en el lenguaje brutal del chulo, sobra; sucede algo parecido con los tacos de cualquier lengua: sobra realidad, explicitez, en los referentes verbales.

El momento crucial de la narración, cuando Miquis confronta a Isidora con la posibilidad de volver a vivir una vida arreglada, surge Isidora y su imaginar en total autonomía. Leamos.

-Pobre mujer, todavía, todavía es tiempo...

-¿De qué?

-De adoptar una vida arreglada. Yo te buscaré trabajo.

-No sé hacer nada.

-Yo te pasaré una pequeña pensión...

-Dirán que soy tu querida. Concluiré por serlo...

-Búscate un modo de vivir. Vete con tu tía...

-No hay tu tía, no no...; déjame. ¿Para qué has venido acá? Ni falta... Aire, aire. No necesito consejos.

-Aborreces a Surupa, y, sin embargo, ¡cuánto se te ha pegado de él! Cuando recuerdo cómo eras y cómo eres, cómo hablabas y cómo hablas, no sé qué me da...

-Así es el mundo: unos se quedan y otros se van. Yo me fui, ¿te enteras? Yo me he muerto. Aquella Isidora ya no existe más que en tu imaginación. Esta que ves, ya no conserva de aquélla ni siquiera el nombre.

-Pues aquélla era mi buena amiga -dijo Augusto con tesón-; ésta me repugna.


(p. 468)                


La Rufete considera ficticio su modo de ser anterior y al hacerlo le confiere entidad propia, negando al mismo tiempo su consistencia fuera de la imaginación de Augusto, pues éste insiste en reconocer a la amiga en la soñadora. El cierre de la novela supone un claro ejemplo de literalidad en la ficción. Ese personaje, que identificamos con la protagonista de la obra, termina   —48→   rompiendo los cabos que le atan con el mundo real, atribuyendo su esencia a la facultad imaginativa, cuyo poder es el de ir más allá de la realidad, humanizándola, haciendo de ella un lugar habitable. La obra comunica la palpitación de lo humano, perceptible en el ordinario de todos los días, poniendo al personaje bajo condiciones sociales, económicas, políticas, que recuerdan esa máxima vivida a diario: la vida además de sueño es busca.




El imaginar autónomo y la novela

Tenemos, pues, dos Isidoras. La prostituta, definida por el autor implícito en términos explícitos cuando, durante el tenso final, adopta el papel de severo narrador; y la otra, la ensoñadora, la que atrae a Miquis y enamoró a don José Relimpio. La isidoresca vida repleta de ilusiones supone una cuña que penetra en la realidad, en la adecuación referencial del texto, y lo abre, haciendo que esa realidad, fácil de explicar en un principio -los locos, locos son y mueren en Leganés- se colme de preguntas, al ir contrastando la realidad con el mundo de ilusiones de Isidora, quien pareciendo una loca no lo es.

A simple vista Isidora pasa por vulgar prostituta, se gana la vida con los servicios prestados por su cuerpo; irónicamente, las ilusiones responsables del estado presente se caracterizan por su insubstancialidad, la indiferencia a la realidad, y una falta total de sentido práctico para la vida. La condena lo que la salvó, y viceversa, pues cae en la prostitución por desordenada y falta de juicio, no por vicio; es una víctima.

La falta de sentido práctico define a Isidora y caracteriza la novela. Clara escena simbólica del desinterés por lo práctico resulta cuando don José la enseña a manejar la máquina de coser, y ella no presta atención a las palabras del padrino, volviéndola a sus musarañas:

Don José quería tanto a su ahijada y gustaba tanto de verse próximo a ella, que aceptó gozoso. Las primeras explicaciones tuvieron poco éxito. Isidora no podía comprender aquel endiablado mete y saca de hilo superior, que por tantos agujerillos tiene que pasar hasta que lo coge en su honrado pico la aguja, y empieza, debajo de la placa, la rápida esgrima con el hilo interior. Se atacan con encarnizamiento, se cruzan, se enlazan, se anudan y se retiran tiesos, para volver a embestirse después que pasa una vigésima parte de segundo.

¡Lástima que Isidora no tuviera espíritu aquella noche en disposición de atender...


(pp. 128-129)                


La vida imaginada carece de desarrollo, el entramado de ilusiones es un «horno» (p. 85), constantemente encendido. Tampoco revela causalidad, mientras la 'real' posee una fuertemente marcada; sin que quepan alteraciones, se rige por el inamovible principio de 'quien mal anda mal acaba', seguido al pie de la letra en el caso de Mariano y, en última instancia, de la propia protagonista. La divergencia entre ambas maneras de vivir introduce una gran interrogación en la cuestión del Naturalismo. Consideremos el perfil de Isidora-personaje naturalista: hija de un loco, hereda su degeneración mental; la joven crece con una progresiva incapacidad para imponer un esquema racional a su vida, cuyo resultado final es la caída en la prostitución. Pasando de la explicación determinista a la literaria, retomo lo expuesto hace un instante, aquello de que los sueños de la joven cobran vida en las palabras de Canencia, en el   —49→   lenguaje del novelón sentimental, y que entendidos en su literalidad cobran vida propia en una existencia folletinesca. La explicación naturalista resultará válida para el nivel realista de ficción, no para el imaginario; la razón me parece obvia: en la descripción determinista de Isidora existe una cadena causal, una razón inicial, de la que se deriven los siguientes pasos; en la folletinesca no existe tal orden causal. El folletín supone sólo un impulso para el imaginar del personaje, que se lanza al mundo con su poder imaginativo y lo emplea a modo de caleidoscopio: todo depende del color del cristal por el que se mire.

El escenario de la vida en que se desarrolla la vida 'real', causalmente trabada, y la 'imaginaria', impulsada por los arrestos del imaginar, son distintos. Uno es el mundo, el otro, la nebulosa de los sueños, allí vive Isidora su «segunda vida» (p. 60). Al pasar de uno a otro debemos efectuar las correspondientes transformaciones; por ejemplo, cuanto se llame pleito en la realidad, en las ilusiones no es tal, sino un derecho no reconocido al apellido Aransis. En fin, Isidora no usa la realidad, la falsifica. Falsificación, doble vida, que como falta de sentido común es reprensible, no cuando consideramos las características positivas del imaginar descontrolado de Isidora. Dos me parecen esenciales. La primera, que Isidora mantiene contra viento y marea una absoluta confianza en sí misma, en el éxito final, optimismo que incluso contagia a Pez y a Miquis (p. 468). Ni los abyectos reveses de la realidad, ni las bromas de sus familiares y amigos, ni los continuos desastres de Mariano, nada consigue desteñir el horizonte coloreado con esperanza, de alcanzar mejor estado (p. 115). Segundo, el imaginar de Isidora sirve para presentar una continua variación a la realidad bien ordenada, de nítidos encadenamientos causales transportándolos a espacios poco frecuentados por el discurso racional. La novela se desdobla, presenta dos alternativas de igual peso y validez: la prescrita por la razón y la otra. Benito Pérez Galdós, al romper con su primera manera, el entendimiento simbólico de la realidad, típico de Doña Perfecta, da también un paso enorme al situar en el mundo de su novela a un personaje que vive de manera diferente al vivir de los demás. El vivir imaginativo de Isidora carece de las conexiones, de la causalidad, de la lógica, esa que los humanos desafiamos continuamente en el diario vivir, en que rompemos las reglas, con el deseo o con el hecho.

La imaginación del personaje rompe las barreras del orden; el discurso verbal exige un orden y una lógica que la gramática provee, pero el contenido ficticio transmitido por las palabras no tiene por qué ser ordenado; muy al contrario, puede llevar dentro de sí al imaginar, facultad que no necesita del orden exigido por el pensar racional, y eso es lo que aquí supone la historia de la desheredada Rufete. La novela rompe su logicismo al incorporar al discurso el imaginar y conferirle el mismo status concedido al pensamiento lógico y racional, dándole autonomía.

Galdós se compromete en La desheredada con la realidad para transcenderla, mostrándonos el bajo-mundo de nuestras ilusiones, oculto por el conformismo impuesto por las normas de conducta sociales, seguros frenos del imaginar humano, la facultad cuyo funcionamiento sugirió el sentido de la palabra libertad.

University of Pennsylvania





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