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«Loreto», 30-I-1888 y «Una visita a San Antonio de Padua», 20-II-1888.

 

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«Consideraciones que están al alcance de todo el mundo vedaron a El Imparcial la inserción de mis artículos, lloviendo sobre mojado del de Ortega Munilla relativo al mismo tema» (7).

 

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En Por Francia y por Alemania hará esta interesante diferenciación: «el libro se compra a fin de instruirse, el diario para recrearse: lo que se pide, pues, al cronista es la personalidad y el atractivo, el brillo y aun la petulancia, que distinguen su crónica rauda y volante del volumen maduro y sesudo, erudito y oneroso» (246).

 

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Pardo Bazán era una escritora curiosa, culta, una intelectual liberal interesada por todo lo renovador. Vid. sobre este punto M. del P. Palomo, «Curiosidad intelectual y eclecticismo crítico en Emilia Pardo Bazán», Estudios sobre «Los pazos de Ulloa», coord. M. Mayoral (Madrid: Cátedra-Ministerio de Cultura, 1989) 149-162; y G. Gullón, «Emilia Pardo Bazán, una intelectual liberal (y la crítica literaria)», Estudios sobre Emilia Pardo Bazán. In memoriam Maurice Hemingway, ed. J. M. González Herrán (Santiago de Compostela: Universidad, 1997) 181-195.

 

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«Yo me quedaba dormida en el rincón del coche, camino del Campo Santo; me dormía viendo los esplendores de la Nunziata y de San Lorenzo; y al ir por las calles creo que si me empujan me caigo y no me levanto de dormir en diez horas» (51).

 

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Doña Emilia, escritora culta y católica, no deja pasar la oportunidad para opinar sobre la obra del naturalista inglés, considerada entonces como arma de combate contra la religión. Refiriéndose al famoso libro de Draper, dirá: «al cual, en mi concepto, se hizo más caso del que merece, pues es obra escrita a la ligera, sin fundamento ni vigor crítico, y por consiguiente, sin acción excesivamente peligrosa» (26).

 

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«Al triunvirato que formábamos dio Llanos el nombre de las tres ciegas, pues las tres somos miopes, y a fuer de tales, encarnizadas y golosas en mirar de todo y no perder detalle ninguno, preguntando más que el Catecismo, pero escuchando como en misa» (127).

 

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Vid. L. Litvak, El tiempo de los trenes. El paisaje español en el arte y la literatura del realismo (1849-1918) (Madrid: Ediciones del Serbal, 1991) y J. M. González Herrán, «Trenes en el paisaje (1872-1901). Pérez Galdós, Ortega Munilla, Pardo Bazán, Pereda, Zola, Alas», Paisaje, juego y multilingüismo. X Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, eds. D. Villanueva y F. Cabo Aseguinolaza (Santiago de Compostela: Universidade da Santiago de Compostela, 1996) I, 345-358.

 

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En Por la España pintoresca, cuando visita Toledo, crítica la pésima combinación de trenes entre esta ciudad y Madrid: «un viaje de siete horas para cuatro que pueden disfrutarse en Toledo» (137), protesta. Por la Europa católica principia con sus reflexiones acerca del servicio de ferrocarriles en España, que deja mucho que desear y podría mejorarse: «De Madrid a Marineda, v. gr., en silla de posta se iba en tres días y dos noches, relativamente más pronto que ahora por el tren en veintiocho horas; y es que en vez de acortar por Zamora, da el camino innecesarias vueltas por Palencia y León [...] Podría tal viaje realizarse en quince horitas, adelanto de incalculables ventajas para los veraneantes y los que del veraneo viven» (10).

 

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Parece que este desconcierto fue también denominador común de la romería al Vaticano que se verificó once años antes y de la que fue cronista el gaditano José M. León y Domínguez, De Cádiz a Roma. Álbum histórico-descriptivo de la primera peregrinación española al Vaticano en 1876 (Cádiz-Madrid: B. Perdiguero y Cía., 1876).

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