21
«Loreto», 30-I-1888 y «Una visita a San Antonio de Padua», 20-II-1888.
22
«Consideraciones que están al alcance de
todo el mundo vedaron a El Imparcial la inserción
de mis artículos, lloviendo sobre mojado del de Ortega
Munilla relativo al mismo tema»
(7).
23
En Por Francia
y por Alemania hará esta interesante
diferenciación: «el libro se
compra a fin de instruirse, el diario para recrearse: lo que se
pide, pues, al cronista es la personalidad y el atractivo, el
brillo y aun la petulancia, que distinguen su crónica rauda
y volante del volumen maduro y sesudo, erudito y oneroso»
(246).
24
Pardo Bazán era una escritora curiosa, culta, una intelectual liberal interesada por todo lo renovador. Vid. sobre este punto M. del P. Palomo, «Curiosidad intelectual y eclecticismo crítico en Emilia Pardo Bazán», Estudios sobre «Los pazos de Ulloa», coord. M. Mayoral (Madrid: Cátedra-Ministerio de Cultura, 1989) 149-162; y G. Gullón, «Emilia Pardo Bazán, una intelectual liberal (y la crítica literaria)», Estudios sobre Emilia Pardo Bazán. In memoriam Maurice Hemingway, ed. J. M. González Herrán (Santiago de Compostela: Universidad, 1997) 181-195.
25
«Yo me quedaba dormida en el rincón del coche,
camino del Campo Santo; me dormía viendo los esplendores de
la Nunziata y de San Lorenzo; y al ir por las calles creo que si me
empujan me caigo y no me levanto de dormir en diez horas»
(51).
26
Doña
Emilia, escritora culta y católica, no deja pasar la
oportunidad para opinar sobre la obra del naturalista
inglés, considerada entonces como arma de combate contra la
religión. Refiriéndose al famoso libro de Draper,
dirá: «al cual, en mi concepto,
se hizo más caso del que merece, pues es obra escrita a la
ligera, sin fundamento ni vigor crítico, y por consiguiente,
sin acción excesivamente peligrosa»
(26).
27
«Al triunvirato que formábamos dio Llanos
el nombre de las tres ciegas, pues las tres somos miopes, y a fuer
de tales, encarnizadas y golosas en mirar de todo y no perder
detalle ninguno, preguntando más que el Catecismo, pero
escuchando como en misa»
(127).
28
Vid. L. Litvak, El tiempo de los trenes. El paisaje español en el arte y la literatura del realismo (1849-1918) (Madrid: Ediciones del Serbal, 1991) y J. M. González Herrán, «Trenes en el paisaje (1872-1901). Pérez Galdós, Ortega Munilla, Pardo Bazán, Pereda, Zola, Alas», Paisaje, juego y multilingüismo. X Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, eds. D. Villanueva y F. Cabo Aseguinolaza (Santiago de Compostela: Universidade da Santiago de Compostela, 1996) I, 345-358.
29
En Por la
España pintoresca, cuando visita Toledo, crítica
la pésima combinación de trenes entre esta ciudad y
Madrid: «un viaje de siete horas para
cuatro que pueden disfrutarse en Toledo»
(137), protesta.
Por la Europa católica principia con sus
reflexiones acerca del servicio de ferrocarriles en España,
que deja mucho que desear y podría mejorarse: «De Madrid a Marineda, v.
gr., en silla de posta se iba en tres días y
dos noches, relativamente más pronto que ahora por el tren
en veintiocho horas; y es que en vez de acortar por Zamora, da el
camino innecesarias vueltas por Palencia y León [...]
Podría tal viaje realizarse en quince horitas, adelanto de
incalculables ventajas para los veraneantes y los que del veraneo
viven»
(10).
30
Parece que este desconcierto fue también denominador común de la romería al Vaticano que se verificó once años antes y de la que fue cronista el gaditano José M. León y Domínguez, De Cádiz a Roma. Álbum histórico-descriptivo de la primera peregrinación española al Vaticano en 1876 (Cádiz-Madrid: B. Perdiguero y Cía., 1876).