Escena II
|
|
ELISA,
LUIS.
|
LUIS.- (Que ha oído las
últimas palabras.) ¡Hola!
¿Parece que estás hablando de mí?
|
—242→
|
ELISA.- ¿Pues de quién
había de hablar? Si no te hubieses empeñado ayer en
llevarte la Fortuna no se hubiera perdido.
|
LUIS.- Tienes mucha razón; y yo
también lo siento en el alma, pero ya no tiene remedio.
|
ELISA.- ¿No te dije yo que la dejaras?
¿No podías dar un paso sin ella?
|
LUIS.- Es verdad; pero me gustaba tanto cuando
se escapaba como si huyera, y después volvía
corriendo a todo correr...
|
ELISA.- Debías haber tenido más
cuidado con ella.
|
LUIS.- Sí, pero como siempre
volvía, me figuré que entonces...-
|
ELISA.- Te lo figuraste; pero ahí tienes
el resultado: la perra se ha perdido y no volverá a
aparecer.
|
LUIS.- Te prometo que otro día...
|
—243→
|
ELISA.- Sí, otro día, a buen
tiempo... No he podido dormir casi nada esta noche: si me
dormía soñaba que me estaba llamando y me despertaba
al instante. ¡Ay! También lo sentirá ella.
|
LUIS.- ¡Pobre animal! ¿en
qué manos habrá caído? Diera cuanto tengo por
encontrarla.
|
ELISA.- ¿Pero no sabes a lo menos el
sitio en que la perdiste? Se podría preguntar a todos los
del barrio.
|
LUIS.- Apostaría que me ha seguido hasta
cerca de casa. Como se mete en todas, habrán cerrado la
puerta de alguna, y la habrán dejado dentro.
|
ELISA.- Eso habrá sido; porque sino,
hubiera vuelto a casa, pues sabe muy bien el camino.
|
LUIS.- León iba conmigo, y me dijo cuando
la echamos menos, que no hacía un minuto que la había
visto. Él tiene la culpa de que se —244→
haya perdido la Fortuna, porque me distrajo con sus
travesuras.
|
ELISA.- A lo menos te debía haber ayudado
a buscarla.
|
LUIS.- Ya lo hizo anoche, y esta mañana
muy temprano hemos reconocido todas las calles y plazas:
también hemos ido al mercado, y a las casas de nuestros
amigos, pero en balde: no hemos podido adquirir la menor noticia.
Lo que más siento es que estarás muy enfadada
conmigo, amada Elisa.
|
ELISA.- (Dándole la
mano.) No, no estoy enfadada, porque no era tu
intención incomodarme, y sé que también lo
sientes... Pero, alguno viene: sal a ver quién es.
|
Escena III
|
|
ELISA,
LEÓN, LUIS.
|
LEÓN.- (Abriendo la
puerta.) Soy yo, soy yo, Luis; buenos días,
señorita.
|
—245→
|
ELISA.- Buenos días, León.
|
LEÓN.- Estoy buscando a Fortuna, y creo
que pronto...
|
ELISA.- ¿Qué dice V.? ¿Hay
esperanzas de encontrarla?
|
LEÓN.- ¿Conocen Vds. una vieja que
vive en la esquina y vende bollos y castañas?
|
ELISA.- ¿Cómo? ¿tiene mi
perra?
|
LEÓN.- No, ella no la tiene, que es muy
buena mujer, y la conozco mucho. «¿Qué?
¿la perra que V. busca es una muy chata y muy fea que se
anda metiendo en todas partes?»
|
ELISA.- ¿Fea la llama V.? Mas quiero que
no me hable V. de ella que no que la trate así.
|
LEÓN.- ¿Soy yo por ventura quien
lo dice? Repito las palabras de la vieja, y nada más.
«¿No o era una que traía aquel señorito
amigo de —246→
V.?» -La misma, contesté yo. «Pues esa,
me replicó, se la llevó engañándola
otro señorito que vive allá bajo en aquella casa de
los cuatro balcones».
|
LUIS.- ¡Esa es la de Rufino!
¿Será posible que él la haya robado?
|
LEÓN.- ¿No te acuerdas de haberle
visto ayer parado a la puerta de esa vieja cuando nosotros pasamos,
e hizo que no nos veía por no darnos castañas?
|
LUIS.- Cierto; ahora me acuerdo.
|
LEÓN.- ¡Bueno! Pues después
que anduvimos un poco llamó a Fortuna y le dio una
castaña que él ya había mordido, y mientras la
comía, Rufino la agarró y la llevó a su casa.
La vieja lo vio, y me lo ha contado todo.
|
ELISA.- ¡Qué picardía! Pero
en fin ya sabemos donde está. Ve corriendo por ella,
Luisito.
|
LEÓN.- Temo que no la encontrarás.
Rufino la ha —247→
cogido para venderla, que es lo que hace con sus libros y
con todo lo que puede. Es capaz de cualquiera cosa: el otra
día jugábamos al volante, y nos hizo mil trampas.
|
LUIS.- ¿Será posible? Voy a su
casa volando.
|
LEÓN.- No le encontrarás, porque
ahora mismo vengo de allá, y había salido.
|
ELISA.- Puede que haya mandado decir que no
estaba.
|
LEÓN.- No, porque he recorrido toda la
casa, y he dicho a una criada que le dijera que le había ido
a buscar para darle desquite al volante de una partida que me debe,
y que le esperaría en casa de V.
|
ELISA.- Si es verdad que ha robado a Fortuna, no
tendrá valor para venir acá.
|
LEÓN.- ¡Oh! No conoce V. su
descaro: vendrá solo porque Vds. no sospechen de él.
Pero yo le quitaré la máscara.
|
—248→
|
ELISA.- Es menester ir con cuidado para hacerle
confesar la verdad.
|
LEÓN.- Todo el cuidado que se necesita
para el caso es decirle sin rodeos que es un bellaco y un
ladrón.
|
LUIS.- No, no, León; eso no
serviría más que para que hubiese pendencia; y
papá no quiere que las haya en su casa. Puede que nos la
vuelva antes con buenas palabras que con reconvenciones.
|
ELISA.- Puede también que no sepa que la
perrita es nuestra.
|
LEÓN.- ¡Bueno! ¿Todos los
días la ve con su hermano de V. y no sabrá de quien
es la perra? Ha jugado cien veces con ella, y ayer la ha robado
para venderla. Ese es su carácter.
|
LUIS.- Chitón, que ya está
aquí.
|
Escena IV
|
|
ELISA,
RUFINO, LUIS y LEÓN.
|
RUFINO.- León, me han dicho que
habías ido a buscarme para que te diera desquite de una
partida al volante: estoy pronto cuando quieras. ¡Ah! Buenos
días, Luis. A los pies de V. señorita.
|
ELISA.- V. se va a divertir Rufino, y nosotros
nos quedamos aquí llenos de sentimiento.
|
RUFINO.- ¿Pues, qué ha
sucedido?
|
ELISA.- Que se ha perdido la Fortuna.
|
RUFINO.- ¡Qué lástima!
¡Era preciosa! El cuerpo de color de café con leche,
la boca y la cara negra, encima de la espalda una raya negra, y las
patitas también. Valía una onza como un ochavo.
|
ELISA.- ¿Puesto que tiene V. tan
presentes sus señas, no nos podría ayudar a
buscarla?
|
—250→
|
RUFINO.- ¿Soy yo acaso inspector de
perros, o me ha encargado V. ser guarda de la Fortuna?
|
LUIS.- Mi hermana no lo decía por
enfadarte, Rufino.
|
ELISA.- Ciertamente que no: pues como V. vive en
esta misma calle, y se perdió cerca de aquí,
creí que nos podría dar alguna noticia.
|
LEÓN.- La pregunta no podía ir
mejor dirigida.
|
RUFINO.- ¿Qué quiere V. decir con
eso, León?
|
LEÓN.- Lo que debe V. saber mejor que yo,
aunque estoy bien informado.
|
RUFINO.- Si no fuera por el respeto que se debe
a esta señorita...
|
LEÓN.- Déla V. las gracias de que
no le trato como merece su descaro.
|
—251→
|
LUIS.- (Apartando a LEÓN.) Mira de
reportarte, que sino perdemos la perra.
|
ELISA.- (Deteniendo a RUFINO.) Sí es
verdad, como V. dice, que me tiene alguna consideración,
hágame V. el favor de escucharme atentamente, y contestar a
lo que le pregunte.
|
LEÓN.- Y sin rodeos.
|
ELISA.- ¿Tiene V. nuestra doguita, o sabe
V. donde está?
|
RUFINO.- (Turbado.)
¿Yo? ¿yo la doguita?
|
LEÓN.- Esa turbación me confirma
que V. la tiene: además estoy bien impuesto en todo. V. se
la llevó engañada con el cebo de una
castaña.
|
RUFINO.- ¿Quién se lo ha dicho a
V.?
|
LEÓN.- Quien lo ha visto.
|
ELISA.- ¿Dígame V., Rufino, es eso
verdad, o no?
|
—252→
|
RUFINO.- Y aunque yo haya dado castañas a
la Fortuna, y la haya cogido para jugar con ella, se sigue de eso
que la he de tener yo, o, he de saber donde está?
|
ELISA.- Tampoco decimos eso. ¿No
preguntamos más que si V. sabe donde está ahora?
|
LUIS.- ¿O si la has tenido esta noche en
tu casa para hacérnosla buscar, y después
volvérnosla hoy por causarnos más alegría?
|
RUFINO.- ¿Piensan Vds. que mi casa es
guarida de perros?
|
LEÓN.- No creí que hubiese un
hombre tan descarado.
|
RUFINO.- Yo no hablo con V. Si V. se ha
propuesto ser ahogado de las doguitas, séalo en buenhora:
nada tengo que ver con eso.
|
LEÓN.- Porque le he dejado a V. sin
respuesta.
|
—253→
|
ELISA.- No sea V. tan vivo, León, pues
acaso le habrán engañado a V. No puedo creer que
Rufino sea capaz de tanta vileza.
|
LUIS.- Si él hubiese perdido alguna cosa
y yo pudiera ayudarle a buscarla, lo haría con mucho gusto;
y así no debe enfadarse por nuestras preguntas.
|
LEÓN.- Mejor será que V. venga
conmigo a la tienda de la vieja que vende castañas, que es
la que acusa a V.
|
RUFINO.- Y qué, ¿darán Vds.
más crédito a esa tía que a lo que yo
dijere?
|
LEÓN.- Ella no dice más que lo que
ha visto, y como que ningún interés tiene en este
asunto, merece más crédito que V.
|
RUFINO.- No quiero sufrir más estas
injurias, pero Vds. me las pagarán.
|
Escena V
|
|
ELISA,
LEÓN y LUIS.
|
LEÓN.- ¡Qué mentiras dice, y
qué descarado es! Apostaría mi cabeza a que él
tiene la doga. ¿No han visto Vds. qué aturdido se
quedó cuando se lo dije?
|
ELISA.- Con todo, una acción tan fea se
me hace increíble.
|
LEÓN.- A V. se le resiste porque no es
capaz de tanta vileza, pero él es abonado para todo.
|
ELISA.- ¿Y qué dicen Vds. de las
pullas con que nos ha contestado?
|
LEÓN.- Su fortuna fue estar V. delante,
que sino le hubiera puesto como nuevo.
|
LUIS.- No sé yo si hubieras salido bien
librado, porque apenas le llegas a la barba.
|
—255→
|
LEÓN.- Aunque no le llegara a la cintura.
Ese es un cobarde. ¿No han visto Vds. que cuando yo le dije
claro que tenía la perra, respondió mejor que cuando
le hablábamos con buenos modos? Pero yo le seguiré, y
sabré descubrir al animal aunque le haya metido en la
bodega.
|
ELISA.- Se incomodaría V.
inútilmente, León; no puedo creer que la tenga
Rufino, porque vivimos demasiado cerca para que pudiese ocultarnos
su robo.
|
LUIS.- ¿Y si la mata por temor de verse
descubierto?
|
LEÓN.- No tengas miedo, Luis, no la
matará: lo que quiere es venderla.
|
ELISA.- ¡En qué concepto le tiene
V!
|
LEÓN.- En el que le debo tener: dentro de
poco quedará V. convencida. (Se
va.)
|
Escena VII
|
|
DON ALBERTO,
ELISA, LUIS.
|
DON
ALBERTO.- ¿Qué han hecho Vds. a Rufino,
que ha venido a mi cuarto muy sofocado, y se queja mucho de Vds. y
especialmente de León? ¿También dice que Vds.
le acusan de haber robado a Fortuna? ¿Se ha perdido?
|
LUIS.- Ayer tarde se me desapareció
volviendo de paseo, pero no había querido decírselo a
V. por si acaso parecía.
|
ELISA.- ¡Ay! No puede V. pensar cuanto lo
siento. ¡Buenas lágrimas me cuesta!
|
DON
ALBERTO.- Felizmente no es más que una perra, y
esta pérdida te acostumbrará a sufrir con paciencia
otras más importantes que ocurren en la vida. ¿Pero
tú (A LUIS.) por qué
no eres más cuidadoso?
|
LUIS.- Tiene V. razón, papá, yo
tengo la culpa. —258→
Debía haberla dejado en casa o haber puesto
más cuidado. Lo siento por mi hermana, porque Fortuna era
más suya que mía.
|
ELISA.- Sin embargo no creas que estoy enojada
contigo; porque me acuerdo de las veces que tú me disimulas
las molestias y enfados que te doy.
|
DON
ALBERTO.- Dame un beso, hija mía: me alegro
mucho de que sufras con paciencia este contratiempo; pero me alegro
aun más de ver que no te enfadas con el que le ha
causado.
|
ELISA.- Bastante castigado está mi pobre
hermano por su descuido. Luis la quería tanto como yo, y
además tiene el sentimiento de haberme causado esta
pesadumbre.
|
DON
ALBERTO.- Conservad, hijos míos, ese
cariño que os tenéis. Personas conozco yo que por una
cosa semejante hubieran despedido de su casa a un buen criado.
|
ELISA.- ¡Dios me libre! ¡Preferir un
perro a un —259→
criado; un animal a una persona como nosotros!
|
DON
ALBERTO.- Esa diferencia tan puesta en razón no
saben hacerla todos, pues gentes hay que ven con frescura padecer
hambre a un pobre huérfano, y se apuran por su perro
favorito si sufre la menor molestia.
|
ELISA.- ¡Es posible, papá!
|
DON
ALBERTO.- En recompensa del sentimiento que expresa
ese suspiro, ofrezco darte una perra igual a la que has perdido, si
por desgracia1
no se encuentra.
|
ELISA.- No, papá: le doy a V. las
gracias; pero no quisiera exponerme a otro disgusto. He padecido
tanto con la pérdida de Fortuna que sino la encuentro no
quiero tener otra.
|
DON
ALBERTO.- Eso es ya demasiado, Elisa. ¿Conque
deberíamos renunciar al más dulce placer de la vida
no queriendo tener amigos, porque la muerte o la ausencia nos
podría separar? Si —260→
comparas el placer que te ha causado Fortuna desde que
nació, al dolor que sientes por su pérdida,
verás que el primero excede mucho al segundo. Es natural que
quieras a una perrita tan bonita como Fortuna, y sería un
rasgo de ingratitud...
|
ELISA.- Eso fuera bueno si yo la olvidase porque
no está aquí para hacerme fiestas.
|
DON
ALBERTO.- Lo que me consuela en este lance, es que
aprenderás a sufrir otros mayores. Pero, volviendo a lo que
decía, ¿conque han maltratado Vds. a Rufino?
|
ELISA.- No fuimos nosotros, papá, que fue
León el que le habló con más entereza.
|
DON
ALBERTO.- ¿Y cuál ha sido su
respuesta?
|
LUIS.- Se ha defendido bastante mal, y se
turbó mucho a la primera pregunta.
|
ELISA.- Pero, V. papá, ¿cree que
si tuviese la doguita diría que no?
|
—261→
|
DON
ALBERTO.- Yo no lo puedo asegurar, pero esa
turbación no proviene de una conciencia muy limpia. Sin
embargo para que no falte nada que hacer, mañana lo
pondremos en el diario.
|
LUIS.- Si Rufino la tiene, será
inútil.
|
DON
ALBERTO.- Puede no serlo. Un perro no es fácil
de ocultar, porque es un animal bastante grande y ruidoso.
Además ha menester que le den de comer; lo que no siempre
puede hacerse en secreto. No quiero decir nada al padre de Rufino
porque es muy grosero, y está enfadado conmigo porque no me
gusta que su hijo venga mucho aquí. No hay más
remedio que aguardar el resultado del anuncio.
|
ELISA.- Tendría mayores esperanzas si
pudiera prometer algo al que me trajera la perra.
|
DON
ALBERTO.- Yo me encargo de eso. Ven, Luis, que
—262→
te voy a dictar lo que han de poner en el diario, y
tú lo llevarás a la imprenta.
|
ELISA.- ¡Ay! ¡qué
alegría sería para la Fortuna y para mí si la
encontrásemos!
|
Escena II
|
|
LUIS, ELISA.
|
ELISA.- (Que viene corriendo por
la parte opuesta.) ¿Qué alboroto es
ese? ¿Por qué estás tan contento? ¿Ha
parecido Fortuna?
|
LUIS.- No amiga que es otra cosa mejor. Ten,
mira lo que he encontrado junto a la puerta de casa.
(Le da una cajita con un anillo
dentro.)
|
ELISA.- (Abriendo la
caja.) ¡Ay! ¡Qué anillo tan
hermoso! ¡Qué lástima que falte la piedra de
enmedio!
|
LUIS.- Sin duda se habrá desprendido,
porque aquí —264→
está aparte en un papel. Mira este diamante
aquí a la luz, verás como brilla. El de papá
no es tan grande.
|
ELISA.- Mucha lástima tengo al que le
haya perdido.
|
LUIS.- Esto sí que es más que
perder una doga.
|
ELISA.- Qué sé yo que te diga.
¡Mi perrita era tan bonita y me quería tanto!
¡Ay! ¡Cuando yo me acuerdo de la alegría que
teníamos cuando la hacíamos fiestas, ningún
anillo me hubiera dado tanto gusto!
|
LUIS.- Pero con esta sortija podías
comprar cien doguitas como ella.
|
ELISA.- No sería la mía. El que ha
perdido esta sortija regularmente tiene otras, y yo no tenía
más que una Fortuna.
|
LUIS.- Sin duda será de alguna persona
rica, que los pobres no tienen esas alhajas.
|
—265→
|
ELISA.- ¡Con todo si ha sido algún
pobre criado que lo ha perdido llevándole al platero!...
¡O si ha sido el platero mismo a quien se le ha extraviado!
El diamante suelto me lo hace temer. ¡Qué sentimiento
tendrán esas gentes!
|
LUIS.- Tienes razón, Elisa; ya siento
haberla encontrado: es menester decírselo a papá.
Aquí viene.
|
Escena III
|
|
DON ALBERTO,
LUIS, ELISA.
|
DON
ALBERTO.- ¿Qué tenemos?
¿Vendrá mañana en el diario el anuncio de
Fortuna?
|
LUIS.- Todavía no he ido a la imprenta,
papá: porque al salir de casa encontré esta sortija y
me volví corriendo. (Le da la
cajita.)
|
DON
ALBERTO.- A ver. ¡Qué brillante tan
hermoso!
|
LUIS.- No dirá V. que no merece la pena
de haber —266→
vuelto a casa, en vez de ir a la oficina del diario.
|
DON
ALBERTO.- Si fuera tuyo tendrías mil razones:
dígolo, porque no creo que tengas intención de
quedarte con él.
|
LUIS.- ¿Y si nadie le reclama?
|
DON
ALBERTO.- No faltará quien te lo haya visto
levantar del suelo.
|
LUIS.- No, señor, no lo ha visto
nadie.
|
ELISA.- Yo no tendría sosiego mientras no
averiguase de quien es.
|
LUIS.- De manera que si se presenta su
dueño, no hay que temer que me quede con la sortija. Eso
fuera lo mismo que haberla hurtado, y sé muy bien que a cada
uno se le debe dar lo que sea suyo.
|
DON
ALBERTO.- En llegando ese caso, recelo que no has de
estar tan alegre.
|
—267→
|
LUIS.- ¿Y por qué no, papá?
Confieso que al principio no pensé más que en el
gusto de hallar una sortija tan preciosa, figurándoseme que
ya era mía: pero mi hermana me ha hecho ver el sentimiento
que tendrá el que la haya perdido; y me alegraré
más de sacarle de su apuro, que no de conservar una prenda
que me haría poner colorado cada vez que la mirase.
|
ELISA.- Cierto que es mucho gusto aliviar las
penas del afligido: por esto no puedo acabar de creer que Rufino ni
otro alguno tengan la inhumanidad de retener a Fortuna sabiendo mi
pesadumbre.
|
DON
ALBERTO.-
(Abrazándolos.) ¡Oh,
almas inocentes y puras! ¡No sabéis, hijos
míos, cuanto gozo experimento en ser vuestro padre! Procurad
radicar y fortalecer diariamente en vuestro corazón esos
sentimientos generosos, de los cuales dependerá vuestra
felicidad y la de vuestros semejantes.
|
ELISA.- ¿Si V. nos da el ejemplo,
papá, cómo podríamos pensar de otro modo?
|
—268→
|
LUIS.- Voy corriendo a enseñar esta
sortija a todos los que encuentre, y a la oficina del diario para
que anuncien que hemos perdido una perra, y encontrado una
sortija.
|
DON
ALBERTO.- Poco a poco con eso, hijo mío. Es
menester tomar algunas precauciones, porque podría ser muy
bien que alguno viniese a reclamar la sortija sin ser suya.
|
ELISA.- ¡Oh! Ya sabría yo
averiguarlo. Primero les preguntaría cómo era, y no
se la daría sino al que diese las señas.
|
DON
ALBERTO.- Tampoco es ese un medio muy seguro. Pueden
haberla visto cuando la llevaba su dueño, y venir antes que
él por ella.
|
ELISA.- Ya veo que Y. sabe más que
nosotros, papá.
|
DON
ALBERTO.- El anillo es bastante rico para que no hagan
diligencias por encontrarlo: y así es menester esperar.
|
—269→
|
LUIS.- ¿Y sino las hacen?
|
ELISA.- Eso es increíble, siendo cosa de
tanto valor.
|
DON
ALBERTO.- Mientras tanto yo le guardaré, y
cuidado con no decir nada a nadie.
|
Escena V
|
|
ELISA,
LUIS, LEÓN.
|
LEÓN.- Empiecen Vds. a reírse del
lance que les voy a contar. ¡Há, há, há!
(Riendo a carcajadas.)
|
LUIS.- ¿Qué es ello?
|
LEÓN.- El chasco más gracioso del
mundo. Ya estamos vengados.
|
ELISA.- ¿Vengados? ¿Y de
quién?
|
LEÓN.- De Rufino: ha perdido el anillo de
su padre. (LEÓN se
ríe.) ¡Ha! ¡ha! ¡ha!
|
|
(ELISA y
LUIS se miran con
sorpresa.)
|
ELISA.- ¿Cómo ha sido eso?
|
LEÓN.- Su padre le envió con
él a casa del platero para que asegurase el diamante del
centro que —271→
se había desprendido.
(LUISA da un
codazo a ELISA, que le
hace señas que calle.)
Cuando vino
aquí le traía en el bolsillo, pero como salió
tan furioso y dando patadas, sin duda le dejó caer en la
calle.
|
ELISA.- ¿Le ha visto V. después
del suceso? ¡Qué mal gesto tendría!
|
LEÓN.- El de un desenterrado.
|
LUIS.- ¡Ay! ¡hermano!
|
ELISA.- (Diciéndole que
calle.) Escucha hasta el fin, hermana.
(A LEÓN.)
¿Lo sabe su padre?
|
LEÓN.- Todavía no, porque
salió del apuro con una mentira. Le preguntó si lo
había entregado al platero, y contestó que
sí.
|
ELISA.- ¡Pobre infeliz!
|
LEÓN.- ¿Le tiene V.
lástima?
|
LUIS.- ¿Pues qué no es digno de
ella?
|
—272→
|
LEÓN.- ¿Digno de lástima?
¡Qué disparate! (Se
ríe.) ¡Si Vds. hubieran visto
cuánto le he hecho rabiar!... Era un gusto verle ir de
tienda en tienda preguntando si habían visto su sortija, y
lo mimo a cuantos pasaban por la calle. Yo le seguía por
divertirme; y cuando me preguntó: si había visto su
sortija u oído hablar de ella, le contesté:
¿me has hecho por ventura guarda de tus sortijas?= ¡Si
supieras cuánto vale!= Mejor para el que la haya
encontrado...= ¿Y mi padre qué me dirá?= Es
regular que te dé las gracias con un garrote.
|
ELISA.- Confieso a V., León, que nunca
tendré la inhumanidad de divertirme con las desgracias
ajenas.
|
LEÓN.- ¿Ha tenido él
más compasión de Vds. por ventura?
|
LUIS.- El que Rufino se haya portado mal con
nosotros no nos autoriza para ser crueles con él.
|
—273→
|
LEÓN.- Es verdad; pero a pesar de eso no
está en mi mano compadecer a quien me ha ofendido. Su
fortuna es que no haya sido yo el que encontró su sortija,
que no la vería tan pronto.
|
ELISA.- ¿Pues qué se había
V. de quedar con ella?
|
LEÓN.- Tanto como eso no, pero no se la
volvería hasta que su padre le hubiese dado una buena
sotana.
|
LUIS.- Nunca creí que fueses tan
vengativo, León.
|
ELISA.- Ni yo lo creo tampoco. Eso es no
más que hablar. Si se viese en el caso obraría de muy
diversa manera.
|
LEÓN.- No lo crea V: yo soy extremoso, lo
confieso: sé querer a mis amigos; pero con los que no lo
son, sino para engañarme... ¡Hola! Aquí le
tienen Vds. ¡Ha! ¡ah! ¡ah! (Se
ríe señalando con el dedo a RUFINO que entra.)
|
Escena VI
|
|
ELISA,
LUIS, LEÓN y RUFINO.
|
RUFINO.- Aquí me tienen Vds., es verdad;
pero lleno de amargura, y bien arrepentido y castigado de mi
conducta pasada. Perdónenme Vds. por Dios, y ayúdenme
a salir del apuro en que me veo.
|
LEÓN.- ¿Tienes más que dar
aviso a la imprenta para que anuncien la pérdida de tu
sortija?
|
RUFINO.- No me atrevo a volver a casa, y no
sé qué partido tomar, ni donde esconderme.
|
LEÓN.- No tengas cuidado que la sortija y
la perra se encontrarán juntas. Apostaré a que la
fortuna la tiene metida en la cola.
|
RUFINO.- Esas burlas bien merecidas las tengo,
pero no por eso soy muy menos digno de compasión.
|
—275→
|
LUIS.- No te aflijas, Rufino que la sortija no
está perdida.
|
RUFINO.-
(Sorprendido.) ¡Cómo!
¿La tienes tú?
(Abrazándole.) ¡Ay,
amigo! ¡de qué ahogo me sacan tus palabras!
|
LEÓN.- (Bajo a ELISA.) No conoce que
se está burlando de él. ¡Que bien hecho!
|
RUFINO.- Déjame que de rodillas te
manifieste mi gratitud... pero no: antes quiero que Vds. sepan
cuanto ha pasado, aunque pase por la vergüenza de decirlo.
(Vase corriendo.)
|
Escena VIII
|
|
DON ALBERTO,
ELISA, LUIS y LEÓN.
|
DON
ALBERTO.- ¿Qué tiene Rufino que le he
visto desde el balcón entrar llorando en casa?
|
ELISA.- El pobre muchacho llegó
aquí medio muerto.
|
LUIS.- La sortija que encontré es la de
su padre, que se la dio para que la llevase a componer, y la
perdió en el camino.
|
DON
ALBERTO.- ¿Le habéis hecho ver la
indignidad de su conducta con respecto a vosotros?
|
LEÓN.- No señor: ni siquiera se ha
hablado de la perra. Yo no le diera el anillo sin que la trajese
primero.
|
LUIS.- Como le vi tan acongojado no tuve valor
para ocultarle una noticia tan lisonjera.
|
—278→
|
ELISA.- Tampoco yo me acordé de la perra
en aquel momento, porque la aflicción de Rufino no me
dejó pensar en otra cosa.
|
DON
ALBERTO.- El modo con que os habéis portado en
esta ocasión, hijos míos, me llena de gozo y de
ternura. Sólo las almas viles pueden complacerse en insultar
a un enemigo desgraciado, y en aumentar la aflicción del
afligido. Pero, Rufino, ¿dónde está?
¿Cómo se marchó sin llevar la sortija por
delante?
|
LUIS.- Estaba tan alegre que no sabía lo
que hacía.
|
ELISA.- Abrió la puerta, y echó a
correr como un relámpago.
|
LUIS.- Si V. viera, papá, lo contento que
estoy porque aprueba V. nuestra conducta.
|
DON
ALBERTO.- ¿Podrías creerme insensible al
mérito de una acción generosa?
|
—279→
|
LUIS.- Como V. nos había prohibido...
|
DON
ALBERTO.- Os había prohibido hablar
indiscretamente del anillo; pero no cuando se presentase el
legítimo dueño.
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Escena IX
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DON ALBERTO,
ELISA, LUIS, LEÓN y RUFINO, que tiene la doguita en
brazos.
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ELISA.- (Gritando de
alegría.) ¡Ay! Fortuna ¡querida
Fortuna! (Corre hacia ella, la toma en brazos y la
hace fiestas.)
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RUFINO.- Ya Vds. están viendo mi maldad y
mi ruin proceder, en pena del cual he querido castigarme yo mismo
pasando por la afrenta de confesarlo. La vergüenza voluntaria
a que he querido sujetarme sea para Vds. un indicio de mi
arrepentimiento, y perdónenme por Dios una villanía
que prometo será la postrera.
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—280→
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DON
ALBERTO.- No es mal principio de enmendarse el
reconocer sus desaciertos, y el apresurarse a repararlos.
Aquí tiene V. su anillo.
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RUFINO.- ¡Qué diferencia tan grande
entre mi conducta y la de estas criaturas generosas! Estoy
confundido y lleno de rubor, pero jamás olvidaré este
suceso, ni la saludable lección que me han dado.
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ELISA.- Esto no ha sido más que una
travesura de parte de V., Rufino; y estoy cierta de que no hubiera
dejado pasar el día sin volvernos la Fortuna.
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RUFINO.- V. piensa muy bien de mí. La
tenía escondida en un granero, y...
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DON
ALBERTO.- No necesitamos saber más. Basta
conque V. se arrepienta de lo que ha hecho, viendo por sí
mismo que las malas obras nos hacen enemigos de Dios y de los
hombres y se descubren tarde o temprano. No tengo reparo en
proponer a V. por modelo la conducta de —281→
mis hijos. ¡Oh, criaturas generosas!
¡Cuántas gracias tengo que dar a Dios por las buenas
inclinaciones que descubro en vosotros! Ya estáis viendo que
el modo más seguro y noble de vengarse es hacer beneficios
al que nos ha ofendido, y que no hay cosa más digna de un
alma grande que corresponder a la malignidad con favores.
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RUFINO.- ¡Ah! Bien lo conozco, y a fe que
siento la más viva y amarga aflicción.
(A LUIS y a
ELISA.)
Perdónenme Vds., amigos míos.
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LUIS.-
(Abrazándole.) Por mí
desde luego y de todo corazón.
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ELISA.- (Dándole la
mano.) Ya ha parecido mi Fortuna y por mi parte todo
está olvidado.
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RUFINO.- (A LEÓN.)
Seríamos indignos de este ejemplo si no le
siguiéramos.
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LEÓN.- Estoy tan confuso como tú,
y te aseguro que no perderé esta lección.
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RUFINO.- Acabo de confesárselo todo a mi
padre. Ha —282→
estado tan irritado conmigo, como admirado de su generosidad
de Vds. y pide el permiso de venir dentro de una hora a traerles
una ligera muestra de su reconocimiento.
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DON
ALBERTO.- No, no. Mis hijos no admiten regalos por
haber cumplido con su obligación. El devolver a cada uno lo
que es suyo es un deber riguroso y nada más.
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LUIS.- ¡Qué mayor premio que la
alegría que uno siente en sí mismo cuando obra bien!
¿Y no es también harta recompensa el ganar un amigo
para toda la vida? ¿No es así, Rufino?
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RUFINO.- Aunque no merezco este honor,
haré cuanto pueda por merecerle de hoy en adelante.
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LEÓN.- Yo también lo ofrezco, pues
en realidad no he sido mejor que Rufino; pero me habéis
enseñado a vengarme con nobleza, y no perderé
ocasión de imitar tan digno ejemplo.
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