—[77]→
La poesía árabe de tipo clásico había llegado en al-Andalus a las máximas cotas respecto al modelo oriental a finales del siglo X. Su pulso no iba a decaer durante los dos siglos siguientes, tal vez por la ley de los grandes números. La caída del califato omeya y la guerra civil produjeron la descentralización de la cultura, que se extendió a todos los lugares de al-Andalus. Hasta entonces la poesía árabe era una manifestación cortesana: era en Córdoba o a lo más en otras ciudades de la Bética, como Sevilla, donde se encontraban los cenáculos en que un poeta se hacía, en las clases de poesía que se impartían en la mezquita, en los salones, en las tertulias, desde el momento en que la poesía árabe es especialmente erudición. Los sabios, los filólogos, los literatos, los poetas de Córdoba emigraron de la ciudad destruida por los bereberes y llevaron sus conocimientos exquisitos a los más perdidos lugares de la Península donde hallaron refugio. Como consecuencia hubo más poetas y más posibilidades de que entre ellos hubiese buenos poetas. La poesía seguía siendo un fenómeno cortesano, pero ahora había muchas cortes.
Hubo muchos poetas en árabe durante los siglos XI y XII: excelentes, medianos y malos. Y excelentes historiadores, antólogos y críticos. Casi sabemos todo lo que se escribió y además ha sido muy bien estudiado en nuestros días.73 Dada la extensión de estas páginas tendremos —78→ que silenciar muchos nombres y mencionar sólo aquellos que, desde nuestro punto de vista, representan las cimas más importantes.
La primera generación de poetas de estos siglos de oro es aún cordobesa y su núcleo mas importante está formado por el grupo que denominamos los «nostálgicos» del califato. Es una generación que forma parte de una clase social muy determinada: la aristocracia de la sangre y de la administración, de la espada y del cálamo, para usar una definición que usarían los propios árabes. Son los hijos de los grandes funcionarios del califato omeya, nacidos o criados en las ciudades de Medinazahara o Madīnat az-Zāhira que recibieron una educación esmeradísima, que escribían el árabe más depurado, que esperaban un futuro cómodo en la corte y que de repente, cuando eran muy jóvenes, vieron derrumbarse su mundo. Algunos se inventaron otros mundos, otros sucumbieron con el pasado, pero todos sintieron nostalgia, política y cultural, por el mundo de su infancia: quisieron restaurar el califato omeya, odiaron a la plebe y a los reyes de taifas, se refugiaron en la escritura y sobrevivieron como pudieron. Casi todos escribieron poesía y algunos fueron extraordinarios poetas.
En este grupo, no incluimos a los poetas de la corte de Almanzor aunque siguiesen componiendo como Ibn Darrāŷ al-Qaallī, ā‘id de Bagdad o Ubāda ibn Mā’ al-Samā‘74, supervivientes del desastre cordobés, peregrinos por las cortes de taifas, poetas hasta su muerte, sino al grupo formado por Ibn Šuhayd (992-1035), Ibn azm (994-1063), Ibn ayyān (987-1067), Ibn Zaydūn (1003-1070), Ibn Burd «el joven» y otras figuras secundarias.
Como poetas destacan Ibn Šuhayd e Ibn Zaydūn, aunque la poesía intelectualizada de Ibn azm no deja de ser interesante y requeriría un estudio que posiblemente no se ha hecho porque los otros aspectos de su figura han eclipsado esta faceta.
Ibn Šuhayd es un extraordinario poeta y según sus propias teorías, por talento natural y no por erudición, aunque su poco bagaje erudito no fuese sino una de las puestas en escena del personaje que él mismo se creó, como haría Lord Byron, con el que tiene ciertos paralelismos y no sólo porque adoptase un talante cínico y libertino. Como poeta —79→ cultiva los géneros modernistas porque son los que reflejan su forma de vivir, con una evidente actividad bisexual y báquica, tal vez exagerada para épater le bourgois. Un ejemplo podría ser uno de sus poemas en los que mezcla, con extraordinaria habilidad, los géneros modernistas:
Tras la descripción de la tormenta primaveral con las flores mujeres y las mujeres en flor, una rawiyya, humanizada exquisitamente, esboza un fragmento erótico cinegético:
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Tras esta alusión a las batallas de los árabes pre-islámicos que desmiente su autopretendida falta de erudición, Ibn Šuhayd inicia una escena báquica, pues las víctimas de la cacería resultan ser las jarras de vino:
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Como si no fuese suficiente la bella descripción de la orgía, hace su aparición un efebo adolescente y afeminado:
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Ibn Šuhayd sufre una hemiplejia a los cuarenta y dos años que convierte su vida en un infierno. Entonces compone algunos de los versos más intensos de la poesía hispano-árabe, como su famosa despedida a Ibn azm de Córdoba:
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Murió en la primavera del año 1035.
—82→Ibn Zaydūn (1003-1070) tiene unas características semejantes a la de su contemporáneo Ibn Šuhayd, del que sólo le separa una vida más larga, pero igualmente intensa. Es el creador, en al-Andalus, de un tipo de elegía que si tiene precedentes en el nasīb, recreada en el neoclasicismo por al-Buturī, por ejemplo, inicia una sobriedad serena en el verso, sin términos conceptistas, con figuras retóricas sencillas, como en una depuración del modernismo. El tema de las elegías son los amores y los lugares perdidos, la juventud que se aleja. Es famosa su elegía a la princesa Wallāda, con la que tuvo unos turbulentos amores, en el marco de las ruinas de Medinazahara, poema extraordinariamente traducido por Emilio García Gómez:
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Pero no es la única de sus elegías, como no fue Wallāda su único amor. Es muy interesante la que a continuación traducimos porque además utiliza un poema estrófico, rompiendo la rima única de la casida, en estrofas de cinco versos, es decir lo que llama la retórica árabe un tajmīs. Escribió el poema en la cárcel, adonde le habían conducido intrigas palaciegas y sus amores con Wallāda. Poco después huiría a Sevilla:
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Las elegías de Ibn Zaydūn crearán escuela y volveremos a ver poemas de este tipo que cantan desde la lejanía al amor y la patria perdida.
Tras la caída del califato, Sevilla se convierte en un reino independiente, en una taifa, bajo la soberanía de una aristocrática y rica familia de provincias: los Banū ‘Abbād. Ya el primero de estos príncipes sevillanos, Abū-l-Qāsim Muammad ibn ‘Abbād (1023-1043), muestra las características que van a acompañar a todos los soberanos de su —86→ estirpe: inteligencia, falta de escrúpulos, ambición, valor, orgullo y sensibilidad estética. Con este bagaje consiguieron ampliar los límites de su taifa al Algarve, Huelva, Algeciras, Ronda, Córdoba, parte de Jaén y Murcia. Su extremada sensibilidad estética, refinada por una gran cultura, les hizo rodearse de belleza, ya se encontrara en un rostro femenino, en un objeto precioso, en un palacio o en un poema. Por ello, y esto es lo que nos interesa aquí, Sevilla fue la capital poética del al-Andalus en la época de las taifas hasta tal punto que la caída de los Banū ‘Abbād, destronados por los almorávides, genera un tópico literario: el odio a Sevilla,79 motivado por el recuerdo, irrepetible con la dinastía norteafricana, de que una buena casida no sólo recibía un alto pago crematístico sino que podía salvar la vida, al aplacar la ira de los coléricos y estetas soberanos de Sevilla.
La primera época de la poesía en Sevilla es todavía una continuación de los gustos de los últimos años del califato: los poetas cultivan las nawriyyāt -panegíricos que fueron reunidos en una antología por el literato sevillano Abū-l-Walīd Ismā‘īl-ibn ‘Āmir (1023-1069), que era conocido como habīb (amigo, amado).
La poesía sevillana toma un mayor grado de exquisitez en busca de la más perfecta belleza formal en el reino de ‘Abbād ibn Muammad, que lleva el título real de Al-Mu‘taid, el más inteligente, cruel y esteta de los reyes sevillanos, poeta ocasional él mismo y amante de la poesía, de forma que intenta conseguir que sus ministros sean poetas o que los poetas sean ministros, logro perfecto que alcanza al tener como ministro a Ibn Zaydūn, huido de Córdoba. Pero seguramente ya es el mejor poeta de su corte su hijo, el príncipe Muammad ibn ‘Abbād, que logra aplacar la cólera paterna con una casida, cuando pierde, por desidia, la efímeramente conquistada plaza de Málaga.80
El príncipe, desde muy joven, es poeta, y como dice Emilio
García Gómez, «personifica la poesía en tres
sentidos: compuso admirables versos; su vida fue pura poesía en
acción; protegió a todos los poetas de España, cuando
Sicilia y Kairauán fueron, respectivamente, invadidas por los normandos
y las tribus beduinas
».81 En Silves, donde su
—87→
padre le hizo gobernador a los
doce años, conoce a la esclava Rumaykiyya, a la que hará su
esposa favorita y a la que dedicará versos bellísimos, porque
Muammad ibn
‘Abbād, que reinará con el nombre de
al-Mu‘tamid,
es especialmente un poeta del amor. Recordemos por ejemplo el acróstico
en el que cada verso comienza con las letras del nombre que Rumaykiyya
tomará como esposa real: I‘timād:
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También en Silves, el príncipe Muammad conoce a Ibn ‘Ammār (1031-1086), nacido en una aldea de esta población lusitana, con el que le unirá una amistad equívoca y apasionada. El rey al-Mu‘taid destierra a Ibn ‘Ammār por considerarle una influencia perniciosa para su hijo y este hecho nos permite comprobar la calidad poética de Ibn ‘Ammār, tan excelente poeta como político. Desde Zaragoza se dirige a al-Mu‘taid para intentar lograr que le levantase el destierro, con una casida elegíaca, al estilo de Ibn Zaydūn, pero con una solemnidad de treno:
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Tras el fúnebre comienzo, el poema se endulza con el nostálgico recuerdo de los días pasados en Silves:
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En realidad su estancia en Zaragoza no tenía tintes tan trágicos, la corte de Ibn Hūd había bellos efebos a los que podía dedicar sus gazales, género en el que alcanzó gran maestría, siempre con carácter homoerótico. A pesar de la belleza de la casida, no produjo el efecto buscado, tal vez por la alusión a la alegre vida que llevaba con el príncipe Muammad en Silves y que también éste recordaría años más tarde en un poema dirigido precisamente a Ibn ‘Ammār:
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La diferencia entre el tono de la poesía de los dos amigos se encuentra seguramente en que Ibn ‘Ammar es un poeta profesional, obligado a hacer poesía, e Ibn ‘Abbād lo hace por puro placer.
La muerte de al-Mu‘taid (1069) convierte en rey de Sevilla al príncipe Muammad, ya con el nombre de al-Mu‘tamid, el cual hace —90→ volver inmediatamente a Ibn Ammār a la ciudad y ambos gobiernan, uno como rey, otro como ministro, mientras gozan de los más refinados placeres que les ofrece esta mítica Sevilla oncena y hacen poesía. Pero no son los únicos poetas de la corte, pues además de los sevillanos, llegan a la ciudad poetas no solamente por el mecenazgo real sino por el exquisito ambiente cultural.
En Sevilla aparece con gran fuerza la que podríamos llamar tercera generación poética de las taifas, poetas nacidos en la mitad del siglo en los más diversos lugares de al-Andalus y que representan la culminación poética de «las provincias», la culturización literaria de al-Andalus, fuera de la Bética. Uno de estos poetas es Ibn Wabūn de Murcia (1039-1090), que representa de nuevo el neoclasicismo más puro. Así lo muestra en la casida en la que describe el palacio de al-Mu‘tamid conocido como Al-Zāhī, conceptista e hiperbólica:
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Ibn Wabūn fue uno de los pocos personajes de la corte que osó lamentar la muerte de Ibn ‘Ammār. Porque la amistad de al-Mu‘tamid e Ibn Ammār había terminado trágicamente. El poeta lusitano, convertido en gobernador de Murcia, se había ensoberbecido y atacado al rey de Valencia, el nieto de Almanzor, ‘Abd al-‘Azīz. Al-Mu‘tamid, desde Sevilla, había escrito una irónica casida contra Ibn ‘Ammār, riéndose de sus orígenes humildes con unos irónicos versos en los que elogiaba a los antepasados de forma solemne:
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Para continuar con una descripción de annabūs de Ibn ‘Ammār, donde describe un imaginario palacio:
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Ibn ‘Ammār comprende la ironía de la casida y responde con una cruelísima sátira en que se burla a su vez de los Banū ‘Abbād, de su feudo originario en Yawmīn, lugar cerca de Tocina, en Sevilla, de los amados esposa e hijos de al-Mu‘tamid:
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Y acusa a al-Mu‘tamid de sodomía, haciendo, de nuevo, alusión a la época dorada de su juventud en Silves:
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El poema hizo mucho daño a al-Mu‘tamid, que decidió vengarse, aunque Ibn ‘Ammār estaba entonces lejos de su alcance. Pero tras una —93→ serie de acontecimientos, la pérdida de Murcia por Ibn ‘Ammār, su regreso a Zaragoza, sus nuevas conspiraciones, al-Mu‘tamid logró apoderarse de su persona y encarcelarle en palacio. Estuvo a punto de perdonarle, pero en un ataque de ira, tan característico de su familia, le mató de un hachazo.
Eran tiempos difíciles. Alfonso VI, con quien se dice que Ibn ‘Ammār se jugó la suerte de Sevilla en una partida de ajedrez, había decidido conquistar Toledo, como antigua capital de Hispania, en su intento de crear, tal vez, un Sacro Imperio Hispánico. Y lo consiguió en el año 1085. Entonces al-Mu‘tamid llamó en auxilio de los reinos de taifas a los almorávides, los sub-saharianos, con todo el fundamentalismo islámico que les daba su condición de neófitos de esta religión. Los almorávides frustraron los planes de Alfonso VI, no consiguieron reconquistar Toledo y destronaron a la fuerza a los reyes de taifas.
La conquista almorávide de Sevilla fue durísima, como si se tratase de una ciudad cristiana. Al-Mu‘tamid y su familia fueron hechos prisioneros y llevados al norte de África. Su partida en barco en Sevilla motivó una de las más bellas elegías andalusíes, obra de uno de estos poetas de la tercera generación, Ibn al-Labbāna de Denia, poema extraordinariamente traducido en endecasílabos por Emilio García Gómez:
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Al-Mu‘tamid en su destierro de Agmāt, junto a Marraquesh, compone sus últimos poemas. No son exactamente elegías: son cantos desesperados del prisionero que lo tuvo todo y tal vez los más sinceros de la poesía hispanoárabe. Él mismo escribe sus propios trenos y epitafio. Así dice en su propio planto:
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Los poetas de la corte de Sevilla se desperdigaron. Para algunos era su segundo destierro, como para Ibn Hamdīs de Siracusa (1055-1132), que había perdido su patria a manos de los normandos y había encontrado una nueva en Sevilla. Se exiliará de nuevo a Bugía, a la corte de los hammadíes, donde describirá una fuente de los leones, tema recurrente en la poesía y el arte hispano-árabe:
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También Ibn al-Labbāna ha de buscar una nueva patria de nuevo, después de haber encontrado refugio tras la pérdida de su patria originaria, Denia, conquistada por los hudíes de Zaragoza, una de las pocas taifas, con Toledo, donde la poesía fue episódica. Pero antes es el único poeta de la corte sevillana que acude a visitar a al-Mu‘tamid en su destierro de Agmāt y le recita poemas escritos aún en su honor. Ibn al-Labbāna, este personaje menudo y orgulloso, había encontrado en al-Mu‘tamid el señor al que servir con sus versos y tras su caída sabe que se encontrará en la situación del buen vasallo si hubiese buen señor. Tras la muerte de al-Mu‘tamid y su paso rápido por Bugía, se refugia en la taifa de Mallorca, que no ha sido aún conquistada por los almorávides. Su señor, el eunuco Mubaššar, tal vez no se asemeja a al Mu‘tamid, pero sí a los soberanos de su infancia deniense, también antiguos esclavos de raza europea. Allí compone los versos de su madurez, poblados de aves enamoradas como siempre y con una secreta vena de poesía tradicional, como el resto de su poesía.
Así, Mallorca tendrá los adornos de las aves:
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Y cantará una fiesta de primavera que posiblemente sea una reminiscencia pagana, conservada aún en la Mallorca islámica, de las fiestas femeninas o mayas:
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También compone panegíricos, entre los que destaca uno en el que describe a la flota del soberano en la bahía de Mallorca. Naturalmente, las naves se asemejarán a aves:
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Y tiene alguna imagen logradísima como:
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Ibn al-Labbāna muere en Mallorca alrededor del año 1114, cuando se disponía a partir en busca de un nuevo al-Mu‘tamid.
Pero el rey poeta era insustituible. Los poetas que quedaban en la ciudad decían odiarla en el odio a Sevilla literario. Así, Abū-l-‘Abbās —97→ Amad ibn ‘Abd Allāh, apodado «el ciego de Tudela», famoso por sus moaxajas y criado en Sevilla (m. 1126), dice:
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Los fātas o antiguos funcionarios califales, de origen europeo y servil, se hicieron dueños, a la caída del califato, de las provincias de al-Andalus que se extendían a lo largo de la costa este de la Península, el Šarq al-Andalus, o Levante. Estas tierras, de clima suave y próspera agricultura, no habían conocido anteriormente un gran desarrollo urbano, a excepción de Murcia, y la culturización producida por la llegada de las élites cordobesas fue muy sensible. Hubo, con un gran desarrollo urbanístico, un despertar a la cultura árabe, hasta entonces fenómeno lejano de la Bética, tanto más cuanto los más conspicuos intelectuales de la corte siguieron a los grandes fātas en su aventura taifal.
Así, los primeros nombres que suenan en tierras levantinas son los de los poetas cordobeses como āid de Bagdad o Ibn Darrāŷ al-Qaalli. Ya vimos cómo una de las más perfectas casidas neoclásicas de este último poeta había sido compuesta, en Valencia, en honor de los dos fātas que compartían el poder en esta ciudad. La presencia cultural cordobesa continúa en Valencia cuando se convierte en rey de la misma ‘Abd al-‘Azīz, nieto de Almanzor.
Algo muy parecido sucede en el vecino reino de Denia, donde su soberano, Muŷāhid, cultísimo militar de origen seguramente sardo, aunque educado en Córdoba, acoge a importantes intelectuales cordobeses. En esta taifa la poesía será fruta madura, ya que Muŷāhid no es proclive a los poetas y prefiere a los filólogos, ulemas y prosistas, porque, filólogo él mismo, cree que los poetas no utilizan las palabras con propiedad. Ante la figura de Ibn Darrāŷ guarda un respetuoso silencio, —98→ cuando el anciano poeta recita ante él una solemne casida en la que hace referencia a Muyŷāhid como marino, ya que con sus naves conquistó las islas Baleares y Cerdeña, y que comienza así:
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Pero cuando los poetas no tenían la categoría de Ibn Darrāŷ, eran objeto de su desprecio. Un día se le presentó Abū ‘Alī Idrīs ibn al Yamānī de Ibiza, isla famosa por sus sabinas, y le recitó, mientras el emir se dedicaba a tirarse de unos pelillos que tenía en la mejilla ante el farragoso estilo del poeta balear, lo siguiente:
Cuántas noches he viajado, preocupado porque conmigo no iba la estrella de la buena suerte; iba acompañado de un grupo de gentes altivas como leones del desierto o serpientes. Vestían las negras tinieblas, cuando andaban por la noche; se velaban con el resplandor de la mañana, cuando caminaban por el día; caminan al occidente de cada tierra en su oriente, y el oriente de cada tierra es occidente. El alba está velada y la noche ha tendido su tienda; es como si las deslumbrantes estrellas fuesen un grupo de gente entre los que se levanta la luna como un predicador en el púlpito. Es como si la luz de la aurora fuese la bandera de un jinete que siguiese un ejército de estrellas. Es como si el rayo del sol fuese el rostro de Muŷāhid cuando ilumina con su resplandor el atardecer. |
Cuando terminó el poema, Muŷāhid le arrebató el papel en el que
estaba escrito, se lo llevó a la nariz, lo olió y
tapándose la nariz con los dedos, dijo: «Tu poema huele a
sabina
».93
Su sucesor ‘Alī ibn Muŷāhid (1045-1076), aunque no aparece como tal crítico con los poetas, tampoco tiene una corte poética a su alrededor. Los poetas denienses como Ibn al-Labbāna ya citados pertenecen —99→ a la tercera generación taifal y la conquista de Denia por los hudíes de Zaragoza les lleva a exiliarse de su patria y hacer florecer su poesía en otras tierras. No es solamente el caso de Ibn al-Labbāna: el filósofo, científico, médico, botánico y musicólogo Abū-l-alt (1067-1134), nacido en Denia y emigrado a Sevilla, será poeta en las lejanas tierras de Egipto y Túnez.
Parecida situación se da en Murcia, pues ya hemos visto el caso de Ibn Wabūn, poeta en la corte de Al-Mu‘tamid. Parece que hay que esperar al siglo XII para encontrar muchos excelentes poetas en esta tierra.
La excepción se encuentra más al sur, en tierras levantinas de lo que hoy es Andalucía, en Almería, pues cuando acceden al poder los Banū Sumādi, un familia de origen árabe, tras el dominio de los fātas Jayrān y Zuhayr, en el año 1041, alrededor del rey al-Mu‘taim, se produce una pequeña corte poética. Curiosamente la mayor parte de los poetas, exceptuados los príncipes de la familia real, son de origen granadino, huidos del ambiente poco favorable para la literatura árabe que ofrecía la corte de los bereberes ziríes de Granada, donde el único poeta que había podido sobrevivir fue Abū Isāq de Elvira, el alfaquí de corazón de esparto.94 Así, son poetas en Almería Ibn addād de Guadix (m. 1087), enamorado de una doncella cristiana,95 o al-umaysir de Elvira, uno de los pocos poetas andalusíes especializados en poemas de tipo ascético o zuhdiyyāt, como muestra el siguiente poema:
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—100→
Al-Mu‘taim, rey de Almería (m. 1091), es, como al-Mu‘tamid, un rey poeta, aunque no tiene la brillantez del sevillano, al que posiblemente envidió un tanto. Tiene algunas imágenes bellas como:
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[Traducción de S. Gibert].97 |
Más interés como poetas tienen sus hijos Rafī‘l-Dawla, Abū Ŷa‘far, ‘Izz al-Dawla y Umm al-Kirām, esta última una mujer, de la que se conservan un par de versos, pero tal vez sus poemas no hubiesen sido conocidos si no fuera por su condición de príncipes.
Pero este Šarq al-Andalus o Levante se redime de no ser poéticamente la Sevilla oncena con el mejor poeta modernista de al-Andalus, Ibn JafāŶa de Alcira (1058-1139). La vida de este poeta de la ribera del Júcar no tiene el dramatismo de las de Ibn Zaydūn, al-Mu‘tamid o Ibn ‘Ammār. El acontecimiento más importante de su vida fue su encuentro, yendo de viaje con Ibn Wabūn de Murcia, entre Almería y Lorca, con un destacamento de caballeros cristianos que les atacaron y mataron al poeta murciano, pero Ibn Jafāŷa logró huir (1091). Rico hacendado, no necesitó ir en busca de mecenas de una corte en otra, ni en época de los reyes de taifas, ni de los almorávides, aunque hizo algunos viajes y escribió algunos panegíricos. Es, pues, su poesía y solamente su poesía lo que le hace atravesar los siglos hasta nosotros.
Se le ha llamado el poeta «jardinero» porque su poesía en este género poético alcanzó la más extraordinaria calidad, pero en realidad su sentimiento de la naturaleza desborda el marco del jardín y las flores, de forma que la poesía que describe, la naturaleza se llamará, en al-Andalus, de estilo jafāŷyi, haciendo referencia a su apellido.
Es difícil analizar el secreto poético de Ibn Jafāŷa, especialmente cuando las muestras de su poesía han de leerse en una traducción que ha perdido la belleza de las figuras de lenguaje utilizado por el poeta como sus delicadísimas aliteraciones. Desde las imágenes del pensamiento, —101→ desde las comparaciones y todo tipo de metáforas, podemos decir que realiza un encadenamiento sutil, de forma que cada imagen lleva la connotación de otras muchas. Así, cuando nos describe un jardín, vemos una sonrisa, un ejército en marcha, el vino en su copa de cristal y a un caballo alazán, como en la siguiente rawiyyat, que acaba con la aparición de un bello joven:
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Como hemos dicho, Ibn Jafāŷa es algo más que un especialista en rawiyyāt. Un ejemplo podría ser el poema cinegético que traducimos —102→ a continuación y en el que ha logrado reproducir todo el colorismo y dinamismo de una cacería:
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—103→
La visión antropológica de la naturaleza lleva a Ibn Jafāŷa a personificar una montaña como interlocutor de una serie de pensamientos ascéticos. Así, sin dejar de ser el poeta de la naturaleza, penetra en el género de las zuhdiyyāt de una forma originalísima, tanto como en el tema: la poesía árabe medieval había olvidado las montañas como tema poético:
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La poesía de al-Andalus había alcanzado su cumbre con esta montaña. Ya no volverá a subir a estas alturas. Ibn al-Zaqqāq de Valencia (m. 1134), sobrino y discípulo de Ibn Jafāŷa, tal vez por su prematura muerte sólo reproduce de su tío la belleza formal como en el poema:
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[Traducción de E. García Gómez].101 |
—105→
Si en las tierras de al-Andalus que recibían primero el sol floreció la poesía, no fue menos en las tierras del occidente donde se ocultaba, pero tal vez, en un paralelismo con el fenómeno astral, esta poesía no va a ser tan luminosa.
Si el Levante fue conocido por Šarq al-Andalus, el occidente lleva también el nombre geográfico correspondiente: Garb al-Andalus, u oeste de al-Andalus, nombre que perdura aún hoy en el sur de Portugal, en el Algarve.
En esta zona sudoccidental, los poetas estuvieron bajo la influencia estelar de Sevilla, pues los pequeños reinos del Algarve fueron incorporados a esta taifa por al-Mu‘taid. Así, el mejor de sus poetas en esta época fue Ibn ‘Ammār de Silves. Pero las tierras centrales de lo que es hoy Portugal y la Extremadura española formaron el reino de taifas de Badajoz, que conservó su autonomía hasta la conquista de los almorávides con la dinastía de los Banu Afas o aftasíes. Estos soberanos, de lejano origen bereber, se distinguieron de las otras dinastías de este origen étnico más o menos lejano como Granada y Toledo por gustar, cultivar y proteger la literatura.
La corte de Badajoz tuvo también un poeta modernista, Ibn āra de Santarén (m. 1123), del que ya mencionamos un poema sobre la berenjena, pero su poesía resulta muy artificiosa frente a la maestría de Ibn Jafāŷa. Por ejemplo, Ibn āra describe así un naranjo:
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[Traducción de E. García Gómez].102 |
La descripción del naranjo y su fruto en Ibn Jafāŷa, utilizando los mismo procedimientos, es decir, metamorfoseando las naranjas en piedras preciosas, resulta superior, sin términos pedantescos:
—106→
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Unos personajes curiosos, al menos por su apellido romance que significa «vuelvo la cabeza», son los hermanos Qaburnu, Abū Bakr (m. 1126), Abū-l-asan y Abū Muammad, los dos últimos muertos en fecha desconocida. Los tres eran poetas de tipo modernista y se nos ha conservado un poema hecho por los tres al alimón.
Los tres hermanos habían estado bebiendo juntos hasta que el sueño les venció. Al amanecer, se despertó primero Abū Muammad, que le dijo en verso a su hermano Abū Bakr:
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Despabilado, Abū Bakr recitó al tercer hermano aún durmiente, Abū-l-asan:
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Despertose Abū-l-asan y dijo:
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El hedonismo de los Banū Qaburnu no fue interrumpido por la caída de Badajoz en poder de los almorávides, mientras otro poeta, Ibn —107→ ‘Abdūn de Évora (m. 1126), entonaba un lúgubre treno por la caída de los reyes de taifas en general y de los aftasíes en particular.
Este género, el treno -rita o martiya en árabe- ya tiene unas características propias en esta época, tanto desde el punto de vista formal con el uso de anáforas que le asemejan a una letanía, como desde el punto de vista temático con el leitmotiv del ubi sunt o dónde fueron los pueblos y grandes hombres que vivieron en el pasado y luego desaparecieron. El treno de Ibn ‘Abbūn ofrece todas estas características, pero la enumeración de personajes de la antigüedad que desaparecieron como lo habían hecho los reyes de taifas le convierte en una especie de enciclopedia erudita en verso. El mejor elogio fúnebre de la época dorada de los reinos de taifas lo realizó otro contemporáneo de Ibn ‘Abdūn y originario de las tierras del occidente de al-Andalus: Ibn Bassām de Santarén, al escribir una antología crítica de la literatura que se había producido en el siglo de oro de al-Andalus: el siglo de las taifas.