Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Los suplementos literarios de «El Día» (1881-1886): una voluntad de regeneracionismo (o de regeneración) cultural

Yvan Lissorgues





Este estudio de los «Suplementos literarios de El Día» debe verse primero como una contribución a la ingente labor iniciada hace años por Cecilio Alonso a partir del «Suplemento literario de El Imparcial» y que dio lugar a la ciclópea y utilísima publicación de Los Índices de Los Lunes de El Imparcial (1874 - 1933), obra en dos tomos de 1407 páginas, premiada y editada por la Biblioteca Nacional de Madrid. Tan largo, minucioso y complejo trabajo, en lugar de incitar a su autor al reposo, dio impulso al deseo de hacer un análisis completo de todos los «Suplementos literarios» de los grandes periódicos de la Restauración, La Época, El Día, El Liberal. En este volumen nos presenta el Profesor Alonso el resultado de sus desvelos sobre el Suplemento de El Liberal. Todo lo cual relativiza mi contribución, tanto más que Cecilio Alonso ya empezó la indiciación del «Suplemento» del diario de Marqués de Riscal; me limito pues, por lo que hace a El Día, a tomar el relevo, siguiendo el método de quien es maestro en este asunto. La única colección de los ejemplares de El Día, publicados en 1881 es la que está depositada en el Archivo del Congreso y manifiesto mi agradecimiento a Carlos Dorado, Director de la Hemeroteca Municipal, por haberme permitido consultarla. Por desgracia, sólo tres ejemplares del «Suplemento», se incluyeron en la encuadernación; los demás, unos veinte, están perdidos, al parecer definitivamente. Afortunadamente, a partir del 9 de julio de 1881, se publica en la primera plana del diario un «Aviso» publicitario que, con antelación, anuncia por un breve resumen, la salida, del «Suplemento». Así tenemos por lo menos algunas indicaciones acerca de los «Suplementos» desaparecidos.

El primer imperativo fue, pues, hacer el índice completo de los 215 «Suplementos», aproximadamente, publicados entre el 15 de julio de 1881 y el 2 de mayo de 1886. Este índice y las copias de muchos artículos seleccionados constituyen la base fundamental que autoriza y facilita un estudio de contenido y permite sacar las líneas de fuerza de las orientaciones culturales, literarias, y filosófico-ideológicas de esta publicación. Es obvio que, después de cumplir con mi cometido, todos los documentos en mi posesión pasarán al taller del experto Alonso.

Por lo que se refiere al periódico El Día y a su director el Marqués de Riscal, don Camilo Hurtado de Amézaga y Balmaseda, conde de Villaseñor y maestrante de Zaragoza, debo confesar mi deuda al libro El hambre en Andalucía de Simone Saillard, en el que la investigadora francesa publica los artículos ya conocidos de Leopoldo Alas sobre la situación económica y social de Andalucía y proporciona preciosos datos sobre el diario y el Marqués. Es de esperar que pronto publique Simone Saillard la biografía de este último, prócer ilustrado y figura singular de un liberalismo dinámico e innovador, al que no se le ha dedicado hasta ahora en España la atención que merece.

Mi trabajo se divide, pues, en dos partes.

En un primer momento se trata de hacer un análisis positivo de todas las características de los «Suplementos», deparadas por el índice, y en parte explicadas por el conocimiento, por cierto incompleto, del entorno político, social y cultural.

En segundo lugar, habrá que justificar la orientación general de los «Suplementos literarios» de El Día, anunciada por el epígrafe elegido para encabezar este trabajo, o sea, «una voluntad de regeneración cultural» o «una voluntad de regeneracionismo cultural»; semánticamente las dos versiones significan casi lo mismo, y si me atrevo a elegir la segunda es sólo para matizar la definición que la Real Academia da de la palabra regeneracionismo.


Topografía de los suplementos literarios de El Día

¿Por qué los Suplementos y no el Suplemento? Es que a lo largo de los casi seis años de existencia hay fluctuaciones en el título y en el número de páginas de un Suplemento que siempre está integrado en el diario, y se ofrece a los lectores, «sin aumento de precio», los lunes durante los tres primeros años, los domingos a partir del 12 de agosto de 1883, de nuevo los lunes a partir del 4 de enero de 1885 hasta el 29 de marzo de este mismo año, y después parece que el «Suplemento», entonces titulado «Hoja literaria» o «Literatura-Ciencias-Artes-Comercio», aunque suele aparecer los domingos, sale de vez en cuando los jueves o los sábados.

En cuanto al título, es también fluctuante: a partir del 15 de julio de 1881, se publica una quincenal «Hoja literaria», que ya en octubre del mismo año se titula «Suplemento literario» y consta de 4 páginas; es quincenal hasta el 14 de noviembre y semanal después con el título de «Suplemento literario del lunes» y hasta el 5 de agosto de 1883. El 12 de agosto del mismo año, una «Hoja literaria de El Día», siempre semanal, pero de dos páginas, sustituye al «Suplemento literario». El 7 de septiembre de 1884 cambia de nuevo la cabecera: «Artículos literarios» y se reduce a una página y media; el cambio, explica la redacción, se debe a la «necesidad de abreviar el espacio que acostumbrábamos dejar a la «Hoja literaria», para dar cabida [...] a las noticias de más actualidad sobre el curso de la epidemia colérica». Dos semanas después, se restablece la «Hoja literaria». A principios de 1885 (el 15 de febrero), se pone un nuevo título: «Literatura - Ciencias - Artes - Comercio» que de golpe, da cuenta, en cierto modo del contenido de todos los «Suplementos» u «Hojas» anteriores, como se mostrará ulteriormente; debe añadirse que esta sección, vestigio de los suplementos anteriores, a veces se limita a una sola página y hasta a dos o tres columnas. A partir de agosto de 1884, cuando se reduce a dos páginas, el Suplemento titulado entonces «Hoja Literaria», va perdiendo sustancia y desaparece, como por consunción, el 2 de mayo de 1886.

Esas vacilaciones, que debían de desconcertar al lector aficionado, pueden tener dos explicaciones relacionadas entre sí; primero, parece que en la jerarquía de valores, lo literario pasa después de la economía, del comercio, de lo social y sobre todo a partir de cierto momento el periódico está indudablemente enfrentado con problemas financieros. Por eso, probablemente, a mediados de 1886, se retira el Marqués y deja El Día en manos de Segismundo Moret, entonces ministro de Estado, que, según puede afirmar L. Álvarez Gutiérrez (1983)1, no rechaza ayudas de Alemania que llegan por el canal de la Embajada, ayudas otorgadas «a cambio de utilizar dicho diario [...] para fomentar las relaciones económicas hispano - alemanas» (Saillard, 2001: 32).

Y eso que, por los años de 1882-1884, el diario de Marqués alcanza tiradas, según se deduce del pago de los derechos del timbre, que lo colocan en sexta posición entre los grandes rotativos de la Restauración, después de La Correspondencia de España, El Imparcial, El Globo, El Liberal y El progreso (Saillard, 2001: 32, nota 6).

Durante el periodo de plenitud del diario, periodo que Simone Saillard califica de momento de euforia, el Suplemento, que consta de cuatro páginas de cuatro columnas, merece realmente el nombre de Suplemento. En su factura más cumplida, comprende un largo artículo de Castelar o alternativamente un capítulo de las Memorias inéditas de Antonio Alcalá Galiano, que en el caso de Castelar cubre la primera plana y dos o tres columnas de la segunda. Siguen dos, tres o cuatro artículos, algunos de los cuales en forma de cuento, de una a tres columnas cada uno, con firmas de varios autores. No faltan, en general, tres crónicas, que resumen los acontecimientos más notables de la semana ocurridos en Madrid, Londres, París y tal cual veces en Bruselas o Roma. La crónica «Madrid», a veces sin firma, suele llevarla Manuel Ossorio y Bernard o José Gutiérrez Abascal. Está claro que en Londres y París el periódico mantiene corresponsales permanentes; el (o los) de París no firma(n) nunca, mientras que la «Crónica de Londres» viene asumida durante meses por Philintus, seudónimo de no se sabe quién. El «Suplemento» se cierra sobre una nutrida «Bibliografía» de obras varias, literarias, técnicas, comerciales, científicas, etc., recién publicadas y no es excepcional, que entre la «Bibliografía» y la «Publicidad» que ocupa media página, aparezca tal cual artículo técnico sobre el comercio, la Bolsa, los ferrocarriles, titulado generalmente «Revista comercial».

Esta superficial presentación sugiere ya el carácter ecléctico del Suplemento, que quiere ser cifra y compendio en todos los campos del conocimiento de lo más novedoso ocurrido en España y en Europa y hasta en el mundo. No se olvidan las Artes, las exposiciones de pintura o de escultura, ni las manifestaciones musicales. Así pues, lo literario, es decir, las obras de creación, la crítica, los comentarios y las polémicas en torno a las orientaciones modernas de la literatura, no ocupa, como en Los Lunes de El Imparcial, una posición predominante; su presencia podría cifrarse en porcentaje, si uno se atreviera a enredarse en cálculos, pero sin meterse en esas aclaradoras complicaciones, se podría adelantar que lo literario no pasa de la tercera o cuarta parte del conjunto. Parece que para el propietario-director de El Día, la literatura es una manifestación importante de la actividad intelectual, pero se sitúa en un campo mucho más amplio que es el de la cultura moderna en todas sus facetas, incluso económica y técnica.

Sin ir más lejos por ahora, puede decirse que el título más adecuado para el Suplemento de El Día sería «Suplemento cultural de los lunes» cuando sale los lunes, u «Hoja cultural» (de los lunes o de los domingos), pues la filosofía que informa el suplemento (como el diario) es siempre la misma y será necesario deslindaría para comprender la singularidad de la obra periodística del Marqués de Riscal y de sus colaboradores.




Los colaboradores del «Suplemento de El Día» y sus colaboraciones más notables

En espera de una presentación del Marqués de Riscal adecuada al tema, basta por ahora decir que todo lo que se publica en el diario y en el suplemento ha recibido el visto bueno de un director-propietario atento a todo desde su despacho, situado en las oficinas de El Día, donde permanece unas doce horas diarias. Si acepta publicar tal o cual artículo es que considera que es una aportación cultural digna de ser conocida, aunque proceda de un colaborador muy ocasional. Así puede explicarse el considerable número de firmas distintas, unas 216 (incluidas las anónimas y las indescifrables), entre las cuales veintitrés aparecen dos veces y 117 sólo una. Entre esos colaboradores muy ocasionales, muchos no han dejado rastro notable en la historia, pero algunos son personalidades destacadas del periodismo, de la crítica, de la medicina, de la ciencia, etc. Basta citar a título de ejemplo los nombres de Julio Burell, Manuel del Palacio, Concepción Arenal, Ros de Olano, Sinesio Delgado, Rodrigo Amador de los Ríos, Rafael Comenge, Salomé Núñez y Topete, la reina Isabel de Rumanía, Morayta, Tolosa Latour, Balaguer, Picatoste, Moreno Nieto, Manuel Cossío, Piernas Hurtado, etc., personalidades algunas de cierto prestigio, para convencerse de que se aceptan las contribuciones interesantes u originales, cualquiera sea su procedencia.

Pocas son las colaboraciones femeninas. Ni siquiera aparece la «inevitable», la Condesa de Pardo Bazán, aunque se le dedican dos interesantes semblanzas. Se publican dos artículos de Concepción Arenal, seis de María del Pilar Sinués, dos de María de la Peña, uno de Carmen Silva, seudónimo de la reina Isabel de Rumanía, dos de Salomé Núñez y Topete, muy joven entonces y que firma de vez en cuando con el seudónimo de María Ercenete.

Si las mujeres escritoras estuvieran mejor representadas, podría considerarse por el número de firmas que el «Suplemento de El Día» es un buen reflejo de la historia y de la intrahistoria cultural, científica y literaria de la época. El total de colaboradores, supera durante el mismo periodo, en el 20%, según Cecilio, el de Los Lunes de El Imparcial, iniciador y modelo de los Suplementos literarios. La enumeración de los nombres que aparecen en nuestro «Suplemento», sería una anticipación de una guía cultural de teléfonos...

Estos numerosos colaboradores ocasionales son una prueba más del deliberado eclecticismo cultural impuesto al «Suplemento» por el Marqués.

Pero lo más sustancioso en cuanto a espacio ocupado en el «Suplemento», lo proporcionan los doce autores que publican más de diez artículos, los quince que dan entre nueve y cinco contribuciones. Estos veintisiete escritores, a los cuales se pueden añadir a los participantes en cuatro números, constituyen la verdadera plantilla de colaboradores. Por orden decreciente del número de contribuciones, encontramos: Emilio Castelar (99), Manuel Ossorio y Bernard (51), José Gutiérrez Abascal (30), el mexicano Salvador Quevedo y Zubieta (27), Ricardo Palma (24), Philintus (19), Leopoldo Alas (18) el médico higienista Enrique Serrano Fatigati (18), Diego Coello y Quesada (18), Antonio Alcalá Galiano (17), el ingeniero Pedro Rivera (13), G. Reparáz (11), Antonio Mestre y Alonso (10), Pedro Pablo Buesa (10), Nicolás Díaz de Bejumea (9), Sánchez Pérez (9), Juan Valera (8), Carlos Groizard y Coronado (8), Macías Coque, seudónimo de Andrés Baquero Almansa (6), José Valero de Tornos (6), Eduardo de Lustonó (6), Eduardo López Bago (6), García Ramos (6), María del Pilar Sinués (6), Emilio Gambord Andressen, encargado de la «Revista escandinava» (6), José Rodríguez Carracido (5), Rafael Torromé (5), Luis Soler (5). Por fin y cortaré aquí, los siguientes escritores que intervienen con 4 contribuciones: Eduardo Gómez de Baquero, que a la sazón tiene diecisiete o dieciocho años y debe de hacer aquí sus primeras armas, Antonio Machado y Álvarez, Miguel Gutiérrez, Luis Barthe, Ramón Gil Ossorio y Sánchez, C. Cambronera, Ángel Laso de la Vega, Manuel González.

Cada quince días, desde el 15 de agosto de 1881 hasta el 30 de noviembre de 1884, la primera plana y parte de la segunda página está ocupada por un artículo de Castelar, hasta tal punto que da la impresión de que el «Suplemento» es una tribuna privilegiada del ex-Presidente de la República en el periódico de un partidario de la monarquía constitucional. Sea lo que fuere en cuanto a las relaciones entre Castelar y el Marqués, publica don Emilio noventa y nueve textos, nutridos, bien documentados y escritos en prosa precisa, elegante y muy distinta de la retórica oratoria del gran tribuno. Además, sabe variar los temas. Los estudios históricos son los más numerosos, unos treinta, por ejemplo, «Unión de la iglesia griega con la Iglesia latina», «Doña Catalina de Aragón», «Los últimos días del emperador Carlos V», «María Estuardo», etc., que son finalmente obras de divulgación histórica. Hay ensayos histórico-filosóficos, con fuerte implicación del pensar y del sentir del autor: «La revolución y la evolución filosófica», «Los himnos del progreso», «Meditaciones históricas en el Convento de Loyola»... Lo más novedoso son las numerosas «Revistas Europeas»' misceláneas de noticias, relatos y reflexiones, en las que habla Castelar de lo que es, a sus ojos, más importante en la vida política, social y cultural de las naciones de Europa. Los artículos titulados «Europa en el mes de xxx», y que se publican sin faltar el mes siguiente, son más precisos que las «Revistas europeas»; en ellos pasa revista don Emilio a los acontecimientos más notables ocurridos en Alemania, Inglaterra, Rusia, etc., y sobre todo en Francia, lo cual representa una «performance» por la rapidez de la elaboración de una información que debe de llegarle por conductos privilegiados. Termina de golpe la serie el de 29 junio de 1884 por la primera entrega de «Europa en el mes de junio» y sorprende que no se publique la segunda. Dos contribuciones originales pueden interesar: un estudio crítico riguroso de Historia de los heterodoxos de Menéndez Pelayo y un cuento-ensayo, «La salida del Paraíso. Tradición bíblica», escenificación de Eva, Adán, Satanás y el Ángel del Paraíso.

La contribución de Castelar es exclusivamente cultural, es decir que no aborda los problemas políticos de la Restauración, pero siempre son perceptibles en la orientación de los hechos y en los comentarios su doctrina e ideología. Para el lector representa dicha contribución una apertura cultural hacia el pasado y hacia el espacio europeo.

Otra serie, literaria ésta, que debe de interesar al lector es la regular publicación de 1883 (9 de abril) a 1884 (23 de marzo) de veintitrés Tradiciones peruanas del limeño Ricardo Palma. Esos atractivos relatos, más o menos costumbristas, deben de ser un descubrimiento para la gran mayoría de los lectores españoles, pues se publicaron en la prensa de Lima a partir de 1863 y la primera serie se recoge en libro en 1872. La primera edición española es la de Montaner y Simón en 1893. La alta moralidad del Marqués de Riscal autoriza a afirmar que hubo un acuerdo editorial entre el propietario de El día y el autor peruano.

La redacción de El Día considera que le hace al público lector un favor excepcional al publicar las Memorias inéditas de Antonio Alcalá Galiano y no oculta que le resulta costoso el acuerdo con los herederos. Escribe la redacción el 24 de septiembre de 1881,

En la hoja literaria que publicaremos el 1 de octubre además de un artículo del Sr. Castelar, comenzarán a insertarse las Memorias inéditas de D. Antonio Alcalá Galiano. A costa de grandes esfuerzos, ha podido conseguir El Día que sus lectores sean los primeros que lean la obra póstuma del ilustre escritor, en donde se contienen detalles desconocidos de los graves acontecimientos ocurridos en nuestra patria desde los comienzos del régimen constitucional, sucesos en que parte tan principal tuvo el insigne Galiano.



Hasta el 24 de abril de 1882, se publican, cada quince días en primera plana y en seis o siete columnas, catorce entregas encabezadas por un «sumario» y que corresponden a otros tantos capítulos de la obra manuscrita. Pudo Clarín, colaborador de El Día, leer estas Memorias y así conocer mejor a quien será objeto de su desgraciada conferencia del Ateneo de 1886; en realidad, confiesa en la misma conferencia que acaba de leer el primer tomo de las Memorias, recién publicadas por el hijo del ilustre orador (Alcalá Galiano, 1886), «En veinticuatro horas de verdadera fiebre, devoré aquellas páginas [...] Después de aquella rápida lectura creí haber visto con claridad algo del personaje» (Alas, 2005: 733).

Una firma muy recurrente en el «Suplemento» es la de Manuel Ossorio y Bernard2, pues sale unas cincuenta veces, sobre todo al pie de la sección fija «Madrid», de la que está encargado y que subsidiariamente comparte con José Gutiérrez Abascal. En la sección fija «Madrid», de una a dos columnas, en ameno estilo ligero y humorístico sazonado con reminiscencias literarias, se glosan los acontecimientos de la semana, que al cronista le perecen más interesantes, sobre teatros, fiestas, nevadas, primavera, etc.

Personalidad original es la de Salvador Quevedo y Zubieta, médico, abogado, escritor y político de México. Durante el gobierno de Benito Juárez desempeñó varios cargos políticos y al retirarse se dedicó a la psiquiatría. Por los años setenta estuvo en Barcelona; en 1883 está en Londres desde donde manda al «Suplemento» cuatro artículos; en 1886, sale para París como corresponsal de El Día, no ya del desaparecido «Suplemento», para mantener una crónica «El movimiento literario en Francia». Publica varias obras sobre Porfirio Díaz en torno a 1900 y en francés Récits mexicains, suivi de dialogues parisiens3. De las veintinueve colaboraciones, veinticinco son entregas que corresponden a capítulos de un libro inédito y tal vez no del todo terminado cuando empieza su mensual publicación en el «Suplemento», el 29 de mayo de 1882, con el título «México. Recuerdos de un emigrado». La crónica de Quevedo y Zubieta termina el 19 de marzo, casi al tiempo en que se publica el libro, Recuerdos de un emigrado, con prólogo de Castelar (Quevedo y Zubieta, J883). En la primera entrega, el 29 de mayo de 1882, confiesa que acaba de llegar de México y se pone a hablar en un periódico de Madrid de un país de Hispano-América para popularizar en Europa el nombre y la vida de su patria.

Un total de 18 artículos, formando dos series seguidas o entremezcladas, firma Diego Coello y Quesada, periodista y político y desde 1880 Ministro plenipotenciario en Italia. En Roma están fechados una primera serie de artículos, rotulados varios de ellos «Revista itálica», sobre la sociedad romana, la aristocracia italiana, sobre manifestaciones culturales, como «La Exposición de Roma» (27 de febrero de 1882) y otras. En Roma también escribe los ocho largos capítulos de unas memorias tituladas «La Revolución y la Restauración. 1868-1875» que se publican en primera plana, prueba del interés que le otorga el Marqués de Riscal, del 26 de marzo de 1883 al 23 de agosto del mismo año. Son recuerdos de un partidario de Isabel II que fue testigo de gran parte de los acontecimientos que cuenta. En París, celebra a la reina destronada, y en España piensa en la restauración de la monarquía.

Clarín entra en el diario con un «Palique» el 18 de noviembre de 1881, en el momento en que su amigo Palacio Valdés abandona su puesto de «redactor literario» y el 2 de enero del año siguiente firma su primera contribución en el «Suplemento», donde publica diecinueve decisivos artículos de crítica sobre las obras más notables que salen a luz hasta el 20 de julio de 1884, Un viaje de novios, La pródiga, El amigo Manso, Pot-Bouille, El doctor Centeno, Marta y María, El idilio de un enfermo, La Tribuna, Tormento, y otros siete textos importantes sobre temas literarios, como «La juventud de Flaubert» (dos entregas), «El amigo del drama», «Poesías de Menéndez Pelayo», «La poética de Campoamor» «Los poetas en el Ateneo». Desde el punto de vista literario, la colaboración de Leopoldo Alas es determinante para el prestigio del «Suplemento», pero nunca se le concede, como a su amigo Armando, el título de «redactor literario» y en julio de 1884 el Marqués pone término a la colaboración, tal vez por motivos económicos, pero también por discrepancias estéticas, como veremos ulteriormente. Hay que recordar por si acaso que Leopoldo Alas, encargado por el Marqués de una encuesta sobre los disturbios sociales en Andalucía, redacta una serie de veintiún artículos titulados «El hambre en Andalucía» y «La crisis de Andalucía», publicados en el diario El Día. Sobre esta importante aportación del joven economista, remito al libro citado de Simone Saillard, El hambre en Andalucía.




Ventanas abiertas a lo de fuera

Como se ha dicho atrás, varios colaboradores, como Diego Coello y Quesada, Salvador Quevedo y Zubieta y hasta el mismo Castelar, aprovechan su estancia en Roma, París o Londres para redactar artículos sobre la historia, la cultura, las costumbres y, cuando viene al caso, la literatura, de Italia, Francia e Inglaterra.

Estas ocasionales y a veces importantes contribuciones (las de Coello y Quesada, por ejemplo) al conocimiento de lo de fuera, no pueden compararse con las que responden a una sistemática presencia de representantes del «Suplemento» en Londres y París. La semanal «Crónica de Londres» como la también semanal «Crónica de París», son dos secciones importantes que casi nunca faltan. El propietario de El Día, que vivió varios años en Londres y algún tiempo en París, es gran admirador de Inglaterra, cuya monarquía parlamentaria es para él un modelo, así como lo son el liberal sistema económico, cierta rectitud de costumbres. Debe de considerar que es necesario tener ventana abierta sobre las dos naciones más adelantadas; por eso mantiene un corresponsal permanente en sendas capitales. Todas la «Crónicas de París» y diecisiete «Crónicas de Londres» se publican sin firma. A partir del 14 de agosto de 1882, el corresponsal de Londres firma, con el seudónimo de Philintus, diecinueve crónicas, lo que hace de él, sea quien sea, un asiduo colaborador, no desprovisto de humor y que se mueve con soltura en esas yuxtaposiciones de temas y anécdotas. A partir de cierta fecha, un «sumario» encabeza la crónica; por ejemplo, la del 17 de julio de 1882, propone al lector: «Sumario: Casamientos y cotillones. Los novios en Inglaterra. Bailar al son que nos tocan. El cochero inglés. Mad. Ristori. Realismo escénico. Artistas y patinos. La moda en la música. Sobre gustos, nada escrito. Por un Velázquez».

En cuanto a la titulada «Sección escandinava», hubiera sido más exacto titularla «Sección del escandinavo Emilio Gamborg Andressen» ya que a este señor, que maneja perfectamente el castellano, le interesa tanto escribir sobre lo que ve en España como dar a conocer a Suecia a los lectores del «Suplemento», en el que publica seis contribuciones, tres de las cuales corresponden al epígrafe, una sobre Leonardo Zorn, tallista sueco (27 de marzo de 1882), otra es una presentación de un libro, «Nobleza sueca, por Martín Kiek, autor danés» (6 de enero de 1884), la última es la reproducción en español de «Una fiesta de reconciliación» del autor sueco Juan Golías (19 de junio de 1882)4.

Varios artículos, escritos en distintos países del mundo o ciertas comarcas o ciudades de España, podrían reunirse bajo el epígrafe «Viajes». En ellos, el viajero da cuenta de lo que ve y capta acerca de los paisajes, las costumbres, la cultura y cualquier particularidad que le atrae la atención. En este apartado deben incluirse los de Quevedo y Zubieta y los de Coello y Quesada aludidos anteriormente pues enriquecen el panorama fragmentario dibujado del uno al otro confín por esos colaboradores más o menos alejados de Madrid. Los relatos de viaje, se publican algunas veces con la mención «Carta abierta al Marqués de Riscal». Es el caso de las crónicas de viajes «De Ceuta a Tetuán» (en tres entregas: 23, 30 de abril, 7 de mayo de 1883) de Pedro Pablo Buesa o la de Luis Barthe en tres entregas también (16 de diciembre de 1881, 30 de enero y 22 de mayo de 1882) y titulada «Impresiones de viaje» que encarece «el extraordinario impulso que da Cataluña a la riqueza pública», describe las condiciones de vida de las clases proletarias de Barcelona, etc. Saturnino Jiménez se extasía ante la magnitud y la majestad del Teide el 11 de noviembre de 1883, y el 30 del mismo mes cuenta el «Primero de año en Berlín» (!). Antonio Mestre y Alonso, natural de Salamanca, emprende un viaje al pasado de su tierra en una crónica del siglo XVII (16 de marzo 1883, 3 de agosto, 7 de diciembre de 1884) y el murciano Macías Coque, es decir, Baquero Almansa, exalta la figura de su compatriota, Francisco Salzillo y Alcaráz, «el más eminente escultor naturalista» (27 de febrero de 1883). Desde Londres, Nicolás Díaz de Benjumea manda artículos titulados «La Natividad en Inglaterra» (9 de enero de 1882), «La Rotonda del Museo Británico» (6 de marzo de 1882), «El verdugo en Inglaterra» (12 de enero de 1884) y lo mismo hace Carlos Groizard y Coronado desde Roma, «La literatura italiana contemporánea» (26 de marzo de 1883), y cinco entregas sobre «Nuestros artistas en Roma» (30 de abril, 7 de mayo, 16 de julio, 5 y 12 de agosto de 1883). En siete entregas, Reparáz publica sus «Páginas del diario de un viajero», relación de un viaje a Australia (12 y 26 de octubre, 9 de noviembre de 1885, 1 de febrero, 21 de abril, 5 de julio, 16 de agosto de 1885), que hace una síntesis de sus investigaciones históricas sobre el descubrimiento y la colonización y después una presentación de sus observaciones apuntadas a lo largo de su viaje por aquel continente,




«Literatura - Ciencias - Artes»

El título elegido para este apartado es parte del epígrafe que se da al «Suplemento» a partir de febrero de 1885 y que completo, es decir con el término «Comercio», encierra las palabras claves de la orientación cultural del «Suplemento literario» en todos los momentos de su evolución.


Artes

No se olvidan la pintura y la música, pero no son objeto de parte de la redacción de una atención sistemática. Sólo de vez en cuando, con motivo de una determinada manifestación, salen artículos de especialistas o de aficionados. Sobre música, son muy escasas las contribuciones; el 3 de abril de 1882, se le dedica a la «Novena sinfonía» de Beethoven la casi totalidad del número, con participación de los más destacados musicólogos del momento: Emilio Arrieta, Ruperto Chapí, Héctor Berlioz, y otros dos de autores no identificados. Con un estudio de Carlos Guaza sobre «Música religiosa» (2 de marzo de 1884), se cierra la corta lista de artículos dedicados a la música.

Mejor librada sale la pintura, sin dejar de ser los textos que se le dedican reacciones a ocasionales Exposiciones. El 20 de marzo de 1882, con motivo de la primera Exposición del Círculo de Bellas Artes, sale un número extraordinario, con dos largas contribuciones de Macías Coque (Andrés Baquero Almansa) y Lakazav (José Gutiérrez Abascal) y numerosas y cuidadas reproducciones de cuadros. Abascal se afirma como buen conocedor en Bellas Artes, ya que publica dos artículos de cierta amplitud; uno titulado «Nuestros pintores. La generación de ayer. Un recuerdo a los maestros. Don Federico Madrazo. Don Carlos Luis de Ribera»; en otro del 21 de marzo de 1882, pasa revista a los pintores desde Goya hasta la actualidad. Ramón Gil Ossorio y Sánchez da cuenta, el 22 de mayo de 1882, de la «Exposición de la Sociedad de Acuarelistas». El 25 de mayo de 1884, Felipe Picatoste escribe sobre «La pintura cristiana de la Exposición» (?). Carlos Groizard y Coronado, manda desde Roma una larga relación en cinco entregas sobre «Nuestros artistas en Roma» cuya publicación se escalona del 30 de abril al 14 de octubre de 1883; sobre esta misma gran Exposición publica el 27 de febrero de 1883 un artículo Diego Coello y Quesada. Hay que añadir que los corresponsales en Londres y en París dan noticias de las manifestaciones artísticas en las dos capitales.




Literatura

Debe distinguirse la parte puramente literaria, es decir las poesías (escasas) y las creaciones ficcionales (cuentos o capítulos de novelas) que no faltan y amenizan el «Suplemento», de los numerosos artículos de crítica literaria o relativos a la historia de la literatura.

Cuando sale a luz la obra de un destacado autor, Alarcón, Galdós, Leopoldo Alas, Campoamor, Mesonero Romanos, se suelen publicar unos trozos escogidos de dicha obra, encabezados a veces por breve presentación. Es un buen procedimiento de promoción: poner al lector en contacto directo con un estilo singular puede despertar el deseo de seguir leyendo la obra entera y, desde luego, de comprarla. Tienen este privilegio El capitán Veneno, La pródiga y Buena pesca (cuento de un libro nuevo) de Alarcón, La de Bringas de Galdós, La Orgía de la inocencia de Campoamor y como homenaje necrológico, La romería de San Isidro y El elector de Mesonero Romanos. Cada uno de los dos tomos de La Regenta da lugar a la publicación de parte de algunos capítulos y lo que más interesa, una breve presentación de Leopoldo Alas y de su obra, probablemente redactada por el mismo Marqués de Riscal, y que revela la posición de éste acerca del «nuevo arte de hacer novelas», es decir el naturalismo. Volveré sobre este interesante problema al hablar de un artículo satírico, «Crema del naturalismo. Carta a Flautín» del 8 de mayo de 1882, que abre de modo burlesco la controversia literaria sobre la escuela de Zola.

El cuento original ocupa un espacio importante en los «Suplementos», y no es nada excepcional pues todas las publicaciones periódicas acuden a esta forma literaria. Es un fenómeno de época, que responde a varios motivos conocidos, el más noble de los cuales es, según Clarín, familiarizar al lector con lo literario, despertar en él el gusto de la lectura para que naturalmente pase del cuento a la novela. No viene al caso insistir en esa tendencia conocida promovida por los más activos defensores de la difusión de la cultura. Sólo debe advertirse que hay cuento y cuento y que se emplea la misma denominación para cualquier forma breve ficcionalizada, desde la que es frágil vestidura de unas ideas hasta la forma literaria más elaborada, pasando por el montaje dialéctico de un diálogo y el mero cuadro de costumbres. No es posible aquí entrar en el intrincado campo de esta faceta de los «Suplementos», de la que podrá dar idea el Índice cuando se publique con posibilidad de estudio más completo. Me limito a consignar que si se incluyen las 23 Tradiciones peruanas se llega a un total de unos 73 «cuentos» y a poner de realce algunos de los nombres más destacados de los cultivadores del «género», como Frontaura, Ricardo de la Vega, Rafael Torromé (3 cuentos), Valero de Tornos (2), Rafael Comenge, Pedro Pablo Buesa (2), Salomé Núñez y Topete (2), Quintana de León (2), Sinesio Delgado (2), López Bago (2), Lustonó, Sánchez Pérez (4) y hasta Jota Erre, o sea José Rodríguez Carracido, Tolosa Latour y la reina Isabel de Rumanía (bajo el seudónimo de Carmen Silva). Añadiré una curiosa y acertada ficción titulada «Mari-Parda, por la copia Juan Gorgues y Lerma. Lluvia de refranes. Carta de Mari-Parda a su hijo Sancho Martínez, con motivo de venir éste a Madrid para ver la fiesta de San Isidro». Tiene gracia ese lenguaje popular con su retahíla de refranes perfectamente ensartados (14 de mayo de 1885). De una ficción algo parecida se valió Clarín, en 1876, para presentar de un modo burlesco una rápida revista de teatros; se trata de una carta dirigida a Teresa Panza por su esposo que acompaña a su hija a la corte (Alas, V, 417-420).

Una aportación original de los «Suplementos» de El Día es la publicación de varios textos inéditos, que se añaden a las inéditas Memorias de Alcalá Galiano: «Poesías inéditas de Menéndez Valdés» (16 de septiembre de 1883) y una «Epístola inédita de Quintana a Goya» (18 de junio de 1883). Puede que sea también una aportación literaria original la serie de las seis «Cartas a Julia» de María del Pilar Sinués.

Los artículos que son estrictamente de «crítica literaria» son relativamente pocos, ya que no pasan de treinta y uno, incluyendo los dieciocho de Clarín. Fuera de estos últimos, sobre los cuales no es oportuno volver aquí, encontramos uno de Duque y Merino sobre El sabor de la tierruca (7 de agosto de 1882), otro sobre Juan Vulgar de Picón por J. R. Abascal (9 de abril de 1885). El ilustrado y fino Julio Burell publica un estudio titulado «Bécquer y Heine» (8 de septiembre de 1882) y otro sobre «Balzac según sus correspondencia» (4 de diciembre de 1882); los dos, como los de Clarín, superan la época y merecen figurar en la bibliografía de los autores estudiados y siento no poder dedicarles más espacio. El jovencísimo Eduardo Gómez de Baquero (el futuro Andrenio), inicia su carrera de crítico con un artículo también dedicado a Heine, el cual, si bien revela sólida cultura, no pasa de estudio muy general en estilo claro, pero algo enfático. Tiene el interés de lo anecdótico la contribución de Antonio de San Martín (2 de julio de 1883) titulada «Victorien Sardou y Alejandro Dumas. (Un pergamino histórico)». En «La literatura italiana contemporánea (Apuntes críticos)», Carlos Groizard y Coronado reflexiona sobre la necesidad de conocer en sí las literaturas nacionales, de escapar a las modas y de superar los criterios estéticos venidos de Francia.

Lo interesante de los artículos de crítica literaria es que son fácilmente identificables y reunidos formarían un conjunto relativamente homogéneo.

No así los demás. La literatura en los «Suplementos» no tiene sección fija. Los artículos se publican conforme llegan a la redacción y salen donde pueden, entre, pongo por caso, un artículo científico y un cuento festivo. En el «Suplemento literario de El Día» la literatura se conforma con una especie de ley igualitaria que no jerarquiza entre arte, ciencia y... comercio, lo cual no quita el valor intrínseco de no pocas contribuciones, pero hace del conjunto de los textos sobre literatura un mosaico heterogéneo de numerosos elementos fragmentarios. El estudioso se ve condenado o a enumerarlos o a elegir entre ellos lo que le parece más significativo. El Índice da la completa enumeración de los artículos literarios (y de todos los demás) y a él remito. Me limito pues a presentar algunos aspectos de la problemática literaria, que en muchos casos no es problemática.

Pocos son los artículos dedicados al teatro. La cartelera se publica en el diario y sólo de vez en cuando aparecen breves comentarios sobre las funciones en la crónica «Madrid» con firma de Manuel Ossorio y Bernard o de Gutiérrez Abascal o sin firma. Deben señalarse dos interesantes compilaciones; una de Marino del Todo y Herrero, «Estadística teatral» da cuenta de la temporada cómica de 1882-1883, con mención de 184 títulos; la otra es el anuncio de una publicación, prologada por José Echegaray, titulada Anales del Teatro y de la Música de José V. Porra (?) Martínez, que «contendrá una revista cronológico-crítica de las obras estrenadas en Madrid en la temporada de 1883-1884, la reseña de los sucesos notables acaecidos en nuestros coliseos [...] y biografía de autores, compositores y artistas. El tomo [...] contará unas 500 páginas». Del prólogo de Echegaray, titulado «Estudio sobre el realismo en la ciencia, en el arte en general y en la literatura», se publican amplios extractos (14 de septiembre de 1884). Dos artículos sin firma sobre Sarah Bernhardt (19 de diciembre de 1881 y 2 de enero de 1882), en la estela de la actuación madrileña de la prestigiosa actriz, cierran la lista de noticias teatrales.

Sobre poesía y poetas son aún más escasas las contribuciones. Aparte los artículos de Clarín sobre «La poética de Campoamor» Guerra Junqueiro, las poesías de Menéndez Pelayo, «Los poetas en el Ateneo», el de Burell sobre «Bécquer y Heine» y el de Gómez de Saquero sobre Heine, sólo se encuentra una alusión a Núñez de Arce en el Ateneo, de Ossorio y Bernard en «Madrid» y el anuncio, el 13 de septiembre de 1885, de una manifestación en honor a Rosalía de Castro5.

Por tratarse de Campoamor y por estar, en cierto modo, relacionada con el artículo de Clarín «La poética de Campoamor», es tal vez oportuno aludir aquí a la serie de nueve largas entregas del artículo de Valera titulado «Metafísica a la ligera. Cartas a Campoamor acerca de su deísmo», publicadas del 23 de julio al 25 de noviembre de 1883 (Valera, 1961, II: 1586-1624)

Dos artículos biográficos están dedicados a doña Emilia Pardo Bazán. Uno de García Ramos, «La Señora Pardo de Bazán en París. Mi visita», en el que hace un minucioso retrato físico y moral, dibujado a lo Sainte-Beuve, de esta, para él, fascinante personalidad, «un cerebro de hombre que habla por boca de mujer» (4 de junio de 1885). El otro es una de las semblanzas literarias que se propone escribir Octavio Lois. La primera es la de Antonio de Trueba (28 de marzo de 1886) que, según reza una nota a pie de página ha obtenido «el primer premio, palma de oro, en el certamen internacional celebrado por la Academia Mont-Real de Toulouse» (?)). La segunda, y última, es la de doña Emilia (18 de abril de 1886).

Dos artículos sobre Galdós merecen mencionarse. «Un novelista español y un libro francés» es un comentario personal en torno a la no elección de don Benito en la Academia, de quien firma «Juan Nadie» y es, según Cecilio Alonso, nada menos que el Conde de las Navas, Juan Gualberto López Valdemoro y Quesada, íntimo amigo, dice, del insigne novelista ante el que el peso de la admiración le hace doblar la espalda hasta tocar el suelo. En cuanto al libro francés, que viene muy a cuento, es Histoire del sillón 41 de la Academia francesa, de Arsenio Houssaye; el sillón 41 es en el que «no se sentaron Descartes, Pascal, Molière, la Rochefoucauld...» y quince personalidades sobresalientes de las letras francesas. El otro es un muy útil documento publicado en el diario el 8 de abril de 1888, dos años después de la desaparición de la hoja literaria. En «Pérez Galdós fuera de España», se pasa revista a todas las obras de don Benito traducidas en Inglaterra, Estados Unidos, Dinamarca, Holanda, Italia, Francia, dando para cada obra el nombre del traductor y del editor.

El «Suplemento» acoge una sabrosa polémica, entre José Rodríguez Carracido y el periodista y escritor José Navarrete, abierta por la publicación (el 29 de diciembre de 1881) por este último del artículo «De la belleza». Para cuestionar la teoría estética de Navarrete, Carracido elige la voz y la letra de una fingida novia, muy fina, muy aguda, muy cortés, que se expresa con gran soltura para defender la concepción de su novio, concepción que, después de varios rodeos argumentales, resume así «Para que exista la belleza, son necesarios un sujeto que la sienta y un objeto que la produzca»6. «A la novia del Sr. Carracido» contesta Navarrete (27 de enero), siguiendo la corriente de la ficción y elogiando hasta el piropo el talento y la gracia de la discreta joven. Pero intenta, acudiendo a lógicos argumentos, que, sin decirlo, proceden de la estética hegeliana, demostrar que la belleza es una cualidad real. «El planeta Venus [...] sería bello aunque no hubiese sobre la tierra una sola criatura que se recrearía en sus vivísimas irradiaciones» y explícita que «lo bello real va, en progreso constante hacía una perfección infinita». El conjunto constituye un buen ejemplo de la ficcionalización de una polémica intelectual muy seria en el fondo pero sumamente graciosa en la forma por el humor que anima a los contrincantes.

Sobre el naturalismo literario hay clara divergencia entre el director-propietario, apoyado probablemente por algunos miembros de la redacción de El Día, y el principal redactor literario del «Suplemento», Clarín, quien insiste en sus críticas en el carácter naturalista de casi todas las novelas reseñadas desde Un viaje de novios hasta El idilio de un enfermo; y aun se atreve a publicar un artículo elogioso sobre ese «cochon y compagnie» que es Pot-Bouille de Zola. Es muy posible que esa divergencia sea el motivo del cese de Clarín, como confiesa él mismo en una carta a Galdós y como cree Simone Saillard, la mejor conocedora de las relaciones entre Clarín y el Marqués. Lo cierto es que la estética de Zola y de los que le siguen está fuera del marco artístico del Marqués.

El 8 de mayo de 1882, el «Suplemento» publica una «Carta a Flautín», titulada «Crema del naturalismo» y fechada en «jabugo, abril 1882». Desde las cabeceras, el autor anónimo da el tono burlesco de la ficción. A Flautín, bemol de Clarín, que -escribe el autor de la carta- tomó parte activa en los debates del Ateneo sobre el Naturalismo, se le acusa de pervertir el gusto de la juventud. «El hijo de Basilio el arriero, que estudia para abogado en Sevilla» se ha convertido a

la nueva y última evolución del arte, de que es pontífice monsieur Zola y con él muchos jóvenes jabunguenses. Lo que más a todos place es eso de que las obras de arte no han de tener principios, complicaciones o nudo y desenlace, sino que han de ser trozos de vida, según la expresión de usted, copiadas de lo que se ve y se oye, sin que la personalidad del autor se columbre.



El resultado es que Basilio que tan bien cantaba aves, flores y vírgenes habitadoras de palacios encantados, «ahora canta los asnos y los cerdos que aquí tanto abundan y nos describe pesebres y pocilgas, aficiones gastronómicas de los guarros, coces, rebuznos y gruñidos, con realidad tan pasmosa, que hay versos que piden los dedos en la nariz». Sea quien sea el autor, la «Carta a Flautín», es una burlesca respuesta a las posiciones defendidas por Clarín en el Ateneo y en su largo artículo «El naturalismo» que se publica en La Diana por las mismas fechas.

Como se ha dicho atrás, la publicación de cada tomo de La Regenta dio lugar a sendos artículos. La breve presentación que precede los trozos escogidos, no regatea quien la escribe, que no puede ser sino el mismo Marqués de Riscal, los elogios en cuanto al estilo y a la plasmación de los personajes. Alaba

la corrección del estilo, la exactitudes de las pinturas y los cuadros y los tipos, a lo Velázquez que se ven en esta primera parte. [...] La escena de los canónigos en la sacristía después del coro, las pinturas del casino [...] la figura del Magistral, la de su madre, son indudablemente, sea cual sea el criterio con que se juzgue su tendencia, de primer orden [...]. Pero la tendencia de la obra no nos parece tan digna de alabanzas como su estilo [...]. Desde que se comenzó a escribir en el mundo, no ha habido obra buena, obra que dure y se haga inmortal, si no está fundada en la verdad, en la observación y en la naturaleza; y los naturalistas que han tenido la extraña pretensión de creer que ellos habían establecido este principio, tan antiguo como el mundo, se han llevado un solemne chasco.

Y no decimos esto, porque creamos la obra del Sr. Alas de un exagerado realismo. El crítico Clarín, que tan atentamente sigue el movimiento literario, no habrá podido menos de observar la decadencia de esa escuela. Germinal, la obra del maestro, que actualmente se publica en París, no llama apenas la atención, mientras se agotan nuevas y numerosas ediciones de obras tan antiguas como David Coperfield de Dickens.



Con motivo de la salida del segundo tomo, la misma voz toma la palabra (27 de septiembre de 1885) para alabar un libro modelo en el estudio psicológico, pero para añadir acto seguido que

el análisis minucioso de los caracteres, la detenida explicación de todos sus actos perjudica a la novela, bajo el punto de vista del interés y es seguro que la mayor parte de los lectores pasarán muchas hojas anhelando seguir la acción [...], pero se puede asegurar que perderán mucho siguiendo esa conducta, pues La Regenta es un libro que debe leerse muy despacio.



Se repite la crítica acerca del espíritu de escuela.

No estamos conforme con las ideas del autor, que a pesar de escribir una novela del género realista, no se ha inspirado en la realidad al entrar en la pintura de las costumbres del clero catedral, y ha exagerado, llevado por el espíritu de escuela; en ciertas escenas el naturalismo es demasiado vivo; pero, aparte de esto, hay en la obra páginas admirables, descuella el espíritu de observación, que es cualidad indispensable del novelista, al lado del espíritu crítico que fustiga con dura y acerada sátira las costumbres que merecen censurarse.



Y termina sobre un juicio que debió de confortar a don Leopoldo: «El Sr. Alas tiene grandes cualidades para cultivar este género, grandes condiciones de novelista».




Ciencias

Por lo que se refiere a la colaboración de los científicos y para dar idea de los temas abordados por estos especialistas que, dicho sea de paso, no desdeñan acudir de vez en cuando a la forma literaria del cuento, pueden citarse de Serrano Fatigati, Psicología social (12 de diciembre de 1881), «Las plantas que digieren» (19 de diciembre de 1881), «Los infusorios y sus habitaciones» (27 de abril de 1882), «Las afueras de Madrid» (sobre higiene urbana, 17 de julio de 1882); del gran químico y positivista declarado José Rodríguez Carracido, que se interesa también por la literatura y como hemos visto por las cuestiones filosófico-estéticas, es significativo el artículo «Los venenos y los medicamentos» (13 de febrero de 1882); del ingeniero Pedro Ribera son novedosas aportaciones sus artículos sobre «Excitación a la industria» (22 de noviembre de 1885), «El empleo industrial y profesional de la mujer» (13 de febrero de 1885) o «Un nuevo combustible» (21 de febrero de 1886).

Como contribuciones de especialista en industria agrícola pueden citarse las de G. Gironi, por ejemplo, «Industrias rurales. Los aceites» (29 de junio de 1884) y son numerosos los artículos de carácter científico o técnico sobre el cultivo de la vid, la vinificación, etc., lo que no es de extrañar en un «Suplemento» dirigido por el propietario de grandes bodegas riojanas. Ni faltan artículos sobre la arquitectura (el de Enrique Laorga, 23 de noviembre de 1884). Podrían citarse otros artículos científicos o técnicos, pero también en este caso remito al Índice. Tan sólo quiero subrayar que las dieciocho contribuciones de Enrique Serrano Fatigati, conjugadas con las cinco de Carracido, las trece de Pedro Ribera, las dos de G. Gironi y otras, muestran la voluntad que anima a la redacción y sobre todo al Marqués de Riscal para ensanchar el campo del conocimiento a todas las ramas del saber.

En eso reside la originalidad de los «Suplementos literarios de El Día», que no se limitan al estrecho dominio de lo literario, sino que se abren a todas las facetas de la moderna civilización. Este hecho positivamente observable al estudiar los «Suplementos» podría calificarse de eclecticismo, así a secas, si no se percibiera el soplo de una voluntad que dinamizara el conjunto.






Una voluntad de regeneracionismo cultural

Eclecticismo enciclopédico, Plutarco para gente ilustrada, es la primera idea caracterizadora que impone la lectura de estos «Suplementos» e indudablemente la finalidad positiva de tal acumulación de datos sobre todo lo que puede interesar a un hombre medianamente culto de la segunda parte del siglo XIX es ensanchar el panorama del conocimiento. La cuestión es saber si este afán didáctico es el fin último de la empresa.

Si miramos el conjunto desde cierto punto de vista, vemos que hay dos grandes clases de artículos; unos, tal vez la mayoría, dan a conocer algo, proporcionan datos, hacen pensar, etc., pero están cerrados sobre sí mismos. Otros están construidos sobre una dialéctica más o menos visible entre lo que es en la actualidad la cosa evocada y lo que podría o debería ser. Ahora bien, la dinámica intelectual creada por estos artículos contamina y arrastra el conjunto y hace de la obra, si así podemos llamar a los «Suplementos», una propuesta de mejora fundada, eso sí, en un profundo conocimiento de las realidades.

Es preciso dar explicaciones, tomando primero algunos ejemplos proporcionados por esos artículos de los que no se ha hablado aún y que pueden llamarse críticos, en sentido de criticismo, en espera de más adecuada definición.

El periodista y político Luis Soler y Casajuana (que según algunas fuentes fue director de El Día) dedica un largo artículo, «Lo que leen los obreros», publicado en cuatro entregas (30 de diciembre, de 1885, 10 y 24 de enero, 7 de marzo de 1886), a la necesaria y tan defectuosa instrucción y educación de las clases obreras. Propone primero un método para hacer un estudio estadístico de lo que leen los obreros, consultando autores, editores, libreros, periodistas, bibliotecas públicas. Nota que el trabajador manual desengañado no cree en lo que cuentan los libros y se aleja incluso de las obras políticas y técnicas, por más que estas últimas puedan ser útiles para el oficio. Más generalmente, el autor cree poder afirmar que el pueblo lee poco porque el sistema docente es defectuoso y es, en última instancia, por culpa del Gobierno que no ha formado un cuerpo de profesores que responda a la necesidad. Tampoco hacen lo que deberían los Ayuntamientos y las diputaciones. «Las clases acomodadas y los mismos escritores tienen que hacer algo; por ejemplo, repartir libros para bibliotecas». No es necesario seguir toda la minuciosa argumentación de Soler; basta lo dicho para ver que el motor del discurso es la oposición entre la realidad observada y la necesidad de mejorarla.

«Los periodistas ilustrados y el público no ilustrado» es el título, ya en sí significativo de la dialéctica evocada atrás, de un texto de César Valcárcel, publicado el 19 de marzo de 1883. Se alza contra la prensa que busca lo sensacional.

¿Es esa la misión de la prensa? ¿El elevadísimo sacerdocio del periodista es explotar, en perjuicio del pueblo, sus propias pasiones [...]? El asunto es grave y necesita cortarse de raíz, porque en ello estamos interesados todos bajo dos puntos de vista: el de la seguridad individual y el censurable monopolio que se hace de un pueblo que no sabe conocer lo que le perjudica, por una parte de la prensa que desconoce sus deberes o los subordina a las más villana de las pasiones.



Es decir que encontramos aquí la misma doble estructura dinámica, la misma moral regeneradora.

Podrían multiplicarse los ejemplos. Uno más: desde París titula García Ramos un vehemente artículo, «Lo que no interesa a nadie» (19 de julio de 1885), en el que denuncia «la criminal indiferencia con se miran las letras» en España. Como la atención del extranjero a la literatura española está en relación directa con la atención nacional, es normal que en París se ignoren los talentos de España. «Para que las naciones nos estimen, debemos estimarnos a nosotros mismos. [...] De la falta de lectores viene el daño: la indiferencia con que las letras se miran es un crimen de la generación actual». La misma dualidad en suma: la falta de cultura y la necesidad de un «pueblo adulto» y maduro...

A lo largo de los «Suplementos», aparece de modo explícito o velado la necesidad de fomentar la instrucción y la educación para alzar el nivel cultural de todas las clases de la nación. Los ilustrados, entre los cuales figuran los colaboradores de los «Suplementos» de El Día, tienen la misión, cada cual en el área de sus competencias, de contribuir a la noble tarea de difundir conocimiento. La atención a la enseñanza se mide por el número relativamente importante de artículos dedicados a pedagogía y a centros docentes. Citaré: «La enseñanza obligatoria y gratuita» de Gumersindo de Azcárate (5 de abril de 1882), «Campos escolares, por Francisco Giner», reseña de Gonzalo Rodríguez de Reparáz sobre un libro del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, objeto ésta de una cuidada y extensa presentación enaltecedora en tres páginas en el número del 8 de mayo de 1882. No faltan artículos sobre «El fomento de las artes», título de un texto sobre la artesanía y la población laboriosa de Madrid, firmado por San Andrés (21 de septiembre de 1884) y sobre la formación y el papel de la mujer: «Profesiones y oficios que puede ejercer la mujer. La enseñanza» (de G. Vicuña, 8 de febrero de 1885) y «El empleo industrial y profesional de la mujer» (Pedro Ribera, 13 de septiembre de 1885).

Por cierto que son numerosas las contribuciones que versan en cuestiones de agricultura, industria, comercio. Todas van en el sentido de un progreso que sólo puede conseguirse aprovechando las aportaciones de las ciencias y de las técnicas modernas. Se sabe que el Marqués de Riscal, Presidente de las Ligas de Contribuyentes es un librecambista militante y cuando la polémica con los proteccionistas se hace candente, tres números de «Literatura-Ciencias-Artes-Comercio» están enteramente colonizados por las firmas de economistas y políticos, Servando Ruiz Gómez, Laureano Figuerola, G. de Azcárate, Gabriel Rodríguez, Segismundo Moret, Mariano S. Muniesa, Manuel Pedregal, Idelfonso Trompeta, Juan Bobadilla (8, 15, 22 de marzo de 1885). El mismo Marqués (M. de R.) interviene el 29 de marzo, con un texto titulado «Le Printemps' y el arancel» para defender, tomando ejemplo del gran almacén parisino, la libertad de comercio.

El 10 de abril de 1882, en el periodo de plenitud del «Suplemento literario», sale firmado por Alifraga, seudónimo no identificado, el artículo titulado «Crítica de un moro sobre la España agrícola moderna» que a lo Cadalso explica las causas del estancamiento y, desde luego, de la decadencia de la agricultura en España. El ilustrado moro, que recuerda emocionado «las tradiciones que tanta celebridad dieron al Califato de Córdoba», ha viajado por Europa y se inspira «en el espíritu regenerador que ha transformado por completo tan vastos países, poniéndolos a la vanguardia del saber» Con pleno conocimiento de causa puede pues enjuiciar la situación del campo español: «Vuestra agricultura la veo distante de lo que debiera ser». Y analiza las muchas y complejas causas del retraso, entre las cuales me limito a destacar algunas, como «la falta de instrucción desde las últimas capas sociales hasta las más elevadas», que hace que los rurales desconfíen de la benéfica influencia del progreso, y que las clases elevadas, con honrosas excepciones, no contribuyan al fomento de la agricultura. «El individualismo» prosigue «no hace esfuerzos para romper la rutina y levantar los cimientos de la regeneración agrícola». «Quiero despertarles de su letargo», exclama nuestro moro en medio de un artículo que merece, entre otros muchos del «Suplemento», el calificativo de regeneracionista, mal que le pese a la Real Academia de la Lengua. El imperativo epígrafe del artículo de J. Valera de Tornos (6 de febrero de 1882) «Más industriales y menos ilusos» suena como anticipación del famoso grito «Más industriales y menos doctores» de los adeptos de los adeptos de la Unión Nacional por los años de 1900, aunque los «ilusos» de Valera de Tornos no sean los doctores.

Ya es tiempo de que evoquemos algunos rasgos de la personalidad intelectual y moral del Marqués de Riscal, propietario y muy implicado director de El Día hasta mediados de 1886. Para una semblanza más completa remito al ya citado libro de Simone Saillard y sobre todo a su anunciada biografía de un prócer de singular relieve, cuya figura merece sacarse del semi olvido en que se le ha dejado caer. Todo lo que sigue procede del libro de Saillard y de los homenajes publicados por El Día con motivo de la desaparición del Marqués en Sevilla el 23 de marzo de 1888.

Culto, buen conocedor de Francia, admirador de Inglaterra, discreto, desconfiado de la política al uso, el Marqués se define moralmente como uno de los «que creen que la fortuna, sobre todo si es heredada, impone la obligación perfecta e inexcusable a los que no han menester cuidarse del pan diario de prodigarse en obsequio de las clases necesitadas y de los intereses públicos» (17). No es una declaración de principios, es la regla de vida de quien escribe varios ensayos sobre cuestiones sociales y económicas, fomenta y anima ligas y asociaciones para defender nobles causas, funda un periódico totalmente independiente, El Día, cuyo lema aparece cada día en cabecera: «Sinceridad en las elecciones a Cortes, justicia pronta, eficaz, independiente. Leyes administrativas duraderas y simplificadas: empleados estables y responsables. Hacienda: gastos ajustados a los ingresos. Todo por la presión de la opinión pública, irresistible cuando se pronuncia». Traducción: lucha contra el caciquismo, contra la corrupción, la cesantía, promoción de una opinión pública responsable. El Marqués de Riscal aparece pues como uno de esos hombres superiores por la fortuna y el talento, que los intelectuales influidos por el krausismo, Giner, Clarín, etc., consideran idealmente encargados del deber de obrar por la colectividad, pues «tienen cura de almas». Efectivamente, el Marqués gastó gran parte de su fortuna en la empresa de El Día que quiso siempre mantener independiente de la política y de cualquier grupo de presión. Para tener una opinión pública responsable, capaz de influir en el sentido del progreso en todas las esferas, tanto económicas como culturales, es preciso tener, entre otras cosas una prensa libre consciente de su función educativa. Y éste parece ser el principal motivo de la fundación de El Día y en 1881 del «Suplemento literario», a ejemplo de Los Lunes de El Imparcial y de Los Lunes de El Liberal, titulado a partir de 1880 Entre Páginas.








Para concluir

A lo largo de este estudio de los «Suplementos», que parece largo pero que sé muy incompleto, se ha notado la presencia permanente de un director a quien nada se le escapa de lo que se publica. Por encima de cada una de las 216 firmas que hacen el conjunto del «Suplemento» está la atenta mirada del Marqués. Es decir que él es el superior responsable de la orientación cultural o mejor multicultural de la publicación. No se trata de dirigismo absoluto; el caso de Clarín y del naturalismo muestra que el director acepta publicar cosas con las que no está conforme, aunque hasta cierto punto. En dos palabras, lo original de la orientación dada por el Marqués consiste en abrir una hoja titulada «literaria» a todos los conocimientos abarcables del mundo moderno y con la clara finalidad de ensanchar el horizonte cultural de los españoles.

Como se ha dicho, la filosofía implícita en muchos artículos nace de la oposición entre la triste realidad cultural y la necesidad de mejorarla y se afirma como voluntad regeneradora que anima a toda la publicación en un afán regeneracionista impulsado por el Marqués de Riscal. Si pudiera hacerse una edición facsímil de los '''Suplementos literarios de El Día» tendríamos al alcance de la mano un buen ejemplo de regeneracionismo cultural de los años de 1881-1886, en el que deberían fijarse los académicos de la lengua para modificar la definición del término «Regeneracionismo» que en la actualidad es la siguiente: «Movimiento ideológico que tuvo lugar en España a finales del siglo XIX, motivado principalmente por la pérdida de las colonias, en 1898. Defendió la urgente renovación de la vida política española para solucionar los problemas del país». Es un ejemplo más de la ofuscación histórica a que condujo la tan enfatizada «pérdida de las colonias» y la subsiguiente supervaloración de la reacción del «98».




Bibliografía

  • Alas, Leopoldo. Clarín (2005): Obras completas. Oviedo: Ediciones Nobel, t. V., t. IX.
  • Alcalá Galiano, Antonio (1886): Memorias de Don Antonio Alcalá Galiano, publicadas por su hijo, Antonio Alcalá Galiano. Madrid: Imprenta de Enrique Rubiños.
  • Álvarez Gutiérrez, L. (1983): «La influencia alemana en la prensa española de la Restauración». En La Prensa en la revolución liberal (España, Portugal y América Latina), Actas del Coloquio Internacional, Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense, abril de 1982. Ed. y pról. A. Gil Novales. Madrid: Universidad Complutense, 381- 384.
  • Ayala, María de los Ángeles (2004): «Una rareza bibliográfica: La república de las letras, de Manuel Ossorio y Bernard». En Actas del XIV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, New York, 16-21 de julio de 2001. Ed. de Isaías Lerner, Robert Nival y Alejandro Alonso. Madrid: Asociación Internacional de Hispanistas, Fundación Duques de Soria, Juan de la Cuesta: 65-73.
  • Gamborg Andressen, Emilio (1880): Excursiones sobre terrenos económicos. Un bosquejo. Madrid, Imprenta de la Revista Médica.
  • Quevedo y Zubieta, Salvador (1883): Recuerdos de un emigrado, con prólogo de Emilio Castelar. Madrid: Sucesores de Rivadeneira.
  • —— (1888): Récits mexicains, suivi de dialogues parisiens. Paris: H. Noirat.
  • Saillard, Simone (2001): edición crítica, estudio preliminar y notas de Leopoldo Alas, Clarín, El hambre en Andalucía, Toulouse: Presses Universitaires du Mirail.
  • Valera, Juan (1961): «Metafísica a la ligera (Carta a Campoamor acerca de su deísmo)», (Madrid, 1883). En Obras completas. Madrid: Aguilar, t. II: 1586- 1624.


Indice