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Vicente Medina, en sus "Aires Murcianos" / Francisco Javier D�ez de Revenga
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     Vicente Medina, en sus "Aires Murcianos" / Francisco Javier D�ez de Revenga
     D�ez de Revenga, Francisco Javier, 1946-
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Vicente Medina, en sus «Aires Murcianos»

Francisco Javier Díez de Revenga





La azarosa y viajera vida de Vicente Medina Tomás es lo suficientemente conocida para que no nos detengamos a glosar su figura humana. Nacido en Archena en 1866 y muerto en la Argentina en 1937, Medina se convirtió, primero desde Cartagena y luego desde América, en un extraordinario poeta regional que unía, a la magnífica capacidad para entender todo lo murciano y expresarlo, una fina sensibilidad que en más de una ocasión se tornó en sentimentalismo exacerbado.

Dejando a un lado su producción menor, constituida por creaciones de escaso interés (El náufrago, Alma del pueblo y obras teatrales como El rento y ¡Lorenzo!), así como un libro de poemas castellanos algo más populares (La canción de la vida), entre otras muchas, hay que destacar, sobre todo, la que fue su mejor y más característica obra, Aires Murcianos1. La elaboración de este libro fue realizada a lo largo de toda su vida (1898-1928), con la sucesiva publicación de las distintas series que forman el libro, finalmente culminado en una edición definitiva, realizada en Rosario de Santa Fe en 1929.

La colección completa de Aires Murcianos nos ofrece la imagen más peculiar y característica de Vicente Medina, al que sin duda hay que reconocer una extraordinaria originalidad al crear esta poesía en tres frentes principalmente: en el aspecto filológico, al transmitir la más pura de las versiones literarias de la lengua de Murcia, del murciano, como dialecto del castellano; en el aspecto literario, al formalizar una serie de formas métricas popares y consagrar como tema todo el mundo sentimental y anímico del huertano con sus preocupaciones, sus inquietudes y sus reivindicaciones; y, por último, en un aspecto más amplio, en un sentido cultural, al haber legado, a través de Aires Murcianos, el testimonio de un pueblo en un momento histórico clave, al haber sabido conjuntar las nociones de espacio (Murcia) y tiempo (crisis del 98 y principio del siglo XX) dentro de los límites de un claro determinismo histórico y paisajístico.

Porque Aires Murcianos da la medida de lo que Vicente Medina quería hacer en poesía y, sobre todo, como reflejo del sentimiento vital de su tierra, de sus campos y de la huerta qué conoció de pequeño, alejándose del folklorismo hueco y adentrándose en el espíritu auténtico de las inquietudes de ese pueblo. Juan Barceló Jiménez así lo ha comprendido cuando ha escrito que «Medina es, ante todo, un poeta sentido, inspirado, sencillo y popar. Es el artífice fino y delicado que ha cantado la huerta y a Murcia, porque las ha sentido de verdad, las ha llevado en su corazón. De la Huerta, Medina ha extraído su temática, rica y compleja. Jamás resaltará el paisaje, sino como motivo de desolación para proyectar la vida de los personajes, como los del 98. Parece como si le interesara la vida con todas las amarguras que ésta lleva consigo, y como sujeto de esa vida el hombre, con sus reacciones, sus pesares, sus estados al enfrentarse con ella»2.

Vicente Medina, en sus constantes explicaciones sobre el sentido de su obra poética, frecuentemente alude a la necesidad de expresar el sentir del huertano, su forma de ser, sus tristezas y dolores y sus alegrías, cuando las hay. Prefiere esto a un pintoresquismo o a un tipismo afiligranado que no responde a la realidad, porque lo que el poeta quiere ante todo es trasmitir la vida de los hombres y mujeres de la huerta. De ahí, su constante preocupación lingüística, su permanente atención a la fidelidad expresiva de sus poemas, que se acerquen al máximo a la expresión real del pueblo que trata de recoger en su obra. Y también característica es su preocupación por la permanencia, la conservación de ese lenguaje propio que se va perdiendo, según el poeta, por el «cosmopolitismo»: «con las tradiciones (costumbres, oficios, fiestas, vestimentas, muebles, alfarería, telares, etc.) -escribe Medina- se va la lengua».

Se ha dicho que la poesía de Vicente Medina es, ante todo, una poesía popular. Por eso es muy interesante constatar cuánto hay de verdad en esta afirmación desde un punto de vista métrico, cómo se incorpora a una poesía elaborada por el artista culto, toda una potente tradición de cantares popares, muchos de ellos anónimos. Asegurar y demostrar este aspecto en Vicente Medina es concederle con la mayor solvencia el merecido timbre de poeta popar. Justo García Morales fue uno de los críticos que más importancia dio a este aspecto: «Casi todos sus Aires Murcianos contienen coplas y cantares destacados del texto de cada composición. A veces resta difícil determinar claramente si estas coplas y cantares los compuso él o los tomó de los que todavía corren de boca en boca». Y, en realidad, son numerosos los ejemplos en los que se encuentran cancioncillas ya conocidas, que el propio poeta destaca en la disposición tipográfica. Así, «Santa Rita, Rita...», «En la cieca», «Santica», «A la ru ru mi nene», «Isabelica la Guapa», «La coplica muerta» y un largo etcétera. De toda esta cuestión, quizá el aspecto más atractivo, y el que dota a la poesía de una mayor autenticidad, está en la capacidad de fusión, en la fuerza de la unión entre lo popar y lo nuevo, entre lo tradicional y lo artístico creado por el poeta. Vicente Medina se enlaza así con una de las más genuinas tradiciones de nuestra literatura española potenciada en nuestro siglo XX por poetas tan distintos a él y por investigadores de la lírica medieval, del romancero...

Y en el tono popar que esta poesía tiene, entra a formar parte, y muy importante también, la temática vital de cada uno de estos «aires». Medina señalaba: «He tocado todos los temas amorosos en pasiones violentas, muy propias de la región murciana y en otros aspectos también muy de allí: constancia, abnegación, ternura. Además, he recogido notitas salientes y pintorescas de costumbres, creencias y supersticiones, procurando recoger la palabra rara y curiosa y dar el ambiente y la visión de mi tierra.»

Por todo ello, percibimos en los poemas trozos de vida presididos por costumbres y tradiciones. En este sentido, tenemos que destacar la larga serie de composiciones que constantemente aparecen por aquí y por allá referidas a las relaciones amorosas, al galanteo, a los peligros y preocupaciones de una relación entre hombre y mujer donde con tanta fuerza entra el componente de la «costumbre». «En la cieca», «Tempranico», «Palabrica», «Y la nena, al brazal», «Gracia de Dios», «Loco de remate» son poemas que nos ofrecen con gran expresividad la verdad de un tiempo ya pasado, pero sobre todo la fuerza de un deseo en el que tanta importancia tiene el paisaje («Tempranico») con sus rincones («Y la nena, al brazal», «En la cieca»), con su enorme exuberancia contagiosa, vitalista. En este conjunto, destaca «Carmencica», que nos ofrece un buen ejemplo de la sensualidad huertana reflejado en la descripción de la moza. Se trata de un poema de honra popar simbolizada en el cántaro que se rompe, que se ajusta a una estructura poética repetida por Medina y, sin duda de clara extracción popar: el relato en estampas, en escenas que van sucediéndose y culminan en un final muchas veces inesperado, sorprendente. Destaca también la gran imaginación de Medina en la conjunción de las metáforas y símiles, sobre todo los que se refieren a los valores tradicionales de la mujer, y su comparación con la fruta. Y también la asociación tan constante del sentido de honradez que se conserva en el pueblo, en la aldea, frente a la pérdida de este valor moral en la ciudad. El final, como tantas veces, trae consigo a la muerte, tan presente en estos Aires Murcianos de Vicente Medina.

Porque, indudablemente, una de las notas más características de toda la obra es el «sentimiento trágico de la vida», dicho en esta ocasión sin excesiva trascendencia. Medina, al captar el espíritu de este huertano, capta también su tremendo sentimiento de la muerte, capta la hondura de un patetismo vital que preside toda su existencia, que antes o después -muchas veces demasiado antes- ha de ser coronada por la muerte. Su sentido de inexorabilidad cala hondo en el espíritu de estos poemas, y por eso no es raro que sean muchas veces los niños los que la reciban ante el dolor y la desolación de sus mayores. Medina, en este aspecto, legó una verdad auténtica: el tremendo dramatismo de las gentes de Murcia ante la muerte, la fuerza de la desolación y la desesperación de aquellos que ven llegar su irremediable presencia, ante la que aparece una rebeldía innata. Los ejemplos son numerosos: «Tate quietecica», «Santica», «A la ru ru mi nene», «Los tres nenes», «La cabecerica», «¡Ya ni el olorcico!», etc. Pero sobre todo «Santa Rita, Rita», que puede ser característico ejemplo del gusto por el contraste en la expresión de los contenidos poéticos: aquí, el deseo de tener la hija, la alegría de tenerla y el pesar de perderla, están expresados en cuatro tiempos. Es excepcional el canto de la alegría reflejado en los juegos de la criatura a cuyo fondo suena el tradicional sonsonete de «Santa Rita, Rita». El súbito zarpazo de la muerte producirá entonces el tan apetecido contraste, siempre presente en estos poemas de Medina. «Naíca», por su parte, también representa en este terreno otro ejemplo que debe ser tenido en cuenta por la riqueza episódica, por la expresividad de un estribillo que se repite, y sobre todo, por la calidad en captación de sentimientos, particularmente en lo amoroso.

Quedaría, como tercer centro de atención, el tema de la guerra, muchas veces relacionado con los anteriores y expresado en numerosas creaciones de Medina: «Los níos solos», «El abejorrico negro», «La novia del soldao», «La carta del soldao», etc., etc. van dando cuerpo a un sentimiento pacifista que para Medina fue tan primordial que lo hizo objeto único de uno de sus libros: La canción de la guerra. No cabe duda que todo este asunto tiene mucho que ver con el momento de crisis en que se vive, ya que los días del 98 están cerca. Valbuena Prat destacaba, al relacionar a Medina con Maragall y la Oda a Espanya, en «La novia del soldao» «el mismo eco popar de la guerra y los hombres inútilmente perdidos... en otro tono, pero con la misma melancolía»3. Y Justo García Morales señalaba que «Vicente Medina, a diferencia de los escritores considerados hasta ahora exclusivamente del 98, vivió personalmente el Desastre muy poco antes de que ocurriera, en su cara y en su cruz: podemos considerar que fue la cara para él, su voluntariado en Filipinas entre soldados heroicos, pero agobiados por las continuas e inútiles marchas y contramarchas a través de terrenos semejantes a la manigua, en los que no era raro que -así lo dice en su poesía La carta del soldao- «una bala matase a un hombre»; o que con frecuencia, con mucha frecuencia, se acabase en los destartalados barracones de los hospitales; allí entre los delirios de las fiebres tropicales surgía -también de la misma forma que en otra composición suya, la «Murria»-, la llamada triste e imposible de la Patria lejana, materializada en el terruño y en los seres queridos que tan bien comprende y siente el hombre peninsular. La cruz penosa, la cruz auténtica, la vio sufrir a muchos padres, a todos los padres que de una manera parecida al viejo de Cansera se quejaban dolorida, pero virilmente. En otros casos, a las madres que, igual que la que oye zumbar «el abejorrico negro» monologaban atormentadas...»4. La larga cita es válida por cuanto aporta a la comprensión de Vicente Medina como cantor de la realidad de su tiempo, como componente del «otro noventayocho» que defiende García Morales.

Hemos citado, y dejado para el final, a «Cansera», el «aire murciano» más conocido de Medina. No cabe duda de que la poesía en cuestión representa el desaliento ante las adversidades que sufre el huertano desde muchos ángulos: guerra, hambre, sequía, muerte... Valbuena Prat ha destacado «la profunda melancolía, la inmersión en la inacción por desesperación y dolor total en el que el poeta, además de referirse a casos concretos está a tono con el inmenso dolor inútil de los españoles conscientes de la generación del desastre»5. Por ello «Cansera» viene a ser el resumen de todo lo que Medina ha podido encerrar en su libro, todo lo que ha querido captar con ese aire dolorido, desolado, desesperanzado que concedió a su obra como representación de las gentes de un lugar y de un tiempo.





 
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     D�ez de Revenga, Francisco Javier, 1946-
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